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Entre los países continentales europeos, Francia es el primer Estado que adopta una
constitución que incorpora un nuevo orden social y político, a la vez que los elementos que
caracterizarán, orgánica y dogmáticamente, los nuevos cuerpos jurídicos fundamentales de los
Estados. Ahora bien, los iuspublicistas franceses del s. XVIII, testimonian la ambigüedad de la idea de
constitución, al igual que ocurrirá en otros Estados como España. Efectivamente, y como ocurre en
Francia, generalizadas en el lenguaje jurídico hispánico la noción de leyes fundamentales de los
Reinos, surgirá a mediados del siglo XVIII el término constitución que consigue afianzarse entre
algunos ilustrados españoles gracias a la influencia de Montesquieu, a su Espíritu de las Leyes, y más
en concreto al eco que se hace de la Constitución de Inglaterra, que luego analizaremos; y unos años
después, en 1766 con motivo del motín de Esquilache, la noción de constitución política del Estado
referida al viejo orden corporativo de la sociedad estamental, se asienta como elemento de defensa.
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TEMA 12. EL CONSTITUCIONALISMO HISTÓRICO ESPAÑOL
● Planteamiento
Planteamiento éste que corresponde a la clásica caracterización realizada por el ínclito García
Pelayo en la primera edición de su Derecho constitucional comparado, allá por 1950, en el que
discernía sobre su particular visión racional-normativa, histórica y sociológica del concepto de
Constitución. Bajo la primera visión, la racional-normativa, la Constitución debe ser concebida como
un complejo normativo que procede de un acto objetivo de voluntad legislativa (poder constituyente),
dirigido a definir el alcance y la protección de los derechos fundamentales y libertades públicas (parte
dogmática), así como a diseñar el entramado orgánico estatal (parte orgánica). Esta decisión del poder
constituyente, bajo esta perspectiva racional-normativa, se exonera de cualquier tradición histórica o
sociológica, de ahí su fuerte vinculación a procesos revolucionarios que rompen con la tradición
anterior, haciendo tabla rasa y proponiendo una nueva construcción del Estado, ahora reglamentado en
la Constitución.
Por su parte, esta perspectiva racional-normativa de constitución provocó una cierta reacción
contraria para aquellos que, desde distintas posturas ideológicas, pudieran manifestarse con otra
concepción más tradicionalista o historicista sobre la idea de la norma fundamental, y que en términos
generales, es reacia a admitir una nueva estructura social, libre e igualitaria, que lejos de propender de
una evolución lógica de la sociedad, es concebida como el resultado de una regulación racional y
sistemática de la sociedad implantada desde un texto constitucional, ajena a la realidad histórica
vivida desde siglos. Es la concepción histórica de García Pelayo sobre la constitución, concebida así
como un producto histórico, el resultado de todo un proceso aferrado a la tradición de siglos que ha
ido moldeando un producto jurídico, tan intangible como incuestionado. Fue sin duda Gran Bretaña el
principal valedor de esta concepción histórica constitucional, dado que su Constitución no es un
producto derivado de una voluntad única e inequívoca de un legislador que codifica en un único texto
la principal norma de los ingleses.
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respecto, para Martínez Marina, la idea de constitución no sólo no es una novedad en la España
contemporánea, sino que mantiene un abultado número de instituciones y principios arraigados en el
tradicionalismo histórico. Nada mejor para ello que apoyarse en el discurso preliminar de Arguelles,
quien evidenciaba que “nada ofrece la comisión en su proyecto que no se halle consignado del modo
más auténtico y solemne en los diferentes cuerpos de la legislación española”.
● Conclusión
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Surgen en este período que va desde el inicio del sistema constitucional en 1810- 1812, hasta
su definitiva implantación en 1837, las constituciones denominadas de primera generación, que son
aquellas que centran toda su atención en la consolidación de la transformación del modelo social y
político del Antiguo Régimen en otro que garantice la soberanía nacional y los derechos
fundamentales y las libertades públicas, por encima de cualquier otro orden político.
El ideario revolucionario que invade Europa desde finales del s. XVIII influye en España tras
la crisis de 1808, germinando su propia revolución a la española, expulsando al invasor francés. Así,
del viejo orden político monolítico que era el Antiguo Régimen, surgen ahora las minorías políticas
que copan las altas esferas de poder, repartiéndose así el poder de forma ideológica en dos grandes
bloques antagónicos. Por un lado, los absolutistas, aferrados al esquema del viejo régimen, defensores
del poder absoluto del monarca y de la sociedad estamental; y por otro lado, los liberales, acordes con
el nuevo rumbo de los tiempos, favorables a los principios de la soberanía nacional y partidarios de la
división de poderes, y por ende contrarios a la desigualdad social por naturaleza y al privilegio
jurídico.
Este grupo de los liberales, en una segunda etapa, la del trienio liberal, entre 1810 y 1823,
propenderán a una escisión ideológica, distinguiéndose entonces los doceañistas o defensores
moderados de la Constitución gaditana de 1812, partidarios del mantenimiento de una soberanía
compartida entre Rey y Cortes y muy recelosos de la vuelta del Absolutismo, por lo que sus reformas
constitucionales fueron siempre atrayentes del poder del Rey, aunque de forma controlada y
moderada. Por su parte, los radicales o exaltados, propugnan un mayor avance del programa
revolucionario gaditano, buscando seguir profundizando en la soberanía nacional, reducir los poderes
del Rey y consolidar definitivamente el sistema constitucional.
➔ Etapa moderada
Una escisión aún más conservadora de esta ideología tiene lugar tras la Restauración
monárquica en 1874, y cuya constitución paradigmática es la de 1876. Se trata de la ideología
vertebrada en los partidos conservador y liberal que se turnaron en el poder casi 40 años. Era una
ideología marcadamente oligárquica, con miembros reclutados de la burguesía aristocrática, vieja
nobleza y altos funcionarios. El autoritarismo de su ideología, representada en su creador, Cánovas del
Castillo proyectó un programa ideológico algo más pragmático, más regeneracionista que estuvo
representado por el partido liberal de Silvela, partidario aún de la soberanía compartida, pero
ahondando en los viejos proyectos de la ideología liberal y progresista como era el sufragio universal
o los derechos individuales.
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➔ Etapa progresista
Encuadrada esta ideología progresista, dentro de los liberales radicales del trienio liberal,
tuvieron su refugio ideológico, tras la revolución de septiembre de 1868, en la Constitución de 1869.
Garantista de un modelo de liberalismo radical si cabe, eran partidarios de unas Cortes que asumieron
en exclusiva la soberanía nacional, negando para ello el poder soberano, incluso el poder moderador
de la Monarquía. Esta ideología progresista, enmarcada en ese avance de las constituciones de primera
generación basamentadas en la conquista de derechos de los ciudadanos, defendía la igualdad jurídica
de todos, la extensión del derecho electoral a la mayor parte de la población, aunque inicialmente sólo
masculina, al fortalecimiento de los poderes locales y provinciales buscando más descentralización,
libertad de imprenta, etc. Su afán era minorar los derechos del Monarca y de la Iglesia, instituciones
que representaban los más rancio del Antiguo Régimen.
Respecto del primero, el partido demócrata republicano que tuvo su mayor éxito en la primera
república y el intento de constitución federal, tuvo tres ejes doctrinales: la declaración de derechos de
los ciudadanos, donde se integraran y reconocieran la mayor parte de los derechos que históricamente
había ido conquistando el liberalismo, así como los nuevos de reunión, asociación y libertad de
conciencia; la transformación del sistema en base a la soberanía popular, erradicando definitivamente
la institución regia; la consolidación del sufragio universal sin distinción de sexo; y el establecimiento
de un Estado intervencionista en cuestiones sociales buscando la igualdad.
Respecto de los segundos, los partidos políticos de índole social y obrero, el más reconocido
por todos es la aparición en 1879 del Partido Socialista Obrero Español, compuesto inicialmente por
tipógrafos, marmolistas, zapateros, médicos, diamantistas, y demás profesionales, y que fueron
dirigidos en sus primeros años por el gallego Pablo Iglesias. Su ideología política, de tinte marxista,
daba cabida a tres pretensiones fundamentales: abolición de las clases sociales, transformación de la
propiedad individual en propiedad colectiva o social, y posesión del poder político por la clase
trabajadora (dictadura del proletariado)
● Conclusión
En suma, a lo largo del tiempo se dan cuatro etapas que van cambiando la ideología de la
sociedad y, por tanto, se da un cambio en la materia jurídica: afianzamiento del sistema liberal,
moderada, progresista, y demócrata y social, cambiando totalmente de una sociedad absolutista a una
sociedad más demócrata.
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José I para legitimar su acceso al trono quiso rodearse de una cierta legalidad gestando una
Asamblea Constituyente en Bayona, que avalase no sólo el cambio dinástico sino que sirviera para
otorgar a España una Carta constitucional que, además de refrendar la nueva dinastía, mantuviera así
la tradición monárquica española, a la vez que introducía algunos principios de la Revolución
francesa, con el mantenimiento de otros de viejo cuño hispánico, como era la protección y defensa de
la religión católica.
A pesar de que los españoles constituyentes en Bayona, junto con José I, juraron la pretendida
Carta constitucional, tanto el Monarca como el texto constitucional sólo fueron reconocidos en
aquellas zonas controladas por el ejército francés, tras su entrada en España a partir de la firma del
Tratado de Fontainebleau en 1807, que recordemos preveía la ocupación francesa en territorio español
para conquistar Portugal y repartírselo entre Francia y España. Esta alianza franco-española para
doblegar a Portugal, aliada de Inglaterra y enemiga de Francia, provocó, de un lado que José I se
erigiera en Monarca de un país, España, dividido en dos, entre los leales a la causa de Fernando VII y
sus aliados los afrancesados y aquellos que asumirán la soberanía supuestamente secuestrada por el
Emperador de los franceses; y por otro lado, provocó que el Príncipe Regente de Portugal, el futuro
Juan VI, se exiliara en Río de Janeiro con toda la familia real, dejando al frente del Gobierno
portugués a un Consejo de Regencia.
En septiembre de 1808, las juntas provinciales deciden traspasar dicha soberanía a una Junta
Central Suprema y Gubernativa de España e Indias ubicada finalmente en Cádiz. Fue integrada por 35
miembros representantes de cada uno de los Reinos que integran las Coronas, en representación de sus
Juntas Provinciales. La disolución de esta Junta Central en 1810 supuso la creación de un Consejo de
Regencia, el cual permitió la reunión de unas Cortes en Cádiz encargadas de llevar a cabo las medidas
que estimaran oportunas para la salvaguarda de la nación, así como la de realizar la Constitución
política de España, entramado jurídico que permitirá la edificación del nuevo Estado contemporáneo y
liberal.
Antes incluso de que la Comisión Constitucional fuese constituida y aprobada, muchas de sus
leyes de rango constitucional habían sido ya elaboradas por las propias Cortes Generales y
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Extraordinarias, desde que éstas se pusieron a trabajar en 1810. Destacan entre otros principios
programáticos, la consideración de la nación española como la reunión de ambos hemisferios, la
soberanía nacional o la división de poderes. Entre los derechos fundamentales, antes incluso que la
constitución fueron decretados los siguientes: igualdad, libertad política de imprenta, liberad del
comercio, abolición de la tortura y otras prácticas aflictivas. Desde un punto de vista programático, las
Cortes de Cádiz constitucionalizaron, previamente a la Constitución, algunos principios tales como la
inviolabilidad de los diputados, la prohibición de que éstos soliciten admisión en empleos o solicitud
de pensiones durante su mandato y el año inmediato posterior, el establecimiento de un reglamento
provisional del Poder ejecutivo, el Consejo de Estado, o un reglamento para la Regencia del Reino.
No hay lugar a dudas que el trabajo de la comisión constitucional que se formó en las Cortes
con la misión de proponer una Constitución política, se realizó sobre la existencia de un proyecto
previo, o unos trabajos previos realizados con anterioridad a la constitución de las Cortes. Una especie
de fase preconstituyente o preparlamentaria comenzó a partir de los acuerdos de la Junta de
Legislación, órgano al servicio del Estado y en este caso auxiliar de las Cortes y de su comisión
constitucional, tomados en sus reuniones. El personaje que sirve de enlace entre esta Junta de
Legislación y la futura comisión constitucional es Antonio Ranz Romanillos, un hombre ajeno al
cuerpo de diputados y de miembros de la Comisión, pero artífice en gran medida del borrador de
proyecto constitucional presentado a la comisión, lo que le hará participar con posterioridad en dicha
Comisión constitucional.
La Junta de Legislación en 1809, y estuvo integrada, entre otros, por personajes claves de la
configuración del nuevo orden jurídico contemporáneo, tales como Manuel de Lardizabal, José Pablo
Valiente, Agustín de Arguelles o el propio Antonio Ranz Romanillos, los más asiduos a las reuniones
de la Junta. Una vez concluido el trabajo de la Junta en enero, ésta no llegó a concluir un proyecto de
Constitución, sino una referencia de los principios que debería contener la futura Constitución:
separación de poderes, representación nacional en base a la población, sobre la que debía recaer la
soberanía nacional, dado que esta representación elegiría al poder legislativo, a las Cortes, sobre la
que se consagrará la potestad de dar a la Nación su Constitución.
La comisión constitucional pronto se puso manos a la obra, si bien con ciertas vicisitudes que
hicieron que las sesiones de trabajo oficiales no tuvieran lugar hasta 1811, probablemente supeditadas
al traslado de las Cortes a Cádiz. El proyecto de Constitución se aprobó por partes, pasándose
igualmente por partes para su lectura en las Cortes. Los debates parlamentarios tuvieron lugar apenas
unos días después de que se fueran leyendo en Cortes las sucesivas entregas de partes de la
Constitución aprobadas por la Comisión Constitucional. El último bloque referente a los cuatro
últimos títulos concluyó a principios de 1812. Distintos decretos de la Regencia dieron por aprobado
el texto constitucional, para que se pasara a la firma de todos los diputados y se publicara, así como el
conjunto de solemnidades con las que debía proclamarse y jurarse la Constitución en todos los
pueblos de la Monarquía.
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se presentará en la sala de sesiones para jurarla, bajo la fórmula recogida en el Decreto. También, se
hará la publicación solemne de la Constitución, con su lectura en voz alta.
Esta nueva Constitución de 1837, mucho más breve que la anterior, de tan sólo 77 preceptos,
es la constitución que consolida definitivamente el régimen constitucional en España. Tenían como
misión la realización de una reforma constitucional del texto gaditano, finalmente propusieron una
nueva constitución. Se consolida la soberanía nacional, y profundiza mucho mejor en el
reconocimiento de los derechos fundamentales y las libertades públicas, lo que se observa en la
eliminación de la confesionalidad del Estado por una observancia de la religión católica por parte de
la mayoría de los españoles (principio de tolerancia religiosa). Consolida los tres poderes del Estado,
si bien, en cuanto al Legislativo incorpora una segunda cámara, el Senado, triunfando así en España
un sistema bicameral, que ya no cesará hasta el breve y efímero texto constitucional de 1931. Esta
Constitución fue técnicamente estimable y políticamente conciliadora, por lo que podría haber
auspiciado un largo tiempo de estabilidad constitucional. No obstante, no fue así, y el texto
constitucional no respondió a las esperanzas de conciliación que se habían dispensado sobre él. Su
constante incumplimiento y su constante vulneración no fueron los mejores elementos para su
consolidación.
● Conclusión
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TEMA 12. EL CONSTITUCIONALISMO HISTÓRICO ESPAÑOL
El moderantismo en España:
las constituciones de segunda generación
● Conclusión
Por tanto, el moderantismo llegó a España, ya que los acontecimientos hicieron inviable el
mantenimiento del Absolutismo político. Así, las constituciones de segunda generación fueron el
Estatuto Real de 1834, la Constitución de 1837 y la Constitución de 1845.
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Revolución y restauración:
sus modelos constitucionales
● Conclusión
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Desde fines del s. XIX, el problema social que arrastraba España, basamentado en una mala
distribución de la riqueza, la falta de trabajo para la inmensa masa de trabajadores, una nefasta política
de reforma agraria así como una tardía pero necesaria revolución industrial, provocaron que la
conflictividad social elevara las cotas de poder de los grupos políticos socialistas y comunistas, así
como de las organizaciones sindicales, y una reducción de las fuerzas conservadoras y monárquicas.
Con ocasión de este panorama político se establece la II República en España que dotará a los
españoles del primer constitucionalismo social, gracias al texto aprobado en diciembre de 1931.
Esta constitución garantizó por fin la soberanía popular, expresada en el derecho al sufragio
libre, universal, directo y secreto de todos los españoles, sin distinción de sexo. Igualmente garantizó
un gran conjunto de derechos fundamentales y libertades públicas, entre ellas la laicidad del Estado, y
redistribuyendo estos derechos, entre los considerados como derechos políticos (derecho al sufragio) y
derecho sociales y económicos, con una especial protección al trabajo, a la familia, a la economía y a
la cultura.
Se regulaba como era evidente una nueva Jefatura del Estado, la presidencia de la República,
elegida conjuntamente por las Cortes y un número de compromisarios igual al de diputados
nacionales, con mandato de seis años, diferenciado de la presidencia del Gobierno, como líder del
Ejecutivo y habilitado tras la correspondiente convocatoria electoral. Institucionalmente surge un
nuevo Tribunal, el de Garantías Constitucionales, precedente del actual Tribunal Constitucional.
● Conclusión
Tras el triunfo de los partidos republicano y socialista, la Monarquía fue derrotada y Alfonso
XIII abandonó el trono. La Constitución de 1931 destaca por ser demócrata y social y se caracteriza
por una soberanía popular, división de poderes, cortes unicamerales, sufragio universal, igual, directo
y secreto, y una organización territorial del Estado, entre otros.
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