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Antes del inevitable final, sus ojos se cruzaron con el cazador.

Dos colmillos perforaron su garganta, como agujas incandescentes. Una corriente espasmódica
recorrió su cuerpo, propagándose por todas sus terminaciones. Percibió el débil palpitar de su
corazón mientras perdía conciencia de su cuerpo desahuciado. Entonces vio el color de la
muerte: frío, silencioso y solitario. Esa oscuridad que la acechó por tanto tiempo; hora la
invitaba a pasar bajo su protección, convocándola a un sueño incesante.

La presa ya no se resistía. Se desplomó, mientras todas las preocupaciones se desprendían de


su ser, cientos de cadenas rompiéndose. Su alma quedó suspendida unos segundos, antes de
dirigirse por el mismo camino de su cuerpo inerte, como si fuese su última oportunidad para
luchar. Un último suspiro. El último latido. La última pelea. El tiempo ya no era importante.
Nada lo era. ¿Es posible encontrar paz en el deceso?

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