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El anticomunismo peronista (1943-1955): imágenes, representaciones y

usos

Tesis para optar al grado de Magíster en Ciencias Sociales con mención en Historia Social

Director: Aníbal Jáuregui

Pedro Simunovic Gamboa


Octubre del 2020
Índice

Introducción/ P.2
Capítulo I:
Antecedentes del anticomunismo argentino (1930-1943) P.10
Capítulo II:
Los tópicos anticomunistas en la prensa partidaria del naciente peronismo en las
elecciones del 24 de febrero de 1946. El caso de La Época, Democracia y El Laborista
(1945-1946)/ P.38
Capítulo III:
El fenómeno del anticomunismo en la prensa partidaria del peronismo y la prensa
católica: Alcances y diferencias de sus posicionamientos (1946-1949)/ P.65
Capítulo IV:
Los usos del discurso anticomunista del peronismo durante el periodo 1951-1955: la
infiltración gremial, la cuestión internacional y el conflicto con la Iglesia/P.89

Conclusiones/ P.112
Bibliografía/ P.115

1
Introducción

Los avances historiográficos referentes al anticomunismo se han dado por la concepción de


que el anticomunismo no es una mera reacción ante el comunismo, sino que encierra todo
un conjunto de prácticas e imaginarios que constituyen bases fundamentales de identidades
políticas reaccionarias, conservadoras y reformistas1. Desde ese ángulo no podemos hablar
como si fuera un fenómeno monolítico, sino que tiene distintas facetas e intensidades, la
complejidad de este concepto radica en que su influencia fue más allá de lo estrictamente
institucional y partidario (Casals, 2009, pp.3-5).
El proyecto peronista no fue la génesis del encuentro ideológico entre el
nacionalismo y anticomunismo. En la última década del siglo XIX, el nacionalismo2 y el
anticomunismo se manifestaron a través de distintas prácticas y alcances. Primero con el
debate promovido por sectores nacionalistas y conservadores sobre la cuestión nacional y la
asociación del obrero con ideas extranjerizantes (López, 2009). Esto derivó en la fundación
de organizaciones patronales (Rubinzal, 2012), como el caso de la Liga Patriótica del
21’que recibió impulso organizativo poco después de la Semana Trágica3 (Rapalo, 2012,
p.16). En la década del 20’ el anticomunismo se presentó como discurso
contrarrevolucionario y adquirió sus características formativas, en tanto los nacionalistas,
conservadores y la Iglesia comenzaron a señalar al comunismo como enemigo político sin
considerarlo primordial (López, 2013). Durante este período el tópico de la inmigración
consumía el centro de las preocupaciones de los derechistas, tanto así que el PCA durante
esta década no recibió ataques puntuales, ni siquiera llamó la atención en un sentido de
alerta ante su nacimiento como Partido Socialista Internacional (López, 2009, p.4).
Posteriormente en la década del 30’, se manifestó en un carácter práctico en tanto alcanzó


1
Patto Sá Motta (2000), López (2009) y Casals (2016).
2
Sobre las distintas posturas de los nacionalistas de la década de 1930 hasta fines del segundo peronismo
véase Buchrucker (1987). Otro de los análisis que nos ayuda a esclarecer el rol de las derechas en general y de
los nacionalistas en particular sobre el mundo del trabajo, léase Rubinzal (2012).
En lo referente a la importancia de las organizaciones patronales y la influencia del nacionalismo durante las
primeras dos décadas del Siglo XX véase Ospital (1994) y Rapalo (2012).
3
La Semana Trágica de enero de 1919 estuvo impulsada, entre uno de los factores, por la imagen de la
Revolución Rusa, en tanto buena parte de los sectores dominantes interpretaron el aumento de la tensión
social como la puesta en marcha de un complot maximalista, término que englobaba el temor anarquista y
bolchevique (Lvovich, 2016, p.26)

2
el status de virtual ideología estatal 4 , con la promoción de la Ley de Represión al
Comunismo5.
Los estudios que han hecho referencia a los aspectos autoritarios del peronismo6 se
han limitado a explicar el rol de las Fuerzas Armadas y sus vínculos con los actores
anticomunistas, dejando como temas marginales la relación entre los partidos políticos y el
rol de las organizaciones gremiales peronistas y no peronistas. Estas temáticas se
justificaron mediante la afirmación que en la Argentina el problema del anticomunismo
quedaba encerrado en un “anticomunismo sin comunismo” (López, 2018, p.136). Esta
aseveración, reafirmada por Bohoslavsky (2016) daba cuenta que en la Argentina el
antipopulismo consumió el grueso de las preocupaciones de los derechistas7, tanto así que
veían al PCA incluso como un aliado partidario más en la lucha contra el peronismo.
Si antes de 1945 el anticomunismo fue un componente ideológico propio de la clase
dominante o un rasgo del discurso nacionalista o católico, el peronismo reformuló la lógica
del anticomunismo. Cambió el discurso y la práctica política de su dirigencia sindical, y en
ese proceso el anticomunismo adquirió un carácter popular (Acha, 2014, p.1). En la esfera


4
Comprendiendo el anticomunismo como un fenómeno complejo, tanto por los actores que lo manifestaron
como las variables que el mismo fue adquiriendo a lo largo de su historia, consideramos pertinente señalar en
él dos dimensiones, una ideológica y una práctica. En lo que se refiere a la primera, en la Argentina de
entreguerras se manifestó entre los nacionalistas reaccionarios, el ámbito católico y los conservadores. La
dimensión práctica puede ser entendida a partir de la represión del Estado que llevó a cabo durante los años
30’, destacando que la represión durante el gobierno de Justo no fue la misma que la de Uriburu, pues las
características que esta adquirió significaron un antes y un después de la estructura represiva del Estado, en la
que el aparato policial jugó un papel decisivo, plasmada en la Sección Especial de Represión al Comunismo
(SERC), dependencia de la Policía de la Capital creada en 1931 (López, 2013, pp.101-102).
5
La Ley de represión de actividades comunistas se presentó en dos ocasiones. En 1932 y la segunda en 1936.
(Visacovsky, 2007)
6
Dentro de este grupo encontramos los análisis de Potash (1981) y Rouquié (1982). En dichos análisis si bien
el tema de la conflictividad sindical queda en un lugar marginal, esta línea de autores centran sus análisis en el
problema del autoritarismo, la relación entre el Ejército con los demás actores anticomunistas del período;
como el caso de la Iglesia Católica y el rol de las relaciones exteriores, tomando como eje principal las
negociaciones diplomáticas con Estados Unidos. Desde la perspectiva de la Iglesia Católica y su relación con
el peronismo véase Zanatta (2013). Dicho autor plantea, haciendo eje en el mito de la nación católica, la
postura preventiva de la Iglesia frente a la formación de un frente popular para las elecciones de fines de
1943, mostrando que la Revolución de Junio de 1943 se produjo como respuesta a la amenaza comunista. Sin
embargo en su estudio el anticomunismo queda subsumido en el análisis de la “nación católica”, por tanto
este fenómeno se observa únicamente por añadidura.
7
La derecha liberal insistió en mantener unida la Unión Democrática como coalición antiperonista que
agrupaba a los partidos tradicionales, entre ellos el Partido Comunista y el Partido Socialista –bastante
maltrecha porque sólo los radicales consiguieron representación parlamentaria nacional luego de la derrota en
los comicios de febrero de 1946– este deseo primaba por sobre las posibles influencias que ejerciera la
oposición anticomunista de Washington sobre la oposición argentina, tanto así que el periódico de la derecha
liberal La Prensa, durante 1947 consideraba al PCA como un partido democrático más (Bohoslavsky, 2016,
pp.39-43).

3
institucional, el PCA dejó de estar proscripto, no obstante las prácticas de persecución
policial fueron continuas (Marengo, 2015). En el ámbito local, el uso del epíteto comunista
le sirvió para caracterizar de agente extranjerizante8 a sus enemigos políticos9, mientras que
en el terreno internacional; y en el marco de la Guerra Fría, el discurso anticomunista le
permitió a Perón mantener una postura equilibrada.
Atendiendo a la pluralidad de usos del discurso anticomunista tanto a nivel de
dirigencia política como sindical del régimen, nuestra propuesta apunta a analizar dos
corpus bibliográficos que visualizan la funcionalidad de estas representaciones. En un
primer nivel encontramos estudios que, desde el plano local, dan cuenta de las relaciones
entre el Partido Comunista Argentino y el peronismo que lejos de ser un vínculo estricto,
mantuvo distintas mutaciones a lo largo del régimen10. Uno de los puntos de conflictividad
debatidos entre los actores anticomunistas, fue la puesta en marcha de las resoluciones del
XI Congreso del PCA cuyas disposiciones, repercutieron en la proliferación de posturas
anticomunistas no sólo en las filas del peronismo (Gurbanov y Rodríguez, 2009), sino de
los sectores católicos.
El segundo corpus de fuentes que analizamos da cuenta sobre los usos del
anticomunismo en la política exterior y cómo este configuró la imagen del peronismo frente
a los demás actores anticomunistas11. Perón quiso mantener una posición prudente con la


8
Hay una continuidad del peronismo con el discurso nacionalista clásico de la Liga Patriótica que acusaba a
los anarquistas de ajenos al ser nacional. Este tópico discursivo de las elites de distintos países, que apelaba a
la presencia de agitadores extranjeros como explicación del conflicto, apareció en la década de 1870. Esta
explicación no sólo restaba responsabilidad al Estado por la situación social, sino que reflejaba la certeza de
que los sectores populares no eran capaces de llegar por sí mismos a tal grado de movilización y agresividad.
(Lvovich, 2006, p.23)
9
El anticomunismo fue un rasgo permanente en la palabra de Juan Domingo Perón, pero ese rasgo no fue
uniforme a lo largo del tiempo. Sus antecedentes militares, nacionalistas y religiosos lo condujeron a situarse
sin mayores interrogaciones en el anticomunismo. Para Perón, el anticomunismo era una ideología extranjera
e incompatible con la nacionalidad cristiana (Acha, 2014, p.5)
10
El Partido Comunista Argentino estableció como tema ineludible de su agenda política en el período 1946-
1955 la revisión casi permanente de su posicionamiento frente al fenómeno peronista. Y esto respondía al
anhelo de volver a establecerse como una opción política viable para el conjunto de la clase obrera argentina.
(Gurbanov y Rodríguez, p.16). Sobre el peronismo en los debates del PCA, Jáuregui (2012, pp.22-23) deja en
evidencia que el rechazo al peronismo fue controversial y de alguna forma fue utilizado como una estrategia
de reforzamiento para el verticalismo de sus principales líderes, propio de la era estalinista. En esta óptica
también encontramos el análisis de Silvana Staltari (2013) quien analiza, desde la óptica del PCA, las
políticas sociales del peronismo como el caso de los planes quinquenales.
11
Durante las elecciones de 1946, la Iglesia Católica apoyó al peronismo considerándolo como el mal menor
frente a la Unión Democrática (Zanatta, 2013, p.444), sin embargo, luego de la puesta en marcha de las
relaciones comerciales con la URSS en julio de 1946 provocó las primeras manifestaciones anticomunistas de

4
Unión Soviética12 y Estados Unidos, haciendo eje a su Tercera Posición como superadora
de ambos bandos. Lo cierto es que más que equilibrio tuvo una política pro-occidental
disfrazada de tercerista13. Perón sostuvo en todo momento que los intereses espirituales y
económicos de la nación Argentina estarían con el bloque occidental (Lanús, p.75).
Posteriormente, en 1953, el discurso anticomunista le serviría a Perón para persuadir
inversores del bloque occidental y reactivar las relaciones comerciales con Estados Unidos
(Zanatta, 2013).
El presente estudio trata sobre los usos de argumentos e imágenes anticomunistas
durante el primer peronismo, tanto a nivel de la dirigencia política y sindical del régimen
como de los medios oficialistas. Los principales objetivos de esa retórica anticomunista
parecieron ser trabajadores peronistas –particularmente aquellos que se movilizaron por
razones económicas contra la dirigencia sometida al justicialismo– y los partidos políticos
tradicionales opositores al régimen que conformaron la Unión Democrática. Estos últimos
brindaron su apoyo al embajador estadounidense Spruille Braden14; y Perón no dudó en
caracterizarlos como agentes extranjerizantes e interventores que, por lo mismo, se
asemejaría a la eventual labor disruptiva del comunismo visto desde un prisma nacionalista.
Dicho esto cabe preguntarnos ¿Cuál fue el papel del anticomunismo como tópico
ideológico tanto a nivel dirigencial como sindical del régimen?, ¿Cómo operó el
anticomunismo en la definición de la ideología justicialista? y ¿En qué medida el AC
permitió el distanciamiento o acercamiento entre los actores que fueron parte de la posición
peronista inicial?


la Iglesia Católica durante el régimen justicialista, al sostener que el peronismo carecía de elementos
doctrinarios y por ende era permeable a las ideologías foráneas.
12
En abril de 1946 llegó una misión comercial soviética a la Argentina sin embargo, a lo largo de 1946 y
1947 no se avanzó en materia comercial, pues las relaciones estuvieron envueltas en el creciente
envenenamiento de la Guerra Fría. Luego de este episodio Stalin manifestó su interés por negociar con Perón
a través de la entrevista al embajador Leopoldo Bravo en febrero de 1953 y llegó a concretarse a fines de ese
mismo año. (Gilbert, 1994, pp.133 y 157).
13
Como señala Gilbert (p.172) la política de persecución al PCA no se detuvo por la amistad entre Perón y la
URSS.
14
En la retórica anticomunista de Perón, no sólo operaba el hecho que el PCA fuese parte de la coalición
antiperonista. Lo mismo podía decir de Braden quien se presentaba como un agente de la antipatria en tanto
había jugado un rol importante en la política argentina, como embajador primero, como subsecretario de
Estado para los asuntos latinoamericanos después.
Sobre su intervención directa en la política argentina está el caso de la publicación del “Libro Azul”,
redactado bajo la dirección de Braden, cuyos fragmentos fueron publicados en algunos periódicos argentinos,
en ellos denunciaban a Perón de nazi (Sigal y Verón, 2014, p.84). En dicha instancia la Unión Democrática
apoyó el “Libro Azul” y exigió la inhabilitación legal de Perón para ser candidato.

5
Esta tesis tiene por objetivo analizar el anticomunismo peronista, identificando los
principales puntos de acercamiento y distinción con los demás actores anticomunistas que
fueron parte de la configuración inicial del peronismo, entre ellos, la Iglesia Católica.
Metodológicamente nuestra investigación se sostiene en el levantamiento de fuentes
primarias vinculadas respectivamente al naciente sindicalismo justicialista y a la
Confederación General del Trabajo: el Semanario CGT y el periódico La Prensa que paso a
manos de la CGT en 1951, un segundo grupo vinculado al oficialismo, entre ellos La
Época, El Laborista y Democracia. A modo de evidenciar los principales acercamientos y
diferencias con otros actores anticomunistas del período, indagamos en un tercer corpus de
fuentes revistas y periódicos católicos de circulación nacional, entre ellos Criterio y El
Pueblo.
Sobre la base de estas aseveraciones proponemos a modo de hipótesis central que el
anticomunismo tuvo una funcionalidad en el universo de temas que termina definiendo la
ideología justicialista. El peronismo reforzó el carácter popular del anticomunismo y en ese
proceso, adquirió los rasgos nacionales-populares del régimen, tomando distancia del
nacionalismo tradicional15. El justicialismo si bien hizo uso del discurso anticomunista para
apelar a que sus opositores se encontraban fuera de la nación, no tuvo un carácter
antiinmigrante como lo fue hasta 1945. En los 40’ fue un argumento favorable a la unión
nacional y a la eliminación de la lucha de clases como instrumento de acción estatal; y
durante los 50’, el anticomunismo operó como epíteto descalificador entre los principales
actores anticomunistas.
El primer capítulo titulado “Antecedentes del fenómeno anticomunista argentino
(1930-1943)” está compuesto de tres apartados, el primero de ellos, da cuenta sobre la
relación entre nacionalismo y anticomunismo desde la primera década del siglo XX hasta
los años 30’, momento en que la persecución al comunismo formó parte de la agenda
estatal. El segundo apartado “El fenómeno anticomunista en el nacionalismo sindicalista de
derecha de los 30’, profundiza en las principales corrientes ideológicas provenientes del

15
Sobre la génesis de este proceso Sandra McGee (2005, p.50) sostiene que el problema de la inmigración fue
un efecto indirecto del liberalismo económico. Los liberales argentinos confiaron en los inmigrantes para
contar con mano de obra responsable y formar una república estable. Sin embargo los efectos de la
inmigración, no fueron previstos por los impulsores originales. A comienzos del siglo XX, los extranjeros
constituían el 86% de la clase baja y el 66% de la clase media de la ciudad de Buenos Aires. Cuando estas dos
clases empezaron a luchar por una distribución más equitativa de la riqueza, la élite reaccionó contra ellas
haciendo gala de su “nacionalismo” frente a su identidad foránea.

6
nacionalismo; y cómo se manifestaron dentro de las organizaciones patronales nacionalistas
vinculadas al mundo del trabajo. El tercer punto “El anticomunismo de izquierda (1942-
1943)” da cuenta, a partir de las Actas del Segundo Congreso Ordinario de la CGT en
noviembre de 1942 y el Semanario CGT, de cómo se configura una identidad
anticomunista en el mundo del trabajo en el escenario preperonista, destacando el debate al
interior de la CGT por posicionarse frente a la Segunda Guerra Mundial.
El tratamiento del segundo grupo de fuentes y en consonancia con el segundo
capítulo titulado “Los tópicos anticomunistas en la prensa partidaria del naciente peronismo
en las elecciones del 24 de febrero de 1946”16, señalamos diferencias entre las posturas
anticomunistas de los tres periódicos oficialistas. La Época, quien fue propiedad del radical
yrigoyenista Eduardo Colom, acusaba a la oposición antiperonista de ser los sucesores del
ideario político de la Década Infame. Democracia, desde una propuesta liberal-progresista,
vinculaba al PCA como un agente totalitario en tanto asimilaba al comunismo con el
nazismo. En lo referente a El Laborista, cabe destacar que en su discurso anticomunista
también caían los socialistas.
En lo referente al Capítulo III titulado: “El fenómeno del anticomunismo en la
prensa partidaria del peronismo y la prensa católica: alcances y diferencias de sus
posicionamientos (1946-1949), está dividido en tres subtemas: los posicionamientos de la
Iglesia Católica y el peronismo frente a la estrategia de los Frentes Populares, la puesta en
marcha de las relaciones comerciales con Rusia y el problema del sindicalismo.
En relación al primer punto, a diferencia del capítulo anterior, no encontramos
diferencias en la retórica anticomunista de los periódicos peronistas. En su mayoría fueron
invocaciones provenientes del nacionalismo que no problematizaron sobre el escenario
nacional, sino que acusaron, a nivel latinoamericano la puesta en marcha de Frentes
Populares. Sobre este tipo de denuncias, la Iglesia Católica, desde un ámbito ideológico


16
En dicho momento hablamos de tópicos anticomunistas antes que del fenómeno en sí. Esto porque a
diferencia de los otros momentos, el Capítulo III que da cuenta del período 1946-1949 o el Capítulo VI que
analizamos el anticomunismo durante 1951-1955, reconocemos que las denuncias durante los comicios de
febrero de 1946, fueron directamente relacionadas con el accionar político/partidario del Partido Comunista
Argentino y su relación con la Unión Democrática, en tanto aludía a la puesta en marcha de la estrategia de
Frentes Populares, en los otros dos momentos este tema queda marginal en la medida que las acusaciones no
iban directamente vinculadas al PCA, sino al problema de infiltración gremial y la puesta en marcha de las
relaciones exteriores tanto con el bloque oriental como con el occidental.

7
antes que referirse a fenómenos históricos concretos, enfatizó en el carácter infiltrante del
comunismo.
El segundo punto da cuenta del distanciamiento entre el peronismo y la Iglesia
Católica frente a la puesta en marcha de relaciones comerciales con la Unión Soviética. Por
una parte, el régimen justicialista justificaba su accionar al sostener que existía un criterio
de prescindencia política interna, en la medida que las relaciones con las URSS tendrían el
carácter de periódicas y puntuales; y no iba a interferir con la postura ideológica de su
Tercera Posición. Por otro lado, la Iglesia Católica, aún cuando en febrero de 1946 había
sido parte de la posición peronista inicial, denunció al justicialismo a partir de su retórica
del orden social cristiano y lo criticó, destacando que tenía un vacío doctrinario y por ende
era permeable a que una ideología foránea ocupara ese lugar.
El último punto del Capítulo III tiene que ver con el impacto, frente a las
resoluciones del XI Congreso del PCA, del justicialismo y la Iglesia Católica. En ella, la
dirigencia del Partido Comunista llamó a disolver los sindicatos comunistas para que
integren las filas del peronismo en el seno de la CGT. Por un lado, el régimen denunció las
disposiciones de dicho congreso a partir del problema de la infiltración. Sus acusaciones
enfatizaron en la negación de la identidad obrera a partir de la distinción entre el “auténtico
obrero” proveniente del sindicalismo peronista frente a los comunistas quienes fueron
caracterizados como agentes de disgregación. Por otra parte, la Iglesia Católica, sostuvo
que detrás de la estrategia partidaria del PCA se escondía la puesta en marcha de un plan de
infiltración soviética, que tendría relación con la puesta en marcha de las relaciones
comerciales con la URSS.
El cuarto capítulo “Los usos del discurso anticomunista del peronismo durante el
período 1951-1955” se encuentra subdividido en tres subtemas: la infiltración gremial, la
cuestión internacional y el conflicto con la Iglesia. En él sugerimos que el anticomunismo
tuvo una utilidad táctica en el ámbito político, antes que el desarrollo de prácticas de
disciplinamiento social. El primero de estos puntos da cuenta de la funcionalidad del
anticomunismo durante los momentos de conflictividad sindical 17 . Culpabilizar a los


17
A lo largo del Capítulo IV nos referimos a la huelga ferroviaria (1951) y la huelga metalúrgica (1954). El
discurso anticomunista adquiría un tono más virulento durante las coyunturas críticas de los conflictos
gremiales, acudiendo incluso a la criminalización de la militancia del PCA.

8
comunistas de las huelgas le permitía al régimen evitar admitir que existían tensiones entre
sindicalismo peronista y la dirigencia18.
Cuando nos referimos a la cuestión internacional damos cuenta del cambio de
postura de la política exterior peronismo frente Estados Unidos, que manifestó signos de
ambivalencia por la sensibilidad anticomunista provocada por el macartismo. Este
escenario coincidió momentáneamente con el interés por parte de la URSS en establecer un
tratado comercial con la Argentina. Para nuestro análisis el discurso anticomunista le sirvió
a Perón para cumplir sus pedidos a Norteamérica, sin tener que modificar su Tercera
Posición como postura ideológica.
Nuestro análisis que da cuenta sobre el conflicto con la Iglesia Católica, a diferencia
de los estudios que se han referido al tema a partir de las relaciones entre esta y el régimen
justicialista19, da cuenta sobre el posicionamiento del peronismo frente a la Iglesia Católica
haciendo eje en el discurso anticomunista. Sobre esto señalamos que el régimen caracterizó
a la Iglesia como un agente interventor de la vida nacional, que se asemejaría a la labor
disruptiva del comunismo en tanto era percibida como una institución internacionalista. El
discurso anticomunista del peronismo, en este sentido, funcionó para evitar la
confrontación directa entre los actores anticomunistas. Estos preferían discutir sobre quién
era el actor más eficiente en la lucha contra el comunismo antes que promover el debate
sobre las tensiones del medio local.
El presente trabajo demuestra que el anticomunismo durante el peronismo aunque
no excluyó al PCA institucionalmente como en la década del 30’, reforzó los componentes
identitarios del anticomunismo imprimiéndole un carácter popular. Esta predica le permitió
al peronismo funcionar en el plano sindical, para evitar admitir que existían tensiones entre
los sindicatos y su respectiva dirigencia. En el plano político-ideológico local el discurso
anticomunista le sirvió para evitar una lucha frontal con los principales actores
anticomunistas que conformaron la posición peronista inicial; y en el ámbito internacional,
le sirvió para mantener una posición equilibrada con Estados Unidos en plena Guerra Fría.


18
Esta situación le permitía al régimen sostener la idea que el enemigo se encontraba fuera de la nación y por
ende el conflicto sindical tenía un carácter artificial.
19
Entre algunos de los estudios que dan cuenta de esta relación nos referimos principalmente a Bianchi
(1994), Caimari (2002), Zanatta (2013)

9
Capítulo I:

1.- Antecedentes del fenómeno anticomunista argentino (1930-1943)

El estudio del fenómeno del anticomunismo, como veremos a lo largo del presente análisis,
trae una serie de dificultades en el ámbito metodológico en la medida que se trata de un
fenómeno polifacético, transversal y cambiante en el tiempo. El comunismo y el
anticomunismo nacieron juntos, toda vez que a la formulación inicial de las bases de esta
corriente ideológica se le antepuso inmediatamente una réplica en términos absolutos e
irreconciliables desde diversas fuentes. De esto podría decirse que el anticomunismo tiene
sus antecedentes incluso antes que el comunismo en la medida que afectó a las corrientes
premarxistas de la primera mitad del siglo XIX como parte de un extendido espíritu
contrarrevolucionario. Sin embargo y como señala Casals (2016, pp.25-26) no quita ni
inhibe un esfuerzo por identificar sus principales contenidos, lógicas y actores
involucrados.
La característica más evidente del anticomunismo es su aversión a toda idea,
expresión y práctica perteneciente al ámbito del comunismo, tanto en su formulación
teórica comenzada en el siglo XIX con la obra de Karl Marx y Friedrich Engels y
continuada durante todo el siglo XX con una serie (no siempre armónica) de intérpretes de
estos principios, como en su expresión histórico-política, iniciada en 1917 en Rusia y
reproducida en las décadas siguientes en otros países. Tanto los fines de la prédica
doctrinaria comunista como la práctica política de los grupos que adhirieron a este conjunto
de principios, definiciones y normas fueron el blanco de ataque de todos aquello que
asumieron posturas anticomunistas, intentando con ello evidenciar ante una comunidad
determinada (local, regional o global) la contradicción existente entre el comunismo y todo
el sistema de valores, creencias y fundamentos doctrinarios que, en esas visiones,
sustentaban la “civilización” a la que pertenecían (Casals, 2016, p.25).
Como han sugerido los estudios que han indagado en el fenómeno del
anticomunismo, entre ellos Casals (2016, pp.43-44), Bohoslavsky (2016, p.38) y López
(2013, p.101) es posible acercarnos mediante dos vías de análisis: una dimensión ideológica
y una práctica. Para Casals el fenómeno anticomunista se presenta por un lado mediante el
estudio de las representaciones construidas en base a los principales tópicos del discurso

10
anticomunista, es decir, todas aquellas imágenes, símbolos, sistemas de creencias y valores
que determinados grupos sociales comparten, y que en ciertos momentos se articulan en
narrativas de este tipo. Por otro lado, también podemos acercarnos al fenómeno a partir de
su práctica política, de las organizaciones que asumen el anticomunismo como bandera de
lucha, de los intentos desde la esfera de influencia estatal de exclusión, represión y
aniquilación de todo aquello relacionado con el comunismo, de las inserciones de este tipo
de prácticas en dinámicas ideológicos globales; entendiéndose el discurso y la práctica no
como una dicotomía puesto que ambas se influyen y moldean recíprocamente (Casals,
inédito, pp.8-9). Su influjo puede rastrearse en variadas dimensiones de la realidad social,
así como también en la constitución y legitimación de distintas ideologías políticas que
hicieron suya la misión de combatir el comunismo. Tanto las políticas estatales de
exclusión y represión de todo aquello sindicado como “comunista” (u otro epíteto
asociado), como la aparición de grupos civiles que se autoconfirieron la facultad de
hostilizar a quienes fueran relacionados con esa ideología, fueron expresión de aquella
recurrente capacidad del anticomunismo por atravesar fronteras nacionales, sociales y
políticas, instalándose de ese modo como una de las polaridades ideológicas de mayor
presencia en la política mundial (Casals, 2016, p.25).
Bohoslavsky (2016, pp.37-38) sugiere que para la comprensión del fenómeno
anticomunista en toda su magnitud es necesario evidenciarlo como una fuerza ideológica
con adherentes en múltiples capas sociales y tradiciones políticas, y por lo tanto, como un
elemento con capacidad potencial para aglutinar a esos distintos aliados sociales y políticos.
Por su parte Rodrigo (2000, pp.9-10) destaca que es un fenómeno más grande que la
presencia de sujetos que tratan de sacar ventaja de esas creencias. Es preciso señalar que
más allá de los manipuladores, ciertos agentes políticos adhirieron profundamente a la
causa anticomunista, dedicándole tiempo, energía y esfuerzo de organización. Gracias a
esos militantes el anticomunismo se volvió una tradición, un conjunto de representaciones y
movimientos apropiado de diversas maneras según el contexto.
Para nuestro caso de estudio López (2013, pp.101 y 105) puede darnos una
aproximación directa en lo que respecta al análisis del anticomunismo en la Argentina
desde las décadas de 1920 y 1940. Ella demuestra que la década del 20’ puede entenderse
como un periodo formativo en el que los nacionalistas, los conservadores y la Iglesia

11
comenzaron a señalar al elemento comunista como uno de sus enemigos políticos por
excelencia a nivel nacional e internacional; y fue en los años 30 en el que el pensamiento
anticomunista halló sus características elementales; pues el “temor comunista” que
nacionalistas, católicos y la clase dominante manifestaban desde hacía más de una década
ahora se incluía dentro de la agenda del Estado.
Esta cuestión comunista señalada por López (2009, pp. 2-3) tiene sus antecedentes a
fines de siglo XIX. A lo largo del período conservador (1880-1916), donde se consolidó el
modelo agroexportador, se asistió a la formación de la clase trabajadora argentina y por
ende de la militancia obrera, haciendo su irrupción el anarquismo y el socialismo. La
situación de reclamos y enfrentamientos sociales –a los que se suman las denominadas
revoluciones radicales de 1890 y 1895– generaron las primeras respuestas del Estado para
establecer el tan mentado orden social oscilando entre medidas de integración tibias y otras
de represión. La cuestión social apareció en ese momento conjugada en el debate por la
nacionalización de la masa inmigrante pues era mayoría dentro de la composición de la
clase obrera argentina; conocido como la cuestión nacional. Esto dio lugar a la generación
de posturas que emergieron desde el nacionalismo cultural que consideraban al inmigrante
como instrumento de disgregación en medio de los festejos por el Centenario de la
Revolución de Mayo en 1910. El contexto que nos permite adentrarnos en el
anticomunismo en la Argentina se enmarca dentro de una crisis internacional y nacional,
partiendo por el hecho de que el significado de la Revolución Rusa quedó encerrado en
medio de una grave crisis del sistema económico agroexportador a consecuencia de la Gran
Guerra, debilitando económicamente a los sectores conservadores y dominantes de la
política argentina.
Esto sumado al desplazamiento de la elite conservadora20 con la llegada al poder de
la Unión Cívica Radical con Hipólito Yrigoyen. Este sector interpretó sus planteamientos


20
Algunas de las tensiones que provocó el gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916-1922) entre los
conservadores y los miembros de la elite, fueron rápidamente evidentes. Los elementos más revulsivos para
ellos fueron la ampliación de los funcionarios estatales provenientes de las clases medias; la intervención de
ciertas provincias gobernadas por conservadores; y, fundamentalmente, la política “obrerista” ante las crisis
laborales. (Rubinzal, 2012, p.75). McGee Deutsch (2003, p.78) señala que las relaciones entre Yrigoyen con
el movimiento obrero organizado eran más perturbadoras para la clase alta que su imagen populista o su
legislación social. Sin embargo, el “obrerismo” de Yrigoyen se limitó a un cierto apoyo a los trabajadores de
Capital, con el objetivo de restarle votos a los socialistas. Hasta 1919 el gobierno de Yrigoyen no deportó a
activistas ni implantó el estado de sitio. La policía y el ejército tampoco estuvieron a “disposición” de los

12
en base al origen de un temor; utilizando como argumento central la asociación del obrero a
ideas extranjerizantes. En este contexto de incremento de las luchas sindicales surgen dos
agrupaciones importantes, la Asociación del Trabajo y la Liga Patriótica Argentina para
contrarrestar la influencia del sindicalismo21. En cuanto a la importancia de la Asociación
del Trabajo cabe destacar por un lado, que se convirtió en el eje del reordenamiento de las
fuerzas conservadoras, esto debido a que fue una supraorganización corporativa: buscaba
superar el marco de las organizaciones sectoriales para intentar conformar una fuerza
patronal homogénea que actuara como articuladora social y política. (Rapalo, 2012, p.57)
Por otra parte, se presentaba esbozando un proyecto ideológico autoritario que, para
garantizar la subordinación del trabajo al capital, perseguía la destrucción de los diversos
controles y contrapesos que ponían límites al ejercicio de la libertad y la voluntad
patronales (Rapalo, pp.14-16).
Ospital (1994, p.13) da cuenta que consistió en gran medida, en proveer de
“trabajadores libres” –es decir de obreros no agremiados contratados como rompehuelgas–
a aquellos socios, empresarios en general, cuyos obreros hubiesen declarado una huelga o
un boicot. Su participación fue particularmente importante en el caso de las huelgas
portuarias de 1919 y 1921. El origen extranjero de gran número de trabajadores urbanos y
la necesidad de neutralizar la influencia que sobre los “elementos de labor” podían ejercer
los sindicatos, convirtieron a la cuestión inmigratoria en uno de los temas de preferente
interés para la Asociación.
La Liga Patriótica Argentina, fue en la década del 20’, la institución más
representativa de esta ideología que inspiraba desconfianza y rechazo del inmigrante por
considerarlo principal agente perturbador del orden social y disolvente de los valores de la
“argentinidad”. Había surgido precisamente como reacción antiobrera a partir de los graves

empleadores, como en épocas precedentes, lo que causó que la elite tomara en serio su imagen pública como
“amigo del hombre común” percibiéndolo más inclinado a la izquierda de lo que realmente estaba.
21
Tanto la Liga Patriótica Argentina como la Asociación del Trabajo realizaron las tareas opuestas a la de los
delegados de las centrales obreras: difundían propaganda patriótica antisindical, organizaban brigadas en la
capital y al interior, reclutaban rompehuelgas y fuerzas de choque, calumniaban a los dirigentes obreros,
ordenaban detenciones y, como corolario de su ofensiva, sobre todo al interior del país, instalaban centros de
colocación en los que estaban obligados a inscribirse todos aquellos que quisieran conservar su trabajo. Las
bases de las brigadas, compuestas por elementos del hampa desmoralizados e incluso por delincuentes
comunes sacados de las cárceles, atacaban los piques de huelgas, aterrorizaban y apaleaban a los trabajadores
en el lugar de trabajo y cerca de sus viviendas, se infiltraban en los lugares de trabajo para provocar y señalar
a los militantes, asesinaban, destrozaban y quemaban locales sindicales, bibliotecas, imprentas de periódicos,
y atacaban a tiros las conferencias y manifestaciones de izquierda (Rapalo, 2012, p.88).

13
sucesos de la Semana Trágica en Buenos Aires22. De larga actuación posterior, reunió en
sus filas a grupos de elite y capas medias llenas de temor ante lo que describían como
ataque a la nacionalidad por parte de soviets rusos y peligrosos anarquistas extranjeros
(Ospital, p.14).
La Asociación compartió con la Liga miembros y dirigentes, así como el objetivo
central de desmantelar al movimiento obrero. Fueron elementos distintivos de una y otra
institución el discurso mucho más liberal de la primera y su accionar limitado a dar
respuesta a problemas patronales coyunturales (Ospital, p.14). En lo referente a la ofensiva
sobre el movimiento obrero organizado Rapalo (2012, p.88) sostiene que la Liga Patriótica
Argentina y la Asociación del Trabajo en cierto modo se fusionaron: por una parte por su
objetivo de atacar y vigilar al movimiento obrero organizado y por otro lado, por el hecho
que compartieron autoridades, personal y locales operativos, y las decisiones y estrategias
emanaron de los círculos patronales. Asimismo ambas organizaciones atravesaron un
mismo ciclo, desactivándose progresivamente luego de la desmovilización obrera de 1922.
Pese a estas similitudes, la Liga Patriótica Argentina y la Asociación del Trabajo
pervivieron como entidades separadas: la segunda organizando a los patrones y la primera
más abocada a la agitación ideológica (Rapalo, p.99).
En la Argentina la cantidad de huelgas y huelguistas conoce un auge excepcional
entre 1914 y 1919 y la llegada de Hipólito Yrigoyen en octubre de 1916 sugirió fuertes
expectativas para los actores habituales de las movilizaciones anteriores, se unieron por
primera vez nuevas categorías directamente afectadas por el conflicto como los portuarios o
los empleados de los ferrocarriles y de los frigoríficos, que protestaron contra la carestía de
la vida y reivindicaron mejores condiciones de trabajo (Compagnon, 2014, p.137). Los
efectos de estas dinámicas de protesta quedaron limitados en su accionar por varias razones.
Por un lado, el gobierno de Yrigoyen –del que cierta cantidad de allegados estaba
directamente implicada en el sector agroexportador– no dudó en reprimir violentamente las
protestas sociales mientras les otorgaban algunas concesiones que beneficiaron más a las
clases medias emergentes que al mundo obrero (Compagnon, p.137). Dentro de esta


22
Sobre las causas de la aparición de la Liga Patriótica Argentina McGee (2003, P.19) propone que su
aparición no fue una reacción a los acontecimientos de la Semana Trágica, sino que las raíces de este
movimiento contrarrevolucionario se encuentran en las tensiones asociadas con el desarrollo económico de
los cuarenta años previos.

14
atmosfera en el plano sindical, Yrigoyen tuvo un “pacto tácito”23 con la corriente del
Sindicalismo Revolucionario, tras las negociaciones con el movimiento desencadenado por
la Federación Obrera Marítima (FOM) de esta misma tendencia política en noviembre de
191624.
En la década de 1920, López (2013, p.101) identifica la presencia de una fase
embrionaria del fenómeno del anticomunismo dentro de los sectores nacionalistas,
conservadores y católicos. Esta etapa puede ser comprendida con lo que la autora nos dice
entorno a la diversidad de discursos que emergieron desde las expresiones reaccionarias,
cuya pluralidad significó que ese enemigo comunista se tornara más difuso, derivando
muchas veces en la idea de una amenaza hipertrofiada.
Algo importante de esta etapa que podemos destacar es la proliferación de actores
que se involucraron en el actuar anticomunista que dentro de este contexto podemos
referirnos en términos de Casals (2016, p.44) a un “anticomunismo civil” para dar cuenta
de las agrupaciones que, sin constituir formalmente un partido político, actuaron en función
de las distintas motivaciones y exigencias del anticomunismo. Para ilustrar con hechos,
debemos referirnos a las huelgas y a los enfrentamientos entre obreros y las fuerzas
represivas, no sólo del Estado sino también en distintos grupos de civiles en distintos
barrios de la actual Ciudad de Buenos Aires en enero de 1919: La Semana trágica. Estos
sucesos señalaron manifestaciones explícitas en contra de lo que habrá de llamarse el
maximalismo ruso o el terror rojo, encarnadas en grupos de civiles nacionalistas
organizados como fuerzas paramilitares, entre las que ubicamos a la ya mencionada Liga
Patriótica Argentina que fue fundada en 1919 y transcurre su existencia hasta los años 40,
sin embargo su apogeo fue durante la década de 1920. El nacionalismo de la época

23
Sobre esta problemática sugerimos la lectura de Falcón (2000, P.120) quien sostiene que el radicalismo
tenía una especie de “pacto tácito” con el Sindicalismo Revolucionario. Los radicales favorecían a los
gremios liderados por esa corriente a través de la acción del Estado y a la vez no creaban corrientes pro-
radicales en el plano electoral dado su conocido abstencionismo. Se ha dicho más de una vez que ese pacto
tácito respondía a la necesidad de hacer frente a un adversario en común: los socialistas. En efecto, ellos
competían con los radicales en el terreno político y con los sindicalistas revolucionarios en el plano sindical.
24
El comportamiento cauto y prudente del Sindicalismo se incrementó con la llegada de Yrigoyen a la
presidencia. Uno de sus planteamientos más relevantes era el del “apoliticismo” el cual sostenía que para
poner en marcha eficazmente su tarea revolucionaria, los sindicatos debían ser independientes y neutrales de
toda posición ideológica o adscripción política. Debido a esta concepción los partidos de izquierda (tanto el
PS como luego el PSI-PC) sólo pudieron establecer acuerdos precarios y efímeros con los sindicalistas, y
estuvieron enmarcados en un clima de creciente hostilidad mutua. Para los socialistas, el apoliticismo
sindicalista era un camino para bloquear las posibilidades de desarrollo de su propio partido y para efectuar
una alianza secreta con el radicalismo gobernante (Camarero, 2015, p.164).

15
encarnaba por sobre todo una postura anti extranjera, con un contenido anti obrero ya
presente durante la etapa conservadora y un fuerte antiizquierdismo que es difícil de separar
de su carácter xenófobo (López, 2009, p.3).
Al comparar la década de los años 20’ con los 30’ López da cuenta de la presencia
de otra materialidad al fenómeno del anticomunismo25. Sobre esto podemos decir que ya en
la década de 1930 no se trataba de una amenaza hipertrofiada. Es en ese momento en que el
anticomunismo adquirió el status de virtual ideología estatal; pues se puso en marcha un
proceso de persecución de los militantes comunistas desde los aparatos del Estado. La
década de 1930 se diferenció de 1920 en la medida que el fenómeno del anticomunismo
adquirió sus características elementales ya que, para la autora, en 1930 existió otro
escenario en el que el anticomunismo no sólo se manifestó en el ámbito ideológico, sino
que tomó una forma material concreta: la represión política ejercida por el Estado sobre la
clase obrera. (López, 2013, p.101)
Esta nueva materialidad del anticomunismo durante los años 30’ se puede
comprender a través de la existente crisis económica que provocó, por un lado, la reducción
de las tensiones entre capital y trabajo al aumentar la desocupación, y por otra parte, la
desmesurada represión de la dictadura de Uriburu (1930-1932) que llevó a que parte del
movimiento obrero se replegara a la clandestinidad. Para el “retorno democrático” de 1932,
las organizaciones sindicales comenzaron a manifestar su descontento por las
consecuencias de la crisis y a reclamar por el reconocimiento de estructuras sindicales,
llevando al planteo de nuevas tácticas políticas. (López, 2013, pp.104-105).
El Gobierno de facto de Uriburu que, en conjunto con el estado de sitio, la ley
marcial y el restablecimiento de la pena de muerte desterrada por el Código Penal, impuso a

25
Sobre este punto es importante resaltar que al comparar el fenómeno del anticomunismo argentino con el
caso chileno que estudia Casals, nos encontramos con el hecho de que en Chile se puso en marcha de manera
paralela el discurso y la práctica bajo una lógica de retroalimentación, mientras que para el caso argentino
como señala López, la práctica del anticomunismo tuvo un período formativo durante la década de 1920, en
que sólo primó la cuestión ideológica; manifestándose una evolución cronológica del anticomunismo. (López,
2009, p.4) Esto nos ayuda a definir lo que Casals habla de “anticomunismo de Estado” para referirnos a
aquellas tentativas por excluir física, jurídica o simbólicamente a todo aquel sindicado “comunista” a partir de
partes o la totalidad de la institucionalidad estatal que se tradujo por un lado, con el despliegue de organismos
de seguridad encargados de vigilar, reprimir y sancionar toda actividad sospechosa con el comunismo, y por
otra parte, en tentativas legales dirigidas a suprimir su fuerza política. (Casals, 2016, p.43). Esto se manifestó
en el caso chileno, durante la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), la vigencia de la “Ley de
Defensa Permanente de la Democracia” (1948-1958) y en la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990),
mientras que para el caso argentino cabe destacar como caso de “anticomunismo de Estado” el gobierno de
Uriburu (1930-1932) quien declaró ilegal al Partido Comunista (Campione, 2007, p.3)

16
toda la oposición una política represiva. (Camarero, 2007, p.157) El movimiento obrero
dentro de este contexto no optó por la protesta, sino por la negociación desde una posición
débil; lo que concluyó con la fundación de la Confederación General del Trabajo (CGT)26.
López (2013, p.105) señala que la piedra angular de las políticas represivas y de
persecución de los años 30’ provienen particularmente de la creación de La Sección
Especial para la Represión al Comunismo (SERC) dirigida en 1931 por Carlos Rodríguez y
luego recreada y dirigida en 1932 por Federico Donadio, quien sería reemplazado al año
por Joaquín Cusell. Organismo dependiente de la Sección de Orden Político (SOP) de la
Policía de Capital. En el gobierno de Uriburu tuvo lugar un recrudecimiento de la violencia
estatal dentro del cual jugó un papel importante el aumento de las prácticas de espionaje
que desde 1932 la SERC desarrolló con una finalidad represiva anticomunista (López,
2013, p.105). De manera que para esta instancia ya no podemos hablar de la presencia de
un “anticomunismo civil” , sino que como señala Casals (2016, p.43) nos encontramos
frente a un caso de “anticomunismo de Estado”. Esto se infiere a partir del intento por
excluir jurídicamente a todos los sindicatos obreros que tenían presencia de socialistas,
anarquistas, comunistas e incluso a los que mostraban posibilidades de ser “contagiados”,
por medio de la presentación de la primera versión de la “ley de represión de actividades
comunistas” de 1932 (Visacovsky, 2007, pp. 5-6), en que si bien se manifiesta una
exclusión en general; la represión más abierta es hacia los comunistas.
Durante la presidencia de Agustín P. Justo (1932-1938), en mayo-junio de 1932 (en
especial el ministro del interior Leopoldo Melo) reemplazó su primera política de tolerancia
hacia los sectores más combativos del mundo del trabajo por otra de creciente hostilidad.
Esto se agravó con el restablecimiento del estado de sitio (entre diciembre y mayo de 1933)
que volvió a imponerse en diciembre de 1933 y a lo largo de 1934. En el gobierno de Justo
hubo un aumento de la represión estatal dado a la acción represiva de la SERC en la medida
que se intensificaron las persecuciones por el aumento de presupuesto (Camarero, 2007,

26
Esta organización era el producto de la unidad entre la Unión Sindical Argentina (USA) y la Confederación
Obrera Argentina (COA), más el aporte de algunos sindicatos autónomos, como tranviarios, telefónicos y
trabajadores del Estado que logró reunir así unos 125.000 asociados. La fusión se había postergado desde la
segunda mitad de 1929. Las dificultades en la relación entre las direcciones de ambas centrales y la oposición
de varios dirigentes gremiales socialistas a la forma, los tiempos y el marco programático con el que debía
nacer la nueva entidad habían retrasado la unificación, sobre todo durante 1930. Finalmente, el acuerdo se
concretó el 27 de septiembre, tres semanas después del golpe militar, cuando se constituyó una Junta
Ejecutiva formada por diez miembros, repartida por mitades iguales entre la COA y la USA (Camarero, 2007,
P.159)

17
pp.191-192). Asimismo cabe destacar la puesta en marcha de la aplicación de la Ley de
Residencia Nº 4144 contra cuadros del PC de origen español, italiano, francés, polaco,
búlgaro y de otras nacionalidades que fueron enviadas a su lugar de origen.
A partir de esto podemos decir que el fenómeno del anticomunismo se manifestó de
manera práctica en reiteradas circunstancias en donde adquirió el estatus de ideología
estatal. Sobre esto Nerina Visacovsky (2007, pp.5-6) afirma sobre la “ley de represión de
actividades comunistas”, un proyecto de ley presentado en el senado por Matías Sánchez
Sorondo, quien contaba con el fuerte apoyo del conservadurismo bonaerense, fue exhibida
en dos ocasiones: la primera versión en 193227 y la segunda en 1936. Las diferencias entre
una y otra radicaba en que el proyecto presentado en 1932 no sólo hacía alusión a los
comunistas, sino que enfatizaba en la presencia de socialistas y anarquistas como agentes
capaces de “contagiar” a los sindicatos obreros. Mientras que en la segunda versión de la
ley presentada cuatro años después, el enemigo parecía estar mejor identificado en la
medida que el comunista pasaba a tomar un lugar central ya que para Sánchez Sorondo eran
“sujetos de temer”.
El accionar de la SERC, el debate sobre los proyectos de ley de represión al
comunismo de Sánchez Sorondo y las aplicaciones de la Ley de Residencia Nº414428
hicieron que proliferara un período de debate sobre la cuestión comunista. Por un lado, se
encontraban los órganos de denuncia sobre el empleo de la tortura entre detenidos obreros
por medio de la SERC como La Vanguardia –órgano del Partido Socialista– y Crítica y,
por otra parte, se encuentra el informe del ministro Leopoldo Melo que explicaba las
razones de la existencia de la SERC y sus actividades desde 1932. Este analizaba los
métodos de protesta de distintos grupos obreros calificados como “delincuentes” o
poseedores de una “prédica subversiva” todo ello vinculado a la presencia del comunismo.
El comunismo era caracterizado por el llamado “Informe Melo” como un nuevo tipo de


27
Este proyecto proponía condenar a dos años de prisión a todo aquel que enseñara o propagara la doctrina
comunista o intentara subvertir el orden social existente. Si el castigado era argentino, le cabría la
inhabilitación de votar y de ejercer empleos públicos por diez años; si era extranjero, se le agregaría la
expulsión del país, tras cumplir la condena (Camarero, 2007, p.194)
28
Sobre este aspecto Camarero (2007, pp.170-171) sostiene la existencia de deportaciones masivas. La última
de ellas antes de terminar la dictadura de Uriburu fue el 10 de febrero de 1932, en el barco Chaco fueron
subidos más de cien presos sociales y políticos con destino a sus países de origen. La mayoría fue expulsada a
la Italia fascista (también a otros países con gobiernos autoritarios, como Hungría, Polonia y Lituania). Si bien
había obreros de distintas tendencias (principalmente anarquistas), más de la mitad eran del PC, entre los que
destacaban varios italianos del gremio de la construcción, como Pedro Fabretti y Guido Fioravanti.

18
delito. Esta “nueva forma de delincuencia” no podía ser regulada por el Estado, de ahí la
necesidad de la acción preventiva de la Sección. La criminalización no fue el único tema
relevante de ese informe. El ministro también diferenció entre esos nuevos delincuentes y
aquellos trabajadores con reclamos “legítimos”, organizados en gremios de línea
sindicalista; articulando un discurso que negaba la identidad obrera de los comunistas.
(López, 2014, pp.2-3)
En respuesta al “Informe Melo”, el Partido Comunista tras encontrarse en
dificultades por las deportaciones de sus militantes y con motivo de luchar contra las
expulsiones, hizo intervenir al Socorro Rojo Internacional (SRI). El SRI fue una
organización creada en 1922 con el fin de asesorar legalmente o defender a presos políticos
a nivel internacional. Asimismo, a fines de 1931, conformó el Comité Obrero y Estudiantil
contra las Deportaciones, que reunió sindicatos y entidades influenciadas por el PC
(Camarero, 2007, p.171). El SRI publicó un informe en el que detallaba la actuación de la
SERC en los primeros años de la presidencia de Justo. Por esto y por su relación con la
URSS, este grupo fue acusado por el propio Melo y por grupos nacionalistas de brindar a
los “agentes del desorden social” una nuestra estrategia de defensa: la ayuda jurídica. A
pesar de esto, el SRI publicó un documento titulado “Bajo el terror de Justo” que señalaba
que las detenciones a militantes obreros se realizaban bajo figuras contravenciales como
“portación de armas” o por “instigación a cometer delitos”; casi todos los detenidos se
encontraban en plena actividad huelguística o reunidos en sus agrupaciones o partidos
como en celebraciones públicas vinculadas por lo general a actos antifascistas (López,
2014, p.3). Con el aparato formal de un régimen democrático, la represión contra el
movimiento obrero no sólo se había mantenido, sino que se había recrudecido con nuevos
métodos que aplicaban la Policía de Capital y la SERC (López, 2013, p.114).
Como señalamos con anterioridad, la cuestión anticomunista se manifestó como
virtual ideología estatal durante la década del 30’. Sobre esto podemos decir que se intentó
expresar dicha ideología en tres ocasiones: dos con Sánchez Sorondo respectivamente en
los años 1932, la segunda oportunidad cuando el mismo proyecto fue girado a comisión y
recién fue tratado en noviembre-diciembre de 1936 y una tercera oportunidad a fines de
1938, en el que un grupo de parlamentarios presentaron en la Cámara de Diputados otro
proyecto que buscaba castigar al que difundiera las ideas de la Internacional Comunista

19
(Camarero, 2007, p.195). En apoyo al proyecto de Sánchez Sorondo se formó la Comisión
Popular Argentina contra el Comunismo (CPACC), presidida por Carlos Sylveira, quien
tenía vinculación directa con la SERC. Detrás de la acción de la CPACC se fue
consolidando un extenso bloque en donde confluyeron y se confundieron el
anticomunismo, el nacionalismo, el catolicismo, el militarismo, el antisemitismo y el
fascismo. El enemigo fue concebido de una manera amplia y heterogénea, la “amenaza
bolchevique” apareció como un motivo central, siempre caracterizada como un fenómeno
foráneo y extraño a la comunidad nacional. (Camarero, 2007, p.196).
El rechazo definitivo al proyecto de Ley de Represión tuvo lugar a fines de 1936,
siendo la violación de las garantías constitucionales el fundamento con el que se puso fin a
este. (López, 2014, p.14) Sobre la caracterización del PC en la década del 30’ frente al
despliegue del fenómeno del anticomunismo, según López Cantera (2013, p.120), dio lugar
a la imagen de un “peligro rojo” concreto: un partido con estrategias y organizaciones
políticas y culturales, en enfrentamiento violento contra las fuerzas del orden y con un
organismo internacional de asesoramiento legal a su servicio. Ello reforzó una dicotomía ya
existente en el pensamiento de los nacionalistas reaccionarios, en particular gracias a la
operación de “criminalizar” a los trabajadores cuyos métodos apelaban a la violencia o
incluían en su discurso el elemento internacionalista.

2.- El fenómeno anticomunista en el nacionalismo sindicalista de derecha en la década


del 30’
En el presente apartado buscamos evidenciar en qué medida el discurso nacionalista se
articuló con el fenómeno del anticomunismo, tomando en consideración que el
nacionalismo corresponde a uno de los pilares que conforman las matrices del fenómeno
anticomunista argentino; señalaremos primero que todo las tendencias nacionalistas que
subsistían en la década de 1930, período que por cierto, es de suma importancia en la
medida que dejamos en evidencia que el fenómeno del anticomunismo estuvo cerca de
adquirir el estatus de ideología estatal mediante los proyectos de Ley de Represión al
Comunismo presentados en 1932 y 1936.
El nacionalismo como tópico ideológico puede ser entendido a partir de Cristián
Buchrucker, quien sostiene que del período 1927-1955 primaron dos tendencias del

20
nacionalismo: el restaurador y el populista. Siendo el punto de quiebre de éste fenómeno a
mediados de la década de 1930, en el que el término “nacionalismo” dejó de tener una
carga ideológica ligada exclusivamente al “uriburismo”. Por una parte nos podemos referir
a un nacionalismo “aristocrático” de derecha y por otro lado, ubicamos a un “nacionalismo
de izquierda”, “dinámico” o “populista” (Buchrucker, 1987, p.111).
El nacionalismo restaurador estaba influido por figuras como Julio Meinveille quien
perteneció a la generación uriburista de 1930, el cual impuso, en conjunto con los
neorepublicanos, una cosmovisión basada en un tradicionalismo católico estricto. Las
doctrinas de la modernidad –el empirismo inglés, el racionalismo francés, el materialismo
marxista– fueron severamente condenadas. La mayoría de los ideólogos del nacionalismo
restaurador, entre ellos Meinveille, consideraban que el realismo tomista siempre había
formado el núcleo intelectual de la tradición nacional. El despertar del nacionalismo era
interpretado como el inicio de un proceso, a través del cual la auténtica cosmovisión
argentina habría de reconquistar su posición dominante en la cultura, la sociedad y la
política (Buchrucker, pp.123-124).
Todos los nacionalistas restauradores consideraban que la izquierda en general y el
comunismo en particular eran los peores enemigos de la nación. Aquí se continuaba la
tradición uriburista, con pequeñas alteraciones en determinadas acentuaciones. La polémica
con el marxismo era pasionalmente conducida por la prensa nacionalista, pero no culminó
en una gran obra definitiva. El liberalismo era considerado como débil y decadente, pero
todo lo contrario se pensaba del comunismo en el que se veía una temible posibilidad
futura. De esta apreciación nacía la convicción de que el ciudadano ya no podía votar por
cualquier partido: “sólo” quedaría la alternativa entre “comunismo o nacionalismo”.
(Buchrucker, p.142)
En lo que concierne al nacionalismo populista, aunque no tuvo gran relevancia
como fuerza política, se constituyó a partir de 1935, su principal base de apoyo fue la
FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Esta agrupación no fue en
sus orígenes más que un pequeño círculo de académicos modestos, estudiantes, empleados
y periodistas que se reunían en un sótano alquilado. El movimiento también seguía una
política sindical diferente a la de las ligas del nacionalismo restaurador. En vez de intentar

21
la fundación de sindicatos estrictamente “nacionalistas”, los forjistas difundieron su ideario
en algunas organizaciones socialistas y sindicalistas ya existentes. (Buchrucker, p.261)
La diferencia entre esta actitud y la del nacionalismo restaurador es muy grande.
Ambas tendencias nacionalistas se veían a sí mismas como intentos de crear un nuevo
consenso argentino, adecuado a la época, ya que la crisis mundial había destruido los
supuestos del consenso decimonónico. Pero la tendencia restauradora –al igual que el
socialismo y el comunismo– había recibido un sello deformante con su aceptación acrítica
de los modelos ideológicos europeos. Esto complicaba y endurecía las tensiones existentes
en la sociedad argentina, en vez de contribuir a su esclarecimiento y superación creadora.
En cambio, los populistas creían que el consenso políticamente original y eficaz debía ser
construido sobre la base de la coincidencia en algunas pocas pero decisivas cuestiones
concretas de la política y la economía argentina. Mientras que para el nacionalismo
restaurador la historia era el producto de la acción de líderes y elites, para los populistas
ocupaba el centro de la escena el concepto de “pueblo”, en el sentido de la abrumadora
mayoría de la población. FORJA se consideraba a sí misma como la célula nuclear de un
movimiento que conectaba la lucha nacional contra la dominación extranjera con las
exigencias populares de mejoras socioeconómicas y participación política. (Buchrucker, pp.
263-268)
Daniel Lvovich sugiere, entre las dificultades sobre el análisis del nacionalismo, que
las fronteras de este concepto, no sólo a partir de 1950 sino que también en 194029,
resultaron difusas y porosas. Esto debido a que la identidad de los nacionalistas resultaba
inestable, y menos determinada por una rígida estructura ideológica que por un escenario
político cambiante que los obligaba a asumir distintas posiciones y prácticas (Lvovich,
p.26). Sobre esto Lvovich propone que el problema del nacionalismo durante la primera
mitad del siglo XX puede ser entendido a partir del mínimo denominador común ideológico
del nacionalismo argentino que engloba las posturas antiliberales, antiizquierdistas y
corporativistas a través de “la denuncia de un complot”. Frente a este problema, Lvovich se
ajusta a la propuesta del autor francés Pierre Taguieff, quien da cuenta que el nacionalismo


29
Dadas las características de ese escenario, y a la diseminación del antiizquierdismo, el antiliberalismo y el
corporativismo, parece más apropiado pensar en los grupos nacionalistas como los extremos de una
gradación, más que como los portadores de una especificidad que los haya separado radicalmente del resto del
arco político (Llovich, P.26).

22
puede ser entendido por medio de su gesto constitutivo, fuertemente tematizado, de
denuncia de un complot dirigido a dominar y explotar el cuerpo nacional. Un complot
organizado por extranjeros del interior. El nacionalismo argentino de la primera mitad del
siglo XX podía definirse en buena medida en tales términos. Los distintos grupos
nacionalistas compartieron los gestos señalados por Taguieff: la denuncia de un complot y
el llamado a una cruzada para la reconquista del país, así como unos tópicos ideológicos
que les resultaron comunes (Lvovich, pp.20).
Dado que la “Teoría del Complot” –aunque haya sido ampliamente empleada en
distintas latitudes por las derechas radicalizadas– no es un patrimonio exclusivo de los
nacionalistas, su combinación con los rasgos ideológicos compartidos nos permitía
establecer una delimitación razonablemente clara para estos sectores. Evidentemente, esta
delimitación no implicaba la existencia de barreras infranqueables con otras tradiciones y
familias políticas. Para muchos casos las fronteras entre el conservadurismo y el
nacionalismo eran porosas, y no resultaban escasos los sujetos que pertenecían a ambos
mundos al mismo tiempo, tales como Manuel Fresco y Matías Sánchez Sorondo (Lvovich,
p.21).
Frente al nacionalismo restaurador y el de otra índole los dirigentes de la CGT en la
primera mitad de la década del 30’ mostraban cierta indiferencia, y aún hostilidad en
ocasiones. Esta actitud es comprensible ya que los obreros, tanto sindicalistas como
socialistas, tendían a vincular el término “nacionalismo” con los regímenes fascistas o con
regímenes donde la libertad sindical estaba severamente restringida (Matsushita, [1986]
2014, p.257). Además, la mayoría de los sindicalistas que dirigían el movimiento obrero del
país en la primera mitad de la década del 30, no daban tanta importancia a la presencia de
capitales extranjeros ni a la prédica antiimperialista. Para los sindicalistas el problema
principal era defender el interés obrero frente a los capitales, fuesen nacionales o
extranjeros. También hay que considerar que desde la década del 20 estaba comenzando la
penetración de capitales norteamericanos en los sectores de alimentación, textil, metalurgia,
maquinarias y productos farmacéuticos, mientras en el mercado argentino iba en aumento
la tensión entre el capital británico y el norteamericano. (Matsushita, p.259)
Sobre “las matrices del anticomunismo” Rodrigo Patto Sá Motta (2000, pp.32-35)
problematiza en torno al desenvolvimiento del anticomunismo en Brasil; señalando que a

23
pesar de que no podamos acercarnos a este fenómeno como si fuera un cuerpo homogéneo,
en la medida que agrupa diferentes grupos políticos y proyectos diversos, debemos hablar
de anticomunismos más que anticomunismo. El origen de las representaciones del
anticomunismo proviene de tres matrices básicas, entendiéndose estas en tanto sistemas de
pensamiento globales que otorgan sentido y legitiman socialmente la oposición al
comunismo: el cristianismo, y más precisamente el catolicismo, el nacionalismo y el
liberalismo.30
Para nuestro caso de estudio indagaremos específicamente en el caso del
anticomunismo nacionalista. En términos de Casals el nacionalismo sería el esfuerzo
consciente y organizado por promover una versión específica de la comunidad nacional,
este a su vez puede ser proyectual, progresista o incluso revolucionario, dependiendo de las
condiciones en las que se desarrolla y del sentido otorgado a ese tipo de nociones; como
también puede derivar en concepciones esencialistas y estáticas, entendiendo así la nación
como una realidad inmutable, inalienable y relativamente independiente de los procesos de
escala global. Esta última tendencia concibió al comunismo como un elemento foráneo y
patógeno que pretendía la destrucción de la esencia nacional. El anticomunismo
nacionalista fue común tanto a quienes sí adherían al nacionalismo como también a quienes
ocasionalmente participaban de este ideario, haciendo uso de una lógica bastante clara: en
tanto se concebía a la nación como una realidad suprema, única e indivisible, el comunismo
se presentaba como una fuerza disgregadora, que gracias a su énfasis en la lucha de clases y
en la división de la sociedad entre explotadores y explotados, constituía una amenaza no
solamente para la estabilidad de la nación, sino que también para su existencia misma.
(Casals, 2016, pp.36-38)
El nacionalismo como movimiento dentro de los gremios no logró tener
efervescencia como las corrientes de izquierda ya sea sindicalismo, el socialismo y el
comunismo, aunque se posicionó como un elemento clave para comprender la postura de
los obreros anticomunistas. Dentro de éste ámbito destacaremos el estudio de Mariela
Rubinzal (2012, pp.114-115) quien propone que el nacionalismo sindicalista tuvo

30
En torno a este problema de la heterogeneidad de representaciones que pueden provenir del anticomunismo
como matriz ideológica, Sá Motta señala que no debemos referirnos a anticomunismo en un sentido singular,
sino que dado a la pluralidad de matices que adquirió la prédica anticomunista resulta necesario hablar de
“anticomunismos” en la medida que el anticomunismo antes que un cuerpo homogéneo, sino que es un frente
que reúne grupos políticos de proyectos diversos. (Patto, p.32)

24
elementos de continuidad con la Semana Trágica de enero de 1919, que más allá de ser un
momento decisivo en la historia del movimiento obrero argentino, por la violencia sin
precedentes con que el Estado y las fuerzas parapoliciales reaccionaron ante la huelga de
los trabajadores, fue a través de Liga Patriótica Argentina en que el nacionalismo
sindicalista encuentra sus antecedentes. Si bien esta nació dentro del contexto de la Semana
Trágica para reprimir las acciones de protesta del movimiento obrero, al mismo tiempo
procuró atraer –según sus propias palabras– a los “buenos” trabajadores. Las brigadas de
trabajadores libres incluyeron diferentes tipos de actividades como operadores telefónicos,
ladrilleros, pintores, zapateros, carpinteros, peones, cigarreros, metalúrgicos, portuarios,
estibadores, ferroviarios, panaderos, entre otras. Se trataba de trabajadores no
sindicalizados empleados por miembros de la Liga o contratados por ellos para romper
huelgas o impedir de alguna manera la movilización obrera.
La mayoría de las agrupaciones obreras nacionalistas surgieron en la segunda mitad
de la década del treinta, en la medida que se da una nueva lectura de la conflictividad
social, por cierto muy elevada, entre los nacionalistas quienes se mostraron convencidos de
la necesidad de introducir un cambio en su concepción de la política (Rubinzal, p.121).
Esto puede entenderse a partir del cambio en la dirección de la CGT, que luego de 1935 fue
encabezada por miembros socialistas y comunistas. Es decir, la proliferación de estos
grupos de obreros nacionalistas fue una consecuencia del “avance de la izquierda” entre los
trabajadores de la industria.31 Sobre esto Rubinzal (pp.132-136) señala entre las principales
organizaciones que tuvieron un discurso pro-obrero y se autodefinían como anticomunistas
encontramos la Alianza Juventud Nacionalista (AJN) que surgió en 1937 como una entidad
afiliada a la Legión Cívica Argentina y la Vanguardia Obrera Argentina (VOA) creada en
1939. Según Rubinzal (p.133) la AJN a pesar de que su presidente Juan Queraltó lo
declarara como un movimiento eminentemente proletario. Lo cierto es que la Alianza


31
Entre los principales sindicatos que aparecieron en 1937 se encuentran la Alianza de la Juventud
Nacionalista (AJN), la Agrupación Obrera Adunista, la Unión Sindicalista Argentina (USA) y el Frente
Obrero Nacionalista Argentino (FONA). Las entidades obreras nacionalistas tenían una serie de actividades
regulares como reuniones, inscripción de adherentes en locales propios (también podían ser espacios cedidos
por alguna otra organización nacionalista o bien por algún diario). (Rubinzal, p.125)

25
reunía a militantes provenientes de diferentes sectores sociales, pero su discurso fue
eminentemente pro-obrero32.
Como señalamos con anterioridad, la proliferación de las entidades anticomunistas
pro-obreras como la AJN y la VOA se debieron principalmente a las disputas al interior de
la CGT que culminaron en el cambio de dirección de la CGT o también llamado “el golpe
obrero”. Este se puso en marcha debido a que los dirigentes comunistas junto con los
socialistas exigieron la realización de un congreso para normalizar las funciones de la CGT.
Los sindicalistas se rehusaron a convocar a los trabajadores para tal fin, lo cual generó
largas discusiones que terminaron con una acción violenta, la toma de la CGT y el desalojo
de la conducción sindicalista. Durante un breve período funcionaron dos centrales: la CGT
Catamarca que agrupaba a los sindicatos expulsados mientras que la CGT Independencia
representaba a los gremios “insurgentes”33 (Rubinzal, p.118).
En cuanto a las relaciones entre los Comunistas y la CGT, Hugo del Campo (1988,
p.297) señala que tras el nuevo viraje del Comintern en 1935, que lanzó la consigna del
frente popular los comunistas disolvieron el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC) y
pidieron ingresar a la CGT. La dirección sindicalista no veía con mucho entusiasmo a
quienes no habían dejado de “vituperearla” y puso una serie de condiciones, entre ellas, que
los sindicatos “no aceptaran ni toleraran ninguna consigna que emane de grupos externos”.
Sólo después de la deposición de la cúpula sindicalista pudieron los comunistas entrar en la
CGT, pero tampoco los socialistas los recibirían con los brazos abiertos; el congreso
constituyente de 1936 reservó el derecho de votar y ser elegido miembro de los cuerpos
directivos a los sindicatos que tuvieran un año de afiliación a la central, excluyendo así a
los comunistas. Recién en el primer congreso ordinario de 1939 estos participaron con

32
Por un lado el AJN se caracterizó por promover el odio tanto al marxismo como a la sociedad liberal,
capitalista y burguesa. La Alianza planteó la limitación de la propiedad privada junto con la nacionalización
del petróleo y de los servicios públicos. Asimismo tenían propuestas de controlar la inmigración y rechazar el
ingreso de los inmigrantes judíos al país, por lo que se induce a definir como un tipo de movimiento fascista
que presentaba un elemento común propio del contexto: el antiimperialismo. La VOA, por otra parte, se
constituyó como la rama obrera de la AJN, cuyo propósito para la alianza tenía “disputar el predominio del
marxismo” en el campo obrero y asegurar la justicia social en el marco de la nacionalidad (Rubinzal, p.134)
33
Rubinzal (p.118) deja en evidencia que la CGT Catamarca contaba con el apoyo de la Federación Obrera
Marítima (FOM), la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos (FOET), la Federación de Oficiales de
la Marina Mercante (FOMM), la Asociación de Trabajadores de la Comuna (ATC) y una serie de pequeños
sindicatos de oficio (cartoneros, mimbreros, molineros, cocineros –entre otros–); mientras que la CGT
Independencia contaba con los miembros de más peso como la Unión Ferroviaria (UF), Confederación
General de Empleados de Comercio (CGEC), La Fraternidad (LF), Unión Tranviarios (UT) y Unión de
Obreros y Empleados Municipales (UOEM).

26
plenos derechos, obteniendo el 38% de los cargos en el Comité Central Confederal (CCC)
lo que reflejaba la importancia de sus bases.

3.- El Anticomunismo de izquierda (1942-1943)


Este período muestra una serie de elementos importantes en lo que respecta a la
configuración de una identidad anticomunista por parte del sindicalismo pre peronista.
Primero que todo debemos tomar en consideración el contexto internacional, pues a
mediados de 1941 el avance alemán contra la URSS, determinó que el comunismo ahora se
volcara al bando aliado y realizara un llamado a unificar esfuerzos contra el fascismo. En la
Argentina el PC obedeció al mandato y convocó a la cada vez más desgajada CGT a
posicionarse pero se topó con la negativa del sector mayoritario liderado por Domenech y
Almarza, que argumentaban la necesidad de mantenerse prescindente de sucesos de índole
“externa” al movimiento obrero (Ceruso, 2015, p.207).
En la medida que se extendía y profundizaba la Segunda Guerra Mundial, se
acentuaba la lucha interna de la Argentina entre neutralistas y aliadófilos. Esa lucha frontal
se expresaba en la CGT: cuando en diciembre de 1941, a propósito del estallido de la
guerra entre Estados Unidos y el Japón, el gobierno de Castillo declara estado de sitio para
impedir actos de protesta contra el neutralismo argentino por parte de los sectores
aliadófilos, el sector de Domenech se niega a que la CGT adopte una posición crítica de la
decisión gubernamental. Tal actitud fue duramente criticada por los comunistas y por Pérez
Leirós, pero una mayoría de independientes y socialistas sindicalistas impidió que en la
CGT prosperara la posición comunista-socialista del sector de Pérez Leirós. Era evidente la
división en el interior del sindicalismo socialista. (Godio, 2000, p.747).
Matsushita (pp.299-230) pone en evidencia el grado de conflictividad que existía
entre los socialistas y comunistas, principalmente en el lapso en que la Unión Soviética se
mantuvo al margen del conflicto, o sea desde la puesta en marcha del Pacto de no agresión
firmado entre Alemania y Rusia el 23 de agosto de 1939 hasta el estallido de la guerra entre
ambos países el 22 de junio de 1941. Durante ese tiempo los comunistas consideraban la
guerra como una lucha entre los dos imperialismos, principalmente entre el británico y el
alemán, e insistían en la necesidad de mantener la neutralidad del país frente al conflicto
bélico en Europa y propugnaban una lucha antiimperialista.

27
El conjunto de estas problemáticas abrió el debate dentro de la CGT en su II
Congreso Ordinario realizado desde el 15 hasta el 18 de noviembre de 1942. En él
Borlenghi, por medio de la lista socialista-comunista, fue elegido presidente del evento por
111.713 cotizantes representados (con apoyo del PC), sobre 60.069 de Domenech, que
implicaba un poco más de los votos de la Unión Ferroviaria (Godio, p.747). Como señala
Diego Ceruso el Congreso emitió una declaración de apoyo a los países “aliados” en la
guerra, un pedido de ruptura de relaciones con Alemania y sus socios y la reanudación de
los lazos diplomáticos con la URSS (p.208). En el acta de este congreso podemos
visualizar una discusión entre el militante comunista Rubens Iscaro y al secretario adjunto
de la CGT Independencia de tendencia socialista, Camilo Almarza sobre el
posicionamiento de la CGT frente al tema de la invasión alemana a Rusia. Siendo Iscaro
quien califica la labor de la CGT como “deficiente” en la medida que identifica y denuncia,
entre algunas de las prácticas, la desorganización obrera en el ámbito industrial, la
intensidad de la represión policial hacia los sindicatos y la inactividad de la CGT por
combatir el Estado de Sitio. Frente al problema de la invasión alemana a Rusia Iscaro
sostiene:
Hemos visto que con la agresión a Rusia no ha salido una decisión clara sobre ese asunto. Esa
expresión abierta, esa expresión clara y sentida de solidarizar con la Unión Soviética, que muere,
que lucha y que está venciendo al nazifascismo, no se ha visto […] hoy, por encima de todas las
divergencias y de todos los obstáculos, es necesario crear un movimiento en el que no haya
distinción de hombres, ni de clase, ni de credos, para unificar nuestra acción contra el enemigo
común y para aplastarlo a través de este movimiento de solidaridad económica y moral.34

Frente a las declaraciones de Rubens Iscaro, Camilo Almarza, cuyo sector dentro de la
CGT mantenía una actitud más cautelosa y reticente en materia de participación en política
internacional por la CGT (Godio, p.747), responde a él señalando que su ataque es
“despiadado”; sosteniendo que la labor de la CGT durante este período fue positiva en la
medida que ésta se ha ocupado de los problemas económicos locales que aún permanecen
dentro del marco de las posibilidades de acción de la central35. Sin embargo, en términos
de participación en política internacional, cabe destacar que Almarza tenía un
posicionamiento condenatorio frente al nazifascismo, aunque no se involucraron en tareas
de colaboración directa con la URSS como solicitaba Iscaro.


34
Acta del Segundo Congreso Ordinario de la CGT realizado del 15 al 18 de noviembre de 1942, pp.46-47
35
Ibíd. p.50

28
A las declaraciones de Camilo Almarza se suman las declaraciones del dirigente
gremial socialista de la industria del calzado Alfredo Fidanza, quien a diferencia de
Almarza presenta argumentos que van directamente relacionados a la dependencia
comunista de la Unión Soviética. Alfredo Fidanza da cuenta de las contradicciones tanto de
Rubens Iscaro como del obrero Pedro Chiaranti; sosteniendo que anteriormente estos
miembros pertenecían al bando neutralista puesto que avalaban el posicionamiento de la
URSS frente al pacto germano-soviético:
Resulta que Chiaranti, Iscaro y todos aquellos que defendieron a capa y espada esa proposición
neutralista y disimulada simpatía por la causa del totalitarismo, ahora vienen y gritan y se
golpean el pecho clamando que ellos son los primeros y más ardorosos defensores de la causa de
la libertad y la democracia frente al nazifascismo, cuando lo cierto es que ellos en este país,
apenas si pudieron agarrarse del furgón de cola en el movimiento que hemos iniciado en la
C.G.T. en ese sentido y lo hicieron después de una abominable campaña de descrédito de la
C.G.T. y por la neutralidad, porque los trabajadores según ellos, nada tenían que perder ni ganar
en la guerra del fascismo contra la democracia.36

Del posicionamiento de Fidanza podemos dar cuenta del uso de la referencia a la Unión
Soviética como un régimen totalitario, siendo esta característica propia de la prédica del
anticomunismo liberal en la medida que se buscaba equiparar mediante el uso del concepto
“totalitarismo” a los regímenes socialistas con las dictaduras fascistas europeas. Asimismo,
la denuncia por parte de Fidanza apuntaba al rol que cumplió la propaganda del PC frente a
los sucesos de la invasión alemana a Rusia; destacando que el posicionamiento neutralista
que tuvo el PC anteriormente, frente al pacto germano-soviético, no hizo otra cosa que
dividir a la clase trabajadora y en consecuencia la CGT tuvo que enfocar sus esfuerzos en
mantener la unidad sindical por sobre el progreso de los trabajadores:

Recién después que Alemania invadió a Rusia han comprendido que esta guerra la clase
trabajadora tenía todo en pérdida en el supuesto caso de que las democracias llegaran a ser
vencidas. Pero ante de ese suceso sostenían todo lo contrario e hicieron todo el mal que pudieron
al movimiento sindical. Con sus periódicos y otros medios de propaganda dividieron a la clase
trabajadora y la C.G.T. tuvo que hacer frente a todos estos hechos, debiendo restar fuerzas a otras
actividades, lo que le impidió dedicar más energías al mejoramiento de los trabajadores en
general.37

Esta caracterización del comunista como un sujeto “divisionista” va a ser clave para la
comprensión de la conformación de una identidad anticomunista dentro de la CGT. Pues en
su órgano de difusión el Semanario CGT da cuenta de este posicionamiento como un tópico


36
Ibíd. p.57
37
Ibíd.

29
recurrente en la medida que se presentan denuncias frente al rol del PC dentro de la CGT.
Ejemplo de ello es la publicación del 12 de marzo de 1943 titulada “Del pasado nada
aprendieron” en ella deja en evidencia un “acto de injuria” por parte de los comunistas al no
cumplir con una ley práctica de la Unión Ferroviaria38; sosteniendo lo siguiente:
La propia monstruosidad de tales imputaciones, con las que creen pulverizar a los hombres que
constituyen poderosos lazos de unidad obrera y con representativos de las más fuertes y
homogéneas organizaciones, las convierte en risibles y exponen a sus autores como míseros
payasos. La división obrera que logren por tales medios no podrá jamás romper la poderosa
cohesión que une a sus organismos matrices. Fallarán, si se llega a tal locura, aquellos que no
sienten capaces de vida propia y se prestan a ser apoyados por quienes valen menos aun. De ellos
podrá decirse que no existen; que aún no son.

Las publicaciones del Semanario CGT no sólo evidenciaron la imagen del comunista como
un individuo “divisionista” al interior del movimiento obrero, sino que como vemos en la
cita anterior demuestra una negación de la identidad obrera de los comunistas al destacar
que estos individuos no existen. Al mismo tiempo, es preciso sostener que esta retórica del
sujeto comunista como agente divisionista en ocasiones fue acompañada con la crítica al
pacto germano-soviético que ya evidenciamos en el Acta del Segundo Congreso Ordinario
de la CGT. De esto cabe destacar la publicación del 2 de abril de 1943 titulada “El parto de
los montes”, que no sólo denuncia la estrategia política del PC, sino que utiliza el término
“clandestino” para referirse a los sindicatos comunistas como la F.O de la alimentación, la
FONC, el Sindicato de Industria Metalúrgica, la Unión Obrera Textil y la Federación
Gráfica Bonaerense, quienes realizaban tareas de “desprestigio y confusión”:
Recuérdese, por ejemplo, la campaña obstinada, la resistencia y la calumnia que se utilizó para
desprestigiar, primero e inutilizar, después, la sanción del primer Congreso Confederal, de 1939,
a favor de la democracia y la libertad. Era la época en que los comunistas, revelando esa
extraordinaria ineptitud tan propia de ellos, obedecían ciegamente a las consignas que les hacía
involucrar, a todos los que se oponían a la barbarie del “eje”, como cómplices de la “canalla
imperialista”.

Este posicionamiento crítico frente al Partido Comunista puede entenderse a partir de la


relación entre la corriente socialista y la CGT que es señalada por Matsushita (P.311). Pues a
partir de 1940 se agudizó el conflicto entre los comunistas y socialistas, lo cual repercutió en
el seno de la CGT. En ese conflicto, Domenech se acercó más al grupo socialista liderado
por Pérez Leirós, posiblemente en parte por su simpatía ideológica con la causa democrática,
y en parte porque la cooperación interamericana que propugnaba el socialismo coincidía con

38
Sobre este suceso el semanario CGT no profundiza más allá de lo señalado por nosotros. Por lo que, en esta
instancia, la información carece de argumentación para dar cuenta del sujeto comunista como un ente
“divisionista”. Semanario CGT, 12 de marzo de 1943, Año VIII, Nº 459, p.1

30
el intento de la Unión Ferroviaria de suavizar el efecto negativo de la guerra a través de la
cooperación. También Domenech habrá necesitado el apoyo de los socialistas para enfrentar
la propaganda comunista desplegada contra él. En el seno de la CGT, de esta manera,
apareció una línea de conflicto entre los grupos de Domenech y el de Pérez Leirós por un
lado, y los comunistas por el otro.
A este panorama también es necesario agregar la reaparición de tópicos
anticomunistas proveniente de los años 30 y en los comicios del 24 de febrero de 1946. Pues
bajo el titular “La central obrera es independiente de los partidos y las religiones” del 9 de
abril de 1943. El Semanario CGT acusa a los comunistas por ejecutar una “maniobra
envolvente”; dando cuenta de la imagen del comunista como un sujeto conspirador quien
pone en marcha un plan de agremiación por medio de “etapas”, el cual ya había sido puesto
en marcha en contra de la Unión Ferroviaria:
Es que la “maniobra envolvente” tenía sus etapas, pues se trataba de un proceso calculado y
previsto. Había que descreditar a compañeros que ocupaban funciones directivas, con
propósitos de evitar que pudieran surgir como candidatos a la reelección. Había que cargar las
tintas y difamar, contra personas e instituciones –como se hizo contra la Unión Ferroviaria, a
raíz de las modificaciones a la ley de jubilaciones- para dirigir el tiro por altura y evitar así que
el prestigio y la autoridad lograda siguieran ejerciendo la natural gravitación en la vida sindical
argentina.39

Este rechazo al comunismo fue un tema recurrente sobre todo en la reunión del C.C.C. el 13
de octubre de 1942 que duró hasta el 30 del mismo mes. En esta Domenech y Almarza
refutaron la acusación del apoliticismo en su conducción, señalando las obras realizadas por
la CGT por la democracia y criticaba la intervención del Partido Comunista en los asuntos
internos de la CGT; sostenían también la necesidad de mantener el principio de la
independencia absoluta del movimiento obrero respecto de los partidos políticos (Matsushita,
pp.328-329).
En la misma línea Roberto Testa, quien en 1933 escribe partir de su militancia
socialista y luego, 10 años después, es recurrente encontrar sus columnas dentro del
Semanario CGT. Sobre su trayectoria como socialista cabe destacar su publicación “¿Debe
cambiar de táctica el socialismo?” en ella podemos ver su preocupación por el tema del
gremialismo:
Hay que difundir y vigorizar las publicaciones, hay que concurrir a los sindicatos y a todas las
asambleas de instituciones de carácter social, hay que consumir en las cooperativas, hay que

39
Semanario CGT, 9 de abril de 1943, Año VIII, Nº 463, p.1

31
leer para estar bien informado, y no ilustrarse buscando en los libros de momento, y básicos del
socialismo, la arcilla para esculpir el porvenir que al decir de Benavente será socialista o no será
nada.40

En esta publicación de Roberto Testa testimonia su inquietud por exponer algunas


dificultades del Partido Socialista. Entre ellas Testa muestra la escasez de electores que
están afiliados al PS; manifestando que este se encuentra en un panorama complejo en la
medida en que el socialismo argentino no sólo se manifiesta en el terreno electoral como
una minoría frente a los otros partidos, sino que apenas el 10% de los electores son
militantes socialistas (Testa, 1933, p.35):
¿Y en el terreno gremial se está mejor en la Argentina que en el terreno político? De ningún
modo. Se está todavía peor. Oficios urbanos que cuentan con 30 o 40 mil obreros, tienen
agremiados apenas 300 o 400 socios en sindicatos raquíticos y anárquicos. Y el proletariado
rural ni esto tiene aún. El gremialismo argentino está todavía distraído en la discusión del
comunismo anárquico y del sindicalismo revolucionario, importándosele un bledo del grave
problema de la carestía de la vida.

El posicionamiento de Roberto Testa frente al tema del gremialismo, tanto en 1933 como
en 1943, muestra su preocupación por la actividad sindical, no obstante su postura frente al
comunismo parece difusa en la medida en que lo equipara con el anarquismo, sin embargo
en 1943 la mayoría de sus escritos en el Semanario CGT estaban enfocados en criticar al
comunismo desde un nuevo posicionamiento. Su publicación del Viernes 23 de Abril de
1943 con el titular “Maniobras del Comunismo. Son puestas en evidencia por Roberto
Testa”, si bien muestra un posicionamiento claramente distinto dado a su desplazamiento
desde el socialismo hasta el sindicalismo pre peronista, es posible encontrar una postura
anticomunista más definida que la expresada en 1933 puesto que identifica al sujeto
comunista más que un enemigo político dentro de los gremios:
Pretenden cubrir las verdaderas causas del diferendo gremial acontecido en la Confederación
General del Trabajo: es una vieja táctica de los comunistas. No se trata de simples problemas
locales, de Domenech y Almarza: es una cuestión entre el Partido Comunista, que quiere usar la
organización obrera como trampolín para su política envolvente, y de los que no queremos
prestarnos a ser instrumentos serviles de sus consignas emanadas del extranjero.41

El posicionamiento de Testa dentro de lo que podemos llamar sindicalismo pre peronista en


1943, muestra algunos puntos de continuidad interesantes como la importancia del


40
Testa, Roberto, “¿Debe cambiar de táctica el socialismo? Pp.35-37, Encuesta la Claridad, Editorial
Claridad San José 1641, Buenos Aires 1933. Fondo Dardo Cúneo (Fondo DC). Archivos y Colecciones
Particulares. Biblioteca Nacional de la República Argentina, caja 36.
41
Semanario CGT, Viernes 23 de abril de 1943, Año VIII, Nº 465, p.5

32
gremialismo y la crítica al comunismo. De esto es importante señalar que en su publicación
de 1933, mientras fue militante socialista, tenía una identificación difusa de la figura del
enemigo político en la medida que identificaba al “comunismo anárquico” como un ente
que confunde al gremialismo argentino, no obstante, en las publicaciones del Semanario
CGT podemos identificar una invocación anticomunista que puede ser comprendida a partir
de lo que Sá Motta (2000, p.51) denomina anticomunismo nacionalista que se presentó
como uno de los tres pilares del anticomunismo. Para los nacionalistas, el discurso
internacionalista de los comunistas y su vinculación con el Estado soviético eran actitudes
inaceptables. La defensa de la nación y de la unidad nacional debería estar por encima de
cualquier consideración, sean de naturaleza social, económica o política, y los valores
nacionales no podrían jamás ser suplantados por un orden internacional.
Roberto Testa siguiendo con esta línea, manifiesta una posición que reflejaba el
rechazo a los vaivenes del PCA, pues reconoce la presencia de una táctica comunista que
no sólo es común en la Argentina, sino que tiene una trayectoria que ha echado “hondas
raíces en el extranjero”. De esto, reconoce una táctica conspirativa que tendría en sus
palabras “la intención de usar a la CGT como trampolín para poner en marcha su política
envolvente”; visualizando al comunismo como una ideología foránea que supuestamente
haría de los argentinos instrumentos serviles de la Unión Soviética.
La postura de Roberto Testa para nuestro caso de estudio resulta importante para dar
cuenta del posicionamiento anticomunista de la CGT y al mismo tiempo nos permite
evidenciar en qué medida coincidió la postura socialista con la de la CGT frente al
problema comunista. Sobre esto, cabe destacar que el Semanario CGT parecía tener un
acercamiento a las posturas socialistas en la medida que criticaron frecuentemente el rol de
los comunistas al interior de la CGT y compartían la postura de independencia entre la
acción política y la acción gremial. Ejemplo de ello puede ser el rechazo de la invitación
del PC por parte del PS para la celebración del 1º de mayo de 1943, que fue publicado en el
Semanario CGT con el titular “La ficción de otra CGT”. Esta columna reitera que la acción
política de los trabajadores no debe interferir en la actuación de los gremios lo que se
contrasta con la relación entre movimiento obrero y acción política de la línea comunista42.

42
El intento de la facción comunista de unir las funciones distintas de sindicatos y partidos, que requieren
estar separados, después de haber dividido lo que necesariamente debe estar unido, como es la organización
sindical, pues para el comunismo –que es quien en realidad acudió en solicitud al Partido Socialista mediante

33
Esta postura expuesta por el Semanario CGT que da cuenta sobre el distanciamiento
en las posiciones comunistas y el de la CGT, muestra un nuevo elemento proveniente de
posturas anticomunistas de derechas más clásico en la medida que incorpora el uso de la
violencia por parte de los comunistas dentro del movimiento obrero; sosteniendo que los
“sindicatos obreros comunistas son simples brigadas de asalto a las órdenes del
comunismo”.
El rechazo por parte del Partido Socialista a la invitación del PC para la celebración
del 1 de mayo de 1943 puede ser interpretado a partir del Semanario CGT en códigos del
nacionalismo anticomunista en la medida que caracterizaban al obrero comunista como un
sujeto instigador de rebeldía. Este tipo de invocaciones dentro del Semanario CGT nos
ayudan a dilucidar algunos aspectos identitarios del sindicalismo pre peronista como el
carácter nacionalista que se plasmaba en la crítica al sujeto comunista como agente
disgregador de una comunidad imaginada. Cabe agregar que el sindicalismo pre peronista
no sólo se nutrió de la prédica del anticomunismo nacionalista, sino que podemos hablar
del anticomunismo liberal como otra matriz del anticomunismo que se manifiesta en el
discurso del Semanario CGT. Este aspecto dimensionado por Sá Motta puede ser entendido
en este contexto por la caracterización del comunismo como el ahogamiento de las
libertades públicas y la supresión de voluntad popular para elegir representantes:
los comunistas ya dividieron la clase trabajadora argentina, esto lo han hecho no sólo en
argentina, sino en el mundo, produciendo la reacción en los militantes sindicales. Son una secta
que operando por consignas extranjeras anulan la libertad individual como la libre iniciativa, al
igual que castran, por lo tanto, el libre ejercicio del pensamiento. La lengua viperina de sus
hombres como la cizaña sembrada entre estos compañeros para enconarlos y dividirlos, ha sido
y sigue siendo una poderosa arma para la acción negativa. 43

Esta publicación del 1 de mayo de 1943, redactada nuevamente por Roberto Testa, también
muestra una manifestación del anticomunismo liberal en tanto nos referimos a liberalismo
político, pues el énfasis está en la instauración y permanencia de las libertades públicas las
cuales se ven “amenazadas” con la puesta en marcha de los planes comunistas. Dicho esto,
es necesario destacar algunas singularidades sobre el planteamiento de Testa, pues en este
contexto si bien apoya a Rusia en la guerra –en función del posicionamiento aliadófilo de la


un personero–, los sindicatos obreros son simples brigadas de asalto a las órdenes de aquella facción, la cual,
si no les rinden acatamiento, deben aniquilarlas, si no pueden por la metralla, que sería su ideal, por la infamia
y el vilipendio, en Semanario CGT, Viernes 23 de abril de 1943, Año VIII, Nº 465, p.1
43
Semanario CGT, sábado 1 de mayo de 1943, Año VIII, Nº 466, p.1

34
CGT– y reivindica la importancia de esta, lo hace desde una invocación nacionalista que le
permite realizar una comparación entre el pasado ruso y el argentino:
[...] repito abierta y decidida de cerrarles el camino de estos usufructuarios de Stalingrado y de
toda la heroica resistencia de la Rusia milenaria, que luchan por la defensa de su patria, que es
el patrimonio común de todos los rusos, y no de los comunistas afiliados a la Internacional
Roja. Rusia venció a Napoleón en 1812 [...] Como nuestros hermanos de 1808 vencieron a la
invasión inglesa porque defendían su patria, como lo hacen los rusos, pero no impulsados por la
consigna de ningún partido político, sino que alentados por el gran ideal de libertad y la
independencia de la patria.44

Este planteamiento adquiere importancia si lo analizamos desde la óptica de tópico


anticomunista pues Testa reivindica la importancia de Rusia dentro de la Segunda Guerra
Mundial en la medida que “lucha por la defensa de su patria”. A partir de ese punto
podemos ver una crítica a la retórica internacionalista del comunismo, pues señala la
victoria de Rusia sobre Napoleón y de la Argentina contra los ingleses como eventos en que
la patria unificada –sin necesidad de estar asociada a un partido político– se defendió con
éxito de enemigos foráneos. Esta comparación realizada por Testa muestra un ejercicio de
negación ideológica en tanto que muestra la puesta en marcha de los sucesos de
independencia como hechos aislados de cualquier influencia ideológica con excepción del
liberalismo.
La cuestión del anticomunismo en el período 1942-1943 resulta importante en tanto
que la Segunda Guerra Mundial impactó en los posicionamientos tanto de la CGT como del
socialismo frente al comunismo. Pues la postura neutral de los comunistas durante el pacto
germano-soviético generó una situación de incomodidad dentro de la CGT que se tradujo
en una actitud de denuncia por parte del Semanario CGT. Sobre estas cabe destacar el
hecho de que el Semanario presentó, entre otro de los tópicos anticomunistas, una postura
que intentaba equiparar los regímenes socialistas con las dictaduras fascistas europeas:
Ante este hecho, la C.G.T. no tuvo por qué cambiar su posición. Ya otras naciones habían
celebrado con el nazifascismo iguales tratados, que no modificaban la situación europea de
lucha entre esa barbarie y la democracia. Pero no fue así para los comunistas, los cuales, desde
ese momento viraron por completo a la derecha. Al mismo tiempo que aliaron con las facciones
hitlerianas más repudiables del país, pretendieron que la C.G.T. adoptara igual actitud de
neutralidad ante el enorme conflicto mundial. Como se sabe, es la neutralidad el disfraz con que
se ocultan los adeptos del fascismo.45


44
Ibíd.
45
Semanario CGT, 1 de mayo de 1943, Año VIII, Nº 466, pp. 3-4

35
Esta actitud de neutralidad por parte del Partido Comunista frente al pacto germano-
soviético se mantuvo como un tópico recurrente no sólo en el sindicalismo pre
peronista, sino que, luego de su génesis con la Revolución de Junio y posteriormente
con los comicios del 24 de febrero de 1946, el sindicalismo peronista va a articular un
discurso con tópicos anticomunistas provenientes de dos matrices del anticomunismo:
el nacionalismo y el liberalismo. Estas matrices, como analizamos a lo largo del
presente capítulo, jugaron un rol fundamental en la conformación de una identidad
anticomunista en el sindicalismo pre peronista en la medida que les permitió configurar
las características del sujeto comunista como enemigo tanto en el terreno político como
en el gremial.

Consideraciones finales

En este período (1942-1943) si bien identificamos algunos tópicos anticomunistas


como el problema del divisionismo, la crítica a la actitud neutralista dentro del PC en la
CGT, el carácter foráneo del PC y su relación con los regímenes totalitarios, no
podemos hablar de un período de criminalización del sujeto comunista ni de
anticomunismo en el sentido práctico como lo fue desde un ámbito institucional
durante la década de 1930. El debate al interior del sindicalismo preperonista de los
años 1942 y 1943 constituyó un período formativo del anticomunismo. Lo importante a
destacar es que en la génesis del sindicalismo peronista, el anticomunismo se centró en
el plano ideológico y no sólo se nutrió del nacionalismo sino del liberalismo. Esta
interacción entre estas dos prédicas fue funcional para el sindicalismo preperonista en
la medida que le permitió tomar distancia de la izquierda.
De esto podemos destacar primero que todo el distanciamiento entre el sector
comunista y el socialista al interior de la CGT por la intencionalidad de los comunistas por
solidarizar con la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, no obstante esto
trajo algunas críticas desde el sector socialista las cuales se enfocaron en sucesos claves
que van a ir moldeando el posicionamiento anticomunista, entre ellos cabe destacar el
pacto germano-soviético de 1939 que permitió al naciente sindicalismo peronista criticar al

36
comunismo desde la prédica del anticomunismo liberal, es decir a través de la equiparación
entre el comunismo y nazismo como regímenes totalitarios.
Este rechazo por parte de las posiciones provenientes del sindicalismo socialista,
logró articular una crítica al comunismo a través de la dependencia de la Unión Soviética,
el internacionalismo y el problema del divisionismo, postura que en 1946 adquirió el status
de “infiltración”. Con estos antecedentes sugerimos que el período 1942-1943 puede
entenderse como un momento en que el naciente sindicalismo peronista empieza a sostener
un posicionamiento anticomunista desde el sentido ideológico más que práctico y que se
manifestó en invocaciones tanto del anticomunismo nacionalista como del anticomunismo
liberal.

37
Capítulo II: Los tópicos anticomunistas en la prensa partidaria del naciente
peronismo en las elecciones del 24 de febrero de 1946. El caso de La Época,
Democracia y El Laborista (1945-1946)

Antecedentes del fenómeno anticomunista argentino (1945-1946)

Hablar históricamente de anticomunismo en singular resulta altamente problemático.


Atendiendo a su amplia pluralidad, deberíamos hablar de anticomunismos. La oposición
política a un determinado sistema ideológico no implica la construcción de una postura
monolítica para todos los involucrados (Casals, 2009, p.5). El anticomunismo en tanto
práctica y discurso político, a primera vista, resulta un fenómeno poco asible y escasamente
definido 46 . Sus facetas son múltiples, y los cambios que operan al interior de él
seguramente nos harán dudar de la unidad y coherencia del fenómeno47. Más que como una
oposición pasiva a una corriente ideológica, el anticomunismo se constituyó, con variación
de intensidades y proyección social, en una postura político-ideológica en sí, extendiendo
su influencia por cierto más allá de lo estrictamente institucional y partidario (Casals, pp. 3-
5).
Sobre este fenómeno Bohoslavsky (2016, p.38) sugiere que el anticomunismo es un
proceso de construcción identitaria relacional, es decir, se fue auto-presentando y criticando
en función de lo que (piensan que) el comunismo es. Pero no se trata de un vínculo
mecánico, del tipo que a un partido comunista fuerte le “corresponde” un movimiento
anticomunista igualmente poderoso. En muchos casos el anticomunismo tomó una práctica
y una dimensión preventiva 48 , claramente desmesurada frente a las capacidades e
intenciones reales de los comunistas.

46
Los estudios que han tenido un acercamiento al anticomunismo durante el peronismo se han centrado por
un lado, en las representaciones y prácticas autoritarias del régimen, enfocándose en actores de vocación
anticomunista como las Fuerzas Armadas (Rouquié, 1982) (Potash, 1981), La Iglesia (Zanatta, 2013) y, por
otra parte, en las discusiones y prácticas del movimiento obrero durante los orígenes del peronismo, señalando
desde un ámbito popular, al comunismo como un agente de disgregación (Matsushita, 1986).
47
Sobre el fenómeno del anticomunismo Rodrigo Patto (2019, p.87) reconoce la existencia de tres matrices:
el catolicismo, el nacionalismo y el liberalismo. Dichas formulaciones no son estáticas, al contrario, aparecen
fuertemente combinadas o mezcladas entre sí.
48
A pesar que en la Argentina el PCA no se manifestó como una fuerza electoral relevante (durante las
elecciones de 1946 obtuvo un 1,47% de los votos), los actores anticomunistas, entre ellos el peronismo, no
eran indiferentes al crecimiento político de los partidos comunistas. En la coyuntura inmediata de la posguerra
fue un fenómeno repetido en varios países en Europa y América, y no era ajeno a ello el prestigio alcanzado

38
La complejidad de analizar el anticomunismo durante el peronismo radica en que en
este contexto convergen las tradiciones nacionalistas provenientes del uriburismo49, de
carácter aristocrático, con el nacionalismo populista de FORJA. Durante ese proceso el
anticomunismo peronista se configuró como una predica nacionalista, popular y antiliberal.
Dentro de la coalición electoral formada detrás de la candidatura del coronel Juan Perón a
inicios de 1946, albergaba a muchos actores de declarada vocación anticomunista. Entre
ellos se contaban muchos hombres de las Fuerzas Armadas y la Iglesia Católica,
convencidos de la necesidad de derrotar al “demoliberalismo” y al comunismo por ser
enemigos mortales de la nación argentina, una nación a la que se consideraba a todas luces
católica e hispana. Pero también estaban allí presentes los sindicalistas del nuevo Partido
Laborista, enfrentados a sus pares provenientes de tradiciones de izquierda (Bohoslavsky,
p.42).
El anticomunismo peronista reconfiguró la lógica del anticomunismo, como
sabemos durante la década del 20’ fue un discurso contrarrevolucionario, en que la Iglesia,
los nacionalistas y los conservadores comenzaron a señalar al sujeto comunista como el
enemigo político50, en los 30’ adquirió sus características elementales en tanto se intentaba
excluir al PCA en el terreno institucional (López, 2009), se creó la Sección Especial de la
Policía de Capital como mecanismo de persecución y disciplinamiento social; y algunos
militantes comunistas fueron sometidos a la Ley de Residencia 4144. En los 40’, la
Revolución de Junio perfeccionó el aparato represivo creado por Uriburu, convirtiendo la
tortura de los presos políticos en un trámite habitual y generalizado. Luego que el gobierno
justicialista asumiera sus tareas el 4 de junio de 1946, el aparato represivo fue preservado y


por el Ejército Rojo y la filiación comunista de muchas de las guerrillas triunfantes en los países ocupados.
Grecia, Francia, Italia y Chile, sólo por mencionar algunos, eran naciones en las cuales el Partido Comunista
demostraba un fuerte enraizamiento político y electoral. (Bohoslavsky, P.39)
49
Durante la primera etapa de la Revolución de Junio estuvo visiblemente influida por el nacionalismo
restaurador. La represión policial de comunistas e izquierdistas fue intensificada, la enseñanza religiosa
introducida en las escuelas (decreto Nº18.497 del 31-12-1943), la censura de la prensa escrita y radial
legalizada (decreto Nº 18.498); los profesores y estudiantes liberales perseguidos; las asociaciones israelitas
acusadas de actividades masónicas (octubre de 1943), y de todos los partidos políticos disueltos (decreto Nº
18.498). Más tarde sufrieron igual destino las organizaciones nacionalistas. (Buchrucker, p.281)
50
Durante este contexto la cuestión comunista para los grupos católicos, conservadores y nacionalistas
quedaba subsumida en la discusión de la cuestión nacional o anti extranjera, tomando en consideración que
resultaba complejo separar las ideas anti maximalistas de su carácter xenófobo (López, 2009). Asimismo cabe
destacar la constitución de organizaciones patronales y paramilitares que tenían por objeto anular los riesgos
del liberalismo político como la Liga Patriótica Argentina y la Asociación del Trabajo (Rapalo, 2012)

39
desdobló sus tareas (Furman, 2014, p.236), las prácticas de persecución a los comunistas51
fueron continuas pese a que el PCA se mantuvo en la legalidad. En su discurso, Perón
nunca dejó de mostrarse como un anticomunista, y el hecho de acusar a los comunistas de
ser el enemigo interno, le servía como argumento favorable a la unión nacional.52.
Con el triunfo de Juan Domingo Perón dejó atrás la experiencia autoritaria nacida
del golpe de Estado de 1943. Sin embargo, en su gobierno, mostró fuertes puntos de
continuidad con la Revolución de Junio, una de estas líneas fue el anticomunismo. Esto se
expresó en dos niveles: uno más previsible (que se puede entender a partir de la
dependencia a la Unión Soviética y la crítica al internacionalismo), tenía que ver con el
despliegue de elementos ideológicos refractarios a esa tradición política, amparados en
principios conservadores en algunos casos y en otros de tono nacionalista y antiliberal. Otro
nivel de continuidad, más terrenal y directo (la infiltración y la cuestión de la violencia), se
expresó en el mantenimiento o el mejoramiento de los aparatos policiales de represión a los
comunistas (o a quienes fueran sospechados de serlo) (Bohoslavsky, p.39). Para el presente
análisis nos enfocaremos en las representaciones e imágenes anticomunistas del peronismo
durante las elecciones del 24 de febrero de 1946 haciendo eje en la matriz nacionalista53 de
este fenómeno.
Durante la campaña electoral del 24 de febrero de 1946 señalamos que la prensa
partidaria del naciente peronismo usó consignas anticomunistas nacionalistas que se
refieren tanto a la dimensión ideológica del fenómeno del anticomunismo como a su
carácter práctico. Dentro del primer grupo podemos destacar la dependencia a la Unión
Soviética y la crítica al internacionalismo como elementos provenientes de la dimensión

51
Las prácticas de persecución de la Policía Federal a través de la Sección Especial fueron continuadas. Los
casos más emblemáticos dentro del período figuran el caso del médico rosarino Juan Inganiella y del
estudiante de química Ernesto Mario Bravo.
52
Esto porque el discurso anticomunista le permitió a Perón disponer de un enemigo visible a quien le
atribuía la responsabilidad de las dificultades que podía tener el régimen, como atribuirle atentados y bombas
(Luna, 1999, P.174). En el plano sindical, cabe destacar tanto el caso de la huelga ferroviaria (1951) y la
huelga metalúrgica (1954). En dichas instancias el propio Perón necesitaba acusar a los comunistas de ser los
artificies de los conflictos, para negar que existiese algún tipo de tensión entre los sindicatos y sus respectivas
dirigencias.
53
Dentro de las corrientes nacionalistas del período en cuestión podemos distinguir al menos dos: la
restauradora y la populista. Para nuestro análisis nos resulta pertinente hablar de ambas tendencias. La
primera tendencia, en que se intensificó la represión policial hacia los comunistas y socialistas, se impuso
principalmente en la gestión del general Ramírez y posteriormente con Farrell. La segunda, que logró
imponerse Perón, perteneció a la agrupación nacionalista FORJA hasta su disolución en noviembre de 1945
para integrar las agrupaciones políticas que proclamaron la candidatura de Perón: la UCR Junta Renovadora,
el Partido Laborista o los Centros Cívicos Coronel Perón (Buchrucker, 1987, p.280-294)

40
ideológica del anticomunismo que aparecieron en el período formativo en la década de
1920. Entendiéndose la dependencia de la Unión Soviética básicamente como el largo
brazo del imperialismo soviético (Bohoslavsky, p.38). De la crítica al internacionalismo
como tópico anticomunista cabe destacar que no es un fenómeno nuevo sino que tiene
antecedentes en las interpretaciones de la elite conservadora frente a los hechos de la
Revolución Rusa cuyas primeras reacciones tuvieron como argumento central la asociación
del obrero a ideas extranjerizantes (López Cantera, 2009, p.3), de manera que para el
contexto de los comicios del 24 de febrero de 1946 la prensa peronista ponía en evidencia
el carácter “contradictorio” de los sistemas de alianzas del comunismo en el ámbito local e
internacional; ejemplo de ello es la recurrencia en que se compararon las alianzas del PCA
con el pacto germano soviético. En lo referente al segundo grupo podemos señalar las
representaciones e imágenes peronistas frente a las confrontaciones entre su grupo de
choque “La Alianza Libertadora Nacionalista”54 y los militantes comunistas.

La campaña electoral del 24 de febrero de 1946

En las elecciones del 24 de febrero de 1946 es posible visualizar a dos coaliciones, por un
lado la Unión Democrática (UD) compuesta por cuatro partidos: La Unión Cívica Radical,
el Partido Demócrata Progresista, el Partido Socialista y el Partido Comunista, quienes
apoyaron al binomio elegido por el radicalismo: José Tamborini-Enrique Mosca. Su base
de apoyo descansaba en varios grupos e instituciones como la Federación Universitaria
Argentina o la agrupación “Acción Argentina”, surgida en 1940 en apoyo a los Aliados en
la Segunda Guerra Mundial (Bisso, 1999, p.200). Por otra parte, los miembros del naciente
partido peronista presentaron la fórmula Juan Perón-Hortensio Quijano (siendo el segundo
proveniente del alvearismo) cuya base de apoyo estaba compuesta por tres fuerzas: La
primera de ellas reunía al Partido Laborista y la Unión Cívica Radical-Junta Renovadora,
desprendimiento que nucleó la disidencia radical y otras agrupaciones políticas. En un

54
La Alianza Libertadora Nacionalista siendo caracterizada por la literatura contextual como el grupo de
“choque del peronismo” o de nacionalismo de acción (Furman, 2014). Estaban impregnados del aire
aristocrático de los grupos nacionalistas previos. En su mayoría mantenían una postura anticomunista,
antisemita y odiaban al imperialismo anglosajón. Como señala Furman (p.21) Perón había tomado consignas
e ideas de aquellos nacionalistas pero no los quería a su lado porque los consideraba “piantavotos”. Les
asignó una tarea especial: mantener el control de la calle, para la cual les dio logística y financiamiento
estatal.

41
segundo grupo podemos evidenciar la participación de dirigentes de distintas vertientes del
Radicalismo: encontramos a núcleos escindidos de la UCR de origen Yrigoyenista,
llamados en general Radicales Renovadores o UCR – Junta Renovadora; a hombres de
FORJA que entraron al peronismo de forma independiente de la Junta Renovadora; y
también participó un ala radical conservadora que provenía de la “Concordancia”, también
llamados radicales antipersonalistas. Una tercera fuerza fue el Partido Independiente o
Centro Cívicos Coronel Perón, quienes procedían del conservadorismo (Mackinnon, 1995,
pp.5-6).
El eje anticomunista presente durante la campaña electoral de 1946 queda en
evidencia a través de la actitud confrontacional de los actores políticos, esto porque
superaba el espacio institucional, para llevarse a cabo la política en las calles a través de
atentados y agresiones en actos públicos (Luna, 1984, p.186). En esa esfera, los artificies de
estas prácticas fueron principalmente miembros de la Alianza Libertadora Nacionalista, que
bajo el amparo del peronismo, le servía al régimen para culpar y criminalizar a los
comunistas de dichos episodios con motivo de mostrar el origen de las dificultades del
régimen justicialista.
Durante las elecciones del 24 de febrero de 1946 las invocaciones anticomunistas
peronistas no sólo estuvieron marcadas por la presencia de consignas nacionalistas, sino
que evidenciamos un componente liberal al interpretar la contienda electoral en términos de
democracia vs nazifascismo, en el que acusa al PCA de ser autoritario:
El sábado cumplió 28 años de existencia en la Argentina el partido comunista. La oligarquía lo
persiguió siempre. Los viejitos de la Corte Suprema lo declararon fuera de la ley. Fue la
Revolución de Junio, con sentido democrático, la que puso al comunismo en igualdad de
condiciones a la de otros partidos. Ahora, con dictadura de los coroneles, los comunistas hablan,
insultan, votan. El 24 de febrero será el día de la prueba de fuego para el partido de la hoz y el
martillo: quedará probada que es una minoría de absurdos aspirantes a la esclavitud. Como los
nazis.55

La campaña peronista si bien hacia eje en la confrontación con los partidos y clases
tradicionales dentro de las cuales incluye a los comunistas, cabe destacar que la presencia
de tópicos anticomunistas nacionalistas y liberales estuvo matizada de acuerdo a la línea
editorial de los periódicos. Para el caso de El Laborista el anticomunismo se manifestó
como un sesgo adicional en la campaña en la medida que criticaba tanto al socialismo,


55
Democracia, Lunes 7 de Enero de 1946, Año I, Nº29, p.12

42
comunismo y a miembros del conservadurismo como a la figura de Antonio Santamarina.
En el caso del periódico Democracia, sugerimos que la crítica a los partidos políticos
apuntaba directamente a los comunistas por sobre las otras coaliciones que conformaron la
Unión Democrática, uno de los tantos ejemplos es la comparación que realiza entre la
militancia del Partido Comunista con los nazis, haciendo eje en el pacto Ribbentropp-
Mólotov de 1939, considerándolos como “una minoría de absurdos aspirantes a la
esclavitud”.

Los tópicos anticomunistas en La Época: ¿la Unión Democrática o el Frente Popular?


(1945-1946)

La Época fue propiedad del radical yrigoyenista y más tarde diputado peronista
Eduardo Colom, quien apoyó incondicionalmente a Perón desde sus tiempos en la
Secretaría de Trabajo y Previsión, y lo siguió haciendo durante la campaña electoral. Luego
de la revolución de 1943 Colom se puso en contacto con Perón a través de Domingo
Mercante, que era un viejo amigo de su esposa. En una entrevista con Perón ofreció apoyar
al gobierno militar (y a Perón) desde La Época a cambio de una contribución de $100.000
para transformarlo en un diario. Perón aceptó la oferta y La Época se convirtió ya en 1943
en el único diario oficialista (Plotkin, 1993, pp.313-314).
La crítica al comunismo dentro de la prensa peronista puede ser entendida, a partir
de la confrontación con los partidos y clases tradicionales. Para el caso de La Época, la
identificación del comunista como enemigo político se manifestó mediante la crítica a la
Unión Democrática. En ella el sujeto comunista no parecía ser un elemento más dentro de
esta, sino que para este periódico al caracterizar a la UD como un conglomerado
“oligárquico-comunista” los enemigos políticos parecían ser las clases tradicionales –
agrupadas en la Unión Democrática– quienes se distinguieron de los comunistas.56 Esta


56
Esta actitud frente al comunismo en La Época se distingue de El Laborista, pues dentro de la campaña
peronista manifestada en La Época no se evidencia sólo la confrontación con los partidos y clases
tradicionales en la que el comunismo fue un sesgo adicional, sino que el Partido Comunista fue identificado
como un sujeto distinto de los partidos tradicionales. En El Laborista como veremos más adelante el sujeto
comunista si bien fue criticado, su retórica tenía que más con un discurso antiizquierdista y antioligarquico,
antes que a la presencia de tópicos anticomunistas.

43
actitud queda reflejada con la publicación de una entrevista a Juan Domingo Perón en el
que acusa un “complot” “oligárquico-comunista”:
Puso al descubierto el Coronel Perón, que desde la sombra y en siniestra camarilla de
pervertidos, políticos camanduleros, capitalistas, extranjeros desagradecidos y magnates
enviciados conspiran contra el país, pretendiendo engañar al pueblo que trabaja y que hoy vive
en paz […] dijo: Estamos frente a una nueva maniobra. La derrota anterior les aumentó el coraje
y ya no atacan a la S. de T. Y Previsión, sino al gobierno mismo, sobre una Constitución que
escarnecieron con el fraude y la violencia, y de una libertad a cuya sombra edificaron posiciones
personales de verdadero privilegio político y económico.57

A pesar que se manifiesta un discurso que apela a la confrontación con los partidos
políticos tradicionales, el PCA es la única coalición perteneciente a la UD que se refiere
explícitamente La Época y que se diferencia de “la oligarquía”. De esto resulta importante
recalcar que La Época sólo reconoce la presencia de dos elementos de la Unión
Democrática: la oligarquía y los comunistas; siendo caracterizados respectivamente como
“extranjeros desagradecidos” y “magnates enviciados”, con motivo de apelar al
nacionalismo populista58, en tanto el agente extranjerizante se encontraba en las mismas
filas que la “oligarquía”.
En relación a esto, La Época tomó una posición defensiva 59 denunciando las
movilizaciones del PCA, quienes “salían a las calles en concomitancia con la oligarquía
conservadora sembrando el desorden y el pillaje por las calles de la ciudad” 60. En esa línea,
La Época cuestionó el uso de las libertades públicas de la militancia del PCA luego de la
Revolución de Junio. Para ellos, el Partido Comunista salió de un período de persecución y
represión estatal61 para asociarse con la oligarquía en las calles. Para La Época resultaba
inconcebible que existiera una alianza amplia entre el PCA y la oligarquía, en tanto esta


57
La Época, 19 de Septiembre de 1945, Año XXIX, Nº 84, p.3
58
Este tipo de invocaciones nacionalistas están relacionadas con el ideario político de FORJA, en tanto
promovía la lucha nacional contra la dominación extranjera con las exigencias populares de mejoras
socioeconómicas. (Buchrucker, p.268)
59
Lo cierto es que los atentados durante y posterior a los comicios de febrero del 46’ fueron constantes no
sólo por parte del comunismo, sino también por la Alianza Libertadora Nacionalista quienes frecuentaban este
tipo de prácticas antes y después de la asunción de Perón. Furman (pp. 230-233) sostiene que los ataques de la
ALN debutaron en el acto de lanzamiento de la UD realizado el 10 de diciembre de 1945, en un ataque a tiros
que dejó cuatro muertos, entre ellos un comunista. Luego de que Perón asumiera como presidente, la Alianza
redobló su actividad, en 1946 fueron cinco los atentados que recibió el periódico comunista La Hora.
60
La Época, Jueves 23 de agosto de 1945, Año XXIX, Nº 97, p.6
61
“La Revolución del 4 de Junio, puso punto final a las persecuciones de que fuera objeto el P. Comunista a
partir del 6 de septiembre de 1930, cuando las hordas “uriburistas”, irrumpieran en sus locales societarios y en
los domicilios de sus principales dirigentes destruyendo sus elementos de trabajo y castigando con furia a las
personas que lograban detener.” La Época, Jueves 23 de agosto de 1945, Año XXIX, Nº 97, p.6

44
última, haciendo eje al nacionalismo restaurador, promovía la persecución de los
comunistas durante los años 30’:
Durante la Presidencia siniestra del Gral. Justo, se aprobó en el senado, con los votos de todos los
conservadores, la “Ley de Represión al Comunismo” que no logró sanción en diputados y tampoco ese
partido puede haber olvidado, la política de Castillo respecto al movimiento obrero: persecución por la
compulsión, la corrupción y aplicación de violencias descaradas.62

Sobre estas ideas es preciso señalar una manipulación del pasado por parte de la
línea editorial del periódico. Si bien el PCA durante el período 1945-1955 no sufrió
ninguna exclusión formal para ejercer sus actividades políticas, las prácticas de represión
cotidiana, la cárcel para los sindicalistas comunistas y las torturas fueron continuas
(Gurbanov y Rodríguez, 2008, p.20)63. El naciente peronismo, criticó el vínculo entre el
PCA y los partidos tradicionales al interior de la Unión Democrática, caracterizando al
Partido Democrata Progresista y a la Unión Cívica Radical como “elementos turbios” 64 de
la política, en tanto la finalidad de esta alianza tenía un caracter momentáneo cuya
finalidad radicaba en competir contra Perón en los comicios del 24 de febrero. Lo cierto, es
que esta actitud del PCA tenía que ver con la instauración mundial de la política de
“Frentes Populares” que bajo el signo del antifascismo, a mediados de la década de 1930,
produjo; tanto en el plano sindical como en el político electoral, un giro en el Partido
Comunista Argentino en dirección a la generación de alianzas amplias. (Campione, 2007,
p.4)
La propaganda anticomunista de La Época también criticaba a la dirigencia del
Partido Comunista en un tono personalista, uno de estos blancos fue Rodolfo Ghioldi,
caracterizándolo como conciliador de clases tras promover el sistema de alianzas amplias
que conformaron la Unión Democrática. Haciendo eco en el nacionalismo popular, la
prensa del naciente peronismo señalaba que Ghioldi “trata de desplazarse en el ambiente
del proletariado al ritmo de las órdenes que emanan de la clase dirigente (oligarquía)65”,
denunciando a esta última quien “amasó fortunas inconmensurables para luego


62
La Época, Jueves 23 de agosto de 1945, Año XXIX, Nº 97, p.6
63
Incluso con la llegada de la Revolución de Junio, entre las primeras medidas que adoptó el general Rawson
estuvieron destinadas a reprimir los partidos obreros y los sindicatos. Según los comunistas, el general
Rawson estaba decidido a hacer fusilar de entrada a Emilio Troise, director de La Hora, órgano del Partido
Comunista. (Rouquié, 1982, p.28)
64 La Época, Jueves 23 de agosto de 1945, Año XXIX, Nº 97, p.6
65
El paréntesis es nuestro.

45
despilfarrarlas en el extranjero, a costa del sudor y las lágrimas de los oprimidos”66.
Asimismo, acusó a Ghioldi de ser el artificie de esta estrategia promovida al interior del
PCA, contraponiéndolo con los exponentes teóricos del materialismo histórico y la
Revolución Rusa:
Cuando viene a nuestra memoria el plan de acción que inició Lenin, a poco de la revolución rusa,
para llevar al terreno de los hechos la doctrina de Marx, recién podemos aquilatar en toda su
grandeza el abismo que existe entre el forjador de la emancipación de las masas proletarias y el
ridículo teorizante que en nuestro país responde al nombre de Rodolfo Ghioldi.67

En esta invocación anticomunista si bien hay una marcada crítica al comunismo local, no
manifiesta un posicionamiento en contra del comunismo internacional, sostiene una
comparación entre la situación internacional y el plano local; destacando “el plan de acción
de Lenin” como “forjador de la emancipación de las masas proletarias” en contraposición
con el “ridículo teorizante de Rodolfo Ghioldi”; sugiriendo que hay un posicionamiento
distinto por parte del naciente peronismo sobre el comunismo local e internacional.
Agregando del comunismo argentino su “carácter divorciado del anhelo de reivindicación
de las masas”:

El comunismo que en esencia debería ser la expresión más categórica del repudio a ese sector
nefasto en la vida de la Nación. El comunismo que debería estar de parte de las masas que sufren
y trabajan, aparece en nuestro caos argentino, reñido […] Ese es el comunismo de Rodolfo
Ghioldi. Hoy exclama desesperado la incomprensión de los trabajadores, porque estos ya no le
creen. Porque el trabajador ha sabido discernir pese al confusionismo, entre los que
verdaderamente luchan por su emancipación social y los que sólo atisban el momento de
explotarlo una vez más en beneficio propio. De ahí la furia que lo hace presa en estos momentos
68
a Ghioldi.

La Época, pretendía deslegitimar al PCA al contraponer en términos estratégicos el


compromiso con las masas del comunismo internacional, con la experiencia frentepopulista
de la Argentina expresada en la Unión Democrática. El naciente peronismo acusaba a los
comunistas de traidores por “divorciarse de las masas” tras “asirse al furgón de cola de las
fuerzas capitalistas”69. Este tipo de invocaciones anticomunistas de carácter popular hacía
eje en la representatividad de las masas. En ella el PCA era un falso aliado de los
trabajadores en contraposición con el naciente peronismo, quienes tenían un auténtico

66 La Época, Miércoles 7 de Noviembre de 1945, Año XXIX, Nº 133, p.4
67
La Época, Miércoles 7 de Noviembre de 1945, Año XXIX, Nº 133, p.4
68
Ibíd.
69
Ibíd.

46
compromiso. En esa línea, este tipo de manifestaciones anti PC se encontraba destinado a
convencer a ciertos sectores internos del comunismo local que podían dudar respecto de la
oposición al peronismo.
Las distintas representaciones de tópicos anticomunistas que hicieron eje al
nacionalismo popular no se excedieron del plano ideológico. La Época tendía a denunciar a
los comunistas cuando estos acusaban al peronismo de ser agentes perturbadores de la
actividad gremial, denunciando a los comunistas de agentes infiltrantes en los gremios,
quienes “entronizaban el caos de los sindicatos mediante su acción enconada, pertinaz y
disolvente”:
Peter, Chiarante, Iscaro y otros, verdaderos agentes del espionaje internacional, quiebran la
unidad sindical”. Recientemente una delegación de la Federación Obrera Nacional de la
Construcción, integrada por Pedro Chiarante y Luis Fiore, se entrevistó con el Ministro del
Interior Gral. Urdapilleta, y le hizo entrega de un documento en el cual, mediante una serie de
intrigas pretenden aducir que “es perturbada la actividad gremial”.
Los representantes han sido en este caso, elementos comunistas repudiados por los obreros
argentinos que conocen cuál es la filiación y la historia de cada uno de los que tan a menudo,
salen invocando su representación y queriendo hablar en su nombre. 70

La presente columna hace alusión a la relación entre movimiento obrero y comunismo a


vísperas de las elecciones de febrero de 1946. De ella resaltamos que no da cuenta de algún
acontecimiento reciente, sino que está centrada en exponer las tensiones entre comunistas y
no comunistas luego de realizarse el congreso de la Tercera Internacional. De esto
destacamos que La Época, no sólo pretende denunciar la táctica frentepopulista de la
dirigencia comunista, sino que desacredita a partir de consignas nacionalistas, la postura de
algunos dirigentes del PCA dentro del ámbito sindical como José Peter, Pedro Chiarante y
Rubens Iscaro, los cuales son caracterizados como “verdaderos agentes del comunismo
internacional”; evidenciando una visión ideológica del anticomunismo en la medida que
caracteriza al sujeto comunista como un “conspirador de la Tercera Internacional” que se
desenvuelve mediante la infiltración en el campo gremial:

La acción disolutiva del comunismo en los gremios, llevada al terreno material después de
constituirse el plan de infiltración roja en nuestro país, alcanzó su máxima expresión en 1930, en
que los obreros albañiles quedaron prácticamente disueltos por la acción pertinaz de fuerzas
extrañas al trabajo. […] Reagrupados los trabajadores desde la Secretaria de T. Y Previsión,
cobraron nuevamente esa unidad y obtuvieron mejoras que mucho tiempo antes se hubieran
obtenido, de no mediar la anarquía interna que los agentes rojos gestaron y la inercia de los
gobiernos, que la misma desorientación del pueblo laborioso, posibilitó con la carencia de una


70
La Época, Sábado 1 de diciembre de 1945, Año, XXIX, Nº 157, p.4

47
oposición severa y mayoritaria […] demostraremos cómo los espías a sueldo de la tercera
Internacional, causaron un estado de postración nacional.71

La Época, al denunciar la acción disolutiva del comunismo en los gremios durante la


década de los 30’, deja de manifiesto entre los temores del naciente peronismo, la notoria
influencia que tuvo el comunismo en el ámbito gremial y las directrices estratégicas72 que
recibió el PCA de la Internacional Comunista. A fines de los años 20’, y en directa
consonancia con la estrategia clase contra clase73, las políticas sindicales empleadas por el
PCA como la promoción de los sindicatos únicos por rama74 y la construcción del frente
único por la base, tuvieron éxito75; a pesar de esto, el PC no logró que en los conflictos
gremiales las organizaciones sindicales no peronistas se sumaran a las huelgas 76 (Ceruso,
p.71). En el terreno gremial, a diferencia de otras esferas en que las invocaciones
anticomunistas superaban las propias pretensiones de los comunistas, las acusaciones por
parte del naciente peronismo apuntaron a la proliferación de las huelgas de principios de
los 30’, mostrando una dimensión preventiva que estaba en sintonía con la estrategia
política de los comunistas durante ese período.
Para La Época, la participación comunista dentro de los conflictos sindicales nunca
fue irrelevante en la representación del enemigo político, cuando se refería a las
discrepancias entre los obreros peronistas y no peronistas durante los sucesos del 17 de


71
Ibíd.
72
Cuando nos referimos a las directrices estratégicas no sólo cabe mencionar la estrategia “clase contra
clase”, sino también la influencia que pudo tener el PCA de la ISR (Internacional Sindical Roja) también
conocida como Profintern, la organización mundial de sindicatos comunistas con sede en Moscú (Camarero,
p.4) que incentivaba el trabajo sindical desde la base. Algunas de sus recomendaciones podían incomodar al
naciente peronismo, como las recomendaciones del V Congreso de 1930, donde dejaba de manifiesto que el
centro de operaciones debía ser el lugar de trabajo y desde allí debían construir instancias organizativas.
(Ceruso, P.71)
73
La estrategia clase contra clase que operó entre 1928 y 1935 fue producto de la percepción de la
Internacional Comunista al creer que se iniciaba la crisis final del capitalismo. En ese marco, la colaboración
con las fuerzas socialdemócratas era inviable y repudiaba todo acuerdo con las fuerzas “burguesas” y
“reformistas”. (Ceruso, 2015, p.69)
74
Estos se agruparon en el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC) una suerte de central rival de la CGT
que operó hasta 1935. Si este organismo, a diferencia de la CGT careció de fuerza en la dirección global del
gremialismo en relación ala CGT, ganó influencia por abajo, en la línea de los sindicatos industriales
(Camarero, p.2)
75
Este éxito se debió a que el PCA impulsó estructuras de trabajo en las fábricas y empresas que incluyeron la
apertura a la participación del conjunto de trabajadores (Ceruso, p.73)
76
Mientras operaba la línea estratégica de clase contra clase, los comunistas impulsaron una serie de huelgas:
la de los albañiles en 1929, la ocurrida en la localidad cordobesa de San Francisco en 1929, la de los obreros
madereros en 1930, la de los petroleros en la ciudad de Comodoro Rivadavia en 1932, entre otras (Ceruso,
pp.70-71) (Camarero, 2007, p.2)

48
octubre de 1945; el epíteto comunista era utilizado para acusar a los opositores del naciente
justicialismo. Durante la huelga general del 17 de octubre de 1945, acusaban al dirigente
ferroviario Camilo Almarza de ser el “gestor de una maniobra de sabotaje” que actuaba en
complicidad de los dirigentes socialistas José Domenech y Roberto Testa:
Más de tres mil ferroviarios en conocimiento de que la Comisión Ejecutiva –integrada por
Comunistas y Socialistas– pretendían sabotear la huelga general decretada por la Comisión
Directiva, reunidos en asamblea resolvieron expulsarlos por traidores al movimiento obrero.
[…]Esta nueva maniobra no ha tomado de sorpresa al proletariado por cuanto es conocida por
todos los ferroviarios, las andanzas de estos seudos “dirigentes” entregados a la oligarquía ya que
Camilo Almarza conjuntamente con José Domenech y Roberto Testa mantuvieron amordazada a
la CGT cuando la reacción pretendía imponer de Presidente por medio del fraude, la violencia e
ignominia al oligarca Patrón Costas, evitando que el movimiento sindical Argentino pudiera, por
intermedio de su Central Obrera, hacer oír su voz de protesta.77

De la denuncia de La Época, podemos ver una dimensión práctica del


anticomunismo en la medida que expulsaron a Camilo Almarza, José Domenech y Roberto
Testa78 de la CGT. Sobre este acontecimiento La Época sostiene que fueron participes de
un “acto de sabotaje” de la huelga en Junín, denunciando el rol del “líder rojo” Almarza.
Lo relevante de esta actitud de La Época radica en la manipulación del pasado militante de
los tres individuos quienes no pertenecieron ni militaron en el Partido Comunista, sino que
en reiteradas ocasiones polemizaron en contra del comunismo. Ejemplo de ello fueron las
discusiones surgidas en el Segundo Congreso Ordinario del 15 al 18 de noviembre de 1942
(pp.46-59),en el que Camilo Almarza debate con Rubens Iscaro sobre el posicionamiento
de la CGT frente a la Segunda Guerra Mundial y cómo debe posicionarse la CGT en apoyo
de la Unión Soviética. En esta vemos cómo el sector mayoritario de Camilo Almarza y
José Domenech sostiene una postura en contra de promover ayuda internacional a la
URSS, argumentando la necesidad de mantener prescindente de sucesos de índole “externa
del movimiento obrero (Ceruso, 2017).
A vísperas de las elecciones, durante los meses de enero y febrero de 1946, la línea
editorial de La Época puso énfasis en el carácter práctico del anticomunismo en tanto
denunciaba los episodios de violencia que involucraba a los comunistas contra la Alianza
Libertadora Nacionalista. Sobre este tipo de invocaciones, a diferencia de las anteriores en

77
La Época, 20 de octubre de 1945, Año XXIX, Nº 115, p.4
78
A pesar que José Domenech provenga del socialismo argentino y que Roberto Testa haya sido miembro del
Partido Socialista en la década del 30’ y luego parte del naciente sindicalismo peronista durante el 40’.
Reconocemos la presencia del fenómeno del anticomunismo en tanto operó como lógica ideológica de
exclusión, tras promover la expulsión de tres dirigentes ferroviarios socialistas al interior de la CGT.

49
que apela a una matriz nacional-popular, muestra un anticomunismo clásico de derechas.
Este tipo de tópicos anticomunistas se basó en una concepción particular de orden social,
donde toda transgresión a los márgenes permitidos implicaba necesariamente la existencia
de amenazantes conatos subversivos (Casals, 2016, p.28). Entendiendo el ideario del
anticomunismo de derechas como un proceso en que luego de la Revolución de Junio “las
banderas de un nacionalismo reaccionario y la presencia de declarados admiradores del
fascismo en organismos del Estado se entrelazan con la gestación del movimiento
peronista” (López, 2009, p.5). En este tipo de invocaciones la línea editorial de La Época
propone la necesidad de reprimir a los comunistas “que amenazan con corroer las entrañas
mismas de la nacionalidad “79, luego que un grupo de ellos se hiciera pasar por aliancistas y
atacara con armas de fuego al comité de la ALN, dejando el saldo de un muerto y dos
heridos. Sobre estos acontecimientos, la línea editorial de La Época, no dejó de hacer
alusión al carácter nacional-popular del anticomunismo al denunciar que la oligarquía
estarían brindándole armas “introducidas en contrabando al país” a los comunistas 80,
quienes mediante el uso de la violencia buscarían “imponer sus teorías disolventes
anticristianas”.
La crítica a los comunistas dentro de La Época se fue articulando con la aparición
de tópicos provenientes del anticomunismo liberal, en tanto comparaba al comunismo con
los regímenes totalitarios de Europa. Ejemplo de esto es el titular “El totalitarismo rojo
vuelca oro a manos llenas inundando al país de su propaganda” que hace alusión a la
presencia de propaganda comunista dentro de la capital, evidenciando que “la propaganda
ha inundado la capital de cartelones montados sobre madera, cada uno de los cuales cuesta
cuarenta pesos”. Sobre esta apreciación sostiene que “En la actualidad y por lo que a
nuestro país se refiere, puede decirse que el comunismo es el partido que dispone de más
dinero. El oro nazi ha sido reemplazado por el oro rojo, bajo cuya influencia la propaganda
de los demás partidos aparece disminuida, opaca, sin brillo y casi sin voz”81. Más allá de
denunciar la presencia de propaganda dentro de la capital, acusa a los comunistas de ser los
artificies de la violencia política en la Argentina, ilustra a través de una imagen; la figura de
un hombre caído siendo apuntado con un arma por un comunista, exponiendo como bajada

79
La Época, viernes 11 de enero de 1946, Año XXX, Nº 198, portada y p.3
80
Ibíd.
81
La Época, domingo 27 de enero de 1946, Año XXX, Nº 214, portada

50
de la imagen “El terror rojo.- Las bandas comunistas, subvencionadas por el oro de la
oligarquía, están sembrando el terror en las pacíficas calles de las ciudades argentinas.
Jamás conoció el país este bandidaje organizado. Tenían que ser facciones de esencia
extranjera las que viniera a incorporar el terrorismo a nuestras costumbres políticas”82.
Las invocaciones anticomunistas del naciente peronismo si bien tenían su génesis en
la matriz nacionalista del fenómeno, se manifestaron a partir de dos tradiciones
nacionalistas distintas que se fueron retroalimentando entre sí: la populista y la
restauradora. Sobre la primera, señalamos que se posicionó desde una vertiente ideológica
en tanto reconocía a la Unión Democrática como parte de una estrategia que agrupaba a
partidos y clases tradicionales, cuyo artificie era particularmente el PCA; quien alejado de
su tradición obrerista, habría traicionado al pueblo para articular una alianza anti-nacional
con la oligarquía (o el PDP y el UCR). El anticomunismo de raigambre nacionalista-
restauradora, se manifestaba cuando denunciaban los ataques comunistas a la Alianza
Libertadora Nacionalista, agrupación que operó como grupo de choque del peronismo y
que continuamente se enfrentó en las calles contra los comunistas. El carácter práctico del
anticomunismo se manifestaba en la actitud del naciente peronismo por promover la
exclusión de los comunistas –o a quienes fueran sospechados de serlo– de la esfera
institucional (por cuestionar el uso de las libertades públicas del PCA) o gremial (en tanto
promocionaban la exclusión de los comunistas de la CGT).

Democracia y la equiparación del comunismo y el nazismo

En lo que concierne a Democracia fue fundado en 1945 por Antonio Molinari,


Mauricio Birabent y Fernando Estrada, Molinari había sido cercano a la Iglesia Católica en
la década de 1920 y había sido editor del periódico católico El Pueblo. Luego del 17 de
octubre de 1945, Perón solicitó a Molinari que organizara un diario de apoyo a su campaña
presidencial, Perón colaboró financieramente con el diario (incluso escribió una serie de
artículos con el pseudónimo de Descartes) (De Jorge, 2010, p.9) Molinari le imprimió al
diario un tono liberal y progresista que se mantuvo durante los primeros meses de su


82
Ibíd.

51
publicación. Su énfasis estaba puesto en la política agraria y en la organización del
laborismo (Plotkin, pp.314-315).
Democracia, por la cercanía de su director con la Iglesia Católica mantuvo un
posicionamiento antiliberal y anticomunista. Concebía que el comunismo en tanto régimen
totalitario, iba a promover la coartación de libertades individuales a través de la puesta en
marcha un proceso de expropiación indiscriminado que afectaría a “todas las propiedades y
formas de capital privado”. Y en ese proceso, el comunismo argentino elegiría estafar a la
clase proletaria, ya que los burgueses (o miembros del Partido Conservador) estaban siendo
persuadidos por los comunistas para compartir filas al interior de la Unión Democrática:
“El rasgo más significativo en la Conferencia Nacional del Partido Comunista lo constituyeron
las expresiones atrayentes dirigidas al Partido Conservador para que se sume a la Unión
Nacional de los partidos democráticos[…]¿En qué direcciones podría, encauzar sus esfuerzos el
Partido Comunista? Una de ellas podría ser que los comunistas, alcanzaran la socialización de
todos los medios de producción, esto es, la confiscación de todas las propiedades y formas de
capital privado, como Lenín y sus partidarios lo hicieron en Rusia, siguiendo la teoría de Carlos
Marx[…]La táctica que emprenden los colocaría inevitablemente ante el dilema de estafar a los
burgueses o de estafar a los proletarios.”83

Para la línea editorial de Democracia, el triunfo de los “partidos democráticos” se


traduciría en la puesta en marcha de la dictadura del proletariado en la Argentina,
evidenciando una caracterización de la Unión Democrática como un agente comunizante
en tanto un supuesto triunfo de esta provocaría un proceso de expropiación de los bienes
privados amparado por el Estado. Sin embargo, la existencia de la Unión Democrática
como frente antiperonista hacía suponer a la línea editorial de Democracia que las
consecuencias de estos propósitos afectarían a la clase proletaria en tanto existía un sistema
de alianzas con el PDP y la UCR, en tanto eran concebidos como partidos burgueses.
De esto señalamos que Democracia buscaba desacreditar a la UD en la medida que
lo vinculaba directamente con las características del comunismo internacional;
manifestándose en esta instancia un tópico anticomunista en el plano ideológico, pues tal
como señala el estudio de Jáuregui (2012, p.27) las elecciones del 24 de febrero fueron
representadas por listas partidarias, las cuales no acompañaron en ninguna medida a las
que eran integradas por los comunistas, pues las listas a legisladores apenas alcanzaron el
1.47% de los votos.


83
Democracia, viernes 28 de diciembre de 1945, Año I, Nº22, Portada

52
En las expresiones anticomunistas del periódico Democracia primaban las
invocaciones ideológicas antes que la referencia a fenómenos históricos concretos. Para
esta línea editorial fue recurrente la comparación entre el comunismo con los regímenes
totalitarios de Europa occidental. Para la matriz católica del anticomunismo, la “libertad”
era entendida como la continuidad de las garantías individuales y del Estado de derecho
(Casals, 2016, p.29). El liberalismo, era la puerta de ingreso de las ideologías totalitarias
como el nazismo y el fascismo, y el comunismo era concebido como una amenaza mayor
en tanto atentaba contra las libertades públicas. En ese sentido, para la Iglesia Católica
Argentina era inconcebible que los argentinos colaboraran con los comunistas al interior de
la Unión Democrática (Zanatta, 2013, pp.444-445). Por medio del titular “¿Quiénes son
aquí los Nazis?”, acusan que la Unión Democrática solicitó al Ministro del Interior el
levantamiento del Estado de Sitio. La nota a pesar de ser firmada por los señores Cisneros
y Michel Torino, por la Unión Cívica Radical; Ruggieri y Solari por el Partido
Democrático Progresista, y Arnedo Álvarez y Ghioldi, por el Partido Comunista,84 tiene la
particularidad que al único individuo que caracteriza como “nazi” es a Rodolfo Ghioldi,
quien era reconocido por ser el más antiperonista de los dirigentes comunistas. En ella
compara la estrategia frentepopulista de los comunistas argentinos con el pacto germano-
soviético:

queremos no olvidar que la firma de Rodolfo Ghioldi al pie de un documento donde se califica a
alguien de “nazi” es despropósito de tono mayor. Cuando desde las postrimerías de agosto de
1939 hasta junio de 1941 el Reich alemán y la Rusia soviética se respetaron mutuamente por
obra del pacto de no agresión que hizo posible la campaña bélica alemana en el occidente de
Europa, fue precisamente ese Ghioldi y todos los Ghioldis que en el mundo han sido, los que
hacían de “nazis”. Ahora piensan, claman y despotrican de otro modo. Y como no es mal sastre
el que conoce el paño, quedan estas líneas de hoy como reflejo de nuestra indignación frente a
las expresiones indebidas de la nota que comentamos.85

Este tipo de invocaciones también las encontramos en la sección “¡Salúdelo!” del periódico
Democracia al acusar que “el comunista, como el nazi, reclama la libertad que la
democracia le reconoce, para implantar la tiranía. Sin embargo ningún hombre votará
jamás para que lo conviertan en un esclavo” 86 ; apelando al valor de la democracia
plebiscitaria. Dentro de este trazado ideológico, también encontramos declaraciones del


84
Democracia, martes 4 de diciembre de 1945, Nº 2, Año I, p.5
85
Idem.
86
Democracia, miércoles 5 de diciembre de 1945, Nº3, Año I, p.12

53
propio Perón frente a la reactivación de las relaciones comerciales con la Unión Soviética,
en ella se jacta de que “en la Argentina no existe peligro comunista ni nazifascista”,
manifestando un distanciamiento entre el posicionamiento anticomunista-católico de la
línea editorial de Democracia y la Tercera Posición:

-Perón: En la Argentina el problema comunista no existe. En las elecciones que acabamos de


ganar, el PC, alióse al conservador y afrontó con éste la derrota sufrida. No tenemos que
preocuparnos, pues, por el peligro comunista.
-Periodista: ¿Indica la presencia de una misión soviética en la Argentina el restablecimiento de
las relaciones diplomáticas con Rusia?
-Perón: No es posible en este momento ignorar la existencia de Rusia. La Argentina es el único
país de América que todavía no mantiene relaciones con la Unión Soviética. No tengo ninguna
prevención contra el comunismo ruso, dentro de Rusia. Dicho régimen puede ser allí motivo de
admiración y debe ser respetado porque a ninguna nación debe interesar la política interna de
otra nación.87

La entrevista a Juan D. Perón nos muestra por un lado, el distanciamiento entre el


posicionamiento anticomunista del periódico Democracia y el del régimen justicialista.
Para esta línea editorial el comunismo argentino no se presentaba como una amenaza en el
plano local, incluso cuando acusaban a Ghioldi por firmar el levantamiento de Estado de
Sitio, primaba la crítica al internacionalismo por sobre la táctica que el propio PC ponía en
marcha al interior de la Unión Democrática. Por otra parte, dejaba de manifiesto los usos
que tenía el anticomunismo para el régimen justicialista: mantener una posición
equilibrada en el plano internacional le permitía negociar con la URSS y la persecución a
los comunistas en el ámbito local le servía para graduar sus relaciones con Estados
Unidos88
La crítica al internacionalismo en Democracia, a diferencia de La Época, cuyo
discurso estaba en consonancia con el anticomunismo nacionalista, manifestaba una
postura donde primaban las invocaciones del anticomunismo católico, por ende era más
frecuente encontrar discursos que hicieran eje en el internacionalismo y la comparación
entre el comunismo soviético con otros totalitarismos. En la mayoría de los casos en que


87
Democracia, jueves 6 de junio de 1946, Año I, Nº174, p.3
88
Como habíamos señalado, el discurso anticomunista cobró importancia en el plano sindical en la medida
que le permitía a Perón culpabilizar a los comunistas de los conflictos gremiales, esto le servía para evitar
admitir que hubiesen problemas entre la dirigencia y las bases de los gremios justicialistas. El apoyo de los
militantes comunistas sólo sirvió para justificar las medidas represivas con las que se castigó a los más
combativos. A lo largo del régimen peronista, los militantes del PC fueron la presa más codiciada de los
profesionales de tortura instalados en la Sección Especial de la Policía Federal. (Luna, 1999, pp. 173-174)

54
pretendían denunciar al comunismo local, era comparándolo con el nazismo o el fascismo
antes que denunciar aspectos locales como el problema de la infiltración en los gremios.
Durante los comicios de febrero de 1946, acusaban a la propaganda política del PCA, en la
ciudad de Buenos Aires, de incluir el celeste y el blanco junto a la hoz y el martillo;
dimensionando al comunismo como una ideología opuesta a la religión y a la nación:
Las insignias que representan el desorden y el odio se unen a las que significan la paz y
argentinismo. […] No podemos olvidar, que el fundador Lenin consideraba que la religión y el
patriotismo eran prejuicios burgueses[…] Los comunistas de esta latitud se pliegan a la
democracia y a la Constitución, así como ayer se plegaron al nazismo y así como siempre
estuvieron unidos a la violencia, a los asesinatos a mansalva. Por un lado son nacionalistas. Por
el otro lado propician el homenaje al dictador ruso en el día de su cumpleaños.89

Para Democracia, el comunismo como ideología representa lo opuesto a la nación, en tanto


supone que detrás de su apego a la democracia y a la Constitución, tienen la intensión de
implantar un régimen totalitario mediante el uso de la violencia. Sobre estos planes, el
periódico denunció un atentado oligarco-comunista contra Perón mientras visitaba Bahía
Blanca. El periódico acusaba que cuatro sujetos de actitud sospechosa dispararon balas al
furgón que iba unido a la locomotora para impedir el acto de Perón. Frente a la magnitud
de estos hechos la línea editorial de Democracia expone una entrevista de Perón:

No es la consecuencia en sí del acto criminal sino el significado que tiene para nosotros la actitud
que asumen las fuerzas comunistas puestas al servicio de las tortuosas maquinaciones
oligárquicas. […]Las fuerzas oligarco-comunistas persiguen en esta oportunidad la reacción de
la masa trabajadora que se encuentra a mi lado y que lucha conmigo por una nueva política
social. Ya lo dije y lo vuelvo a repetir: no queremos pelear, queremos votar. Pero si las
circunstancias lo exigieran, los que hoy no titubean en atentar contra mi vida y la vida de los que
están conmigo, nos encontrarán donde sólo se encuentran los hombres de honor que luchan como
luchamos, por una causa justa y noble, como es la del bienestar de todos los argentinos.90

Durante los comicios del 24 de febrero, Democracia denunciaba actos criminales en el que
el PCA se veía involucrado junto a otras facciones provenientes de la UD. Con esto, no
sólo denuncia a los comunistas de realizar un atentado, sino que pretende culpabilizar a la
Unión Democrática de este suceso. A partir de esto sugerimos que la línea editorial de
Democracia no se refiere a un solo término peyorativo para caracterizar a la Unión
Democrática, destaca la presencia de elementos “oligarco-comunistas” para caracterizar a
esta coalición, mostrando una clara atención por la presencia de los comunistas dentro de


89
Democracia, jueves 3 de enero de 1946, Año I, Nº 26, p.6
90
Democracia, miércoles 20 de febrero de 1946, Año I, Nº 67, p.5

55
la coalición frentepopulista. Dicha postura nos resulta cuestionable si tomamos en cuenta
que si bien el Partido Comunista permaneció a esta alianza electoral, las listas de los
partidos políticos eran independientes entre sí.
Siguiendo con esta idea podemos concluir que la campaña electoral del peronismo a
vísperas de las elecciones del 24 de febrero de 1946 más que enfocarse en las debilidades y
problemáticas de la Unión Democrática, caracterizaba al sujeto comunista como un
conspirador que promovía el desorden público por medio del uso de la violencia, otro
ejemplo de ello resulta la publicación de la denuncia de otro atentado: “Ametralladoras y
explosivos para masacrar a la población! Descubrió la policía un arsenal Comunista” en el
que una casa de la calle Irala Nº 38, en el que se domicilian individuos de ideología
comunista y ex combatientes de la guerra civil española tenía un depósito de armas para
“masacrar a la población”91.
Democracia luego de las elecciones muestra una trayectoria similar a La Época en
lo que concierne a las referencias al PCA. El grueso de las preocupaciones ya no se
manifiesta en el internacionalismo, la dependencia a la Unión Soviética o la
criminalización, sino que cambia su enfoque a la cuestión de la infiltración. Esta línea
editorial, por medio de la publicación “La unidad obrera, problema vigente”, a diferencia de
La Época no va a articular el asunto de la infiltración con el reconocimiento del sujeto
comunista como un agente extranjerizante, sino que pone en evidencia los “cambios de
frente” de los obreros tras aliarse con comunistas o anticomunistas de acuerdo a sus
aspiraciones temporales:
El problema que debe ser ahora motivo de constante preocupación de militantes sindicales es el
de la unidad orgánica de sus cuadros, el de sumar a las filas de la CGT las fuerzas que aun
permanecen dispersas. No hay ninguna razón que justifique ese alejamiento de ciertos sindicatos.
[…] Esos caudillitos son bien conocidos, se les señala ya en todos los gremios donde se les
conoce bien por su tortuosa actuación, por sus contantes cambios de frente, que tan pronto están
con los comunistas como se declaran anti-comunistas furiosos. Hay que terminar con el
caudillismo, tanto en el campo político como en el sindical.92

La presente publicación no alude a una crítica a la presencia del comunismo en los


gremios, sino a la elección de los obreros por mantener posicionamientos a favor de los
comunistas mientras que se declaran anticomunistas; caracterizando a estos sujetos como
“caudillos”. Frente a esto podemos decir que durante los primeros meses de febrero hasta


91
Democracia, viernes 22 de febrero de 1946, Año I, Nº 69, p.5
92
Democracia, lunes 6 de mayo de 1946, Año I, Nº 128, p.4

56
los comicios del 24 de febrero, el discurso anticomunista de Democracia estuvo en directa
consonancia con la predica católica en tanto denunciaban la coartación de libertades
públicas, comparando al comunismo con el fascismo y el nazismo. En relación a esto, es
preciso sostener que luego que Perón asumiera como presidente el 4 de junio de 1946, este
periódico realizó un viraje desde una postura anticomunista católica, hacia una perspectiva
nacionalista en consonancia con el nuevo escenario; en que primaban las dudas sobre la
reactivación de las relaciones económicas con la URSS y la disolución de los sindicatos
comunistas para pasar a las filas del peronismo.

El Laborista: entre el anticomunismo y el antisocialismo

El Laborista, fue creado a fines de 1945 bajo la dirección de Miguel Ángel Borlenghi,
quien fue el candidato de Perón para la presidencia del Partido Laborista, pero fue
derrotado por Luis Gay. Borlenghi, en cambio, conservó la dirección del diario. Este
periódico, a diferencia de los anteriores, presentaba los puntos de vista tanto del partido
como de los sindicatos. Luego de la disolución oficial del Partido Laborista en mayo de
1946, el diario fue tomado por un grupo cercano al coronel Mercante, cuya imagen se
encargaría de promocionar hasta su caída (Plotkin, p.315).
El Laborista fue el único periódico de los tres seleccionados que pone en evidencia
que la campaña peronista hacia eje en la confrontación con los partidos y clases
tradicionales, dentro de las cuales incluye a los comunistas, por tanto el componente
anticomunista se manifestaba como un sesgo adicional dentro del contexto de los comicios
del 24 de febrero. Respecto a la crítica al comunismo local enfatiza en el carácter
internacionalista y su dependencia con la Unión Soviética. Su particularidad radica en dos
puntos. Por un lado, no tiende a acusar a la militancia comunista de recurrir a la violencia, y
por otra parte que tiende a enfocarse en la reactivación de las relaciones comerciales entre
la Argentina y Rusia. Otro aspecto que resulta fundamental de este periódico y que es de
utilidad en la medida que nos ayuda a esclarecer la identidad de la línea editorial de El
Laborista es la presencia de una sección denominada “Galería de hombres inútiles” en el
que individualiza algunas denuncias, entre ellas, figuran algunos miembros de
organizaciones patronales como Antonio Santamarina, miembros del Partido Socialista

57
como Alfredo Palacios, Nicolás Repetto y Enrique Dickman; e integrantes del Partido
Comunista como Rodolfo Ghioldi y Victorio Codovilla.
Primero que todo, el tema de la crítica al internacionalismo y a la dependencia de la
Unión Soviética en el contexto previo a las elecciones puede analizarse en la ya
mencionada publicación del 12 de enero de 1946 titulada: “¿Cuándo y en qué medida son
sinceros los comunistas?” la cual da cuenta del posicionamiento de El Laborista frente a la
aprobación del juez federal Dr. Fox por conceder al Partido Comunista la personería
solicitada para rehabilitarse en el campo político caracterizando al partido de “oportunista”.
En dicha instancia, el periódico comparó la política de alianzas amplias de la izquierda,
particularmente en aquellas en que los socialistas y comunistas fueron parte de un
conglomerado político:
Recordamos que, con motivo de la primera guerra mundial, los jefes de los partidos socialistas
europeos, traicionando al proletariado, se pasaron a la posición que los propios comunistas,
abrazando la defensa de la burguesía imperialista. Ayudaron a los gobiernos imperialistas a
engañar a la clase obrera y a inyectarle lo que también ellos llaman “el veneno del
nacionalismo”. Bajo la bandera de la defensa de la patria, los “socialtraidores” comenzaros a
asurar a los obreros alemanes contra los franceses. Sólo una minoría insignificante se mantuvo
en la posición internacionalista, marchando en contra de la corriente, sin una convicción muy
firme y de un modo bastante vago, pero a pesar de todo, marchando en contra de la corriente.93

De lo expuesto por la línea editorial de El Laborista, expone una crítica al


internacionalismo, tanto del PSA como del PCA, haciendo eje en la política frentepopulista
puesta en marcha por el PCA. Este aspecto lo va a distinguir de La Época y Democracia,
en la medida en que las publicaciones que criticaron al comunismo también lo hicieron
para el caso del socialismo sosteniendo el carácter quintacolumnista de ellos. Para el caso
de El Laborista, durante el período previo a los comicios del 24 de febrero de 1946 no
muestra una propaganda de criminalización de los comunistas aunque presenta una crítica
marcada a los socialistas. Ejemplo de ello nos resulta de utilidad la publicación del titulada
“Socialistas y comunistas puntuales a la burguesía”, la cual muestra una entrevista que
realiza la Confederación General del Trabajo al Presidente de la Nación, Edelmiro Farrell,
quien emite comentarios sobre la oposición de comunistas y socialistas en el plano
sindical:
“La población trabajadora no tienen la culpa de esta deserción lamentable de sus compañeros
socialistas y comunistas, que prefieren actuar como militantes de sindicatos amarillos. […]Al
aconsejar la resistencia a este gran movimiento de las multitudes trabajadoras, los dirigentes

93
El Laborista, sábado 12 de enero de 1946, Año I, Nº2, P.8

58
socialistas y comunistas se convierten en formidables puntuales de la burguesía argentina, cuyos
planes favorecen con el pretexto de ahuyentar el fantasma del nazi-fascismo, que sólo existe en
sus mentes obsesionadas y cerradas a la visión clara de nuestra realidad actual.”94

De la entrevista a Farrell cabe destacar que la línea editorial de El Laborista denuncia que
tanto al Partido Comunista como al Partido Socialista, mantienen lazos con la burguesía
argentina con la justificación de combatir al nazi-fascismo, y dentro de ese interés, ambos
partidos estarían del lado de la burguesía y no de la “población trabajadora”. Otro aspecto
que señalamos al inicio de este apartado y que también nos permite hacer una
diferenciación con los otros periódicos que ya analizamos, es el tema de la puesta en
marcha de las relaciones exteriores entre Argentina y Rusia por medio del titular “la misión
comercial soviética”:
Nuestro criterio de prescindencia en la política interna de los demás países del mundo, no nos
impiden expresar que asistimos con gran interés a la extraordinaria experiencia política,
económica y social que se viene realizando en la URSS […]Suponemos que otro tanto debiera
ocurrir en la URSS cuyo pueblo poco o nada nos conoce, y quizás tenga sobre nosotros el
concepto de los viejos textos o las opiniones interesadas de los eternos obstruccionistas. […] Los
argentinos a nuestro modo, estamos realizando nuestra revolución social de raigambre laborista,
estructurando una mayor justicia social y distributiva en consonancia con nuestra concepción
filosófica de la libertad.95

De la noticia anterior se desprende otra actitud de El Laborista frente a la Unión Soviética.


Durante los comicios del 24 de febrero de 1946, la publicación del 12 de enero incluía una
critica a la URSS en el terreno internacional citando las consecuencias del pacto germano-
soviético, con motivo de posicionarse en contra de la rehabilitación, en el terreno político,
del Partido Comunista. Esto no deja de ser importante en la medida que la línea editorial de
El Laborista, a diferencia de La Época y Democracia, dentro del contexto de las
elecciones, estuvo centrado en criticar al comunismo más desde el ámbito internacional
que desde la escala local y sólo transcurren tres semanas entre la aparición de estas
acusaciones y la publicación del “interés de acercamiento”, entre la Argentina y la URSS.
En el proceso de reactivación de las relaciones internacionales con la URSS, El
Laborista, con motivo de justificar su puesta en marcha, abandonó su posicionamiento
crítico frente al comunismo tanto en el plano local como en el nivel internacional. Para
ellos, la oligarquía era el único enemigo responsable de haber distanciado y complejizado
las relaciones comerciales con la Unión Soviética:


94
El Laborista, martes 15 de enero de 1946, Año I, Nº5, p.8
95
El Laborista, sábado 2 de marzo de 1946, Año I, Nº 51, p.6

59
La larga separación habida entre rusos y argentinos, constituye un ejemplo más de la labor
oligárquica. Los rusos supieron que el distanciamiento fue posible mientras el gobierno era
usurpado por conservadores fraudulentos y supieron ver en la Revolución de Junio la salida
heroica de un pueblo noble que marcha impetuoso hacia el logro de su redención.
El heroico pueblo ruso, indescriptible en su lucha contra el nazismo invasor, el actor del episodio
de Stalingrado, sabe que los argentinos sienten por él, fraternal respeto y admiración.
Y los argentinos, tenemos también la perfecta sensación que Perón y el movimiento
revolucionario que dirige, es sinceramente admirado por el pueblo ruso, que ve así, afirmarse
nuestra soberanía, y consolidarse un régimen basado en la justicia social.96

Este tipo de denuncias, que ponían foco en la oligarquía como el principal enemigo
político del régimen justicialista, enfatizando en un criterio de prescindencia política
interna, tenía por objetivo validar las pretensiones del peronismo por entablar relaciones
comerciales con la Unión Soviética. Algunos sectores que constituyeron la posición
peronista inicial no fueron indiferentes a esta propuesta, para los católicos era inaceptable
que el justicialismo llevara a cabo cualquier tipo de acercamiento con la URSS, apelando a
que la estrategia comunista de la disolución de sus sindicatos, adoptada en 1946, y la
reactivación de las relaciones económicas, eran parte de un plan de infiltración soviética en
la Argentina.97 Sin embargo, este tipo de invocaciones aparecieron durante un período
breve, luego de las elecciones y aún cuando Perón no asumía la presidencia, El Laborista
se posicionó desde el anticomunismo nacionalista para denunciar la presencia comunista
en los gremios, la cual operaba en complicidad con la oligarquía y la prensa de Braden,
quienes eran caracterizados como agentes extranjerizantes que atentaban contra la unidad
de la patria:
Pese a todas las maniobras obstruccionistas de la oligarquía, al ataque de la prensa de Braden, los
Laboristas cumplieron su misión con conciencia y con lealtad, confiados en su líder y apoyados
en la doctrina y programa Laboristas. Falsos apóstoles y deliberados mentirosos, los embarcaron
a la masa en la aventura unionista, que por instantes adquirió todos los contornos de una invasión
extranjera sobre el inmaculado suelo de la Patria. Comunistas vergonzantes, no vacilaron en
traicionar a sus afiliados entregándolos con engaños al juego del imperialismo, conservadores,
que más que de conceptos lo son de malas costumbres, fraudulentos son los que encabezan esta
triste caravana. Contra esa maniobra debemos estar alerta. Son traidores a la Patria, al pueblo, a
la democracia, a los sagrados intereses de la colectividad.98

El anticomunismo nacionalista del peronismo operaba para reafirmar la contienda electoral


en términos de imperialismo v/s patria, la cual adquiría estos matices por la presencia e
influencia del embajador Braden quien, siendo el embajador norteamericano en la

96
El Laborista, sábado 8 de junio de 1946, Año I, Nº 48, p.8
97
El Pueblo, “Infiltrarse y copar”, sábado 8 de junio de 1946, Año XLVII, Nº15807, p.9
98
El Laborista, miércoles 13 de marzo de 1946, Año I, Nº62, p.6

60
Argentina, fue uno de los principales promotores de la Unión Democrática. De esta
interpretación la línea editorial de El Laborista añade otros conceptos al componente
“imperialista”, articulándolo con otros epítetos como “nazi-fascistas, anti-argentinos y
explotadores”, sosteniendo la idea de una invasión extranjera de índole totalitaria. En este
punto resulta importante recalcar que el componente foráneo al interior de la UD no sólo
puede ser interpretado por la presencia del PCA en sus filas, sino por la participación de
Braden. Durante la campaña electoral de 1946 el naciente peronismo denunciaba la
participación de Braden al interior de la UD, quien siendo un agente extranjero e
interventor, se asemejaba a la eventual labor disruptiva del comunismo visto desde un
prisma nacionalista.
Como último punto que analizamos dentro de El Laborista es la presencia de la
sección “Galería de hombres inútiles”, que acusaba en un tono personalista a miembros de
la oposición peronista, entre ellos a los comunistas, como Rodolfo Ghioldi por ser el más
antiperonista de los dirigentes del PCA (Jáuregui, p.25) y Victorio Codovilla quien, aunque
no ejerció el cargo de secretario general del partido, era el dirigente más importante del
partido por su activa militancia, su adherencia estricta al Kominform y por ser uno de los
fundadores del Partido Socialista Internacional (Amaral, p.3).
Frente a los conservadores, a los radicales, a los socialistas y a los demócratas progresistas don
Rodolfo parecía un químico… o un almacenero. Repartió abrazos que fueron a dar a la gente
más diversa. Cuando le tocó a Antonio Santamarina. Ghioldi había juntado el aceite con el
vinagre, acto que no había logrado realizar nadie en el mundo. Pero no podía durar mucho, y a
poco andar marchaban a la greña […] todo el mito comunista desapareció barrido por el 24 de
febrero. Esta vez el cálculo de don Rodolfo es erróneo. En 1928 los socialistas perdieron todo su
caudal obrero: en 1945 los comunistas perdieron todo su prestigio de cucos gremiales. Queda
una pregunta:¿qué hace don Rodolfo en nuestro país?99

De la referencia a Ghioldi en la sección “Galería de hombres inútiles” destacamos que si


bien existe una intención por parte de la línea editorial de El Laborista por individualizar
sus críticas, al momento de referirse al PC, no abandona su posicionamiento desde lo
colectivo al referirse al sistema de alianzas que se forma dentro de la Unión Democrática.
Sobre esta experiencia sostuvo que fue la proeza de historia política más sensacional que se
registró en Argentina tras formar vínculos con el conservador Antonio Santamarina, sin
embargo tras su derrota y la desaparición de esta alianza, acusa a Ghioldi por “dirigirse
hacia donde más calienta el sol”; evidenciando su interés por acercarse al peronismo. Esto


99
El Laborista, martes 13 de agosto de 1946, Año I, Nº 214, P.10

61
también puede ser comprendido por la aparición de Antonio Santamarina en la misma
sección del día 10 de agosto de 1946. En esta mención tampoco es criticado Santamarina
por acontecimientos que involucren la presencia de su partido político, sino por mantener
vínculos con “el comunismo”:
La vida política de don Antonio puede ser considerada como puramente vegetativa. Don Antonio
no tiene ideas, ni aspira a realizar nada. Si avanza al comunismo, se hace fascistizante para
inclinar un poco la balanza a su favor y restablecer el equilibrio que debe primar para que los
estancieros puedan seguir viviendo, ganando y gobernando. Si lo obreros piden más sueldo y se
declaran en huelga, él cree que todo podrá arreglarse con un poco más de policía y de “mano
dura” y, llegado el caso, para evitar la realidad de la justicia social, se agarra del clavo ardiente
de la “amistad” comunista y vuelve dinamitero. […] En 1930 metía a los radicales en la
Penitenciaría y hacía oídos sordos a persecuciones y torturas. En 1944, porque lo detuvieron
como conspirador, creía que el mundo se derrumbaba como en un Apocalipsis.

De la aparición de Santamarina en “Galería de hombres inútiles” resulta interesante dar


cuenta que para la línea editorial de El Laborista, el hecho de que los conservadores
pongan en marcha una alianza con los comunistas se hacen “fascistas”, con motivo de
agregar un componente antitotalitario a la predica anticomunista. Otro aspecto de la
referencia a Santamarina, es el uso de la criminalización, que en el caso de Democracia y
La Época era frecuente utilizar este tópico durante el período previo a las elecciones del 24
de febrero para acusar a los comunistas de los atentados, en el caso de El Laborista se
utilizó para caracterizar a los conservadores de agentes que promueven el desorden
público.
Por último, en relación a los gremios, El Laborista al estar dirigido por Miguel
Ángel Borlengui, quien dirigió tareas directivas dentro de este periódico hasta julio de
1946100, a modo de personificar al enemigo político expuso algunas de las tensiones del
comunismo dentro de los gremios; destacando el caso específico de la FONC cuya
trayectoria es inescindible del Partido Comunista en la medida que fueron militantes de
esta fuerza política los que mayoritariamente diseñaron la constitución, la llevaron a la
práctica y la dirigieron hasta su desaparición (Camarero, P.1). Ejemplo de esto cabe
destacar la publicación titulada “Rechaza la unión con Comunistas la U. Obrera de la
Construcción”:
La U.O de la C. No se puede unir a la FONC porque ya consta esta imposibilidad en la
declaración de principios y por que no se aceptará en su seno a dirigentes que han hecho del


100
“Miguel Ángel Borlenghi abandona las tareas de director de El Laborista”, titular publicado en El
Laborista, viernes 5 de julio de 1946, Año I, Nº 175, P.1

62
sindicato un medio de vida, y que se han desviado del verdadero camino sindical, metiéndose en
política, no sólo ellos sino que lo han hecho en nombre del gremio de la Construcción, no siento
éste el verdadero sentir de sus afiliados. Queda desautorizada las versiones de la FONC que
efectúa en las obras manifestando que se hallan a punto de conseguir personería gremial ya que
la Secretaría de Trabajo y Previsión, no puede reconocer a más de un sindicato de la misma
industria.101

De la publicación de El Laborista, se desprende primero que todo una forma de


persuadir a los obreros pertenecientes al gremio de la construcción para que se
desafilien de la FONC o ingresen a la Unión Obrera de la Construcción ya que la
Secretaría de Trabajo y Previsión sólo reconoce la personería gremial de la U.O de la C.
Esta exclusión en el terreno gremial puede entenderse como una manifestación
anticomunista en el ámbito práctico, en ella, el justicialismo propone la estrategia de
afiliar a un solo sindicato por rama para evitar que los comunistas intervengan en el
campo gremial. Sobre la militancia comunista destaca que “han hecho del sindicato un
medio de vida y que se han desviado el camino sindical”; adhiriendo consignas clásicas
del fenómeno anticomunista más allá de las características particulares de la FONC. En
este sentido, la prensa del naciente peronismo hace una distinción entre los auténticos
obreros peronistas, asociados a la Secretaría de Trabajo y Previsión en contraposición a
los comunistas afiliados a la FONC, quienes se “desviaron del verdadero camino
sindical”.

Consideraciones finales
La presencia de tópicos anticomunistas en la prensa partidaria del peronismo (1945-1946)
como sugerimos a lo largo del presente estudio adquirió distintos matices a lo largo del
contexto de los comicios del 24 de febrero de 1946. Para el caso de La Época es necesario
resaltar la crítica a la estrategia del Frente Popular puesta en marcha por el PC a través de
la Unión Democrática y cómo se buscó deslegitimar la coalición a partir del vínculo entre
el Partido Comunista y la “oligarquía” (UCR y PDP). Asimismo la presencia de tópicos
anticomunistas resaltaron figuras como el propio Perón (para el caso de La Época y
Democracia) y Farrell (para el caso de El Laborista) que fueron incluidos en este trazado
ideológico por medio de entrevistas a modo de resaltar el carácter anticomunista de la
dirigencia peronista.


101
El Laborista, 3 de junio de 1946, Año I, Nº 143, P.1

63
Para el caso de La Época es posible evidenciar la generación de tópicos
anticomunistas que fueron, adquiriendo matices distintos, puesto que a fines de 1945 se
manifestó una actitud crítica frente al comunismo local haciendo énfasis al problema del
internacionalismo, a principios de 1946 presentó tópicos anticomunistas que aludían a
miembros de la militancia del PC de manera transversal ya que no sólo crítico a la
dirigencia como el caso de Ghioldi o Codovilla, sino que a la vez se vieron inmersos los
casos de Chiarante e Iscaro y el particular caso de Almarza, Domenech y Testa quienes
siendo parte de la militancia del PSA, fueron acusados por poner en marcha un acto de
sabotaje en la huelga ferroviaria de Junín, mostrando una clara intencionalidad por parte
del periódico por caracterizar al comunista como un sujeto disruptor dentro del
movimiento obrero.
Democracia, presenta algunos rasgos particulares en cuanto a la aparición de
tópicos anticomunistas, tomando en consideración que este periódico estaba dirigido por
Manuel Molinari, quien imprimía un tono católico a las invocaciones anticomunistas, la
Unión Soviética fue percibida como un sistema político “totalitario”, entendiéndose el
comunismo como el ahogamiento de las libertades públicas y la supresión de la voluntad
popular de elegir a sus representantes. Este posicionamiento de asignar al Estado como
agente planificador de la economía, puede ser entendido no como una amenaza para el
peronismo, sino para mostrarles a sus otros adversarios políticos, como la oligarquía, que
el excesivo intervencionismo estatal de los comunistas podría atentar contra ellos.
Por último, El Laborista, interpretaba la contienda electoral del 24 de febrero por
medio de la confrontación de clases y partidos tradicionales en el que el comunismo fue un
sesgo adicional. Las acusaciones tanto de los comunistas, socialistas como de los
miembros de la oligarquía se veían de manera equiparada no sólo en la redacción de los
acontecimientos de los comicios de 1946, sino que por medio de su sección “Galería de
hombres inútiles” denunciaban las trayectorias individuales de los actores políticos que
formaron parte de la Unión Democrática. Su posicionamiento anticomunista tenía mucho
más influencia en el mundo del trabajo, denunciaba en un sentido práctico la puesta en
marcha de la disolución de los sindicatos comunistas para que pasaran a las filas del
peronismo, promoviendo la exclusión de estos en el campo gremial.

64
Capítulo III: El fenómeno del anticomunismo en la prensa partidaria del peronismo y
la prensa católica: Alcances y diferencias de sus posicionamientos (1946-1949)

1.- Introducción

Como ya sabemos, los resultados de los comicios del 24 de febrero de 1946 no


acompañaron a la Unión Democrática y mucho menos al Partido Comunista. Este último
que fuera la gran incógnita electoral luego de décadas de vida clandestina, en unión con los
demócratas progresistas figuró en cuarto lugar en la Capital Federal; reunió sólo 25.000
votos en Buenos Aires y no alcanzó a colocar sino tres diputados provinciales en Mendoza,
gracias al sistema proporcional que se aplicaba en la provincia andina (Luna, 1992, p.170).
Dándose por extinguida la experiencia de la Unión Democrática luego de los
comicios del 24 de febrero de 1946, no se anularon los esfuerzos por parte de la prensa
peronista por manifestar su posicionamiento anticomunista; sin embargo durante el período
1946-1949 se manifestó una nueva materialidad sobre este fenómeno en la medida que hay
un alineamiento de las posturas de los periódicos peronistas. En cuanto a la postura de la
doctrina católica frente al proceso eleccionario de 1946, a pesar de su pretendida
neutralidad; tuvo que inclinarse al bando peronista aunque este era considerado como un
“mal menor”102, frente a una oposición aglomerada en una suerte de frente popular que
incluía a los comunistas, quienes fueron caracterizados por la iglesia como el único
totalitarismo que quedaba con vida. (Zanatta, 2013, p.444)
El fenómeno del anticomunismo, como señalan los estudios de Casals (2016) y
Rodrigo Patto (2000), a pesar de la diversidad de discursos, es posible identificar ciertos
elementos comunes que, en distintas combinaciones y énfasis, estuvieron presentes en parte
importante de las expresiones anticomunistas 103 . Rodrigo Patto ha denominado “las
matrices del anticomunismo” en tanto sistemas de pensamiento globales que otorgan
sentido y legitiman socialmente la oposición al comunismo. Rodrigo distingue tres
corrientes de pensamiento que operan como bases del anticomunismo: el catolicismo, el


102
A pesar de la postura católica de prescindir frente a la recurrente incitación de Perón a la lucha de clases,
las acusaciones de la iglesia frente a la Unión Democrática eran mucho más graves e irreparables: la
colaboración con los comunistas, que compartían el “suicidio de todo el país” y el “pedido de ayuda a
naciones extranjeras”, en ese caso específico en la persona del embajador estadounidense Braden, pedido
moralmente deshonroso y humillante para la soberanía nacional. (Zanatta, p.444)
103
Desde ahora utilizaremos la sigla AC para referirnos a anticomunismo.

65
nacionalismo y el liberalismo104. Ello no implica que toda expresión anticomunista encaje
en estas tres matrices. Por el contrario, como señala Casals (2016, P.31) y Sá Motta (P.35),
priman las mezclas y las referencias aisladas o reiterativas a más de uno de estos grandes
sistemas de creencias. El concepto de “matrices de anticomunismo” más que etiquetar a
cada uno de estos fenómenos, nos obliga a sopesar los diferentes elementos presentes en
ellas, permitiendo diferenciar y analizar cada formulación anticomunista en su
especificidad.
En cuanto al fenómeno del AC católico, se originó en el siglo XIX, y el proceso de
construcción de sus principales tópicos fue simultáneo con el desarrollo y difusión de
distintas vertientes del pensamiento socialista, incluida la marxista. En muchos casos la
oposición eclesiástica al comunismo fue la continuación de una vigorosa tendencia a
condenar y rechazar al mundo moderno, proceso iniciado con la Reforma protestante y
fortalecido luego con la difusión del ideario ilustrado dieciochesco y la Revolución
Francesa (Casals, pp 31-32). Durante el siglo XX, Rodrigo (p.36) señala que la Iglesia
Católica se constituyó probablemente en la institución no estatal (desconsiderando, por
supuesto, el Vaticano como Estado efectivo) más comprometida en el combate a los
comunistas. Todas las objeciones doctrinarias que el pensamiento católico le hizo al
marxismo se tradujeron durante el siglo XX en abiertas y reiteradas condenaciones. La
Revolución Rusa significó la materialización de todo los temores con respecto a este tipo de
regímenes (Casals, pp.33-34).
Para hablar del caso de la Argentina, Loris Zanatta (2005, p. 104) sostiene entre
algunas características del pensamiento católico, que recurría mucho más ampliamente a la
doctrina que al análisis de los fenómenos históricos concretos. En consecuencia, no admitía
diferencias sustanciales entre las manifestaciones prácticas, en la historia humana, del
comunismo, del socialismo, del liberalismo. Además, en la Argentina, todas las formas de
pensamiento laico o socialista eran juzgadas por la Iglesia como instrumentos de la
penetración extranjera. Estos factores explican porque en la propaganda anticomunista
católica se ponía en el mismo saco a los comunistas propiamente dichos, a los socialistas de


104
Esto no altera el hecho de que, en el origen, los argumentos provienen de tradiciones de pensamiento
distintas, identificables a partir de una mirada analítica, y que existen divergencias apreciables separándolas.
(Sá Motta, p.35)

66
todas las corrientes, a los liberales y católico-liberales y por fin a los judíos, los
trabajadores socialistas, los maestros laicos, los estudiantes democráticos, los militares
radicales, la prensa laica, el cine, el arte, el teatro, la literatura y finalmente, los
protestantes. Y comunistas eran también objetivamente todos aquellos que colaboraban con
tales sujetos, ejemplos de “antiargentinidad”.
Sobre la matriz nacionalista, Rodrigo Sá Motta (pp.50-51), sostiene que sirvió de
inspiración anticomunista cuyo origen se puede visualizar en los modelos conservadores
elaborados en el siglo XIX, principalmente asociados al romanticismo alemán. Tal vertiente
del nacionalismo, que también fue influenciada por el corporativismo, encontraba su
fundamento central en la visión de nación como conjunto orgánico y como unidad superior
a cualquier conflicto social. Ese nacionalismo de carácter conservador enfatizaba en la
defensa del orden, la tradición, la integración y de centralización, contra las fuerzas
centrífugas del desorden. El comunista sería asociado, bajo esta matriz, como agente de
disgregación, el enemigo, el extranjero u “otro” que amenazaba con despedazar la unidad
del cuerpo nacional.
El anticomunismo liberal como matriz ideológica debe ser entendido primero que
todo a partir de la diferenciación entre liberalismo político y liberalismo económico. En
cuanto al discurso del liberalismo político encontramos el rechazo contra los postulados
referidos a la coartación de libertades mediante la puesta en práctica del autoritarismo
político. En cuanto al liberalismo económico las críticas apuntaban a la destrucción del
derecho de propiedad en la medida que despojaba a los particulares de sus bienes y los
estatizaban. Sobre esto Sá Motta (p.60) indica que todos los grupos e individuos liberales
no defendieron con la misma intensidad estos dos aspectos. El énfasis en el factor político o
el factor económico podía variar de acuerdo al momento.
Tomando en consideración que las matrices del fenómeno del AC, en palabras de
Rodrigo (p.35) no suponen una separación rígida, en la medida que en los procesos sociales
concretos las elaboraciones pueden aparecer combinadas. Para el presente caso de estudio
nos referiremos a los alcances y combinaciones de estas tres matrices del fenómeno del AC
en la prensa partidaria del peronismo y la iglesia católica entre los años 1946-1949. Como
ya sabemos el peronismo tuvo una prédica nacionalista y antiliberal, por tanto primó ante
todo la matriz nacionalista del fenómeno del AC antes que el liberal; sin embargo a lo largo

67
de este período podemos encontrar publicaciones de los periódicos peronistas que se nutren
de elementos provenientes del sistema de pensamiento liberal. Esto debido a que en
ocasiones, tanto La Época, Democracia y El Laborista, junto con caracterizar a la URSS
como régimen totalitario, insistieron continuamente en la defensa de la libertad como un
todo, contraponiéndola a la “esclavitud” absolutamente reinante en el campo socialista
(Casals, 2016, p.42).
Durante el período 1946-1949 podemos visualizar el fenómeno del AC a partir de la
unificación de posturas del discurso peronista en la medida que no podemos señalar
diferencias sustanciales entre un periódico y otro, sino que tanto La Época, Democracia
como El Laborista –e incluso en las referencias que hace el propio Perón–, las denuncias al
comunismo tendrán denominadores comunes, entre ellas destacamos una crítica enfocada al
comunismo desde un carácter más ideológico que práctico; que dará lugar a
interpretaciones que hagan alusión al problema del internacionalismo y la asociación del
sujeto comunista como un agente imperialista más que alusiones al PC local.
Para el tratamiento de este problema, hemos decidido realizar una comparación
entre la prensa peronista y la católica durante el período 1946-1949; para ello nos vamos a
centrar en los siguientes ejes: política local, política exterior y el problema del sindicalismo.
El primer eje, pese a la ausencia de críticas de parte de la prensa peronista que hagan
alusión al desenvolvimiento político-estratégico del comunismo local; encontramos
referencias a la Unión Democrática en que el PC no parece ser un sesgo adicional, sino que
ocupa un lugar central. La prensa católica, por su parte, va a mostrar una oposición más
directa frente al comunismo local en la medida que no sólo lo va a caracterizar como un
agente disgregador del orden social, sino que en algunas ocasiones incluso lo va a
criminalizar. En cuanto a la política exterior, como segundo eje, vamos a analizar los
posicionamientos entre la prensa peronista y la prensa católica en torno al desenvolvimiento
de los partidos comunistas en América Latina reconociendo algunos alcances en sus
posturas; sin embargo veremos un evidente distanciamiento frente al establecimiento de las
relaciones comerciales con la Unión Soviética. Por último en lo que concierne al problema
del sindicalismo podemos ver algunos alcances y diferencias entre la prensa peronista y la
católica en la medida que la primera va a aludir a la confrontación de clases y partidos
tradicionales mientras que la postura católica enfatizará en la conciliación de clases.

68
2.- Política local: ¿la crítica a la Unión Democrática o al “comunismo oligárquico”?

La situación del período 1946-1949 a diferencia de los otros momentos, en que el


fenómeno del AC se materializó en un carácter práctico, la prensa peronista caracterizó al
PC con una intencionalidad distinta. Los tres periódicos que analizamos durante esta etapa,
La Época, Democracia y El Laborista tienden a criticar al comunismo desde el plano
internacional (como las críticas a las trayectorias de los Partidos Comunistas en América
Latina) más que al local. Pese a esto, también es posible evidenciar elementos de
continuidad provenientes del proceso eleccionario de 1946 que son las denuncias a la
Unión Democrática y a Braden; con motivo de interpretar la contienda electoral en
términos de “imperialismo o nación” 105 (Poderti, 2010 p.106). Sobre esta situación
proponemos que mediante el uso del concepto “imperialismo” la prensa peronista logró
articular –haciendo uso de la matriz liberal del fenómeno del AC– un discurso opositor a
los partidos políticos tradicionales en su afán de hacer eje en la confrontación con los
partidos y clases tradicionales.
En lo que concierne al posicionamiento de la Iglesia en este período tanto el
periódico El Pueblo como la revista Criterio, Zanatta señala que tendían a criticar más a la
doctrina “comunista” que a los fenómenos históricos concretos. Esto unido al hecho que la
Iglesia se manifestó de manera prudente con motivo de no exacerbar las divisiones entre los
católicos en el contexto de la contienda electoral (Zanatta, p.446), por tanto no es posible
dejar en evidencia un posicionamiento evidente, más que su postura prescindente frente a
los comicios de febrero de 1946. Sin embargo, a partir de las publicaciones del monseñor
Gustavo Franceschi106 podemos visualizar una postura crítica sobre algunas cuestiones del
comunismo local, entre ellas, destacamos su perspectiva sobre los Frentes Populares y la
Unión Democrática, la cual más allá de criticar el posicionamiento o la estrategia de este

105
Sobre este punto nos adherimos a la propuesta de Alicia Poderti (p.111) al sostener que la oposición
“Braden/Perón” continuó vigente en el imaginario peronista mucho después de las elecciones de 1946;
señalando que hasta el primero de mayo 1951 aún existían menciones a Braden en los discurso de Perón.
106
La figura de Gustavo Franceschi nos resulta fundamental para el presente estudio no sólo por ser el más
brillante polemista católico de la época (Zanatta, 2005, p.23) ni por su rol como director de la revista Criterio
durante el período en cuestión. Sino que su postura irreductiblemente antiliberal (Zanatta, 2005, p.53), será
foco de nuestra atención dentro de sus publicaciones en el periódico El Pueblo.

69
conglomerado, de manera similar a la prensa peronista, caracterizaba a la Unión
Democrática como una maniobra de infiltración del comunismo.107

2.1.- La crítica a la estrategia de los Frentes Populares y a la Unión Democrática:


perspectivas de la prensa peronista y la prensa católica

Al referimos a los rasgos anticomunistas de la prensa peronista durante el período 1946-


1949 podemos decir que estos ya estaban presentes en la campaña de las elecciones
presidenciales de 1946. La diferencia, como ya habíamos señalado, radica en dos aspectos,
por un lado, que pusieron énfasis en el aspecto ideológico antes que aludir al
desenvolvimiento histórico-estratégico del PCA y por otra parte, haciendo eco a la crítica
al internacionalismo del PC, los periódicos peronistas tendían a criticar la trayectoria de
otros partidos comunistas de América latina con motivo de problematizar la funcionalidad
y el alcance de los Frentes Populares.
Uno de estos casos es la comparación, publicada en La Época, entre el Partido
Comunista Argentino y el Partido Comunista de Paraguay frente a la puesta en marcha de
la política de “Frentes Populares” o alianzas amplias bajo el signo del antifascismo. Etapa
en la que el PCA abandonó en parte la idea de desarrollar iniciativas autónomas de la clase
obrera en el campo político, para postularse como “aliado” de los partidos burgueses que
siguieran rumbos políticos considerados más “democráticos” por la dirigencia comunista
del PCA (Campione, 2007, p.4). Con el titular “También en el Paraguay los comunistas se
unen con la oligarquía contra el pueblo”, señala que el día 12 de octubre se realizará en
Asunción una manifestación pública con el fin de solicitar la represión total de las
actividades comunistas en el Paraguay:

Su misión, cumplida con la complicidad de los jefes del Partido Liberal, de la prensa
mercenaria de los grupos capitalistas y de intereses extranjeros, consistía en establecer contacto


107
El Pueblo, miércoles 10 de abril de 1946, Año XLVII, Nº 15757, P.9 Sobre este punto Zanatta (2013,
p.447) sostiene que el apoyo de los sectores católicos al peronismo estuvo lejos de ser un vínculo automático;
pues a pesar de la formal neutralidad de las autoridades eclesiásticas, existía una evidente molestia de algunos
obispos por el estilo y las ideas de Perón. No había ocasión en la que no emergiera la afinidad ideal que unía
la Iglesia de los católicos que adscribían al bando peronista y, a la inversa, la distancia que los separaba de
cuantos militaban en el bando opuesto.

70
con las células comunistas y con los pequeños grupos obreros controlados por éstas o
confundidos por su prédica disolvente.108

La equiparación por parte de La Época entre la estrategia de “Frentes Populares” del


Paraguay y la Argentina deja en evidencia algunos puntos de comparación importantes con
la campaña peronista del 24 de febrero de 1946, pues en ambas situaciones se manifiesta
una tendencia a asociar a sólo dos elementos que forman parte de las coaliciones de la
política frentepopulista. Para el caso de la estrategia del Frente Popular paraguayo que se
tradujo en el Frente Democrático, La Época apunta su crítica sólo a dos partidos que
conformaron esta coalición: al Partido Liberal y al Partido Comunista; excluyendo a los
febreristas quienes formaron parte del Frente Democrático a partir de 1943. Mientras que
en el caso argentino, fue frecuente que la prensa peronista se refiriera a la Unión
Democrática como coalición “oligárquico-comunista”. Asimismo resulta importante la
invocación del fenómeno del AC de matriz nacionalista, dimensionada por Casals y
Rodrigo Patto, en la medida que caracteriza las maniobras de los comunistas “como
disolventes” en tanto el carácter internacionalista de los comunistas atentaba contra la
unidad nacional. Con la descripción de los acontecimientos en Paraguay podemos
visualizar otra actitud del fenómeno del AC durante las elecciones del 24 de febrero: la
criminalización del sujeto comunista.

Se trataba de la reedición de la célebre marcha de la Libertad y de la Constitución o de la


trágica mascarada de la plaza San Martín, en que se dieron la mano los seudos dirigentes
comunistas Peter, Chiaranti, etc. y los “capos” de la Unión Industrial, Sociedad Rural, etc. Por
cierto la llegada de los jefes comunistas coincidió con un continuado y abundante contrabando
de toda clase de armas […]el goce de libertad del PC en el país hermano fue aprovechado por
los dirigentes rojos quienes organizaron un tiroteo en la marcha hacía el centro de la Capital. 109

Sobre la comparación de los acontecimientos en el contexto argentino y paraguayo es


posible evidenciar un posicionamiento, por parte de la prensa peronista, que buscaba
denunciar los vínculos entre los dirigentes del PCA y las asociaciones patronales como la
Sociedad Rural y la Unión Industrial110. Por un lado, al momento de referirse a los


108 La Época, viernes 10 de octubre de 1946, Año XXXI, Nº 464, p.1
109
Ibíd.
110
Sobre el funcionamiento y composición de las asociaciones patronales que hicieron frente a la
organización obrera sindical María Ester Rapalo (2012, pp. 13-14) analiza el caso de la Asociación del
Trabajo creada en 1918. El caso de la Asociación del Trabajo nos resulta de utilidad en esta instancia ya que
la autora señala que los fundadores de esta institución eran miembros de organizaciones patronales
preexistentes más poderosas, entre ellas, sostiene el caso de la Sociedad Rural y la Unión Industrial. La

71
comunistas, evidenciamos la negación de la condición de dirigentes obreros en la medida
que se refiere a José Peter y Pedro Chiaranti como “seudos dirigentes comunistas”. Por otra
parte, al señalar la aparición de los miembros de las organizaciones patronales, de la Unión
Industrial y la Sociedad Rural estos son caracterizados como “capos”, con motivo de
evidenciar el aspecto criminal y antiobrero tanto de estos sujetos como de sus respectivas
instituciones.
Como sugerimos anteriormente, una de las descalificaciones más recurrentes
utilizadas por los periódicos peronistas para referirse a la experiencia de los Frentes
Popular, fue el uso del término “comunismo oligárquico” para decir que están fuera de la
nación. En el caso de la prensa católica podemos ver un posicionamiento distinto entre
comunismo y capitalismo, en la medida que son caracterizadas como dos matrices
ideológicas que promueven la esclavitud y como “revoluciones epidérmicas que son
simples cambios de personas”111:

no queremos ni la esclavitud del capital, ni la esclavitud del Estado o de la colectividad.


Queremos libertad de personas humanas que tienen un destino ultraterreno en la plena posesión
de Dios. Se trata de aplicar el catolicismo social a la vida económica del presente, y el
catolicismo hasta ahora siempre ha sido una revolución, no importa lo que digan los
reaccionarios, que a la esclavitud llaman libertad y al gobierno de un partido le llaman
democracia.112

Esta postura de la prensa católica en torno al comunismo y al capitalismo nos ayuda a dar
cuenta del mito de la nación católica dimensionado por Zanatta. Éste se fundaba en la
premisa de que la catolicidad era el elemento constitutivo de la identidad nacional y que,
sobre su base, por lo tanto, deberían fundarse tanto el orden social y político como la
unidad orgánica de la nación. Esta premisa percibía sospechoso el pluralismo ideológico o
confesional que habría atentado contra la unidad y la soberanía de la nación (Zanatta, 2013,
p.475).
Sobre el uso del término peyorativo comunismo-oligárquico en el que la prensa
peronista utilizó para decir que tanto los comunistas y los miembros de la Unión

primera tuvo como presidente al Dr. Joaquín de Anchorena durante los años 1916 y 1922 quien fue también
presidente de la Asociación del Trabajo, mientras que la segunda, aunque no se incorporó en bloque a la
Asociación, sí lo hicieron sus sectores más poderosos como el grupo Tornquist y varias empresas de título
individual.
111
El Pueblo, “No caigamos en el dilema “Comunismo Capitalismo”, sábado 7 de marzo de 1949, Año L, Nº
16680, p.6
112
Ibíd.

72
Democrática son elementos ajenos a la nación. Para el caso de la prensa católica, el
problema del comunismo se produce por “la existencia del proletariado, el estado de
infortunio y la miseria inmerecida”113 que permite que “grandes muchedumbres queden sin
defensa frente a las teorías marxistas y protestantes”114 mientras que el capitalismo es
dimensionado como un “régimen que absorba todas las ganancias, que no ve el fin social de
la empresa, sino sólo el económico”, proponiendo que “la empresa pase a ser una
“comunidad de trabajo, haciendo que impere la justicia social y la caridad cristiana”115.
Sobre las invocaciones del fenómeno del AC desde las manifestaciones en América
Latina también podemos visualizarlas en la prensa católica. Para el caso de la prensa
peronista, como ya señalamos hace referencia a una comparación de los Frentes Populares
de Paraguay y de la Argentina; a modo de criticar los elementos político-estratégicos del
PCA. En cuanto a la prensa católica, a diferencia de la anterior, durante el período 1946-
1949 las menciones a los partidos comunistas de América Latina tuvieron como finalidad
dimensionar al comunismo como peligro más que criticar históricamente a los partidos
comunistas. Ejemplo de ello resulta el tratamiento del problema de la infiltración en Chile –
que según evidencia El Pueblo, esta amenaza se plasmaba de la misma manera en
Argentina y Brasil– a modo de dar cuenta sobre la necesidad de poner en marcha un plan de
acción preventiva frente a la acción del comunismo en la Argentina.

Es un peligro no ilusorio o lejano sino real, frente al cual se encuentran colocados países como
los nuestros, que son codiciada presa del comunismo soviético. Apréciese la gravedad de ese
peligro teniendo en cuenta que, los refugiados comunistas enviaron durante la guerra
informaciones a Rusia sobre el movimiento de barcos y actividades de las industrias chilenas,
valiéndose para ello de intermediarios que operaban como marineros en barcos de banderas
adictas a la U.R.S.S. Una verdadera red de espionaje, que seguramente está no menos bien
montada entre nosotros.116

La expresión de la estrategia de los Frentes Populares dentro del período 1946-1949 puede
ser entendida en la Argentina con el caso de la Unión Democrática. Sobre esto podemos
decir que el peronismo propiciaba dentro de su nacionalismo una confrontación de clases
posicionado al PCA en el bando contrario117. Pues la prensa peronista asimilaba a la Unión

113
Ibíd.
114
Ibíd.
115
Ibíd.
116
El Pueblo, “Comunistas en América”, 10 de noviembre de 1949, Año L, Nº 16847, p.4
117
Sobre la propaganda peronista Silvia Sigal y Eliseo Verón (2003, pp. 82-86) dan cuenta de la definición
del enemigo político del peronismo a partir de la figura de Spruille Braden, quien fue señalado por Perón en el

73
Democrática como parte de un complot imperialista dirigido por el embajador
norteamericano Spruille Braden, quien se desempeñó en este cargo entre mayo y
septiembre de 1945 (Poderti, P.106). Ejemplo de esto es la publicación del 14 de agosto de
1949 titulada “John Griffith, el agregado cultural de la embajada norteamericana, trataba
con desprecio a los cómplices de su empresa”:

La Unión Democrática surgió por obra especial de Braden y de Griffith y se manifestó, durante
su corta vida como instrumento específico del inquieto “agregado cultural” y su jefe directo
Sruille Braden […] Cada uno de los partidos atados por Griffith al carro del intervencionismo
bradenista, tenía que hacer concesiones terribles a esa unidad de acción, desenmascarándose
totalmente ante sus propias masas partidarias y troncando su caudal electoral, escaso o no por
una sonrisa ambigua del imperialismo.118

Esta asociación entre Braden-imperialismo visualizada en 1949, puede entenderse como un


elemento de continuidad proveniente de los comicios del 24 de febrero de 1946. Sobre esto
Alicia Poderti señala que durante estas elecciones la campaña publicitaria, tanto del
peronismo como de la oposición, estaría centrada en los dichos del Libro Azul que había
sido redactado bajo la dirección de Spruille Braden (pp.106-107). En él se trataba de
vincular al gobierno militar argentino, y en especial al coronel Juan D. Perón, con la
Alemania nazi durante los años de la guerra (Panella y Fonticelli, 2007, p.48). Sin
embargo, el apoyo de Spruille Braden a los partidos que conformaban la Unión
Democrática, dio a la prensa peronista la posibilidad de interpretar la contienda en
términos de “imperialismo o nación”.
De esta manera podemos decir que dentro de los ejes discursivos de la campaña
peronista primaba el carácter nacionalista por sobre el clasista en la medida Perón
aprovechó hábilmente estos ataques para definir la fórmula de oposición “Braden o Perón”,
y configurar claramente a un “adversario político” y mostrarse a sí mismo como un hombre
capaz de encarar un colectivo plural: la oligarquía (Poderti, pp.106 y 108). Esto puede
ilustrarse con la publicación de Democracia del 19 de agosto de 1949 titulada “Están
marcados a fuego los que complotaron con Griffith. Radicales, socialistas, conservadores y
comunistas han servido como instrumentos del imperialismo extranjero”.


discurso del 12 de febrero de 1946, como el “inspirador, creador y jefe de la Unión Democrática”. Los autores
sugieren que Braden, a diferencia de Perón, no emerge a través de una identificación con colectivos plurales;
mientras que la palabra de Perón lo constituye instantáneamente como un colectivo singular, denunciándolo
como único responsable y jefe de la oposición.
118
Democracia, domingo 14 de agosto de 1949, Año IV, Nº1263, p.3

74
La Unión Democrática no tenía como misión esencial la de propiciar una candidatura única que
se opusiera a la que apoyaba el pueblo y la conciencia nacional. El instrumento político forjado
por el embajador intervencionista, y el espía que se escudaba tras su carnet de “agregado
cultural” se hizo para la traición, para el espionaje, y para la entrega de la Patria y su pueblo al
discrecionalismo del capitalismo internacional. Se hizo para la liquidación de nuestra
independencia, para la negación de nuestra soberanía y para la invasión armada del país, si con
ello se sirvieran sus planes.119

De la publicación anterior de Democracia es necesario detenernos en la caracterización de


la Unión Democrática como un complot que puede ser comprendido como una invocación
nacionalista de los periódicos peronistas. Esto puede entenderse a partir del estudio de
Llovich (2011) en él señala algunos aspectos del nacionalismo argentino desde la segunda
mitad del siglo XX. Da cuenta, entre las dificultades para hablar de las identidades de los
nacionalistas, el carácter inestable puesto que estuvo determinado por escenarios políticos
cambiantes que obligaban a estos asumir distintas posiciones y prácticas (Llovich, p.26).
Sin embargo, utiliza el término de mínimo común ideológico del nacionalismo argentino
para dar cuenta de una de las características de los nacionalistas: la denuncia de un complot
organizado para explotar el cuerpo nacional. Sobre esto podemos señalar la presencia de un
intento por parte de Democracia por asociar a la Unión Democrática y a Braden en
términos opuestos a la patria en la medida que eran asimilados como parte de un complot
dirigido por el capitalismo internacional.
Las publicaciones de El Laborista, también nos ayudan a identificar algunos
elementos de continuidad del discurso AC del peronismo, entre ellos, la operación de
inversión del debate político. Sobre esto Sigal y Verón (pp.83-86) sostienen que la
dicotomía libertad/totalitarismo, utilizada por los partidos políticos miembros de la UD, es
invertida por la retórica peronista en términos de justicia social/injusticia social120; con
motivo de establecer una disyuntiva final: Braden o Perón para referirse a la Unión
Democrática como un colectivo singular. El Laborista señala al elemento comunista dentro
de la dicotomía justicia social/injusticia social en la publicación del 11 de abril de 1949
titulada “El comunismo y la justicia social”:

119
Democracia, viernes 19 de agosto de 1949, Año IV, Nº 1267, p.3
120
Sobre la dicotomía libertad/totalitarismo planteada por los miembros de la UD, Sigal y Verón (p.83)
señalan que los argumentos de Perón frente a este problema corresponden a una operación clásica –y hábil–
de todo discurso político: negar la verdad de la palabra del adversario por medio de la redefinición de lo que
está en juego. De esta manera los argumentos de Perón daban cuenta de una diferencia entre la libertad formal
y la libertad real; y que esta última sólo puede existir en la dicotomía justicia social/injusticia social.

75
el comunismo se combate con la justicia social y no con la fuerza. Al movimiento peronista
precisamente se debe la rehabilitación legal del comunismo en la Argentina. El peronismo no
tuvo celos ni temor del comunismo porque sabía que su justicia social atraería a las masas
trabajadoras del país. El comunismo argentino no es hoy un movimiento de masas; es un
fantasma vestido y sostenido por unos cuantos profesionales desclasados y por unos cuantos
aristócratas decadentes.121

La dicotomía justicia social/injusticia social en el caso de la campaña peronista de 1946


buscó oponer a Braden con la justicia social, en el caso de esta publicación de 1949
contrapone la ideología justicialista con el comunismo. Sobre esta publicación también es
preciso señalar no sólo la negación de la identidad “obrera” de los comunistas en la medida
que los asocia como “desclasados” y como “aristócratas decantes”, sino que podemos
sugerir otro elemento proveniente de los comicios de 1946 que es la asociación entre
comunismo y oligarquía por medio del término oligarco-comunista122 utilizado por la
prensa peronista para referirse a la Unión Democrática.
Sobre las expresiones del fenómeno del AC de la Iglesia, Zanatta destaca que el
catolicismo se enfocaba más en la doctrina que a los fenómenos históricos concretos. Este
rasgo parece ser compartido con el de la prensa peronista en la medida que su propaganda
anticomunista enfatizaba más en el carácter internacionalista, la comparación estratégica de
los partidos comunistas de América Latina y la asimilación entre la Unión Democrática
como agente imperialista; que en el desenvolvimiento histórico del PC local. En el caso de
la Iglesia Católica, a pesar de que en las publicaciones de Criterio 123 primaron las
invocaciones nacionalistas del fenómeno del AC, no existían alusiones al PCA ni a sus
militantes, salvo las menciones y caracterizaciones de la estrategia del Frente Popular y la
Unión Democrática. El posicionamiento de la Iglesia en torno a la puesta en marcha de la


121
El Laborista, Año IV, Nº1138, p.4
122
La utilización del concepto “oligarco-comunista” puede ser entendido a través del análisis del discurso del
peronismo como la construcción de un colectivo singular para mostrar que Perón no tiene frente a sí fuerzas
sociales o políticas sino a otro individuo, demiurgo y realidad última de la coalición opositora (Sigal y Verón,
p.85)
123
La revista Criterio fundada en 1928, fue dirigida por el monseñor Gustavo Franceschi. Zanatta (2005,
pp.44-46) señala que respondió a la pretensión de la Iglesia Católica de los años 30’ por encarnar la identidad
indiscutida de la nación. Este cruce de caminos entre nacionalistas y católicos se manifestó en una primera
instancia en los “Cursos de Cultura Católica” surgidos en 1922, que renovaron el panorama ideológico
argentino, pues fue en esos años que comenzó a difundirse la noción de “patria católica” y a revalorizarse la
hispanidad como fundamento de la identidad nacional argentina. En 1928 el grupo fundador de los “Cursos”
dio el gran paso: con la creación de la revista Criterio llevó la renovación doctrinaria fuera de las aulas para
zambullirse en el debate político e ideológico nacional.

76
estrategia del Frente Popular podemos observarlo a partir de la postura de Gustavo
Franceschi, publicada en la revista Criterio:

La teoría de los Frentes Populares establecida por Dimitrov y expresada el 2 de agosto de 1935
[…] comprobó en primer lugar que dentro de las colectividades contemporáneas existían grupos
contrarios a la plutocracia, deseosos de una mayor justicia social, que no eran propiamente
comunistas pero estaban dominados por la hostilidad al régimen liberal existente. En segundo
lugar, poco le importaba que dependiera de las teorías mussolinianas o le fuera contrario: lo
esencial era que su sola denominación, justa o no, despertara el resentimiento y la hostilidad de
las masas124

Esta postura del monseñor Franceschi que caracteriza a la táctica de Frente Popular como
“capaz de depender de teorías mussolinianas”, puede ser entendida a partir de la confusión,
de las fronteras entre totalitarismo y nacionalismo de la Iglesia Católica; para ellos el
corporativismo, objetivo común de la Iglesia y los nacionalismos, merecía la simpatía de
los católicos en tanto para la doctrina eclesiástica: el estado no debía invadir la esfera de las
sociedades intermedias ni limitar la acción de la Iglesia; el corporativismo debía ser
católico y no estatalista. Las ambigüedades se presentaban al momento de dimensionar el
comunismo; aunque todos los católicos supieran qué era el comunismo, no resultaba claro a
partir de qué punto el nacionalismo se volvía exagerado. Para el año 1937 Franceschi
dimensionaba al nazismo como un “mal menor” frente a Rusia. Según él la democracia no
corría peligro a causa de los fascistas, sino de los liberales, que abrían las puertas al
comunismo (Zanatta, 2005, pp.189-190). La postura de Franceschi, en la medida que
caracteriza la táctica de los Frentes Populares como una estrategia propia de los regímenes
totalitarios, podemos decir que ignora los sucesos históricos en que se han desenvuelto los
Frentes Populares. Esto queda evidenciado al final de dicha publicación sugiriendo que
“han muerto los totalitarismos de Mussolini y Hitler, más no desapareció el soviético, antes
por el contrario la forma imperativa, violenta, despectiva y acometedora con que se
manifiestan los jefes de la U.R.S.S”125.
En relación a esta postura en que asimila la estrategia del Frente Popular como un
método que agrupa, desde una vertiente totalitaria a partidos políticos de diversas
tendencias. El periódico El Pueblo, pese a que durante los comicios del 24 de febrero de
1946 tuvo una actitud prescindente con motivo de no fragmentar las posiciones políticas

124
Criterio, “El significado de un incidente”, 14 de febrero de 1946, Año XVIII, Nº 950, p.143
125
Ibíd. pp.143-144

77
dentro de la Iglesia, habla únicamente de la Unión Democrática a modo de criticar al PC
frente a su proceso de disolución en la medida que el Partido Comunista insistía en afirmar
que la Unión Democrática debía subsistir:

El comunismo insiste en afirmar que la Unión Democrática debe subsistir. Maestro del
confusionismo y de la infiltración, propugnador sistemático de frentes populares y de pactos
políticos que luego trata de usufructuar en su beneficio […] La maniobra no habrá pasado
inadvertida a sus ocasionales aliados de ayer que, a buen seguro, habrán tomado ya sus
precauciones para evitar que los elencos partidarios sufran a causa de esos manejos.126

3.- Política exterior: El posicionamiento de la prensa peronista y de la Iglesia Católica


frente a la reanudación de las relaciones comerciales con Rusia

En lo que concierne a la relación del PCA y el peronismo durante el período 1946-1949


Gurbanov y Rodríguez sugieren la presencia de dos etapas que nos ayudan a esclarecer
nuestro objeto de estudio: la primera de ellas, que transcurre durante 1946-1948, muestra
una posición mucho más matizada del PCA frente al peronismo que se expresa durante el
XI Congreso realizado en agosto de 1946. El PCA a diferencia de los demás partidos que
constituyeron la Unión Democrática –con excepción del movimiento de intransigencia que
luego accederá a la presidencia de comité nacional de la UCR–127 revisó públicamente su
accionar dentro de esta coalición y cambió su postura frente al gobierno surgido de las
elecciones de 1946128, permitiéndose elaborar una nueva línea política que buscaba revertir
el alejamiento producido entre partido y la clase obrera129 y la confianza desmesurada en


126
El Pueblo, miércoles 10 de abril de 1946, Año XLVII, Nº 15757, p.9
127
Entre los partidos tradicionales que reaccionaron ante la elección de Perón cabe destacar el caso de la UCR
que, según Felix Luna, fue el único partido de las fuerzas opositoras al peronismo que, luego de los comicios
de 1946, cambió tanto en sus elencos como en su pensamiento orgánico (1984, p.186). La conducción
unionista fue desplazada por la intransigente que cuestionaba las posturas más duras del comité nacional. Las
recriminaciones por la derrota electoral estallaron al día siguiente de las elecciones; ellas eran la continuación
de la áspera polémica que intransigentes y unionistas venían sosteniendo desde 1945. Los intransigentes
habían mantenido la conveniencia de enfrentar a Perón sin el acompañamiento de los partidos tradicionales y
acusaban al comité nacional, de mayoría unionista de haberse entregado en manos de una coalición que diluyó
la esencia revolucionaria y popular del radicalismo, lo comprometió con personas y sectores repudiables, y,
sin agregarle ningún apoyo sustancial, le había restado el voto a los trabajadores (Luna, 1984, p.182)
128
Como señala Jáuregui (2012, p.29) la nueva política frente al gobierno estuvo sintetizada por la frase:
“apoyar lo positivo y criticar lo negativo” e implicaba un alejamiento respecto a los antiguos aliados de la
Unión Democrática y una nueva propuesta de alianza, el Frente de Liberación Social y Nacional, en el que
aspiraba a congregar tanto a votantes peronistas como no peronistas.
129
Sobre este aspecto Campione (2005, p.5) señala que no sólo influyó –en este proceso de autocrítica del XI
Congreso– el distanciamiento del PCA frente a la clase obrera durante los comicios del 24 de febrero de 1946,

78
las fuerzas “democráticas” durante la campaña electoral (Campione, 2005, p.4). En los dos
años siguientes el comunismo buscó balancear el apoyo hacia ciertas medidas de gobierno
con la crítica hacia otras; resolvió disolver los sindicatos que todavía controlaba para
fundirlos en “forma no democrática” con los reconocidos por la Secretaría de Trabajo y
Previsión (Gurbanov y Rodríguez, 2008, pp.6-7). Esta nueva política del PCA de “apoyar
lo positivo y criticar lo negativo” , según Jáuregui (2012, p.24), tenía por finalidad dar un
protagonismo al partido por encima de la oposición entre peronismo y antiperonismo.
La segunda etapa distinguida por Gurbanov y Rodríguez (p.8) entre el período
1949-1951 la caracterizan como un etapa “abierta” de crítica al peronismo que parece
primar un criterio “burocrático” de independencia partidaria. Esta etapa concentra las
críticas comunistas en la anulación del derecho a huelga, que ponía límites concretos a los
derechos adquiridos históricamente por la clase obrera. Sobre este período, de “renovado
antiperonismo” los autores destacan que estuvo determinado principalmente por la
intención de conservar la disciplina interna, la autonomía y la identidad partidaria. Sobre el
mantenimiento de este posicionamiento crítico del PCA, que en palabras de Jáuregui –
desconocía en buena parte el pronunciamiento del XI Congreso– se debió a la continuidad
de las organizaciones anticomunistas iniciadas en la Dictadura instaurada en 1930 por el
general Uriburu cuando fue puesta en marcha la Sección Especial de Lucha contra el
Comunismo de la Policía Federal (Jáuregui, p.30).
Durante el período 1946-1949 debemos tomar en consideración que a pesar de que
el posicionamiento del PCA frente al peronismo se vio matizada en el XI Congreso –entre
una de las razones por el restablecimiento de las relaciones comerciales con la URSS– la
relación entre el PCA y el peronismo siguió tensionada en la medida que Perón nunca dejó
de presentarse como un anticomunista, y los militantes comunistas continuaban siendo
encarcelados, y algunas de sus publicaciones cerradas. (Jáuregui, p.30) Sobre la llegada de
la misión comercial soviética a la Argentina en abril de 1946, Isidoro Gilbert (2007, p.161)
da cuenta que esta relación giró por más de un año en torno de un tratado comercial
propuesto por Moscú, que según Perón y su ministro de relaciones exteriores Juan Antonio
Bramuglia, no estaban dispuestos a aceptar. Perón le mencionó al ese entonces embajador


sino que identifica; entre otros elementos que influyen en este cambio de posicionamiento, la firma por
Argentina del Acta de Chapultepec y el restablecimiento de las relaciones con la URSS.

79
norteamericano en la Argentina George Messersmith130 la exigencia de cláusulas políticas
inaceptables. De la documentación de la cancillería soviética no surgen reclamos de esa
índole. En cambio Bramuglia suponía que no sólo había un deseo por parte de la URSS por
poner en marcha un acuerdo comercial a largo plazo, sino que este tratado podría ser
utilizado para conseguir publicidad internacional. El gobierno no deseaba apoyar una
jugada política de Moscú, pero pesaban otros elementos, como el de no perturbar sus
deseos de una apertura a los EE.UU.
La reanudación de las relaciones comerciales entre la Argentina y la URSS pese a
que no produjo un distanciamiento concreto entre la Iglesia Católica y el peronismo ni
generó tensiones que involucraran a los periódicos católicos y lo peronistas131, podemos dar
cuenta de algunas diferencias entre el fenómeno del AC de Perón con el AC de la Iglesia. A
modo de hipótesis general podemos decir que hay un interés concreto por parte del
peronismo por manifestar una posición en que prima el rol del Estado como agente
planificador de la economía, mientras que el AC de la iglesia, como señala Zanatta,
apuntaba más a rasgos ideológicos del AC que a fenómenos históricos concretos.
Uno de los posicionamientos de la prensa peronista que deja de manifiesto esta
actitud es la expresada por El Laborista, periódico que señala la centralidad de la
planificación económica al sostener que “las relaciones espirituales son posibles y más
intensas cuando las relaciones económicas tienen un firme asidero”132. Sobre la puesta en

130
George Messersmith ocupó el cargo de embajador estadounidense en la Argentina en mayo de 1946. A
diferencia de Spruille Braden, el problema fundamental que debía enfrentar Estados Unidos no era el “peligro
nazi” como insistía su antecesor, sino la “actividad creciente de Moscú en los países de América”. El
embajador había manifestado su preocupación al sugerir al gobierno estadounidense que “enderezara su
situación con la Argentina, porque la Argentina es uno de los países en América con el cual se puede contar
para impedir la penetración comunista”. (Lanús, 1984, pp.35-36) Messersmith tuvo una actitud conciliadora
con el peronismo y estaba convencido de que la Guerra Fría colocaría a la Argentina dentro de Occidente
(Furman, 2014, p.219)
131
A pesar de la relevancia que la Iglesia atribuía al problema de la puesta en marcha de las relaciones
comerciales con Rusia, no existieron ataques directos hacia la política exterior del peronismo puesto que la
Iglesia Católica atribuía una mayor responsabilidad al comunismo que a la Revolución de Junio sobre este
proceso. La Iglesia Católica daba cuenta que la llegada de la misión comercial soviética fue fruto de dos
factores: por un lado que “la revolución de junio careció de contenido doctrinario y estando en el poder buscó
el contenido y la orientación ideológica sin poder encontrarla” y por otra parte que el comunismo “había
llevado su ideología a reparticiones oficiales y que jugaba dos cartas para triunfar de cualquier manera: “en la
lucha política apoyaba a la oposición del peronismo, por si esta ganaba, mientras en el orden internacional la
central comunista promovía un acercamiento con el gobierno de la revolución por si esta salía triunfante”.
Vale decir, “que el comunismo se acercaría al gobierno, por medio del partido si ganaba la oposición; por
medio de los diplomáticos si ganaba el oficialismo. Y esto último es lo que ha sucedido. En El Pueblo,
“Infiltrarse y copar”, sábado 8 de junio de 1946, Año XLVII, Nº15807, p.9
132
El Laborista, sábado 2 de marzo de 1946, Año I, Nº 51, p.6

80
marcha de las relaciones comerciales entre la Argentina y la URSS están sujetas a un
“criterio de prescindencia de la política interna”133, pues, a pesar de que exista un interés
recíproco por llevar a cabo este proceso, el peronismo “realiza una revolución social de
raigambre laborista, estructurando una mayor justicia social y distributiva en consonancia
con su concepción filosófica de libertad”134.
Esta postura de prescindencia frente a la política interna de la URSS por parte de
Perón puede ser entendida a partir del estudio de Gilbert (p.160), en él sugiere que para
Perón, la URSS no era prioritaria a fines de los 40: pensaba más en cómo afianzarse en el
poder con alianzas de fuerzas disímiles, algunas de ellas poco dispuestas a avanzar del lado
de los soviéticos. Y pensaba en encontrar un ámbito para las relaciones argentino-
norteamericanas, sin tener que sentarse en la grupa del caballo de la mayor potencia
hemisférica. Sin embargo, estos planes no se materializaron en ningún tratado, sino que –
años más tarde– Perón optó por mantener relaciones periódicas y puntuales. Esto respondía
a la inquietud de Perón por la “penetración soviética” en América Latina y pone como
ejemplo la presencia de tres comunistas en el gabinete del chileno Gabriel González Videla
(Gilbert, p. 161).
La recepción de la prensa católica frente al restablecimiento de las relaciones
comerciales con Rusia puede ser comprendida a través del periódico El Pueblo, que
manifiesta un posicionamiento, desde el plano de lo ideológico, en contra de la puesta en
marcha de las relaciones comerciales. En ella no sólo vemos alusiones al pacto
Ribbentropp-Molotov al momento de manifestar “una actitud de franca complicidad con el
nazismo en 1939”135, sino que busca culpabilizar a Rusia de haber “permitido la iniciación
del conflicto bélico”136. Asimismo deja de manifiesto un plan de infiltración de la URSS
por medio de “la acentuación de la brutalidad de su totalitarismo despótico en la medida
que los Soviets sostienen por la fuerza a gobiernos títeres”137.
Las invocaciones del fenómeno del AC manifestadas por la Iglesia Católica frente a
las relaciones comerciales con Rusia, a diferencia de la actitud pragmática del peronismo –
en la medida que fue una relación esporádica y precisa– muestra entre algunos de los

133
Ibid.
134
Ibid.
135
El Pueblo, ¿Reanudar relaciones con la URSS? domingo 5 de mayo de 1946, Año XLVVI, Nº 15778, p.8
136
Ibid.
137
Ibíd.

81
elementos provenientes de la matriz católica del fenómeno del AC, una crítica a la lucha de
clases138. Esta puede ser comprendida a partir de la maduración del germen nacionalista de
los años 30’ señalado por Zanatta. Esta visión que se nutre de los escritos y las acciones del
padre Meinvielle quien daba cuenta de una conjunción entre autoritarismo político y social:
gobernar correspondía a los mejores, quienes debían garantizar la conservación de las
naturales desigualdades entre los hombres (Zanatta, 2005, p.52). Por tanto la sociedad, la
moral cristiana, la ley divina, debían considerarse como principios ordenadores de esta
arquitectura social y en sus márgenes el hombre no podía alegar soberanía alguna (Zanatta,
2005, p.53).
La postura anticomunista de El Pueblo frente a la puesta en marcha de las relaciones
comerciales con la URSS se va a manifestar en su postura sobre el orden social139 a modo
de criticar, nuevamente desde una óptica en que prima el carácter ideológico por sobre
antecedentes históricos concretos que involucren las relaciones comerciales con la URSS:

Cualquiera que sea el grado de conveniencia con que quiera encararse este asunto de la
reanudación de nuestras relaciones con el Soviet, no puede olvidarse que en la vida de una
nación, pesan razones de orden moral y patriótico […] Rusia ha hollado en el holocausto del
comunismo todos los principios y sentimientos de la civilización occidental. Frente a los
horrores de los totalitarismos vencidos en Europa apenas recuerdan que los gobiernos de Rusia
aniquilaron íntegramente a la clase media y a la aristocracia del país, que asesinó al clero
católico, destruyó sus templos y elevó el ateísmo a la categoría de institución oficial.140

Sobre las posturas de la prensa peronista y la católica frente a la puesta en marcha de las
relaciones comerciales con la URSS, los posicionamientos se excedieron del terreno de las
relaciones comerciales para adentrarse en el plano ideológico. Por un lado, en el caso de la
prensa peronista, que interpretaba estos acontecimientos como la “salida heroica de un


138
Sobre el posicionamiento de la Iglesia Católica frente a la lucha de clases cabe destacar que no fue un
tópico sólo para criticar el comunismo, sino que como señala Zanatta (2013, p.444) El Pueblo reprochó a
Perón, a fines de 1945 los excesos demagógicos y la recurrente incitación a la lucha de clases.
139
La dicotomía lucha de clases/conciliación de clases no es una crítica al comunismo que aparece sólo en el
contexto en que se ponen en marcha las relaciones comerciales con la URSS, sino que a lo largo de las
publicaciones de El Pueblo, podemos ver este tipo de invocaciones con motivo de comparar al comunismo
con las demás ideologías totalitarias: “En cuanto el comunismo, que es una de las formas de totalitarismo, y el
peligro mayor en nuestro tiempo, no debemos olvidar que el desorden social puede dar también como fruto la
instauración de regímenes totalitarios con las características del nacionalsocialismo alemán o del fascismo
italiano […] Es preciso rechazar toda forma totalitaria, pero para ello es necesario construir un orden social
justo basado en la doctrina cristiana, única y genuina interprete del derecho natural.” Citado en El Pueblo,
“Reforma Social”, sábado de abril de 1946, Año XLVI, Nº 15754, P.9
140
El Pueblo, “No podemos”, domingo 19 de mayo de 1946, Año XLVII, Nº 15790, p.8

82
pueblo noble que marcha hacia el logro de su redención ” 141 en la medida que “la
separación entre rusos y argentinos fue un ejemplo de la labor oligárquica en el que el
gobierno era usurpado por conservadores fraudulentos”142 hace hincapié a interpretar este
suceso desde la óptica de la confrontación de clases y partidos tradicionales sin tomar en
cuenta el problema de la cuestión comunista dado a que frente a las relaciones comerciales
había una postura de “prescindencia interna”. Por otra parte, la postura católica de El
Pueblo recurría no sólo a consignas provenientes del AC católico, sino que también
visualizamos invocaciones nacionalistas clásicas, en la medida que se refiere a “la táctica
oblicua de infiltrarse en la vida de los partidos y de la sociedad civil”143. Las relaciones
comerciales con el comunismo se convertían en “un medio de penetración en la conciencia
ciudadana, sin herir por ello intereses o sentimientos arraigados con firmeza en la opinión
mayoritaria del país”144.

4.- El problema del sindicalismo

Como destacamos con anterioridad, el ascenso del peronismo provocó, en palabras de


Gurbanov y Rodríguez una nueva periodización de las relaciones entre el PCA y el
peronismo en la medida que estas pasaron desde una etapa, que transcurrió durante el
período 1943-1946, caracterizada por impulsar la “Unidad Nacional” antifascista sin
exclusión de ninguna “fuerza democrática”, en plena consonancia con la política de la
URSS de aliarse con las naciones democráticas capitalistas para derrotar al nazifascismo
hacia una fase de autocrítica expresada en agosto de 1946 en el XI Congreso de “criticar lo
negativo y apoyar lo positivo”. En los dos años siguientes al XI Congreso el comunismo
buscó balancear el apoyo hacia ciertas medidas de gobierno con la crítica hacia otras.
(Gurbanov y Rodríguez, pp.5-6) En línea con esa orientación, los comunistas deciden
disolver los sindicatos que todavía dirigían, algunos de los cuales mantenían miles de
afiliados, como la Federación Obrera de la Construcción, para que sus miembros se
integrarlas a las dirigidas por el peronismo en el seno de la CGT (Campione, p.5).

141
El Laborista, sábado 8 de junio de 1946, Año I, Nº 48, p.8
142
Ibíd.
143
El Pueblo, “Ante un acto a realizarse hoy del Partido Comunista a favor de la reanudación de nuestras
relaciones diplomáticas con Rusia”, sábado 1 de junio de 1946, Año XLVII, Nº 15801, p.8
144
Ibíd.

83
Sobre la disolución de los sindicatos comunistas y su adhesión al peronismo,
podemos decir que no fueron hechos irrelevantes para la prensa peronista, pues a pesar de
haberse extinguido la experiencia de la Unión Democrática luego de los comicios del 24 de
febrero de 1946, podemos ver algunas expresiones tradicionales del fenómeno del AC
frente a la disolución de los sindicatos comunistas. En lo referente a este problema
evidenciamos la caracterización del comunista con un agente capaz de infiltrarse en la
actividad gremial, con la salvedad de que estas situaciones no son caracterizadas como
“conspiraciones” –como sí lo fue durante los campaña electoral de 1946– sino que presenta
otros matices provenientes de la propaganda peronista, entre ellos, la asimilación
comunismo-oligarquía. Ejemplo de esto es la publicación sobre la disolución de la
Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC) caracterizándola como “una táctica
de infiltración de los comunistas”:

en todos los movimientos reivindicatorios de los trabajadores de la carne, las empresas


capitalistas son las únicas que van a pura pérdida con la liquidación de la célula comunista de esa
industria. Ya no tendrán los auténticos obreros que luchar contra la coalición comu-oligárquica,
pero, en cambio, aparece un nuevo peligro, la presencia en sus propias filas de los eternos
entregadores145.

De la publicación anterior sugerimos que existe una interpretación distinta frente al


problema de la infiltración, ya no hablamos del agente infiltrado como un “agente
extranjerizante” sino que evidenciamos, primero que todo, la negación de la identidad
obrera del sujeto comunista al ser excluidos de lo que La Época llama “auténticos obreros”.
Asimismo también podemos sostener la asimilación entre los comunistas y la oligarquía
como un tópico proveniente de las elecciones de 1946 que en cuya ocasión recibió el
nombre de “oligarco-comunistas” para hacer referencia a la Unión Democrática.
Sobre esta caracterización del sujeto comunista cabe destacar que no apela a
aspectos específicos de la militancia ni a la trayectoria del comunismo local, como si lo fue
la campaña peronista de febrero de 1946; en el que no sólo se señalaba al sujeto comunista
como un ente disgregador, sino que esta retórica fue acompañada con elementos
discursivos provenientes del fenómeno del AC de matriz nacionalista. De esto podemos
decir que luego de estos comicios, el fenómeno del AC adquiere unicidad en lo que


145
La Época, “los comunistas de la carne se pasan a las filas peronistas: quieren ahora desintegrarlas” 3 de
junio de 1946, Año XXXI, Nº341, p.6

84
respecta a las posturas peronistas en la medida que la aparición de estas invocaciones tenían
la intención de criticar al comunismo desde el plano internacional en la medida que a la
prensa peronista le permitía, estar en consonancia con el posicionamiento antiimperialista
del propio Perón.
La prensa católica, al igual que el peronismo, no concebía la disolución de los
sindicatos comunistas como consecuencia de la estrategia del PCA en su XI Congreso de
“apoyar lo positivo y criticar lo negativo” frente al gobierno peronista, sino que en palabras
del director de El Pueblo entre los años 1945-1954 (Zanatta, 2005, p.275), J. Roberto
Bonamino146, esto constituía un peligro en la medida que para él la Revolución de Junio
carecía de contenido doctrinario y este podía ser llenado tanto por el nacionalismo como
por el comunismo “quienes son fuerzas de cohesión doctrinarias estables”147; y una tercera
fuerza: el movimiento social cristiano, por cuanto “es la única y verdadera doctrina social
que podrá servir para reconstruir la Argentina sobre bases de justicia, de fraternidad, de
unidad y de orden”148.
Sobre la disolución de los sindicatos comunistas en la Argentina Bonamino deja de
manifiesto que es parte de “una consecuencia de la reanudación de las relaciones
comerciales con el Soviet” y que se debió a que estos “recibieron órdenes de dirigentes
foráneos”149 para incorporarse a la CGT. De modo que tanto la disolución de los sindicatos
comunistas en el seno de la CGT y la puesta en marcha de las relaciones comerciales con
Rusia fueron dimensionadas, en su conjunto, como potenciales amenazas en la medida que
permitía a los comunistas argentinos “contar con la inmunidad de una embajada y con la
centralización de la propaganda que eso significa, intentarán dar el zarpazo a la revolución,


146
la figura de J. Roberto Bonamino puede ser comprendida a partir de los que Zanatta define como
“populista católico” quienes identificaron en la clase obrera a un sujeto titular de derechos sociales, pero
sustancialmente carente de autonomía política; un sujeto en relación directa con el Estado por medio de
representaciones sindicales y nada más, sin ulteriores intermediaciones políticas e institucionales o
directamente en contra de ellas. El corporativismo católico y social de los católicos populistas vaciaba de
contenido las instituciones representativas, aunque ellos estuvieran dispuestas a tolerarlas. Con esta actitud
Bonamino en 1938 comenzó a organizar reuniones de obreros, con el objeto de planificar el apostolado en las
fábricas. A pocos años pasó a dirigir el Secretariado Económico-Social de Buenos Aires y después de 1943 se
convirtió en secretario del ministro de Obras Públicas (Zanatta, 2005, pp.334 y 337).
147
El Pueblo, Op. cit. “Infiltrarse y copar”, p.9
148
Ibíd.
149
Ibíd.

85
y llevar el contenido ideológico de los postulados comunistas al gobierno que continúa a la
Revolución de Junio.”150
El fenómeno del AC dentro del plano sindical, puede entenderse a través del uso
del término “imperialismo” por parte de la prensa peronista para señalar al enemigo
político. Pues como señalamos con anterioridad, la campaña peronista de 1946, al
caracterizar a Braden como agente imperialista, le permitió al peronismo autorepresentarse
como lo opuesto a través de la dicotomía imperialismo vs nación. Dentro de la conferencia
sindical en Ginebra en 1949 podemos visualizar una postura similar en tanto el
representante de la delegación de la CGT Antonio Valerga, da cuenta que tanto el
comunismo como el capitalismo son planteados como regímenes totalitarios. Sobre este
suceso La Época mediante la publicación: “Al retirarse la delegación de la Argentina en la
conferencia sindical fijó, en Ginebra, una posición inconmovible: no se puede combatir al
comunismo sin combatir al capitalismo”, que da cuenta del posicionamiento de Antonio
Valerga, quien propuso la idea de constituir una nueva confederación mundial exenta de
comunistas:

Repito que los argentinos somos profunda y realmente anticomunistas, pero aún así sólo
podríamos integrar un organismo que se propusiera combatir ambas formas de totalitarismo, es
decir el ideológico y el económico; un organismo que se propusiera luchar seriamente contra la
expansión del comunismo y también contra el imperialismo, extremos que en los países de
América Latina son la causa de su atraso.151

La publicación anterior nos resulta de utilidad en la medida que nos ayuda a esclarecer el
posicionamiento anticomunista de los miembros del sindicalismo peronista. En ella,
podemos decir que en las declaraciones de Valerga encontramos una postura abiertamente
anticomunista no sólo porque lo señala explícitamente, sino que asimila el peligro
totalitario con el comunista. Posición descrita por La Época como una “acción
preventiva”152. Asimismo cabe agregar la caracterización del comunismo como “quinta
columna” en la medida que constituye una forma de totalitarismo de matriz ideológica,
mientras que el capitalismo es caracterizado como una matriz económica del imperialismo.


150
Ibíd.
151
La Época, lunes 27 de junio de 1949, Año XXXIII, Nº1282, p.3
152
IbId.

86
Esta matriz ideológica del fenómeno del AC que busca caracterizar como regímenes
totalitarios tanto al comunismo como al capitalismo, también es posible visualizarla al
interior de la Iglesia Católica, que desde su postura de conciliación de clases, da cuenta que
su rechazo al régimen capitalista, viene dado “en el valor que se confiere a la propiedad sin
referencia al bien común ni a la dignidad del trabajo”153 mientras que en la organización
comunista “no hace sino concentrar en manos de un Estado omnipotente los privilegios que
arrebata al capitalismo privado. El hombre no puede ser un instrumento de provecho ni en
servicio de intereses privados ni en servicio del Estado.154”

Consideraciones finales

Durante el período 1946-1949 las expresiones del fenómeno del anticomunismo dentro de
la prensa partidaria del peronismo, a diferencia de los períodos anteriores, no se presentaron
como tópicos en la medida que tenían distintos posicionamientos, alcances y perspectivas
que alcanzaron su punto culmine en los comicios del 24 de febrero de 1946; sino que
pensamos en el anticomunismo como un aglutinante dentro de los posicionamientos de los
periódicos peronistas en el sentido que no existían posturas divergentes entre ellos y existía
una tendencia por criticar al comunismo desde una óptica estratégica-ideológica –como el
caso de los Frentes Populares– antes que el desenvolvimiento histórico del PCA local y/o
las posturas de sus principales dirigentes.
Esta idea, trabajada en nuestro primer apartado “Política local” tiene que ver con el
hecho de que las invocaciones anticomunistas tanto de la prensa peronista como de la
católica en la mayoría de los casos tendían a criticar al PCA local desde las experiencias de
los partidos comunistas en América Latina antes que la trayectoria del PC dentro de la
Argentina; de manera que –aunque la cuestión comunista siempre fue una preocupación
latente para ambos bandos– visualizaban este problema como una acción preventiva.
Asimismo cabe agregar que esta retórica anticomunista, para el caso de la prensa peronista,
no fue mutando ni adquiriendo nuevos matices, sino que podemos decir que las posturas
anticomunistas se nutrían de los discursos provenientes de los comicios del 24 de febrero de


153
Criterio, “Iglesia, comunismo y capitalismo”, 27 de octubre de 1949, Año XXII, Nº 1102, p.588
154
Ibíd. p.589

87
1946, en estos la figura de Braden, luego de brindar su apoyo a la Unión Democrática, le
sirvió a la retórica de la prensa peronista para asociarlo como agente imperialista.
En lo que concierne a las posturas de la Iglesia Católica y el peronismo frente a la
misión comercial soviética podemos decir que a pesar de que existieron posturas
radicalmente opuestas, no provocó fisuras entre ambos sectores. La importancia de este
suceso radicó en que proliferaron una serie de posturas dentro del catolicismo que se
articularon entre el orden social católico y el nacionalismo. Por último y en lo que
concierne al problema sindical la Iglesia Católica, a diferencia del peronismo, interpretó la
disolución de los sindicatos comunistas luego del XI Congreso como una maniobra en
conjunto por parte del PCA y la URSS a raíz de la puesta en marcha de las relaciones
comerciales.





















88
Capítulo VI: Los usos del discurso anticomunista del peronismo durante el periodo
1951-1955: la infiltración gremial, la cuestión internacional y el conflicto con la Iglesia

1.- Introducción

Los recientes estudios que han analizado el fenómeno del anticomunismo argentino
se han centrado entre las décadas de 1920 y 1940. En los años 20’ el anticomunismo puede
entenderse como un período formativo en tanto operaba desde una vertiente ideológica, es
decir, exclusivamente como discurso contrarrevolucionario; en el que los nacionalistas,
conservadores y la Iglesia señalaron al elemento comunista como un enemigo a nivel
nacional e internacional (López, 2013, p.101). En la década de 1930 el anticomunismo
adquiere otra materialidad, no sólo se manifestó en su dimensión ideológica, sino en un
nivel más terrenal y directo en tanto iba acompañado con diversas prácticas de
disciplinamiento social (López, 2016, p.134). El anticomunismo tuvo una expresión
concreta en la medida que adquirió el estatus de virtual ideología estatal155 durante la
sucesión de gobiernos de José Felix Uriburu (1930-1932), Agustín P. Justo (1932-1938) y
Roberto Ortiz-Ramón Castillo (1938-1943). Esta senda anticomunista iniciada con la
creación de la Sección Especial de Lucha contra el Comunismo de la Policía Federal a
principios de la década del 30’ fue continuada. Perón a lo largo de su régimen (1946-1955)
nunca dejó de presentarse como un anticomunista, los militantes comunistas continuaban
siendo encarcelados, algunas de sus publicaciones cerradas (Jáuregui, 2012, P.30) y los
comunistas siguieron siendo expulsados mediante la aplicación de la Ley de Residencia
(Marengo, 2015, p.63).
En su mandato Perón pretendió superar las divisiones y oposiciones por medio de la
Tercera Posición156. No trataba sólo de una actitud diplomática, sino ideológica y como tal,
se proyectaba hacia lo interno de la nación tanto como en el plano de las relaciones


155
Con dicha expresión nos referimos a la puesta en marcha de mecanismos estatales que promovían la lucha
contra el comunismo. Entre ellos podemos señalar la acción de la Sección Especial de Represión al
Comunismo (SERCC), la fundación en julio de 1932 de la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo
(CPACC), presidida por Carlos Sylveira y la promoción de la ley de represión al comunismo presentada por
el senador conservador Matías Sánchez Sorrondo en dos ocasiones: 1932 y 1936 (López, 2015).
156
Esta postura no se concibió como algo estático, sino dinámico y superador. El propio Juan Domingo Perón
la caracterizó como una posición aritmética y no geométrica. Es decir, resultaba “tercera” por hallarse
después de la primera (capitalista) y la segunda (comunista) y no entre ambas (Lanús, 1986, p.75).

89
exteriores (Cisneros, 2002, p.264). No fue neutral o abstencionista, sino que adoptó
actitudes definidas y propias. Perón nunca dejó de tener en cuenta que los intereses
materiales de la Argentina se hallaban junto a Occidente. Puso énfasis a la unidad política y
económica de América Latina, tuvo una posición equilibrada con la Unión Soviética pese a
que formulara duras críticas al comunismo como doctrina política; y siempre evitó las
actitudes frontales contra los Estados Unidos y las demás superpotencias de Occidente en el
plano estratégico (Lanús, p.75).
Nuestras preguntas de investigación apuntan a resolver ¿Cómo operaba el
anticomunismo en el peronismo considerando que en este escenario, primaba un giro en la
política exterior y el deterioro de las relaciones con la Iglesia? Y ¿Qué matices adquiere el
anticomunismo durante este período, tomando en cuenta que opera más como una
herramienta táctica en el ámbito político, antes que el desarrollo de prácticas de
disciplinamiento social?
Perón tenía claro que el comunismo local no representaba una amenaza para su
régimen157. En las elecciones del 24 de febrero de 1946, las listas comunistas a legisladores
alcanzaron el 1,47% de los votos y para las elecciones de renovación de su mandato
presidencial de noviembre de 1952, las listas comunistas encabezadas por la fórmula R.
Ghioldi-Alcira de la Peña obtuvieron menos del 1% de un padrón duplicado por el voto
femenino (Jáuregui, pp.6 y 31). Pese a esto, percibía al comunismo internacional como una
amenaza, al caracterizarla como “doctrina” cuyo potencial radicaba en que tenía un
proyecto político, económico y social concreto. Para Perón el capitalismo si bien
representaba una amenaza, carecía de un proyecto político en tanto “no tenía una
orientación ni un ideal”, por tanto si “tuviesen a la humanidad en sus manos no sabría qué
hacer con él”:

“De ahí que los capitalistas hayan dicho a menudo que el Justicialismo es más
peligroso que el comunismo; para ellos sí, porque no saben lo que quieren.

157
Sí Perón no tenía miedo del comunismo, aún menos lo tuvo el empresariado ni la derecha. Como señala
Bohoslavsky (2011, pp.127-128), el desinterés de Perón ante la propuesta de alianza de clases durante su
discurso en la Bolsa de Comercio en 1944, provocó que el empresariado viera con mayor aprehensión al
peronismo y a su decisión de intervenir en la economía, reorientando beneficios hacia los trabajadores
urbanos organizados. De ahí que el peronismo consumiera el grueso de las preocupaciones e intereses de los
derechistas, que consideraron al PC como un aliado táctico y un partido democrático más, antes que como
parte del enemigo.

90
Nosotros, en cambio, si tuviéramos el mundo en nuestras manos lo haríamos
justicialista”. (Perón, 1952, pp.188-189)

El propósito de este capítulo es abordar los usos del discurso anticomunista


peronista durante su segunda presidencia (1951-1955). Entendiéndolo en términos de una
lógica ideológica de exclusión158, en tanto permitía una separación selectiva de elementos
del cuerpo social acorde a las convicciones ideológicas e instrumentalizaciones políticas del
régimen, que descansaba en un proyecto nacionalista y antiliberal. En términos
institucionales, el PCA no sufrió durante el período 1945-1955 ningún tipo de prohibición
formal para ejercer sus actividades políticas (exceptuando el caso de la Federación Juvenil
que fue clausurada en 1950) y las dificultades para hacerlo no fueron muy distintas a las
que acusaron otros sectores de la oposición (Gurbanov y Rodríguez, 2008, p.20). El
anticomunismo operó a nivel de prácticas e imaginarios que apelaban más que al debate
político frente a la resolución de los conflictos locales, a la hipótesis conspiracionista del
anticomunismo de los reaccionarios. En ese sentido se acercó a la matriz nacionalista de
este fenómeno 159, pues era inaceptable que una doctrina transmitiera el principio del
internacionalismo obrero y la solidaridad con los regímenes socialistas por sobre las
necesidades y objetivos de la nación (Casals, inédito, p.15).
A modo de hipótesis general sugerimos que el discurso anticomunista del peronismo
promovió la discusión entre los actores anticomunistas por posicionarse como el actor más
efectivo en la lucha contra el comunismo, con motivo de evitar el debate en torno a la
resolución de los problemas nacionales. Durante el período 1951-1955, reconocemos una
reacción en espejo de las denuncias de los actores anticomunistas. La dirigencia
peronista160 denunció tanto a los partidos políticos tradicionales como a la Iglesia, por ser

158
La idea de lógica ideológica de exclusión fue analizada en la reciente tesis de Magíster en Historia de
Marcelo Casals Araya para analizar el fenómeno del anticomunismo en el caso chileno. (Casals, 2016)
159
Cuando hablamos de matrices del anticomunismo nos referimos a las tres grandes familias distinguidas por
Rodrigo Patto Sá Motta: El nacionalismo, el liberalismo y el catolicismo. Esto no implica que toda expresión
anticomunista encaje en estas tres matrices. Por el contrario, priman las mezclas y las referencias aisladas o
reiterativas a más de uno de estos grandes sistemas de creencias. El concepto de “matrices de anticomunismo”
más que etiquetar a cada uno de estos fenómenos, nos obliga a sopesar los diferentes elementos presentes en
ellas, permitiendo diferenciar y analizar cada formulación anticomunista en su especificidad. (Patto, 2000,
p.35)
160
Nos referimos únicamente al sector dirigente del peronismo ya que los trabajadores, particularmente los
miembros de la CGT, utilizaron el anticomunismo para denunciar planes de infiltración que tenían que ver
con la acción del Movimiento Pro Democratización e Independencia de los Sindicatos, en ese sentido

91
cómplices del comunismo. Al mismo tiempo, la oposición al peronismo –exceptuando el
caso de la Iglesia, que comparó al peronismo con el nazismo161–, criticó al oficialismo tras
suponer vínculos con el comunismo internacional162.
El anticomunismo durante el peronismo operó en tres sentidos: el conflicto obrero,
la cuestión internacional y las tensiones entre la Iglesia y el régimen. En lo que concierne al
primer punto, Perón tenía la necesidad de evitar admitir, sobre todas las cosas, que pudiese
haber un conflicto entre los requerimientos de una política económica nacional y las
necesidades sentidas por ciertos sectores de la clase obrera organizada (Little, 1971, p.302).
El uso del epíteto comunista le permitía al régimen delegar cualquier tipo de
responsabilidad en los conflictos gremiales en tanto tenía un referente impreciso y dúctil.
Podía referir a los activistas del Partido Comunista Argentino o al movimiento
internacional cuya primera referencia era la Unión Soviética. (Acha, 2014, p.11).
El anticomunismo funcionó para desacreditar las protestas. Los periódicos
peronistas durante el desarrollo de la huelga ferroviaria (1951) y la huelga metalúrgica
(1954), señalaron como causa la infiltración comunista. La primera de estas huelgas se
extendió a lo largo de tres meses entre noviembre de 1950 y fines de enero de 1951, la
segunda transcurrió durante los meses de abril a junio de 1954, en ella entraron en tensión
los diversos grupos que componen la dirección de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).
Ninguno de estos conflictos tuvo un grado significativo de “antiperonismo”, (Little, pp.
301-302), lo cierto es que los gremios que participaron en ellos no compartían ninguna
característica común muy definida como para atribuirle a ésta la razón de los paros.
Abarcaban a gremios antiguos y nuevos, tanto en el sector público como en el privado. La


podemos decir que los trabajadores peronistas se preocuparon más de los asuntos locales antes que
internacionales.
161
Con esto no queremos decir que la Iglesia adoptó una postura antifascista tradicional de izquierda (Groppo,
2004, p.28) frente a la irrupción del peronismo. La postura de la Iglesia frente a este proceso tiene que ver con
que abandona su posición inicial favorable al peronismo. Durante el período 1951-1955 la Iglesia adopta una
postura más liberal en la medida que denuncia a partir del antifascismo a Perón. Esta asimilación tiene que
ver con el proceso de expropiación de las grandes empresas en las experiencias nacistas y fascistas de Europa
occidental.
162
Ejemplo de esto es la reacción en espejo del socialismo. Carlos Herrera (2016, p.133) sostiene que la
retórica anticomunista del discurso socialista puede ser entendida por dos factores: Por la lógica antitotalitaria
que había terminado por imponerse a la dirección del Partido como estrategia de oposición al peronismo, y de
algún modo también a la mayoría de los militantes socialistas y por la dedicación de los periódicos en el exilio
como el Periódico del Comité Obrero de Acción Sindical Independiente (COASI) y La Vanguardia en el
exilio por delatar, en un plano internacional, la infiltración del “imperialismo peronista” en diferentes países
latinoamericanos (Herrera, p.120).

92
oposición de los trabajadores durante el período 1951-1955 no se dirige contra Perón
mismo, cuyo liderazgo no es discutido, pero sí contra la dirigencia sindical “sometida” a
aquél (Baily, 1967, p.94).
Luego de la resolución del conflicto ferroviario, Perón declaró que “todo era parte
de una conspiración comunista internacional para desorganizar los sistemas de transporte
de todo el mundo” 163 (Little, p.302). El discurso anticomunista de los gremialistas
peronistas, aunque su postura haya apelado al carácter obrerista y partidista del PC local, no
se distanció de la matriz nacionalista. Esto porque denunciaron al comunismo a partir de su
“acción “infiltrante” en el ámbito sindical, apelando al caso del Movimiento Pro
Independencia y Democratización de los Sindicatos (MPIDS). Asimismo el discurso
anticomunista de la CGT, invocó algunos tópicos anticomunistas utilizados por el régimen
durante el primer período presidencial de Perón (1946-1951), entre ellos, el vínculo de los
partidos políticos tradicionales con el PCA a través de la experiencia de la Unión
Democrática164.
En cuanto a la cuestión internacional, los usos del anticomunismo durante el
segundo gobierno de Perón ya no tenían que ver con la derrota electoral del 24 de febrero
de 1946 ni con la decidida política antinorteamericana de la época de “Braden o Perón”165.
En junio de 1946 Perón quiso restablecer relaciones comerciales con la URSS y manifestó
un posicionamiento de prescindencia política frente al escenario externo, pese a ello, nunca
dejó de mostrarse como un anticomunista y no dejó de denunciar a la militancia comunista
por infiltrarse en los gremios. Luego de 1951, el anticomunismo peronista estuvo en directa
consonancia con una propuesta ideológica propia del clima de polarización de la Guerra
Fría. Su postura frente a Estados Unidos manifestó signos de ambivalencia frente a la
sensibilidad anticomunista provocada por el macartismo.

163
La presente declaración es citada por Little (p.302) en El Obrero Ferroviario, enero-febrero de 1951.
164
Recordemos que la decisión del PCA de incorporarse a la alianza electoral antiperonista, constituida por
los partidos tradicionales de la Argentina, implicó que este se vinculara con partidos abiertamente
“patronales” como el conservador bonaerense o el Demócrata Progresista, partidos igual o más
anticomunistas que el propio peronismo (Bohoslavosky, 2016, p.42).
165
Sobre el uso de la dicotomía “Braden o Perón”, Alicia Poderti (2010, pp.106-111) da cuenta que este
recurso retórico fue utilizado a lo largo del primer peronismo desde los comicios del 24 de febrero de 1946
hasta la alocución del 1 de mayo de 1951. Este eje discursivo si bien se mantuvo constante a lo largo del
peronismo, cuando nos referimos a su tratamiento en términos del discurso anticomunista. Cumplía con la
funcionalidad de oponer “la patria con la anti-patria”, haciendo eje a la confrontación de clases y partidos
tradicionales; más que pretender asociar al comunismo con la figura del embajador norteamericano Spruille
Braden.

93
Si bien el peronismo percibió a Norteamérica como un agente imperialista para
sostener su Tercera Posición, veía con buenos ojos la represión a los movimientos
huelguísticos que tuviesen algún tipo de influencia comunista. Sin embargo esta postura
cambia en agosto de 1953. El gobierno argentino, con motivo de hacer una campaña de
seducción de inversiones extranjeras, dictó una ley sobre radicación de capitales extranjeros
que aseguraba un tratamiento más benévolo que el previo en materia de repatriación de
utilidades. La actitud del gobierno argentino frente a Estados Unidos fue modificada con la
llegada al poder de Dwight Eisenhower166, Perón al ser entrevistado por el embajador
norteamericano, Albert Nufer, justificó su distanciamiento, en lo político, volviendo a
responsabilizar al ex embajador Braden, y en lo económico, mediante la no disponibilidad
de las divisas argentinas en los Estados Unidos y, más tarde, por la inconvertibilidad de la
libra. Pese a estos argumentos, ambos coincidieron que las fricciones entre la Argentina y
Norteamérica eran utilizadas por los comunistas y enfatizaron en la necesidad de la unidad
contra ellos (Rapoport y Spiguel, 2009, pp.381-382).
Sobre el conflicto con la Iglesia, las relaciones entre esta y el gobierno justicialista
fueron cordiales desde 1943 hasta 1951, prueba de ello fue el apoyo eclesiástico en las
elecciones que dieron a Perón su segundo mandato (Rouquié, p.105). Sin embargo, la
pretensión gubernamental por reemplazar la enseñanza religiosa por la del peronismo,
llevaron a una relación menos cordial con la Iglesia167. En el ámbito doctrinario, durante el
período 1951-1955, la Iglesia evitó manifestar una postura en contra del régimen
justicialista168, sus medios de prensa tímidamente se refirieron a los problemas nacionales y


166
Si bien Eisenhower tenía una percepción fuertemente negativa respecto a Perón y su gobierno. Las señales
para abrir un nuevo curso diplomático provenían de Buenos Aires. El propio Foster Dulles, cuando fue
nominado como secretario de Estado declaraba públicamente que la situación en América del Sur se
verificaba la creciente amenaza de un movimiento comunista bien organizado que confluía con un aparato
fascista (en referencia al gobierno peronista). (Ropoport y Spiguel, p.382)
167
Sobre la puesta en tensión de la relación entre la Iglesia Católica y Perón, pese a que no fue una lucha
frontal, sino que se trató de una estrategia indirecta compuesta por una serie de vejaciones, entre ellas el cierre
del periódico El Pueblo en enero de 1955 y la disminución de los feriados del calendario católico (Rouquié,
p.106), Lila Caimari (2002, pp.461-464) destaca que su punto culmine fue en el Congreso Eucarístico de
1950. En un mensaje emitido en el Congreso, Perón hizo un diagnostico negativo respecto al clero y a los
católicos. El cristianismo peronista proclamaba constituir el remedio a los males causados por esta tradición
llena de vicios, mediante el redescubrimiento del esencial mensaje cristiano.
Este cambio no era fruto de los vaivenes espirituales de Presidente, sino más bien una muestra de su irritación
al ver que el mundo católico daba cada vez más espacio y visibilidad a los adversarios del peronismo, y que el
Episcopado había hecho poco y nada para revertir la situación.
168
La revista doctrinaria Criterio sólo criticó al justicialismo una vez que llegó la Revolución Libertadora.
Ejemplo de esto es su publicación “Una dictadura”, 27 de octubre de 1955, Año XXVIII, Nº1246, p.766. En

94
cuando lo hicieron, no culparon al gobierno de Perón de ser los causantes de estos, sino que
enfatizaron en revelar la infiltración comunista169.
La predica anticomunista de los órganos de la Iglesia apelaron sólo al carácter
ideológico de este fenómeno, hizo hincapié al problema del internacionalismo antes que los
conflictos en el plano gremial o las discrepancias con la política exterior del régimen. La
revista Criterio y el periódico El Pueblo, se limitaron a exponer sobre la coartación de
libertades públicas de los países europeos poniendo énfasis en la predica del
anticomunismo liberal. En el plano político, la Iglesia no se refirió al peronismo en
términos comparativos con el régimen soviético, sino que la retórica antitotalitaria de la
Iglesia adquirió una funcionalidad distinta respecto a los periodos anteriores: comparar al
peronismo con el nazismo170. Esta comparación, desde la óptica de los hechos puntuales,
fue frecuente en la medida que durante las movilizaciones católicas aparecían carteles de
“Cristo Rey” y panfletos, impresos por miembros de Acción Católica, que acusaban a
Perón de “fascista” y “totalitario”. La ofensiva pastoral denunciaba no solo a las torturas
del peronismo, sino también más de cuatro mil casos de desapariciones. Los panfletos
presentaban casos improbables de esqueletos que habían ido descubiertos. También se
referían a quemas clandestinas de opositores a Perón en la Chacarita organizadas por la
Policía Federal (Larraquy, 2010, pp.84-85)171.


aquella instancia Franceschi comparó al peronismo con el nazismo, denunciando la coartación de libertades
públicas y la presencia de una tropa de choque como Alianza Libertadora Nacionalista en las filas del
peronismo, sin hacer referencia a fenómenos históricos concretos. Señaló que la situación argentina durante el
peronismo era insostenible en la medida que “no se podía caminar sin tener que dar vuelta la cabeza para ver
si alguien espiaba, no poder hablar por teléfono sin temor a que se copiaran e interpretaran las palabras […]
Sé se ocupaba un cargo público, aunque fuera de barrendero, temor ante la denuncia anónima de “contrario al
gobierno”.
169
Uno de los pocos momentos en que el periódico El Pueblo hizo referencia a una coyuntura nacional fue
para referirse a las movilizaciones estudiantiles convocadas por la FUBA. En dicha instancia más que hablar
del conflicto en particular, denunciaba al comunismo de estar detrás de las movilizaciones y de pretender
llevar “esa misma agitación a otros sectores de la actividad general”, El Pueblo, “Hay que repudiar
enérgicamente al comunismo”, Sábado 16 de junio de 1951, Nº17322, p.1
170
Sobre esta idea véase Criterio, ¡Libertad!, 13 de octubre de 1955, Año XXVIII, Nº1245, p.724
171
Sobre este punto Marcelo Larraquy (2000, p.84) da cuenta que la Iglesia realizó una contraofensiva luego
que el peronismo vetara las manifestaciones de la Iglesia mediante la “ley de reuniones públicas” y que en
1954, era habitual que los diarios oficialistas demonizaran a los curas y los acusaran de “infiltrarse en las
organizaciones del pueblo”, Acción Católica imprimió panfletos presentando casos improbables de
descubrimientos de esqueletos que habían sido sepultados bajo tierra en basurales de la ciudad, en el actual
empalme de la avenida General Paz con la Ruta Panamericana, y también mencionaban cadáveres
transportados por aviones y arrojados al Río de la Plata.

95
2.- El anticomunismo peronista frente al conflicto obrero: ¿Denunciar los planes de
infiltración comunista o evitar el enfrentamiento entre anticomunistas?

Sobre las posturas anticomunistas que hicieron referencia al conflicto ferroviario, podemos
sostener que fue más frecuente la apelación al comunismo desde un ámbito ideológico
antes que práctico, vale decir, las denuncias no apuntaron a fenómenos históricos concretos
en que los militantes del PCA se vieron involucrados, el grueso de las preocupaciones del
peronismo se enfocaron en los aspectos internacionales del comunismo. En lo referente al
carácter político de las huelgas obreras de este período, los trabajadores no dirigieron sus
protestas contra Perón sino contra los funcionarios del gobierno (Doyon, p.438). Las causas
tanto de la huelga ferroviaria como de la huelga metalúrgica coincidieron en dos puntos del
conflicto. El económico, producto de la demanda de mejoras salariales, y el político-
gremial como consecuencia de las diferencias entre las bases y sus representados; que se
tradujo en el desconocimiento de las autoridades de sus sindicatos.
El peronismo sostuvo que los conflictos gremiales, luego de 1951 no fueron
promovidos por los obreros, a quienes se desligó de toda responsabilidad, sino por la acción
dirigencial. Para el régimen, las causas de los movimientos huelguísticos tenían que ver
más con la dirección de los “malos dirigentes”, entre ellos “los viejos dirigentes del anarco
sindicalismo y del socialismo y los infiltrados comunistas”, los cuales eran “indignos de
vivir en la Nueva Argentina de Perón”, a diferencia de los obreros, quienes “no sabían
cuáles eran las razones del paro” (Perón, 1951, p.172). Perón, junto con hacer uso del
anticomunismo desde sus vertientes tradicionales como el nacionalismo, apelaba por una
parte, a la irrelevancia del comunismo –o cualquier otra ideología extraña al gobierno de
Perón– como identidad obrera una vez afirmada la justicialista, y por otra parte, de la
legitimación de un capitalismo “bueno” para el justicialismo (Acha, p.12).
Durante la huelga ferroviaria, el periódico dirigido por el ex radical Eduardo
Colom 172 , La Época, sostuvo que el propósito de esta huelga “no tenía ninguna


172
Si bien Eduardo Colom era caracterizado como un radical yrigoyenista. En la década del 30’ compró la
marca del diario a José Luis Cantilo, aunque sólo pudo sacarlo como semanario. Con el ascenso de Perón al
poder de la Revolución del 43, se acercó a ofrecerle respaldo a cambio de créditos blandos para transformarlo
en diario, algo que obtuvo, en contante y sonante, después de innumerables trámites, gracias a la gestión del

96
reivindicación concreta referida a las condiciones de trabajo”. Para el peronismo, tanto el
comunismo soviético como el capitalismo norteamericano formaban parte de un complot
imperialista que buscaba desorganizar la economía de la Argentina y que tanto el Kremlin
como los agentes del capitalismo eran conscientes de ello al saber que “sólo el desorden, la
subversión y el hambre permiten el triunfo del imperialismo –de izquierda o de derecha–
sobre la libertad de los pueblos”173. Esta postura de equiparación del régimen soviético con
el capitalismo estadounidense más allá de manifestar la Tercera Posición del peronismo,
nos permite inferir que el anticomunismo peronista operó para decir que el enemigo
político era un agente externo a la patria, por ende las causas de la huelga no tenían un
origen local.
El uso del epíteto comunista en términos comparativos, no se limitó al ámbito
ideológico, también sirvió para negar la identidad obrera de los militantes de otros sectores
políticos movilizados durante las huelgas, entre ellos: los socialistas y los radicales. Para el
periódico La Época, que respaldaba al oficialismo, también fueron parte de un “complot
internacionalista” que atentaba contra el gobierno de Perón, cuyos planes habrían sido
descubiertos por los propios peronistas174, quienes los acusaron de ser los responsables:

“El comunismo ha querido dar una batalla al gobierno y al pueblo argentino; y pueblo y gobierno
están resueltos a aceptarla procediendo en la energía y decisión que las circunstancias exijan en
defensa del orden de la tranquilidad, de la población y del bienestar de los argentinos”.175

Esta idea del “complot” anulaba el carácter espontáneo de la movilización y


consolidaba la hipótesis conspiracionista del anticomunismo de los reaccionarios (López,
2018, p.141). Un ejemplo de esta intencionalidad es la publicación titulada “Unánime


que sería el Subsecretario de Prensa y Difusión durante la presidencia de Perón, Raúl Apold. (Mercado, 2013,
p.148)
173
La Época, Miércoles 24 de enero de 1951, pp.5-6
174
La Época, Martes 23 de enero de 1951, p.1. La Época sostiene que se había llevado a cabo una reunión de
la sección ferroviaria el viernes 19 de enero de 1951, en el local del comité del Partido Comunista. En él dejan
de manifiesto que los comunistas discutieron la ventaja de hacer una huelga general de gremios en todo el
país y que por un asunto “práctico” era de convenir empezar por los ferroviarios. En él las tareas tanto de los
radicales como socialistas parecen secundarias, pues estos sólo recibirían instrucciones de la Comisión
Consultiva de Emergencia.
Democracia, “Comunistas y políticos desplazados son los ejes del paro ferroviario”, Miércoles 24 de enero de
1951, Año IV, Nº1779, pp. 1 y 5 también hace alusión a la puesta en marcha del “plan comunista” en el
conflicto de la huelga ferroviaria, con la diferencia que no se adjudican “descubrir” el plan de infiltración.
175
La Época, Miércoles 24 de enero de 1951, p.1

97
repulso de los gremios. El pueblo también condena el siniestro plan foráneo”176, en ella La
Época expone las posturas de algunos sindicatos y asociaciones gremiales independientes
que repudiaban los acontecimientos de la huelga ferroviaria. Las declaraciones del
periódico dan cuenta que el conflicto es “artificial” en la medida que no corresponde a un
problema de origen nacional, sino que fue “dirigida por títeres de una bien conocida fuerza
internacional”177.
La Prensa muestra algunas claves de esto, luego que este tradicional periódico
conservador fuera sancionado, el 12 de abril de 1951, por la ley 14.021 que dispuso su
expropiación y al poco tiempo, el gobierno entregó el periódico a la Confederación General
del Trabajo (CGT), se convirtió en el vocero de la central obrera (Panella, 2012). En el
ámbito doctrinario, la CGT se identificaba con el gobierno desde el punto de vista
ideológico y también práctico, sin embargo durante los periodos de conflictividad sindical,
como el caso de la huelga metalúrgica, la armonía entre el oficialismo-CGT-trabajadores,
no fue fácil de mantener. La Prensa prefería omitir en sus páginas toda referencia a la
huelga, sólo se refirió a las resoluciones adoptadas al fin de esta, señalando los beneficios
del nuevo convenio laboral; pero los trabajadores, a través de sus comisiones internas,
desconocieron el acuerdo prosiguiendo con la huelga, la que adquirió un carácter violento
cuando se enfrentaron militantes obreros comunistas y peronistas178 (Panella, pp.12-13).
El discurso anticomunista de la Confederación General del Trabajo se tornaba más
evidente y agresivo en las coyunturas críticas de la conflictividad sindical (Acha, p.11).
Como señala Fernández (p.11) las movilizaciones de los obreros metalúrgicos (sobre todo,
la asamblea de la plaza Martín Fierro en la Capital) y los choques frente a la planta de La
Cantábrica (Morón), dieron pie al gobierno para lanzar una campaña de detenciones de
militantes del gremio metalúrgico, con el pretexto de poner fin a la “infiltración” comunista
en la UOM. La postura de la CGT si bien manifiesta su preocupación por combatir a los
dos imperialismos en función de “la Tercera Posición”, durante el contexto de plena

176
La Época, 24 de enero de 1951, pp.5-6
177
Ibíd.
178
Sobre el choque de la “Cantábrica” en Morón fue un caso de interés mediático publicado por La Prensa el
día miércoles 9 de junio de 1954, destacándola como una “maniobra de perturbación comunista”. Este
acontecimiento dejó de saldo a dos muertos y un herido. Entre los primeros señalan a Roberto Ruiz, secretario
general de la seccional Morón, secretario adjunto de la UOM, consejero municipal y peronista, por otra parte
a Homero Blanca, obrero pintor y militante comunista domiciliado en Hurlingham. El herido era Viro
Palmiro, trabajador de “La Metalúrgica” que en el momento de la “brutal agresión se dirigía a sus
ocupaciones”.

98
coyuntura sindical, muestra expresamente la necesidad de denunciar el imperialismo
soviético por sobre el norteamericano:

“el imperio de la justicia social es el muro inconmovible contra el que se estrellará eternamente
cualquier extremismo, sobre todo si es de izquierda […] No debe extrañar que su método no haya
sido el del ataque directo al gobierno justicialista de Perón sino una maniobra para apoderarse de
la conducción.”179

La CGT manifestó un posicionamiento anticomunista más práctico180 respecto a la


dirigencia peronista al denunciar, en el marco del conflicto metalúrgico, el enfrentamiento
abierto entre algunos dirigentes de la UOM y militantes comunistas que tuvo un saldo de
dos muertos y un herido. Esto provocó que percibiera al comunismo como un enemigo que
se encontraba en las propias filas del sindicalismo peronista, por ende era caracterizado
como una amenaza mayor frente al imperialismo norteamericano. La Prensa, a diferencia
de la dirigencia peronista181, no interpretaba las demandas salariales como una conspiración
internacionalista sino como un plan de infiltración que tenía su origen en el medio local. La
CGT reconoció los antecedentes de la huelga metalúrgica en el plano nacional
responsabilizando a los militantes del PCA y a sus vínculos con los partidos tradicionales al
señalar la experiencia de la Unión Democrática como antecedente del conflicto;
sosteniendo que fue “el plan trazado por el comunismo en contacto directo con los políticos
desplazados y vendepatrias, concordado entre los agitadores internacionales y los
integrantes de la fallida Unión Democrática de 1946”. Sin embargo, esta campaña del
gobierno denunciando la infiltración comunista, según el análisis de Schiavi (2008, p.25),
no era más que una cortina de humo, en el sentido que el régimen no quería admitir que el
grueso del conflicto metalúrgico fue liderado por la dirigencia peronista del gremio y
forzada por el accionar de las comisiones internas, en las que la mayoría de los trabajadores
eran peronistas.


179
La Prensa, Miércoles 9 de junio de 1954, p.4
180
Como señala el estudio de Omar Acha (p.10), el recrudecimiento del discurso anticomunista se tornaba
más evidente en las coyunturas críticas de la conflictividad sindical. Esto porque durante el decenio 1945-
1955 estuvo plagado de acciones de protesta en que se vieron involucrados sectores de izquierda –incluido el
comunismo– en la gestación de medidas de lucha gremial. Por ende no resulta extraño sostener que los
gremios peronistas otorgaran validez a la hipótesis conspiracionista sobre la infiltración comunista, señalada
por el propio Perón y las élites peronistas.
181
Nos referimos a La Época, El Laborista y Democracia.

99
En el plano internacional, en Noviembre de 1952 bajo la lógica de la Guerra Fría182,
los dirigentes sindicales provenientes del justicialismo183 se vieron en la necesidad de
impulsar una central regional latinoamericana para unir a la clase obrera en torno a los
ideales de justicia social y Tercera Posición. Esto se tradujo en la fundación de la
Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS)184, cuyo sustento
ideológico recaía tanto en la CGT como en la dirigencia justicialista185. Sugerentemente,
José Espejo fue su primer secretario general (Contreras, p.59). Entre sus objetivos
proclamaban combatir al imperialismo estadounidense y superar, gracias a la justicia social
peronista, tanto al capitalismo como al comunismo (Zanatta, 2013, p.323).
Para la CGT, tanto la Federación Sindical Mundial (F.S.M) de carácter comunista y
la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (C.I.O.S.L) de índole
anticomunista operaban en función de los imperialismos, respectivamente del soviético y
del norteamericano. En La Prensa estos son caracterizados como tendencias que “conducen
a un mismo fin: la esclavitud del hombre. Unos lo esclavizan al Estado y los otros al
capital”186. Las declaraciones de La Prensa sobre el panorama sindical daban cuenta de la
necesidad de fundar una central regional con los principios de la doctrina peronista: la
Tercera Posición y el justicialismo. Para Zanatta (2013, p.324) la fundación de ATLAS
puede entenderse como el proyecto internacional sindical peronista que representó la
ambición de la CGT por ejercer su influencia en todo el hemisferio americano.
ATLAS, en el plano continental y la CGT en el plano local, reconocían que las
causas de la huelga metalúrgica tenían relación con el problema de la infiltración gremial,

182
Cuando nos referimos a la lógica de la Guerra Fría queremos decir, de acuerdo a Claudio Panella (2012,
p.9) que los trabajadores peronistas buscaron mantenerse equidistantes de la Confederación de Trabajadores
de América Latina (CTAL), que representaba a las organizaciones gremiales comunistas del continente, y de
la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), que estaba integrada por centrales de
orientación pronorteamericana.
183
Los vínculos entre ATLAS y el gobierno de Juan Perón fueron fluidos. Muchos de sus dirigentes fueron
ministros, diputados, senadores, intendentes, concejales y miembros del Partido Peronista (Contreras, p.59)
184
Según Claudio Panella (1996, p.41) el sustento ideológico de ATLAS recaía en la CGT de la Argentina,
única central obrera del país y sin duda la más poderosa del continente. Homogéneamente peronista y por lo
tanto estrechamente ligada a los ideales de justicia social encarnados por el gobierno justicialista.
185
Zanatta (2013, p.359) al hablar sobre la postura estadounidense frente al peronismo y la influencia del
comunismo en el terreno sindical argentino. Deja de manifiesto que el ministro de Relaciones Exteriores
nombrado por Perón en 1951 y que ocupó el cargo hasta 1955, Jerónimo Remorino desacreditó a Perón al
momento en que reafirmaba su postura anticomunista frente a Dwight Eisenhower. Remorino acusó que los
agregados obreros respondieron más a la CGT que al gobierno porque su forma de hacer política “le estaba
haciendo el juego a los comunistas”.
186
La Prensa, “Gremiales: Las tendencias del movimiento obrero”, Domingo 9 de diciembre de 1951, Año I –
en la era justicialista–, Nº 21, p.3

100
sugerían entre ellas, la disolución de los sindicatos comunistas producto de la estrategia
partidaria del PCA187. Sobre la marcha de este proceso, ambas confederaciones peronistas
consideraron al MPIDS 188 como una amenaza para el movimiento sindical por dos
aspectos: por un lado, en el plano local, porque rescataba la perspectiva de los “sectores
peronistas combativos” con quienes emprendía acciones en conjunto o de apoyo, y por otra
parte, en el marco internacional, en tanto este organismo estuvo afiliado a la Federación
Sindical Mundial (F.S.M.) y a la Confederación de Trabajadores de América Latina
(C.T.A.L.)189. (Contreras, p.57)
Las denuncias de ATLAS sobre la afiliación del MPIDS a la F.S.M. y a la C.T.A.L.
apuntaban a la idea del complot foráneo en tanto desarrollaban “una labor tendiente a
someter a los trabajadores al yugo soviético”, pues las centrales que adhería el MPIDS no
eran más que “serviles instrumentos del imperialismo rojo”, cuya estrategia “consistía en
fomentar el descontento por medio de infundios a fin de producir el clima apropiado que les
permita originar desmanes que vayan paulatinamente minando a la sociedad”. A esta
hipótesis agregaron que el dirigente del MPIDS, Rubens Iscaro, se encontraba en ese
entonces en Moscú, “recibiendo las órdenes que después quiere hacer prevalecer en el país
por medio de sus secuaces”190 .

3.- La cuestión internacional del período 1951-1955: la visita de Milton Eisenhower en


el posicionamiento anticomunista del peronismo


187
La disolución de los sindicatos comunistas se puso en marcha de acuerdo a la posición del PCA adoptada
luego de la derrota electoral de la Unión Democrática en febrero de 1946. Este proceso se llego a concretar
dos años después de las disposiciones resueltas luego del XI Congreso del PCA celebrado en agosto de 1946
(Gurbanov y Rodríguez, p.6). Los gremialistas comunistas renunciaron a la dirección de los sindicatos que
todavía conducían y optaron por “acompañar” a las masas peronistas, decisión sustentada en la necesidad de
afianzar las mejoras obtenidas por los trabajadores y profundizar progresivamente las contradicciones sociales
y políticas del proceso para desarrollar su propio programa. Esto se materializó con la creación del
Movimiento Pro Independencia y Democratización de los Sindicatos (MPIDS) cuya figura principal fue el
dirigente comunista de la construcción Rubens Íscaro (Contreras, 2017, p.56)
188
El programa del MPIDS remitía, en lo económico, a pelear contra la carestía de la vida y, en lo político-
sindical, a coincidir en las luchas con los sectores más combativos del peronismo para avanzar a una
actuación conjunta anclada en las perspectivas más obreristas del programa reformista del gobierno, tanto
para tensionar sus contradicciones como para avanzar la concreción de reivindicaciones sentidas por los
trabajadores” (Contreras, 2017, pp.56-57)
189
El periódico La Prensa sostenía que las centrales internacionales comunistas como la F.S.M. y la C.T.A.L.
promovían una acción disolvente y corrosiva en la medida que atentaba contra la unidad y el vigor de la
labor gremial de los trabajadores (La Prensa, Viernes 11 de junio de 1954, p.3).
190
La Prensa, Viernes 11 de junio de 1954, p.3

101
Cuando nos referimos al panorama internacional del período 1951-1955 debemos recordar
ante todo la puesta en marcha de las relaciones comerciales entre la Argentina y la Unión
Soviética durante 1946. En dicho escenario, Perón optó por mantener un posicionamiento
ambivalente durante la naciente Guerra Fría, sin tener que arriesgar sus pretensiones de
promover una futura alianza de cooperación económica con Estados Unidos, por ende, las
relaciones comerciales con la URSS respondieron a intereses periódicos y puntuales antes
que el establecimiento de un alineamiento político de largo alcance. En el terreno de la
política económica, a diferencia de lo que sucedía en el plano sindical, existía una relación
más cordial entre el régimen y el PCA, desde 1946 había un interés concreto por parte del
peronismo por asignar al Estado como agente planificador de la economía, durante el
segundo gobierno presidencial de Perón no se agotaron estos esfuerzos; el anuncio del
Segundo Plan Quinquenal en 1952, inspirado lejanamente en la planificación soviética y
vinculado a un fuerte sector con participación estatal en la propiedad (Jáuregui, p.23)
confirmaba este propósito.191
La llegada del republicano y pragmático Eisenhower a la Casa Blanca y, con él, del
secretario de Estado John Foster Dulles a mediados de 1953, había cambiado las
prioridades de los Estados Unidos con la región. No se trataba de fomentar la democracia,
criticando la falta de libertad de prensa o los ataques a la oposición, sino de oponerse
fanáticamente a la influencia soviética en América Latina y respaldar cualquier tipo de
gobierno que le fuera funcional a esos objetivos (Mercado, 2013, pp. 238-239). El primer
acercamiento entre el flamante gobierno norteamericano con el peronismo se dio por medio
de un comunicado enviado a Perón por parte de Foster Dulles. En él comparaba la imagen
de Perón con Eisenhower en la medida que ambos eran caracterizados como “líderes
reconocidos de la comunidad americana”. Perón, agobiado por la falta de divisas y la
ausencia de inversión no tardó en responderle, explicando que la responsabilidad del
distanciamiento entre ambos gobiernos recaía en la actitud del ex presidente Truman. Sin

191
Un tema marginal en esta discusión es el acercamiento de los comunistas al gobierno peronista a través de
dos ejes : Por un lado el levantamiento fallido del 28 de Septiembre de 1951, llevó a una alineación inédita
entre el PCA y el gobierno de Perón contra posibles intentos de golpe de Estado. El PCA interpretó esto como
una reacción antipopular y antiobrera que no estaba precisamente en las filas del peronismo (Gurbanov y
Rodríguez, pp. 10-11). Por otra parte, la puesta en marcha de las relaciones comerciales con la Unión
Soviética y los “planes quinquenales” entusiasmó a los comunistas locales (Acha, p.5) quienes no titubearon
en brindar su aprobación al Segundo Plan Quinquenal, sin embargo esto no quiere decir que hubo un
acercamiento directo entre Perón y el PCA, el Partido propuso seguir defendiendo el programa que habían
votado las masas, pero esto no incluía la figura de Perón (Staltari, 2013, p.13).

102
embargo, se encontraba dispuesto a colaborar con las órdenes de Dwight Eisenhower
(Cisneros y Escudé, 2003).
En julio de 1953, luego de haber pasado por la peor parte de la crisis económica,
los objetivos del Segundo Plan Quinquenal parecían quiméricos y no se avizoraban
inversores, para revertir esta situación Perón veía la posibilidad de modificar su posición
frente a Estados Unidos, quien era el único país que podía proveerlo de tecnología,
capitales y bienes industriales, por este motivo optó por persuadir a los hermanos
Eisenhower, sin embargo una posible visita a la Argentina no se encontraba en la agenda
del hermano del presidente estadounidense. Con el fin de convencerlos, envió amables
señales conciliatorias a Iglesia y oposición y; sin miedo a exagerar, declaró a la prensa
estadounidense que no existían problemas con Estados Unidos (Zanatta, p.362). Sin
embargo, esto no fue un impedimento para que el gobierno justicialista manifestara
simultáneamente su interés 192 por poner en marcha un plan de reactivación de las
relaciones comerciales con la Unión Soviética193, mientras revisaba su política frente a
Estados Unidos194 (Rapoport y Spiguel, 2009, p.383).
Perón comprendía que un país que apenas podía producir menos de la mitad de sus
requerimientos energéticos no estaba en condiciones de apoyar a la industria, reivindicar
soberanía y predicar la unidad latina, todo a la vez. El fin que perseguía Perón era la
autosuficiencia energética y sólo podría alcanzarlo abriéndose a las compañías petrolíferas,
contra las que su régimen solía lanzar invectivas. Según Zanatta (pp. 363-365) el discurso


192
Dicho interés se puede entender a partir de la entrevista realizada por el embajador argentino en Moscú
Leopoldo Bravo a Stalin, el 7 de febrero de 1953. Culminó en el mes de agosto –con gran rapidez pese a la
muerte de Stalin– en la firma de un tratado comercial con la URSS, el primero de este tipo en América Latina
(Rapoport y Spiguel, p.383). En términos estadísticos durante 1955 y 1956 la balanza comercial con la URSS
fue negativa (respectivamente un saldo de -9332 y -10.076 en miles de dólares) debido a la necesidad que
tuvo el gobierno argentino por importar grandes cantidades de combustible, fueron años de gran discusión en
la Argentina sobre el futuro de YPF (Gilbert, 2007, p.177).
193
Pese a la puesta en marcha de las relaciones comerciales entre Perón y la URSS, la política de persecución
al PCA no se detuvo. Según señala Isidoro Gilbert, la lectura de la prensa clandestina comunista denunciaba
persecuciones, torturas y despidos arbitrarios. Asimismo la Policía era más directa: prohibía casi todos los
actos de “confraternidad Argentino-Soviética” (Gilbert, p.211). Una de estas iniciativas fue el Congreso por la
Paz que se celebraría en Tandil que fue denunciado por La Época (Viernes 19 de Enero de 1951, p.3)
194
Sobre esto Rapoport y Spiguel (pp. 383-385) sostienen que el 7 de febrero de 1953 Leopoldo Bravo
entrevistó a Stalin mientras que el 3 de febrero del mismo año el canciller Jerónimo Remorino realizó una
primera entrevista con el embajador norteamericano Albert Nufer. Si bien, las perspectivas comerciales entre
la Unión Soviética y la Argentina se basaban en el intercambio de productos primarios por bienes de capital
(en particular equipos petroleros e hidroeléctricos), los norteamericanos tenían presente que también podrían
ser objeto del intercambio materiales estratégicos como berilio, tungsteno, mica o, incluso, servir para la
reexportación hacía la URSS de cobre chileno.

103
de Perón sobre la defensa hemisférica contra el comunismo operó como un taparrabos que
le sirvió para cubrir sus pedidos a Estados Unidos; pero la visita de Milton Eisenhower no
significó otra cosa que una retirada táctica con la intención de volver a la Tercera Posición
en cuanto sea posible.
El anticomunismo peronista si bien se manifestó como un instrumento discursivo
que se potenció con motivo de estrechar lazos económicos entre Perón y el bloque
occidental, ya compartía algunas características con el anticomunismo nacionalista de
Estados Unidos, incluso cuando Harry Truman estaba en el poder y cuyas relaciones
bilaterales fueron menos cordiales que con Dwight Eisenhower. El peronismo, con motivo
de promover la prohibición de la propaganda comunista en la Argentina, veía con buenos
ojos las actividades de censura contra los periódicos comunistas estadounidenses en 1951,
La Época miraba como ejemplo el hecho que los vendedores de periódicos
norteamericanos “se negaran a seguir vendiendo el diario comunista “Daily Worker” por
considerar que al hacerlo contribuían a difundir una propaganda que favorecía a los que
aspiran a esclavizar al pueblo norteamericano” 195 . Los comunistas utilizaron el
acercamiento con Estados Unidos para cuestionar el posicionamiento pronorteamericano
del gobierno a través de la iniciativa frentista del Congreso por la Paz196, La Época
denunció esta reunión, cuyo propósito serviría para “reorganizar los cuadros dirigentes
de los comunistas argentinos” los cuales “se encontraban raleados por la política
justicialista del general Perón”.
La funcionalidad del discurso anticomunista durante la visita de Milton
Eisenhower, pese a que se trató de una estrategia política, le sirvió a Perón para mostrarse
como defensor del bloque occidental. Como bien sugiere Zanatta, en la medida que Perón
necesitaba estrechar lazos económicos de manera urgente con Estados Unidos, puso en
marcha una retirada táctica de su Tercera Posición. Perón consciente de ello, no quiso


195
La Época, Viernes 19 de Enero de 1951, p.3
196
Dicho congreso se llevaría a cabo en Tandil para el día 28 de Enero de 1951, el cuál estaba en directa
consonancia con el Movimiento por la Paz, que fue la iniciativa frentista más importante que Moscú
promovió una vez desatada la Guerra Fría. En ella los intelectuales jugaron un rol crucial. (Petra, p.101). Esta
organización respondía a la estrategia política dominante del Kominform oficializada en 1947, denominada
“Lucha por la paz”, inspirada en el informe Zdhánov –documento fundamental de la ideología comunista para
la Guerra Fría– En él Andréi Zdhánov sostuvo que el mundo estaría dividido en dos bloques: de un lado, el
campo imperialista y antidemocrático dominado por Estados Unidos; del otro, el campo antiimperialista,
democrático y defensor de la paz, hegemonizado por la URSS. (Petra, pp.102-103)

104
abandonar por completo estos lineamientos. La prensa justificó que las razones de la visita
de Milton Eisenhower tenían una finalidad inversora antes que de ayuda financiera:
“se niega en Washington que el éxito de la visita de Milton Eisenhower haya visto facilitada por
consideraciones de orden financiero […] La misión no se hallaba autorizada para iniciar ninguna
tratativa ni dar ninguna promesa de ayuda financiera. Las autoridades argentinas se encontraban
dispuestas [sic] a favorecer la afluencia de inversiones de capitales norteamericanos”.197

La línea editorial de Democracia, manifestó que la visita de Milton Eisenhower no


impactaría en la postura de la Tercera Posición de Perón al señalar que “Perón y el señor
Eisenhower se habrían mostrado concordes en que las diferencias ideológicas no deben
perjudicar la armonía de las relaciones de los distintos países”, mostrando un criterio de
prescindencia política frente a la puesta en marcha de las relaciones comerciales con
Estados Unidos. No obstante en la misma columna, sostiene que tanto “Estados Unidos
como Argentina poseen sólidos intereses comunes en la defensa de la civilización
occidental” 198. Esta postura nos permite demostrar que la funcionalidad del discurso
anticomunista le sirvió a Perón para matizar, momentáneamente, su Tercera Posición para
negociar con Estados Unidos.199
En la línea de la planificación económica y la política internacional, el peronismo
no discrepaba del todo con el comunismo, durante el período 1951-1955, la amenaza de un
golpe de Estado y las propuestas del plan quinquenal, permitieron un alineamiento de estas
fuerzas. El discurso anticomunista como sabemos, fue una prédica que se mantuvo
constante a lo largo del segundo peronismo, a diferencia de otros períodos, le permitió al
peronismo modificar momentáneamente su Tercera Posición200 con motivo de persuadir a
Milton Eisenhower para realizar la visita a la Argentina, y así proponer un acuerdo
comercial. Esto le permitió al peronismo tener una victoria virtual y la prueba de ello fue
que Washington cedía terreno en la larga pulseada con Perón (Zanatta, p.363). Sin embargo
parte de la legitimidad del sistema peronista se esfumó, en efecto, con la nueva política

197
El Laborista, Martes 21 de julio de 1953, p.1
198
Ibíd.
199
La Época, Lunes 20 de julio de 1953, p.3. Sobre esta posición ambivalente de Perón es preciso señalar que
Milton Eisenhower reafirmaba la posición de Perón de pertenecer al bloque occidental a través de un discurso
por Radio del Estado, anunciando que “En todas partes que me he hecho presente cuánto tenemos que
agradecer los que vivimos en este espléndido y generoso mundo Occidental, es espíritu de fraternidad que es
el más noble de los deberes sociales”.
200
Perón estaba convencido de que una Tercera Guerra Mundial era inevitable y quería preparar a la
Argentina para desempeñar un rol importante en la defensa del cono sur. En varias ocasiones, señaló a
funcionarios norteamericanos que la Argentina se aliaría inmediatamente con Estados Unidos en caso de
dicha guerra. (Cisneros y Escudé, 2003)

105
exterior. Decepcionaba a los delegados sindicales de las grandes empresas y a los oficiales
nacionalistas. Los primeros no tenían motivos para estar satisfechos, no podían prevalerse
de ningún éxito notable, ya sea en el campo de las conquistas sociales ni en el de las
reivindicaciones salariales; su papel se redujo a evitar las huelgas y las movilizaciones en
pos de los objetivos económicos (Rouquié, p.103).

4.- El vínculo Iglesia Católica-Comunismo

A pesar que el resultado de las elecciones presidenciales de 1951 y las legislativas


de 1954 expresaban cuantitativamente un apoyo masivo a las políticas llevadas adelante por
Juan Perón con más del 62% en ambos casos (Mason, 2012, p.91), el clima político
posterior a 1950 puede entenderse, en palabras de Robert Potash (1981, pp.173-174), como
parte de un proceso de polarización que obligaba a los argentinos hasta entonces no
comprometidos a asumir posiciones; un proceso que los propios peronistas promovían
activamente apoyándose en su convicción de que “para nosotros solamente hay peronistas y
antiperonistas”. En otras palabras, Alfredo Mason (2012, pp.89-90) señala que el clima
político de polarización 201 no es unidireccional, sino que las fuerzas políticas que se
enfrentaron fueron creando una situación “amigo-enemigo”. Sobre la postura del sector
opositor frente a la victoria de Perón en las elecciones presidenciales de 1951, Robert
Potash (pp.197-199) da cuenta que para ellos el resultado electoral no significó en modo
alguno la legitimidad del ejercicio del poder, por el contrario, estos sectores descartaron la
lucha electoral como medio para destituir a Perón y se reorganizaron, no en función de la(s)
identidad(es) de sus participantes, sino en función del acto temerario que se proponían: el
asesinato del presidente y de Eva Perón.
Respecto al escenario posterior a 1950, Bianchi (1994, p.31) señala dos puntos en
relación al conflicto entre la Iglesia y el gobierno peronista. El primero hace alusión a que


201
Mason (p.91) señala que el clima político de polarización llevó a que el enfrentamiento entre peronistas y
antiperonistas adquiriera un sentido cada vez más irreversible. Ejemplifica esta idea refiriéndose ante todo a la
situación del golpe de Estado de Menéndez de 1951, el estallido de dos bombas en plaza de mayo durante una
concentración en Plaza de Mayo el 15 de abril de 1953 cuyos responsables estaban ligados a sectores
católicos como Mario Amadeo y radicales como Emilio Carranza; y el endurecimiento de las relaciones entre
el gobierno con los sectores medios de la población a fines de 1954; tras una serie de hechos en la
Universidad de Buenos Aires que culminaron con la detención de 250 estudiantes.

106
esta confrontación se instaló en el campo de la religión202. En segundo lugar reconoce que
la Iglesia Católica comienza a dibujarse como el espacio posible –y tal vez el único– de la
oposición al peronismo tomando en cuenta una pluralidad de factores. Para comprender
este punto la autora señala que en el año 1950 los campos de la oposición política se habían
estrechado de manera considerable. La reforma constitucional de 1949 permitía la
reelección de Perón, instancia que fue interpretada tanto por el oficialismo como por la
oposición que el peronismo había llegado para quedarse. La subordinación de las
estructuras de la Confederación General del Trabajo (CGT); los partidos políticos estaban
rigurosamente controlados y el principal dirigente de la Unión Cívica Radical, Ricardo
Balbín, había sido apresado. Asimismo, se reforzó notablemente el control estatal sobre los
medios de comunicación.
El discurso anticomunista de la Iglesia Católica, en contraste con el período 1946-
1949, no hacía referencia a las coyunturas locales como la reactivación de las relaciones
comerciales entre la Argentina y Rusia o la interpretación de la Unión Democrática como
una especie de Frente Popular, el eje de sus preocupaciones estaba en el plano
internacional, entre ellas, denunciaba la coartación de libertades públicas del régimen
soviético 203 , la persecución de sus adherentes dentro de los regímenes socialistas y
comunistas de Europa del este 204 y la infiltración comunista dentro de los países de
América Latina205. Incluso cuando las relaciones entre la Iglesia y el régimen no estaban
del todo tensionadas en mayo de 1951, el periódico El Pueblo se refirió al caso de tortura
de la Sección Especial de mayor resonancia durante el peronismo, del estudiante y militante
comunista Ernesto Mario Bravo (Larraquy, 2010, p.26), en dicha publicación evitó
denunciar al gobierno peronista caracterizando a las movilizaciones de la Federación
Universitaria Argentina (FUA) como parte de una “conspiración para someter al país a la
esclavitud soviética”206.


202
Sobre este punto Bianchi (p.31) sostiene que los conflictos entre el Estado y la Iglesia localizados en el
campo de la religión, tuvieron un primer punto de disputa a partir de los avances de ciertas formas de
religiosidad popular que competían exitosamente con el catolicismo. Desde la perspectiva eclesiástica, estos
avances coincidían con lo que se consideraba un nivel muy bajo de práctica religiosa institucionalizada, sobre
todo, en la ciudad de Buenos Aires.
203
El Pueblo, “El supercapitalismo soviético”, Sábado 6 de enero de 1951, Año LI, Nº 17186, p.1
204
El Pueblo, “La iglesia católica en la mira”, Domingo 2 de diciembre de 1951, Año LI, p.4, En aquella
ocasión El Pueblo, denunciaba a la persecución de la Iglesia Católica en Hungría por parte de los comunistas.
205
El Pueblo, “No duerme el enemigo”, Año LII, Nº17289, p.1
206
El Pueblo, “Hay que repudiar enérgicamente al comunismo”, Sábado 16 de junio de 1951, Nº17322, p.1

107
Durante este período fueron frecuentes, entre los actores anticomunistas, las
descalificaciones de los enemigos políticos haciendo uso del epíteto comunista, para
promover la idea de que impulsaban algún tipo de complot con ayuda del régimen soviético
o para vincularlos a una identidad extranjerizante. No fue el caso de la Iglesia, durante el
período de mayor conflictividad con el régimen justicialista evitó hacer publicaciones que
se refirieran la situación nacional y aun así, el diario católico El Pueblo, el único periódico
no peronista que había hecho una crónica favorable del 17 de octubre, fue cerrado en enero
de 1955 (Rouquié, p.106).
El discurso anticomunista sirvió para oponerse a la Iglesia Católica. El peronismo
no tuvo dificultades en identificar a la Iglesia Católica como un organismo
internacionalista, agregándole la categoría de agente extranjerizante. Esto le permitió a
Perón, apelar a la Ciudad del Vaticano como un símil de Moscú, en tanto la religión
católica emanaba desde un Estado independiente y adquirió un carácter “infiltrante” al
asumir posiciones en la política nacional.
Por medio del titular “el pueblo condena el complot de la reacción y sirvientes de la
oligarquía”207, señalamos que la intencionalidad por parte del peronismo es distinguir por
un lado, al pueblo como un agente monolítico que defiende los intereses justicialistas, en
contraposición de la Iglesia, que se manifiesta como un organismo reaccionario en tanto le
sirve como aliado a la oligarquía. La particularidad de esta publicación es que La Época
señala al enemigo político a partir de la denuncia de un complot “Clerical-Radical-
Comunardo”, cuya “acción perturbadora, dirigida por clérigos y frailones, motivaron
recientes incidencias callejeras y cometieron atentados criminales”. Si bien durante el
primer peronismo, el tópico de la conspiración estaba condicionado por la participación
política de elementos de izquierda como el radicalismo intransigente, socialismo y
comunismo; durante el período de mayor conflictividad entre Perón y la Iglesia, fue
frecuente esta caracterización en tanto la prensa peronista buscaba negar la identidad
nacional tanto de la Iglesia como de sus instituciones y adherentes durante los períodos de
movilizaciones. Este tipo de acusaciones tenían como propósito vincular a la Iglesia
Católica con el comunismo208 para asignar a la Iglesia algunas características del discurso

207
La Época, martes 10 de mayo de 1955, p.3
208
Democracia, “todo el país condena la acción terrorista clerical”, Año XXXIX, Nº 3363, p.2. En ella señala
que “los clericales y sus socios de hoy los radicales comunizados; los socialistas traga obispos de ayer y los

108
anticomunista clásico. Ejemplo de esto es la negación de la identidad clerical de los
manifestantes de las movilizaciones eclesiásticas, quienes estaban “disfrazados de católicos
y eran contrarios a la doctrina de Jesús”209.
Estas denuncias, en tanto se refieren a la Iglesia como un agente disruptor de la
unidad nacional, provenían específicamente de la matriz nacionalista del anticomunismo.
Para el oficialismo, la Iglesia no sólo luchaba contra el peronismo, sino que pone en marcha
un complot con el elemento más extranjerizante dentro de la izquierda: el comunismo.
Según la prensa peronista, la Iglesia Católica abandonó su postura de conciliación de
clases; y es durante el período de mayor conflictividad con el régimen justicialista cuando
empieza a promover la lucha de clases desde una vertiente internacionalista al señalar que:
“cada Estado que cobijó a la Iglesia debió defenderse dramáticamente de sus
avasallamientos […] y esta al considerarse a sí misma como Estado, peleará con uñas y
dientes para no ceder terreno” (Democracia, 1 de mayo de 1955, p.7) siendo una lucha
que, según Democracia, la Iglesia lo interpretó bajo la consigna “El Estado o nosotros”.
La presente publicación señala, que el agente infiltrante dentro de la Argentina es la
agrupación Acción Católica Argentina 210 quienes “En las reuniones, en nombre de la
religión, despotricarán contra la Argentina, contra el gobierno y contra Perón ¡y piensan
hacerlo en toda América!”. Esta acción, según el periódico Democracia también fue
denunciada por el tradicional periódico conservador El Mercurio de Santiago de Chile211,
quienes dejaron al descubierto un supuesto “plan de infiltración” con ayuda de los
comunistas:
“La red internacional de la Iglesia se agita en estos momentos contra la Nueva Argentina
mientras aquí conspira, agravia al gobierno, coloca bombas y mata, y hasta busca alianza en los
comunistas con tal de alimentar la esperanza de derrotar al Estado.”


comunistas prontos al aprovechamiento de todas las circunstancias, que nada de lo que tramen contra el
orden y el peronismo ha de quedar impune y que les conviene no enardecer al pueblo”.
209
La Época, Martes 10 de mayo de 1955, p.1
210
Sobre la postura de Democracia frente a Acción Católica como el enemigo político dentro del ámbito
local, la línea editorial de Democracia, deja en evidencia algunos aspectos de su plan de infiltración: “que
extiende la conspiración a todas las naciones y como desde hace siglos vienen haciendo los clericales,
escudándose en el nombre de Dios, Rezaban una plegaria por la Iglesia Crucificada en la Argentina”.
211
Según Democracia, en aquella instancia Acción Católica hizo un llamado a todos sus seguidos de
América, “pidiéndoles que el 25 de mayo, Festival (?) nacional de Argentina, se realice en toda América el
día de plegarias por la Iglesia crucificada de Argentina”, Ibíd.

109
Con todo lo anterior, señalamos que durante el conflicto Iglesia Católica-Perón de
1955, el discurso anticomunista de matriz nacionalista logró tener una nueva funcionalidad.
El problema del internacionalismo puede ser entendido al caracterizar a la Iglesia Católica
bajo premisas del anticomunismo tradicional, es decir, como la negación de la identidad
clerical o la caracterización de esta como un agente extranjerizante en la medida que
promovía las ordenes de la Ciudad del Vaticano. Si bien el discurso anticomunista peronista
reconocía a la militancia comunista como el enemigo interno, que promovía la infiltración
dentro de los conflictos gremiales. Acción Católica Argentina se posicionó en el lugar que
ocupaba la militancia comunista. Fueron caracterizados como agentes internacionalistas
que promovían la lucha de clases dentro y fuera de la Argentina.

Consideraciones finales
El anticomunismo operó en el discurso fundacional del peronismo para consolidar el frente
entre las fuerzas principales que lo apoyaban: la Iglesia, los militares, las oligarquías
provinciales y los trabajadores. La funcionalidad del discurso anticomunista inicial se
manifestó en términos de autoritarismo-verticalismo. Durante los años 40’ el discurso
anticomunista fue un argumento favorable a la unión nacional y a la eliminación de la lucha
de clases como instrumento de la acción estatal, en los años 50’ adquirió una nueva
funcionalidad en la medida que fue utilizado como epíteto descalificador entre los actores
anticomunistas.
A lo largo período 1951-1955 reconocemos la presencia de una nueva funcionalidad
del anticomunismo, distinta de la reconocida a partir de los comicios del 24 de febrero de
1946. Sobre la manera en que opera, hemos sugerido que sirvió para evitar asumir que
existían tensiones en tres arenas de conflicto: los asuntos gremiales, la política exterior y el
problema Iglesia-Perón. En el primer momento dimos cuenta que durante los ciclos de
huelgas encontramos algunos elementos de continuidad entre el anticomunismo de 1951 y
el que proviene de las elecciones presidenciales de 1946, de esto señalamos la presencia de
posturas anticomunistas clásicas de carácter nacionalista, como el problema del
internacionalismo y el de la infiltración. Lo interesante de este punto es que durante los
períodos de mayor conflictividad en el ámbito gremial, el anticomunismo peronista operó
bajo la lógica de evitar asumir que existían tensiones entre capital y trabajo. Sin embargo,

110
las posturas de las confederaciones justicialistas hicieron referencia al problema de la
infiltración en términos prácticos, puesto que percibían el problema de la penetración
comunista dentro de los gremios de orientación peronista.
En el plano de la política exterior, el discurso anticomunista si bien fue constante
durante el peronismo en la medida que denunció en el plano local la puesta en marcha de
iniciativas frentistas como los Congresos por la paz, puede entenderse a través las
pretensiones de Perón por acercarse al bloque occidental, por dos factores: por un lado, para
poner en marcha un plan de modernización económica en que Estados Unidos parecía ser el
único país capaz de ayudarlo, y por otra parte, para mostrarse triunfal frente a la lucha que
tuvo a lo largo de su gobierno con Norteamérica.
Por último, en lo que concierne al conflicto Iglesia-Perón212 podemos decir que la
funcionalidad del anticomunismo se resume en dos aspectos. Por un lado en el hecho de
que el peronismo denunció a la Iglesia Católica por poner en marcha planes de infiltración
dentro de América Latina, y junto a ella el comunismo parecía ser su aliado. Esta
asimilación nos permite inferir que la intencionalidad del justicialismo fue ante todo
denunciar a la Iglesia bajo los códigos del anticomunismo nacionalista-clásico: el problema
de la infiltración y el carácter internacionalista. Con esto queremos decir que la pugna entre
la Iglesia y Perón se resume en la lucha por quién es mejor anticomunista en la medida que
ninguno de los dos hacían referencias a fenómenos históricos concretos.





212
El conflicto Iglesia-Perón, como ya habíamos señalado, se caracterizó por la redefinición del enemigo
político a partir de la creación de alianzas –ficticias o no con el comunismo–. Para el caso de la postura de la
Iglesia frente al peronismo, cabe destacar el posicionamiento de Gustavo Franceschi, quien en su retórica no
hacía alusión a un supuesta alianza entre Perón y los comunistas. Si bien asimilaba al peronismo como una
dictadura, no la comparaba con el régimen soviético; sino que acudía a la relación peronismo-totalitarismo
haciendo énfasis a las dictaduras fascistas europeas. Ejemplo de esto es su postura frente al discurso de Perón
al señalar que “la oratoria de Perón se parecía mucho más a la de Hitler que la de Mussolini” en Criterio,
“¡Libertad!”, 13 de octubre de 1955, Nº1245, Año XXVIII, pp.723-725. Sobre este tema Olga Echeverría
(2017, pp. 14-16) destaca que Franceschi concebía al nazismo como un mal mayor frente al fascismo. Para
Gustavo Franceschi el fascismo de Mussolini representaba un tipo ideal de totalitarismo salvo porque
“consideraba al catolicismo por su utilidad y no por su verdad, haciendo alusión cuando el Estado fascista se
abatió contra Acción Católica italiana en 1931. El nazismo como fenómeno específico, despertó más crítica
en sus planteos por su estatismo desmedido, su anticristianismo y su paganismo. No dudaba en señalar que era
una representación acabada del totalitarismo materialista.

111
Conclusiones

Como señalamos desde un principio, el anticomunismo durante el peronismo fue un


fenómeno que no se explica únicamente con la premisa de un “anticomunismo sin
comunismo” 213 ni por el hecho que el antipopulismo consumía el grueso de las
preocupaciones de los grupos nacionalistas de derechas. El justicialismo reconfiguró la
lógica del anticomunismo otorgándole una impronta nacional-populista. Si en las décadas
del 20’ y 30’ los nacionalistas reaccionarios, las derechas y la Iglesia denunciaban a los
militantes comunistas haciendo eje a la cuestión nacional, donde la figura del inmigrante
estaba en el centro de sus preocupaciones; en el anticomunismo peronista la impronta
antiinmigrante no operó en la re-definición del sujeto comunista.
Sobre esa línea, el anticomunismo peronista no sólo se conjugó como una campaña
de persecución contra el PCA214, sino contra una entidad fantasmática, inabarcable y a la
vez omnipresente215. El análisis del anticomunismo peronista nos permite interpretar que
fue un argumento favorable a la unión nacional en tanto le permitía al justicialismo, en
distintos momentos, estigmatizar a la oposición argumentando que esta se encontraba fuera
de la nación.
En la presente tesis decidimos omitir algunas cuestiones puntuales sobre la derecha
peronista, particularmente sobre el grupo de choque la Alianza Libertadora Nacionalista216


213
Como señalamos a lo largo de la tesis, el Partido Comunista Argentino fue una fuerza política irrelevante
durante el peronismo, por ende podríamos decir que la dimensión preventiva del anticomunismo excedía las
propias intensiones del PCA (Bohoslavsky, 2016)
214
En términos prácticos el anticomunismo siguió operando durante el peronismo. La prensa clandestina del
PCA denunció una serie de persecuciones, torturas, despidos arbitrarios y la aplicación de la Ley de
Residencia 4.144 (Gilbert, p.178). También está el caso del estudiante de química y militante comunista
Ernesto Mario Bravo quien había sido secuestrado y torturado durante el peronismo por la policía federal
(Larraquy, 2000). El caso más emblemático fue el asesinato del médico rosarino y militante comunista Juan
Ingalinella, mientras lo picaneaban policías de su ciudad, el 17 de junio de 1954. (Furman, p.20)
215
Esta expresión de Bohoslavsky y Vicente (2014, p.9) que da cuenta de las mutaciones del anticomunismo
en la década del 60’, puede ser utilizada para explicar el caso del anticomunismo peronista. Creemos que bajo
la lógica del “anticomunismo sin comunismo”, en tanto el PCA fue una fuerza política irrelevante para el
peronismo, el discurso anticomunista en dicho contexto adquirió una dimensión preventiva. Entre algunos de
los usos del anticomunismo peronista resaltamos, en una primera instancia, para desacreditar a la Unión
Democrática, para evitar sostener que existían tensiones en el ámbito gremial y, al hacer uso del epíteto
“comunista”, le permitía a Perón asociar a sus adversarios políticos como agentes extranjerizantes
216
En términos ideológicos La Alianza Libertadora Nacionalista al igual que el peronismo se nutrió de un
nacionalismo populista y estatista, sin embargo tuvo una retórica mucho más radicalizada ya que no perseguía
como objetivo central producir reformas sociales palpables, sino instaurar un régimen totalitario (Furman, pp.
127-129)

112
por dos aspectos: por un lado, elegimos las expresiones de mayor representatividad del
peronismo 217 y por otra parte, más allá que resulte una obviedad afirmar que esta
agrupación se enfrentaba frecuentemente con los militantes comunistas (Furman, p.186), ha
sido un tema de interés para investigaciones que proponen verificar puntos de continuidad
entre la derecha peronista y la Triple A218.
En el presente trabajo los usos del anticomunismo tuvieron diversos propósitos de
acuerdo a los tres momentos seleccionados. Para el caso de las elecciones del 24 de febrero
de 1946 preferimos hablar de tópicos antes que de un fenómeno en sí, puesto que no
estamos hablando en un sentido práctico, sino más bien de imágenes y representaciones,
que pese a la continúa represión policial al PCA, no excedieron del plano de lo ideológico.
En dicha instancia, la prensa peronista usó el anticomunismo, como un argumento
favorable a la unión nacional en tanto le permitía agregar un componente identitario a la
dicotomía “Braden o Perón”, de ese modo reafirmaba el argumento justicialista de la
“Patria y la antipatria” en la medida que posicionaba al comunismo –y a los partidos
tradicionales que formaron parte de la Unión Democrática– en el bando contrario.
En lo que concierne al período 1946-1949 las representaciones anticomunistas de
los periódicos peronistas, pese a que a momentos Democracia hacía alusión a la prédica
liberal del anticomunismo219, la mayoría de estas invocaciones no tenían discrepancias
entre sí, puesto que coincidían con la matriz nacionalista del anticomunismo. Durante estos
años fue frecuente la crítica de los Frentes Populares en tanto el peronismo percibió a la
Unión Democrática como expresión de esta estrategia.
En este período las expresiones anticomunistas, tanto de la Iglesia Católica como
del peronismo, proliferaron en dos momentos: la reanudación de las relaciones comerciales
con la Unión Soviética y las disposiciones del XI Congreso del PCA. Sobre el primero es
preciso señalar que aun cuando el peronismo argumentaba a favor de reactivar el comercio
bilateral con la URSS, la Iglesia se oponía sosteniendo que el peronismo carecía de

217
La representatividad de la Alianza Libertadora Nacionalista fue casi nula. Sobre un total de 304.854 votos
obtenidos en la Capital Federal por la fórmula presidencial Perón-Quijano en febrero de 1946, la Alianza le
aportó 20.837 votos que no alcanzaron para colocar siquiera a un diputado nacional. La ALN totalizó a nivel
nacional 28.320 votos, un 0,99% del total. (Furman, p.210)
218
Sobre esta línea de estudios véase Besoky (2016) en dicha investigación el autor propone entre los
antecedentes de la derecha peronista que combinaba elementos provenientes del nacionalismo tradicional con
el nacional-populismo de Perón.
219
Probablemente estas invocaciones tenían que ver con la postura del director del periódico Manuel
Molinari, quien le daba un tono liberal-progresista.

113
contenido doctrinario y ese espacio podría ser usado por una ideología foránea. Asimismo,
la Iglesia Católica denunció el accionar del PCA luego del XI Congreso, en que los
sindicatos comunistas fueron disueltos para que pasaran a las filas del peronismo,
denunciando el problema de la infiltración gremial. En esa línea, la Iglesia interpretó estos
dos momentos como factores de continuidad en el marco de un plan de infiltración
soviético en la Argentina. El peronismo, por otro lado, justificó las relaciones bilaterales
con Rusia220 sosteniendo que estas serían periódicas y puntuales, destacando un criterio de
prescindencia política interna, por ende no tuvo problemas en evidenciar las disposiciones
del XI Congreso como un plan de infiltración comunista.
En relación al último capítulo que da cuenta del anticomunismo durante el período
1951-1955, podemos identificar tres ejes, política local, política exterior y el conflicto con
la Iglesia. El primero de ellos da cuenta de dos huelgas: la ferroviaria y la metalúrgica. En
ellas corroboramos que el discurso anticomunista se potenció durante las coyunturas
críticas de la conflictividad sindical; y el hecho de responsabilizar a los comunistas de las
huelgas le permitía al gobierno evitar admitir que existían tensiones entre los sindicatos
peronistas y su respectiva dirección.
En lo referente al eje de política exterior podemos ver que el discurso
anticomunismo operó como un taparrabos para que Perón pudiese hacer sus pedidos
comerciales, inversiones y maquinarias, a Estados Unidos. En consonancia con este
posicionamiento, la prensa peronista veía con buenos ojos la clausura de los periódicos
comunistas estadounidenses producto de la histeria macartista; y la denuncia de actividades
frentistas convocadas por comunistas, como fue el caso del Congreso por la Paz.
Por último, el conflicto con la Iglesia mostró una nueva funcionalidad del
anticomunismo. En esta instancia se manifestó como un epíteto descalificador entre
anticomunistas en tanto el peronismo caracterizaba a la Iglesia Católica como una
institución disruptora del orden nacional de carácter foránea. Asimismo promovía la
negación de la identidad católica al sostener que sus adherentes, como el caso de Acción
Católica, no eran auténticos católicos tras denunciar que realizaban actos subversivos junto
con los comunistas.


220
En el contexto de justificar su acción por reactivar las relaciones comerciales con la URSS, la prensa
peronista prefería referirse a “Rusia” antes que la “Unión Soviética”.

114
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fenómeno peronista, 1ª ed. 4ª reimpresión, Editorial Universitaria de Buenos Aires,
EUDEBA, Buenos Aires, 2014
• Silvia Ospital, María, Inmigración y nacionalismo: La Liga Patriótica y la
Asociación del Trabajo (1910-1930), Centro Editor de América Latina, Buenos
Aires, 1994
• Testa, Roberto, “¿Debe cambiar de táctica el socialismo? Pp.35-37, Encuesta la
Claridad, Editorial Claridad San José 1641, Buenos Aires 1933. Fondo Dardo
Cúneo (Fondo DC). Archivos y Colecciones Particulares. Biblioteca Nacional de la
República Argentina, caja 36
• Torre, Juan Carlos, Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo, Siglo XXI
Editores, Buenos Aires, 2012
• Torre, Juan Carlos, La vieja guardia sindical y Perón, Ediciones ryr, Buenos Aires,
2014 [1990]
• Visacovsky, Nerina, “Las escuelas obreras judías y el anticomunismo de Matías
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Latinoamericano, Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional
de Córdoba, agosto de 2007, disponible en
http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/visacovsky2.pdf
• Zanatta, Loris, Del estado liberal a la nación católica: Iglesia y Ejército en los
orígenes del peronismo: 1930-1945, 1ª ed. 2ª reimpresión, Editorial Universidad
Nacional de Quilmes, Bernal, 2005
• Zanatta, Loris, La internacional justicialista. Auge y ocaso de los sueños imperiales
de Perón, Traducido por: Carlos Catroppi, Editorial Sudamericana, Buenos Aires,
2013
• Zanatta, Loris, Perón y el mito de la nación católica, Iglesia y Ejército en los
orígenes del peronismo (1930-1946), Editorial Universidad Nacional de Tres de
Febrero, Buenos Aires, 2013

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Fuentes
• Acta del Segundo Congreso Ordinario de la CGT realizado del 15 al 18 de
noviembre de 1942, disponible en CEDINCI
• (COASI) Periódico del Comité Obrero de Acción Sindical Independiente),
1952-1955
• Criterio, 1946-1955
• Democracia, 1945-1955
• El Laborista, 1946-1955
• El Pueblo, 1946-1955
• La Época, 1945-1955
• La Prensa, 1951-1955
• La Vanguardia en el exilio, 1954-1955
• Semanario CGT, desde enero de 1943 hasta diciembre de 1943, disponible
en Biblioteca CGT

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