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La naturaleza
del franquismo
Sergio Vilar nació en Valencia en el año 1935.
En 1974 se doctoró en sociología ante un jurado
compuesto por Nicos Poulantzas, Guy Hermet y
Pierre Sorlin, por la Universidad de Paris-
Vincennes. Es profesor de sociología política en
la Universidad de París-Sorbona. La obra que le
ha dado más popularidad hasta el presente es
quizá Protagonistas de la España democrática:
la oposición a la dictadura (1969), que ha sido
traducida al francés, al italiano, al alemán y a
otras lenguas. Otras obras suyas son: Manifiesto
sobre arte y libertad (1964; ed. norteamericana,
1962), El poder está en la calle (1968), que fue
secuestrada, Cuba, socialismo y democracia
(1973). Su libro La naturaleza del franquismo
—que constituye su tesis doctoral— saldrá a la
luz simultáneamente en francés y en castellano.
En la actualidad está preparando su doctorado
en ciencia política con una tesis que le dirige el
profesor Maurice Duverger: Analyse comparative
des systèmes politiques de l'Argentine et du Bré-
sil 1940-1976. Periodista en activo desde 1956,
Vilar ha reemprendido sus colaboraciones en la
prensa española después de ocho años de forzado
silencio (El País”, de Madrid, “Avui” y “Mundo
Diario”, de Barcelona, etc.).
LA NATURALEZA DEL FRANQUISMO
Sergio Vilar
“LA NATURALEZA
DEL FRANQUISMO,
ediciones penínsulaO
Este libro es la versión castellana hecha por su propio autor
de la tesis doctoral en sociología presentada en la Universidad
de París-Vincennes en 1974 bajo la dirección del profesor
Nicos Poulantzas.
.V47
co Py |
Introducción
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de las clases sociales —o de sus representantes polí-
ticos— en la ordenación del consenso popular.
Son coyunturas, a veces prolongadas —y en todo
caso demasiado largas— durante las cuales se mani-
fiesta o/y se desarrolla la tendencia a la dominación
dictatorial, a la opresión y a la represión de un bloque
clasista contra otro.
La mayoría de dictaduras se fundaron en la hiper-
trofia sublevada del núcleo central de todo Estado
(feudal, moderno y de la más plena contemporanei-
dad): las fuerzas armadas. Hoy, más de la mitad de
los Estados mierabros de la ONU son dictaduras mili-
tares, con una u otra variante, con uno u otro matiz.
Los sistemas dictatoriales también suelen producirse
mediante fenómenos políticos híbridos, esto es: por
la articulación de una parte del ejército a grupos en
los que la ideología fascista es decisiva.
Ahora bien, dictadura militar y Estado de excep-
ción de tipo fascista son regímenes diferentes, ya que
una y otra formación política corresponde a un pro"
ceso histórico distinto. Conviene subrayar desde el
principio esta diferencia, ya que la confusión a ese
respecto produjo y puede volver a producir catástro-
fes prácticas.
No obstante, en un análisis científico en el que se
ponen de relieve las diferenciaciones correspondientes
a unas y otras dinámicas en las luchas de clases, tam-
bién es necesario subrayar inmediatamente las carac-
terísticas comunes que vinculan a tales Estados espe-
cificos: los dos generan una serie de efectos extrema-
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damente semejantes. Es más, en lo que se refiere a
los más graves son los mismos efectos: la monstruosa
destrucción de vidas humanas, la opresión —física e
intelectual— de millones de seres humanos.
Antiguas y nuevas formas de dictadura o de sis-
temas ultraautoritarios proliferan todavía por el mun-
do aplastando a demócratas y a revolucionarios, a
cristianos, a socialistas y a comunistas: a pueblos en-
teros. Incluso ciertas fracciones de la burguesía que,
cuando el proceso fascista o/y militar comenzaba, eran
favorables a esos métodos dictatoriales, porque creían
(o sus representantes políticos, y aquí podríamos po-
ner múltiples ejemplos: desde el Gil-Robles de 1935-
1936, hasta el Eduardo Frei de 1970-1973) que tras la
victoria las fuerzas armadas depositarían el poder en
sus manos, son sectores que, a corto o a largo plazo,
quedan apartados de las instituciones estatales, o cuan-
do menos de sus puestos clave, o están obligados a re-
partir el poder con —y bajo la dominación de— los
jefes del ejército o del partido fascista.
Aunque nos limitemos a las últimas décadas, el
panorama histórico de las dictaduras muestra nume-
rosos —en todo caso demasiados— ejemplos, cada
uno de ellos muy interesante para el análisis político.
Hasta 1974 hemos tenido unos casos próximos, el de
Portugal y el de Grecia, oscilando entre las formas
fascistas, la dictadura y la junta militar. Uno de los
casos más recientes —o más dolorosos— de mezcla
de sublevación militar con una rápida preparación fas-
cista, es el del Chile de Pinochet. Pero son muchas
otras las dictaduras, desde Indonesia a Brasil, desde
Paraguay a Uruguay, etc., con la reproducción dicta-
torial endémica en países como Argentina, que ensom-
brecen la convivencia democrática y lanzan nubarrones
amenazadores en el plano internacional.
Tanto en el área latinoamericana como sobre todo
en la europea, un estudio sistemático de las dictadu-
ras conviene —se trata de una utilidad científica— que
PE 7
a
parta de la investigación en torno a los casos dictato-
riales contemporáneos que se han convertido en ejem-
plos clásicos (hasta tal punto que, ideológica y prác-
ticamente, influyen sobre los regímenes ultraautorita-
rios que se establecen después).
En lo que se refiere al fascismo dominante, y a par-
tir de la etapa de su consolidación en el Estado en
proceso de imbricación a las fuerzas armadas, los ejem-
plos históricos clásicos son Italia (1922) y Alemania
(1933). |
Otro caso clásico (1936-1939), extraordinariamente
específico, entre otras razones por su larga duración,
y actual (hasta la muerte del general Franco, al menos),
es el de España. Aquí, desde la ciencia política obser-
vamos (así como los principales creadores del Estado
español 1936-1975) * que las fuerzas armadas dominan
las etapas constitutivas y de crecimiento del sistema es-
pañol, que durante la primera época muestra a la vez
profundos rasgos clerical-fascistas, en cuya combina-
ción el integrismo medievalizante prevalece.
La larga duración de la dictadura de Franco, sus
particularísimas características; los desarrollos y de-
crecimientos de sus formas ultraautoritarias; las in-
fluencias que durante el primer período recibió del fas-
cismo italiano y del nazismo; la relativa ocultación ul-
terior de tales aspectos y el injerto en el imperialismo
3. El propio general Franco insistió en ello numerosas ve-
ces y de múltiples maneras, verbal y prácticamente. También
sus principales colaboradores. Ejemplos, Ramón Serrano Su-
ñer: «El Ejército siguió siendo la fuerza más importante del
régimen...». «En último término el centro de gravedad, el sos-
tén verdadero del régimen (pese a las apariencias que tonta-
mente nos esforzamos por exagerar) fue y seguiría siendo el
Ejército» (Entre Hendaya y Gibraltar, pp. 78 y 218-219). Ca-
rrero Blanco: «Que nadie, ni desde dentro ni desde fuera,
abrigue la más mínima esperanza de poder alterar en ningún
aspecto el sistema institucional, porque... quedan en último
extremo las fuerzas armadas» (discurso del almirante Carre-
ro Blanco en el Estado Mayor, publicado en el «Diario de Bar-
celona», 25 de abril de 1968).
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americano; el nacimiento de tendencias tecnocráticas
(que en sus proyecciones más agresivas yo considero
como un nuevo tipo de fascismo); sus marchas hacia
adelante (desde 1966) «liberalizantes»; los frenazos
(constantes) de los encarcelamientos y de las ejecucio-
nes; las tentativas —aun en los últimos tiempos— de
un sector de antiguos franquistas de hacer marcha
atrás hacia la situación política de los años 1940; todo
ello es un conjunto de fenómenos que hacen de Espa-
ña un tejido de hechos económicos, políticos e ideoló-
gicos* muy problemáticos, a veces también porque se
encuentran desfasados entre sí.
La continuidad de la dictadura en España a pesar
de las luchas del pueblo español para su liberación,
nos plantea graves cuestiones a todos los demócratas
y a todos los revolucionarios.
La historia y la actualidad de esos problemas es,
pues, evidente y ya justifica este texto. Aunque el cam-
po principal de mi investigación concierne la natura-
leza del franquismo, hago algunos análisis comparati-
vos, referentes a los rasgos fundamentales, con el fas-
cismo italiano (sobre todo) y también con el nazismo.*
De este modo empiezo a poner los fundamentos para
una teorización general sobre los fascismos y las dicta-
duras militares. En este sentido trabajo, además, en re-
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lación con otros investigadores, sociólogos, historiado-
res y científicos de la política, principalmente en la
Universidad de París.
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Fundamentos teóricos
A) PRIMERAS OBSERVACIONES
METODOLÓGICAS
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hacen algunos «historiadores») lo que son hechos prin-
cipales, caracterizándolos como tales de lo que son
sucesos secundarios, poco significativos o de una sig-
nificación que empieza y termina en una coyuntura
(corta). En historia nos interesa sobre todo el estudio
de aquellos acontecimientos constitutivos —y asimis-
mo, por otra parte, transformadores— de estructuras
y de relaciones entre bloques clasistas. Esto es, sobre
todo hemos de investigar las constantes en períodos de
larga duración.
En diversos libros se da también otro fenómeno
A que, junto a la tendencia évenementielle reducida a
sí misma, puede producir deformaciones que van con-
tra el rigor de la interpretación histórica. Se trata de
la tendencia «monografista» centrada herméticamente
en una sola zona de la realidad. La dificultad de resol-
ver este problema radica en que, hasta cierto punto,
tal tendencia es necesaria: las monografías cumplen
con una función imprescindible para entender, en cada
una de sus partes, el conjunto de una formación so-
cial.
Los estudios sectoriales sobre lo E, lo P y lo I asi-
mismo pueden hacerse porque cada uno de esos nive-
les tiene una autonomía relativa respecto a los otros,
pero esos estudios monográficos deben hacerse tenien-
do en cuenta —implícitamente en todo caso y lo más
explícitamente siempre que sea posible—, que existen
interinfluencias entre esas estructuras.
En B son igualmente muchas las obras que caen en
preocupantes deformaciones históricas al limitar los
análisis a una formación nacional aislada. En tales tex-
tos a veces se subrayan como diferenciales aspectos
que son comunes a otros países; o al revés: se preten-
de generalizar hechos que son peculiares de tal nación
en Francia somos muchos los historiadores que damos un
sentido despectivo a ese término al referirnos a aquellos tex-
tos históricos que se limitan a relacionar los évènements (acon-
tecimientos) sin hacerlos pasar por ningún análisis.
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o de tal otra. De tal modo se crean confusiones y asi-
milaciones absurdas. Contra esas aproximaciones erró-
neas al estudio de la historia existe un remedio prac-
ticado cada día por más historiadores, sociólogos y
científicos de la política: el análisis comparativo entre
formaciones sociales a fin de poner de manifiesto las
cuestiones que son específicas y aquellas que muestran
rasgos transnacionales.
En C es preciso desarrollar la teoría política estric-
tamente ajustada a las cuestiones que se desea escla-
recer. La aplicación —o la creación— de conceptos teó-
ricos debe hacerse tomando en consideración las ante-
riores observaciones metodológicas. Porque para diver-
sos historiadores —entre ellos algunos españoles— no
está (¡todavía !) suficientemente claro qué es, por ejem-
plo, capitalismo, o revolución burguesa, o fascismo,
o franquismo (en estos últimos casos la ignorancia es
más grave porque para estudiar lo que son los siste-
mas fascistas no sólo pueden analizarse múltiples do-
cumentos, sino pulsar las propias vivencias, los recuer-
dos colectivos de los fenómenos sociales.
Para quien esto escribe la teoría política es la sín-
tesis de los procesos históricos, o también, dicho de
otro modo: la teoría política no puede ser rigurosa
más que partiendo del estudio del movimiento de la
historia en los niveles que ya he indicado.
En lo económico hemos de clarificar, sobre todo,
las contradicciones entre los capitales agrario, indus-
trial y bancario; los procesos de formación del capital
financiero; el grado de monopolización; y el tipo de
relaciones y de dependencias con el imperialismo.
En lo ideológico no sólo ha de observarse un «siste-
ma de ideas», sino un «conjunto de prácticas materia-
les»? de rituales que se refieren directa e indirectamen-
te a las otras esferas, en especial a los aparatos del
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Estado que son organizadores-difusores (o/y que cum-
plen con funciones de interferencia) de las ideologías
correspondientes a unas y a otras clases sociales.
Lo político (síntesis específica, esto es, con carácter
propio, de los otros niveles, E, I) tiene la primacía en
los procesos de transformación histórica. La práctica
política superdetermina las tensiones entre clases. El
contenido político de la lucha de clases es el elemento
decisivo porque forma, condiciona o cambia el tipo de
Estado. Ahora bien, todo ello no siempre ocurre así.
Porque en unos y en otros países a veces se producen
fenómenos de crisis política, de crisis de dirección he-
gemónica.
B) TRANSFORMACIÓN HISTÓRICA
Y PESO DEL PASADO
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sultados» de las guerras * y cómo, en suma, el peso del
pasado es un grave obstáculo incluso cuando los pro-
gresos económicos son grandes.
La historia no tiene nada que ver con un movi-
miento lineal, cuyas transformaciones se sucederían
por un riguroso orden siempre «progresivo». Las trans-
formaciones no tienen en todo momento un impulso de
«progreso», sobre todo no es así en los niveles político-
estatales, y a veces tampoco en los económicos —y lo
afirmo contra un «sentido común» bastante generali-
zado, pero que no hace análisis concretos de situacio-
nes concretas.
La historia no tiene más que una marcha tortuosa,
extremadamente compleja y de tiempo en tiempo pa-
radójica y llena de antagonismos. La marcha de la
historia no es más que la dialéctica múltiple de las ne-
cesidades y de las libertades, del azar; de la toma de
conciencia (o no, o errónea) de las posibilidades de
desarrollar prácticas sociales coherentes con tales ne-
cesidades; de las determinaciones en última instancia
del desarrollo de las fuerzas productivas y de la pri-
macía que pueden y «deben» tener (pero que a veces
no tienen) las relaciones sociales de producción; de
las violencias —físicas y simbólicas— y de las contra-
violencias; de los sueños (en el sentido de Lenin, en el
¿Qué hacer?), de los deseos, de la realización o de los
proyectos de materialización de las utopías hacia el
futuro y de la presencia de las realidades del pasado
y de su reproducción. A través de todo ello avanzan
las clases sociales, los clanes salidos de ellas, sus in-
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telectuales orgánicos? que vencen numerosas dificul-
tades, objetivas y a veces subjetivas —al tiempo que se
crean otros escollos.
Al final de cada período observamos que los pro-
gresos son relativos, con desfases entre sí y con repro-
ducciones EPI complejas, que llegan hasta la más ex-
trema de las paradojas: que la reproducción a lo largo
de los años «llega» a no ser más que una copia «mo-
dernizada» de los contenidos originarios, especialmen-
te en lo que concierne a los niveles represivos del PI.
De manera general propongo la siguiente síntesis
teórico-histórica tanto para la transición del MPF
(modo de producción feudal) al MPC (modo de pro-
ducción capitalista) (y sus fases concurrenciales y mo-
nopolistas) como para el paso del capitalismo al so-
cialismo:
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a) Nueva hegemonía ligada a las luchas de una
clase fundamental (a veces conseguida con compromi-
sos: pactos, alianzas), o sea, haciendo concesiones a la
hegemonía (política) o a la dominación (económica)
de la antigua clase dominante.
b) Continuación del desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas.
c) Peso EPI del pasado (y tendencia a la repro-
ducción de los contenidos de la antigua ideología do-
minante).
d) Rutinización de la nueva hegemonía (período
relativamente largo y escalonado) con estas etapas:
e) Corrupción de los conceptos hegemónicos.
f) Burocratización —«aristocratización»— domi-
nación.
g) Recuperación (en parte al menos) de la nueva
hegemonía, por las supervivencias de la antigua ideolo-
gía dominante.
h) Reproducción EPI del nuevo conjunto:
Fase 1: articulación.
Fase 11: imbricación.
Fase III: fusión.
i) Nuevos impulsos hacia otra hegemonía partien-
do de otras clases sociales, fracciones clasistas o ca-
tegorías sociales.
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d) Militarización de la E y del conjunto del país.
e) Guerra entre Estados-naciones.
f) Destrucción monstruosa de vidas humanas y de
infraestructuras.
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de sus libros. En El 18 Brumario de Luis Bonaparte,
Marx escribe: «Los hombres hacen su propia historia,
pero no la hacen arbitrariamente, en las condiciones
escogidas por ellos, sino en las condiciones directa-
mente dadas y heredadas del pasado. La tradición de
todas las generaciones muertas pesa con un peso muy
grave sobre el cerebro de los vivos. E incluso cuando
aparecen ocupados en transformarse a sí mismos y a
las cosas, a crear algo de completamente nuevo, es pre-
cisamente en esas épocas de crisis revolucionaria cuan-
do evocan temerosamente los espíritus del pasado.»”
(Es SV quien subraya.)
Dos años después de haber escrito ese libro (1852),
al tratar, precisamente de España, en una serie de artí-
culos publicados en el «New York Daily Tribune»,
Marx amplía tal teorización apoyándola en hechos con-
cretos muy significativos sobre las formas de aliena-
ción ideológica del campesinado y de la burguesía na-
ciente y subordinada a las antiguas formas políticas
de la nobleza (la ideología religiosa feudal entre las
principales). En uno de sus primeros artículos Marx
señala los efectos prolongados de la gran guerra de re-
ligión (pero no sólo religiosa) que fue la Reconquista
(700-1492). Las batallas entre moros y cristianos mar-
caron la Península Ibérica. El autor de El Capital es-
tudia algunos de esos aspectos reproducidos durante
la guerra (llamada) de la Independencia (1808-1813):
«Las épocas más fascinantes y populares del pasado es-
taban envueltas en las tradiciones sagradas y milagro-
sas de la guerra de la cruz contra la media luna.»
Algunos fenómenos de esa primera guerra de reli-
gión se reproducen todavía de manera, implícita y ex-
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plícita, durante la guerra civil de 1936-1939 llamada ofi-
cialmente «Cruzada».
En esos artículos, Marx pone también de relieve el
peso del pasado en la sociedad española del siglo XIX
estudiando la influencia de las formas monárquicas so-
bre el comportamiento del pueblo. La persona del rey
está mitificada: «El rey aparecía en la imaginación del
pueblo como un príncipe de leyenda, oprimido y en-
carcelado por un ladrón gigante.» ?
En suma, los campesinos no seguían los planes re-
volucionarios de los núcleos burgueses, y al final de la
guerra «rara vez ha presenciado el mundo un espectá-
culo más humillante. Cuando Fernando entró en Va-
lencia el 16 de abril de 1814, “el pueblo, preso de un
júbilo exaltado, se enganchó a su carroza y dio a en-
tender al rey por todos los medios, verbal y práctica-
mente, que anhelaba verse de nuevo sometido al yugo
de antaño”; resonaron gritos jubilosos de “¡Viva el
rey absoluto!”, “¡Abajo la Constitucién”».1
No es necesario añadir más ejemplos concretos que
son numerosos en esos artículos de Marx sobre Espa-
ña. En 1854, en el texto publicado el 19 de agosto, Marx
escribe otra teorización general acerca del peso del
pasado que parece una continuación de la tesis escrita
en 1852 en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: A pro-
pósito del general Espartero, hijo del pueblo que em-
pezó su carrera como simple soldado y después aliado
de la burguesía aristocratizada, Marx dice que «una
de las características de las revoluciones consiste en
que, precisamente cuando el pueblo parece a punto de
realizar un gran avance e inaugurar una nueva era, se
deja dominar por las ilusiones del pasado y entrega
todo el poder y toda la influencia que tan caros le han
costado a unos hombres que representan o se supone
que representan el movimiento popular de una época
MADD Ct
10. Idem, p. 55.
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fenecida. Espartero es uno de estos hombres tradicio-
nales a quienes el pueblo tiene la costumbre de alzar
en sus hombros en los momentos de crisis sociales y
de los que después... le es difícil desembarazarse».!!
(Subraya SV.)
Sin embargo, Espartero ya había bombardeado
(1842) uno de los primeros movimientos obreros de
Barcelona, y cuando Marx escribe ese artículo el gene-
ral es primer ministro. Espartero abre la vía a una
constante que se desarrolla hasta Franco (luego estu-
diaremos este caso cuyas diferencias son importantes).
El peso del pasado, y más concretamente las per-
vivencias PI feudal-absolutistas en el capitalismo, pue-
den explicarse por el hecho de que la sociedad burgue-
sa, en sus orígenes, no se opone de manera antagónica
al MPF. En todos los países, en unas etapas u otras, la
burguesía estableció pactos o alianzas con la nobleza.
Las revoluciones burguesas alcanzaron una victoria re-
lativa (la inglesa y la francesa) sobre el «antiguo régi-
men», o fracasaron casi totalmente (la alemana, la ita-
liana y sobre todo la española). Las razones primarias
de tal frustración revolucionaria se encuentran ligadas
a esa falta de antagonismo entre formas de propiedad
(en principio no se pasa más que de una forma espe-
cífica de propiedad privada a otro tipo de propiedad
privada. Los cambios que interesan a la burguesía (du-
rante ese período) son primordialmente de carácter
comercial y técnico, y muy secundariamente (y a veces
de ningún modo) de tipo ideológico y político. Duran-
te largas etapas, las burguesías no hacen más que be-
neficiarse del MPF, lo que significa a la vez que el feu-
dalismo barbariza el desarrollo del incipiente MPC. Al
11. Op. cit., p. 91. Esta tesis de Marx sirve también para
teorizar ciertos comportamientos de sectores de la clase obre-
ra y de la pequeña burguesía italianas y alemanas en los pro-
cesos históricos que llevan a Mussolini y a Hitler al poder.
Pero el fenómeno es distinto, vuelvo a insistir en ello, en cuan-
to concierne a la imposición de la dictadura franquista.
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mismo tiempo las antiguas formas políticas se articu-
lan con las nuevas que nacen débilmente (lo que a
veces, como en el caso español, produce la subordina-
ción de las segundas a las primeras).
Entre Italia, Alemania y España existe una serie de
rasgos comunes fundamentales concernientes a los pe-
ríodos de transición entre tales modos de producción,
así como se producen semejanzas durante la primera
fase de construcción del capitalismo. Algunas de esas
características comunes son: la industrialización tar-
día; el retraso ? en la formación de la unidad nacio-
nal entendida como unidad del mercado interior capi-
talista (este hecho en lo que se refiere a Italia y a Es-
paña, pero al revés en lo que toca a Alemania donde
la unidad económica precede la unidad nacional); el
retraso en la formación del Estado liberal burgués (en
donde se concentra la fuerza de las supervivencias feu-
dales). Estos fenómenos son más graves en la forma-
ción social española a causa del mayor peso retrógrado
de la ideología religiosa y debido a la estrecha asocia-
ción de la religión con las instituciones estatales (cons-
tante que se desarrolla hasta 1960, al menos).
Tales problemas explican las grandes dificultades
en la transformación de las relaciones sociales feuda-
les en relaciones capitalistas, su transformación (lenta)
sólo en parte y la reactivación ulterior de ciertos ves-
tigios absolutistas. Las dictaduras en Italia, Alemania
y España son, en parte, una consecuencia de la lenti-
tud de tales articulaciones y sobre todo un efecto de
la transición sin proceso revolucionario. Al mismo
tiempo estos regímenes son producto del injerto de los
residuos feudales a las formas bárbaras PI del sistema
imperialista.
Las reproducciones del pasado no sólo son implí-
22
citas, sino enormemente explícitas, cuando menos a
través de diversos símbolos y prácticas políticas.
En la Italia de Mussolini, por ejemplo, se lleva a
cabo un espectacular intento de hacer revivir el «im-
perio» (¡el imperio romano!).
En España, las obsesiones por recuperar el pasado
no son menores, desde la organización de múltiples
fastuosidades en torno a un catolicismo de tipo inqui-
sitorial,'* hasta las tentativas explícitas de reconstruc-
ción de un Estado feudal.'*
Los falangistas, los integristas, los monárquicos
(salvo unas pocas excepciones personales), en suma el
conjunto de franquistas, en uno u otro grado, reali-
zan esas prácticas PI en la sociedad española, sobre
todo durante las primeras etapas de la dictadura. Por
23
todo ello, el franquismo no puede ser analizado ni en-
tendido a fondo sin estudiar, como lo hago en los
primeros capítulos, los rasgos fundamentales de los
vestigios de un pasado superdeterminados por la reli-
gión feudal articulada a la institución armada y por
la dominación de tales componentes en la ideología
de una burguesía que se aristocratizó.
24
formación política que les corresponde; que hay clases
(B) que forman en primer lugar el nivel PI para rea-
lizar el E; y otras clases (C) que primero forman el E
y sólo más tarde el PI.
En el primer caso, se crean sociedades bastante ra-
cionales, más armoniosas (lo que de ningún modo
quiere decir que las luchas de clase no se produzcan,
sino que se plantean de otra manera en la que el con-
senso pacífico es más fácil de alcanzar).
El segundo y el tercer caso corresponden a las so-
ciedades en las que los grandes cambios, hacia la re-
volución o hacia la conservación, tienen lugar de ma-
nera mucho más marcada y violenta. En estas forma-
ciones sociales, los bloques de clases en presencia no
están todavía consolidados; en cada uno de ellos ger-
minan numerosas fluctuaciones (internas), lo que hace
que las alianzas entre ellas sean (en esas etapas) dé-
biles y provisionales, por el hecho de que los desequili-
brios entre los niveles EPI, entre las estructuras y las
relaciones, no permiten la organización del consenso.
Es preciso marcar otros matices diferenciales del
tercer caso con relación al segundo, puesto que las
clases burguesas empezadas a señalar en C) ocupan
el lugar principal en este estudio: el problema de las
burguesías españolas (subrayo la pluralidad puesto que
existen núcleos distintos en el interior de España).
La composición de las clases económicamente do-
minantes en España evoluciona lentamente desde los
grandes latifundistas hasta los industriales monopolis-
tas, subordinados sin embargo a los banqueros nacio-
nales e internacionales. Mientras que durante las pri-
meras etapas de la dictadura es todavía el PI de los
terratenientes el que domina combinado con las estruc-
turas integristasfalangistas-militares, sólo en la última
etapa la burguesía industrial empieza a manifestar, y
todavía desde la especificidad determinada por la dic-
tadura (puesto que en ella ha crecido), las caracterís-
ticas políticas de su condición de clase.
25
Esta burguesía industrial (salvo algunos grupos de
Cataluña y del País Vasco) es muy joven, y debe libe-
rarse todavía de algunas actitudes económico-corpora-
tivas, agravadas por su situación dependiente del ca-
pitalismo extranjero, principalmente del norteamerica-
no. Durante más de treinta años, la burguesía españo-
la no se ha expresado políticamente como tal o lo ha
hecho por la boca de una burocracia en autonomía re-
lativa. En la coyuntura de los últimos años, la clase
burguesa española empieza a mostrar algunas tenden-
cias parademocráticas débiles, heterogéneas, inestables,
sin que se concrete una dirección clara hacia solucio-
nes racionales de tipo democrático-liberal. En suma, el
pasado dictatorial pesa aún de manera aplastante so-
bre la burguesía española; su práctica democrática no
es, en la mayoría de los casos, más que una hipótesis
que se esclarecerá en el futuro (por supuesto, conoce-
mos casos personales de burgueses que son plenamen-
te demócratas; aquí hablo de la clase en sus caracte-
rísticas generales predominantes).
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ciencia no sólo de sus intereses económicos, sino tam-
bién de las necesidades de la reorganización constante
del conjunto de la sociedad, teniendo en cuenta una
parte de los intereses de las otras clases, y mostrando
sobre todo la eficacia de su dirección política e ideo-
lógica, coherente con su particular condición clasista.
La burguesía francesa ha sabido desarrollar tal impul-
so hegemónico, a partir de 1789, y en antagonismo con
la nobleza.
La burguesía española se encuentra en el polo
opuesto (subordinación a la aristocracia, a las formas
económicas semifeudales, a las formas políticas reli-
gioso-monárquicas); en suma, la clase burguesa de las
tierras ibéricas, porque se ha mostrado muy poco ca-
paz de ir más allá de sus intereses económico-corpora-
tivos porque no ha hecho su revolución y durante la
dictadura de Franco muestra todavía su irresponsabi-
lidad política, no es una clase social en los tres nive-
les EPI.
Cuando una clase no lucha (a veces ni siquiera en
el nivel económico), y sobre todo cuando no lucha
al nivel PI para construir un nuevo tipo de sociedad,
propongo definirla como una clase inerte.
27
con relación a la clase social que en un principio ellos
representaban auténticamente y que luego, tras haber
pasado por una rutinización, representan más bien «li-
túrgicamente».
La investigación histórica nos demuestra cómo, en
unos y en otros países, durante las acciones para la
conquista del poder las clases sociales forman (a veces
relativamente) sus organizaciones políticas; cómo en
los partidos se crean capas dirigentes; cómo algunos
de esos dirigentes abandonan los métodos auténticos
de dirección para inclinarse hacia la dominación orga-
nizando sus sectores de influencia privada; cómo estos
sectores se transforman en clanes que plantean una
lucha para conservar y ampliar su zona de poder a) en
el seno de su clase y de su formación política, y b)
en el Estado o en algunas de sus instituciones.
En pocas palabras, si como marxista continúo pen-
sando que la lucha de clases es el motor principal de
la transformación histórica, pienso además —y de-
muestro— que la lucha de clases muestra, en el seno
de cada clase, una cierta tendencia a convertirse en
lucha de clanes, sobre todo durante los períodos de
rutinización. Durante estas etapas las acciones intercla-
ses se hacen en provecho de los clanes dominantes. La
lucha de clanes frena, en principio, la lucha de clases.
La lucha de clanes también puede frenarse durante cier-
tas coyunturas y establecer compromisos, lo que pue-
de ser una manera de «olvidar», de ocultar y en suma
de no hacer frente (de manera directa) a la lucha de
clases.
En la España contemporánea, desde el siglo x1x has-
ta nuestros días, las camarillas muestran poderosas in-
fluencias.
Ahora bien, si la lucha de clanes oculta y frena la
lucha de clases, en otras etapas, pronto o relativamen-
te tarde, la lucha de clases acaba desbordando la lucha
de clanes.
28
2. Observaciones sobre la ideología y la hegemonía
29
este caso) es la ideología fascista. Que esta ideología
se encuentre al servicio o sea hábilmente utilizada por
la gran burguesía, no debe disimularnos el hecho de
que los elementos ideológicos del fascismo son típica-
mente pequeñoburgueses (miedo a la proletarización,
culto del Estado, individualismo, corporativismo, culto
de la jerarquía, verborrea «anticapitalista», etc.) y que
es esta ideología dispar la que domina directamente
las masas, aun cuando indirectamente la dominación
se encuentre en el polo ideológico imperialista.”
— Otro caso que contradice la posición teórica sim-
plista (o excesivamente generalizante) de Marx, es la
España de 1936: la burguesía como clase económica-
mente dominante está compuesta por los terratenien-
tes, los banqueros y los grandes industriales y comer-
ciantes. Pero la ideología dominante y hegemónica es
la que impulsa la alianza entre el proletariado revolu-
_cionario y la pequeña burguesía progresista. Ahí exis-
te, en profunda contradicción con la proposición de
Marx, una gran separación entre clases económicamen-
te dominantes e ideología.
Una ideología puede igualmente limitarse al nivel
de la dominación (con fenómeno de alienación); esto
es, cuando no puede organizar por la «dirección inte-
lectual y moral» (Gramsci) el consenso PI, a) entre to-
das las fracciones de las clases dominantes; y b) cuan-
do le resulta imposible organizar el consenso de éstas
con las dominadas. En este caso se encuentra el ele-
mento ideológico-jefe (ver el punto 2.2 de esta parte
de mis fundamentos teóricos) de Franco durante la
primera etapa de la dictadura, en la que A) se mani-
fiestan tensiones entre los falangistas y los monárqui-
cos, y B) las clases económicamente dominadas, prin-
cipalmente sus representantes comunistas, anarquistas
30
y socialistas continúan sus luchas mediante acciones
guerrilleras.
Una ideología puede también ser: A) hegemónica
(limitadamente) por un lado y B) dominante por el
otro, cuando a) dirige el bloque EPI de las clases do-
minantes, pero sigue siendo b) sobre todo dominante
contra la clase obrera, por el hecho de la represión
constante contra las vanguardias de estas últimas.
Esto sucede relativamente durante la segunda eta-
pa franquista, y a título precario, puesto que no se
trata de una ideología en el sentido pleno del concep-
to, sino de un elemento ideológico personal que se «so-
cializa» (ver más adelante) mediante el Estado, y por-
que los subsistemas políticos del franquismo (católico
integrista, falangista, monárquico) continúan reprodu-
ciéndose de manera autónoma. A pesar de ello puede
decirse que el franquismo (primordialmente entendido
como emanación ideológica a partir de la figura del
«generalísimo» con todas sus implicaciones estatales)
es hegemónico para las clases económicamente domi-
nantes, sea cual sea la vinculación de éstas a unos u
otros subsistemas.
Pero para las otras clases, el franquismo y sus sub-
sistemas siguen siendo opresivos y represivos.
Aun existe otro caso más contradictorio de tal te-
sis simplista de Marx. Puede existir una ideología he-
gemónica, sin que llegue a ser dominante, y sin que la
hegemonía se encuentre articulada con la clase que
domina la estructura económica.
Éste es el caso de España durante los últimos años
(1966 - creciendo gradualmente - 1975). La ideología de-
mocrática como nueva hegemonía, difundida por las lu-
chas PI («reconciliación nacional», «pacto para la li-
bertad», «amnistía», etc.) y asimilada voluntariamente
por una gran parte (en desarrollo) de la población (so-
bre todo asalariada), es el contenido principal, en la
presente etapa, de las tesis del PSUC, del PCE, del
PSP, del PSOE, de los católicos progresistas y del con-
31
junto de movimientos democráticos y revolucionarios.
Así, pues, una ideología es también hegemónica
cuando, a pesar de que los subsistemas ideológicos que
la impulsan se encuentran brutalmente dominados
(cárcel, multas, torturas) por la ideología oficial, ésta
(o una parte de ella) por la crisis que atraviesa, se da
cuenta a la vez que no puede sobrevivir más que in-
tentando asimilar poco a poco los contenidos más mo-
derados de tales subsistemas ideológicos.
El franquismo (sobre todo los sectores «evolucio-
nistas») se dio cuenta de que ya no puede dominar
desde el Estado, y mucho menos transformarse en he-
gemonía, si no trata de desarrollar hábilmente un pro-
ceso de integración de tales subconjuntos democráti-
cos, aparta del poder a sus fracciones ultra.
Este proceso histórico comporta, sin embargo, va-
rios elementos confusos que hemos de esclarecer en los
análisis concretos.
32
grado); aceptación de los dogmas establecidos; sacra:
lización del poder político.
3. El culto” al jefe (llámese «Duce», «Führer» o
«Caudillo »).
4. La función de lo que conceptúo como el ele-
mento ideológico-jefe o bien la formación del PI a par-
tir del jefe, sobre todo cuando éste se consolida en el
Estado (véase el punto siguiente de estos fundamentos
teóricos).
La división que acabo de hacer entre tales formas
de conciencia precapitalista es más bien una exigencia
metodológica, a fin de ponerlas de manifiesto con cla-
ridad, que no una división que se produzca a rajatabla
en la realidad; al contrario, tales fenómenos se entre-
tejen a menudo.
A mi juicio existen también formas de conciencia
precapitalista peculiares de las clases dominadas (blan-
quismo, anarquismo terrorista, etc.) que aquí no pue-
do estudiar.
Tales fenómenos se encuentran asimismo desde los
orígenes del Estado de Franco.
2.2. El elemento ideológico-jefe, clave de la formación
de la ideología de las clases dominantes
En la formación de las ideologías fascistas y mi-
litaristas existen elementos personales —ligados al
21. Georges BALANDIER, en Anthropologie politique (trad.
castellana, Ediciones Península), hace un excelente estudio de
este problema, observado en sus perspectivas generales, que,
sin embargo, pueden aplicarse al caso español: «el poder po-
lítico no está nunca completamente desacralizado» (p. 46), «lo
sagrado del poder se afirma asimismo en la relación que une
el sujeto al soberano: una veneración o una sumisión total,
que la razón no justifica, un temor a la desobediencia que
tiene el carácter de una transgresión sacrílega» (p. 117).
sión sacrílega» (p. 117).
22. Recuérdese el significado del término «culto»: «Home-
naje de amor, respeto y sumisión que el hombre tributa a
Dios.»
33
«Duce», al «Führer» o al Caudillo—* que no han sido
estudiados sistemáticamente, y cuyo análisis me parece
decisivo para comprender algunos laberintos de las
prácticas dictatoriales.
Togliatti puso de relieve los contenidos heterogé-
neos * de la ideología fascista, al subrayar sus aspec-
tos cambiantes. Ahora bien, cuando Togliatti habla
del fascismo como «cemento» que sirve para unir y
formar los elementos dispares de los subsistemas ideo-
lógicos de las fracciones de la gran y de la pequeña
burguesía, no tiene en cuenta el fenómeno centraliza-
dor, aspecto que, a mi juicio, desarrolla una función
clave en la organización de tal heterogeneidad.
El carácter abigarrado de esos subsistemas no en-
cuentra su rumbo articulador ni el camino de su de-
sarrollo homogéneo en una abstracción ideológica (el
fascismo), la cual no es más que la «suma» de todo
ello (pero cuyos elementos permanecen autónomos y
podrían seguir dispersándose). Esos elementos se im-
brican y llegan durante algunas etapas a la fusión, pa-
sando de corrientes (fluctuantes) a una formación re-
lativamente sólida, gracias precisamente a lo que pro-
pongo conceptuar como el elemento personal-jefe, gra-
cias al culto que se le rinde, que él y su camarilla im-
34
ponen, debido a que el jefe y los subjefes tienen (arro-
gándose por la fuerza) la capacidad de convertir sus
órdenes en «ideas».
La ideología fascista —hablo en este párrafo espe-
cialmente del caso italiano— no es, de una manera ab-
soluta, algo sistemático y anterior al jefe, sino que,
al contrario, el elemento personal de éste contribuye
decisivamente a su estructuración.
Sabemos bien que este aspecto personal está, por
otra parte, disfrazado y «orquestado», y que detrás de
tales individualidades —Mussolini, Hitler, etc.— se en-
cuentra, en los orígenes, la banda armada, que va trans-
formándose en partido «político» (con la ayuda del
gran capital), en organización polici:ca y en Estado
totalitario. Pero esta conclusión es el resultado de in-
vestigaciones y análisis. Algo muy diferente es la men-
talización y la actitud de las masas impregnadas de
fascismo :por supuesto no «ven» ninguno de los aspec-
tos negativos de tal proceso de formación estatal, ya
que practica esa ideología como una fe —cuando menos
con elevadas dosis de irracionalidad—, o con un fa-
natismo de tipo medieval. Podemos considerarlo así
por los aspectos oscurantistas, tradicionalistas, emoti-
vos y racistas que las masas proyectan en torno a tales
jefes, hasta el extremo de sacralizarlos.
35
sia, sectores de la prensa y de la radio, etc.). La buro-
cracia franquista está compuesta, evidentemente, por
numerosos representantes de la pequeña burguesía y
de otros sectores de trabajadores, pero es un fenómeno
diferente del italiano y del alemán. El proletariado es-
pañol y la pequeña burguesía de las zonas urbanas (so-
bre todo en Cataluña) no sólo no se dejaron «ideologi-
zar» por el franquismo y los subsistemas políticos de
apoyo, sino que lucharon contra ellos (principalmente
en 1936-1939) y han seguido combatiendo hasta la ac-
tualidad, más que ningún otro pueblo, contra las di:
versas versiones de las ideologías ultraautoritarias.
Sin embargo, esos hechos —que demuestran la bue-
na «salud» ideológica de una gran parte de nuestro
pueblo— no han impedido la larga duración de Franco
a la cabeza del Estado, como un nuevo monarca ab-
soluto, incluso contra la voluntad, en unas etapas o/y
en otras, de diversos representantes y núcleos de los
subsistemas políticos que le llevaron al poder. De ahí
que sea necesario recordar analíticamente los conteni-
dos de tales corrientes políticas y el proceso histórico
durante el cual se manifestaron, para observar la parte
fundacional que cada una de ellas ha tenido en la for-
mación del franquismo. Ello nos permitirá estudiar
después la función del elemento ideológico-jefe en los
procesos de
36
neutra, al margen o por encima de las contradicciones
clasistas. El Estado es un resultado de la lucha de
clases, y en el seno de cada institución se reflejan y
se reproducen las relaciones de poder, aunque desde
él domine una determinada clase. El Estado concentra,
representa y a veces acentúa las divisiones sociales.
Ya he indicado que la falta de transformación re-
volucionaria del Estado feudal en Estado capitalista
democrático es un rasgo común fundamental entre Es-
paña, Alemania e Italia. Ahora bien, mientras en Ale-
mania se hace una especie de «revolución por arriba»,
y en Italia se hace una «revolución pasiva» (Gramsci)
en la cual la burguesía establece compromisos con los
grandes terratenientes, en España la serie de acciones
revolucionarias desembocan en el fracaso. Las burgue-
sías españolas se alían con la nobleza, y acaban su reor-
ganización en la monarquía absoluta «modernizada»
(1875). Y cuando la monarquía no puede por sí misma
contener las fuerzas sociales, los burgueses la apunta-
lan con las fuerzas armadas. Los burgueses agravan
su crisis política, de falta de hegemonía, organizándose
en el ejército como un «partido de nuevo tipo»: prime-
ro, la dictadura del general Primo de Rivera (1923-
1930), luego la dictadura de Franco (1936-1975).
En ese panorama histórico observamos que la cons-
tante en el Estado español es la predominancia de los
clanes y de las camarillas estrechamente vinculadas al
jefe. Tal burocracia muestra con frecuencia una auto-
nomía acentuada respecto a las clases económicamen-
te dominantes, aunque sin entrar en contradicción con
sus intereses fundamentales.
El elemento ideológico-jefe constituye, como he em-
pezado a poner de relieve en los anteriores análisis, el
factor decisivo de la articulación de los subsistemas
políticos; al mismo tiempo, tal elemento personificado
en el «Caudillo», se desarrolla, en ósmosis caracterís-
ticas con dichos subsistemas, como una nueva ideolo-
gía «superior» (o general, o bien sistema de sistemas)
37
para cuantos se consideran «vencedores» al fin de la
guerra civil : la ideología franquista, el franquismo cuyo
aspecto principal es una concepción patrimonial (pri-
vada) del Estado.
En efecto, tal elemento ideológico-jefe juega un pa-
pel determinante desde los aparatos estatales y pri-
mordialmente en cuanto se refiere a la formación de
categorías sociales «reinantes» (en tanto que clanes,
camarillas y burocracia) del régimen.
Ahora bien, es muy importante observar con clari-
dad —y con los siguientes análisis voy a «terminar»
(provisionalmen:e, se entiende) estos fundamentos teó-
ricos de introducción a la naturaleza del franquismo—
la forma en que ese elemento «socializa» su influencia
PI en la sociedad y en el Estado. El primer punto des-
tacable es que tal «socialización» no cumple su función
más que al nivel primario. O sea: podemos considerar
que su influencia es «social» puesto que tal elemento
hace intervenir numerosas personas en las relaciones.
Pero la intervención de esas individualidades se carac-
teriza por una actitud primitiva-infantil, esto es: por la
obediencia (sacralizada) al jefe y a los subjefes.
Dicho de otro modo: el elemento ideológico-jefe
produce, directamente o/y a través de efectos comple-
jos, la personalización de las relaciones PI % sobre todo
a medida que se acercan al dominio % ultrarreservado
38
del «Duce», del «Fiihrer» o del «Caudillo»: el Estado.
Mientras en la sociedad civil el franquismo funcio-
na como ideología relativamente dominante, y desde
este punto de vista la consideramos ideología «supe-
rior» a la par que eje organizador de los subsistemas
políticos, cuando los franquistas avanzan en la aplica-
ción de la ideología a la política estatal, los contenidos
y las formas sociales se reducen cada vez más. Y al
mismo ritmo crecen de manera más evidente los ele-
mentos personales de las relaciones PI.
En todo caso, bajo la dictadura no hay actividad
política (incluso cuando la «política» está limitada al
plan administrativo de los altos funcionarios) sin que
tal actividad pase por uno u otro tipo de desarrollo
de las relaciones PI personalizadas, incluso en las es-
feras más elevadas * (con uno u otro aspecto litúrgico
en el culto al jefe).
La personalización se produce a través de los «sub-
caudillos» de unos u otros clanes del sistema, en depen-
dencia directa con la supercamarilla de Franco, e in-
cluso a menudo directamente con el propio general, sin
intermediarios. Sea como sea, las camarillas de los
«subcaudillos» no actúan nunca contra las normas ex-
plícitas o implícitas del dictador (y esto es una realidad
39
no sólo durante la primera etapa, sino en todo el pe-
ríodo del franquismo).
La personificación de las relaciones PI es también
un efecto producido por las superestructuras típicas
desde las que principalmente se propagan los elemen-
tos ideológico-personales; es decir, la personificación
se acentúa debido a los suplementos de ideología auto-
ritaria secretados por las instituciones más jerarqui-
zadas que existen: la Iglesia y las fuerzas armadas.
Estos fenómenos, aun cuando agravados en Espa-
ña, se encuentran también en otras sociedades, particu-
larmente en la Italia de Mussolini y en la Alemania
hitleriana.
I. La formación capitalista
1. Proposiciones teóricas
41
más avanzada; así ocurre, principalmente en ciertos
grupos (minoritarios) de burgueses y de militares que
impulsan movimientos revolucionarios a fin de estable-
cer la sociedad capitalista, movimientos que fracasan
debido al peso que el feudalismo tiene todavía en la
Península Ibérica de ese tiempo.
42
ma presenta diversas dificultades: A) la prolongación
de las formas de propiedad feudal, con sus redes de
efectos jurídicos y políticos; B) los efectos de esos
fenómenos en los proyectos de formación de Estado
capitalista; C) las guerras civiles. |
Podemos y debemos añadir otra dificultad, de tipo
subjetivo: que el conjunto de aristocracias y burgue-
sías no se enfrentan coherentemente con esa suma de
problemas complejísimos.
En lo que se refiere a las transformaciones de la
propiedad feudal de la tierra en manos de la Iglesia,
la burguesía (asociada a la nobleza) no empieza a ha-
cerlas más que a partir de 1837. Pero una de las razo-
nes determinantes para realizar la primera desamorti-
zación no es económica: tienen que vender las tierras
para poder pagar los gastos militares que se crean du-
rante la primera guerra (1833-1840) por motivos dinás-
ticos entre carlistas y «liberales» (burguesías aliadas
a la aristocracia partidaria de Isabel IT).
Tal primera transformación de la propiedad feudal
tiene, en principio, un sentido progresista (aunque más
bien formal) de paso del MPF al MPC. Pero esas bur-
guesías aristocratizadas, acostumbradas a la fácil ex-
plotación de las colonias de América, reemprenden con
la nobleza la tarea de colonización de España misma,
primero ellas solas, luego en colaboración con el capi-
tal financiero internacional (lo que ha ido acentuán-
dose hasta 1976).
La propiedad eclesiástica de las tierras pasa, en
efecto, en gran parte a manos de burgueses. Éstos au-
mentan el precio de los arriendos pero en general ha-
cen muy pocas inversiones en el sentido capitalista del
término, apenas introducen nuevas técnicas ni se ocu-
pan de la organización comercial.
Con esa desamortización, la burguesía asesta, con
el acuerdo de la nobleza, un primer golpe contra el
poder feudal de la Iglesia (golpe del que se repondría),
la cual mostraba oscilaciones PI muy favorables a los
43
carlistas-integristas sublevados. Pero la burguesía deja
en manos de los nobles los grandes dominios que po-
seen desde la Reconquista.
Ahora bien, si en España las burguesías ascenden-
tes en el seno del feudalismo tienen, como rasgo co-
mún principal, un carácter comercial, en el momento
de empezar la industrialización se manifiestan diferen-
cias notables. Es la burguesía catalana la primera que
comienza a mostrar una cierta conciencia de clase apli-
cada a la producción, poniendo progresivamente las
bases de una industria textil, que constituye la única
industria nacional (no sólo nacional catalana, sino na-
cional española, puesto que es la estructura industrial
que se encuentra exclusivamente en manos de una de
las burguesías de España).
Pero una cierta artesanía domina tal empuje indus-
trial; y estas formas industriales rudimentarias, desde
las más primitivas hasta el telar tradicional unifami-
liar, no empiezan a desaparecer más que hacia la se-
gunda mitad del xx. Ahora bien, a pesar de la desa-
parición de los aspectos artesanales, el carácter fami-
liar de esta industria —la mayoría: pequeñas y me-
dianas empresas— es una constante de Cataluña hasta
nuestros días (las grandes empresas, como por ejemplo
la SEAT, no son consideradas catalanas, puesto que
pertenecen a capitales extranjeros o a capitales esta-
tales —o a la combinación entre ambos).
En resumen, el proceso de industrialización que
observamos en España a lo largo de la primera mitad
del xIx muestra numerosos residuos de formas feudales
cuando no su simple preponderancia sobre los niveles
capitalistas.
3. El pacto económico-corporativo
44
glo xIx entre las diversas fracciones de las clases do-
minantes, dura hasta el franquismo. Sobre este fenó-
meno, la mayoría de historiadores españoles se mues-
tran, cada cual a su manera, de acuerdo. Según Vicens
Vives entre 1843 y 1868 se suelda el triángulo que
hasta 1931, por lo menos (pero a partir de 1939 asisti-
mos a una reproducción del pasado), dirigirá las acti-
vidades financieras, económicas y políticas del país.
Tal triángulo muestra una cumbre en la industria tex-
til catalana, otra punta en la agricultura castellano-an-
daluza, y otra en la siderurgia vasca. Un triángulo de-
cisivo (aunque unos «lados» más que otros) a la hora
de hacer combinaciones ministeriales, políticas o mi-
litares.
45
En la isla de León, ideas sin acción; en el resto de Es-
paña, acción sin ideas.»?
Además, en Cádiz se producía la teorización re-
volucionaria a la vez que la acción contrarrevolucio-
naria. «Existía una división del trabajo sumamente ori-
ginal», ironizaba Marx.* Los representantes de los in-
tereses feudales forjaban, con nuevas formas, las ca-
denas que se trataba de romper. No era raro que las
ficciones jurídicas terminaran en el fracaso.
Durante este medio siglo, los burgueses hicieron po-
cos progresos como clase revolucionaria. La conciencia
de clase les falta hasta tal punto que no hacen suyo,
más que muy tarde, el concepto de clase que les une.
Según Fontana el concepto de «burgués» empieza a
ser importado de Francia a partir de 1845. Para Vicens
Vives y Jutglar * sólo se acepta entre 1854 y 1869.
El proceso de toma de conciencia como clase es lar-
go y débil, y su concreción está afectada por fuertes
concepciones aristocratizantes. Numerosos burgueses
enriquecidos y generales de origen popular, al final de
esta etapa, empiezan a comprarse títulos nobiliarios y
se transforman en duques, marqueses, condes, etc. En
esa época se asiste no sólo a la formación de una nue-
va aristocracia, sino a los principios de la «organiza-
ción» de lo que yo conceptúo como una clase inerte.”
46
_ A la búsqueda de beneficios y de seguridad, los burgue-
ses sacrifican la revolución liberal.
47
destacar de entre ellos auténticos jefes? que luego se
convierten en generales del ejército regular. Entre
otros, son estos oficiales los que se sublevan para ha-
cer avanzar (a su manera) la revolución burguesa.
— Después de la guerra porque los oficiales y sol-
dados que Napoleón se lleva como prisioneros a Fran-
cia, entran en contacto con las ideologías progresistas
de ese momento y principalmente se hacen miembros
de la francmasoneria.!"
La introducción de ideologías y prácticas revolucio-
narias en el aparato que es el núcleo central del Esta-
do, más la debilidad y las incapacidades políticas de
la burguesía, por una parte; y la crisis del feudalis-
mo, por la otra, hicieron de las fuerzas armadas, en
ese vacío (o mejor, en ese «pantano» político), la única
institución capaz, de un lado y del otro, para reorgani-
zar la formación social en la nueva perspectiva EPI.
Hay que tener en cuenta también que las fuerzas ar-
madas habían continuado aumentando sus efectivos,
en todos los grados. Había demasiados oficiales y en
general demasiados hombres acostumbrados a vivir mi-
litarmente (en las guerrillas), lo que venía a añadirse
a una sociedad que conservaba fuertes tradiciones mi-
litares constituidas durante siglos, siempre en sentido
creciente hasta esos años. (Reconquista, colonización
de América, dominio sobre varios pueblos europeos,
etcétera.)
Frente a un país desorganizado y sin perspectivas
claras, era lógico que los grupos de militares —los re-
volucionarios, pero también los conservadores— for-
maran los órganos dinámicos en torno a los cuales in-
tentan organizarse «políticamente» los otros sectores
48
sociales. Marx comentaba esta situación: «La circuns-
tancia de que la revolución prendiera al comienzo en
las filas del ejército la explica fácilmente el hecho de
que entre todos los órganos de la monarquía españo-
la el ejército era el único que había sido radicalmen-
te transformado y ganado por el espíritu revoluciona-
rio durante la guerra de la Independencia.»
El punto de vista de Marx, sin embargo, debe so-
meterse a varios matices, corregir lo que tiene de erró-
neo. Primero Marx olvida que la mayoría de los cam-
pesinos han combatido por razones ideológicas prima-
rias (la defensa de la vida, del «pan», de la «casa»),
confusas y dominadas por los contenidos religiosos-feu-
dales. Segundo: el núcleo revolucionario en las fuer-
zas armadas es una minoría; además esta tendencia
minoritaria no tiene el apoyo de la clase social corres-
pondiente; en fin, la influencia de los militares absolu-
tistas es aún considerable. En suma, el ejército no
está «radicalmente transformado».
Tanto es así que el primer pronunciamiento © se
hace para restablecer la monarquía absoluta, lo que
permite al poder del antiguo régimen desencadenar
una ola de represión contra los liberales (1814-1820).
Además, desde los primeros momentos es necesa-
rio considerar que las tomas de posición de los dife-
rentes grupos de militares tienen también, además de
las motivaciones políticas, connotaciones de tipo eco-
nómico-corporativo: esto es, de defensa de sus intere-
ses no sólo personales (subir el escalafón), sino tam-
bién correspondientes, de manera genérica, al «cuer-
po» de las fuerzas armadas.
La llegada al poder del general Espartero es un
frenazo contra el empuje progresista de los militares,
tanto más grave por cuanto parte de sus propias filas,
11. Marx, op. cit., p. 64.
12. Los jefes militares tradicionales, a la cabeza de los
cuales se encontraba el general Elío, apoyaron el retorno de
Fernando VII y el restablecimiento del poder absoluto.
49
así como constituye el principio de la corporativiza-
ción sistemática del ejército. En 1840, Espartero, al
convertirse en regente, habría podido contribuir de
manera decisiva a la realización de la revolución bur-
guesa. Pero, este general «se rodeó de una especie de
camarilla y adoptó los aires de un dictador militar».”
Con esos hechos, Espartero inaugura la constante que
se desarrolla hasta Franco.
Las clases dominantes se acostumbran, pues, desde
entonces, por dinámica propia, y por la dinámica ca-
racterística del Ejército, a organizarse «políticamente»
en las fuerzas armadas, y a «resolver» militarmente lo
que no puede ser resuelto más que políticamente, por
consenso intelectual y moral. Estas prácticas irrespon-
sables se repitieron sobre todo en 1936-1939. Ahora
bien, entre los militares siguió reproduciéndose tam-
bién —de manera oculta durante largas décadas—,
cuando no en grupos al menos en individualidades, la
ideología progresista, como observamos durante la Se-
gunda República (las logias masónicas eran todavía in-
fluyentes en 1931-1936), y como podemos seguir estu-
diando en diversos casos de militares demócratas du-
rante el franquismo.
50
Una primera ayuda económica le viene de la Santa
Sede. El papa Pío VII, al conocer las graves dificulta-
des económicas de la monarquía española, da al rey
una «séptima parte» de las propiedades de la Iglesia.
El papa apoya una monarquía de antiguo régimen para
no correr el «riesgo» de que en España se establezca
otro sistema «burgués-ateo» como en Francia. La Igle-
sia ayudaría a cambio de mantener otros privilegios,
sobre todo el principal: la influencia política e ideoló-
gica sobre el Estado.
Si las transformaciones económicas en este período
no llegan más que a una situación articulada, en lo
que concierne las superestructuras las transformacio-
nes son aún más débiles. La tendencia en desarrollo
hacia la dominación económica capitalista es clara al
final de esta etapa; a pesar de los residuos feudales, es
un movimiento cada vez más concreto (en la especifi-
cidad, sin embargo, de un subdesarrollo industrial do-
minado por el capital bancario, tal como estudio a
partir del siguiente capítulo). Pero la tendencia hacia
la hegemonía política es muy problemática. Dicho con
otras palabras: la clase burguesa se encuentra todavía
más (sub)-articulada a la dominación PI de la nobleza
absolutista.
La articulación entre formas estatales es el resul-
tado del pacto económico-corporativo entre viejas y
nuevas clases dominantes, pacto en el que acaban en-
trando los clanes de generales.
En lugar de crear un Estado nacional-burgués, sub-
siste el Estado concebido como patrimonio de clases,
en cuya cima se encuentra la camarilla monárquica.
En suma, lo que se produce hacia la mitad del xIx
es una alianza entre clases dominantes; una imbrica-
ción entre ideologías; un compromiso entre «diferen-
51
tes» ramas monárquicas; acuerdos entre generales,
guiados más por sus ambiciones personales (ligadas al
poder y a las clases dominantes) que no por sus ideas
políticas. Es un pacto entre oligarquías de diversas
procedencias, pacto que recibe la bendición de la Igle-
sia, satisfecha en sus viejos y en sus nuevos privile-
gios, gracias a los nuevos acuerdos pasados con el
Estado (Concordato de 1851) * y a las grandes posibi-
lidades que el Estado ofrece a la Iglesia para que am-
plie su influencia ideológica por medio de la escuela:
porque «la moral religiosa es y debe ser la moral del
pueblo», y por ende los clérigos son los «inspectores
natos de las escuelas», de donde hay que excluir a
«cualquier persona que inspire la mínima sospecha».”
Estamos ante un fenómeno que reproduce aspectos
graves del antiguo sistema inquisitorial, sistema que
proseguiría actuando durante las dos primeras déca-
das —al menos— del franquismo.
B) LA TRANSICIÓN AL CAPITALISMO
1. Proposiciones teóricas
52
el capitalismo es claramente y globalmente dominante.
Pero, para caracterizar la transición, hay que estudiar
inmediatamente lo específico de la dominación en cada
formación social (agraria, o industrial, o bancaria, o
en sus combinaciones), porque cada uno de esos nive-
les económicos produce efectos diferentes en el conjun-
to de la sociedad.
Por ejemplo, una transición de tipo industrial, so-
bre todo si se trata de la gran industria, es muy di-
ferente de una transición dominada por el capital ban-
cario aliado al capital internacional. Este último es el
caso de España, y las graves consecuencias de ese
hecho, iniciado hacia 1856, son perceptibles, evidente-
mente por su reproducción constante hasta hoy.
La transición, por otra parte, se malogra si más o
menos al mismo ritmo de las transformaciones econó-
micas no se consigue realizar cambios en la forma del
Estado.
En España, a pesar de la aristocratización de la
burguesía como clase, durante esta etapa algunos nú-
cleos burgueses, especialmente los del ejército, conti-
núan planteándose, de manera específica (esto es, con
mezcla de intereses particulares), el paso a un Estado
capitalista liberal.
No obstante, al final de esta etapa tampoco se con-
solidan las nuevas formas de hegemonía que hubieran
debido corresponder a una sociedad auténticamente
burguesa, es decir, en oposición al feudalismo.
53
capital de los tres países tiene fuertes lazos con los
grandes terratenientes, lo que produce graves efectos
políticos, sobre todo en la época de los fascismos.
Al principio de este período, la industria catalana
continúa siendo, a pesar de su debilidad, el único sec-
tor industrial consolidado. A pesar de las riquezas mi-
neras, y aunque los altos hornos empiezan a esparcir-
se durante la etapa anterior (articulación) (uno en Má-
laga, 1832; uno en Sevilla, 1833; uno en Santander,
1846: uno en Oviedo, 1848; uno en Bilbao, 1849), la
siderurgia no se concentra más que a partir de 1863,
sobre todo en el País Vasco. En todo caso, la siderur-
gia española sigue estando a un nivel muy bajo en com-
paración con la siderurgia de los países más indus-
trializados de la época (Gran Bretaña y Francia).
La causa del subdesarrollo y de la lentitud del cre-
cimiento se encuentra todavía en las actitudes parasi-
tarias de las clases dominantes, que de la colonización
de América pasan a la explotación colonial de España
en colaboración con las burguesías francesa, inglesa y
belga. Son precisamente esos capitales extranjeros los
que, a partir de la segunda mitad del x1x, se apode-
ran de los recursos mineros y controlan la construc-
ción del ferrocarril.
En efecto, el mismo año (1856) de la constitución
del actual Banco de España, se autoriza el estableci-
miento de tres sociedades de crédito en manos del ca-
pital francés: la Sociedad General de Crédito Mobilia-
rio Español (de la familia Pereire, que domina tam-
bién, con los Rothschild, el capital bancario italiano);
la Compañía General de Crédito de España (del grupo
Prost); y la Sociedad Española Mercantil e Industrial
(propiedad de los Rothschild).
El Crédito Mobiliario es la banca más poderosa de
la época y juega un papel muy importante en los co-
54
mienzos del capital financiero español. Este banco fran-
cés se transforma luego (ver capítulo siguiente) en el
Banco Español de Crédito, que es hoy la principal ban-
ca en nuestro país.”
Las burguesías catalana y vasca también crean sus
bancos. El Banco de Barcelona data de 1844; y el
Banco de Bilbao funciona a partir de 1857.
Las clases económicamente dominantes muestran
poco interés por crear industrias. Los capitales agra-
rios y los capitales comerciales de origen colonial, en
lugar de ayudar a la industrialización del país, concen-
tran sus intereses en la formación de bancos. Los ca-
pitales comerciales producidos por la venta al extran-
jero de las riquezas mineras (por ejemplo el mineral
de hierro vasco), forman también el capital bancario.
El capital industrial se estanca entre 1856 y 1864, mien-
tras crecen las bancas y las inversiones en la construc-
ción del ferrocarril? Pero este proceso acaba en un
desastre financiero.
Tanto España como Italia hicieron demasiadas in-
versiones en la construcción del ferrocarril. El subde-
sarrollo, la falta de ampliación y de organización del
mercado interior, etc., mostraron que las inversiones
que se hacían no estaban en correlación con las nece-
sidades infraestructurales del momento.
La crisis financiera, sin embargo, provocó aún más
la irracionalidad del bloque formado por nobles y bur-
gueses, quienes, de empréstito en empréstito, amplia-
ron la corrupción y la simple estafa en combinación
con los banqueros internacionales. Instalados corpo-
19. Juan Muñoz: El poder de la banca en España, Edito-
rial Zero, Madrid, 1970, pp. 30-32.
20. Mientras tanto la mayor parte de los materiales ferro-
viarios se importan. Ver Jorge NADAL en El Banco de España,
una historia económica, Madrid, 1970, pp. 367-368: las prime-
ras vías se fabrican en España a partir de 1867; el primer va-
gón en 1882; la primera locomotora en 1884.
21. Gabriel ToRTELLA CASARES: Los orígenes del capitalis-
mo en España, Editorial Tecnos, Madrid, 1973, p. 10.
55
rativamente en el Estado no tenían ningún escrúpulo en
malbaratar las riquezas nacionales.
56
bargo, en una posición política moderada respecto a
los primeros militares, y por otra parte caen en la
paradoja (Prim) de escoger otra rama monárquica;
C) que esas luchas transcurren sobre todo en las «al-
turas», esto es, se caracterizan más por la lucha de
clanes guiados por intereses particulares, que no por
la lucha de clases; D) esta tendencia degenera aun
más al final de esta etapa, debido a la dominación,
neta, en el proceso histórico sucesivo, de los militares
monárquicos y corporativizados.
En suma, después de otra considerable experien-
cia de revolución burguesa (1868) que luego intenta
desarrollarse, de manera más acentuada, en revolución
pequeñoburguesa anarquizante (1873), la «transición»
al nivel de las formas estatales no puede escribirse
más que entre comillas, puesto que son escasos los ele-
mentos nuevos que pasan a formar parte de la monar-
quía «modernizada».
La falta de impulso hegemónico de la clase burgue-
sa con relación a la nobleza y a las clases dominadas,
y la rápida tentativa hegemónica (fuera de tiempo, utó-
pica) de la pequeña burguesía y del proletariado, crean
una situación conflictiva que dura hasta el siglo Xx.
Los problemas-clave de la España contemporánea
(la cuestión de la tierra —reforma agraria, ¿qué re-
forma?—, la Iglesia —clericalismo y anticlericalis-
mo—+* las fuerzas armadas —rebelión y represión—,
la plurinacionalidad —necesidad del sistema federal o
autonomías—) parten de las anteriores etapas del si-
glo x1x. Tales problemas han seguido planteándose du-
rante el franquismo.”
57
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ll. La reproducción ampliada
de las estructuras capitalistas
1. Proposiciones teóricas
7
concurrencia del verdadero rey (Alfonso XIII). El tán-
dem dictador-monarca lleva a las clases dominantes
a la pérdida del Estado.
Entre tanto, el proletariado y la pequeña-burguesía
han sabido organizar poderosas formaciones sindica-
les y políticas. Ahora bien, tal expansión no sólo com-
porta un sentido positivo, sino también algunos ele-
mentos negativos: en la gran capacidad para la lucha,
se encuentra una corriente utópica; en la espontanei-
dad creadora de sus movimientos, se producen aspec-
tos exasperados y de falta de conciencia clara de cuál
es la relación de fuerzas real.
60
rratenientes, banqueros e industriales no saben —y
no pueden—, a causa de las divisiones sociales crea-
das en etapas anteriores, atraer a la pequeña burgue-
sía (sobre todo de las principales zonas urbanas, Ca-
taluña, País Vasco, etc.). El capital financiero no pue-
de de ningún modo contar con los sectores de la pe-
queña burguesía catalana, decididamente republicanos
y demócratas desde hace largo tiempo.
Las clases económicamente dominantes españolas
atraviesan una más prolongada y profunda crisis ideo-
lógica. En este sentido, y al revés de tales clases ita-
lianas y alemanas, las españolas tratan de encontrar
la «solución» en una forma política sin máscara: la
dictadura militar. Es decir, desde 1923, el gran capital
español no proyecta un proceso más o menos pacífico
de lucha de clases (confrontación ideológica y electo-
ral, etc.), sino simplemente la opresión y la represión
del bloque clasista situado en el polo opuesto. No obs-
tante, la crisis PI del bloque dominante es tan grande
que ese primer plan de dictadura militar con cierta
«escenificación» fascista (ya), se liquida en gran parte
por sí mismo, debido a sus contradicciones internas y
a su corrupción, en 1930.
En síntesis: en Italia y en Alemania, el bloque do-
minado por el gran capital puede avanzar directamen-
te hacia la consolidación del fascismo en el Estado,
mientras que en España ese proceso se corta con la
proclamación de la Segunda República.
61
gradualmente a manos de la oligarquía vasca y al cen-
tro del poder político: Madrid.
Este viraje se concreta a partir de la quiebra del
Banco Hispano Colonial que, en 1876 hacía de Barce-
lona el centro bancario más importante de España.
Pero con la pérdida definitiva del imperio colonial
(1898), este banco se arruina.
La oscilación del capital bancario hacia Madrid y
Euzkadi se produce también por nuevas bancas cuya
creación está en parte determinada por la creciente ar-
ticulación de los capitales privados con los capitales
estatales:
62
3. Aristocratización y corporativismo
63
El general que en esta etapa se encarga de reorga-
nizar la vida política, Primo de Rivera, es también
un africanista.
Pero a pesar de que la tendencia dominante en el
ejército es la del espíritu corporativo ligado al bloque
burgués aristocratizado, los pronunciamientos progre-
sistas continúan estallando.*
4. El movimiento ascendente
de las ideologías revolucionarias del proletariado
64
piración minoritaria, espontaneísmo, desprecio de la
organización, acciones terroristas) en otro sector de
los trabajadores.
65
Rivera quiere avanzar en sus proyectos corporativos
y crea una Asamblea Nacional simplemente consultiva
(1927).
La articulación de las clases dominantes con un
fuerte impulso corporativo en el seno de un Estado
que «deseaba» convertirse en una especie de corpora-
ción fascista, pero que no tenía los medios para llegar
a ser un verdadero Estado de excepción comparable
al italiano, iba a transformarse pronto en un bloque
sometido a la inestabilidad. En pocas palabras, si el
general dio el golpe con el acuerdo del sector mayo-
ritario de la burguesía; si al comienzo esta dictadura
representa los intereses de los grandes terratenientes
y del capital financiero, a medida que los clanes del
tándem dictador-monarca actúan van provocando la
reducción de sus partidarios. Y al final no represen-
tan más que los intereses de algunas personas, dividi-
das, incluso, entre sí, puesto que el pronunciamiento
del 26 de enero de 1930 contra Primo de Rivera se
prepara con la connivencia de Alfonso XIII. Pero el
rey había ido demasiado lejos en su alianza con el
general.
En resumen, las clases dominantes se dan cuenta
de que ni económica ni políticamente la dictadura no
les sirve, ni siquiera con relación a su objetivo cen-
tral: acabar con las luchas del proletariado. (La si-
tuación de estas clases se parece a la situación de
la burguesía española durante la última etapa del fran-
quismo.) Un Estado de la fase de expansión del ca-
pital financiero, difícilmente puede ser dirigido como
si fuese una monarquía absoluta, como pretendía el
mencionado tándem; mucho menos podía ser así pues-
to que no contaban con un partido fascista y estaban
perdiendo el apoyo incluso de grandes sectores de las
fuerzas armadas.
La «dictablanda» del general Berenguer (30 ene-
ro 1930 -14 febrero 1931) y el gobierno de «concentra-
ción monárquica» formado después por el almirante
66
Aznar (18 febrero -13 abril 1931) no son más que so-
luciones ortopédicas para retrasar la caída final; de
hecho nadie desea la continuación de la monarquía, ni
siquiera los monárquicos liberales.
Mientras tanto, una serie de grandes movimientos
huelguísticos (Asturias, 1927 y 1928), que poco a poco
se articulan con la conspiración política, van determi-
nando las condiciones para realizar un nuevo intento
de sistema democrático. Un primer objetivo se cumple
con la firma del Pacto de San Sebastián (17 agosto
1930). Y por fin, tras las elecciones municipales del 12
abril 1931 (que dan la victoria a la coalición republica-
na en 41 ciudades, prácticamente los principales cen-
tros urbanos del país), los dirigentes del Pacto pro-
claman la Segunda República.
Algunos miembros del clan del rey intentan toda-
vía defenderse con un sector del ejército; una mino-
ría de generales propone desencadenar la represión
contrarrevolucionaria. Pero se encuentran solos. Inclu-
so el director general de la Guardia Civil, Sanjurjo, no
quiere apoyar un golpe de Estado monárquico (pero
este general había recibido seguridades de algunos re-
publicanos conservadores en el sentido de que el nue-
vo régimen no haría cambios revolucionarios). El rey
abdica y marcha al exilio.?
Los restos del Estado feudal apuntalado por una
primera dictadura militar parece que han llegado a
su fin. En todo caso, otra tentativa vigorosa de revo-
lución democrático- burguesa se pone en marcha.
67
lll. De la lucha de clases
a la guerra
1. Proposiciones teóricas
69
El bloque económicamente dominante es demasia-
do obtuso para comprender claramente la necesidad
de un Estado liberal. El bloque progresista se muestra
muy pronto exigente para hacer cambios ideológicos
(sin darse los medios para materializarlos).
Ni un bloque ni el otro trata de llevar a buen tér-
mino una asimilación hegemónica de las clases con-
trapuestas. O es la continuidad de la construcción del
pasado, o bien el comienzo rápido de la estructura-
ción del futuro, lo que produce el efecto de la destruc-
ción recíproca en un presente exacerbado. No hay
auténticos planes de dirección, sino una voluntad de
dominación. Unas y otras posiciones políticas son exce-
sivamente dogmáticas. Ni unos saben hacer concesio-
nes E para mantener una buena parte de su influencia
PI, ni los otros concesiones PI para obtener una parte
de la estructura E.
En pocas palabras, la organización del consenso
es harto difícil, y de las intolerancias verbales se pasa
al desarrollo de las tendencias dogmáticas militariza-
das. Pero una vez más la principal responsabilidad cae
sobre el bloque burgués aristocratizado, porque, cuan-
do aun podía encontrar soluciones políticas democrá-
ticas que correspondieran (en otra medida) a sus inte-
reses de clase, empieza a escoger de nuevo las formas
bárbaras de reorganización de las contradicciones en-
tre clases, esto es: se inclina por la sublevación mili-
tar apoyada por los grupos integristas y fascistas.
Pero la guerra civil era innecesaria desde el punto
de vista de la defensa de los intereses burgueses.
70
Mientras que en esas sociedades, la llegada del fas-
cismo al poder es un resultado de haber resuelto la
contradicción principal liquidando la fuerza revolucio-
naria del proletariado por medio del partido fascista
(y un efecto de las tensiones entre terratenientes, in-
dustriales y banqueros), en España los problemas eco-
nómicos son relativamente más simples: las clases
dominantes hacen un férreo frente común contra la
coalición popular.
Una de las claves para comprender la diferencia
del proceso histórico en España con relación a las
otras sociedades, es precisamente un rasgo común que
pasa a ocupar un plano secundario en Alemania y en
Italia, pero que es un aspecto de la determinación prin-
cipal en nuestra Península: en los tres países las fuer-
zas armadas se encuentran muy ligadas a los latifun-
distas; el proyecto de una dictadura militar se pone
de relieve por parte del sector agrario alemán; si en
Italia el plan de una dictadura militar pertenece al ca-
pital financiero, es preciso no obstante subrayar el
peso del capital agrario italiano respecto a la importan-
cia del capital financiero en esa nación. Pero de los
tres impulsos hacia la dictadura militar, sólo se rea-
liza el español (es decir, en el país en donde los inte-
reses de los grandes terratenientes son dominantes).
Ahora bien, esos fenómenos no deben ser entendidos
como efectos directos, mecánicos, entre lo E y lo PI,
sino como marcos infraestructurales que hacen más o
menos fácil una u otra combinación de luchas de cla-
ses para la conquista o la conservación del poder es-
tatal. En este sentido debe recordarse que la situación
de las clases frente al Estado es muy diferente: mien-
tras en Italia y en Alemania las clases dominantes po-
seen asimismo el Estado, en España el bloque bur-
gués no tiene más que la dominación económica, ha
perdido el control del Estado. Las burguesías italiana
y alemana, aliadas con la pequeña burguesía, se han
instalado en el poder con el fascismo (tras haber he-
21
cho pasar a la clase obrera por un proceso de repre-
sión- dominación ideológica). En la sociedad española,
la coalición pequeñoburguesa-proletaria ha hecho re-
troceder a las clases burguesas y está construyendo
una república democrática con inclinaciones paraso-
cialistas, proyecto avanzado que será destruido por el
franquismo.
72
ña, el proceso señala rasgos parecidos a la formación
y a la desaparición del Partido Popular en Italia.
Al día siguiente de la proclamación de la Segunda
República, el dirigente de la Acción Católica Nacional
de Propagandistas, Ángel Herrera, futuro cardenal du-
rante el franquismo, pide la organización de «las fuer-
zas dispersas» de las derechas españolas».! Herrera ya
había estado en el origen de la fundación del Partido
Social Popular, partido frustrado durante la dictadura
de Primo de Rivera. Son los hombres-clave de ese
partido los que fundan, después de varios ensayos, la
CEDA. A partir de 1933, este partido, según el progra-
ma aprobado por su congreso, «se atendrá siempre a
las normas que en cada momento dicte para España
la jerarquía eclesiástica, en el orden político-religioso».?
José M. Gil-Robles, cuyas tendencias autoritarias son
conocidas, y que está fuertemente influido por Dollfus
y por Hitler (Gil-Robles fue invitado al congreso del
Partido Nazi: Nuremberg, septiembre de 1933). En oc-
tubre de 1933, Gil-Robles afirma : «Tenemos que ir ha-
cia un Estado nuevo. Incluso si hay que derramar san-
gre. Cuando llegue el momento, si el Parlamento rehúsa
inclinarse, nosotros le arreglaremos las cuentas.»?,
Los militantes de este partido eran latifundistas de
Andalucía, pequeños y medianos propietarios de Cas-
tilla y de la región de León, algunos comerciantes de
Valencia. La CEDA, por otra parte, recibía ayudas eco-
nómicas de los monárquicos y en particular de algu-
nos representantes del capital financiero. Los miem-
bros de la CEDA utilizaban lemas como los siguientes :
«¡Todo el poder para el jefe!», y, «¡jefe, jefe, jefe!» (o
sea «¡ Duce, Duce, Duce!») —luego vendría el «¡Franco,
Franco, Franco!».
73
En suma, durante la Segunda República, la CEDA
es el principal partido contrarrevolucionario. Gil-Ro-
bles, en tanto que ministro de la Guerra durante una
etapa del bienio negro, es el hombre que ayuda a la or-
ganización de los militares africanistas, colocándolos en
los puestos decisivos: especialmente a Franco, que se
convierte en jefe del Estado Mayor Central; así pue-
den avanzar en sus planes para destruir la democracia.
74
Azaña— que ya habían «conseguido» exasperar la cues-
tión religiosa dejándose llevar por la provocación del
cardenal Segura, se crean de nuevo un conflicto —evi-
table— con los militares, la mayoría de los cuales aca-
ban de aceptar pacíficamente el establecimiento de la
democracia. A partir de ese momento, incluso los ge-
nerales que, a su manera, habían facilitado la procla-
mación de la República —como Sanjurjo—, o que no
se habían opuesto —como Mola—, pasan a conspirar
contra el sistema republicano.
Las dos series de hechos se desarrollan en favor de
algunos generales monárquicos, como Orgaz, Ponte y
Cavalcanti, que viajan por España a fin de entrar en
contacto con otros oficiales, aunque en principio sin
gran éxito. Pero empiezan a recibir ayudas de tipo fi-
nanciero (dadas por Juan March y por diversos mo-
nárquicos).
Esos generales establecen también relaciones con
los fascistas italianos.” Durante el mes de julio de
1932, Sanjurjo se entrevista con varios oficiales y al
fin decide sublevarse el 10 de agosto, lo que resulta un
fracaso entre otras razones porque ciertos militares
19
que habían prometido apoyar la rebelión, entre ellos
Franco, en el último momento hacen marcha atrás.
A pesar de ello, el complot, cada vez más articulado
con las clases económicamente dominantes, continúa
haciendo su expansión bajo la dirección del teniente
coronel Valentín Galarza. A finales de 1933, los conspi-
radores crean una organización secreta, la UME pero
el verdadero y decisivo centro de la preparación del
«alzamiento» de 1936 es, como ya he sugerido, el Mi-
nisterio de la Guerra, dirigido por Gil-Robles desde
mayo de 1935."
En pocas palabras: Gil-Robles es el político elegido
por la Iglesia para reorganizar el bloque de la burgue-
sía aristocratizada, sea mediante la CEDA, sea a través
del sector ultra de las fuerzas armadas. Al término de
esta etapa, concretan cada vez más claramente que la
«solución» van a buscarla utilizando la fuerza. Los
planes de Gil-Robles y de Franco se desarrollan en este
sentido.' Un hombre colabora estrechamente con ellos,
Serrano Suñer, dirigente de las JAP (Juventudes de
Acción Popular, la organización juvenil de la CEDA) y
conocido «cuñadísimo» del general.
Un primer plan de sublevación se hace durante la
crisis ministerial de las primeras semanas de diciem-
bre de 1935. El general Fanjul, sobre todo, está dis-
puesto a realizar este proyecto el 9 de diciembre. Pero
Franco no está aún decidido a seguir ese rumbo, y
Gil-Robles teme convertirse en un prisionero de los
76
militares.” Pero el jefe católico conservador estaba le-
jos de imaginar que el desarrollo de la militarización,
a la cual él contribuyó hasta el último momento,” iba
a destruir la CEDA y su papel como hombre político.
77
José Antonio Primo de Rivera, hijo del (otro) dictador,
pronuncia el discurso de fundación de la Falange, y se
convierte en el federador de todos los grupitos. El
acuerdo se concreta el 11 de febrero de 1934, y el nue-
vo partido se llama FE y de las JONS (que significa
Falange Española..., sin duda, pero a la vez juega con
el equívoco de la palabra fe —religiosa).
La Falange tiene varios rasgos comunes con los par-
tidos fascistas de Italia y de Alemania, pero sus prin-
cipales características y funciones hacen de la orga-
nización española un fenómeno político muy diferen-
te. Primordialmente es preciso observar que, en la pri-
mera etapa, al revés de los casos italiano y alemán, la
Falange no es un partido de masas.'* Por otra parte, es
una cuestión clave, como analizo en las páginas siguien-
tes, que, también al revés de lo que ocurre en Italia
y en Alemania, en España es el Ejército el que domina
todo el proceso, y que sólo después de la llegada al po-
der de los militares (y sobre todo al acabar la guerra)
los falangistas llegan a ser centenares de miles.
Como en Italia y en Alemania, los orígenes del fas-
cismo español se encuentran ligados a la organización
de bandas armadas. José Antonio Primo de Rivera las
legitima en su discurso diciendo que «no hay más dia-
léctica admisible que la dialéctica de los puños y de
las pistolas», lo que, transformando la lucha ideológi-
ca en el choque brutal, se practica por muchos falan-
gistas, sobre todo de las primeras etapas del franquis-
mo. Los organizadores de las bandas armadas eran mi-
litares retirados, como el mencionado coronel Rodri-
guez Tarduchy y el coronel Arredondo. Después, los
grupos terroristas se encuentran bajo el mando de Juan
Antonio Ansaldo, conspirador monárquico que quería
utilizar la Falange en favor de la «causa» monárqui-
78
t
ca.' Entre junio y julio de 1934, el número de militan-
tes socialistas y comunistas muertos aumenta, lo que
obliga a los partidos democráticos a organizar su auto-
defensa.
En su mayoría, en esta etapa los militantes de la
Falange eran estudiantes, hijos de las clases dominan-
tes (aunque una ley de 1934 prohibía a los estudiantes
ser miembros de los partidos políticos).” Los militan-
tes reales más numerosos, reconocidos como tales, eran
los empleados (lo que hoy catalogamos como nueva
pequeña burguesía, o white collars —«cuellos blan-
cos» o «duros»). Cuando los falangistas crean «su»
sindicato, la CONS («Central Obrera Nacional Sindi-
calista») no tiene ni un solo obrero.*
En suma, la CONS no pudo hacer nada frente a la
potencia de los sindicatos anarquistas (CNT) y socia-
listas (UGT). El núcleo ideológico oficial de la Falange,
o sea el «nacionalsindicalismo», se caracterizaba pre-
cisamente por la falta casi absoluta de sindicato, es
decir, de base sindicada.
En «coherencia» con ese núcleo, dieron otros ele-
mentos a su ideología, característicos asimismo del
fascismo italiano y del alemán. José Antonio Primo de
Rivera, que tuvo entrevistas con Hitler y sobre todo
13
con Mussolini,” hablaba, como sus militantes, un len-
guaje «anticapitalista». En el programa de la FE se
«preveía» la reforma agraria y la nacionalización del
crédito bancario; en cuanto al Estado debía ser el «ins-
trumento totalitario» al «servicio» de la nación.
Las clases dominantes españolas eran, sin embar-
go, demasiado limitadas políticamente para saber uti-
lizar ese lenguaje de «izquierda» a fin de atraer algu:
nos sectores del proletariado y de la pequeña burgue-
sía, y crear así un fenómeno político parecido a los
de Italia y de Alemania. Algunos sectores de la bur-
guesía se tomaban en serio tales verborreas «revolu-
cionarias» y en principio mostraban algún temor res-
pecto a las declaraciones «antiburguesas» de los falan-
gistas. Ahora bien, la mayoría de los representantes
del capital financiero sólo consideraban a los falan-
gistas como tropas de choque para la defensa de sus
intereses (lo que a fin de cuentas fue el papel que ju-
garon).
El nacionalismo agresivo como expresión típica del
fascismo es igualmente observable en España. Los ras-
gos del caso español muestran, probablemente más
que en el italiano, un fuerte impulso hacia el pasado:
se trata de una obsesiva recuperación de «valores» na-
cionales antiguos, entre los cuales los símbolos mo-
.nárquicos, católico-medievales, militaristas e «imperia-
listas» (aquí en el sentido de la recordación del impe-
rio colonial perdido, pero hasta cierto punto también
significa la aspiración de su reconquista).
Por el hecho de la formación histórica de España,
esos símbolos se encuentran a menudo imbricados.
Todo ello nos muestra cómo el fascismo español, aun-
que influido por el italiano y por el alemán, es sobre
todo, en sus contenidos y en sus formas, una reactiva-
ción de la ideología religiosa feudal, monárquica y ab-
19. En su despacho, José Antonio Primo de Rivera tenía
una fotografía dedicada del Duce, junto a la fotografía de su
padre, el dictador de 1923-1930,
80
solutista, que pasó sin grandes dificultades a insertar-
se en la sociedad burguesa en los procesos de transi-
ción del MPF al MPC. Éste es un aspecto-clave de la
crisis política que afecta gravemente la formación del
Estado capitalista liberal, durante buena parte del si-
glo xIx y hasta 1930. Tras el nuevo intento democráti-
co burgués de la Segunda República, la crisis vuelve a
acentuarse (1936) y podemos observar cómo la ideolo-
gía feudal se injerta en el movimiento ideológico coyun-
tural que triunfa en Europa, el fascismo, representa-
do en España por FE y de las JONS, partido que, sin
embargo, se encuentra en todo momento subordinado
a las fuerzas armadas.
No es, pues, nada raro (aunque la supervivencia
de las ideologías medievales sea siempre sorprendente)
que en esa etapa (1933-1936) sea la CEDA el partido de
la burguesía cuantitativa y cualitativamente poderoso,
y la Falange un grupúsculo. También es lógico que
después la CEDA desaparezca mientras que la FE se
desarrolla: ello se debe a que el falangismo representa
mejor la coyuntura política. Luego acabaremos de es-
tudiar este proceso.
Es interesante subrayar aún algunos elementos de
la ideología falangista a través del pensamiento meta-
fórico de su fundador:
«Queremos un paraíso difícil, en erección, implaca-
ble; un paraíso a las puertas del cual se encuentren
ángeles con espadas.»
«El fascismo es una actitud universal de retorno a
la propia esencia» (nacional).
Los falangistas pretenden edificar un Estado totali-
tario que a la vez sea una mezcla de Estado feudal,
una reactivación de la monarquía absoluta del siglo
XVI, con análogos contenidos religiosos, represivos e
imperialistas (las «reivindicaciones» de este tipo se en-
81
cuentran abundantemente documentadas en los tex-
tos falangistas de la época).”
La participación de los militantes de la FE en el
«alzamiento» se acuerda durante una entrevista que
José Antonio tiene con el general Mola el 29 de mayo
de 19362 Los dirigentes de Falange quieren negociar,
a cambio de su apoyo, algunas condiciones políticas
con los militares. Pero éstos rechazan. La subordina-
ción del partido a las fuerzas armadas no hace más
que empezar.
82
miento militar. Entre tanto, el dirigente carlista Fal
Conde, que ya complotaba con Sanjurjo (indultado por
Gil-Robles durante el bienio negro, el general se había
exiliado en Portugal), se entrevistaba (el 16 de junio
de 1936) con Mola a fin de concretar la coordinación
entre las milicias tradicionalistas y los militares. La
Comunión Tradicionalista intenta asimismo subordinar
la sublevación a los intereses políticos de su rama di-
nástica.? Pero Mola no establece más que compromi-
sos vagos, que prácticamente no comprometen en nada
el papel dominante del ejército.
Renovación Española (RE) es la organización de
los monárquicos alfonsinos. Su principal dirigente era
Antonio Goicoechea, antiguo miembro del partido cle-
rical Acción Popular (que después se transformaría en
la CEDA). Acompañado por el general Barrera, Goicoe-
chea sostuvo una entrevista con Mussolini el 21 de mar-
zo de 1934. El Duce se mostró interesado por el resta-
blecimiento de una monarquía fascista en España.”
Pero es Calvo Sotelo quien se convierte en el hom-
bre clave de este grupo. Antiguo ministro de Hacien-
da durante la dictadura de Primo de Rivera, exiliado
después en Francia, había recibido una fuerte influen-
cia de Maurras” En suma, era Calvo Sotelo quien te-
23. Los dirigentes carlistas también tenían ideas «muy
claras» respecto a lo que tenía que ser un Estado de esta eta-
pa en la que el capitalismo se desarroliaba a pesar de todo.
Por ejemplo, Víctor Pradera decía: «Nosotros hemos descu-
bierto que el nuevo Estado no es nada más que el viejo Estado
de Fernando e Isabel» (cf. Raymond Carr, España 1808-1939,
op. cit., p. 618).
24. En las notas de su entrevista con Mussolini, estos mo-
nárquicos aseguran que el Duce «estaba dispuesto a ayudar de
todas las formas necesarias... proponía suministrar inmedia-
tamente 20.000 fusiles, 20.000 bombas de mano, 200 ametralla-
doras y 1.500.000 pesetas...» y que «esta contribución no era
más que un principio» (cf. A. LONDON, Espagne, op. cit., p. 96).
25. Maurras: monárquico, antidemócrata y ultranaciona-
lista, su pensamiento se encuentra en los orígenes de las co-
rrientes fascistas francesas.
83
nía proyectos más concretos en favor de una monar-
quía fascista.* Al retornar a España, crea (el 10 de di-
ciembre de 1934) el grupo Bloque Nacional que inclu-
ye a los miembros de RE, a algunos carlistas desviados
y a los católicos integristas que no estaban en la CEDA.
Calvo Sotelo es el representante de la extrema derecha
de ese momento, y se muestra asimismo muy activo en
la preparación de la sublevación militar (en coordina-
ción directa con Sanjurjo).
Después del asesinato (el 12 de julio de 1936) del
teniente José Castillo, la noche siguiente un grupo de
guardias de asalto de izquierdas, como represalia, ase-
sina a Calvo Sotelo. Era el comienzo de la guerra civil.
84
Más grave todavía; al propio tiempo, el aparato
ideológico superior de estos partidos, la Iglesia, reac-
tiva los contenidos militaristas de la religión institu-
cionalizada (contenidos, recordémoslo, muy fuertes
desde la Reconquista). Los clérigos, salvo pocas ex-
cepciones, predican la «guerra santa» contra los «ro-
jos».
Si a tal dialéctica se añade la dialéctica interna de
las fuerzas armadas a convertirse en un «partido po-
lítico de nuevo tipo», no podía esperarse otra cosa sino
la transformación de ese «partido» en el Estado de
dictadura en manos de un general.
La militarización de los partidos conservadores es
un hecho, sobre todo desde el estallido de la guerra.
Formalmente la subordinación de tales partidos a
Franco se hace un año después. Mientras tanto, los
generales tienen que resolver las contradicciones exis-
tentes entre ellos. Aunque el jefe «moral» de la rebe-
lión es Sanjurjo y el coordinador en España Mola, es
Franco el hombre que destaca desde los primeros días.
La preparación del «alzamiento» avanza a través
de la UME. Si bien en la Península los oficiales com-
prometidos son ya numerosos, es en Marruecos donde
el ejército se presenta como un bloque en el que casi
todos sus miembros son favorables a la sublevación.
Entre los africanistas se encuentran, además, algunos
jefes que a la vez son falangistas exacerbados.#
Entretanto Franco da ejemplos de su astucia.
A causa de la llegada al poder del Frente Popular,
27. Son múltiples los datos que demuestran la marcha
atrás PI de los franquistas, o dicho de otro modo, la repro-
ducción de la ideología religiosa feudal, monárquica y absolu-
tista. Otro ejemplo: R. CARR, en op. cit., p. 611, dice que los
carlistas hablaban de la guerra civil como de la «Tercera Re-
conquista».
28. Entre los cuales, el principal es el teniente coronel
Juan Yagüe, quien ya se había encargado de la represión de
la insurrección obrera de Asturias (1934), aplastamiento di-
rigido (ya) por Franco.
85
queda apartado del puesto de jefe del Estado Mayor
Central y enviado como capitán general de Canarias.
Parece vacilar acerca de su participación en el complot,
pero es una manera de hacerse rogar a fin de obtener
más poder que el que podía corresponder al de jefe del
ejército de Marruecos. Mola sabe que sin la colabora-
ción de Franco la sublevación no puede triunfar. Fran-
co se informa constantemente de la situación (como si
fuera a jugar a la Bolsa), a través, entre otros, de su
agente-cuñado Serrano Suñer (quien también tiene re-
laciones con José Antonio Primo de Rivera). Franco
da por fin su acuerdo, aunque a la vez continúa jugan-
do oficialmente su papel de fidelidad a la República.
En Marruecos la rebelión empieza el 17 de julio, ma-
tando a los oficiales que rechazan sumarse a ella. Fran-
co habla por teléfono con Yagüe para asegurarse del
éxito. Y el 18, a las 18,30, un avión inglés especial-
mente fletado para él, le traslada a Tetuán a fin de
tomar el mando de las fuerzas coloniales.
Pero hay que hacer pasar a esas fuerzas a España.
El problema con el que los franquistas se enfrentan
es que los oficiales que se han sublevado en la Mari-
na han sido aplastados por los soldados y por los
suboficiales. Franco, que ya tenía sus contactos con
los nazis” envía emisarios a Hitler pidiéndole avio-
nes. Otras gestiones se hacen en Roma; y tanto los ita-
lianos como los alemanes deciden ayudar en seguida
a Franco.
El ejército de Marruecos controla pronto el sur de
España y avanza por Extremadura y hacia Madrid.
Esto facilita la futura escalada del general rumbo al
poder supremo. Tanto más cuanto que Sanjurjo, que
en principio iba a ser el futuro jefe del Estado, se mata
en un accidente de aviación. Por otra parte Mola con
86
el ejército del norte no alcanza victorias tan espec-
taculares como las de Franco.
El primer órgano de dirección del «alzamiento»
es la Junta de Defensa Nacional, creada el 24 de julio
de 1936, está formada por los generales rebeldes a la
Segunda República, bajo la presidencia del más anti-
guo, Miguel Cabanellas. Es el primer germen del Estado
de dictadura militar, pero Franco no es, de momento,
más que un general entre otros. Sin embargo, tiene
sus aliados: especialmente los generales monárquicos
Kindelán y Orgaz, que trabajan en favor de su candi-
datura. Dos meses después comienza su carrera de
«rey» absoluto.
87
bién venían manifestándose algunas tendencias dog-
máticas militarizadas, están, sin embargo, en retraso
en cuanto se refiere a los preparativos concretos para
oponerse a una sublevación militar. Y ello a pesar de
que algunos dirigentes proletarios se preocupan de
denunciar la conspiración de los generales. El 15 de
abril, José Díaz, secretario general del PCE, escribe:
«No queremos que elementos conocidos por sus ten-
dencias netamente reaccionarias, como Franco, Go-
ded y otros de la misma especie, puedan subsistir en
el ejército.» El 16 de junio, Dolores Ibárruri advier-
te: «Si hay generales reaccionarios que, en un momen-
to dado, excitados por elementos como Calvo Sotelo,
pueden sublevarse contra el poder del Estado, hay
también soldados del pueblo, jefes heroicos que saben
hacerles entrar en razón.»
Los dirigentes comunistas visitan al jefe del gobier-
no, Casares Quiroga, para denunciar, concretamente,
los preparativos militares de los carlistas en coordina-
ción con el general Mola. El dirigente socialista Prie-
to hace la misma denuncia. Pero los dirigentes pe-
queñoburgueses, que en 1931 habían manifestado su
simplismo antimilitarista, en 1936 dan prueba de una
asombrosa confianza hacia esos generales. Casares
Quiroga llega incluso a desmentir los rumores de
conspiración militar, lo que sirvió de excelente cober-
tura a los oficiales africanos, fascistas y monárquicos.%
Contra esas actitudes pequeñoburguesas, los socia-
listas y los comunistas ya habían hecho importantes
penetraciones en el ejército. En oposición a la organi-
zación, en parte falangista, de la UME, las fuerzas po-
88
pulares crean los grupos secretos de la UMRA** diri-
gida primero por el capitán de Estado Mayor Eleute-
rio Díaz Tendero. Estos militares * se preocupan de
establecer lazos entre todos los oficiales demócratas
y al mismo tiempo dan formación militar a los jóve-
nes militantes revolucionarios.
Cuando estalla la rebelión, son precisamente dos
- generales militantes de la UMRA quienes toman el
mando en defensa de la Segunda República : el general
Sebastián Pozas, director general de la Guardia Civil,
pasa a ocupar el puesto de ministro de Gobernación ;
y al general Castelló, aus era capitán general de Bada-
joz, lo nombran ministro del Ejército.
Los oficiales que se oponen a los sublevados son
numerosos. Entre los ocho capitanes generales, sólo
uno participa en el «alzamiento». Entre veintiún te-
nientes generales sólo cuatro se rebelan. De los cin-
cuenta y nueve generales de brigada cuarenta y dos
permanecen fieles a la democracia, lo mismo que los
seis generales de la Guardia Civil y el general jefe del
ejército del Aire. Muchos de esos oficiales luchan con-
tra los militares reaccionarios hasta sacrificar su vida
por la libertad: entre ellos dieciséis generales.*
En suma, las fuerzas armadas de la Segunda Repú-
blica están muy lejos de establecer una alianza en blo-
que en favor de los generales rebeldes. Desde un punto
de vista estrictamente militar, en principio las fuer-
zas de uno y otro bando están equilibradas.
Por otra parte, los principales partidos y sindica-
tos obreros organizan, cada cual, su milicia.
El PC crea el Quinto Regimiento, que pronto está
89
considerado como el mejor organizado y más eficaz: es
lo más destacado de las tropas republicanas.”
Las milicias compuestas por los anarquistas se or-
ganizan particularmente en Cataluña y en Aragón, di-
rigidas sobre todo por Durruti y Mera.
En pocas palabras: se puso en marcha un enorme
impulso proletario para defender el sistema democrá-
tico. Pero entre ellos hacían falta elementos que dis-
pusieran de rigurosos conocimientos militares, faltaba
asimismo disciplina y coordinación, sobraban querellas
que a veces provocaban la autonomía absoluta de un
cuerpo de milicias con relación a los otros.* La igno-
rancia de la táctica y de la estrategia por parte de mu-
chos milicianos, les llevaba a sufrir matanzas que ha-
brían podido evitar.
La intervención extranjera hacía también inclinar
la guerra en contra de los defensores de la Segunda
República.
4. La intervención extranjera
90
Las fuerzas italianas se componían de unos 50.000
hombres, entre los cuales 7.000 aviadores.
Además, tanto la marina de guerra alemana como
la italiana cumplían numerosas misiones en favor de
los franquistas.
El Portugal de Salazar también envió 20.000 «vo-
luntarios».
Otros países, o al menos sus grandes monopolios,
suministraron igualmente ayudas considerables a los
sublevados, especialmente la Standard Oil, que asegu-
ró el aprovisionamiento de carburantes y lubrifican-
tes al ejército rebelde. «La mencionada sociedad, com-
prendiendo perfectamente el sentido del movimiento
español (fundamentalmente anticomunista) se puso a
la disposición de Burgos, vendió al gobierno de Franco
todos los productos de los que tenía necesidad... Cuan-
do se consultó a esa sociedad sobre la forma de pago,
respondió: “No se preocupen ustedes del pago.”» *
Mientras tanto, el gobierno legal de la Segunda Re-
pública estaba sometido a un bloqueo por el «Comité
de no intervención».
El capitalismo internacional prefiere en ese mo-
mento que los alemanes y los italianos amplíen su
zona de influencia a España, antes que contemplar una
República popular consolidada.
La Segunda República sólo recibe ayuda de dos paí-
ses: la URSS y México. El presidente mexicano Lázaro
Cárdenas envía veinte mil fusiles y veinte millones de
cartuchos; era casi una ayuda simbólica. La de la
URSS fue más importante. La «colecta entre los obre-
ros soviéticos» reúne un poco más de 47 millones de
rublos. Por otra parte, Moscú se limita a vender ma-
terial de guerra, hasta el equivalente de 120 millones
de dólares.
La verdadera ayuda internacional fue la formación
36. La autenticidad de esta información la certifica el he-
cho de que la da un historiador franquista: Manuel AZNAR:
Historia militar de la guerra de España, Madrid, 1940.
91
de las Brigadas Internacionales: alrededor de 40.000
hombres de diversos países llegan a España para
combatir la sublevación. Son progresistas de todas las
tendencias, es decir: no sólo son socialistas y comu-
nistas, también hay simplemente liberales americanos,
ingleses, canadienses, italianos, escandinavos, yugosla-
vos, húngaros, alemanes, austríacos, etc. Los franceses
forman el contingente más numeroso: 10.000; los ru-
sos son uno de los grupos más pequeños. En resu-
men, las Brigadas constituyen el mayor movimiento
de solidaridad democrático-revolucionaria internacio-
nal de los tiempos contemporáneos.”
En la conciencia de esos hombres estaba claro que
la guerra de España era la introducción a un proble-
ma más vasto, el de la Segunda Guerra Mundial. Era
una etapa-clave de la historia del mundo, durante la
cual se planteaba no sólo la dialéctica entre capitalismo
y socialismo (implícitamente al menos), sino sobre todo
se ponía de relieve la crisis interimperialista entre el
bloque de países capitalistas decididos a continuar su
desarrollo respetando las libertades burguesas de un
lado, y por el otro los países cuyos dirigentes querían
desarrollar el capitalismo apoyándose en el terrorismo
físico e intelectual. El efecto de esas tensiones produ-
jo el reforzamiento de las tendencias militaristas reac-
cionarias en España.
Las contradicciones internas de la sociedad españo-
la son sin duda las determinantes en este proceso his-
tórico que lleva a la guerra civil, pero la Alemania y
la Italia fascistas tienen graves responsabilidades en
los orígenes y en la primera etapa del franquismo. El
imperialismo yanqui continuaría siendo luego el apoyo
internacional de la dictadura.
92
IV. Del Estado capitalista liberal
al Estado de excepción
1. Proposiciones teóricas
93
las formas de conciencia precapitalista* juegan un pa-
pel decisivo en la destrucción del Estado capitalista
liberal vacilante sobre tales infraestructuras.
Habría sido necesario consolidar primero el Esta-
do liberal, coordinando las fuerzas obreras y de la pe-
queña burguesía. Para desarrollar su eficacia durante
la guerra, era también necesario centralizar ese Esta-
do que, pof el contrario, estallaba con frecuencia en
formas múltiples de poder popular, «independientes»
unas de otras, que de ningún modo correspondían al
período histórico por el que se atravesaba. La centra-
lización habría hecho posible la victoria sobre los fran-
quistas. Y quizá, al final de una guerra victoriosa, la
Segunda República hubiera podido avanzar hacia la
construcción de una sociedad socialista.
Pero los problemas se plantearon de otra manera,
a pesar de que los comunistas negaron siempre la po-
sibilidad de pasar, en plena guerra, al socialismo. Los
dirigentes del PCE insisten que es necesario crear una
«república democrática de nuevo tipo». Durante un
discurso, José Díaz sostiene que hay que defender a
los pequeños industriales y comerciantes de los ex-
cesos de la colectivización. En el plano de la religión
y de la Iglesia, Díaz tiene igualmente opiniones justas:
hay que «destruir el poder económico y político de la
Iglesia, que ha estado en el centro de la conspiración
contra los intereses de las masas», pero «el combate
contra el reino semifeudal económico y político de la
Iglesia no corresponde de ninguna manera a un comba-
te contra la religión. Al revés, una España republicana
y democrática, libre y progresista es la única que pue-
de asegurar la libertad religiosa en nuestro país»? (Es
SV quien subraya.)
94
2. El Estado de excepción militar.
Formación de la dictadura y primera etapa
95
prenta diciendo que había que imprimir sólo «Jefe del
Estado». :
El 1 de octubre Franco nombra de hecho su primer
consejo de ministros, aun cuando lo llama «Junta téc-
nica del Estado». Los generales continúan ocupando
los principales puestos —forman la categoría social
mayoritaria en el Estado franquista hasta 1975—, pero
el «Caudillo» ya empieza a hacer combinaciones más
o menos equilibradas entre las más o menos diferen-
tes tendencias políticas. En el fondo, Franco comienza
a reducir todos los poderes de todos los subsistemas a
fin de tenerlos bajo su mando personal.
96
según declara el 8 de diciembre de 1936. Los generales
se oponen. Franco maniobra: necesita a los carlistas
porque, por su fanatismo, son tropas excelentes, pero
da la cabeza política de Fal Conde a los generales. El
jefe carlista conspira contra el «generalísimo», pero
pierde la batalla (es separado de la dirección de la
Comunión Tradicionalista).*
Los falangistas plantean problemas más complejos,
pero más fáciles que los problemas que Hitler y Mus-
solini tuvieron que resolver en el seno de sus partidos.
La oposición falangista de «izquierda» contra Franco
es poco significante en comparación con las luchas an-
tagonistas en el Partido Fascista y en el Partido Nazi.
Por otra parte, Franco tiene la «facilidad» de que
el fundador de la Falange, detenido por los republi-
canos, es fusilado en la cárcel de Alicante el 20 de
noviembre de 1936. Los falangistas, pues, están dispu-
tándose el puesto de jefe de su movimiento. Manuel
Hedilla es el jefe provisional más influyente porque
manipula hábilmente la demagogia «anticapitalista».
De modo que Hedilla es el principal obstáculo que el
Caudillo ha de vencer; el general no duda en enfren-
tarse con él a pesar de que el dirigente falangista se
97
encuentra, en cierta medida, apoyado por los italianos
y por los alemanes.
El Consejo Nacional de la FE se reúne el 18 de
abril de 1937 para elegir su nuevo jefe. De los veintidós
consejeros, ocho votan en blanco, cuatro votos van a
otros tantos dirigentes falangistas, y diez se lo dan a
Hedilla, transformándose así en el máximo jerarca.
Pero las amenazas se cernían ya sobre Hedilla y
contra la Falange «auténtica». En efecto, Franco ya
había decidido lo que se sabría un día después. El 19
de abril se publica el texto del Decreto de Unificación
entre carlistas y falangistas. Era un «acto unilateral» *
de Franco, pasando por encima de las opiniones de
los falangistas. Hedilla, que parecía convencido de su
papel como «Führer» español, rechaza prestarse al
juego que le ofrece el dictador: ocupar un puesto ho-
norífico como «presidente de la Junta Política» del
partido. Durante tres días los mensajeros de Franco
tratan de hacerle reflexionar con «halagos y amena-
zas». Hedilla no cede, e intenta organizarse con sus fa-
langistas a fin de hacer presiones sobre Franco. Pero
el día 25 Hedilla es detenido, y Franco lo hace conde-
nar, por un consejo de guerra, a dos penas de muerte.
Ahora bien, el embajador alemán? y Serrano Suñer
6. Según reconoció después Serrano SUÑER, cf. Entre
Hendaya y Gibraltar, p. 30.
7. H. R. SoUTHWORTH, idem, p. 155, cita una declaración
de Hedilla al corresponsal de la agencia alemana DNB: «So-
mos y nos sentimos consanguíneos con el fascismo italiano
y con el nacionalsocialismo alemán y declaramos nuestra más
abierta simpatía con estas revoluciones. Lo que no quiere
decir, ni debe decir, que nuestro fascismo es una imitación.
Es un fascismo nacido español, que quiere y debe seguir
siendo español.» Southworth cita también (p. 230) las siguien-
tes opiniones de Jean Creac'h, antiguo corresponsal de «Le
Monde» en España: «Emborrachado por los halagos de los
alemanes, Hedilla llegó a creerse fácilmente el hombre polí-
tico del futuro, imaginándose que Hitler iba a conferirle el
gobierno de España.»
8. Roberto Cantalupo, el embajador italiano, en Fu la
Spagna, pp. 165-166 y 197, sostiene que existían estrechos lazos
98
obtienen la conmutación de esas penas por la de re-
clusión a perpetuidad. En suma, la querella de Franco
con Hedilla, a pesar de que en un principio produjo
fuertes tensiones con los sectores falangistas más in-
transigentes (otros fueron también a parar a la cárcel),
es un incidente menor en comparación con las luchas
internas de los nazis y de los fascistas italianos.
Al imponerse como jefe del partido único, Franco
sabe cuán útil le será la combinación de la nueva con
la vieja ideología : «La Falange aporta con su programa
masas jóvenes, una propaganda de estilo nuevo, una
forma política y heroica del tiempo presente; los Re-
quetés aportan el depósito sagrado de la Tradición
española, tenazmente conservado, con su espirituali-
dad católica.»
Es el comentario que Franco hace a su decreto de
unificación. Después de haberse asegurado el control
de las fuerzas armadas y del Estado, el general no pue-
de tolerar que escape a su dominio un aparato ideo-
lógico cada vez más poderoso. La demagogia política
de tipo fascista mezclada a los contenidos de la ideo-
logía religiosa feudal, constituyen un instrumento cla-
ve como complemento de los combates estrictamente
militares.
Franco dispone así de un «partido» para tratar de
encuadrar «políticamente» a las masas.'” Además, em-
99
pieza a organizar su Estado a la imagen, en parte, de
las formas estatales de Italia y de Alemania. En sus
entrevistas con algunos periodistas norteamericanos,
Franco asegura que su dictadura «se revestirá de las
formas corporativas», que seguirá «la estructura de
los regímenes totalitarios», pero hace observar que
«para todo eso en nuestro país se encuentra la mayo-
ría de las fórmulas». Algunos meses después insiste
en que «la mayoría de las fórmulas modernas descu-
biertas en los países totalitarios, pueden ser encontra-
das ya incorporadas en nuestro pasado nacional».” En
efecto, Franco está pensando ya en lo que va a consti-
tuir su realización estatal: una mezcla de Estado to-
talitario con la reactivación de elementos de la monar-
quía absoluta, en la cual los contenidos militaristas son
dominantes.
Cuando Franco se refiere a los rasgos españoles
que quiere incorporar al fascismo, no se equivoca so-
bre las características fundamentales del proceso his-
tórico ni sobre lo específico de la coyuntura. Tras el
Decreto de unificación, Franco ordena que todos los
oficiales del ejército pasen a ser automáticamente
miembros de FET y de las JONS.
Franco tampoco olvida consolidar la alianza con la
otra columna fundamental del poder de las clases eco-
nómicamente dominantes: la Iglesia. El clero apoya
la sublevación, y el apoyo se acentúa con la publicación
de la Carta colectiva de los obispos españoles (1 de
100
julio de 1937). En la propaganda franquista, la guerra
entre bloques de clases se convierte en una cruzada.
Para el integrismo, Franco resulta el «enviado de
Dios»; así, el general utiliza la Iglesia como aparato
ideológico, independientemente —hasta cierto punto—
de la FET y de las JONS; pero también se produce la
articulación de la hagiografía con los mitos falangistas.
La Iglesia santifica los dirigentes políticos y en gene-
ral los muertos del bando franquista llamándoles «már-
tires de la cruzada», «Caídos por Dios y por España».
101
bien dominada desde la cima por el general Franco,
como máximo representante de las fuerzas armadas).
3.2. La represión
102
lítica (o al menos de distinta sensibilidad cívica), ha
mostrado una tendencia (acentuada en los últimos
tiempos) a delegar en la policía política las tareas re-
presivas contra las actividades democráticas de tipo
pacífico (o no armado), mientras que guarda para la
jurisdicción militar las actividades juzgadas «terroris-
tas».
Ahora bien, a pesar de la muy dura y larga repre-
sión en España contra las fuerzas democráticas, éstas
son cuantitativa y cualitativamente mucho más decisi-
vas que lo fue la oposición alemana contra el nazismo.
103
y radicando en él de modo permanente las funciones
de gobierno, sus disposiciones y resoluciones, adopten
la forma de Leyes o decretos, podrán dictarse, aunque
no vayan precedidas de la deliberación del Consejo de
Ministros, cuando por razones de urgencia así aconse-
jen, si bien en tales casos el Jefe del Estado dará des-
pués conocimiento a aquél de tales disposiciones o re-
soluciones.» ©
En la formación de la «nueva legalidad» no se po-
día decir más en tan pocas líneas. Así actuó el general,
de manera personalísimamente autónoma, decidiendo
sobre las cuestiones clave y a veces sobre los matices
más inverosímiles.
3.4. Las formas religiosas *
En Alemania, el nazismo estuvo apoyado por la re-
ligión institucionalizada. Ahora bien, los nazis hicieron
campañas —Bormann a la cabeza de ellas— contra el
cristianismo inconcebibles en la España del franquis-
mo.
El anticlericalismo de ciertos fascistas italianos
—entre ellos Mussolini— se parece más a algunos fe-
nómenos anticlericales (absolutamente minoritarios, o
casi de expresión personal) entre los falangistas. Por
otra parte, esos fenómenos no son relativamente públi-
cos más que antes de la guerra civil. Desde los oríge-
nes, en su inmensa mayoría los componentes del fa-
langismo tienen un contenido religioso que se acentúa
después; y esto es lo que le caracteriza :es un fascismo
con un fuerte elemento integrista, superior al italiano
y al alemán.
Entre los fenómenos de «deificación» de Hitler y
de «deificación» de Franco existen algunos aspectos
análogos. No obstante, hay que observar las diferen-
ciaciones de forma y de contenido. Mientras que Hitler
15, «Boletín Oficial del Estado», Burgos, agosto
de 1939,
16. Recuérdense mis proposiciones teóricas acerca
de las
formas de conciencia precapitalista.
104
se convierte en una especie de «dios pagano» (el lema
de las S.A. es: «Hitler ayer, Hitler hoy y el mismo para
la eternidad»), Franco es, según la propaganda oficial
basada además en declaraciones de las más elevadas
jerarquías de la Iglesia,” una especie de «mesías» que
viene a España a «resolver» los problemas, y a quien
los obispos hacen entrar bajo palio en los templos.
Los aspectos religiosos estuvieron siempre muy li-
gados a la persona de Franco. Desde la guerra, el gene-
ral da ejemplos de conducta supersticiosa, andando
de un lado para otro con reliquias pretendidamente mi-
lagrosas.* Después, se deja rodear de aureolas divini-
zantes © en la creación de las cuales tienen clara res-
ponsabilidad diversos obispos.
En diversos momentos, la dictadura militar se re-
viste, al menos en la persona de Franco, de las formas
de un nuevo tipo de teocracia como pongo de relieve
en la última parte de este libro.
Tanto a través de la Iglesia como del Ejército, esto
es: mediante instituciones fuertemente centralizadas y
jerarquizadas en las que la palabra del superior se
convierte en dogma, Franco organiza sus principales
prácticas teocráticas, en especial las de tipo inquisito-
rial.
Con la Iglesia y las fuerzas armadas, Franco forma
las columnas orgánicas del Estado español, los pila-
17. Telegrama de Pío XII dirigido a Franco al terminar la
guerra civil: «Elevando Nuestro corazón al Señor, agradecemos
sinceramente a V. E. deseada victoria católica España.»
18. Luis de GALINSOGA, uno de los escribanos del general,
dice en su libro Centinela de Occidente, p. 284, que cuando
Franco viajaba se hacía acompañar por la mano momificada
de santa Teresa de Avila. Durante los años 1950 esta mano
recibió honores de teniente general.
19. Por ejemplo, el obispo de Lérida decía que el general
es «el dedo de Dios». Recordemos que Franco hizo fabricar
monedas metálicas con la leyenda de «Francisco Franco, cau-
dillo de España por la g. de Dios». Claro que esa «g» se presta
a diversas interpretaciones, como enseguida supo deducir la
brillante imaginación de nuestro pueblo.
105
res tradicionales desde la Edad Media (la Falange no
fue más que un instrumento coyuntural, utilizado sobre
todo mientras la Alemania y la Italia fascistas fueron
poderosas).
106
está dominado por Franco. Esto es: por muchas dis-
crepancias que los falangistas, monárquicos, etc., ten-
gan con el general, nadie le discute la clave fundamen-
tal de sus vínculos políticos, o sea: el aplastamiento
del otro bloque de clases y de los partidos políticos
democráticos como lazos comunes constitutivos del sis-
tema del franquismo en su totalidad.
Frente a la amalgama dispar de falangistas «antica-
pitalistas» con monárquicos monopolistas y carlistas
ultraclericales de base agraria, el estabilizador y el ar-
ticulador es el elemento ideológico personificado en
Franco. Cada uno de tales factores heterogéneos se opo-
ne, relativamente, a los otros, sobre todo si se les deja
ir completamente a cada cual por su lado; pero todos,
por encima de los matices ideológicos particulares, se
proclaman franquistas o actúan de hecho así en últi-
ma instancia.
En España, la mayoría de falangistas, integristas y
monárquicos son a la vez franquistas, pero hay tam-
bién muchos franquistas que no son ni falangistas ni
carlistas.” Aún más : mientras que durante las primeras
etapas de la dictadura, presentarse como falangista era
una condición política importante respecto al régimen,
ello es cada vez menos seguro a medida que los tiem-
pos avanzan. Es decir, cada día es más decisivo (más
convincente y más conveniente) para los políticos de
las clases dominantes el confesar simplemente que
ellos son franquistas «tout court».
Ello demuestra el gran efecto que produce el culto
al jefe?
20. Desde los primeros meses de la guerra civil, ya hay
gente que políticamente no quiere ser nada más que franquis-
ta. Por ejemplo, el coronel Castejón, a quien le preguntaron
si era falangista o carlista respondió: «Franquista. Sólo eso
y ya es bastante.»
21. Son numerosos los falangistas monárquicos, etc., que
proclaman, hasta el fin, su «inquebrantable lealtad al Caudi-
llo», por ejemplo José Antonio Girón: cf. «La Vanguardia»,
Barcelona, 17 de noviembre de 1974,
107
En tanto que en Italia y en Alemania el jefe guar-
daba y desarrollaba el conjunto de elementos ideológi-
cos uniformándolos con ilusiones que gratificaban a
todos sus seguidores —aunque en la práctica, unos
(los representantes del capital financiero) estaban más
gratificados que otros (la pequeña burguesía)—, en Es-
paña el jefe produce una nueva ideología, autónoma
de los subsistemas políticos que lo sostienen.
En el franquismo los contenidos nacionalistas-tradi-
cionalistas son más acentuados hacia el pasado que
en el nazismo. Ahora bien, en España apenas se ma-
nifiestan (o sólo verbalmente) los elementos racistas
(probablemente porque en la sociedad española medie-
val ya hubo grandes batallas racistas, hasta la liquida-
ción, la expulsión o la conversión de moros y de judíos).
Pero el rasgo más diferente del falangismo y en ge-
neral del franquismo respecto al fascismo y al nazis-
mo es, como he sugerido, la intervención solemne, di-
recta y pomposa de la religión católica en los queha-
ceres PI de la dictadura.
Ahora bien, como en lo que se refiere a los otros
subsistemas, sobre el religioso también es preciso ha-
cer una observación sociológica importante: todos los
franquistas son católicos, pero muchos católicos no son
franquistas.? En resumen, que la religión y la Iglesia,
aunque constitutivas del franquismo, continuaron, co-
mo las otras corrientes, su reproducción autónoma has-
ta entrar en contradicción con el régimen dictatorial.
En ese sentido (la evolución de una gran parte de
la Iglesia, como de otros sectores falangistas, carlis-
tas, etc.) hay que tener en cuenta que tales transforma-
ciones no se producen sólo por una dinámica interna,
108
sino a causa, fundamentalmente, de los efectos que la
lucha de clases del proletariado y del conjunto de fuer-
zas democráticas produce en esas corrientes de pensa-
miento.
109
gen, el fenómeno de la autonomía relativa del Estado
respecto a la sociedad acentúa su crecimiento hasta
llegar a ser una autonomización, a veces, absoluta.
De tal modo, el Estado, aunque perteneciente a una
sociedad en la que el modo de producción capitalista
es dominante, se aparta de las formas estatales de las
naciones dirigidas por un sistema democrático burgués.
En estas sociedades liberales, el personal político, aun-
que está situado en la autonomía relativa del Estado
debe, sin embargo, tomar en consideración los intere-
ses —o algunos de ellos, los más apremiantes— de
las diferentes fracciones de las clases dominantes, y
también de los intereses de las clases dominadas; todo
esto hace que su autonomía siga siendo verdadera-
mente relativa (limitada por otra parte por la crítica
constante de la prensa).
El fenómeno de la autonomía en los Estados fascis-
tas y de dictadura militar es mucho mayor. Las cama-
rillas y en general la burocracia política, constituida
por la vía de las relaciones personificadas, no ligando
su «responsabilidad» más que al «Caudillo» (o a sus
vice-fúhrers, o sub-duces, etc.), no están obligados a
rendir ninguna cuenta de su gestión, evidentemente
que no a los electores (como hacen los representantes
políticos en las democracias burguesas), y ni siquiera
a las clases dominantes (salvo a los sectores claves del
gran capital).
Tales camarillas se encuentran en una situación
(«legal», además) de ruptura permanente con la repre-
sentatividad social. La gran autonomía del Estado se
mantiene con la prohibición de toda crítica pública,
con un sistema de opresión y con la aplicación de drás-
ticas medidas represivas contra cualquier intento de
manifestar la oposición al régimen.
110
4. Desarrollo de los rasgos comunes
y su transformación en específicos
111
V. La dictadura militar
y la reproducción neofeudal-fascista
1. Proposiciones teóricas
113
cambiadas —ni siquiera a medias— por las fluctuacio-
nes de una sola coyuntura.
En cualquier caso, son necesarias varias —€ incluso
numerosas— variaciones coyunturales, o bien esfuerzos
masivos extraordinarios aplicados a un determinado
momento de coyuntura, antes de que lo viejo se trans-
forme y sea posible afirmar que un nuevo conjunto es-
tructural funciona en la sociedad.
También existen casos históricos que se apartan
de esas tendencias generales; entre ellos se encuentra
el caso aberrant! de España. En tales casos no sólo
las viejas estructuras permanecen, sino que las coyun-
turas adquieren formas aparentemente nuevas, pero
que de hecho están dominadas por la reproducción del
pasado. Una reproducción que no sólo amplía, sino
que a veces agudiza los problemas que van acumulán-
dose. La suma de coyunturas de los períodos de la ar-
ticulación y de la transición entre el MPF y el MPC son,
en cierto grado, explícitas en ese sentido. También es
elocuente el período agitado de la Segunda República.
A corto plazo, ese tipo de coyunturas puede crear
la ilusión de que «realmente» están transformándose
las cosas; pero a largo plazo —en el caso de que per-
duren— contribuyen gravemente a la multiplicación
y a la exasperación de las cuestiones sin resolver.
En la formación social española desde el siglo xIX
hasta nuestros días, pueden observarse dos constantes:
a) los largos períodos de reproducción del pasado o
de lentas y pequeñas transformaciones; y b) las eta-
pas cortas de extraordinaria aceleración para cons-
truir el futuro, tentativas en las que proliferan los ele-
mentos utópicos, y que a fin de cuentas fueron domina-
dos —hoy por hoy— por lo viejo.
114
Otra cuestión clave que no se tiene en cuenta es
el tiempo del movimiento coyuntural que desea trans-
formar las viejas estructuras. Cuando el movimiento
coyuntural entra en acción de manera adelantada o,
por otra parte, con retraso respecto al ritmo de madu-
ración de las condiciones estructurales, la coyuntura,
por muy «progresista» (aparentemente) que sea, ape-
nas logra efectos transformadores sobre lo viejo, o con-
sigue menos cambios de los que habría podido alcanzar
si hubiese promovido la acción en los momentos his-
tóricamente precisos.
En todo ello tiene mucho que ver la connotación
de las fuerzas sociales que desarrollan la iniciativa de
la transformación histórica.
La transformación será relativa si el movimiento
coyuntural está dirigido por la tendencia de los anti-
guos representantes políticos de las estructuras domi-
nantes, revestidos hábilmente con algunos de los as-
pectos más vistosos de las corrientes sociales renova-
doras. Éste es un fenómeno que muy poca gente ob-
serva y por ello hay que subrayarlo: que lo viejo puede
integrar lo nuevo, o dicho de otro modo y aun más:
lo viejo no sólo puede «reformarse» con las aparien-
cias de lo nuevo, sino que puede revigorizarse asimi-
lando algunos elementos de las fuerzas auténticamente
innovadoras.
Sólo si las fuerzas que sinceramente trabajan por
el progreso mantienen la iniciativa y la intensifican con
renovados planteamientos, en los que no se descarte la
posibilidad de incluir los sinceros proyectos reformis-
tas en el proceso transformador, podrá realizarse el
cambio verdadero.
No obstante, aun cuando sean las fuerzas progre-
sistas las que logren dirigir una profunda reorganiza-
ción estructural, hay que contar con las supervivencias
del pasado y con los diversos fenómenos teorizados
desde la introducción de esta obra: reproducción, es-
tancamiento, marcha atrás Pl, etc.
115
El período franquista es la más larga y la más bru-
tal reproducción del pasado en la sociedad española.
Mientras avanzamos por la segunda mitad del siglo
xx, en la formación social de las tierras ibéricas se
ponen de relieve graves desfases entre las estructuras
E y las superestructuras P. Es extraordinario: mien-
tras el crecimiento capitalista adelanta cada vez más,
en sus formas de dependencia del imperialismo, las
instituciones determinantes del conjunto de aparatos
estatales, en especial el represivo, permanecen grave-
mente afectadas por elementos feudal-absolutistas im-
bricados a elementos militaristas y fascistas.
Es el rasgo dominante del franquismo hasta la ac-
tualidad : los viejos residuos del pasado articulados a
formas estatales capitalistas del tiempo de los monopo-
lios, estando el conjunto de todo ello «legitimado» por
la arbitrariedad jurídica y por el aspecto teocrático
(hasta 1975, al menos). Nicos Poulantzas hace propo-
siciones teóricas generales que se parecen al caso con-
creto del Estado franquista: «En razón de los desfases
de las diversas instancias y de la complejidad de una
formación social, no resulta de ello necesariamente
que, al nivel de la superestructura política, el tipo ca-
pitalista es el tipo dominante de su Estado. Se puede
hablar rigurosamente de formación dominada por el
MPC, cuyo Estado es un Estado de carácter feudal;
bajo la dominación, pues, del tipo feudal de Estado.» ?
La combinación entre las formas estatales del pasa-
do, los medios técnicos del presente, la proliferación
116
de clanes y de camarillas autonomizados, así como la
vasta intervención del Estado en la economía, explica
la capacidad de maniobra de la dictadura para sobre-
vivir.
117
La penetración democrática entre los militares no
produce todavía la fuerza suficiente para acelerar el
cambio. Son ejemplos individuales cada día más nu-
merosos, pero los oficiales demócratas no acaban de
coordinarse eficazmente.
Junto a los cambios en el interior de la Iglesia, la
transformación progresiva de la prensa es una de las
mayores y más decisivas conquistas de zonas de liber-
tad en la sociedad española de los últimos tiempos.
Las fuerzas proletarias junto a las de una parte de
la burguesía imponen poco a poco ciertos arrincona-
mientos de los aspectos más agresivos del Estado pa-
trimonial del franquismo. Pero eso sucede con retraso
sobre todo después de la muerte del dictador, lo que
significa que España pasa hoy por una coyuntura en
la cual lo viejo puede volver a tomar las formas de
lo nuevo, sin que lo auténticamente nuevo se consolide
de verdad. Sin embargo, ésta es una hipótesis (de mo-
mento), cuya tesis o cuya antítesis sólo nos acabará
de ofrecerlas el futuro que por lo general suele incli-
narse por síntesis específicas. :
118
del Sur, en la época contemporánea los franquistas
han estado esperando el «oro» de América del Norte.
La llegada de capitales extranjeros ha seguido combi-
nándose, sin embargo, con la evasión de capitales espa-
ñoles, como hace siglos el oro y la plata arrancados en
tierras americanas eran malbaratados en los mercados
europeos.
La deuda pública, la inflación galopante, la espe-
culación en todos los dominios, son, como en otros
tiempos, los efectos de una estructura y de comporta-
mientos económico-corporativos* dominados por el ca-
pital bancario asociado al capitalismo financiero inter-
nacional.
Esas actitudes pasan, no obstante, por algunas va-
riaciones, sobre todo en la segunda fase de la forma-
ción económica de la España sometida a la dictadura.
119
Aunque desde el principio el régimen tenía planes
de industrialización de España, los proyectos apenas
se concretan, y durante los primeros veinte años de
dictadura dominan las estructuras agrarias combina-
das con el capital bancario.
120
total, que poseen 11.774.340 ha., es decir, 27,53 % de la
superficie total, con propiedades de 26,06 ha. como tér-
mino medio.
La tara fundamental de la estructura, los latifun-
dios, está agravada por la subexplotación (capitaliza-
ción insuficiente, muy bajo nivel técnico, falta de coor-
dinación entre la agricultura y la cría de ganado, etc.),
al mismo tiempo que por la superexplotación de los
campesinos, sometidos en general a salarios de miseria,
al paro, al trabajo como temporeros y a la emigración
forzada. Además, muchas de las grandes propiedades
(en Andalucía, Extremadura y Castilla) se encuentran
en parte sin cultivar (dedicadas a la caza y a la cría de
toros de lidia).
121
nomía española respecto a las potencias imperialistas.
La estructura industrial continúa compuesta prin-
cipalmente de pequeñas empresas, que oscilan entre
el dominio de las formas más o menos artesanales y
el núcleo familiar relativamente ampliado.
Ahora bien, en la formación económica, la interven-
ción estatal muestra sus efectos cada vez de manera
más marcada: las articulaciones de los capitales pú-
blicos con los capitales privados (españoles y extranje-
ros) desarrollan las bases de los grandes monopolios.
La banca: la situación de autarquía de esta fase si-
gue permitiendo al capital bancario dominar el débil
y lento «desarrollo» industrial. Al mismo ritmo se acen-
túa la tendencia a la concentración bancaria, en pro-
vecho de los tradicionales 5 grandes bancos. En 1940
había 250 bancas, y al principio de la segunda fase de
este período (1962) sólo quedan 103. La Ley de «Orde-
nación Bancaria» del 31 de diciembre de 1946 facilita
ese proceso, y a la vez restablece el funcionamiento del
organismo corporativo de los banqueros, el Consejo
Superior Bancario, verdadero Estado en el Estado.
De tal modo, las redes de interpenetración econó-
mica entre la banca, la industria y el Estado se am-
plían al mismo tiempo que siguen confundiéndose los
límites de los negocios privados y los límites de los
asuntos públicos, unos tomando a menudo el lugar de
los otros (la imbricación monopolista concierne sobre
todo la siderurgia, la electricidad, el cemento, los abo-
nos, el petróleo y el azúcar).
Durante la segunda fase (hacia 196 - hacia
2 1975),
cuando, en fin, el desarrollo industrial despega a gran
7. Con frecuencia se habla de los «5 grandes», o sea:
Español de Crédito, Hispano Americano, Central, Bilbao y
Vizcaya. Otras veces se dice los «7 grandes», y se añade el
Banco de Santander y el Banco Popular (éste es asimismo im-
portante ya que está controlado por miembros del Opus
Dei).
A J. Muñoz: El poder de la banca en España, op. cit.,
p. 64.
122
escala, podemos observar la reproducción ampliada de
las viejas taras: la dominación creciente del capital
bancario sobre el capital industrial, y la tendencia en
aumento a la subordinación de la economía española a
los capitales extranjeros. A ese ritmo el control econó-
mico del país llamado España se encontrará en Wall
Street, Bonn, París y Ginebra.
Ahora bien, incluso en esta segunda fase, E peso
agrario no es menospreciable ni los factores de su re-
ducción gradual. El éxodo rural no se produce a causa
de la mecanización? de la agricultura. Es la miseria
a secas la que obliga a los campesinos al éxodo, para
orientarse a las ciudades industriales (en parte las de
Cataluña, Euzkadi y el cinturón de Madrid), pero tam-
bién tienen que marcharse a las ciudades de Alemania,
Francia, Suiza, Bélgica, etc.
La población activa que en 1940 se distribuía así:
Primario 51,9 %, Secundario 24 %, Terciario 24,1 %,
no empieza a oscilar en favor de la industria más que
a partir de 1967, con las cifras siguientes: 33 %, 34,8 %
y 31,09 %.' Sólo a partir de 1973 la diferencia se mar-
ca considerablemente en favor de la industria: 25 %
agricultura, 38% industria, 37 % servicios." Ahora
bien, aún estamos lejos de la distribución de porcenta-
jes de la población activa en los países altamente in-
dustrializados. Por otra parte, hay que tomar en con-
sideración que la industrialización se concentra en tres
regiones (Cataluña, Euzkadi y Madrid) y que el resto
de España continúa siendo principalmente agrícola.”
9. En este renglón hay sin duda algunos progresos, pero
el problema es que el punto de partida se encuentra muy
bajo, sobre todo en comparación con las agriculturas de los
países industrializados.
10. Salustiano DEL CAMPO: Análisis de la población de Es-
paña, Ediciones Ariel, Barcelona, 1972, p. 98.
11. Instituto Nacional de Estadística. Cf. diario «Ya»,
Madrid, 2 de febrero de 1973.
12. De las 50 provincias españolas, en 23 alrededor del
50% de la población trabaja todavía en la agricultura y en
la pesca. (Cf. S. DEL CAMPO, op. cit., pp. 99-100.)
123
Además del problema plurinacional, la Península Ibé-
rica muestra graves desequilibrios internos en el desa-
rrollo económico.
La tendencia creciente a la concentración monopo-
lista se acompaña todavía por numerosas pequeñas
empresas (63 % de los establecimientos industriales
tienen entre 1 y 5 empleados, 31 % entre 6 y 50, mien-
tras que 0,4 % emplean a más de 500). Por otro lado
algunas «bases» industriales no pueden considerarse
rigurosamente como tales: el turismo, conocido popu-
larmente como «la principal industria española», ha
obligado a realizar enormes inversiones para acoger a
millones de viajeros; pero, a largo plazo el rendimiento
de tales inversiones es problemático; y las infraes-
tructuras turísticas no pueden ser reconvertidas a fines
productivos, si los turistas escogen otros países para
pasar las vacaciones, lo que puede suceder (en este sec-
tor, las inseguridades económicas ya producen sus efec-
tos).
En pocas palabras, España es el reino de la más
asombrosa especulación financiera: puede observarse
si hacemos una comparación entre los beneficios sa-
cados por los 5 grandes bancos españoles, los 5 pri-
meros bancos de Europa y los 5 primeros del mundo:
mientras que los españoles tiene un total de beneficios
del 58 %, los europeos no obtienen más que el 18 %
y los de categoría mundial un 30 %.5
124
pliar los análisis correspondientes a esta última esfe-
ra, la decisiva en toda consideración social.
Durante la primera etapa de la dictadura, las cla-
ses económicamente dominantes (con la excepción de
algunos ejemplos personales) se declaran franquistas,
a partir o no de otros subsistemas ideológicos ultra-
conservadores.
En la segunda etapa (que económicamente empieza
entre 1959 y 1962), el peso ÿ la reproducción del pasa-
do PI que esas clases han hecho, muestra todavía las
aplastantes consecuencias en las mezclas fascistas, in-
tegristas, militaristas y tecnocráticas.
En suma, la mayoría de la clase burguesa no evo-
luciona de su franquismo más que cuando se da cuen-
ta de que la muerte de Franco puede desencadenar el
fin de la dictadura. Así, desde 1966 —y considerando
asimismo la presión de las luchas democráticas— al-
gunos miembros de las clases dominantes manifiestan
públicamente su preocupación e incluso se dirigen al
general para que acelere el nombramiento de su suce-
sor. Con la enfermedad del general durante el verano
de 1974, la burguesía acentúa sus deseos de que el cam-
bio se concrete en la monarquía de Juan Carlos.
También es a partir de ese último momento (y se-
guimos haciendo la excepción de ciertos núcleos bur-
gueses, principalmente los de Cataluña) cuando una
fracción de tales clases expresa, con una cierta clari-
dad pero también con una segura timidez, su impulso
parademocrático (sin que, no obstante, los efectos de
importancia se produzcan en la práctica con el fin de
liquidar la dictadura).
Ya hemos puesto de relieve cómo el tiempo de la
formación económica española es lento. Las lentitudes
son todavía mayores en la formación ideológica y po-
lítica. Esas burguesías aristocratizadas durante el
siglo xIx, militarizadas y fascistizadas durante el
Xx, constituyen el ejemplo más extraordinario de lo
que conceptúo como una clase inerte.
125
Esos burgueses se dan cuenta de que, a corto o a
largo plazo tendrán que vivir en un sistema democrá-
tico. Ahora bien, cabe preguntarse cómo abordarán la
práctica política democrática, ya que llegan a ella casi
sin entrenamiento gradual. A pesar de ello, ni siquiera
en 1975, su empuje democrático no es fuerte ni consti-
tuye mayoría entre ellos. ¿Hasta qué punto esas clases
aceptarán el desarrollo pacífico, en el futuro, de las
luchas del proletariado y de sus intelectuales orgáni-
cos?
Todavía hoy se manifiestan algunos fenómenos qu
no mueven al entusiasmo. Esa clase, que llega a la co-
yuntura encuadrada por la vieja oligarquía financiera,
no consigue todavía crear su verdadera organización
política, para preparar pacíficamente su porvenir. Re-
cuérdese que uno de los problemas centrales de la for-
mación social española es que, por falta de un partido
político consolidado de la burguesía, las fuerzas arma-
das se han visto determinadas a cumplir con ese papel,
que no es el suyo específico. Desde el XIX, hasta el
franquismo, esos vacíos institucionales de la burgue-
sía han tenido que ser «rellenados» por el ejército. Las
condiciones sociales permiten, a partir de la actualidad,
que ese papel «político» de las fuerzas armadas sea su-
perado.
Pero, al revés de lo que ocurre en el panorama de
la clase obrera, en donde existen varios partidos bas-
tante bien organizados, con fuerzas que suman ya cen-
tenares de miles de militantes, las «organizaciones» de
la burguesía no consiguen por el momento superar los
sistemas de clanes y de camarillas, sin saber muy bien
con qué pueden substituir el desaparecido elemento
ideológico-jefe, en qué «cosa» nueva pueden centrarse.
En la última etapa, la fuerza relativa de los antiguos
grupos fascistas, integristas y ultramilitaristas, es un
efecto de la debilidad política e ideológica de la bur-
guesía, que vacila todavía a la hora de contribuir a la
destrucción del franquismo.
126
2.2. Los subsistemas ideológicos del franquismo
en la última etapa
127
bandas armadas, que nos retrotraen a los orígenes del
fascismo (recordemos que los partidos fascistas se han
creado a partir de grupúsculos armados y en combina-
ción con la policía).'*
to especialmente determinado pretendiendo cubrir la falta de
acción de quienes deberían actuar. La mayor alegría de la
Guerrilla de Cristo Rey sería no verse precisada a actuar.»
(Claro, lo «mejor», desde la perspectiva de Sánchez Covisa,
es el fascismo dominante en todas partes.) El señor Sánchez
Covisa —sigue citando Ramón Pi— reconoce que «no siempre
la acción de la Guerrilla ha sido violenta» pero sostiene que
«mientras viva un patriota o un guerrillero de Cristo Rey ha-
brá Guerrilla. Lo que ocurre es que hoy la Guerrilla aparece
menos que en años anteriores. Nuestros objetivos han cam-
biado... Yo diría que lo que hace ahora la Guerrilla es estu-
diar la situación. Prepararse a fondo y esperar esas ocasio-
nes trascendentales que fatalmente se han de presentar. En-
tonces usted —dice a su entrevistador en el diario “Arriba”—
y los españoles que se lo preguntan sabrán de verdad si la
Guerrilla de Cristo Rey es o no es una verdad, si existe o no
existe».
En otra ocasión, Sánchez Covisa dijo que la «G.C.R. es una
agrupación de patriotas sin personalidad jurídica, como lo
es la Conferencia Episcopal». Se declara «por la violencia
cuando se han agotado los cauces pacíficos a su alcance». «De-
fienden a la Santa Iglesia y a España contra organizaciones
como Comunidades de Base, Justicia y Paz, Cristianos para el
Socialismo, Grupos Proféticos, etc., que son verdaderas or-
ganizaciones de agitación marxista.» «Somos los que queremos
seguir siendo católicos, apostólicos y romanos a la vez que
españoles, fieles al 18 de julio y enemigos sin paliativos del
marxismo y del capitalismo liberal.» Cf. Lucha política por el
poder, de Equipo de estudio (Carmen y Concepción de Ele-
jabeitia e Ignacio Fernández de Castro), Ediciones Elías Que-
rejeta, Madrid, 1976.
Hay que notar el permanente odio no sólo al marxismo,
sino también al liberalismo, y sobre todo, como buen inqui-
sidor, a los «hermanos seperados». Pero ¿acaso no sabe Sán-
chez Covisa que más o menos amigos suyos como pueden tal
vez ser López Rodó, López Bravo, etc., son, a su manera es-
pecífica, promotores del «capitalismo liberal»?
15. Existen otros grupitos de ultraderecha, como el
CEDADE (Círculo Español de Amigos de Europa), la Fuerza
Joven, la Joven Europa. Uno de los más recientes es el que
describe «Cambio 16» en su número 238 (28-6-76). «La Milicia
128
Las acciones de estos grupúsculos de ultraderecha
consisten principalmente en los ataques a personas de
la oposición y contra las librerías progresistas. Aquí nos
encontramos con un rasgo común de todas las varian-
tes fascistas, desde la hitleriana a la de Pinochet: su
odio destructivo contra los libros de autores no sólo
revolucionarios, sino simplemente progresistas y libe-
rales, es elocuente de su tendencia inquisitorial, pro-
pia de la Edad Media.
El grupo más organizado parece ser el que tiene
a Blas Piñar como jefe, el semanario «Fuerza Nueva»
como órgano de expresión, y la sigla PENS (Partido
Español Nacional Sindicalista) como proyecto partida-
rio. En cualquier caso, Blas Piñar aparece como el prin-
cipal «ideólogo» de los grupos fascistas e integristas
españoles de hoy, que siguen contando con la protec-
ción y con la ayuda de algunos sectores del aparato
represivo.
Ya que se trata de un «ideólogo», leamos algunas
muestras de su pensamiento:
129
Obsérvese la combinación, propia ya de la ideología
religiosa inquisitorial y del falangismo de los años
treinta, la insistente combinación de palabras milita-
ristas y símbolos religiosos. Evidentemente, para los
fascistas el futuro no es más que un retorno al ayer.
En otras ocasiones, Blas Piñar ha denunciado la
universidad como «un foco de frivolidad, subversión
y droga» y ha recordado asimismo que «la neutralidad
del Ejército no supone su estricta apoliticidad, ya que
hizo su gran opción política el 18 de julio del 36». So-
bre la monarquía también afirma: «No se trata de una
restauración monárquica, sino de la instauración de
una nueva monarquía que no tiene más legitimidad
que la del 18 de julio.»
Tal legitimidad, para Blas Piñar tiene, como para
Franco, un fundamento divino, sagrado: «En la guerra
civil se combate por el poder, mientras que aquí se
combatió en defensa de Dios y de España, a punto de
ser aniquilada por el marxismo y el separatismo." Por
Dios y por España cayeron los héroes y los mártires.
Por Dios y por España nuestras juventudes fueron al
combate y a la muerte.»
La mezcla de integrismo y de violencia es el elemen-
to más característico de los principales dirigentes de
la ultraderecha. El general García Rebull, en las Cor-
tes, al oponerse a la Ley de Objetores de conciencia,
decía que había que evitar «el fomentar la descatoliza-
ción de España, dando facilidades a los objetores, que
me merecen todos los respetos, pero a quienes no pue-
do considerar como ciudadanos».
Tal es, más o menos, el «criterio» de Sánchez Co-
visa, al tratar del tema de la amnistía: «Solamente
estaría conforme si se aplicase a los presos que estén
130
verdaderamente arrepentidos, pues incluso Dios sólo
perdona al que hace acto de contrición y tiene propó-
sitos de enmienda.»
131
La antigua FE y de las JONS está dividida en nu-
merosos grupúsculos. Obsérvese asimismo, en primer
lugar, que la T de los tradicionalistas ha desaparecido
de la antigua (1937) conjunción de siglas, dado que los
carlistas han pasado, sobre todo desde 1968 (véase más
adelante) a la oposición democrática.
Por otra parte, el partido fascista español desapa-
reció oficialmente bajo la nueva fachada del partido
único: el Movimiento Nacional (1958). Sigue habiendo,
pues, falangistas del Movimiento: sobre todo los que
conservan puestos de importancia en la burocracia es-
tatal (sindicatos, Ministerio del Trabajo, etc.).
Sin embargo, por otras vías, diversos falangistas in-
tentan reorganizar su antiguo partido. Tres son los sec-
tores en los que se agrupan las tendencias que se dis-
putan la herencia de José Antonio Primo de Rivera; la
disputa teórica tendría poca importancia si cada uno
de esos sectores no deseara heredar, al mismo tiem-
po, el antiguo nombre de Falange. Tales sectores son,
por un lado, el Frente Nacional Español de Raimundo
Fernández Cuesta; por el otro, los Círculos Doctrinales
José Antonio, en los que parece ser destaca Diego Már-
quez y David Jato; y finalmente los seguidores de Ma-
nuel Hedilla.
El Frente Nacional Español de Raimundo Fernán-
dez Cuesta es la tendencia más a la derecha de la «nue-
va» Falange Española (FE). Su programa consta de
veintisiete puntos y pretende «vitalizar y estimular el
desarrollo de las Leyes Fundamentales en la línea del
pensamiento de José Antonio». Lo que más hay que
tener en cuenta de este sector falangista de ultradere-
cha es que contacta tanto con Blas Piñar y su «Fuer-
za Nueva» como con la UDPE (Unión del Pueblo Es-
pañol, de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, en la que
también militó el presidente Suárez) y con la UNE
(Unión Nacional Española, de Gonzalo Fernández de la
Mora)."
17. Este sector puede transformarse en una verdadera
132
Los Círculos Doctrinales José Antonio * puede ca-
talogarse, en comparación con la anterior, como una
FE de «centro».'” En este sector se agrupan otros or-
ganismos falangistas como los «Antiguos Miembros del
SEU», la FEI (Falange Española Independiente), la
AJO (Asociación Juvenil Octubre), los CDRA (Círculos
Doctrinales Ruiz de Alda), el FES (Frente de Estudian-
tes Sindicalistas). David Jato, uno de los principales
miembros de esta corriente falangista, en una recien-
te reunión, ha «coqueteado» con los anarquistas, lan-
zándoles algunos «cables», como ya hicieron José An-
tonio en su tiempo, José Solís en el suyo, y otros fa-
langistas de banderas más o menos rojas y negras.
En este contexto de fuerzas de derecha, la FE de
«izquierda» podría ser el sector de los hedillistas. Re-
cordemos que no hay movimiento fascista sin una ten-
dencia de izquierda vociferante, es decir, el fenómeno
no tiene nada de nuevo. Los herederos de Manuel He-
dilla, aquel idealista de ultraderecha que se creyó que
Hitler iba a apoyarle como «Führer» español contra
Franco, también forman otra FE y de las JONS, bajo
cuyas siglas se suman el FENAL (Frente Nacional de
Alianza Libre) (fundado por el propio Hedilla en 1967),
la antigua CONS (Central Obrera Nacional Sindicalis-
ta) y el FSU (Frente Sindicalista Unificado) en el que
directamente milita Miguel Hedilla, hijo del anterior?
«platajunta» fascista, y en el próximo futuro en un partido
franquista de choque.
18. Los CDJA tienen 240 círculos en España («Cambio 16»
núm. 245).
19. Aunque este sector parece, en agosto de 1976, el más
unido, tal vez es el más susceptible de desmembrarse, yendo
una parte de los falangistas al sector de derecha y el otro al
de «izquierda». En ese sentido, vale la pena traer a colación
que uno de los dirigentes de los CDJA, Pastor Nieto, es, a la
vez, miembro y directivo de la Confederación de Excomba-
tientes.
20. Recuérdese (p. 99) que poco antes de morir, Hedilla
consideró que la Falange era un cadáver y que es imposible
hacerlo resucitar.
133
Los militantes más sincera o ingenuamente revolu-
cionarios de este sector, posiblemente acabarán aban-
donándolo para pasar a engrosar los verdaderos parti-
dos socialistas y comunistas. Otros falangistas, como
algunos de los antiguos miembros del Frente de Juven-
tudes, ya han optado, desde hace unos pocos años, por
formar una corriente que, sin verse completamente li-
bre de las viejas demagogias, se aproxima a las tenden-
cias socialdemócratas como es la Reforma Social Es-
pañola que dirige el antiguo falangista Manuel Canta-
rero del Castillo?!
134
sos de los falangistas de hoy siguen poniéndose de ma-
nifiesto algunos de sus viejos mitos «revolucionarios».
Recordémoslos brevemente: los falangistas no son «ni
de izquierdas, ni de derechas, ni de centro»; según
ellos luchan «contra el capitalismo» y también «repu-
dian el comunismo». Lo que ellos consideran «el sepa-
ratismo» continúa siendo asimismo una de sus «bes-
tias negras». Y aunque son «contrarios a toda lucha de
clases» pretenden, según la vieja canción, «nacionali-
zar la banca», hacer la «reforma agraria» y no sé cuán-
tas cosas más, con el objetivo de establecer una «de-
mocracia nacional sindicalista». Las citas serían inter-
minables y darían tema para un largo ensayo. Basta
que, por el momento, tengamos en cuenta que, a pesar
de toda esa fraseología típicamente fascista, estos fa-
langistas dicen que FE y de las JONS no tiene nada
que ver con el fascismo.
Cabría pensar, en principio, en el beneficio de la
duda y concluir (provisionalmente, en todo caso) que
quizás ahora los falangistas quieren contribuir pací-
ficamente a la construcción de una auténtica democra-
cia. Pero los contenidos heterogéneos de sus declara-
ciones, en las cuales se mezcla la afirmación de las an-
tigua tesis con las contraverdades históricas, nos mue-
ven las más profundas reservas. La crítica se hace ne-
cesaria porque, además, en los textos falangistas que
volvemos a leer en los periódicos, se pueden observar
ciertos elementos irracionales o al menos de un tipo de
emotividad de difícil aplicación en la práctica o que
en Italia, Alemania y España se aplicó con grandes do-
sis de violencia (ideológica y armada). Se trata de la
emotividad que tanto contribuyó a la instalación del
fascismo, del nazismo y del franquismo en sus respec-
tivos Estados dictatoriales.
Estar, como estos falangistas dicen, «contra la lu-
cha de clases» tal como Franco, Mussolini y Hitler es-
taban resulta, en el fondo, preconizar la más te-
mible, la más cruel, la más destructiva de las luchas
EE
mr
HAVE 7
135
de clases. Hoy Pinochet también dice que él es contra-
rio a la lucha de clases, pero, como en los otros casos,
es un hecho que la Junta militar chilena practica la
más violenta represión de clase, no sólo contra los
obreros, sino también —aunque en un grado diferen-
te— contra los burgueses que se manifiestan como par-
tidarios convencidos de la democracia.
En la actualidad, en los países económica y políti-
camente desarrollados, los mismos teóricos políticos
de la derecha democrática reconocen —y con ellos los
numerosos empresarios democráticos que la practi-
can— la necesidad de las tensiones y de los enfrenta-
mientos pacíficos entre los diversos bloques y frac-
ciones de clase. Aceptan estas luchas porque en cierto
modo son conscientes de que constituyen uno de los
medios para hacer que las sociedades progresen. Que-
rer liquidar la lucha de clases conduce al peor estatis-
mo, a la concentración de las tensiones sociales en el
Estado. Y por ese camino se va a la formación de bu-
rocracias sin ningún control popular, a la repartición
de privilegios entre los clanes de esas burocracias; pri-
vilegios que, además, están protegidos por el «secreto
oficial» como bien saben los numerosos falangistas que
durante muchos años —y sobre todo desde 1937 hasta
1958— han ocupado numerosos cargos de la dictadura
franquista (por supuesto también en las máximas al-
turas ministeriales, y de direcciones generales) en casi
todas las instituciones.
136
cia para sostener una tendencia «centrista». Y los sec-
tores de «izquierda» oscilarán, en uno u otro grado, en
favor de los partidos socialdemócratas, socialistas e in-
cluso algunos antiguos falangistas, como ya ocurrió en
otros tiempos, es posible que pasen a ser militantes del
partido comunista.
En estas páginas nos interesa sobre todo acabar de
analizar las probabilidades de organización de ese par-
tido de la ultraderecha, puesto que, en medio de esos
fenómenos dispares, es el hecho más concreto que se
nos presenta ante nuestra mirada, y porque, además,
este libro estudia la naturaleza del franquismo sobre
todo en los cuarenta años que acabamos de pasar, pero
también es útil hacer un poco de prospectiva acerca
de la reproducción de las corrientes franquistas en la
futura democracia.
Ese partido de la ultraderecha se está perfilando, no
sólo a través de los diversos grupos que acabamos de
estudiar, sino también en otros proyectos partidarios.
Por ejemplo, el PAN (Partido de Acción Nacional) del
cual empezó a hablar la prensa a primeros de junio
de 1976.4 En principio tenía planeado un congreso a
finales de ese mes, que se suspendió, no sin hacer un
llamamiento a las organizaciones de la ultraderecha:
«Hacemos un llamamiento a la coordinación nacional
de todas las agrupaciones políticas afines y, en especial,
a Unión Nacional Española, Unión del Pueblo Español,
ANEPA, Falange Española y Comunión Tradicionalista.
En este sentido, ofrecemos en los próximos días una
137
propuesta técnica para la convergencia.» 24 El proble-
ma, aquí y allá, es quién ocupará la «jefatura»: entre
los fascistas, sobre todo, son muchos los aspirantes a
jefe.
138
democratizados, el poder del que gozaron durante tan-
tos años. Es el caso también de Areilza, hombre de-
claradamente de derecha (civilizada, como dice Santia-
go Carrillo), con quien se alía en los últimos tiempos.
La corriente «centrista» de Fraga tiene un porvenir hi-
potético, ya que el centro está plenamente ocupado por
fuerzas democristianas y socialdemócratas que harán
jugar el prestigio de haber formado siempre en la opo-
sición al franquismo. Por ello, tal vez el impulsivo ga-
llego tenga que hacer marcha atrás e incorporarse don-
de, por otra parte, ha estado siempre: en la derecha.*
139
El Opus Dei es la compañía de Jesús del tiempo del
imperialismo. Es muy significativo que las clases domi-
nantes españolas sigan produciendo, siglo tras siglo, las
órdenes religiosas más influyentes y más representa-
tivas de la Iglesia conservadora” En ello no existen
azares, sino muchas necesidades de la nobleza y de la
burguesía. El fundador del Opus Dei pretende que es
una «aparición divina» la que le inspiró la fundación
de la secta; ahora bien, estudiando sus estructuras,
sus funciones y sus textos, es la influencia de Ignacio
de Loyola y de los jesuitas la que vemos que se de-
sarrolla racionalmente en el ámbito opusdeista. El
Opus Dei es un condensado religioso-corporativo que
se expresa a menudo con fórmulas militarizadas.
140
primera edición de Camino (la obra «fundamental») es
de 1939. Directa e indirectamente, en este libro se pue-
de observar la influencia jesuítica. Los contenidos mi-
litares son los más destacables: «¿Adocenarte? ¿Tú
del montón? ¡Si has nacido para caudillo!» (máxima
16); «La vida del hombre sobre la tierra es milicia»
(máxima 306); «Ese modo sobrenatural de proceder es
una verdadera táctica militar. Sostienes la guerra —las
luchas diarias de tu vida interior— en posiciones...»
(máxima 307); «¡La guerra! —La guerra tiene una fi-
nalidad sobrenatural —me dices— desconocida para
el mundo: la guerra ha sido para nosotros... —La gue-
rra es el obstáculo máximo del camino fácil. —Pero
tendremos, al final, que amarla como el religioso debe
amar sus disciplinas» (máxima 311).2
El militarismo de Escrivá de Balaguer ? se expresa
incluso al condenar las relaciones sexuales, lo que es
significativo: «El matrimonio es para la clase de tropa
y no para el estado mayor de Cristo» (máxima 28).%
141
El fundador del Opus Dei manifestó su carácter be-
licoso asegurando incluso que «en el caso de reanudar-
se la persecución de sacerdotes en España, no podría
permanecer pasivo y preferiría salir a la calle con una
metralleta».*
Esta secta articula su ideología ultraautoritaria con
la expansión de sus negocios económicos y políticos.
El teólogo Urs von Balthazar supo analizar a fondo
lo que es el Opus Dei: «La más fuerte manifestación
integrista de poder en la Iglesia [...] está íntimamente
ligada con el régimen de Franco, ocupa altos puestos
en el gobierno, bancos...» *
Escrivá de Balaguer subrayó constantemente su
pensamiento integrista; en algunas de las últimas mues-
tras publicadas en la prensa española, llegó a atacar
hasta a los clérigos (incluso a los que se encuentran
«arriba», según su expresión) partidarios de la demo-
cracia, porque según él, «la Iglesia, por voluntad di-
vina, es una institución jerárquica..., lo que significa
gobierno santo y orden sagrado».*
142
ma parte del grupo de los grandes (en el séptimo lu-
gar), controla además varias bancas regionales, y ha
desarrollado asimismo numerosas relaciones con el ca-
pitalismo internacional.*
Algunos miembros de esta secta penetran también
en el Banco Central, en el de Bilbao, de análoga mane-
ra que controlan algunos periódicos, editoriales, agen-
cias de publicidad, inmobiliarias y compañías de se-
guros.
Debe asimismo subrayarse una cierta «ida y vuelta»
entre los gerentes y consejeros de esas empresas y ban-
cas y los que llegan a ser ministros y altos funciona-
rios del Estado franquista desde 1957. En resumen, se
gestionan los negocios privados a partir de puestos pú-
blicos, o bien se gestionan los asuntos públicos desde
empresas privadas.
143
en el gobierno a sus correligionarios: desde 1957, es-
pecialmente a Alberto Ullastres (ministro de Comer-
cio) y Mariano Navarro Rubio (ministro de Hacienda).
A partir de ese momento la composición del Consejo
de Ministros se encuentra cada vez más dominada por
los opusdeístas, o cuando menos por sus simpatizan-
tes, hasta el cambio del 29 de octubre de 1969, que es
cuando los nuevos monjes llegan a controlar, directa
o indirectamente, todo el gobierno.
Tal hecho desencadena una ofensiva contra el Opus
Dei, sobre todo por parte de los falangistas (por parte
de la burocracia de este subsistema que continúa en los
puestos subalternos de algumos ministerios, pero so-
bre todo por el lado de los falangistas que se encuen-
tran en «paro» político). En cierta medida son ellos,
junto con Fraga Iribarne, quienes facilitan el estallido
del escándalo Matesa; el descubrimiento de esta fa-
bulosa corrupción, así como el atentado que cuesta la
vida a Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973), de-
terminan la caída de los opusdeístas de sus dominios
políticos.
Pero por personas interpuestas, la influencia del
Opus Dei en el Estado sigue siendo considerable. Dos
ejemplos de peso: el actual presidente del gobierno,
Adolfo Suárez, es un simpatizante notorio de la secta;
y Juan Carlos, formado, entre otros, por un preceptor
del Opus Dei (Angel López Amo), conserva algunos vín-
culos con los miembros de este Instituto.
En todo caso, los opusdeístas constituyen una po-
tencia económica y también ideológica: su influencia
se propaga más allá de la secta, por el hecho de la ar-
ticulación de los contenidos religiosos tradicionales
con la «modernidad» de las formas tecnocráticas. El
culto de la «eficacia» y las aparentes «despolitizacio-
nes» y «desideologizaciones» que pretenden sostener
sus miembros, son elementos que se desarrollan y pue-
den todavía hacer mayores expansiones entre las clases
económicamente dominantes: porque éstas compren-
144
den que las fórmulas clásicas del fascismo y de la dic-
tadura ya no les sirven, que en la actualidad puede
serles más útil el tecnocratismo, como nuevo tipo de
ideología y de práctica fascistas.
Mientras estuvieron en el poder, los opusdeístas
aportaron un cierto espíritu renovador de la gestión
económica, pero políticamente actuaron de la misma
manera que los antiguos falangistas.
145
NF. 10
obrera y de los estudiantes e intelectuales, hemos visto
desgajarse —o al menos tomar algunas distancias—
del franquismo más estricto a ciertos políticos del ré-
gimen (antiguos embajadores, directores generales, mi-
nistros, etc.), a veces incluso entre los que se manifes-
taron como los fascistas más intransigentes.
Los «evolucionistas» forman un sector no despre-
ciable de la acción política, que ha podido ser utiliza-
do por las fuerzas democráticas. Pero considerar a los
«evolucionistas» —tal como algunos dirigentes de la
oposición los han considerado— como una corriente
política favorable exclusivamente a la oposición, es
producto de una visión simplista que no sólo no ha
podido hacer avanzar a los partidos democráticos, sino
que en cierta medida les ha llevado a algunos callejo-
nes sin salida.
De manera general es cierto que los «evolucionis-
tas» en principio hacen una especie de reducción de
la base social de la dictadura, pero todas las corrientes
«evolucionistas» no confluyen hacia acuerdos sinceros
con la oposición. Al contrario, un sector «contra la
dictadura» de los «evolucionistas» sólo quiere cambiar
la fachada del régimen para continuar más o menos
como siempre.
Las piruetas pseudodemocráticas de muchos «evo-
lucionistas» no van mucho más lejos que su verborrea.
Uno de sus objetivos, en el fondo, no es otro más que
el retorno al poder o bien la ambición de ser un día
ministro o director general, para defender mejor sus
intereses, privados, personales o del grupo al que están
asociados. Son los elementos de las futuras camarillas
estatales (en la medida que los auténticos represen-
tantes democráticos les dejen plazas «libres»).
Los «evolucionistas» son, sin embargo, personajes
hábiles. Saben buscarse su legitimación democrática,
no sólo a base de contactos públicos con los represen-
tantes de la oposición de siempre. Las actuaciones
y
las amenazas de los sectores ultra, de los integristas
y
146
de los fascistas, son utilizadas por los «evolucionistas»
para acabar de «legitimar» su nueva posición «liberal»
y «centrista». Son elementos que pueden intentar la
consolidación del tecnocratismo, entendido como un
nuevo tipo de fascismo, en colaboración con los que
oficialmente ya son tecnócratas.
Esa hipótesis se pone de manifiesto cuando ni si-
quiera los «evolucionistas» más avanzados se atreven
a participar en la suma de acciones democráticas para
efectuar la ruptura con el sistema dictatorial, ruptura
que constituye el principal camino auténtico para el
establecimiento de una democracia.
2.2.4. La Iglesia
147
V
luchas de clases proletarias producen efectos incluso
sobre las instituciones más cerradas y dogmáticas, lle-
vándolas a iniciar una reproducción PI antagónica.*”
Muy lentamente, pues, desde 1960; y rápidamente
desde 1969, en la vieja columna del feudalismo y del
capitalismo fascistizado que es la Iglesia, comienza a
ponerse en marcha una sorprendente reproducción PI
antagónica, tanto contra las formas EPI franquistas,
como contra las antiguas formas eclesiásticas, o sea:
contra el integrismo de algunos obispos, clérigos y nú-
cleos de fieles. Ésta es la principal fisura que las fuer-
zas democráticas han producido en los pilares de la
dictadura.
Hoy (1975-1976), la mayoría de la Iglesia es diferente
de la Iglesia que predicaba la guerra en 1936. El fran-
quismo ya no puede contar, desde este momento, con
la Institución eclesiástica para reproducir su sistema
político.
Es preciso observar asimismo que las luchas de los
sacerdotes (en general jóvenes) contra el régimen, se
producen sobre todo en las zonas industriales (Madrid)
y en las que, además, tienen un problema nacional (Ca-
taluña, Euzkadi).
El proceso ideológico por el cual han pasado esos
sacerdotes es, de manera esquemática global, el si-
guiente: a) toma de conciencia de los contenidos del
la censura y en general a la dictadura. Cabe señalar, sin em-
bargo, que la mayoría de los intelectuales se manifestó de
manera harto tímida.)
37. Propongo conceptuar como reproducción PI antagóni-
ca el efecto producido por las luchas de clases en el seno so-
bre todo de los aparatos estatales. La reproducción antagónica
es la continuación de la producción de lo que existe, pero gra-
dualmente con otra significación, en especial al articularse
con elementos PI nuevos. Ejemplos: el impulso democrático
de algunos militares liberal-revolucionarios a partir del ejér-
cito de la monarquía absoluta de la España del xIx. Más re-
cientemente: el impulso democrático que partió del interior
del ejército portugués transformando esta sociedad de un fas-
cismo asimismo específico.
148
cristianismo (primitivo) como antigua ideología revo-
lucionaria (al menos de las clases dominadas), b) men-
talización crítica de las graves contradicciones en las
cuales cae la Iglesia en sus relaciones con las clases
económicamente dominantes y con la dictadura; y c)
aproximación a, y asimilación de, la ideología socialis-
ta, con frecuencia netamente marxista (hay clérigos
que son militantes del PCE, del PSUC, etc.).
149
Los carlistas formaron un sector importante de las
tropas de choque del franquismo durante sus primeros
años, así como conservaron sus acentuados elementos
integristas.
Ahora bien, a medida que Franco concreta su elec-
ción en Juan Carlos como heredero del puesto de jefe
del Estado a título de rey, los carlistas, adversarios de
esta rama dinástica desde 1833, se apartan progresiva-
mente del franquismo. En 1968, Franco expulsa de
España a la familia carlista; desde ese momento la
ruptura con el general es total, y fundan el Partido
Carlista, se declaran favorables al socialismo autoges-
tionario pero el Estado seguiría siendo una «monar-
quía socialista». (Carlos Hugo, heredero de esta rama
monárquica, hizo dos viajes de estudio en ese sentido:
uno a China y el otro a Cuba, en 1975.)
Ahora bien, en el seno del carlismo se produce una
escisión : la Hermandad de Antiguos Combatientes Re-
quetés (o sea los antiguos combatientes carlistas al
lado de Franco) denuncia y ataca la asociación del car-
lismo con el socialismo, y recordando a los «cruzados»,
considera que incluso los sistemas políticos liberales
de Francia y de Inglaterra son contrarios a los prin-
cipios carlistas.* ;
Por cuanto he podido conocer de la evolución para-
socialista de la parte principal de la familia carlista ®
he de decir que me parece sincera, aunque tal transfor-
mación pueda parecer paradójica. Pero no es menos
cierto que hemos de rendirnos ante la evidencia de
que incluso un hermano de Carlos Hugo, el príncipe
Sixto Enrique, está jugando un (triste) papel en la
reactivación del integrismo carlista asociado, como du-
150
rante la Segunda República, con bandas armadas de
tipo fascista (recuérdese el sangriento caso del acto de
Montejurra de 1976).%
151
guno de los grupos franquistas es capaz de dirigir a los
otros. Tampoco los «evolucionistas» acaban de coor-
dinarse entre sí. Frente a una oposición democrática
que, a pesar de todo, consigue al fin presentarse unida,
los nuevos «partidos» de burgueses franquistas proli-
feran sin que se concrete una tendencia hegemónica
común para todos ellos.
Si consideramos que las ideologías burguesas se
encuentran en crisis en todo el mundo, se puede dedu-
cir la profunda crisis PI que atraviesan todavía las
clases dominantes en España.
Los problemas de fondo siguen siendo siempre los
mismos que he puesto de relieve a lo largo de este li-
bro. Esas clases no saben liberarse de su actitud eco-
nómico-corporativa, continúan confundiendo su domi-
nio privado y los negocios públicos, oscilando hacia
la dominación de lo personal sobre lo social. Así se
crean los clanes y las camarillas.
Por todo ello, tal como subrayo en mis fundamen-
tos teóricos, estas clases no constituyen verdaderas
clases sociales, en el sentido riguroso y global del con-
cepto. No son clases más que desde un punto de vista
económico, pero políticamente no muestran un impul-
so coherente, ni de lejos comparable al empuje PI de
las burguesías francesa e inglesa. Las clases dominan-
tes españolas son, pues, clases inertes.
Si no hacen esfuerzos serios —y me consta que a
título personal algunos burgueses progresistas los es-
tán haciendo— a fin de contribuir decisivamente a la
organización social mediante los consensus PI; si la
burguesía no ocupa políticamente el vacío de poder
que deja la desaparición de Franco, aún se puede temer
que en el futuro alguna fracción de esas clases haga
nuevas tentativas de articularse con las fuerzas ar-
madas.
152
3. Las fuerzas en lucha contra la dictadura
153
transcurrido, y en ese tiempo algunos de los mejores
militantes comunistas, socialistas y anarquistas han
muerto. La desaparición de esos hombres se siente a
la hora de empezar la lucha política e ideológica (a
menudo simplemente sindical) entre el pueblo, en las
fábricas y en las universidades.
Los primeros grandes resultados de la nueva estra-
tegia democrática pueden observarse en 1951, con la
huelga general de Barcelona y la continuación de las
huelgas en Euzkadi y en Madrid? En los ambientes uni-
versitarios, las grandes acciones no empiezan más que
en 1956, en Madrid.
Otro movimiento de huelgas importante, en Barce-
lona, en Madrid y en Asturias, se produce durante los
primeros meses de 1958.
Al margen de los movimientos obreros, los par-
tidos democristianos catalanes, vascos y gallegos vuel-
ven a empezar asimismo sus acciones.
Con las grandes manifestaciones de 1961 y 1962, la
clase obrera continúa dando su contribución decisiva
a la reproducción democrática ampliada. Las protestas
colectivas muestran una tendencia creciente, y desde
1966 las huelgas y manifestaciones proletarias y estu-
diantiles son permanentes.
En los últimos tiempos (1970-1975), los movimien-
tos huelguísticos, centrados en principio en los cen-
tros industriales, se propagan a regiones subdesarrolla-
154
das y agrarias como Andalucía y Galicia. Esto nos in-
dica un proceso de extensa reproducción de los conflic-
tos (en casi todas las regiones, ramas industriales, zo-
nas campesinas, y centros universitarios, así como en
sectores de las antiguamente llamadas «profesiones li-
berales»: los médicos, los periodistas, etc.), al mismo
tiempo que una tendencia a la rotación más rápida de
las luchas.
En pocas palabras, el movimiento obrero, sus par-
tidos y sindicatos, a pesar de la muy dura represión
durante cuarenta años, desarrollan constantemente sus
fuerzas. Algo parecido ocurre en el resto de partidos
y grupos que desde 1939 forman la oposición a Franco.
Los ritmos unitarios, la coordinación de las accio-
nes entre fuerzas sindicales y políticas diferentes, se
han concretado raras veces. Sin embargo, en la última
etapa se desarrolla una tendencia a la unión antifran-
quista. Un hito importante es la formación de Juntas
democráticas (1974) y después la Plataforma de Con-
vergencia democrática (1975), pero desgraciadamente
la unión de la oposición no se consolida más que me-
ses después de la muerte de Franco (Coordinación de-
mocrática, 26 de marzo de 1976).
En efecto, desde el final de la guerra, en el interior
de las fuerzas democráticas se plantean varios proble-
mas que constituyen obstáculos en sus luchas contra
la dictadura. El principal de esos problemas es exter-
no: la represión, que es necesario subrayar siempre,
porque explica, en su aspecto más determinante, la
larga duración del franquismo. Ahora bien, junto a
éste se plantea otro problema principal, también de
manera constante, y aquí de carácter interno, que se
encuentra igualmente en los orígenes de las faltas de
eficacia rápida de las luchas democráticas contra la
dictadura: se trata de la tendencia a las divisiones en-
tre los partidos, sindicatos y grupos de la oposición.
a 155
3.1. Observaciones sobre la represión
156
forzados a permanecer en el exilio o a vivir en España
en una especie de clandestinidad.
En general la represión también tiene siempre un
lado psicológico considerable, del cual no se han dado
cuenta algunas personas. La policía ha empleado a me-
nudo no sólo los «malos tratos», sino que al mismo
tiempo suele aplicar medidas represivas psicológicas.
Esas medidas consisten en dejar flotar dudas «serias»
sobre la moralidad sexual y/o política de familiares
o/y de camaradas de lucha. Por ejemplo: decir que
tal o tal otro compañero lo ha delatado, puede pro-
ducir en el preso político novato e ingenuo, y también
entre sus amistades, un efecto importante (desmorali-
zación ante la hipotética falta de solidaridad) porque
a veces provoca la declaración que anda buscando la
policía.
157
casi no actuaba porque seguía imaginando que la
represión era la misma que en la trasguerra. Su men-
talización «crítica» de la realidad experimentaba un
retraso de veinte años, más o menos.
También ha sucedido al revés: en el polo opuesto,
los voluntaristas y los superoptimistas piensan desde
1939, y en las etapas sucesivas, que la dictadura está
a punto de «caer»; no importa qué lucha es conside-
rada siempre una «victoria», a pesar de que el fraca-
so sea a veces de los más evidentes.
Por una parte, estamos ante una confusión de los
miedos personales con las amenazas reales; por la
otra, son los deseos de transformación los que toman
el lugar de las posibilidades de cambios de lo real.
Ahora bien, en esos fenómenos se mezclan condi-
ciones positivas de los militantes demócratas y revo-
lucionarios (que sin embargo no siempre producen
efectos positivos). En la oposición —lo he puesto ya
de relieve en otras páginas— existe una gran energía
ético-política, pero han faltado ciertas dosis de fría
racionalidad aplicada a las tareas concretas, de las
más simples a las complejas. Ha habido mucho «co-
razón» y moral, pero a veces se manifiestan las caren-
cias de «cabeza» y de ciencia.
En suma, esas actitudes se traducen asimismo en
el desconocimiento de los efectos limitados produci-
dos por un movimiento coyuntural, del mismo modo
que no se tiene en cuenta la fuerza expansiva de los
elementos orgánicos.
158
las regiones donde se plantea un problema nacional),
y también a causa de manifestaciones diversas de in-
dividualismo y de incapacidad política (disfrazada en
algunos casos de cierto exhibicionismo verbal).
Socialdemócratas, democristianos y otras corrien-
tes de centro y de derecha no siempre han querido
avanzar contra la dictadura tanto como lo permitía
el cambio gradual de relaciones de fuerza. Evidente-
mente, si esas fuerzas no han avanzado siempre al
ritmo que era factible, y además han intentado frenar
a los comunistas y a los socialistas, ello no se debe
únicamente a ciertos temores por la represión (falsos
temores porque tales tendencias políticas son tolera-
das durante la última etapa del franquismo), sino por
los cambios que a pesar de todo han ido aproximán-
dose: esto es, ciertos democristianos y socialdemócra-
tas tienen miedo de las transformaciones que podrían
escapar a su control, y que tal vez pudieran avanzar
con una rapidez que no concordara con sus intereses
económicos y políticos.
Las posibilidades de hacer progresar los cambios
decisivos hacia la democracia se concretan en el nivel
alcanzado por la reproducción ampliada de las fuerzas
democráticas, y en los niveles de reproducción PI an-
tagónica en el interior de los antiguos grupos franquis-
tas, de la Iglesia e incluso del Ejército.
Las contradicciones entre clases en la oposición
han constituido, pues, un grave lastre, que ciertas per-
sonalidades han intentado aun agravar. Durante estos
cinco últimos años, ciertos socialdemócratas y demo-
cristianos han vuelto a oscilar hacia los sectores «evo-
lucionistas». En esos sectores se han hecho planes
—realizados en parte— neocontinuistas del franquis-
mo, proyectos que consisten en establecer, tras la muer-
te de Franco, una «democracia» reducida en la cual
sólo tendrían el derecho de actuar públicamente los
partidos de derecha y de centro, centroizquierda. Es
decir, desde 1969, al menos, hay proyectos que, en los
159
procesos de transición a la democracia, quieren apar-
tar de la legalidad (o bien seguir prohibiendo) a los
partidos y sindicatos auténticamente representativos
del proletariado y de los intelectuales revolucionarios.
De tal modo, en una coyuntura clave como la del
verano de 1974, a partir de la cual (yo siempre he di-
cho que era necesario antes) convenía concretar una
unión actuante de todas las fuerzas democráticas, los
retrasos, las vacilaciones y en suma las divisiones con-
tinúan siendo los rasgos característicos de la oposi-
ción.
Primero se crea la Junta democrática, donde se en-
cuentran, en torno al PCE como partido principal, el
PSP, las «Alianzas Socialistas» y una fracción de la
burguesía ligada a una corriente neoliberal del Opus
Dei representada por Rafael Calvo Serer, antiguo ideó-
logo del franquismo.
Las fuerzas políticas democráticas que permanecen
fuera de ese pacto unitario —la más importante es
el PSOE— se organizan en otra plataforma, llamada
primeramente Congreso Democrático* donde el prin-
cipal peso político es el que está compuesto por ten-
dencias socialdemócratas —por ejemplo la USDE— y
democristianas.
Tal división a nivel de plataformas unitarias sigue
de la misma manera durante 1975. Como en otras co-
160
yunturas, un aspecto importante de la falta de unidad
es el anticomunismo militante de ciertas fuerzas y per-
sonas.
Con retraso considerable, la unión de las fuerzas
democráticas se hace, por fin, el 26 de marzo de 1976:
la Coordinación democrática (la fallida presentación
en una rueda de prensa es el 29 de marzo) : en el nuevo
organismo quedan asociadas la Junta Democrática y
la Plataforma de Convergencia Democrática (antes Con-
greso Democrático).
A pesar de tales fuertes corrientes unitarias, en su
interior continúan manifestándose fluctuaciones que
oscilan hacia la desunión. Esto sucede incluso en los
organismos unitarios catalanes, la Assemblea de Ca-
talunya (1971) y el Consell de Forces Polítiques de
Catalunya (1975).
Mis observaciones críticas respecto a la falta de
unidad casi permanente de las fuerzas democráticas
durante cuarenta años, deseo —y es justo, es real—
compensarlas con nuevas consideraciones positivas:
que las fuerzas democráticas, si todavía no han logra-
do el derrocamiento del Estado dictatorial, han con-
seguido movilizar en favor de la democracia a grandes
sectores de la sociedad española. En los últimos meses,
las manifestaciones de masas (decenas de miles que,
en diversos casos, superan las cien mil personas) en
favor de las libertades públicas han abierto grandes
boquetes en las murallas de la dictadura, hasta tal pun-
to que ésta se ve obligada a hacer concesiones, a ha-
cer cambios notables en su lenguaje y a pedir nego-
ciaciones con algunos de los hombres representativos
de la oposición. Pero sobre las fuerzas democráticas,
en su aspecto histórico, escribo en otras páginas.*
161
34. Las exasperaciones «revolucionarias» y el PC
162
nista internacional. (Las acciones terroristas, así como
otros tipos de actuaciones pararrevolucionarias que co-
rresponden también a formas de conciencia precapita-
lista, se producen un poco por todas partes, desde el
Japón a la República Federal Alemana, desde los Es-
tados Unidos a Italia, desde Francia a México, etc.) Es
decir, esos jóvenes revolucionarios, que en su mayoría
se reclaman, en parte al menos, de las ideas marxistas
(maoístas y guevaristas quizá sobre todo), que quieren
destruir las dictaduras militares, fascistas y capitalis-
tas, no encuentran en los PC las organizaciones capaces
de dirigir su gran impulso en favor de los cambios.
Los únicos grandes partidos oficialmente revolucio-
narios, en los que se encuentran todavía numerosas
supervivencias dogmáticas y sectarias (a pesar de los
progresos que se han hecho, sobre todo tal vez a nivel
verbal), no constituyen siempre unos ambientes que
puedan atraer e integrar a esos jóvenes que, a mi jui-
cio, se equivocan, pero a los cuales no se puede negar
el valor de querer ser eficaces en los caminos de la
revolución.
Desde la enfermedad infantil del comunismo, el
oportunismo de izquierda del primer período estali-
nista, la mayoría de los PC han pasado al oportunismo
de derecha de la segunda etapa estalinista y del brej-
nevismo como enfermedad senil de un cierto tipo de
construcción del socialismo.
El movimiento nacionalista y revolucionario ETA,
el más poderoso de los grupos que desarrollan la lu-
cha armada en España desde 1959, nace y se desarro-
lla precisamente en una de las nacionalidades ibéri-
cas, el País Vasco, en donde el PC ha estado dirigido
por prosoviéticos notorios. Por el contrario, en Cata-
luña, en donde el PC (PSUC) está dirigido por mili-
tantes más abiertos, más sensibles tanto a las nuevas
realidades como a los errores del pasado, se han crea-
do plataformas unitarias en las que se encuentran y se
coordinan las luchas de los marxistas de todas las ten-
163
dencias, incluidos los más o menos prochinos y los
trotskistas, con las otras fuerzas democráticas. Eso no
se produce evidentemente sin críticas recíprocas sobre
tal o tal otra cuestión, pero lo importante es que
en Cataluña la oposición avanza consolidada y de ma-
nera más unitaria que en el resto de España.
En su conjunto el PCE es, de lejos, el único gran
partido de la clase obrera en España. A pesar de la
represión, que ha caído sobre sus filas más sistemá-
ticamente que sobre cualquier otro partido, el PCE ha
sabido desarrollar una organización que actúa en toda
España.
En el PCE también ha habido fuertes tendencias
stalinistas, dogmáticas y sectarias, pero en la actuali-
dad los comunistas españoles (salvo las excepciones
personales que aquí o allá siempre pueden encontrar-
se) se muestran más críticos, en general, que los del
PCF e incluso que los del PCI respecto a las graves de-
formaciones del socialismo en la Unión Soviética y en
otros países.
En 1968, la intervención soviética en Checoslova-
quia es netamente condenada, y luego el PCE defiende
en varias ocasiones la personalidad y los proyectos de
Dubcek. En 1970, los prosoviéticos son expulsados. En
1971, se restablecen las relaciones con el PC chino.
El PCE ha arrinconado también el anticlericalismo
—viejo vicio de casi todas las fuerzas progresistas— y
hoy se articula sin reservas y de manera preferente
con las nuevas corrientes de izquierda de los católi-
cos —no debe olvidarse que es la masa ideológica
predominante en la formación social de estas tierras—
porque sin ellos las transformaciones no pueden ser
realizadas. Los resultados son considerables, tanto en
la extraordinaria reproducción PI antagónica* en el
interior de la Iglesia, como en la militancia de diver-
sos católicos y sacerdotes en las organizaciones del
PCE.
5. Recuérdese el sentido de este concepto (p. 148).
164
Aunque su estrategia está evidentemente dirigida
hacia el socialismo, las luchas de los comunistas espa-
ñoles se encuentran dominadas, en la última etapa, por
la táctica de la transición a la democracia. En este sen-
tido, el PCE no es sólo el partido que mejor defiende
los intereses de la clase obrera, sino también el que,
por su fuerza muy organizada, más contribuye a que
avancen los combates democráticos.
Pero su exclusiva preocupación por imbricarse en
la dinámica que nos lleva a la democracia, hace caer
a veces a algunos de sus militantes en oportunismos
de derecha. La misma lucha que deben desarrollar pro-
duce tal efecto. La constante actividad para atraer y
movilizar a las fuerzas burguesas democráticas, para
que eleven su nivel de combatividad, el hecho de unir-
se a ellas para empujarlas, lleva a ciertos comunistas
y también socialistas a perder de vista su verdadero
objetivo, y a oscilar hacia actitudes de excesiva mode-
ración, de una moderación edulcorada y en algunos
momentos subordinada a las corrientes burguesas «evo-
lucionistas».
La táctica de alianzas con la burguesía, e incluso
con algunos grupos de «evolucionistas», a fin de des-
truir la dictadura, resulta positiva en la medida en la
que no se pierde de vista a las fuerzas reales que pue-
den y deben conquistar una verdadera democracia.
Conviene sensibilizar y facilitar la acción parademo-
crática de tales sectores, pero lo evidente y lo decisivo
es trabajar para la movilización del proletariado, de
los estudiantes, de los intelectuales y de los técnicos.
165
4. La dictadura, entre el fascismo y la monarquía
166
4.1. La legitimidad teocrática. El caudillaje
167
nos simbólicamente) a los «infieles» o a los modernos
ateos.
Recordemos que desde la Reconquista es Santiago,
conocido como «Santiago Matamoros», el alma prin-
cipal de las batallas, tradición que fue revigorizada por
el general Franco.
Ya en 1072, el rey de León, Alfonso VI, dio ciertos
privilegios a la villa de Valcárcel, próxima a la ciudad
de Santiago, diciendo que lo hacía «por el amor del
apóstol cuyo poder es el fundamento de la tierra y del
gobierno de toda España». En 1228, Alfonso IX dice
que es gracias a Santiago que «nuestro reino y toda
España continúa existiendo». En 1442, Isabel y Fer-
nando, los «Reyes Católicos», que empiezan a hacer
la unión de todos los reinos de la Península Ibérica
precisamente a partir de la ciudad de Santiago, dicen
que el apóstol es el «patrón y el guía» de todo el país.
Durante la guerra llamada de la Independencia tam-
bién es la Virgen del Pilar la que representa el fuerte
vínculo entre lo religioso y lo militar. Durante la gue-
rra civil 1936-1939, los oficiales franquistas hacen que
esta virgen suba el escalafón (para los guerrilleros de
principios del siglo xIx no era más que «capitana de
las tropas aragonesas») y le dan el grado de teniente
general. En suma, desde los reyes medievales hasta
Franco, es «Dios quien da el gobierno»? al jefe del
Estado español.*
168
La «legitimidad teocrática» del general Franco em-
pieza a consolidarse en plena guerra civil al catalogar-
la como «cruzada» si bien algunos, como Ricardo de
la Cierva, caen en contradicciones de bulto en el es-
pacio de unas pocas páginas.* Dice en la página 101:
«Fueron los obispos, y no él, quienes utilizaron por
vez primera, en agosto y en octubre de 1936, la idea y
el término de “Cruzada” como interpretación ideoló-
gica de la guerra civil.» Y en la página 104: «Desde la
emisora tetuaní de la Guardia Civil, Franco envió men-
sajes en los que utilizó inmediatamente la palabra
“Cruzada”; pero exclusivamente en sentido patriótico,
sin la menor connotación religiosa o eclesiástica.» Cu-
riosas contradicciones las de Ricardo de la Cierva, cu-
riosos cambios también de contenido semántico los que
él hace con una palabra, como «cruzada», marcada du-
rante siglos por un sentido estrictamente religioso-mi-
litar. Todo ello es muy curioso cuando el propio his-
toriador oficial del franquismo subraya la religiosidad
(en principio oportunista, luego fanática) del general,
169
y cuando en la página siguiente (105) vuelve a decir,
sin entrar en el menor análisis de tales contradiccio-
nes: «Después de la Carta colectiva (de los obispos),
Franco se refirió siempre a la Cruzada en el sentido
de guerra religiosa, y se negará a discutir, incluso a
comprender las posteriores variaciones de la Iglesia
en el terreno de esta interpretación. Creerá que estas
variaciones no son solamente una injusticia, sino una
traición a los muertos de la Cruzada.»” Posiblemente
exagere Ricardo de la Cierva en este comentario de
coletilla, ya que otros notorios franquistas como Ro-
drigo Fernández-Carvajal no tenían ningún reparo, in-
cluso en vida de Franco, en interpretar (quizás en cier-
to grado involuntariamente) el fondo de la cuestión:
«La “sacralización”” de nuestra guerra civil y su pre-
sentación como una nueva Cruzada, no sirvió para
otra cosa sino para inducir a sospecha, ya que al po-
ner nosotros el énfasis en sus justificaciones sobrena-
turales, muchas gentes pasaron a sospechar que no
las había tenido naturales.»? (Observe el lector la re-
petición significativa de «sospecha-sospechar», eviden-
temente algo había ahí contra natura...)
En cualquier caso, numerosos documentos prue-
ban el injerto religioso en el corazón del conflicto bé-
lico, y la organización a partir de esos sangrientos
momentos históricos de la «legitimidad teocrática» de
la jefatura de Franco. Con tal fin las mismas jerar-
quías de la Iglesia, comprendido Pío XII, ponen las
170
correspondientes bases «teóricas» en numerosos do-
cumentos, telegramas, declaraciones y comentarios. El
papa, «pocos días después de haber sido elevado al
Sumo Pontificado», como comentaba Josep M. Llorens,
un sacerdote catalán exiliado en Francia, dirigió un
telegrama y un mensaje (1 y 10 de abril de 1939) a
Franco. El primero decía, principalmente: «Elevando
nuestro corazón al Señor, agradecemos sinceramente
a V. E. deseada victoria católica España. Hacemos
votos porque ese queridísimo país, alcanzada la paz,
reemprenda con nuevo vigor la vieja y cristiana tra-
dición...>»
Y en el segundo: «Con inmenso gozo Nos dirigi-
mos a vosotros, hijos queridísimos de la católica Es-
paña, para expresaros nuestra paterna congratulación
por el don de la paz y de la victoria con la que Dios
se ha dignado coronar el heroísmo de vuestra fe y
caridad, probado en tantos y tan generosos sufrimien-
tos.»?
Llevado a ese rumbo celestial, Franco naturalmente
le responde con otro telegrama en el que reafirma esa
relación, poco menos que de «íntima amistad», con
los poderes divinos: «Intensa emoción me ha produ-
cido paternal telegrama Vuestra Santidad con motivo
victoria total de nuestras armas, que en heroica Cru-
zada han luchado contra enemigos de la Religión, la
Patria y la Civilización cristiana.»
Con la ayuda del alto y del bajo clero, el propio
171
Franco fue asimismo argumentando su poder teocráti-
co. A medida que pasan los años insiste numerosas ve-
ces en ello: «Dios ha confiado la vida de nuestra patria
en nuestras manos para dirigirla» (1937). Casi exac-
tamente eso mismo es lo que le decía Isidro Gomá,
a la sazón cardenal primado de España, el 3 de abril
de 1939: «Dios ha hallado en V.E. digno instrumento
de los planes providenciales sobre la patria.»
De tal manera, pues, el nombramiento de los pro-
pios obispos pasa a depender de la voluntad de Franco.
Este derecho, oficialmente reconocido por el Vaticano,
lo ejerce, además, con toda espectacularidad, ya que
los obispos nombrados deben hacer, en presencia de
Franco, el juramento siguiente: «Ante Dios y los san-
tos evangelios, juro y prometo como corresponde a
un obispo, fidelidad al Estado español. Juro y prometo
respetar y hacer que mi clero respete al jefe del Es-
tado y al gobierno establecido según las leyes españo-
las. Juro y prometo además no tomar parte en ningún
acuerdo ni asistir a ninguna reunión que pueda per-
judicar al Estado español o el orden público, y que
haré observar al clero un comportamiento parecido.
Estando atento al bien y al interés del Estado español,
me preocuparé de impedir todo mal que pueda ame-
nazarle.»
En ese documento es importante observar que, ade-
más del compromiso personal que el obispo adquiere,
se responsabiliza de la vigilancia y de la alienación del
clero que de él depende. También hay que subrayar
el carácter combativo en favor del Estado dictatorial,
es decir, en contra de los pueblos de las tierras ibé-
ricas, sobre los cuales no se hace la menor mención.
La monomanía autosacralizante se le desarrolla rá-
pidamente, ya que personas que le tratan sólo du-
rante unos momentos, y que eran de espíritu próximo
a Franco (es decir, en principio nada o poco inclina-
das a dirigir críticas al general), descubren en él sus
aires teocráticos. Pétain, por ejemplo, dijo de él: «Este
172
Franco no debería creer que es el primo de la Virgen
María.» 1
Su «legitimación» teocrática la amplía en combina-
ción con la teorización del caudillaje, que es uno de
los aspectos oficiales más apreciados por el dictador
según testimonian antiguos amigos suyos.!! Desde los
primeros años de su «reinado», algunos intelectuales
españoles admiradores del nazismo, por ejemplo Ja-
vier Conde, discípulo de Schmitt, dedicaron muchos
esfuerzos en dar una cierta consistencia teórica al cau-
dillaje. En efecto, Conde pretende desde 1936 que la
rebelión militar pronto dirigida por Franco «se trata
propiamente de una misión, misión cristiana ante
Dios». Al desarrollar ese punto de vista, Conde sos-
tiene a continuación que «ejercer el caudillaje es man-
dar de manera carismática»; así que el orden jurídico
de la dictadura no es «nada más que la idea cristiana
173
de justicia superpuesta a un programa de postulados
históricamente singulares».?
Podríamos transcribir numerosas citas que hacen
el elogio religioso del Caudillo, así como las argumen-
taciones teocráticas del propio general. Pero, para con-
cluir este capítulo, bastará con que ofrezcamos a los
lectores otras tres perlas. Una del propio Franco; la
otra de su eminencia gris, Carrero Blanco, que sin duda
alguna sabía mejor que nadie lo que le gustaba al dic-
tador; y finalmente las del obispo Guerra Campos (lo
que, además, puede observarse, es que el paso del tiem-
po no modera en absoluto las exageraciones sacrali-
zantes).
Franco: «Hemos podido culminar un período de
paz y de prosperidad sin precedentes en nuestra his-
toria... porque la fe en una doctrina que tenía su luz
en el sentido cristiano de nuestra tradición ha ilumi-
nado nuestra empresa.» *
Carrero Blanco: «Ningún gobernante, en ninguna
época de nuestra historia, ha hecho más por la Iglesia
Católica que Vuestra Excelencia... Porque Dios cono-
cía bien vuestra rectitud de intención al lanzaros a la
guerra en defensa de la Fe y de la independencia de
España, no sólo os concedió la victoria de 1939, sino
- que os inspiró la prudencia política necesaria para li-
brarnos de las peripecias de la Segunda Guerra Mun-
dial.» Y
El último ejemplo que recojo de argumentación teo-
crática corresponde al obispo de Cuenca, Guerra Cam-
pos, que tiene la virtud de resumir documentos ante-
174
riores: «El 38 aniversario de la exaltación de Franco
al puesto de jefe del Estado... constituye un signo im-
borrable en la historia de la Iglesia contemporánea,
por un doble motivo: por la perseverancia, singular
durante esta época, con la cual un hijo de la Iglesia
ha intentado proyectar en la vida pública su condi-
ción de cristiano y la ley de Dios, y por las manifes-
taciones hechas sobre él por los papas y los obispos,
los cuales, teniendo en cuenta su contenido y también
su unanimidad y persistencia, difícilmente podrán en-
contrarse en relación con ninguna otra persona vivien-
te durante los últimos siglos» (sic).
Después de haber recordado que Pío XII en 1943
(otra vez) dijo al embajador de España en el Vatica-
no: «Nosotros, al fin, hemos contemplado a Dios pre-
sente otra vez en vuestra historia», el obispo Guerra
Campos continúa subrayando «la ejemplaridad perso-
nal de gobernante que da culto a Dios (entrega su es-
pada a Cristo, pone la patria en las manos del apóstol
Santiago, la consagra al Corazón Inmaculado de Ma-
ría, hace ofrenda de la nación con reiteración a Je-
sucristo en el Santísimo Sacramento) y legisla y gobier-
na con inspiración cristiana y con la intención puesta
en el bien integral del pueblo» (resic).'
Mientras tanto, eran todavía numerosos los españo-
les que caían bajo la represión franquista.
Lo religioso y lo militar, o probablemente de mane-
ra más exacta: lo militar y lo religioso, no son, pues,
sólo los rasgos principales de la dictadura como con-
junto de instituciones, sino que también constituyen las
características predominantes en la personalidad del
175
general Franco. Y en su obsesión por llamarse y hacer-
se llamar Caudillo (la prensa y los textos oficiales es-
pañoles están llenos de ese vocablo) se concentran los
dos elementos en su contenido más agresivamente feu-
dal (la religiosidad de Franco poco tiene que ver con la
religiosidad que los católicos postconciliares practi-
can). Recordemos lo que significa el término «caudi-
llo»: «el que guía y manda la gente de guerra// Jefe
o director de algún gremio, comunidad o cuerpo» (con-
ceptos feudales: gremio, cuerpo).
Como todos los dictadores, la «cualidad política»
que más valoraba en sus colaboradores, incluso en
los de primera magnitud, como los ministros, era la
lealtad, la fidelísima sumisión y alabanza a su perso-
na, tal como sugiero desde la Introducción. La perso-
nalización de la política es uno de los fenómenos más
graves de la España contemporánea. Sobre este fenó-
meno, las muestras que puedo ofrecer son también
numerosas. Escojamos algunas de las más significati-
vas (y recuérdense las ya citadas en otros apartados
correspondientes a personajes como Girón y Carrero
Blanco, quien probablemente hizo su «brillante carre-
ra» gracias a la adulación permanente).
He aquí una «consigna de la Dirección General de
Prensa» del 27 de noviembre de 1943 que tiene el va-
lor de resumir y «sistematizar» para todo el mundo la
lealtad (obligatoria, por supuesto, cuando la voluntad
no se inclinaba en ese sentido) que debía rendirse al
Caudillo, incluso en los más complejos temas de or-
ganización estatal: «El Estado español se asienta ex-
clusivamente sobre principios, normas políticas y ba-
ses filosóficas estrictamente nacionales. No se tolerará
en ningún caso la comparación de nuestro Estado con
otros que pudieran parecer similares,” ni menos aún
extraer consecuencias de pretendidas adaptaciones
ideológicas extranjeras a nuestra Patria. El funda-
(7e Empezaba la hora de cortar los vinculos con la Ita-
lia fascista y con la Alemania nazi.
176
mento de nuestro Estado ha de encontrarse siempre
en los textos originales de los fundadores y en la doc-
trina * establecida por el Caudillo.» *
Evidentemente, incluso los ministros parece ser que
estaban poco menos que en posición de firmes y di-
ciendo algo así como «a sus órdenes, mi general», si
tenemos en cuenta las declaraciones de algunos de
ellos. Un ejemplo, Pedro Gual Villalbí: «El programa
de gobierno, sin ser un programa estricto en el sentido
de una formulación doctrinal ? preconcebida y expre-
sa, lo hace de una manera viva y constante el Jefe
del Estado.» °!
El franquista experto en franquismo que es Ricardo
de la Cierva, vuelve a darnos una apreciable síntesis
sobre la lealtad que Franco exigía: «Lo que le ha es-
torbado siempre es la intermediación política, la clase
política tradicional o renovada, a la que ha querido
sustituir por una cohorte de incondicionales —su prin-
cipal criterio para la selección de ministros ha sido
la lealtad personal, más que la competencia— y, con
mucho mayor recelo, por individuos o grupos de pres-
tigio profesional, expertos en sus temas y poco dados
a las veleidades políticas.» ?
Valiosa confesión en boca de un antiguo director
general. Franco no quería políticos sino aduladores, o
por lo menos subordinados con un buen sentido de la
disciplina, en el más riguroso sentido militar de la
palabra. La personificación de la política era tan ex-
trema que son diversos los indicios que demuestran
177
NF. 12
que, a fin de cuentas, sólo él (bajo inspiración divina,
claro) hacía política. Esta tesis también puede apoyarse
en diversas declaraciones de antiguos ministros y sub-
secretarios.
Decía Julio Rodríguez, antiguo ministro de Educa-
ción y Ciencia, y autodefinido como «ministro de Ca-
rrero Blanco»: «Pertenezco a una generación apolítica,
pero de Patria llena.»*
Alfonso Osorio: «La etapa mía de subsecretario no
es una actividad política, propiamente dicha.» *
Pedro Gual Villalbí: «(Yo) no soy político... Ni si-
quiera el gobierno del que formo parte es político en
el sentido estricto de la palabra política, en el sentido
vulgar o corriente de este vocablo. Sin embargo..., los
gobiernos de Franco son los más políticos de todos los
gobiernos “políticos” que pueda haber», decía este de-
legado de la gran burguesía franquista de Cataluña
en el consejo de ministros, según el discurso ya citado.
Es asombroso: ministros y gobiernos que no son
políticos; grave confesión, de la misma gravedad que
el reconocer que la política estaba concentrada tota-
litariamente en un sólo individuo. Los dictadores no
se hacen ellos solos, existe un tipo de personas —más
numerosas de lo que se cree— que contribuyen deci-
sivamente a la configuración y a la consolidación más
O tee teocrática de los «duces», «führers» y «cau-
dillos».
178
da República, la organización estatal se convierte en
una dictadura militar en las manos absolutas de Fran-
co. Con ese hecho consolidado, el general se dedica a
colocarle adornos suplementarios según las etapas que
su régimen atraviesa.
Durante los años de su alianza con las potencias
del Eje, Franco proclama que España se encamina ha-
cia la organización de formas estatales totalitarias com-
parables a las de Alemania e Italia, aun cuando quiera
destacar las características específicas españolas (el na-
cionalcatolicismo,? el integrismo sobre todo). Pero a
medida que el transcurso de la guerra mundial anuncia
la catástrofe a la que se dirigen los regímenes hitleria-
nos, el Caudillo frena esa orientación, aparentemente.
También tiene que proyectar nuevas fachadas debi-
do a las presiones que los monárquicos («alfonsinos»)
empiezan a dirigirle en el sentido de que debe restau-
rar la monarquía.
Por esas dos causas, el general empieza a pensar
en nuevas terminologías institucionales, que resulten
más convenientes para las fuerzas del capitalismo in-
ternacional que ganan la guerra, es decir, los países
que tienen la vida política organizada en un sistema
liberal.#
Para hacer esas «transformaciones», uno de los sub-
sistemas que están en el origen del franquismo y que
hasta ese momento ha sido preponderante (en la pro-
paganda y en la represión en la retaguardia), el falan-
gismo, empieza a resultarle a Franco, si no molesto,
sí inoperante. Una vez la caída del fascismo europeo
confirmada, los militantes de FE y de las JONS crean
25. Véanse más adelante las críticas que cito de Miret Mag-
dalena contra el nacionalcatolicismo.
26. Franco y el franquismo no sólo han sido hasta el últi-
mo momento furibundos anticomunistas, sino que también
han rechazado con violencia y desprecio el liberalismo. Con-
viene insistir, sobre todo en lo que se refiere al último
aspecto.
179
dificultades a Franco, ya que su presencia espectacu-
lar (habrá que estudiar un día el sentido del espec-
táculo grandilocuente de los fascistas) constituye una
denuncia viva de una parte decisiva de los orígenes
del poder franquista. Por el contrario, los monárqui-
cos, sobre todo los más sinceramente ligados a don
Juan de Borbón —entre quienes existen algunas per-
sonalidades democráticas— podían facilitar a Franco
su aproximación y su articulación con el imperialismo
americano. Sin embargo, tampoco en esta ocasión Fran-
co iba a jugar unívocamente su carta política; mien-
tras trataba de pactar con los monárquicos más pró-
ximos a él, reprimía a los que pretendían sostener un
plan claro de restauración de la monarquía en la per-
sona del exilado de Estoril.
Lo que le importaba a Franco era realizar esas
«transformaciones», guardando lo mejor posible las
apariencias, pero sin perder un ápice del poder obte-
nido militarmente. Tales «transformaciones» se impo-
nían en el conjunto del Estado y en FET y de las
JONS.
A corto y a medio plazo esas «transformaciones»
se «hacen» solamente a nivel conceptual, esto es, en
el fondo no cambia nada; pero además, esas «transfor-
maciones» verbales se hacen lentamente. Es el tiempo
lento del pasado reaccionario, la lentitud de la restau-
ración absolutista de Fernando VII, la lentitud de la
«década ominosa», la lentitud de la Reconquista la que
incorpora Franco a su manera de proceder.
180
sobre las otras formas estatales (y sobre la sociedad).
Franco se dedica a ello precisamente: al ritmo de
los tiempos, el general va creando apariencias institu-
181
cionales que poco o nada cambian del núcleo central
de poder. Después de la derrota definitiva del fascismo
italiano y del alemán, el dictador todavía deja pasar
dos años para concretar el nuevo paravent institucio-
nal que más puede convenir a la imagen internacional
del franquismo de ese momento. Por la «Ley de suce-
sión» al puesto de jefe del Estado (26 de julio de 1947),
el Estado fundado en plena guerra civil se «transfor-
ma» oficialmente en una monarquía.”
núm. 2, junio de 1976) una versión diferente de esta frase: «El
ejército se convirtió, como el mismo general Franco dijo, en
la espina dorsal del Estado.» En este ensayo, Carr también
recuerda que «el ejército ha dominado la historia moderna
de España más que la de ningún otro Estado europeo occi-
dental».
Cualquier historiador, sociólogo o científico de la política
que investigue aunque sólo sea un poco, analice los hechos
principales y sepa teorizarlos descubre que los procesos histó-
ricos de llegada al poder del fascismo y del franquismo son
diferentes. También son distintos los ritmos de consolidación
en el Estado de uno y otro sistema. Aunque en cada uno de
ellos existan considerables e incluso fuertes elementos del
otro (en el franquismo existen elementos fascistas, en el fas-
cismo elementos militaristas), lo que es plenamente demostra-
ble a la luz de las ciencias sociales es que se trata de perío-
dos de luchas de clases de ritmo muy diferente. La denomina-
ción de un sistema, tenemos que hacerla de acuerdo con los
hechos principales de cada fenómeno concreto. Esto es el abe-
cé del marxismo. Por ello sorprende que incluso algunos auto-
res españoles que se insertan en la corriente de pensamiento
marxista, insistan todavía en 1976 en definir como «fascismo»
al franquismo (cf. Lucha política por el poder, de Carmen
y Concepción de ELEJABEITIA e Ignacio FERNÁNDEZ DE CASTRO,
Elías Querejeta ediciones, Madrid, 1976). Los fascistas españo-
les, la mezcla de falangistas e integristas, desde el principio
del proceso histórico hasta el final, siempre se han encontra-
do subordinados a las fuerzas armadas, situación muy di-
ferente a la de Alemania e Italia en donde los partidos fas-
cistas, fuertes y de masas, pudieron supeditarse al ejército
respectivo. Julio VALDEÓN, del consejo asesor de «Historia 16»
decía recientemente: «En su composición entraron elementos
típicamente fascistas, pero sólo estuvieron presentes de una
manera superficial» (núm. 4, agosto de 1976).
29. El artículo 1 de esa Ley dice: «España, como unidad
182
Pero Franco no concreta nada más y encima con-
tinúa ocupando el puesto de «monarca».
Tendrán que pasar todavía más de veinte años para
que el general decida esclarecer un poco más la cues-
tión de su sucesión. A pesar de que Franco siguió re-
cibiendo presiones (sobre todo de los monárquicos,
pero también de otros franquistas que se inquietaban
—el fenómeno es casi masivo desde 1966— por su avan-
zada edad) con el fin de que designara su sucesor, has-
ta el 22 de julio de 1969, el dictador no designa al
entonces príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor
suyo «a título de rey».
Ahora bien, el Caudillo deja muy claras dos condi-
ciones, dos matices «legales» de primera importancia:
que no se trata de la «restauración» de la monarquía
sino de la instauración. Franco se reserva todavía el de-
recho, mientras viva, de anular su primera designa-
ción, y por consiguiente continúa esgrimiendo la po-
sibilidad de escoger otro príncipe como heredero suyo.
Jamás se ha visto tal persistencia en la arbitrariedad
jurídica, hasta el momento de su muerte amenazando
incluso a su propio sucesor.”
Ahora bien, durante los últimos años (1969-1975),
las clases económicamente dominantes intentan llevar
a Franco a ceder «rápidamente» el puesto de jefe del
Estado a Juan Carlos. Para los burgueses franquistas,
se trata de injertar el franquismo moribundo al mo-
narquismo renaciente. La prensa, radio y televisión se
ocupan de sustituir gradualmente la figura del viejo
Franco por la del joven príncipe. Se trata asimismo
de ir borrando los contenidos «carismáticos» del pri-
183
mero, al mismo ritmo que se intenta dar contenidos
«democráticos» al segundo.
El general, organizador (desde 1936) violento de las
corrientes político-ideológicas de las clases burguesas,
va siendo sustituido lentamente por un príncipe que,
según los franquistas, debe continuar jugando el papel
de pivote-consenso del bloque agrario-bancario-gran
industrial. Esto es, el elemento ideológico del general
va quedando reemplazado por el elemento ideológico
del rey. La gran burguesía desea «transformar» la ri-
gidez del Estado de la dictadura militar en un Estado
monárquico «liberal».
Ahora bien, las fuerzas despertadas en la sociedad
gracias, principalmente, a las acciones de las fuerzas
de oposición a la dictadura, el impulso reproductivo
de las ideas democráticas que circulan en los grandes
órganos de expresión, la conciencia rigurosa y respon-
sable que de esos fenómenos tienen diversos represen-
tantes de la burguesía (que llegan incluso a reclamar
públicamente la legalización del PC y de las CCOO),
y el propio interés personal de Juan Carlos de hacer
durar su monarquía entroncándola en las corrientes
ideológicas mayoritarias en la Europa occidental, pue-
den producir cambios auténticos y facilitar el avance
de la sociedad española hacia la verdadera democracia.
184
yo he considerado el aparato ideológico o «partido po-
lítico» tradicional, orgánico, constante, de las fuerzas
reaccionarias en España, esto es la Iglesia, y lo que he
definido como el partido coyuntural, en este caso FET
y de las JONS que se superpone, con una u otra forma,
a tales estructuras.
La Iglesia y la inmensa mayoría del clero consti-
tuyen uno de los pilares fundamentales del franquis-
mo hasta los años 1960 (y aun, en gran parte, hasta
1970). El nacionalcatolicismo revigorizado en la dicta-
dura del general Franco ha contribuido como germen
muy poderoso a la aplicación sistemática del despo-
tismo «moderno» en nuestra sociedad, esto es: a la
represión ideológica y cultural encarnizada contra to-
das las corrientes de pensamiento progresista. Son los
propios católicos de izquierda quienes denuncian esa
Iglesia inquisitorial del tiempo del franquismo; dice,
por ejemplo, Miret Magdalena: «El “Fuero de los es-
pañoles” de 1945 consagró el principio de la intoleran-
cia religiosa hasta 1966, en que fue rectificado para
acoplarlo al Concilio Vaticano II, aceptando una cierta
libertad religiosa. Esta libertad religiosa fue insuficien-
te porque ponía por delante la consideración del Esta-
do católico, dejando en segundo término, y dependien-
do de aquél, la libertad religiosa. Se hizo este arreglo
en forma contraria a los textos del Concilio que ponían
primero la libertad, y con arreglo a ella debía estruc-
turarse la confesionalidad del Estado, si es que la hu-
biera. Este ajuste no ha sido hecho, sin embargo, en
la “Ley de Principios del Movimiento Nacional” de
1958, que todavía está en vigor. En su segundo princi-
pio vuelve a producirse la antigua confusión de los dos
campos, el político y el religioso, exigiendo que el pri-
mero se acople a los cánones de la Iglesia.»* (Es SV
quien subraya.)
31. E. MIRET MAGDALENA: El ocaso del nacionalcatolicis-
mo, en «Triunfo», p. 43. En otras páginas (Abajo los concor-
datos), el mismo autor escribe: «El Estado, hasta ahora
185
En la vida cotidiana, esa articulación de la Iglesia
con el Estado dictatorial producía gravísimos efectos,
desde la cárcel a la escuela. Son numerosos los testi-
monios; sobre la cárcel, el de Miguel Núñez: «...El
cura también participaba... era un hombre de una vio-
lencia..., claro, no quiero decir con eso que fuera un re-
presentante de lo que es el clero o los católicos, pero
no es por casualidad que estaba en aquel lugar. Yo
recuerdo hechos verdaderamente apocalípticos de ese
cura. Por ejemplo, mientras hacía la misa, después de
alzar la hostia, se volvió y dijo: “¿Qué pensáis? ¿Dar-
me un tiro en la nuca? Los tiros en la nuca son para
vosotros”... Él iba a todos los fusilamientos y se decía
que era quien daba los tiros de gracia.» ?
Sobre el clero en la sociedad y en la enseñanza de
pa
—igual que en 1851—, se seguía considerando “el protector”
de la Iglesia. Era su “brazo secular” para, en todas las oca-
siones propicias, imponer civilmente lo que sólo pertenecía al
ámbito de lo religioso. Y la Iglesia velaba celosamente porque
no hubiera libertades civiles, haciendo con ello un inestimable
servicio al régimen político nacionalcatólico. La única libertad
permitida era la llamada “verdadera libertad religiosa”, que
consistía curiosamente en “el derecho que todo hombre tiene
a practicar, sin traba alguna, la verdadera religión”, y no para
nuestras decisiones de conciencia. Y, por supuesto, la verda-
dera religión era sólo el catolicismo en su vertiente hispana
nacionalcatólica. Así, por esta pendiente se deslizaban nues-
tros catecismos de la posguerra civil condenando, para gran
ayuda del régimen entonces imperante, “la libertad de prensa,
de enseñanza y de reunión” (Catecismo Cíclico de la Doctrina
cristiana, Granada, 1940). ¿Cómo van a dejar de ser conside-
rados como unos oportunistas muchos católicos y muchos
clérigos que colaboraron en mantener esta opresión civil, jus-
tificándola bajo el estandarte religioso, pidiendo ahora con la
mayor naturalidad lo que antes tan apasionadamente conde-
naron?»
32. S. ViLar: Protagonistas de la España democrática - La
oposición a la dictadura, op. cit., p. 228. Sobre ese cura,
un
compañero de Miguel Núñez escribió el siguiente poema
(sin-
tetizado): «Muy de mañana, aún de noche/ antes
de tocar
diana/ como presagio funesto/ cruza el patio la sotana./
Más
negro, más que la noche/ menos negro que su alma./ Cruzó
186
aquel tiempo, el testimonio de Carlos Barral también
es elocuente: «Los curas de la victoria no tenían ape-
nas matices. Eran curas en el poder, seres “providen-
ciales” que venían investidos de una autoridad sin lí-
mites a restablecer el “quebrado orden de las cosas”.
Yo era demasiado niño para haber aprovechado el “li-
bertinaje” de los años de guerra; no había sido insu-
miso, ni siquiera vagabundo, y había aprovechado el
tiempo en la escuela. Mi familia no podía albergar in-
quietud alguna por mi carácter o mi conducta. Sin
embargo, en la mesa familiar se hablaba de la estric-
ta educación jesuítica como de algo necesario, algo que
me corregiría de no sé qué defectos. Yo creo que la
burguesía, para la cual las fuerzas fascistas habían
ganado la guerra, tenía la obsesión de enmendar el
país, de restaurar quién sabe qué orden arcaico y quizá
pensaban que había que entregar incluso a sus hijos
inocentes a la tarea de los reformadores.» *
En los últimos tiempos, la Iglesia se ha transfor-
mado. Ahora bien, no debe caerse en consideraciones
simplistas del fenómeno. Si son muchos los sacerdotes,
e incluso los representantes de los diversos niveles je-
rárquicos de la Iglesia, que han cambiado su mentali-
dad y su papel en la sociedad, no obstante, siguen
existiendo núcleos integristas o, cuando menos, gru-
pos de católicos muy conservadores. Estos grupos vol-
verán a actuar, directa o indirectamente * en la socie-
187
dad española tratando de seguir influyéndola «religio-
samente» y también en la vida política.*
La Iglesia, en suma, como «partido» tradicional de
las clases económicamente dominantes, ha tardado mu-
cho tiempo en transformarse.
188
tas, ya son fieles del Caudillo. Ahora bien, la Falange
en tanto que tal, no deja de funcionar oficialmente
más que en 1958. Hasta entonces los falangistas ser-
vían a Franco como contrapeso respecto a las ambicio-
nes de los monárquicos. Tal fue una de las tácticas de
Franco: equilibrar los subsistemas políticos del fran-
quismo a fin de neutralizarlos y, de esa manera, estar
siempre él solo en la cúspide del poder.
Ya hemos estudiado cómo a partir de 1956-1957 em-
pieza a entrar en la escena política (la escena de las
«alturas») una «nueva fuerza política: el Opus Dei, que
tiene la ventaja, con relación a los falangistas y a otros
católicos conservadores (Martín Artajo, por ejemplo),
de presentar a hombres más jóvenes, menos directa-
mente ligados a las prácticas de la guerra civil, y más
eficaces en la gestión económica). En todo caso, se tra-
ta de un subsistema ideológico que, oficialmente, no se
encuentra en el partido único (1937). Por lo tanto, por
razones exteriores pero también interiores, los fran-
quistas precisan reorganizar el viejo partido fascista.
Oficialmente, pues, la Falange desaparece con la
creación, por la Ley del 17 de mayo de 1958, del Movi-
miento Nacional. Sin embargo, como los opusdeístas
empiezan a penetrar sistemáticamente en los principa-
les puestos de los aparatos estatales, conviene (según
la táctica de Franco) seguir dando alguna influencia a
los falangistas. De tal manera, los textos de esa Ley
vuelven a tomar algunos de los aspectos principales de
la ideología y de la retórica falangista.
Si Falange jugó un escaso papel como partido polí-
tico Y el Movimiento iba a jugarlo todavía menos. Poco
37. En el sentido estricto de «partido político», esto es,
organización de una clase social, o de una fracción o de va-
rias guiadas por un programa y una ideología con los cuales
trabajan en la sociedad, y consigue, a través de elecciones li-
bres y con sufragio universal, llevar a algunos de sus repre-
sentantes a las instituciones públicas (Asamblea, Senado, Con-
sejo de Ministros, etc.). La Falange fue en la primera etapa,
como hemos visto, un conjunto de grupos de choque, de ban-
189
a poco se entraba en los años en los que el sistema de
dominación ultrapersonal en manos de Franco funcio-
naba menos. Con el creciente desarrollo económico, las
tensiones sociales (huelgas, manifestaciones estudian-
tiles, y también desacuerdos internos del franquismo)
se multiplicaban. Diversos representantes de las clases
dominantes empezaban a discutir, cuando menos en pri-
vado, la continuidad del partido único. En las propias
alturas, caracterizadas por la rutina cuando no por la
simple anquilosis, empieza a plantearse una controver-
sía gongorina acerca de lo que debe ser el partido
único: si una «comunión» * o bien una organización.”
En el fondo, consciente o inconscientemente, están
tratando de inventar de nuevo los partidos políticos,
esos organismos tan vilipendiados por Franco y sus
más acérrimos seguidores.*
das armadas; y en la segunda, un conducto para obtener pues-
tos burocráticos en los aparatos estatales y organismos de-
pendientes.
38. «Nuestro ideario es, pues, un ideario que suscita una
comunión, la comunión de los españoles en los ideales que
dieron vida a nuestra Cruzada. Comunión, es decir, forma de
sociabilidad activa, en donde los que se adhieren al ideario
afirman rotundamente su voluntad de realización, de defensa,
de perpetuidad de esos ideales.» (Torcuato FERNÁNDEZ MIRANDA:
«Discurso en el Pleno del Consejo Nacional del Movimiento»,
27 de abril de 1970. Ediciones del Movimiento, Madrid, 1970,
p. 11.)
39. Pero una organización sin gente organizada es algo
muy problemático, sobre todo cuando la poca gente que había
de manera militante empieza a marcharse convirtiendo el Mo-
vimiento en un molino de viento. Esto es lo que intuía otro
jerarca del franquismo: «Sin emoción popular el Movimiento
no es nada, sino un rótulo, una reliquia sombría o algo tan
poco fértil como una etiqueta o un artilugio oficialista, es de-
cir, una intransigencia solitaria» (sic). Discurso de José Utre-
ra Molina en la conmemoración de la fusión de FE y de las
JONS. Ediciones del Movimiento, Madrid, 1973, p. 22.
40. Si muchas opiniones de los franquistas no estuviesen
impresas, resultarían increíbles, dada la especie de surrealis-
mo medieval de sus puntos de vista. Otra muestra: «Las aso-
ciaciones derivan inevitablemente en partidos políticos. Y los
190
En esa penúltima etapa, los franquistas siguen re-
chazando, por supuesto, el retorno legalizado de los
auténticos partidos representativos de las diferentes
tendencias políticas y clases sociales. La palabra «par-
tidos» sigue siendo un tabú. De ahí que sigan elabo-
rando artificios conceptuales como «concurrencia de
criterios», «contraste de pareceres», «oposición leal»,
que en los primeros años de la última etapa (1970-1975)
se «transforman» en «clubs» políticos, en sociedades
anónimas de carácter aparentemente cultural y hasta
en simples (aunque a veces un tanto multitudinarias)
«cenas políticas». Pero tal conceptualización, que ser-
vía precisamente para ocultar la realidad, poco a poco
se aproxima al mundo real; así se llega a dar otro
paso, y se les llama «asociaciones políticas» (y aquí
una nueva parada o quizá parodia, dado el tipo de dis-
cusiones que vuelven a plantearse y que pueden resu-
mirse en la siguiente cuestión: «¿asociaciones dentro
o fuera del Movimiento?».
Con muy poco éxito, en 1975 intentan poner en mar-
cha las asociaciones. Muchos franquistas y la propia
burguesía piensan —y varios de ellos lo dicen públi-
camente ya en ese momento— que nada podrá detener
las actividades de los verdaderos partidos políticos.
Pero hasta la muerte del general, al menos, Espa-
ña se encuentra sometida a una dictadura militar que
utiliza a su antojo diversos elementos feudal-absolu-
tistas y un partido fascista y que impone una monar-
quía.* (Ni el partido único ni la monarquía son nada
sin la dictadura militar.)
partidos políticos, para mí, son el opio del pueblo, y los po-
líticos, sus vampiros» (sic). Declaraciones del general Tomás
García Rebull a López Castillo («Nuevo Diario», 28 de abril
de 1974).
41. Quiero insistir en la grave reproducción del pasado
que la dictadura de Franco significa, tanto formal como mate-
rialmente. De ahí que varios autores hayamos coincidido, sin
consultarnos en absoluto, en conceptuar el franquismo como,
191
4.3. Las fuerzas armadas. La policía
Los generales y los almirantes son la categoría so-
cial que forma un bloque mayoritario en el conjunto
de los ministros que han compuesto los gobiernos de
Franco.
Los generales y almirantes no sólo han ocupado
los puestos de los ministerios correspondientes a las
diferentes fuerzas armadas (ejército de tierra, marina
y aviación); también se han responsabilizado, de ma-
nera casi permanente, del ministerio de Gobernación
(recordemos que este ministerio se caracteriza princi-
192
palmente por la policía); a veces también han ocupado
el puesto de ministro de Asuntos Exteriores, el de
Obras Públicas y el secretariado del partido único. El
Ministerio de la Subsecretaría de la Presidencia ha es-
tado igualmente de manera constante en manos de un
militar, el almirante Carrero, hasta que deviene presi-
dente del Gobierno.
Además, numerosos generales, almirantes, corone-
les, etc., han ocupado algunos de los principales pues-
193
NF. 13
tos de dirección y de los consejos de administración
de las empresas pertenecientes al Estado.
También en las empresas privadas de la gran bur-
guesía han sido acogidos diversos militares. La bur-
guesía tenía necesidad (sobre todo durante la primera
etapa), en general, de altos funcionarios para que le
facilitaran las formalidades burocráticas, particular-
mente en lo que se refería a los permisos de importa-
ción y de exportación.
194
Ahora bien, según las coyunturas y según las con-
tradicciones internas en las fuerzas armadas, la poli-
cía se autonomiza relativamente, o bien, por otro lado,
el ejército no quiere mezclarse en las tareas represivas.
Estas oscilaciones dependen también de la personali-
dad del general (más o menos ultra o con tendencia li-
beral) que ocupa tal o tal otro nivel de responsabilidad
político-militar, en tal o tal otra etapa.
La policía política (contra los demócratas, por su-
puesto), la tristemente conocida «Brigada Social», de-
pende del Ministerio de Gobernación. Recordemos, sin
embargo, que este ministerio ha estado casi siempre
bajo el control de un general y, además, el puesto clave
de director general de seguridad, hasta los muy penúl-
timos tiempos en manos de un coronel.* En lo que con-
cierne a los agentes, muchos de ellos son antiguos mi-
litantes falangistas o integristas o simplemente fran-
quistas.
43. En tiempo ya de Juan Carlos I, se empieza una reor-
ganización de este ministerio, con la creación de un puesto de
subsecretario de Orden Público. A este respecto, el semana-
rio «Cambio 16» (núm. 244 del 9-8-76) publica una excelente
información cuyo contenido es válido para la última etapa del
franquismo. En ese artículo se informa que el actual subse-
cretario (un civil: Félix Hernández Gil, antiguo fiscal del TOP)
tiene en sus manos «uno de los aparatos policiales más pode-
rosos del continente» con «más de 106.000 hombres armados,
que convierten a los españoles en uno de los pueblos más vi-
gilados de la Europa occidental... Es el aparato más poderoso
del Estado español, después de las fuerzas armadas, dotado
con un presupuesto sensiblemente superior al del Ministerio de
Marina. En España hay un agente del orden por cada 340 ha-
bitantes, sin contar con los agentes de los municipios. En In-
glaterra, por ejemplo, la proporción es de un policía por cada
470 súbditos del Reino Unido... Sólo los sueldos de los funcio-
narios del Cuerpo General de Policía y de la Policía Arma-
da suponen al año un gasto de 6.800 millones de pesetas, 1.000
millones más que el presupuesto total del Ministerio de Asun-
tos Exteriores. La partida más abultada de esta cifra, 4.192
millones, está destinada a cubrir la nómina de la Policía Ar-
mada, el cuerpo policial más joven del país y el que ha
experimentado el crecimiento más .espectacular en los úl-
195
La división marcada entre policía política y fuerzas
armadas se produce sobre todo durante la última eta-
pa, tal como ya he sugerido. Los militares dejan la re-
presión de los hechos políticos, sindicales y en general
sociales (conferencias, actos culturales, etc.), de ca-
rácter democrático y progresista en manos de la po-
licía y de los tribunales especiales. Salvo casos excep-
cionales, los consejos de guerra —numerosos durante
la primera etapa, y para casi todo el mundo democrá-
tico que actuara— no son montados, en los últimos
tiempos, más que contra los militantes políticos (ETA,
FRAP, etc.), que practican la lucha armada o el terro-
rismo.
La Guardia Civil —la fuerza armada más discipli-
nada, con un largo historial desde 1844— aunque es,
en esencia, un sector clave del Ejército, «constituye
uno de los brazos armados de Gobernación»,* y está
al servicio también del Ministerio de Hacienda en lo
que se refiere a los asuntos fiscales.
196
En el seno de las fuerzas armadas existen, sin duda,
y sobre todo en la última etapa, matices diferenciales
de tipo ideológico y político no sólo entre los oficiales
jóvenes y los jefes procedentes de la guerra civil, sino
también en el interior de esta última categoría. Perso-
nalmente vengo señalando esas diferencias desde los
años 1966-1968 en diversos textos publicados en revis-
tas europeas y americanas. Ya en aquellos años no
eran lo mismo el general Díez Alegría, por ejemplo,
de un lado, y el general García Rebull, por el otro.
Esas diferencias en las «alturas» han seguido acen-
tuándose con el tiempo.
Cierto es que siguen en el ejército diversos genera-
les de ultraderecha,* y en el contorno actúan algunos
antiguos jerarcas falangistas* e integristas que to-
davía intentan agitarlos como si no hubiesen pasado
los años desde 1939, pero otros generales han ido os-
197
cilando a concepciones más liberales, más ajustadas a
la misión específica de las fuerzas armadas (la defensa
nacional contra enemigos exteriores y no interiores),
o simplemente están subordinándose a la nueva lega-
lidad en principio personificada por Juan Carlos I y las
tentativas en las que su equipo participa para pasar a
la democracia.
En este último sentido, Raúl Morodo, secretario ge-
neral del PSP, analiza correctamente la situación cuan-
do dice que «el Ejército camina hacia una autoneutrali-
zación y no intervención en la escena política». Con tal
intencionalidad parademocrática se han manifestado
algunos altos mandos del ejército, como el teniente ge-
neral José Vega Rodríguez, capitán general de la I Re-
gión Militar, quien afirma que el no ser veladores de
ninguna ortodoxia «equivale a una clara manifestación
de neutralidad multidireccional del Ejército».*
Los militares jóvenes, por el hecho de haber de-
sarrollado una mejor formación intelectual, se encuen-
tran —como tendencia— más próximos de las ideas li-
berales, democráticas e incluso socialistas. Ahora bien,
el comandante de Estado Mayor y profesor de sociolo-
gía Julio Busquets señala que «existe en los tres ejér-
198
citos un fuerte espíritu de cuerpo»,” a la vez que nos
hace observar un elevado índice de autorreclutamiento.
Cada día son menos los hijos de la burguesía que
quieren hacer carrera como militar. De tal manera, du-
rante el franquismo, cada vez son más numerosos los
hijos de los militares y sobre todo los hijos de los sub-
oficiales quienes van a la Academia General Militar
para devenir oficiales.
El autorreclutamiento hace fácil la acentuación del
aislamiento de los militares con relación a la sociedad;
también facilita la formación de castas. Ahora bien, la
vida económica de los militares no es brillante, lo que
obliga a los de menor graduación a buscar empleos su-
plementarios fuera del ejército. Estas actividades con-
trarrestan tales tendencias negativas a considerarse al
margen de los problemas sociales.
A pesar de todas las dificultades, entre los militares
se ha producido una penetración de la ideología demo-
crática y progresista. Ahora bien, hasta hoy, aún son
las ideas integristas las que pueden ser difundidas más
fácilmente en las fuerzas armadas.
Con dificultades, pues, y con lentitud, la idea de la
democracia ha ido materializándose incluso en el ba-
luarte superior del franquismo; más, hasta en algunos
de los hijos de los propios ministros militares. Recor-
demos los hechos principales en los que muchos demé-
199
cratas depositan una esperanza para la transformación
de las fuerzas armadas:
200
sición explicando su movimiento y los objetivos que
persiguen.
Con la aplicación de la amnistía (limitada), estos
militares han podido retornar a la libertad ? y hoy los
periódicos pueden publicar sus declaraciones. El (an-
tiguo) comandante Luis Otero es quien más sistemáti-
camente está explicando no sólo qué era sino qué es
la UMD. En unas declaraciones a «El Correo de Anda-
lucía» Y reproducidas en parte en toda la prensa es-
pañola, Otero afirma: «La Unión Militar Democrática
representaba un espíritu dentro de las Fuerzas Arma-
das, que se encargaba de defender que el ejército no
debía estar adscrito a una sola ideología, sino que de-
bía respaldar las líneas políticas que la nación eligiera
democráticamente... Ahora que el país marcha hacia la
democracia, ese espíritu, ese movimiento no ha desa-
parecido, sino que tiene que verse reforzado dentro de
las Fuerzas Armadas.»
En otras declaraciones al semanario «Posible»,* Ote-
ro sostiene asimismo con firmeza: «Yo soy miembro
de la Unión Militar Democrática, pero no he incitado
ni he preparado ninguna rebelión... La UMD era y es
una forma de sentir dentro de las Fuerzas Armadas,
por la que se entendía que el papel del ejército no de-
bía ser precisamente el de apoyar ninguna ideología de-
terminada, sino el de respaldar a un Estado pluralista
en el que el pueblo, por medios democráticos, decidie-
ra la línea política a seguir en cada momento. Dentro
de esta concepción, la UMD sigue y seguirá existiendo
201
entre los componentes de las Fuerzas Armadas, aunque
nosotros estemos por ahora separados del ejército.»
Sobre las razones de la organización de la UMD, el
capitán Consuegra también ha dicho: «Ideologías de
derechas, contra las que yo no tengo nada, mientras
que puedan coexistir con otras de signo contrario, tra-
taron siempre de utilizar al ejército. La aparición de
la UMD en unos momentos tan críticos, pudo suponer
que quizá esos sectores que querían utilizar el ejército
fueran neutralizados. La UMD cree que debe ser el país
el que tome las decisiones, y que el ejército, desde un
segundo plano, lo que debe hacer es respetar esas de-
cisiones y hacer que se respeten.» *
Sobre la cuestión clave del ejército como pieza fun-
damental del Estado franquista, el comandante Otero
también tiene criterios claros: «El ejército, al igual
que otras instituciones, es producto todavía del Esta-
do que surgió de la guerra civil, y entonces, general-
mente, durante estos cuarenta años, el ejército siempre
ha tenido un papel preponderante. Creo que de mo-
mento el ejército no está todavía supeditado al poder
civil absolutamente.» % (Es SV quien subraya.)
Además de ese movimiento a nivel de oficiales, las
fuerzas democráticas establecieron, al menos desde
1966, diversos contactos con generales que ya enton-
ces sostenían ideas liberales y democráticas. Uno de
estos generales es Díez Aleería, entonces jefe del Alto
Estado Mayor Central, cesado en su cargo durante el
verano de 1974 precisamente porque sus relaciones con
la oposición, incluso con los comunistas, habían deve-
nido públicas.
En ese sentido, a mi juicio se cometieron tres erro-
res que imposibilitaron la continuación de la funcio-
nalidad parademocrática del general Díez Alegría: A)
dE En «Cambio 16», núm. 245, Madrid, 16 de agosto de
56. Entrevista publicada en «La Vanguardia», 14 de agosto
de 1976.
202
su viaje a Rumanía y la publicidad dada a su entrevis-
ta con Ceaucescu; B) la revelación hecha por Santiago
Carrillo de los contactos existentes con él, así como
la difusión de un mito mecánico de este general como
un nuevo Spínola (cuando Spínola era todavía «demó-
crata»); y C) la confirmación indirecta que yo mismo
hice de la existencia de esas relaciones, si bien añadien-
do algunas observaciones importantes.”
Los contactos de las fuerzas democráticas con ge-
nerales (y también con coroneles) no se limitan, por
supuesto, a ese caso... Otros oficiales superiores se
muestran favorables a los cambios.
Si es cierto, pues, que en 1975-1976 sigue existiendo
un sector ultra en el ejército, también es verdad que
203
las tendencias democráticas se desarrollan. Pero algu-
nas corrientes tecnocráticas sólo pretenderían limitarse
a realizar ciertas reformas en torno a la figura de Juan
Carlos.
204
que poco a poco, y enfrentándose con los riesgos de
las multas y de las suspensiones, los mass-media de
la burguesía, se han abierto considerablemente en com-
paración con los treinta años anteriores. También en
ese sentido diversos periodistas demócratas y revolu-
cionarios que trabajan en tales órganos de expresión
han hecho contribuciones decisivas para volver a te-
ner una prensa democrática. Hoy muchos periódicos
poco o nada tienen que envidiar a la prensa burguesa
de Francia o Italia. Pero existen todavía diversos in-
convenientes que deben superarse; por ejemplo: que
exista una prensa socialista y comunista legalizada,
una prensa que pueda difundir, en general, las ideolo-
gías de la izquierda.
Ello es absolutamente necesario para el proletaria-
do porque las clases económicamente dominantes, que
hasta hace poco han contado directa e indirectamente
con el aparato represivo para oponerse a las reivindi-
caciones de las clases contrapuestas, van a intentar a
partir de la actual etapa continuar dominando con los
aparatos ideológicos, esto es, mediante la creación de
confusiones y alienaciones.
205
hablar, según la conceptualización de Nicos Poulantzas,
de «clases reinantes» y estamento ejecutivo del Estado,
resulta más preciso definirlas como clanes y cama-
rillas.%
También he puesto de manifiesto de qué forma esos
clanes, aunque originarios de las clases económicamen-
te dominantes (o, en algunos casos individuales, largo
tiempo al servicio de ellas), son totalmente dependien-
tes de la persona de Franco. Porque la duración de |
cada uno de esos clanes y camarillas —y de cada uno
de los miembros de esas camarillas— en el poder de-
pende de la voluntad del «Caudillo», incluso cuando las
necesidades económicas de la coyuntura pueden acon-
sejar oscilar más o menos hacia una o hacia otra com-
ponente de los subsistemas ideológicos del franquismo.
En el largo período del franquismo, podemos dis-
tinguir dos etapas que corresponden a dos bloques de
clanes relativamente diferentes (y cada uno de ellos
relativamente homogéneo).
206
2. Durante la segunda etapa (1959-1973) penetran
gradualmente en las esferas del poder político —domi-
nándolo casi por completo en 1969— los opusdeístas y
tecnócratas próximos de ellos, que también son monár-
quicos,? y que se subordinan a las otras tendencias
(otros sectores integristas y falangistas, en tal orden).
207
madas cuando era alcalde de Madrid; y B) durante el
tiempo que fue director general de seguridad.
208
dramáticas las palizas y las amenazas de muerte di-
rigidas a muchas personalidades democráticas, entre
ellas varios periodistas. Cabe también la hipótesis
—una investigación a fondo posiblemente podría de-
mostrarlo— que las verdaderas tragedias en que consis-
tieron las muertes de Vitoria, los sucesos de Monteju-
rra y los atentados que la ultraderecha hace en el País
Vasco, por poner tres ejemplos destacados, sean igual-
mente otras manifestaciones de la autonomía que al-
gunos núcleos parapolicíacos se toman incluso respec-
to (o tal vez contra) los sectores reformistas del Con-
sejo de Ministros.*
Esos son los clanes y camarillas autónomos más pe-
ligrosos, de hoy y quizá de mañana.
Sin embargo, el sistema de clanes y de camarillas
es mucho más extenso. Aunque no tan espectaculares
—y a veces ocultos, si no «invisibles»— siguen funcio-
nando diversos conglomerados del viejo clan fran-
quista.
209
NF. 14
Otro de los clanes altamente peligroso es el com-
puesto por la extensa red de la corrupción bajo el
franquismo. Sobre este apartado podrán escribirse va-
rios tomos, si se quieren explicar los grandes escánda-
los conocidos: las diversas Matesas, Reaces, Soficos,
etc. Pero hay otros por conocer (y entre ellos alguno de
insospechado). En torno a otros affaires de aceites, pi-
sos, créditos para construir y exportar máquinas, avio-
nes, etc., volverán a descubrirse nuevas corrupciones
por valorde miles de millones.*
210
dictador significará la desintegración de esos clanes.
Un diario español ya ha puesto este gran título: «El
legado de Franco comienza a derrumbarse.» “
Pero... falta ver todavía en qué quedan las tensio-
nes entre la evolución y la ruptura...
211
derecha, pero paran la «evolución» cuando se dan cuen-
ta de que incluso estos grupos demócratas conserva-
dores pueden desbordarles.
Si la «evolución» continúa, lo único que se produ-
cirá serán «cambios» superficiales. Los elementos nue-
vos quedan en parte asimilados por el movimiento or-
gánico antiguo que trata de reproducir su pasado bajo
otras formas. Los contenidos democráticos avanzan en
la formación social en el seno de algunas estructuras
estatales e incluso en ciertos núcleos de los aparatos
represivos (militares demócratas), pero estas corrien-
tes democráticas están controladas y pueden llegar a
ser dominadas por las formas evolucionistas tecnocrd-
ticas.
Así, pues, si esta vía prospera, se establecerá una
tecnocracia como nueva forma de poder político fas-
cista. En este caso, el franquismo en bloque continua-
rá reproduciéndose bajo el tecnocratismo; no habrá
únicamente duración de los estigmas franquistas en
las formas ideológicas tecnocráticas; habrá la conti-
nuidad del franquismo bajo otras ficciones.
Si dicha perspectiva «evolucionista» se desarrolla,
los grupos moderados de la oposición se integrarán en
el «nuevo» sistema monárquico. Pero las fuerzas revo-
lucionarias seguirán avanzando. Y en su empuje posi-
blemente se desarrollarán, además de las acciones te-
rroristas de los militantes de ETA y de los anarquistas,
otras exasperaciones violentas de sectores de la clase
obrera y de los estudiantes, lógicamente exacerbados
frente a tales reproducciones del pasado bajo nuevas
ocultaciones.
Los franquistas han «descubierto» que una cierta
«democracia» tecnocracia puede convenirles como ocul-
tación de la dictadura. Por otra parte, las clases econó-
micamente dominantes, en su mayoría, están llevando
a cabo un lento aprendizaje de democracia.
Si, en fin, llega a producirse una ruptura global, es
decir, si en el movimiento coyuntural las fuerzas de-
212
mocráticas y revolucionarias se convierten en domi-
nantes y dirigentes del proceso, podrá hablarse de una
transición a la democracia.
Pero puesto que las fuerzas democráticas llevan a
cabo de forma desorganizada sus últimos combates
contra la dictadura, puesto que existen unos retrasos
en los que ha caído la oposición y que permiten el
avance del «evolucionismo», las supervivencias del
franquismo serán, en todo caso, grandes y peligrosas.
La duración de tales estigmas y su desaparición relati-
va dependerá del impulso con que las fuerzas demo-
cráticas revolucionarias sigan actuando, de cuáles se-
rán sus luchas políticas e ideológicas y de si podrán
controlar, o no, una parte del Estado, principalmente
los aparatos represivos e ideológicos.
Incluso en el mejor de los casos, la ruptura, será
necesario pasar por numerosas variaciones coyuntura-
les para liberarse de las cargas del pasado, acumula-
das sin solución hasta el presente, para frenar la re-
producción de los elementos antiguos y para que, en
suma, se pueda hablar de la consolidación de un movi-
miento orgánico nuevo capaz de asegurar la separación
de los vestigios feudal-absolutistas, el dominio de las
corrientes tecnocráticas, y la reorganización política
que construya las bases del futuro.
Los peligros serán persistentes, por lo menos duran-
te una primera etapa.
En el ejército, como en el seno de otros aparatos del
Estado, seguirán estando presentes núcleos de milita-
res y de funcionarios fascistas e integristas. Por lo de-
más, en su composición aparecerá la mezcla «evolucio-
nista».
En la sociedad, las bandas fascistas proseguirán
también con algunas de sus actuaciones. Cabe destacar
cómo, en los últimos años, se ha producido un fuerte
renacimiento de estos grupos.
Si la ruptura global se produce, pues, con predomi-
nancia de las fuerzas de la oposición, la ideología do-
25
minante será democrática, pero con dichas superviven-
cias amenazadoras y con la realidad de que los sub-
conjuntos ideológicos democráticos establezcan com-
promisos con algunos antiguos componentes («evolu-
cionistas») del franquismo. De tal manera, que la nue-
va hegemonía democrática estará formada, en la socie-
dad civil, por subconjuntos ideológicos sin duda so-
cialistas, comunistas, católico-marxistas, pero también
por subconjuntos ideológicos recientemente democrá-
ticos (antiguos franquistas). Ahora bien, paradójica-
mente, serán éstos los que constituirán la ideología
dominante; es decir que, por su dominancia en las re-
laciones de producción, por su dominancia de los apa-
ratos ideológicos (principalmente los que no dependen
directamente del Estado), los subconjuntos ideológi-
cos llegados débilmente a la democracia a través de
los procesos de reproducción PI (relativamente) anta-
gónica, y nacidos así por vía oportunista, serán los
elementos dominantes en el seno de la composición del
conjunto de la nueva hegemonía democrática. Desde
mis fundamentos teóricos llamo a esto reproducción
PI dominada.
La lucha por la democracia de las clases económica-
mente dominadas pone en marcha una reproducción
PI antagónica en el seno de las clases dominantes cuya
ampliación democrática produce la recuperación de
dicho impulso en el marco de las estructuras anterior-
mente determinadas. La reproducción PI es tanto más
dominada cuanto que estas estructuras son propiedad
del bloque burgués y por el hecho de que las nuevas
relaciones sociales (las aportadas por las fuerzas re-
volucionarias) no tienen como objetivo inmediato la
destrucción de estas estructuras.
Es más: son las antiguas estructuras —los antiguos
poseedores y funcionarios— las que serán-los produc-
tores y distribuidores mayoritarios de los «produc:
tos» que la mayoría de los españoles desean «consu-
mir», es decir, las prácticas políticas democráticas. Evi-
214
dentemente, la producción y la distribución de los ele-
mentos democráticos se hará, no según los intereses de
los trabajadores, sino de acuerdo con los intereses
—y las perspectivas de provecho— de las clases domi-
nantes. Así, el pueblo «consumirá» por fin «libremen-
te» los «productos democráticos» fabricados por los
antiguos agentes de la dictadura. Los mayores benefi-
ciarios del franquismo serán también los mayores be-
neficiarios del democratismo.
Puede argüirse que los socialistas, comunistas, anar-
quistas, católico-marxistas, etc., tendrán la libertad de
«producir» también elementos democráticos, y que las
masas también tendrán la libertad de «consumirlos».
Sin duda así ocurrirá —si gana la ruptura— y el pro-
greso será considerablemente positivo, pero no llegará
más allá del panorama que nos muestra la Francia de
hoy; es decir, que en las relaciones ideológicas son los
mass media burgueses quienes dominan, tanto en el
Estado como en la sociedad, siendo la difusión PI lle-
vada a cabo por los intelectuales orgánicos revolucio-
narios.
210
\
216
e) No obstante, hoy es en el aparato represivo y
en sus aledaños donde radican los principales obstácu-
los —y amenazas latentes— para la verdadera transi-
ción a la democracia y su consolidación.
Científicos de la política que nada tienen de extre-
mistas lo indican con claridad: «Un Estado no puede
ser democrático si sus aparatos represivos no son de-
mocráticos», me confesó Maurice Duverger.
Tierno Galván también advierte que a la oposición,
en el futuro, todavía «ie va a corresponder una acción
decisoria, porque la derecha más conservadora inten-
tará, arrastrada por sus intereses, retrasar la instaura-
ción de una auténtica democracia».
Ante las vacilaciones de la burguesía española, que
sigue asimilando, con poca responsabilidad y con mu-
cho oportunismo, la idea de la democracia, las corrien-
tes políticas democrático-proletarias deben continuar
desarrollando su fuerte impulso : así se evitará que una
minoría de españoles, los de siempre, caiga en lo que
el «V.P.» define de manera certera como la «locura de
lo arcaico».?
217
vw
re it aa 4
Sumario
INTRODUCCIÓN
FUNDAMENTOS TEÓRICOS
I. LA FORMACIÓN CAPITALISTA
Proposiciones teóricas . ee 59
La escalada del capital financiero.
Aristocratización y corporativismo z 63
El movimiento ascendente de las ideologías revo-
SAME r
lucionarias del proletariado > 64
Los efectos de las luchas de clases en el Estado 65
Proposiciones teóricas. 4 ;
Introducciôn a los subsistemas del franquismo .
2.1. La Iglesia y la CEDA fai
2.2. Un sector de las fuerzas armadas .
2.3. Los grupos fascistas .
24. Los grupos monárquicos . +
2.5. Efectos de la sublevación sobre los subsiste-
mas políticos del franquismo
La organización de las fuerzas populares .
2 La intervención extranjera
a. Proposiciones teóricas. 93
El Estado de excepción militar. Formación de la
dictadura y primera etapa à 95
Los rasgos comunes entre los Estados fascistas
y el Estado de dictadura militar . 101
3.1. La destrucciónde los partidos políticos . 101
3.2. La represión . 5 102
3.3. La arbitrariedad como sistema jurídico ; 103
3.4. Las formas religiosas 2 104
3.5. La subordinación de los subsistemas políti-
cos reaccionarios al elemento ideológico jefe 106
3.6. El sistema de camarillas : 109
Desarrollo de los rasgos comunes y su transfor-
mación en específicos . 111
V. LA DICTADURA MILITAR
Y LA REPRODUCCIÓN NEOFEUDAL-FASCISTA
ATA A D
Hempstead, New York 11550 |
Otras obras de la misma serie:
PIERRE BROUÉ
La revolución española (1931-1939)
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una investigación teórica política (a
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