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TEMA 12.

EL CONSTITUCIONALISMO HISTÓRICO ESPAÑOL

● Introducción (para los siguientes apartados)

Ni el término “constitución”, ni en sí misma la idea de una ley fundamental que regule el


orden social estatuido, fueron nuevas en el panorama político de la Ilustración ni de la revolución
liberal española. Bien es cierto que, aun existiendo esos presupuestos en el derecho histórico y
jurídico, la formulación y el significado político, con el que se presentan a comienzos del s. XIX, es
revolucionariamente diferente en lo que se refiere a los fundamentos políticos.Ya se concebía desde
Aristóteles la formulación de un concepto clásico de constitución política, entendida como norma
fundamental, jerárquicamente superior y legitimadora de un desarrollo legislativo posterior, siempre
bajo el amparo y respeto a dicha ley superior.

Entre los países continentales europeos, Francia es el primer Estado que adopta una
constitución que incorpora un nuevo orden social y político, a la vez que los elementos que
caracterizarán, orgánica y dogmáticamente, los nuevos cuerpos jurídicos fundamentales de los
Estados. Ahora bien, los iuspublicistas franceses del s. XVIII, testimonian la ambigüedad de la idea de
constitución, al igual que ocurrirá en otros Estados como España. Efectivamente, y como ocurre en
Francia, generalizadas en el lenguaje jurídico hispánico la noción de leyes fundamentales de los
Reinos, surgirá a mediados del siglo XVIII el término constitución que consigue afianzarse entre
algunos ilustrados españoles gracias a la influencia de Montesquieu, a su Espíritu de las Leyes, y más
en concreto al eco que se hace de la Constitución de Inglaterra, que luego analizaremos; y unos años
después, en 1766 con motivo del motín de Esquilache, la noción de constitución política del Estado
referida al viejo orden corporativo de la sociedad estamental, se asienta como elemento de defensa.

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● Planteamiento

Tendencias sobre la idea de Constitución

Con estos fundamentos, el debate se centrará, de un lado, en la consideración de la


constitución, en un sentido material, como aquella que recoge los principios tradicionales o leyes
fundamentales sobre los que se ha sustentado históricamente el Estado. Por otro lado, el sentido
formal de la constitución implica acto jurídico fundacional completamente nuevo, es decir, un nuevo
cuerpo jurídico cuya función es la de modificar el estatus existente con anterioridad, recogiendo los
principios de la revolución.

Planteamiento éste que corresponde a la clásica caracterización realizada por el ínclito García
Pelayo en la primera edición de su Derecho constitucional comparado, allá por 1950, en el que
discernía sobre su particular visión racional-normativa, histórica y sociológica del concepto de
Constitución. Bajo la primera visión, la racional-normativa, la Constitución debe ser concebida como
un complejo normativo que procede de un acto objetivo de voluntad legislativa (poder constituyente),
dirigido a definir el alcance y la protección de los derechos fundamentales y libertades públicas (parte
dogmática), así como a diseñar el entramado orgánico estatal (parte orgánica). Esta decisión del poder
constituyente, bajo esta perspectiva racional-normativa, se exonera de cualquier tradición histórica o
sociológica, de ahí su fuerte vinculación a procesos revolucionarios que rompen con la tradición
anterior, haciendo tabla rasa y proponiendo una nueva construcción del Estado, ahora reglamentado en
la Constitución.

Por su parte, esta perspectiva racional-normativa de constitución provocó una cierta reacción
contraria para aquellos que, desde distintas posturas ideológicas, pudieran manifestarse con otra
concepción más tradicionalista o historicista sobre la idea de la norma fundamental, y que en términos
generales, es reacia a admitir una nueva estructura social, libre e igualitaria, que lejos de propender de
una evolución lógica de la sociedad, es concebida como el resultado de una regulación racional y
sistemática de la sociedad implantada desde un texto constitucional, ajena a la realidad histórica
vivida desde siglos. Es la concepción histórica de García Pelayo sobre la constitución, concebida así
como un producto histórico, el resultado de todo un proceso aferrado a la tradición de siglos que ha
ido moldeando un producto jurídico, tan intangible como incuestionado. Fue sin duda Gran Bretaña el
principal valedor de esta concepción histórica constitucional, dado que su Constitución no es un
producto derivado de una voluntad única e inequívoca de un legislador que codifica en un único texto
la principal norma de los ingleses.

Frente a estos posicionamientos, existen otras concepciones de la constitución procedentes, en


esta ocasión del ámbito del regalismo y del historicismo, muy consolidado en España, que a su vez, se
alinea en una doble vertiente, una más cercana al liberalismo y otra más alejada. Por una parte, se
advierten posiciones doctrinales que tienden a enlazar racionalismo positivista con historicismo, ya
que sin pretender rechazar de forma expresa la necesidad de crear una nueva constitución que
reflejase el nuevo orden social procedente de la revolución española –a imitación de la revolución
francesa-, intenta vincular dicha revolución con algunos elementos propios de la tradición española.
Una posición integradora entre el historicismo y el racionalismo, con el mantenimiento de
instituciones tendencialmente arraigadas, desde antaño, en la sociedad española. Martínez Marina será
el principal exponente de esta corriente doctrinal integradora. Su Teoría de las Cortes manifiesta una
innegable posición ideológica de continuidad en ciertos aspectos con el Antiguo Régimen. A este

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respecto, para Martínez Marina, la idea de constitución no sólo no es una novedad en la España
contemporánea, sino que mantiene un abultado número de instituciones y principios arraigados en el
tradicionalismo histórico. Nada mejor para ello que apoyarse en el discurso preliminar de Arguelles,
quien evidenciaba que “nada ofrece la comisión en su proyecto que no se halle consignado del modo
más auténtico y solemne en los diferentes cuerpos de la legislación española”.

Bajo un historicismo más radical, y en abierto enfrentamiento ideológico con la posición


mantenida por Martínez Marina, encontramos al pensamiento crítico de Gaspar Melchor de
Jovellanos, cuya posición aspira a no justificar el sentido de la constitución ante los sectores más
conservadores, reaccionarios y por qué no, regalistas de España, sino a rechazar de forma pretendida
la necesidad de realizar un texto constitucional, so pretexto de afirmar que España, a imagen de
Inglaterra, ya tenía una constitución secular, entendida ésta como un conjunto de leyes fundamentales
históricas. Para Jovellanos, la idea de realizar una nueva constitución radicalmente nueva, extraña e
inspirada en el modelo ofrecido por la revolución francesa, no sólo no era necesario, sino incluso
ineficaz, siendo mucho más razonable el proceder a la reforma de la constitución histórica de España.

● Conclusión

Por tanto, del concepto de Constitución surgirán tres perspectivas ideológicas:


racional-normativa que tendrá en cuenta tres partes en el modelo constitucional (poder constituyente,
parte orgánica y parte dogmática); concepción histórica, donde la constitución será visto como un
producto histórico; y doctrinal-integradora, que tendrá una doble visión de las dos anteriores.

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Derecho constitucional e ideológica de partidos

➔ Etapa de afianzamiento del sistema liberal

Surgen en este período que va desde el inicio del sistema constitucional en 1810- 1812, hasta
su definitiva implantación en 1837, las constituciones denominadas de primera generación, que son
aquellas que centran toda su atención en la consolidación de la transformación del modelo social y
político del Antiguo Régimen en otro que garantice la soberanía nacional y los derechos
fundamentales y las libertades públicas, por encima de cualquier otro orden político.

El ideario revolucionario que invade Europa desde finales del s. XVIII influye en España tras
la crisis de 1808, germinando su propia revolución a la española, expulsando al invasor francés. Así,
del viejo orden político monolítico que era el Antiguo Régimen, surgen ahora las minorías políticas
que copan las altas esferas de poder, repartiéndose así el poder de forma ideológica en dos grandes
bloques antagónicos. Por un lado, los absolutistas, aferrados al esquema del viejo régimen, defensores
del poder absoluto del monarca y de la sociedad estamental; y por otro lado, los liberales, acordes con
el nuevo rumbo de los tiempos, favorables a los principios de la soberanía nacional y partidarios de la
división de poderes, y por ende contrarios a la desigualdad social por naturaleza y al privilegio
jurídico.

Este grupo de los liberales, en una segunda etapa, la del trienio liberal, entre 1810 y 1823,
propenderán a una escisión ideológica, distinguiéndose entonces los doceañistas o defensores
moderados de la Constitución gaditana de 1812, partidarios del mantenimiento de una soberanía
compartida entre Rey y Cortes y muy recelosos de la vuelta del Absolutismo, por lo que sus reformas
constitucionales fueron siempre atrayentes del poder del Rey, aunque de forma controlada y
moderada. Por su parte, los radicales o exaltados, propugnan un mayor avance del programa
revolucionario gaditano, buscando seguir profundizando en la soberanía nacional, reducir los poderes
del Rey y consolidar definitivamente el sistema constitucional.

➔ Etapa moderada

Inaugurada en 1844 y que tiene su parangón en la Constitución de 1845, la ideología


moderada y conservadora que impregna las constituciones de segunda generación, se centra
fundamentalmente en la continuidad de aquellos liberales doceañistas, más moderados, que propenden
por el mantenimiento y afianzamiento de la institución regia, mediante la soberanía compartida. Esta
ideología moderada representó una importante amalgama de elementos diversos, con un fondo común,
la supeditación del ejercicio de los derechos al mantenimiento de las instituciones del Estado, y del
orden público. En suma, conjugar antes el orden que la libertad.

Una escisión aún más conservadora de esta ideología tiene lugar tras la Restauración
monárquica en 1874, y cuya constitución paradigmática es la de 1876. Se trata de la ideología
vertebrada en los partidos conservador y liberal que se turnaron en el poder casi 40 años. Era una
ideología marcadamente oligárquica, con miembros reclutados de la burguesía aristocrática, vieja
nobleza y altos funcionarios. El autoritarismo de su ideología, representada en su creador, Cánovas del
Castillo proyectó un programa ideológico algo más pragmático, más regeneracionista que estuvo
representado por el partido liberal de Silvela, partidario aún de la soberanía compartida, pero
ahondando en los viejos proyectos de la ideología liberal y progresista como era el sufragio universal
o los derechos individuales.

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➔ Etapa progresista

Encuadrada esta ideología progresista, dentro de los liberales radicales del trienio liberal,
tuvieron su refugio ideológico, tras la revolución de septiembre de 1868, en la Constitución de 1869.
Garantista de un modelo de liberalismo radical si cabe, eran partidarios de unas Cortes que asumieron
en exclusiva la soberanía nacional, negando para ello el poder soberano, incluso el poder moderador
de la Monarquía. Esta ideología progresista, enmarcada en ese avance de las constituciones de primera
generación basamentadas en la conquista de derechos de los ciudadanos, defendía la igualdad jurídica
de todos, la extensión del derecho electoral a la mayor parte de la población, aunque inicialmente sólo
masculina, al fortalecimiento de los poderes locales y provinciales buscando más descentralización,
libertad de imprenta, etc. Su afán era minorar los derechos del Monarca y de la Iglesia, instituciones
que representaban los más rancio del Antiguo Régimen.

➔ Etapa demócrata y social

Debido a la falta de homogeneidad en cuanto al programa político de ideología progresista, a


mediados del s. XIX, esta ideología se divide en grupos de personas de tendencia más izquierdista,
más demócratas si cabe, más social en cuanto a su compromiso político. Surgen así los primeros
partidos demócratas, como el partido demócrata republicano o los partidos sociales y obreros.

Respecto del primero, el partido demócrata republicano que tuvo su mayor éxito en la primera
república y el intento de constitución federal, tuvo tres ejes doctrinales: la declaración de derechos de
los ciudadanos, donde se integraran y reconocieran la mayor parte de los derechos que históricamente
había ido conquistando el liberalismo, así como los nuevos de reunión, asociación y libertad de
conciencia; la transformación del sistema en base a la soberanía popular, erradicando definitivamente
la institución regia; la consolidación del sufragio universal sin distinción de sexo; y el establecimiento
de un Estado intervencionista en cuestiones sociales buscando la igualdad.

Respecto de los segundos, los partidos políticos de índole social y obrero, el más reconocido
por todos es la aparición en 1879 del Partido Socialista Obrero Español, compuesto inicialmente por
tipógrafos, marmolistas, zapateros, médicos, diamantistas, y demás profesionales, y que fueron
dirigidos en sus primeros años por el gallego Pablo Iglesias. Su ideología política, de tinte marxista,
daba cabida a tres pretensiones fundamentales: abolición de las clases sociales, transformación de la
propiedad individual en propiedad colectiva o social, y posesión del poder político por la clase
trabajadora (dictadura del proletariado)

● Conclusión

En suma, a lo largo del tiempo se dan cuatro etapas que van cambiando la ideología de la
sociedad y, por tanto, se da un cambio en la materia jurídica: afianzamiento del sistema liberal,
moderada, progresista, y demócrata y social, cambiando totalmente de una sociedad absolutista a una
sociedad más demócrata.

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El constitucionalismo originario, revolucionario o radical:


la Constitución de 1812

La consecución del trono de España en la figura de José I, previa renuncia de Carlos IV y


Fernando VII, había generado una situación de tensión política en el país. La Junta Suprema de
Gobierno dejada por Fernando VII, antes de marchar a Bayona y abdicar de sus derechos dinásticos,
había manifestado, junto con algunas otras instituciones típicamente castellanas como el Consejo de
Castilla, una absoluta inacción y en cierta medida de aceptación de la situación.

José I para legitimar su acceso al trono quiso rodearse de una cierta legalidad gestando una
Asamblea Constituyente en Bayona, que avalase no sólo el cambio dinástico sino que sirviera para
otorgar a España una Carta constitucional que, además de refrendar la nueva dinastía, mantuviera así
la tradición monárquica española, a la vez que introducía algunos principios de la Revolución
francesa, con el mantenimiento de otros de viejo cuño hispánico, como era la protección y defensa de
la religión católica.

A pesar de que los españoles constituyentes en Bayona, junto con José I, juraron la pretendida
Carta constitucional, tanto el Monarca como el texto constitucional sólo fueron reconocidos en
aquellas zonas controladas por el ejército francés, tras su entrada en España a partir de la firma del
Tratado de Fontainebleau en 1807, que recordemos preveía la ocupación francesa en territorio español
para conquistar Portugal y repartírselo entre Francia y España. Esta alianza franco-española para
doblegar a Portugal, aliada de Inglaterra y enemiga de Francia, provocó, de un lado que José I se
erigiera en Monarca de un país, España, dividido en dos, entre los leales a la causa de Fernando VII y
sus aliados los afrancesados y aquellos que asumirán la soberanía supuestamente secuestrada por el
Emperador de los franceses; y por otro lado, provocó que el Príncipe Regente de Portugal, el futuro
Juan VI, se exiliara en Río de Janeiro con toda la familia real, dejando al frente del Gobierno
portugués a un Consejo de Regencia.

El levantamiento popular que se produjo en España el 2 de mayo de 1808, y la dura represión


del mismo, fueron los ingredientes necesarios para que surgieran de forma espontánea una serie de
Juntas provinciales con una misión concreta: reasumir la soberanía de la nación que se encontraba
vacante. Para los postulados más reaccionarios, esta medida se arbitraba en función de la defensa por
parte de las Juntas provinciales, de los derechos soberanos de Fernando VII, mientras que para
postulados más liberales, simplemente se reasumía la soberanía que se encontraba vacante por el
cautiverio del Monarca.

En septiembre de 1808, las juntas provinciales deciden traspasar dicha soberanía a una Junta
Central Suprema y Gubernativa de España e Indias ubicada finalmente en Cádiz. Fue integrada por 35
miembros representantes de cada uno de los Reinos que integran las Coronas, en representación de sus
Juntas Provinciales. La disolución de esta Junta Central en 1810 supuso la creación de un Consejo de
Regencia, el cual permitió la reunión de unas Cortes en Cádiz encargadas de llevar a cabo las medidas
que estimaran oportunas para la salvaguarda de la nación, así como la de realizar la Constitución
política de España, entramado jurídico que permitirá la edificación del nuevo Estado contemporáneo y
liberal.

Antes incluso de que la Comisión Constitucional fuese constituida y aprobada, muchas de sus
leyes de rango constitucional habían sido ya elaboradas por las propias Cortes Generales y

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Extraordinarias, desde que éstas se pusieron a trabajar en 1810. Destacan entre otros principios
programáticos, la consideración de la nación española como la reunión de ambos hemisferios, la
soberanía nacional o la división de poderes. Entre los derechos fundamentales, antes incluso que la
constitución fueron decretados los siguientes: igualdad, libertad política de imprenta, liberad del
comercio, abolición de la tortura y otras prácticas aflictivas. Desde un punto de vista programático, las
Cortes de Cádiz constitucionalizaron, previamente a la Constitución, algunos principios tales como la
inviolabilidad de los diputados, la prohibición de que éstos soliciten admisión en empleos o solicitud
de pensiones durante su mandato y el año inmediato posterior, el establecimiento de un reglamento
provisional del Poder ejecutivo, el Consejo de Estado, o un reglamento para la Regencia del Reino.

No hay lugar a dudas que el trabajo de la comisión constitucional que se formó en las Cortes
con la misión de proponer una Constitución política, se realizó sobre la existencia de un proyecto
previo, o unos trabajos previos realizados con anterioridad a la constitución de las Cortes. Una especie
de fase preconstituyente o preparlamentaria comenzó a partir de los acuerdos de la Junta de
Legislación, órgano al servicio del Estado y en este caso auxiliar de las Cortes y de su comisión
constitucional, tomados en sus reuniones. El personaje que sirve de enlace entre esta Junta de
Legislación y la futura comisión constitucional es Antonio Ranz Romanillos, un hombre ajeno al
cuerpo de diputados y de miembros de la Comisión, pero artífice en gran medida del borrador de
proyecto constitucional presentado a la comisión, lo que le hará participar con posterioridad en dicha
Comisión constitucional.

La Junta de Legislación en 1809, y estuvo integrada, entre otros, por personajes claves de la
configuración del nuevo orden jurídico contemporáneo, tales como Manuel de Lardizabal, José Pablo
Valiente, Agustín de Arguelles o el propio Antonio Ranz Romanillos, los más asiduos a las reuniones
de la Junta. Una vez concluido el trabajo de la Junta en enero, ésta no llegó a concluir un proyecto de
Constitución, sino una referencia de los principios que debería contener la futura Constitución:
separación de poderes, representación nacional en base a la población, sobre la que debía recaer la
soberanía nacional, dado que esta representación elegiría al poder legislativo, a las Cortes, sobre la
que se consagrará la potestad de dar a la Nación su Constitución.

La comisión constitucional pronto se puso manos a la obra, si bien con ciertas vicisitudes que
hicieron que las sesiones de trabajo oficiales no tuvieran lugar hasta 1811, probablemente supeditadas
al traslado de las Cortes a Cádiz. El proyecto de Constitución se aprobó por partes, pasándose
igualmente por partes para su lectura en las Cortes. Los debates parlamentarios tuvieron lugar apenas
unos días después de que se fueran leyendo en Cortes las sucesivas entregas de partes de la
Constitución aprobadas por la Comisión Constitucional. El último bloque referente a los cuatro
últimos títulos concluyó a principios de 1812. Distintos decretos de la Regencia dieron por aprobado
el texto constitucional, para que se pasara a la firma de todos los diputados y se publicara, así como el
conjunto de solemnidades con las que debía proclamarse y jurarse la Constitución en todos los
pueblos de la Monarquía.

Un decreto de la Regencia del Reino es el encargado de aprobar el texto constitucional, tras su


debate parlamentario. El Decreto firmado en 1812 establecía las solemnidades, una vez aprobado el
texto con que se manda firmar, jurar y publicar en Cádiz la Constitución, lo que se hará finalmente
entre los días 18 y 19 de marzo, vigente en el “aniversario del en que por la espontánea renuncia de
Carlos IV subió al trono de las Españas su hijo el Rey amado de todos los españoles D. Fernando VII
de Borbón”. Ya el día 19, una vez jurada la Constitución por todos los diputados, la propia Regencia

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se presentará en la sala de sesiones para jurarla, bajo la fórmula recogida en el Decreto. También, se
hará la publicación solemne de la Constitución, con su lectura en voz alta.

Promulgada la Constitución el 19 de marzo de 1812, su vigencia se proyectó en tres períodos


históricos continuos. En un primer momento, tuvo una vigencia paulatina, de progresiva
institucionalización de sus órganos de gobierno y de sus principios programáticos, hasta que dos años
después, tras su regreso del exilio, derogaba la Constitución. Esta derogación significaba la pretensión
de restaurar la vieja estructura orgánica e institucional, junto con las prácticas de gobierno propias del
Antiguo Régimen. Un segundo momento de vigencia, fue precedido por la significación que tuvo para
el liberalismo político. El gobierno tarda en reaccionar y en la famosa reunión de la tarde del 6 de
marzo, busca soluciones. La noche del 7 de marzo Fernando VII manifestaba que se decidía a jurar la
Constitución de 1812 para la inmediata convocatoria de Cortes, tal y como así se lo pedía la voluntad
popular. La publicación de este Decreto suponía la entrada en vigor del texto constitucional gaditano.
Esta segunda etapa de vigencia de la Constitución supuso el fin de los tres años de retorno a las
instituciones constitucionales y liberales y la vuelta al trono de Fernando VII, auspiciando de nuevo
un gobierno absolutista. En una nueva etapa, la tercera y última, tiene lugar el motín de la Granja, lo
que obligó a la Reina Regente, muerto Fernando VII, a proclamar el texto de Cádiz. Comienza así a
recuperarse la esperanza del resurgimiento del espíritu liberal y progresista, a favor de una
Constitución nueva, aprobada el 8 de junio de 1837.

Esta nueva Constitución de 1837, mucho más breve que la anterior, de tan sólo 77 preceptos,
es la constitución que consolida definitivamente el régimen constitucional en España. Tenían como
misión la realización de una reforma constitucional del texto gaditano, finalmente propusieron una
nueva constitución. Se consolida la soberanía nacional, y profundiza mucho mejor en el
reconocimiento de los derechos fundamentales y las libertades públicas, lo que se observa en la
eliminación de la confesionalidad del Estado por una observancia de la religión católica por parte de
la mayoría de los españoles (principio de tolerancia religiosa). Consolida los tres poderes del Estado,
si bien, en cuanto al Legislativo incorpora una segunda cámara, el Senado, triunfando así en España
un sistema bicameral, que ya no cesará hasta el breve y efímero texto constitucional de 1931. Esta
Constitución fue técnicamente estimable y políticamente conciliadora, por lo que podría haber
auspiciado un largo tiempo de estabilidad constitucional. No obstante, no fue así, y el texto
constitucional no respondió a las esperanzas de conciliación que se habían dispensado sobre él. Su
constante incumplimiento y su constante vulneración no fueron los mejores elementos para su
consolidación.

● Conclusión

En suma, se han dado múltiples cambios y reformas en la Constitución a lo largo de la


historia. El ambiente revolucionario y las ideas del liberalismo radical de la Revolución Francesa
llegaron a España recogiendo en el primer texto constitucional la Constitución de Cádiz de 1812, de
carácter filosófico y a la vez liberal.

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El moderantismo en España:
las constituciones de segunda generación

A partir de la Santa Alianza, se modificarán los presupuestos constitucionales revolucionarios


de la etapa anterior y consolidará nuevos modelos constitucionales con un amplio protagonismo de la
monarquía, como eje nodal dentro de la Constitución. Atrás queda el sistema presidencialista y
asambleario, basado en el imperio de la Constitución sobre la ley, propio de Estados Unidos, Francia o
España, por un sistema monárquico abierto al régimen parlamentario en el que predomina la ley sobre
la Constitución. Se difumina la estricta separación de poderes por una perseguida confusión de los
mismos, que permite, por un lado un cierto control del ejecutivo sobre el legislativo y sobre el
judicial. En suma, un constitucionalismo más moderado, menos revolucionario, en el que los derechos
fundamentales y libertades públicas aparecen fugazmente por los textos constitucionales y siempre a
expensas de un desarrollo normativo que no hace sino reducir su ámbito de ejecución y aplicación.
Ejemplos de constituciones de segunda generación son el Estatuto Real de 1834 y la Constitución de
1845 y la de 1876.

El moderantismo de estas constituciones supone un rechazo a la soberanía nacional, en


beneficio de una soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, así como la adecuación del sistema
político a las clases dirigentes políticas. El Estatuto Real de 1834, que incorpora una segunda Cámara,
es inequívoco en cuanto a la consolidación de unas élites no democráticas, sino sólo sociales, y
procedentes de los viejos privilegios del Antiguo Régimen. El art. 3 establecía la composición de
dicho Estamento de Próceres, equivalente al Senado, y que lo compondrían reverendos arzobispos y
reverendos obispos, un número indeterminado de españoles, elevados en dignidad e ilustres por sus
servicios en las varias carreras, propietarios territoriales y dueños de fábricas, entre otros. Se
consideraba a todos los Grandes de España como miembros natos, siendo hereditaria esta condición
de Prócer o Senador.

Otro ejemplo lo encontramos en el pensamiento ideológico moderado y conservador que


presidió la Constitución de 1845, y que podemos observar en la conferencia pronunciada por Joaquín
Francisco Pacheco en el Ateneo de Madrid en 1844: “El derecho electoral no será un derecho de
todos, y las ínfimas clases de cualquier país deberán estar privadas de él por la razón sencilla de que
no podrán ejercerlo convenientemente (…). Se ha tomado, por regla general, como base para la
concesión de este derecho el goce de cierta renta o el pago de determinada contribución. Este
principio, señores, es racional y aceptable. La riqueza, o por mejor decir el bienestar, la vida holgada y
fácil, en que el trabajo material no es una carga dura (…) es lo que debe tomarse como condición de
capacidad política, porque es lo que da la inteligencia y la valía en el orden social. Quien gana
afanosamente su sustento en un trabajo ímprobo y con el sudor de su rostro, quien no puede disfrutar
alguna vez del divino descanso que nos realza tanto a nuestros ojos y a los de la multitud, quien está
reducido a un escaso jornal, o a una existencia poco más feliz, semejante a una máquina, semejante a
un ser esclavo y maldecido; ese no puede pretender la consideración ni la estima política, que
naturalmente recaen en el que lleva una ventaja de mérito”.

● Conclusión

Por tanto, el moderantismo llegó a España, ya que los acontecimientos hicieron inviable el
mantenimiento del Absolutismo político. Así, las constituciones de segunda generación fueron el
Estatuto Real de 1834, la Constitución de 1837 y la Constitución de 1845.

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Revolución y restauración:
sus modelos constitucionales

En la línea de la concepción de constituciones de primera generación y que estuvieron


vigentes, en las que priman la consecución de Derechos y libertades, debe situarse la constitución
resultante de la revolución progresista denominada “La Gloriosa” de 1868, mediante la cual el
General Serrano formó un Gobierno provisional encargado de redactar un manifiesto con los
principios esenciales de dicha revolución progresista: la estrecha ligazón entre soberanía nacional y
sufragio universal; la transformación de la Monarquía en una institución democrática basada en la
propia soberanía nacional, configurándose como un poder constituido, pero establecido por la nación
también soberana; la concepción de derechos individuales naturales, absolutos e ilegislables; por
último, una concepción anticlerical y de absoluta libertad religiosa. Todos estos postulados fueron
incorporados en la Constitución aprobada por las Cortes constituyentes en 1869. El texto
constitucional se articuló de forma no excesivamente extensa, con 112 artículos, completa,
sistemática, y rígida en cuanto a su reforma. Con esta Constitución se dio el salto cualitativo de pasar
de un Estado liberal de Derecho a un Estado democrático de Derecho en los que la soberanía nacional
y el sufragio universal, además del reconocimiento de derechos fundamentales y libertades públicas
estaban en el eje de su fundamento. De ahí que hubo una importante reforma política para adaptar
todo el sistema legislativo a estos nuevos principios constitucionales, tales como la ley electoral, la ley
del sufragio universal, ley provisional del poder judicial, Código Penal o la ley de enjuiciamiento
criminal.

Sin perjuicio de su viabilidad, tampoco consiguió consolidarse debido a la propia lógica de


nuestra historia constitucional de constituciones profundamente programáticas de los partidos en el
poder. Los vaivenes de las principales instituciones, la ausencia de Monarca, la breve dinastía de
Saboya, la creación de la I República, y un enfrentamiento entre carlistas, alfonsinos y republicanos,
dieron al traste con la Constitución, y con el restablecimiento del sistema monárquico, comenzando
así el período histórico denominado Restauración.

La Restauración profundiza en los modelos constitucionales moderados y conservadores, y lo


podemos observar en la tercera constitución que representa a este modelo de segunda generación, cual
es la de 1876. Sus principios son inequívocos del modelo moderantista, ahora todavía más
conservador si cabe: el principio de colaboración de poderes, donde se estableció un turno de partidos
basado en el régimen de las confianzas, de tal manera que perdida la confianza por parte del
Parlamento o del Monarca, no es necesario realizar nuevos procesos electorales, sino que se otorga la
confianza al partido que se encuentra en la oposición para así asumir el Ejecutivo. En suma, las
propias líneas programáticas del partido moderado se reflejarán en los preceptos constitucionales. A
todo ello responderán los textos, con importantes reducciones en el ejercicio de los derechos
fundamentales, como el sensible derecho político al voto, que será tremendamente reducido, tanto en
su concepción activa como pasiva, pasando a ser censitario; o la ausencia de la libertad de culto, dado
que se vuelve a la confesionalidad del Estado.

● Conclusión

Por tanto, la Restauración es el comienzo de un periodo de estabilidad política, basado en el


equilibrio y la paz social, dando lugar a la Constitución de 1876, donde aún no se observa la división
de poderes y unos derechos individuales aún imposible ejercitarlos.

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El Estado social de Derecho:


la Constitución republicana de 1931

Desde fines del s. XIX, el problema social que arrastraba España, basamentado en una mala
distribución de la riqueza, la falta de trabajo para la inmensa masa de trabajadores, una nefasta política
de reforma agraria así como una tardía pero necesaria revolución industrial, provocaron que la
conflictividad social elevara las cotas de poder de los grupos políticos socialistas y comunistas, así
como de las organizaciones sindicales, y una reducción de las fuerzas conservadoras y monárquicas.
Con ocasión de este panorama político se establece la II República en España que dotará a los
españoles del primer constitucionalismo social, gracias al texto aprobado en diciembre de 1931.

“España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en


régimen de libertad y justicia”. Así se expresaba el artículo 1 de una constitución, que establecía una
nueva fórmula de Estado, la republicana, desapareciendo la figura del Monarca como Jefe del Estado.

Esta constitución garantizó por fin la soberanía popular, expresada en el derecho al sufragio
libre, universal, directo y secreto de todos los españoles, sin distinción de sexo. Igualmente garantizó
un gran conjunto de derechos fundamentales y libertades públicas, entre ellas la laicidad del Estado, y
redistribuyendo estos derechos, entre los considerados como derechos políticos (derecho al sufragio) y
derecho sociales y económicos, con una especial protección al trabajo, a la familia, a la economía y a
la cultura.

Se regulaba como era evidente una nueva Jefatura del Estado, la presidencia de la República,
elegida conjuntamente por las Cortes y un número de compromisarios igual al de diputados
nacionales, con mandato de seis años, diferenciado de la presidencia del Gobierno, como líder del
Ejecutivo y habilitado tras la correspondiente convocatoria electoral. Institucionalmente surge un
nuevo Tribunal, el de Garantías Constitucionales, precedente del actual Tribunal Constitucional.

Otra novedad de la constitución de 1931 se encuentra en su modelo de vertebración del


Estado, ya que el nuevo Estado, ahora denominado “integral”, se estructura en la base a través de una
administración local compuesta por municipios y provincias –y sus correspondientes órganos de
gobierno, Ayuntamientos y Diputaciones provinciales-, a nivel intermedio a través de las llamadas
Regiones Autónomas – precedente del actual modelo autonómico- y a nivel central, la Administración
del Estado central. De este Estado integral podrán surgir, por agrupación de provincias, las llamadas
regiones autónomas, de las que fueron habilitadas las de Cataluña y País Vasco, ambas con aprobación
de sus correspondientes Estatutos de Autonomía, así como las de Galicia y Andalucía, que no vieron
nacer sus correspondientes estatutos regionales.

● Conclusión

Tras el triunfo de los partidos republicano y socialista, la Monarquía fue derrotada y Alfonso
XIII abandonó el trono. La Constitución de 1931 destaca por ser demócrata y social y se caracteriza
por una soberanía popular, división de poderes, cortes unicamerales, sufragio universal, igual, directo
y secreto, y una organización territorial del Estado, entre otros.

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