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LA ESCENA EN EL CUENTO
María Teresa Andruetto
Apuntes.
Piglia trae a cuento una anotación hecha por Chejov en su cuaderno: Un hombre en
Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a su casa, se suicida”.
Como lo previsible sería: un hombre juega-pierde-se suicida, podemos imaginar
fácilmente que hay en esta pequeña anécdota dos historias: una que tiene que ver
con el juego, otra que tiene que ver con el suicidio.
La historia que la anécdota elige decir, la escena del cuento, para decirlo a partir de
nuestra preocupación de hoy, es la del juego. La historia del suicidio en cambio está
escondida, apenas si se vislumbra ( tal vez el hombre era desdichado
afectivamente, o estaba gravemente enfermo y fue al casino como quien se da un
último gusto, acaso tener suerte en el juego le confirmaba su mala suerte en el
amor, o tal vez era una de esas personas que viven el éxito como un fracaso, etc.).
Tenemos muchas lecturas posibles acerca de las razones por las que el hombre se
pudo haber matado. Muchas razones y una sola certeza: no se mató (solamente)
porque ganó en el casino, hay algo más allí, algo escondido que quisiéramos
develar.
Esto es en esencia un cuento: el relato de una historia que lleva, en sus intersticios,
escondida, otra. La primera historia, la que elegimos contar, la historia visible, por
así decirlo, es la escena del cuento, la escena donde suceden los hechos narrados.
La otra no está contada en sentido estricto, sólo está presente a partir de indicios,
datos aislados aquí y allá, infiltrados entre las grietas de la historia uno, para que el
lector la infiera. La primera funciona como metáfora de la segunda. Dar la parte por
el todo, diríamos. Como toda la gracia de leer un cuento es inferir, descubrir por
nosotros mismos, a partir de ciertos indicios, lo oculto, lo secreto de una/s vida/s,
podríamos decir que la segunda historia, la que no se cuenta, la que elegimos
esconder, contiene lo que realmente quisimos decir, aquello que nos conmocionó
alguna vez y por eso mismo nos lanzó a escribir el cuento. Dicho de otro modo, para
narrar eso que pretendemos que le llegue a un lector ( algún relámpago de lo que
fue la represión), debemos esconderlo adentro de otra historia ( la represión,
podríamos decir, es algo demasiado grande para un cuento, demasiada trama,
demasiada materia narrativa, imposible de contar, desbordaría trama todo el
tiempo), una historia más pequeña, encuadrada espacial y temporalmente – la
escena- en la que se cuenta algo acaso banal o reducido o aparentemente
insignificante (el encuentro de dos personas en un bar).
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Velar la historia oculta, la que el lector debe inferir, pero ser muy claro, muy preciso
en la historia uno, la historia que se muestra en la escena del cuento, sobre todo
dotar al texto de una gran visibilidad ( Todo lo que decimos debe poder verse.
Chejov). El objetivo en mi caso, era narrar con precisión el encuentro en el bar. El
encuentro (casual o no) entre un hombre y una mujer. Y dejar caer de una manera
velada, sesgada, el pasado de ambos, la represión, la vinculación represor/detenida,
víctima/victimario, el exilio, la relación de ella con su marido.
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De hecho, la historia dos, la escondida, es la verdaderamente importante (el
proceso, las relaciones de poder y de sometimiento entre las personas, la violencia,
la destrucción, el exilio, el deterioro, las formas más íntimas de sometimiento, en
este caso), precisamente por eso debe ser inferida (ya dijimos, todo el placer de leer
está en inferir a partir de unos datos), no puede ser contada por sí, es tan grande,
tan terrible, tan extensa, que si se las dice así, explicitadamente, el lector no se
conmociona, se vuelve de piedra como aquel Perseo que miraba a medusa a los
ojos, entonces tenemos que decir eso que queremos decir sin decirlo, decirlo a
través de otra historia que funciona como excusa, como pretexto narrativo ( la
escena del cuento), decirlo a través de una circunstancia pequeña que permita al
lector inferir eso que queremos decir.
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Fue explorando la forma del cuento en un libro con personajes mujeres, un libro
al que pertenece este cuento, que pude ver lo que muchos saben: el valor que tiene
en la construcción de un cuento el encuadre de la historia en un recorte temporal y
espacial estrecho, cuanto más acotado mejor, en una situación condensadora de lo
dramático de un modo similar a lo que sucede con las escenas de teatro. Es,
digamos, como mirar lo que sucede, tras un marco de cuadro vacío. Ver sólo lo que
entra, lo que cabe en el marco, y dejar afuera todo el resto. Si algo se sale de
escena, dejarlo, porque se ha puesto la cámara en un punto y lo que está fuera del
marco no puede ser tomado por ella. Podríamos decir, de algún modo, que un
narrador es la cámara.
***
En el caso de Los rastros de lo que era yo tenía un punto de partida: la historia real
de una mujer, amiga de un amigo, que (como tantas) fue tomada por un represor,
llevada a un departamento y destinada a todo servicio. Tenía esa historia, la de esa
tal Graciela, como tantas otras, en la cabeza. Apuntes que toma el corazón, como
quien dice. Después alguien me habló de una paciente vinculada afectivamente a un
hombre que la dañaba, me dijo que ella se había referido a esa situación intentando
justificarse con la frase: es el cuerpo, habla; ¿cómo habla el cuerpo? Había
preguntado ella, y la otra había dicho: habla, como hablan los cuerpos cuando
hablan. Pensé (o tal vez recordé) situaciones en las que el cuerpo habla a pesar de
uno y dice lo que uno no quiere hacer, no quisiera; o peor aún, dice cosas que uno
desearía no desear y, sin embargo, a su pesar desea imperiosa, compulsivamente.
Ambas ideas (la de la mujer dominada por un agente externo: el represor; y la mujer
dominada por cuestiones internas: el cuerpo que habla) se trenzaron, por así
decirlo. Pero tuve muchos problemas, no sabía por dónde empezar. Una cosa tenía
clara: no podía contar todo, no podía dar una cronología de los hechos porque de
ese modo los hechos o se banalizaban (se convertían en una simple sucesión de
circunstancias) o en el mejor de los casos, se desarrollarían, extenderían, hasta
hacer de la historia una novela. No podía contar todo: tenía que seleccionar, hacer
un corte, un recorte.
Un recorte que fuera como una mirilla por donde yo viera pasar la historia de los
dos, la de ella sobre todo porque ella era quien más me interesaba, o fragmentos de
la historia de los dos, o una situación de esa historia que permitiera inferir algo más
doloroso y más vasto. Una mirilla, algo así como el encuadre de una máquina de
fotos. Un encuadre, una escena. Una escena visible, a través de la cual pudiera yo
contar esa historia. No contarla en el sentido literal de la palabra, sino sugerirla, de
modo que el lector fuera, de ser posible, tocado por ella. Un encuadre, es decir un
recorte de tiempo y espacio, es decir una escena que funcionara como metáfora de
la vida de esa mujer, del drama de esa mujer.
En algún momento entendí que la historia debía ser contada después, después del
proceso, cuando ya ella no estaba con él, después del exilio, en algún regreso
casual, digamos, cuando ya ella era – aparentemente- libre, debía situarla a ella en
un lugar donde se encontrara con él y algo sucediera que al lector le diera indicios
de lo que había sucedido, lo que de algún modo seguía sucediendo entre los dos.
No sé cuánto más tarde ( todo está hecho de azar y necesidad, dice Demócrito de
Abdera), pensé que el sitio era un bar, imaginé que ella llegaría desde el aeropuerto
hasta la terminal, internamente la imaginé en Córdoba, aunque no hay datos de ello
(sólo las palabras Pajas Blancas) yo la vi en Córdoba, pensé que tal vez la madre
estaba en H. Renancó o en Capilla del Monte, lugares así, y entonces, tal vez ella
se cruzaría a uno de esos bares un poco sucios, un poco sórdidos que hay cerca de
las terminales de ómnibus. Un bar donde, ella seguramente lo sabía, él solía
aparecer a veces, donde él- es casi seguro- aparecería... Incluso acaso
(intencionadamente eso no estaba en el encuadre) ella puede haberle enviado a él
alguna pista acerca de su regreso, o de ese bar.
Pero los creadores de la leyenda raras veces se han contentado al considerar los
grandes héroes del mundo como meros seres humanos que traspasaron los
horizontes que limitan a sus hermanos y regresaron con los dones que sólo puede
encontrar un hombre con fe y valor tales. Por lo contrario, la tendencia ha sido
siempre dotar al héroe de fuerzas extraordinarias desde el momento de su
nacimiento, o aun desde el momento de su concepción. Toda la vida del héroe se
muestra como un conjunto de maravillas con la gran aventura central como
culminación. Esto está de acuerdo con el punto de vista de que el heroísmo está
predestinado, más bien que simplemente alcanzado, y abre el problema de la
relación entre la biografía y el carácter. Jesús, por ejemplo, puede aceptarse como
un hombre que por medio de severas austeridades y meditaciones obtuvo la
sabiduría; por otra parte, también puede creerse que un dios descendió y tomó
sobre sí mismo la realización de una carrera humana. El primer punto de vista
conduciría a imitar al maestro literalmente a fin de traspasar, de la misma manera
que él lo hizo, la experiencia trascendente y la redención. Pero el segundo afirma
que el héroe es más bien un símbolo para contemplarse que un ejemplo para
seguirse literalmente. El ser divino es una revelación del Yo omnipotente, que vive
dentro de todos nosotros. Así, la contemplación de la vida debe entenderse como la
meditación en nuestra propia divinidad inmanente, no como un preludio para
precisar la imitación. La lección no es “haz esto y sé bueno”, sino “conoce esto y sé
Dios”.4
Los hechos del héroe en la segunda parte de su ciclo [287] personal han de ser
proporcionados a la profundidad de su descenso durante el primero. Los hijos de la
mujer almeja salieron del nivel animal; su belleza física era superlativa. Väinämöinen
renació de los vientos y de las aguas elementales; su don era levantar o someter
con canciones poéticas los elementos de la naturaleza y del cuerpo humano. Huang
Ti viajó por el reino del espíritu; enseñó la armonía del corazón. El Buddha atravesó
la zona de los dioses creadores y regresó del vacío; anunció la salvación del ciclo
cosmogónico.
Carlomagno (742-814), fue perseguido de niño por sus hermanos mayores y huyó a
la España sarracena. Allí, bajo el nombre de Mainet, prestó señalados servicios al
rey. Convirtió a la hija del rey a la fe cristiana, y los dos arreglaron secretamente su
matrimonio. Después de realizar diversas hazañas el real joven regresó a Francia,
en donde derrotó a sus antiguos perseguidores y triunfalmente ciñó la corona.
Luego gobernó cien años, rodeado por un zodíaco de doce pares. De acuerdo con
todas las noticias, su barba y sus cabellos eran largos y blancos.6 Un día, sentado
bajo su árbol del juicio, hizo justicia a una serpiente, y por gratitud, el reptil le dio un
amuleto que le hizo posible tener un asunto amoroso con una mujer ya muerta. Este
amuleto cayó en un pozo en Aix; por eso Aix se convirtió en la residencia favorita del
emperador. Después de sus largas guerras contra los sarracenos, sajones, eslavos
y hombres del Norte, el emperador intemporal murió; pero sólo duerme y ha de
despertar en la hora que su pueblo lo necesite. Durante la última parte de la Edad
Media, se levantó una vez de entre los muertos para participar en una cruzada.7
Cada una de estas biografías exhibe el tema racionalizado en varias maneras del
exilio y regreso del niño.Éste es un ángulo prominente en todas las leyendas, los
cuentos populares y los mitos. Usualmente se hace un esfuerzo para darle alguna
semejanza con la plausibilidad física. Sin embargo, cuando el héroe en cuestión es
un gran patriarca, brujo, profeta o encarnación, es permitido que los milagros se
desarrollen por encima de todo límite.
Los cuentos populares sostienen o suplantan por lo común este tema del exilio con
el del despreciado y maltratado: el hijo o la hija menor que sufre mal trato, el
huérfano, el hijastro, el patito feo o el paje de extracción baja.
En suma, la criatura del destino tiene que afrontar un largo período de oscuridad.
Éste es un momento de extremo peligro, impedimento o desgracia. Es lanzado a
sus propias profundidades interiores o hacia afuera, a lo desconocido; de cualquier
modo, todo lo que toca es la oscuridad inexplorada. Ésta es una zona de presencias
[292] insospechadas, benignas o malignas: aparece un ángel, un animal auxiliar, un
pescador, un cazador, una vieja, o un campesino. La criatura es criada entre los
animales, o como Sigfrido, bajo tierra, en medio de los gnomos que nutren las raíces
del árbol de la vida, o bien solo en un cuarto pequeño (la historia se repite de mil
maneras), el joven aprendiz del mundo aprende la lección de las fuerzas
germinales, que residen por encima de la esfera de lo que puede medirse y
nombrarse.
“Era un muchacho muy hermoso: tenía siete dedos en cada pie y otros tantos en
cada mano; sus ojos brillaban con siete pupilas cada uno; y cada una relucía con
siete relámpagos como de gemas. En cada mejilla tenía cuatro lunares: uno azul,
uno escarlata, uno verde y uno amarillo. Entre una oreja y la otra tenía cincuenta
largas trenzas de cabello amarillo claro, del color de la cera de las abejas o como
broche de oro blanco que brillara bajo el sol más brillante. Llevaba un manto verde
con broches de plata sobre el pecho y una camisa tejida en hilo de oro.”
EL HÉROE COMO GUERRERO
El lugar del nacimiento del héroe, o la tierra remota del exilio del cual retorna para
llevar a cabo sus hechos de adulto entre los hombres, es el punto central u ombligo
del mundo. Así como surgen las ondas de un manantial sumergido, así las formas
del universo se expanden en círculos desde su fuente.
Porque el héroe mitológico es el campeón no de las cosas hechas sino de las cosas
por hacer; el dragón que debe ser muerto por él, es precisamente el monstruo del
status quo: Soporte, el guardián del pasado. Desde la oscuridad el héroe emerge,
pero el enemigo es grande y destaca en el trono del poder; es el enemigo, el
dragón, el tirano, porque convierte en ventaja propia la autoridad de su posición. Es
Soporte o Garra no porque guarda el pasado, sino porque guarda.
Los reyes guerreros de la antigüedad veían su labor con el espíritu del exterminador
de monstruos. Esta fórmula del héroe resplandeciente que va en contra del dragón
ha sido el gran recurso de justificación de todas las cruzadas. Un sinnúmero de
losas conmemorativas se han compuesto con la grandiosa complacencia de la
siguiente tablilla cuneiforme de Sargón de Agade, destructor de las antiguas
ciudades de los sumerios, de donde su propio pueblo había derivado su civilización:
El motivo del trabajo difícil como requisito previo al lecho nupcial ha regido los
hechos del héroe en todos los tiempos y en todo el mundo. En las historias de este
tipo el padre desempeña el papel de Soporte o Garra; la solución astuta de la tarea
llevada a cabo por el héroe equivale a matar al dragón. Las pruebas impuestas son
difíciles por encima de toda medida. Parecen representar la absoluta negación, por
parte del padre ogro, a permitir que la vida siga su camino; sin embargo, cuando
aparece un candidato adecuado, ninguna de las tareas del mundo está por encima
de su habilidad. Auxiliares imprevistos, milagros en el tiempo y en el espacio,
apoyan su proyecto; el destino mismo (la doncella) presta ayuda y muestra el punto
débil del sistema paterno. Barreras, grilletes, abismos, murallas de toda clase se
disuelven ante la presencia autoritaria [307] del héroe. El ojo del héroe vencedor
percibe inmediatamente la grieta en toda fortaleza con que se topa, y de un golpe la
ensancha.
Las leyendas del redentor describen el período de la desolación como causado por
una culpa moral de parte del hombre (Adán en el paraíso, Jemshid en el trono).
Pero desde el punto de vista del ciclo cosmogónico, hay una alternancia regular de
aciertos y errores, que es característica del espectáculo del tiempo. Como en la
historia del universo sucede en la de las naciones; la emanación lleva a la
disolución, la juventud a la vejez, el nacimiento a la muerte, la vitalidad creadora de
formas al peso muerto de la inercia. La vida se agita, precipita formas, y luego se
apaga dejando todo atrás. La edad de oro, el reinado del emperador del mundo,
alternan, en el pulso de todos los momentos de la vida, con la tierra baldía, reino del
tirano. El dios que es el creador, se convierte al fin en destructor.
Desde este punto de vista el ogro tirano no es menos representativo del padre que
el anterior emperador del mundo cuya posición usurpó, o que el héroe brillante (el
hijo) que ha de suplantarlo. Él representa lo estable, así como el héroe es el
portador de los cambios. Y dado que cada momento del tiempo se libera de los
grilletes del momento anterior, así este dragón, Soporte, es descrito como
perteneciente a la generación inmediatamente precedente a la del salvador del
mundo.
Estos héroes están por encima de la vida y también por encima del mito. Ninguno
de ellos trata el mito, ni el mito puede tratar de ellos en forma apropiada. Se han
escrito sus leyendas, pero los sentimientos piadosos y las lecciones de sus
biografías son necesariamente inadecuados, casi mezquinos. Ellos salieron del
reino de las formas, en el que la encarnación desciende y en el que Bodhisattva
permanece, el reino del perfil manifiesto del Gran Rostro. Cuando el perfil escondido
se ha descubierto, el mito es la penúltima palabra y el silencio es la última. En el
momento en que el espíritu pasa a lo escondido, sólo permanece el silencio.
¿Cómo es posible que aquello que ha nacido, que ha llegado a ser, que está
organizado y es perecedero, no haya de perecer? Esa condición no es posible.’”
Sesión 3
El drama es conflicto; sin conflicto no hay acción; sin acción no hay personaje; sin
personaje no hay historia, y sin historia no hay guión
Todo lo que haga, cada escena que escriba, cada plano que describa, cada
secuencia que imagine, está enmarcado en el contexto dramático de la
confrontación.
Las fuerzas del abismo no deben ser retadas con ligereza. En el Oriente se da
mucha importancia al peligro de llevar a cabo las psicológicamente perturbadoras
prácticas del yoga sin una supervisión competente. Las meditaciones del neófito
deben ajustarse a sus progresos, de manera que la imaginación sea defendida en
cada uno de sus pasos por devatas (deidades adecuadas, visiones) hasta que
llegue el momento en que el espíritu preparado pueda avanzar solo. Como observa
sabiamente el doctor [188] Jung: “La función incomparablemente útil del símbolo
dogmático [es que] protege a la persona de la experiencia directa de Dios en tanto
que esa persona no se exponga en forma perjudicial. Pero si... deja su hogar y
familia, vive mucho tiempo solo, mira demasiado profundamente en el espejo
oscuro, entonces el tremendo suceso del encuentro puede caer sobre él. Aun
entonces el símbolo tradicional, llegado a la madurez a través de los siglos, puede
operar como corriente cicatrizante y hacer cambiar de rumbo la fatal incursión de la
divinidad viva hacia los consagrados recintos de la iglesia.”7 Los objetos mágicos
que deja caer el héroe impulsado por el pánico —interpretaciones protectoras,
principios, símbolos, racionalizaciones, todo— retrasan y absorben la fuerza del
Lebrel del Cielo en movimiento, permitiendo que el aventurero se ponga a salvo, tal
vez con la posesión de un don. Pero los esfuerzos requeridos no son siempre
ligeros.