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Emma Aznar
Hace unos días se presentó el último estudio del Dr. Ballester y cols., cuyos datos muestran cómo el
consumo de pornografía entre adolescentes se ha disparado en los últimos años, lo que preocupa
enormemente a familias y profesorado.
Parece que todo el mundo está de acuerdo en que la solución frente a estos datos es la educación
afectivo-sexual; por suerte, muy poca gente está en contra de esta constatación. Los desacuerdos
aparecen cuando se trata de definir el contenido de esta formación específica y los temas a
abordar en cada edad. Parece evidente que, con un tema tan delicado como la sexualidad y con una
población tan vulnerable como son los y las menores, estas decisiones deben tomarse con cautela,
consenso y basadas en la investigación científica.
En primaria, se tratarán otros temas sobre sexualidad que respondan a sus dudas. En estas edades
ya podrán entender la diferencia entre sexo y género – el sexo como realidad material biológica y el
género como atribuciones y expectativas sociales para cada sexo. El género limita la libertad en el
desarrollo de niñas y niños, no es una identidad ni una expresión.
En la adolescencia, no podemos olvidar que el reto psicosocial propio de esta etapa es la crisis de
identidad que afrontan la totalidad de los y las adolescentes. Por tanto, habrá que fomentar el
pensamiento crítico para que puedan discernir cuestiones identitarias reales de otras seudoteorías.
Evidentemente, esta postura es totalmente compatible con el respeto a todas las personas y la
aceptación de uno/a mismo/a.