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1.

Establecer el marco de referencia objetivo desde el nivel del sentido en Schwob ¿Qué se
narra? ¿Cómo? ¿Quién narra, desde la perspectiva de quién o quiénes? ¿Cuál es la
historia principal y sobre cuales historias marginales se edifica?

“El hombre doble” de Marcel Schwob, es un relato, en tercera persona, que toma la perspectiva
focal de un juez de instrucción. Aunque, en efecto, la narración se desarrolle focalizando al
personaje del juez, en que se nos dan a conocer sus pensamientos y sensaciones, hay, no
obstante, salvedades en que el narrador nos refiere actos de otros personajes más bien
marginales. Esto es relevante por cuanto la focalización de la narración en el personaje del juez
implica que la información que obtengamos de los espacios, personajes y situaciones, está
filtrada o matizada por su subjetividad (aunque es preciso estar atentos a los momentos en que
esta perspectiva focal se ve interrumpida); correlativamente, los dichos y acciones de los
personajes secundarios dan objetividad a la narración focalizada, y en este sentido, la
constatación de información como la ausencia de la misma, son puntos clave.
El relato (historia principal) se desarrolla en una sala sobre un interrogatorio que el juez
de instrucción realiza al inculpado. El espacio donde se desarrolla el interrogatorio no está
explícitamente determinado, aunque puede inferirse, puesto que el interrogatorio (historia
principal) se realiza dentro de un proceso indagatorio sobre el asesinato de una mujer (historia
secundaria), y dado que el relato inicia con el inculpado dejado a las puertas del lugar por unos
guardias municipales, que se efectúa dentro de una sala en un tribunal (pertinente en relación a
actos sujetos bajo régimen de legalidad).
Desde el comienzo, el relato focalizado, proyectado desde la subjetividad del juez,
funciona como principio de organización de la información, se nos dice: “El corredor
embaldosado resonó bajos sus pasos, y el juez de instrucción vio a un hombre pálido, de
cabello lacio, con patillas anchas y ojos constantemente inquietos y escrutadores.” La
importancia de la perspectiva focal se subraya con el resonar de los pasos en el corredor, pues
el relato inicia en el momento mismo que el inculpado entra en el ámbito de percepción del
juez, y reafirmada por el narrador cuando nos refiere el aspecto exterior del inculpado en el
momento en que el juez lo ve, es decir, cómo este lo ve. Respecto al inculpado, de quien
desconocemos el nombre (no sólo de él sino de todos los personajes, a los cuales se hace
referencia mediante su ‘cargo’ o función en el proceso), se nos dice, es un hombre de aspecto
abatido y cuyo rasgo peculiar son unos ojos muy vivos en un rostro terroso, refiriéndonos
también su modo de vestir, traje, levita, sombrero y pantalones anchos, “un miserable hombre
de ley”, hecho que cobrará importancia en el paralelismo del aspecto exterior de éste con el del
juez; y rematando en el mismo sentido con una afirmación de percepción: “le dio la extraña
impresión de que ante sí tenía a otro juez de instrucción, de levita y patillas cortas, ojos
inquietantes y escrutadores, especie de torpe, insistancial y mal trazada caricatura, esfumada en
la bruma gris del día”. Aunado a ello los juegos de luz y sombra que, ocasionados por la
lámpara, producen en los pliegues del rostro del inculpado y suscitan en el juez cierta
observación.
El interrogatorio del juez sobre el inculpado, que constituye la ‘historia principal’, parte de una
‘historia secundaria’: el asesinato de una mujer de vida fácil. El narrador nos refiere, al
respecto, el acontecimiento y las circunstancias en que se dio: la mujer fue hallada muerta en su
casa en la calle Maubeuge con la garganta cortada, aparentemente realizada por una mano
experimentada. La mujer asesinada era, por lo demás, bien conocida entre la “gente alegre”, lo
mismo que sus alhajas, razón por la cual los revendedores de las casas de empeño del Marais y
a los mercaderes del barrio Saint-Germain habían señalado por unanimidad al inculpado como
verdadero culpable. La señal que estos dan, funciona como una pauta de objetividad en que se
vinculara al inculpado con el asesinato, y por lo tanto, como su posible ejecutor.
Ante el interrogatorio del juez, el hombre da respuestas manifiestamente confusas,
evasivas; no obstante, guarda hacia él “fórmulas de cortesía y simpáticos atenuantes”. El
interrogatorio transcurre con múltiples e inexplicables contradicciones, entre ellas el aspecto
exterior jurídico del hombre y su carencia de conocimiento relativo a la materia; el inculpado
trabajaba para un abogado, corroborado objetivamente como desconocido, y las joyas que había
vendido las había obtenido según decía por una herencia y en razón de su trabajo, venderlas,
obtener algún dinero y llevarlo a casa de su patrón; la noche del crimen, afirmaba estar dormido
en su cama.
Una segunda intervención, se da cuando el dueño del hotel donde el inculpado de
hospedase, da objetividad a la ausencia de éste y clara contradicción en su decir, agregando que
había vuelto a la madrugada con el rostro pálido y abrumado.
El juez, entonces de manera contrastante, le refiere al inculpado sus contradicciones, las
pruebas que lo relacionan con el crimen, le explica incluso su delito y le refiere lo abominable
del mismo; todo ello, se nos dice, “conservando una especie de respeto hacia el personaje
exterior que el hombre representaba, con una cierta piedad por su actitud abatida, por sus
razonamientos de idiota”, llegando incluso a llamarle “amigo mío”. El inculpado a su vez
simplemente rechaza las concreciones y niega las pruebas, sin embargo lo hace como lo había
hecho anteriormente el juez, a modo de exhortación. Un cierto paralelismo se desarrolla aquí en
que se nos dice, “Los tonos de voz se fueron acentuando y se convirtieron en pálida imitación
de los tonos de voz con que el magistrado de dirigiera a él. Las palabras que acudían a sus
labios eran copia de las que escuchara”. Enseguida, para acentuar el desconcierto y para
corroborar de manera externa el paralelismo, el narrador nos introduce la presencia del
secretario hasta antes ignorado, nos dice “A pesar de la seriedad del hombre y del horror del
crimen el secretario sonreía al escribir”. El paralelismo entonces se cristaliza, y se nos dice: “A
tal punto que, que la apariencia imprecisa que había asombrado al juez de instrucción cuando
entrara el acusado, se convertía ahora en la imagen clara, exacta, de un hombre de ley que
discute con un colega”. Cristalización que envuelve los dos personajes en un mismo cuadro,
señalado por la comparación a un aguafuerte, donde dos elementos, el negro y el blanco
conforman, en interdependencia, una sola imagen.
Enseguida, el narrador nos revela la única relación factual (si descartamos la señal de
los revendedores como una prueba de baja ponderación) que liga al inculpado con el crimen “El
juez fue al nudo del asunto con autoridad. Ya no discutió las posibilidades sino los hechos. El
cuello de la víctima había sido cortado por una mano experimentada, y se sabía con qué arma.
El juez puso ante los ojos del hombre un cuchillo, manchado de sangre, que se había
encontrado tras de su cama…” El cuchillo entonces como catalizador provoca que el inculpado
comience a hablar con palabras “dirigidas evidentemente a otras personas que no estaban allí”,
en una desconcertante perorata. En ella la fórmula pregunta y respuesta, que presupone por lo
menos dos instancias comunicativas, introduce el elemento del doble articulado en un mismo
discurso bajo la figura de un solo hombre. El carácter vago e incoherente de las frases,
intercalado con elementos presentes no sólo en el universo verbal del relato sino que podrían
referirse a los mismos personajes y circunstancias en que se hallan, el interrogatorio (véase por
ejemplo, ‘alhajas’ ‘yo estaba bien vestido’, ‘conocen bien su trabajo’, ‘lo embrome al otro
zoquete’, ‘lo despiste con un buen camelo’) dan la sensación de que habla en efecto, de algo
concreto y relativo al mismo relato. Y para culminar nos dice: “voy a descansar en mi asiento”,
mientras el hombre se dirige al sillón del juez, donde su cuerpo “se desplomó inerte”.
Al final el narrador nos dice focalizando, que el juez se planteó un dilema:
“De los dos personajes simulados a medias que tuviera ante sí, uno era culpable y el otro no.
Este hombre era doble y tenía dos consciencias; pero de ambos seres reunidos en uno sólo ¿cuál
es el verdadero? Uno de los dos había actuado, pero ¿era ése el ser primordial? En el hombre
doble que se había revelado ¿Dónde estaba el hombre?”

2. Desde el ámbito de la significación y a nivel poetológico, establecer las correlaciones entre


las causas eficientes y las finales para generar una o dos conjeturas sobre ¿por qué la obra de
Schwob es destacada según su planteamiento estético?

A mi juicio, la obra de Schwob, destaca por su planteamiento en virtud de que el fenómeno del
doble se da de manera múltiple, en este sentido, la elección de una narración en tercera persona y la
perspectiva focal del juez, son primordiales. Pudiendo elegir, teóricamente, un relato en primera
persona, quizás, el fenómeno del doble se circunscribiría al personaje protagónico y más
difícilmente podría extenderse el fenómeno del doble a otros personajes, puesto que carecería de
una pauta de objetividad; así, la perspectiva focal permite plantear la posibilidad, dado que la
información es proyectada desde la subjetividad del juez, del desdoblamiento del mismo en el
momento que el aspecto exterior del inculpado se cristaliza como un espejo, y parece verse él
mismo, a lo que acuden señales ya plantadas anteriormente, como la levita, las patillas, el aspecto
jurídico, etc.; permite a su vez, el desdoblamiento de una tercera persona, el inculpado, elaborado en
el desconcertante discurso que trabaja dos voces, y señalada por el dilema que se plantea el juez al
final. Lo mismo puede decirse, aunque con más reservas, del personaje del secretario cuya actitud
contrasta notablemente con su labor y lo que ocurre en el momento. Finalmente, es interesante
señalar las múltiples alusiones a fenómenos de dualidad, como los claroscuros en el rostro del
inculpado, la comparación con el aguafuerte, la dualidad piedad-terror.

Ignacio Adrian Villagomez Flores

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