Lorax es un monstruo que ronda por los callejones grises.
Víctima de agonizantes experimentos, su cuerpo está fusionado
con un sistema complejo de cámaras y bombas, una maquinaria que llena sus venas con furia alquímica. Lorax emerge de las sombras y ataca a los criminales que aterrorizan las profundidades de la ciudad. Lo atrae la sangre y su aroma lo vuelve loco, nadie que la derrame puede escapar de él. Aunque muchos piensan en él como un loco, enterrado debajo de su ferocidad yace la mente de un hombre, un gánster que dejó su cuchillo y adoptó un nuevo nombre para vivir una mejor vida con su amada Kirara, Pero sin importar lo mucho que intentara superarlo, nunca pudo escapar de los pecados de su pasado. Los recuerdos de esa época vienen a Lorax en destellos, antes de que inevitablemente se pierdan, reemplazados por abrasadores ecos de los días que pasó atado a una mesa en un laboratorio. Agobiado por el dolor, Lorax no puede recordar cómo cayó termino en las garras de esos locos, tiene problemas para recordar la época previa al sufrimiento. Los científicos lo cortaron con paciencia y le instalaron bombas y mangueras para inyectar químicos en sus venas, en búsqueda de lo que un alquimista siempre busca: la transmutación. Ellos revelarían la verdadera naturaleza del sujeto, una bestia letal escondida en un ‘‘buen hombre’’. Los químicos inyectados en las venas de Lorax acelero su sanación, lo que les permitió rediseñar gradual y dolorosamente al hombre. Instalaron una cavidad química en su espalda integrada a su sistema nervioso. Cuando sentía rabia, odio o miedo, esta conducía furia líquida a lo más profundo de sus venas para despertar completamente a la bestia en él. Se vio obligado a soportar todo, cada corte del bisturí del químico loco. El dolor, le aseguraron a su sujeto, era necesario, probaría ser el ‘‘gran catalizador’’ de su transformación. Aunque los químicos permitieron que el cuerpo de Lorax sanara casi todo el daño físico, su mente estaba destruida por la interminable agonía. Lorax tenía problemas para recordar una sola memoria de su pasado... Lo único que podía ver era sangre. De pronto escuchó gritar a una mujer. Gritaba algo que no podía entender. Sonaba como un nombre. Él ya había olvidado el suyo. Sentía que era lo mejor. El dolor pronto abrumó todos sus pensamientos. Solo quedaba sangre. Aunque su mente y su cuerpo estuvieran destrozados después de semanas en la mesa, Lorax tercamente se resistió a los químicos que lo transmutaban. En lugar de lágrimas, de sus ojos cayeron toxinas. Tosió montones de flema ácida que crepitaban en su pecho, antes de formar agujeros superficiales en el piso del laboratorio. Retenido contra el frío acero de la mesa, se retorció en agonía durante horas, hasta que su cuerpo finalmente cedió. Después de la muerte prematura del sujeto, se deshicieron del cadáver en una profunda fosa, contemplando ya el siguiente experimento; pero la muerte probó ser el verdadero catalizador necesario para la transformación de Lorax. Mientras yacía enfriándose encima de la pila de cadáveres, los químicos pudieron completar finalmente su trabajo. La cavidad en su espalda comenzó a bombear. Su cuerpo se contorsionó de forma anormal, sus huesos se doblaron y se quebraron, sus dientes crecieron, sus tendones se desgarraron y después sanaron con un débil resplandor alquímico, su carne muerta fue reemplazada con algo nuevo y poderoso. Para cuando su corazón comenzó a latir otra vez, el hombre que Lorax había sido y las vidas que había vivido se habían esfumado. Se despertó hambriento. Le dolía todo. Solo una cosa importaba; necesitaba sangre. Primero, fue la sangre de un chatarrero del sumidero, que buscaba en la pila mortuoria. Y después la de una sacerdotisa que buscaba a un miembro de su grupo. Después la de un aprendiz que tomaba un atajo, un comerciante con el rostro marcado que evitaba a una pandilla, un distribuidor de copas, un hombre de cuentas y un comerciante…Armó su guarida no muy lejos de un lugar que anhelaba en el fondo de su ahora mente animal. Ahí, continuó la masacre, sin importarle quién caía en sus manos. Mientras la sangre goteara de sus rechinantes dientes, no sentiría más que una mancha roja en su consciencia. El hambre de sus entrañas aplastaba cualquier interés por sus víctimas aleatorias. Aun así, aunque había cedido ante la bestia, destellos de su pasado comenzaron a atormentarlo. Vio a un hombre reflejado en los ojos de un mendigo mientras le arrancaba la garganta. El otro hombre se veía serio, algo familiar, tenía cicatrices en los brazos. A veces, mientras se alimentaba en callejones oscuros de pandilleros vagabundos, el brillo de los cuchillos le recordaba una cuchilla vieja cubierta de sangre. La sangre pasaba de la cuchilla a sus manos. De sus manos a todo lo que tocaba. A veces, recordaba de nuevo a la mujer. Y aún había sangre. Comprendió que siempre había estado ahí, toda su vida, y nada de lo que hiciera podía hacer que desapareciera. Había dejado tantas cicatrices que incluso si él no recordaba su pasado, la ciudad lo recordaría. Cuando miraba los ojos de los criminales, los jefes de la pandilla, los asesinos y los ladrones, se veía a sí mismo. Insatisfecho con matar indiscriminadamente, Lorax ahora busca a los que están ya cubiertos del hedor de sangre. Cubiertos al igual que él, aún se pregunta si realmente quería eso. No puede recordar los detalles, pero recuerda lo suficiente. Lo suficiente para saber que ellos habían tenido razón todo este tiempo, el hombre bueno había sido una mentira, antes de que el desastre lo enterrara y revelara la verdad. Él es Lorax un asesino y hay muchos asesinos a los que cazar.