Está en la página 1de 8

Historia Argentina III

Trabajo práctico final 2022

Alumna: Donati Melania – Legajo: D1730/2


Consigna elegida:

Recupere las hipótesis trazadas por M. Franco y M. Novaro/V. Palermo y los actores, discursos y
prácticas inscriptas en el marco de la violencia estatal/terrorismo de Estado entre el tercer peronismo
y la dictadura. Luego, explique en qué perspectivas de sentido sobre la causalidad de las prácticas
represivas de la dictadura, expuestas por D. Feierstein, ubicaría tales hipótesis. ¿Encuentra alguna
congruencia entre esas hipótesis y las perspectivas de sentido que señala el autor sobre las prácticas
represivas de la dictadura?

En su libro Un Enemigo Para la Nación y en los capítulos seleccionados respectivamente, la historiadora


Marina Franco, se propone repensar el corte historiográfico tradicional del año 1976 con el comienzo de
la dictadura militar, para demostrar que la escalada de violencia como práctica represiva es previa a
este momento. Por lo que decide tomar los años constitucionales del gobierno peronista, de 1973 a
1976, en los cuales el autoritarismo y el ciclo represivo están presentes, ya que hay una mirada muy
tradicional con respecto a cómo se entiende lo que aconteció del 24 de marzo de 1976, comprendida
habitualmente como ruptura, dejando de lado ciertas continuidades. De esta manera, se otorga un
sentido distinto a la dictadura, dentro de una década y no como el corte abrupto de la misma, más allá
de las cuestiones específicas que sí existieron, tal como la autora lo expresa: “aunque esté inscripto en
una escalada represiva más amplia, ese régimen dictatorial tiene diferencias sustantivas con el periodo que lo
precedió”1.

En concordancia con esto, el objetivo que se persigue en el texto, es pensar prácticas y discursos que
fueron construyendo de a poco una lógica político- represiva orientada a la eliminación de un enemigo
interno desde el año 1973. El recorte realizado por la autora, desde 1973 a 1976, le es útil para ver la
espiral autoritaria y represiva que se iba generando. De esta manera, la hipótesis es que ese avance
represivo se hizo desde prácticas que se consideraban legales, articuladas con otras de carácter
clandestinas, en función de la “seguridad nacional”, legitimada desde varios sectores políticos como el
peronismo (con sus internas políticas), el cual buscaba perseguir y eliminar a los que consideraban
“subversivos”. Incluso para la autora, todo este entramado que forma parte de su hipótesis, puede
entenderse en un periodo aún más amplio que se retrotrae hasta 1966. Posteriormente, reafirma estas
ideas desde la perspectiva de la violencia represiva, la cual durante estos tres años derivó en
autoritarismo desde el propio régimen democrático y esto fue la condición de posibilidad de lo que
luego será la violencia perpetrada durante el golpe.

1
Franco, Marina. Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976 – Pág. 29.
Con respecto a los discursos políticos que la autora se propone indagar analizando la prensa de la
época, nota un cambio en la manera de entender la violencia, la cual varía si se piensa a la luz de otras
fechas: desde el Cordobazo y antes de 1973, la violencia era vista como única salida al poder
autoritario, luego, con la llegada del peronismo al poder, la violencia de los grupos guerrilleros de
izquierda ya no contaban con el aval político y social, sumado a que retorna la democracia, por lo que
se fueron articulando una serie de discursos – y prácticas- de corte represivo y sin demasiados
cuestionamientos que finalmente se acumularon en 1976. De esta manera la autora argumenta la
hipótesis de que “el golpe de Estado de marzo emerge como parte de un proceso y no como su mera
interrupción”.2

Es para ella, en nombre de la violencia, que se creó la acción represiva y sus consensos y que no es una
anomalía coyuntural sino parte del proceso político. Asimismo los discursos en torno a la seguridad
nacional, no eran privativo de los militares, sino que se había establecido bajo el gobierno democrático
de Perón, quienes con cierta autonomía en las decisiones, coincidían con los objetivos militares. Incluso,
el discurso “antisubversivo” es anterior al golpe de Estado, desde la década de 1960, lo que les
permitió al peronismo en el gobierno y demás grupos políticos, alinear en torno a esta noción
discursiva, prácticas legales y paraestatales con la finalidad de erradicar ese problema nacional. Este
consenso antisubversivo, llevó a pensar que fue natural que se instalaran las fuerzas armadas en el
poder con la justificación de que se necesitaba eliminarlos. En función de esto, la autora plantea que
“esta convicción fue la condición de posibilidad de la aceptación del terrorismo de Estado, no su consecuencia” 3

En cuanto a las prácticas y los actores, hubo políticas concretas durante el tercer peronismo, de orden
restrictivas, con respecto a derechos constitucionales y limitando progresivamente las libertades
individuales, como el estado de sitio y la Ley de Seguridad de 1974. Se perfiló la configuración de un
enemigo “subversivo” dentro del marco de la doctrina militar de seguridad nacional contra las
guerrillas armadas de izquierda, con una vigencia de conceptos bélicos de seguridad interna, que el
peronismo continuó y profundizó, de manera conjunta con la amenaza del comunismo, cuya depuración
partidaria contribuyó a reinstalar un universo simbólico persecutorio especifico y la legitimidad de todos los
medios para enfrentar el peligro4.

Esta depuración interna del partido, mas persecución a escala nacional de lo “subversivo”, generó que
aumente una espiral represiva con apoyo político y social y con un consenso que sostenía que ante la
caída del poder nacional, se debía hacer cargo un gobierno golpista. Por eso la autora no cree que haya
que pensar que la política represiva del peronismo era para “limpiar” al partido de fuerzas no
deseadas, además de la conflictividad intrapartidaria, sino en un proceso más global que pensaba como

2
Ibíd. pág. 25.
3
Ibíd. pág. 297.
4
Ibíd. pág. 175.
subversivas a estas fuerzas, cuya tarea de exterminio quedó a cargo de otros líderes luego de la muerte
de Perón. Es dentro de esta misma línea que la autora sostiene que el peronismo utilizó el
autoritarismo, no solo para aquellos que consideraban enemigos internos, sino que fue un proceso más
amplio de cercenamiento de libertades y derechos. Igualmente, destaca que esto se articulará
posteriormente con la dictadura militar, mostrando una vez más, que acá se encuentra la condición de
posibilidad de la violencia posterior.

Otra cuestión que la autora manifiesta, es que dentro del contexto de 1973-1976, la mirada de la
sociedad en general hacia las fuerzas armadas era de aceptación y como instancia posible para superar
el problema de la violencia guerrillera. Esto desde luego, cambio por completo a partir de 1983.

En este contexto, el resto de los sectores políticos fue perdiendo progresivamente cualquier posibilidad
de intervenir en lo que estaba aconteciendo, sumado a que no tenían demasiada representación
parlamentaria y al no oponer resistencia a la lucha “antisubversiva”, ayudaron a allanar el camino
para el golpe de estado.

El capítulo II del libro de los autores Marcos Novaro y Vicente Palermo 5, se va a ocupar de tratar, por
un lado, la gestación de las ideas que hicieron posible instrumentar ese plan represivo y por otro,
comprender los objetivos concretos que tenían sus promotores y la correlación de estos, con los
resultaos alcanzados y los efectos sociales que llegaron a generar.

Comenzando por la gestación de ideas que le permitió al gobierno militar llevar adelante sus objetivos,
los autores van a compartir algunas de las ideas ya expuestas por M. Franco, de hecho, el presente
capitulo comienza diciendo que: “la escalada de violencia registrada a los largo del trienio peronista preparó el
terreno para el golpe y para la puesta a punto y plena instrumentación del plan sistemático de represión y
aniquilamiento…”6. Se destaca que en el transcurso de 1975, tanto Montoneros como el Ejército
Revolucionario del Pueblo intensificaron la militarización. En el caso de los Montoneros, el ideario
contenía componentes redencionistas, utopistas, extremistas, tanto de índole marxista como cristiano,
en los cuales justificaban el autosacrificio por la causa. Pensaban que la crisis del gobierno y la
inevitable intervención de las fuerzas armadas, era una etapa más en el camino del proceso
revolucionario.

Ante esto, el Ejercito, con el aval del Ejecutivo, emprendieron una “guerra antisubversiva” con la
puesta en marcha de múltiples centros clandestinos de detención. Durante estos meses disminuye el
accionar del guerrilla, hecho que le permite sostener a los autores que ya habían desparecido las
condiciones que supuestamente habían hecho surgir la intervención militar.
5
Novaro, M. y Palermo, V. La Dictadura militar (1976-1983), Buenos Aires, Paidós, 2003. Cap. II: El imperio de la muerte, pp. 67-106.
6
Ibíd. pág. 67.

6
Otro de los puntos en común con M. Franco, es que durante a ultima epata del peronismo, se
intensificó el “clima de guerra” y el gobierno mostró que era más efectivo que la guerrilla, no solo en el
ejercicio de la violencia sino en el terreno político y propagandístico: se publicaban de manera
periódica los operativos realizados en contra del enemigo caracterizado como inhumano, que sería
absolutamente aniquilado. La Triple A que comenzó su actividad bajo el gobierno de Juan D. Perón
“colaboraron activamente en la escalada de violencia que se vivió desde 1973 y con mayor intensidad a lo largo de
1975”7. Asimismo, hay una notable continuidad en la Triple A y los planes de la Junta, ya que parte de
su trabajo era formar un ejército secreto para llevar adelante las operaciones y mecanismos como los
que venían haciendo las bandas paramilitares. La hipótesis entonces es que “estas ideas se
condensaron en una auténtica doctrina de guerra en septiembre de 1975”, cuyo objetivo era
sistematizar y extender los ya que estaba aplicando en Tucumán 8, pensada como estrategia
antisubversiva. Los jefes militares dejaron entrever que la doctrina de guerra adoptada, establecía que
el destino de los enemigos debía ser, salvo excepciones, la muerte, debido a que no podían ser
readaptados a la sociedad; evitar a toda costa el avance del comunismo y sus causas, que no solo era
en el país, sino a nivel mundial: “este era el espíritu mesiánico para justificar el plan de exterminio” 9,
arrogándose un papel de regeneradores de la moral nacional.

Uno de los actores, aparte de los ya nombrados, que fueron fundamentales para alentar a los militares
y ayudar a lavar sus conciencias, fue la Iglesia, que en un primer momento del proceso, le otorgó de
manera pública su apoyo. Incluso en ciertas declaraciones, decían que no les constaban las múltiples
violaciones a los derechos humanos que se mencionaban10.

Con respecto a poder entender cuáles eran los objetivos concretos del Gobierno de Facto, los autores
mencionan las practicas que se realizaban (además de las que se ya ha dado cuenta). Una de ellas, las
desapariciones tuvieron como objetivos específicos, generar confusión e incertidumbre en las
organizaciones de izquierda quienes no podrían prepararse con acciones defensivas, ante las prácticas
de secuestro y tortura; para los familiares, no había responsables a los cuales culpar y también servía
para ocultar el acto mismo de la represión, de manera que “no tenían que justificar lo que podían decir NO
conocer”11. Estas prácticas requerían la coordinación de distintas fuerzas represivas, lo que complicaba
aún más el pedido de explicaciones o denuncias por parte de los familiares en distintas instancias
judiciales. Eran borradas todas las huellas posibles que pudiesen incriminar a las fuerzas. En muchas
ocasiones, se quedan con pertenencias materiales de las víctimas y hasta con sus hijos. Solo aquellos

7
Ibíd. Pág. 81.
8
En términos de autor, se habían establecido campos de concentración en los cuales también las fuerzas se entrenaban para hacer frente a lo
que vendría en la “guerra antisubversiva”. Pág. 70.
9
Ibíd. Pág. 93.
10
Ibíd. Pág. 98.
11
Ibíd. Pág. 109.
que no fueron considerados de alta peligrosidad pudieron tener un poco más de suerte ante todo el
accionar de las fuerzas.

Por todo lo expuesto es que los autores destacan que los objetivos perseguidos por los militares no
correspondían a una cacería indiscriminada sino que estaban bien identificados, en lugares que
esencialmente eran instituciones educativas o en los sindicatos. Incluso, había redes de inteligencia que
operaban desde antes del Golpe de Estado, procesando información que obtenían de las misma
torturas y secuestros clandestinos.

Daniel Feierstein en su capítulo VII12 aborda las distintas aproximaciones que intentaron construir un
sentido en términos causales de la dictadura militar. Podemos decir que en lo que se refiere a los
autores mencionados recientemente, Marcos Novaro y Vicente Palermo, el autor los ubica dentro de
una perspectiva que entiende que al golpe como parte de una “guerra antisubversiva” con el objetivo
de abatir a la guerrilla. La manera de operar por parte de la milicia en la sociedad, es “un subproducto
del objetivo de desarticulación de la guerrilla” 13. Pero los análisis de estos autores (la delincuencia
subversiva o el papel de los medios de comunicación) no están en consonancia con aquellas
perspectivas que estarían dentro de la calificación de las teorías negacionistas de los perpetradores que
hablan en términos de una “guerra sucia” que Daniel Feierstein analiza al comienzo del capítulo. Esta
perspectiva de sentido es congruente con el hecho de que los autores utilizan el término de “guerra
subversiva” a lo largo del texto mencionado y en la hipótesis de los autores, tal como lo utilizaban
quienes se sentían del lado de tener que llevar adelante tal objetivo, pero no por eso, los autores
justifican lo ocurrido.

Un punto de discrepancia entre estos dos autores es el concepto de Genocidio: mientras que Daniel
Feierstein sostiene que lo acontecido durante la dictadura militar puede ser catalogado como tal,
debido a que hay características como torturas, desapariciones y aniquilamientos de manera
planificada y sistemática14, para Novaro y Palermo, no se puede utilizar tal concepto, ya que este quiere
caracterizar al enemigo como inhumano, tal como lo hicieron los gobiernos totalitarios durante el
nazismo, en cambio, acá el enemigo remite a una condición política y para estos autores se trató, en
efecto, de una masacre política.15 Debido a esto, esto último, Feierstein dice que el modelo de los
autores, toma los efectos de la despolitización que la masacre produce, como causa de la misma y
pareciera acordar con la idea de que no se puede hablar de una guerra, porque para hablar en tales
términos, hay que tener presente que una guerra implica la polarización de la militarización de dos

12
Feierstein, Daniel, El genocidio como práctica social, Buenos Aires, Fondo de Cultural Económica, 2011.Cap. VII.

13
Ibíd. Pág. 302.
14
Ibíd. Pág. 262.
15
Novaro, M. y Palermo, V. La Dictadura militar (1976-1983), Buenos Aires, Paidós, 2003. Cap. II: El imperio de la muerte, pp. 89 - nota al pie n°
22.
fuerzas sociales, mientras que el genocidio pretende quebrar una fuerza social determinada,
implicando otras estrategias y efectos.16

Por otro lado, con respecto a ubicar a Marina Franco dentro de alguna perspectiva de sentido, el texto
mencionado precedentemente, si bien no es nombrado por Feierstein en su capítulo VII, hay que tener
en cuenta que el autor sí menciona que la autora se encuentra dentro de las perspectivas que critican la
“teoría de los dos demonios” para entender y pensar qué fue lo que pasó en la década de 1970. Esta
noción, para la autora funciona como recorte de lo que socialmente se puede o no decir, a modo de
censura de otros discursos críticos que planteen algo distinto. Sostiene que esta teoría en sí misma no
existe (es una construcción social) y cuyo enunciado comienza a hacerse visible luego de la dictadura,
entre 1983/85. Explicaría la violencia de la década de 1970, “como responsabilidad y resultado de dos
violencias enfrentadas”, pero que variaría en su contenido, según quién la enuncie, por ejemplo, puede
ser entendida desde los informes de nunca más o los discursos del presidente R. Alfonsín desde los
militares y varia en su origen, es decir desde el momento en que se originó. Además el lugar que
muchas veces ocupan las víctimas, es el de haber sido los culpables de lo que pasó. La hipótesis es que
“la teoría de los dos demonios”, en tanto construcción objetivada claramente aislable, solo fue una atribución de
sentido de sus detractores y se construyó en el tiempo17.

Un punto en común en ambos texto de la autora, es que tal teoría no permite ver cuáles eran los
conflictos internos del peronismo en la etapa 1973-1976 y la distancia entre estos y la violencia. Otro
punto es pensar que los elementos discursivos que se encuentran en la “teoría de los dos demonios”, no
son propios de una construcción posdictadura, sino que antes de esta, ya estaban presentes de hecho
desde la “revolución Argentina” en la que se pueden ver enfrentados ambos tipo de violencias (la
guerrillera y la dictatorial), como decía en el párrafo anterior, una de las críticas de la autora es que
varía el origen según se la analice.

Este lineamiento en términos de Feierstein, es explicado por el hecho de que los decretos 157 y 158
dictados por el gobierno radical, sugieren discursivamente que la causalidad de lo sucedido se inició
con los líderes de organizaciones de izquierda y de las fuerzas armadas, lo cual es una forma de
equiparar víctimas y victimarios. Hay una especie de dos terrores simétricos y una sociedad
victimizada que estaba en el medio de ambos bandos, como ciudadanos pasivos o ajenos ante lo que
estaba sucediendo. Quizás si se quiere ver una congruencia entre tales hipótesis y los autores, una
forma posible es la de utilizar ambos textos de la autora, ya que hay ciertas relaciones y puntos en
común.

16
Feierstein, Daniel, El genocidio como práctica social, Buenos Aires, Fondo de Cultural Económica, 2011.Cap. VII.- Pág. 277-278.
17
Feld, Claudia y Franco, Marina (dirs.). Democracia, hora cero. Actores, políticas y debates en los inicios de la posdictadura, Buenos Aires,
FCE, 2015- Pág. 25

También podría gustarte