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Moderadoras

flochi - masi

Staff de Traducción
Fletcherized Kuami
flochi Mery St. Clair
Hillary_Stone Paaau
Josez57 LizC
masi *ƸӜƷYosbeƸӜƷ*
Dianandrea Akanet
Josez57 Nadia
CyeLy DiviNNa Insomnia
Little Rose roux
Emii_Gregori TwistedGirl
Pimienta

Staff de Corrección
Pimienta Larita
Andrea V!an*
aldebaran Ellie

Recopilación:
Pimienta
Diseño:
luchita_c

Traducido, corregido y diseñado en


PURPLE ROSE
ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Indice
Sinopsis 5
Capítulo 1 6
Capítulo 2 10
Capítulo 3 13
Capítulo 4 19
Capítulo 5 36
Capítulo 6 45
Capítulo 6 63
Capítulo 7 81
Capítulo 8 92
Capítulo 9 101
Capítulo 10 107
Capítulo 11 117
Capítulo 12 122
Capítulo 13 132
Capítulo 14 146
Capítulo 15 152
Capítulo 16 161
Capítulo 17 166
Capítulo 18 174
Capítulo 19 182
Epílogo 185
Cuarto libro de la saga Monére 187
Sobre la autora 188

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ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Sinopsis

D esde que era una niña huérfana, Mona Lisa supo que era distinta… Era una mestiza
de los monère, los hijos de la luna… y ahora es su nueva reina.
Acompañada por un séquito formado por guerreros leales y familiares, Mona Lisa
se introduce en el territorio de Luisiana. Poco a poco aprende las costumbres de la élite monère,
eróticas y salvajes, y descubre que alguno de sus nuevos súbditos no se sienten cómodos siendo
gobernados por alguien cuya pureza se ha mancillado con sangre humana. Nuevos y viejos
enemigos amenazarán su reino, y se encontrará envuelta en medio de fuerzas oscuras que no
podrá rechazar. En un mundo oculto, lleno de pasiones animales y lujuria irrefrenable, Mona
Lisa deberá aceptar el tremendo poder que debe dominar si quiere mantener su reino en pie…

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ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Capítulo 1
Traducido por Nadia
Corregido por Pimienta

E stábamos en un jet privado volando a través de la oscuridad de la noche, volando


hacia Nueva Orleans. Mi nuevo territorio. Llevaba un vestido negro. Largo, formal.
No mi usual estilo o gusto. Pero al menos éste me sentaba bien, no como el que
había heredado de Mona Sera, el cual se abría y apiñaba en mi modesto busto. Mi madre
estaba exuberantemente construida. Yo, no tanto. Era malo que yo no hubiera heredado esa
apariencia física de ella. O quizás era algo bueno que no hubiera heredado ningún otro de sus
rasgos. Mi madre, no era muy agradable.
Todo lo que parecía haber obtenido de Mona Sera era mi cabello negro, altos pómulos, y
una mandíbula que era a la vez delicada y fuerte. Oh, sí. Y la sangre Monére corría fuerte,
verdadera y dominante en mí. Una cuarta parte de mí es humana. Los otros tres cuartos
son de otra especia, de otro mundo: Monére, hijos de la luna, más fuertes y rápidos que los
humanos. Y más poderosos. Nosotros somos la verdad en la que se basan las leyendas de los
hombres lobo y vampiros.
A mi lado estaba sentado Gryphon. Había estado inusualmente callado. No nos estábamos
tocando, pero sentía su presencia, su poder, como una mano presionando delicadamente
contra mi piel. Me volví para mirarlo, para observarlo, esta hermosa criatura descendiente
de gente de otro mundo que había huido de un planeta moribundo hacía más de cuatro
millones de años. Su extrema hermosura me golpeó, como siempre, como un golpe al pecho,
quitándome el aliento. ¿Pero quién necesitaba respirar cuando en cambio podías beber de la
riqueza de su hermosura? La negrura de medianoche del cabello que caía como una cortina
sedosa de oscuridad, rozando sus hombros. La pureza de alabastro de su piel. El sorprendente
rojo de su boca de Cupido. Esa belleza tan sobrenatural, esos labios, sólo deberían haber
agraciado a un querubín. De hecho, la primera vez que había visto a Gryphon, el pensamiento
había susurrado en mi mente que él era un ángel que había caído a la Tierra, echado del cielo.
No había estado muy equivocada. Sólo que su cielo había sido la luna.
Perseguida tristeza nadaba como una cosa viviente en sus ojos azul cielo. Ojos tristes que
habían visto tanto, habían hecho tanto. Odiaba ver esa expresión una vez más en esas
cristalinas profundidades. Sintiendo mis ojos acariciantes, Gryphon se volvió hacia mí y yo
observé la tristeza que parecía tan parte de él desaparecer, y observé algo más elevarse desde
lo más profundo para tomar su lugar. En sus azules, azules ojos, vi mi sueño hecho realidad.
Caliente pasión, dulce adoración. Amor. Todo lo que yo había deseado toda mi vida y que
nunca pensé tener. Gryphon. Mis sueños hechos carne, un árbitro de otro mundo que había
venido a mí, solo y herido por la mano de su propia Reina, muriendo. Salvarlo me había
liberado de mi soledad y me había iniciado a mi vida real.
Las memorias y el ímpetu de emoción entre nosotros se hinchó y me pregunté por qué no nos
estábamos tocando. Quería tocarlo, sentirlo, acariciar esa dulce piel, asegurarme a mí misma
que él era real, no una visión que desaparecería. Que él no me dejaría.

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Un movimiento atrajo mi atención. Ah, sí. Viniendo por el pasillo hacia nosotros estaba
la razón por la que no lo estaba tocando. Amber, mi otro amor. Alto como una montaña
majestuosa, sólido con huesos fornidos y aun más pesados músculos. Poderoso como un
enorme roble, imponente y toscamente labrado. Su belleza yacía en su dureza, en su corazón
magullado, con su fuerza cruda y aun más crudas emociones que normalmente escondía detrás
de un frío muro de reserva, un muro de control, su fachada normal. Un hábito para preservar
la vida que él había afilado bajo al cruel mandato de Mona Sera, así uno era engañado para
pensar que él no sentía mucho... hasta que me miraba, como lo estaba haciendo ahora.
Tragué contra lo que divisé desnudo e intenso en el rostro de Amber, lo que él me permitía
ver. No había nada frío o reservado en él ahora. Sus oscuros ojos azules habían cambiado
a oro abrasador, brillando amarillos como una brillante, luminosa joya; el mismo color
que su nombre: Amber. Los ojos de su bestia. Ellos se calentaban y resplandecían con este
extraordinario color cuando él estaba atrapado por la pasión o el poder.
Lo observé caminar hacía mí con esos resplandecientes, fundidos ojos llenos de deseo y
devoción entrelazados, y estaba dividida entre huir y arrojarme en sus enormes brazos. Él me
había salvado, me había traído de vuelta del borde de la muerte, me había protegido de una
banda de pillos secuestradores, y me había amado. Cuando regresamos de nuestra terrible
experiencia, el lazo entre nosotros había sido forjado fuerte y verdadero, y yo amaba a Amber
ahora tanto como amaba a Gryphon. Mis dos Lords Guerreros. Mis dos amantes. Todavía
me costaba creer que no tendría que dejar ir a uno o a otro. Que podía mantenerlos a ambos
y permitirles compartirme, como ellos lo llamaban.
Amber se sentó en el asiento del pasillo a mi lado, su delgada cintura y caderas acomodándose
fácilmente. Aun la gran espada que él tenía alrededor de su cintura encontró un espacio. Pero
sus hombros eran tan anchos, tan amplios que nos tocábamos. Y con ese pequeño contacto,
una señal de alivio ondeó sobre todos nosotros. La tensión entre nosotros se disipó, la tirantez
menguó. Mi mano izquierda naturalmente, sin pensar, buscó la mano ancha, callosa de Amber
mientras mi mano derecha se trenzó con los largos, delgados dedos de Gryphon. Gryphon
levantó mi mano, rozó un beso sobre la parte trasera de ésta, y la presionó contra su corazón.
Un gesto cortés que era tan natural y agraciado como el mismo hombre, disparando un poco
común revoloteo dentro mío, felicidad. Y ser tan feliz, tener cosas así de perfectas me puso
nerviosa. ¿Por qué? Porque sabía que no podía durar. No para mí.
―El piloto dijo que aterrizaremos pronto. ―La voz de Amber era tan profunda, tan oscura,
tan baja, que hizo que mi columna temblara―. Luces hermosa, Mona Lisa ―dijo, y mi
nombre fue como una caricia en sus labios.
Hice una mueca. Amber sin duda se refería a mi largo cabello que yo había dejado suelto,
y a mi formal vestido largo... remolinante encaje negro sobre recubrimiento de seda negra.
Uno de los varios vestidos que había comprado en Manhattan, no porque fueran de mi gusto,
oh no, no es eso. Jeans, remeras, zapatillas, y cola de caballo eran más de mi gusto, y lo que
Amber y Gryphon se habían acostumbrado a ver. Pero los largos vestidos negros eran lo que
vestían las Reinas Monére, y eso era lo que yo era. Una Reina Monére. La más nueva.
Los hombres Monére eran un poco primitivos en sus gustos cuando se trataba de sus mujeres,
largos vestidos, cabello suelto y morales aun más sueltas, especialmente en sus Reinas. Sin
duda ellos amarían agregar descalza y embarazada si pudieran. El problema era que muy

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pocos podían. Me pregunté si era un estado natural para balancear su longevidad, tenían una
vida de trescientos años, o si era una condición que los había afectado en este planeta extraño,
su nuevo hogar. Brevemente, me pregunté si esa era una condición que me hubiera maldecido
a mí también.
Me había puesto el vestido como una concesión, una de las muchas que probablemente haría
mientras entraba a mi nuevo territorio por primera vez. Como la primera Reina Monére
con Sangre Mixta, yo ya era lo suficientemente extraña. No había necesidad de no usar los
ropajes de una Reina... al principio, claro. Veríamos eso después, después de que se hubieran
acostumbrado a mí. Ellos, siendo mis nuevos constituyentes, los Monére locales. Y no sólo en
Nueva Orleans. Nueva Orleans, resultaba, era sólo la sede de mi trono. Mi nueva provincia se
expande mucho más allá del Barrio Francés, más allá de los riachuelos con sus oscuras aguas
de chocolate. Sus tentáculos de alcance se desparramaban hacia afuera como un pulpo por el
estado de Louisiana entero y un poco más. Miré hacia el frente del avión donde el resto de mi
gente se sentaba, hacia lo que había creído sería la totalidad de la gente que gobernaría hasta
que Gryphon había corregido mi error. Mis ojos se suavizaron cuando se posaron en el lacio
cabello oscuro de Thaddeus, tan parecido al mío. Thaddeus, mi hermano de sangre.
El cabello rojo de Jamie y Tersa brillaba como signos de exclamación rubí junto a Thaddeus;
ellos eran mi hermano y hermana del corazón. Los tres eran Sangre Mixta como yo,
inusuales, escasos, y no queridos. La madre de Jamie y Tersa, Rosemary, una Monére de
sangre completa, se sentaba sola una fila detrás de ellos. Era una talentosa cocinera que
había dejado su altamente codiciado puesto en la Alta Corte para seguirme ciegamente a
cualquier territorio que me fuera asignado. Yo había sido la única en intervenir para salvar a
su hija, Tersa, cuando ella estaba siendo violada por un guerrero Monére. Nadie más había
interferido porque no va contra las leyes Monére violar, matar o hacer lo que tu pequeño
corazón negro desee contra los de Sangre Mixta. De hecho, sus leyes estaban sesgadas contra
los Sangre Mixta. Nosotros no podíamos matar a gente de Sangre Completa.
Sí, sus leyes apestaban. Afortunadamente habían sido reparadas una vez que me volví Reina.
Yo, la única excepción de Sangre Mixta, podía matar a un Sangre Completa. En defensa
propia, claro. Una fría sonrisa tocó mis labios. Cualquier asesinato que cometiera tendría que
parecer en defensa propia, por supuesto, lo fuera o no. Porque, sin dudas, si yo los mataba,
sería porque ellos realmente merecían morir.
Rosemary me había seguido porque creía que yo protegería a sus hijos Sangre Mixta, siendo una
Sangre Mixta yo misma. Mujer sagaz. Tenía razón. Yo haría lo que pudiera para mantenerlos
seguros. Difícil de creer, cuando miraba a la robusta cocinera de cabello oscuro que era tan
alta como una Amazona, que Rosemary había dado a luz a Jamie, delgado como un junco
y alto, y a la pequeña Tersa, cuyos huesos parecían tan ligeros y delicados como los de una
paloma. Hacía que uno se preguntara, o que no quisiera hacerlo, quién era su padre humano.
Pelirrojo seguro y ligero de contextura. Sacudí mi cabeza, aclarando mis pensamientos. El
curioso, desparejo apareamiento no era algo que alguna vez quisiera intentar imaginarme.
En la tercera fila se sentaban Tomás y Aquila. Con suaves ojos marrones, cabello del color
del trigo, y un acento sureño que fluía tibio y espeso como melaza, Tomás era tan derecho
y verdadero y leal como la espada que él había jurado a mi servicio. Aquila, por el otro
lado, era un ex bandido proscripto, una de esos que me habían secuestrado, de hecho. Nunca
hubieras supuesto al mirar a esta persona tan propia y precisa. No era mucho más alto del

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metro setenta. El cabello de su prolija barba Vandyke era lacio en contraste con su enrulado
cabello castaño. Era mayor, como Amber. Más de cien años era mi suposición. El único de
nuestro pequeño grupo además de mí que sabía conducir... en una espasmódica “al menos
medio siglo desde que sentó detrás de un volante” manera. El conocimiento y compresión
del comercio y negocios de Aquila era una bendición para nosotros, aunque quizás no tan
sorprendente considerando el orden de su naturaleza.
Detrás de ellos se sentaba Chami, el último y menos querido de mis guardias guerreros. El
más peligroso. Lo había tomado porque Mona Teresa, una repugnante y celosa Reina rival,
lo hubiera tomado si yo no lo hacía. Lo había aceptado porque él se había postrado ante mí y
me había rogado con sus profundos ojos violetas no permitir que ella lo tuviera.
Chami tenía enrulado cabello castaño como Aquila, pero con una delgadez de galgo en su
contextura. La imprenta de su poder era un como un beso invisible en tu piel, ligero, apenas
ahí. Hasta que él dejaba caer su escudo y dejaba ver la plenitud y peso de el. Pero su real
don no estaba en el encubrimiento de su completo poder, aunque ese era un truco ingenioso.
No, su verdadero poder yacía en su habilidad de encubrirse a sí mismo. En realidad, no
encubrirse per sé, pero una habilidad de mezclarse con sus alrededores y fondo para hacerse
invisible. Camaleón. Había sido un asesino, matando silenciosamente, una invisible sombra
cazadora, su naturaleza tan oscura y compleja como su don, su lealtad menos segura, aunque
se había mantenido verdadero hasta ahora, aun cuando nos habíamos enfrentado a un muerto
demonio.
Mi familia. Mi círculo cercano.
Sin saberlo, inconsciente, nos habíamos sentado en un reverso orden de poder. Sangre Mixta,
tradicionalmente, y cierto en los casos de Jamie y Tersa, no son mucho más poderosos que
los humanos. Mi hermano, Thaddeus, y yo somos las excepciones. Pero también somos
más Monére que humanos. Nuestro padre había sido Sangre Mixta, identidad desconocida.
Muerto según nuestra madre, Mona Sera, aunque prefería pensar que ella había mentido en
esa oportunidad.
Thaddeus era la curiosa excepción en nuestra inconsciente jerarquía de asientos, que tenía a
los más fuertes sentados atrás para proteger a los débiles entre nosotros. Thaddeus podía, de
hecho, probar volverse el más fuerte de todos nosotros con el tiempo, si podían garantizarle
eso. Él era ciertamente más incomparable, aun más que yo. Thaddeus, verás, puede invocar
a los rayos prolongadores de vida de la luna. Él puede exponerse al sol, algo que antes esta
única Reina podía hacer. Mi hermano, Thaddeus, la preciosa esperanza de los hombres
para el futuro. Puedo verlo en sus ojos cuando lo miran... Aquila, Tomás, Chami – todos
los guerreros jurados a mi servicio pero cuya lealtad, quizás antes que nada, consciente o
inconscientemente, estaba con mi hermano. Y eso estaba bien. Era mi deseo también. Prefería
encargarme de su seguridad primero. Podía cuidarme a mí misma.

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Capítulo 2
Traducido por Nadia
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E l jet privado aterrizó con una sacudida en la pista del aeropuerto Lakefront de
Louisiana, un pequeño aeropuerto doméstico que habíamos elegido deliberadamente
en lugar del más ocupado Aeropuerto Internacional Armstrong, nombrado por el
querido nativo de Louisiana, la leyenda del jazz Louis Armstrong.
Salimos a la negra pista de aterrizaje y tomamos nuestro primer aliento del Sur profundo. El
aire era bochornoso, teñido con al agudo sabor de agua, salada y dulce. Por debajo, lejos en la
distancia, estaba el aroma fecundo de la húmeda tierra fértil, y la promesa de bosques y tierra,
mucha tierra. El suave brillo de nuestra madre luna cayó sobre nosotros en una bendición de
bienvenida y el aire de la noche estaba fresco y sorprendentemente cómodo. O quizás no. Era
invierno, después de todo. Unas pocas semanas antes de Navidad y no había un sólo copo de
nieve en el suelo. Bien por mí. Los Monère no eran aficionados a construir muñecos de nieve,
creo.
Dos hombres salieron a nuestro encuentro con sonrisas en su rostro, y todos mis sentidos
se enfocaron en ellos tarde, descuidadamente tarde en lo que realmente era nuevo, incierto
territorio. Registré el lento latido de sus corazones en el mismo momento que sentí el
cosquilleante toque de conciencia de semejantes. Monère. Sangre Completa.
Ellos se helaron, todos nos helamos, mientras inconscientemente desataba mi fuerza completa
sobre los hombres desconocidos, enviando una ola de poder para rozar y probar la de ellos,
una invisible, infalible, inquisitiva fuerza ondeando a través del aire como una tensa flecha
lanzada. Una oleada se elevó en respuesta... fue tomada de ellos... y supe el exacto momento
en que nuestras fuerzas opuestas se unieron, y los saboreé. Poder, sí. Pero no mucho.
Un sonido estrangulado escapó de uno de los hombres. Las sonrisas de saludo habían
desaparecido, se habían ido completamente, y sus ojos estaban bien abiertos y salvajes, sus
cuerpos temblando tensos.
―Mona Lisa ―Gryphon murmuró detrás de mí. Todos estaban detrás de mí, me di cuenta.
Inconscientemente, me había adelantado protectoramente para enfrentar la amenaza
desconocida. Y mis hombres me lo habían permitido. La pregunta era: ¿por qué?
Detrás sentí la presencia de mis hombres, relajados y cómodos, de una manera deliberada.
Mmmm... Entendimiento tardío: quizás porque no había amenaza.
Oh.
―Por favor, mi señora. ―La profunda voz de barítono de Amber vino suavemente de mi
otro lado y yo apresuradamente retiré mi poder, mi fuerza, lo que fuera. Vino volando de
vuelta hacia mí como un pájaro a mi mano, envolviéndose alrededor mío, hundiéndose en las
profundidades de las que lo había llamado, desapareciendo.

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Inofensivo.
El hombre más pequeño, que involuntariamente había gorjeado, sacó su pañuelo, Dios, ¿la
gente aun usaba esas cosas?, y secó el sudor de su frente, secando su minucioso bigotito
cuidadosamente. No se molestó en secar la otra cosa pequeña más abajo que había aparecido
junto con el sudor. El hombre más grande a su lado estaba relajado, o lo intentaba. Había un
claro bulto que se había elevado entre sus piernas que era incapaz de relajar. Sus músculos
aun temblaban y ahora me di cuenta de por qué. Temblaban con control.
Recordando mi primer encuentro con Gryphon, de repente me ruboricé con un atroz horror del
tipo “Oh, mi Dios, no quería hacer eso”. Me había olvidado de la Aphidy, la innata, sexualmente
atractiva fuerza entre los hombres Monère y sus Reinas. Alguna cosa incorporada que se
suponía ayudaba a propagar la especie.
Aphidy ciertamente no había sido la fuerza que yo había querido usar. No sabía que podía,
realmente. Dios, tenía suerte que los dos hombres habían elegido comportarse. Que no me
habían saltado encima, vencidos por la lujuria. Que vergonzoso hubiera sido eso. Vergonzoso
como era. Como mostrar tu ropa interior en público. Mi cara ardió.
El hombre más grande, con brilloso cabello claro del color de rayos de sol, habló desde
donde estaba de pie. No podía realmente culparlo por no acercarse más. ―Bienvenidos,
Reina Mona Lisa, Guerrero Lord Amber, Guerrero Lord Gryphon, miembros de la corte de
mi señora. ―Sus vocales eran redondeadas, sus consonantes suaves―. Soy Bernard Fruge,
uno de los ancianos aquí. En nombre de nuestra comunidad, les damos la bienvenida. ―
Dos representantes para recibirnos. Estaba feliz con eso. No me gustaba el escándalo. Y
recordando a mi madre, el pequeño grupo de Mona Sera en Nueva York, la comunidad de la
que Bernard hablaba probablemente no tendría más de veinte personas. Probablemente nos
chocaríamos con ellos tarde o temprano.
Delicadamente aclaré mi garganta, insegura del protocolo. Pero seguramente no podías
equivocarte mucho con simple educación y cortesía. ¿Verdad? ¿Qué tan duro podía ser esta
cosa de ser Reina? ―Gracias, señor Fruge.
―Bernard, por favor, madame.
¿Madame? ¿No era eso francés? Me hizo preguntar si un Monère Sangre Completa podía ser
francés.
El pequeño hombre de pie junto a Bernard cautelosamente dio un paso adelante. Tirando sus
hombros hacia atrás, que se habían encorvado sin darse cuenta, hinchó su pecho como una
pequeña paloma. ―Permítame presentarme también. Soy Horace, el antiguo administrador
de aquí. Me quedaré poco tiempo más para presentarle las muchas tierras antes de volver a
mi Reina, Mona Louisa.
Mis ojos se achicaron cuando sentí la sutil tensión agruparse detrás mío en mis hombres. No
estaba completamente segura, pero pienso que él me insultó al no dirigirse a mí por mi título.
Una cosa era segura. Era hombre de Mona Louisa. En consecuencia, nuestro enemigo.
Devolví el insulto de Horace al no dirigirme a él. ―¿Es ese el protocolo normal, Amber?
Un largo silencio y luego Amber dijo, ―Yo... ah, no estoy completamente seguro, mi señora.

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Oops. Supuse que Amber lo sabría, siendo uno de los más ancianos. Ciento siete años de
edad. Estaba equivocada.
Fue Aquila quien me rescató. ―Sí, mi señora. Esa es la cortesía normal extendida a una
Reina cuando ella se apodera de nuevo territorio.
― Gracias, Aquila. ―No me molesté en agradecerle a Horace.
Bernard suavemente interrumpió el silencio hostil. ―Si fuera tan gentil de llevarnos a su
equipaje, madame, podemos irnos.
Por los siguientes diez minutos todos los hombres se ocuparon en cargar nuestros numerosos
baúles y diverso equipaje en la parte trasera de los grandes SUV, uno verde oscuro, el otro
blanco inmaculado.
―Tomás, Aquila, Rosemary. Vayan con Horace ―ordenó Gryphon suavemente.
Silenciosamente aprobé la división. Mantenía a Thaddeus, Jamie, y Tersa, los más jóvenes,
los más vulnerables, con nosotros.
De mala gana, Tomás y Aquila entraron al auto verde oscuro, que tenía al Administrador
Horace al volante. Luciendo como si oliera algo desagradable, Rosemary se sentó en el asiento
trasero también, dejando al asiento del acompañante llamativamente vacío. Aparentemente
les había gustado Horace tanto como a mí.
El más grande entre nosotros, Amber tomó el amplio asiento del pasajero adelante, bajando
el SUV blanco con su peso, mientras el resto de nosotros se apiló en las dos filas traseras, las
cuales eran sorprendentemente espaciosas y cómodas. Bernard, que estaba conduciendo y
sentado más cerca de Amber, se puso visiblemente nervioso. Más, pienso, como reacción al
tamaño y a la presencia de Amber que al hecho de que él era un Lord Guerrero.
Un destello atrapó mi vista y me hizo concentrar con más atención en las manos aferrando el
volante. Bernard lucía un simple anillo de oro en su mano izquierda, cuarto dedo. ¿Un anillo
de bodas? ¿Los Monère se casaban?
―Genial. ¿Éstas son Suburbans, no? ―preguntó Jamie con entusiasmo juvenil. Al contrario
que muchos de los Monère, les gustaba usar terminología americana que había aprendido al
mirar televisión.
―Sí ―confirmó Bernard, sonriendo a Jamie a través del espejo retrovisor mientras salía del
aeropuerto. Esa sola sonrisa hizo que me gustara. No todos los Monère eran buenos con los
Sangre Mixta. No al menos que uno cometiera suicidio, claro. Aun así, me gustaba por esa
sonrisa.
―Suburbans son lo que el Presidente y todos los oficiales más altos del gobierno usan para
viajar ―se entusiasmó Jamie. Bernard parecía tan normal, tan humano, todos lo parecen al
principio, hasta que preguntó: ―¿Qué presidente?
―De los Estados Unidos ―respondió mi hermano, Thaddeus,.
―Oh.
Ves, no tan humanos después de todo.

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Capítulo 3
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C ruzamos Nueva Orleans y nos dirigimos a… No podría llamarlos las afueras,


realmente. Eran como puntos de civilización erigidos entre los bosques. Cuanto más
nos alejábamos de la ciudad, más bonito era. Aquella exuberancia de hojas verdes,
de troncos gruesos, de campos que se extendían al infinito. Veinticinco millas más adelante
el olor y la sensación de agua se hizo mucho más presente en el aire. Cerca, el río Misisipi
susurraba una amable bienvenida mientras nosotros torcíamos por una larga carretera privada.
Al doblar una curva, Bernard me miró por el espejo retrovisor.
—Bienvenida a Belle Vista, su nuevo hogar.
Parecía que aquí, en Luisiana, no iba a ser un almacén medio en ruinas, decorado como si
fuese una mansión, como en Nueva York. No, señor. Esto era una mansión con todas las de
la ley. Sin disimulos. Sin pretensiones. Tenía tres pisos, y tantas columnas… A primera vista
pude contar una docena. Un montón de columnas. Un montón de ventanas. Un montón de
grandeza.
Un viejo roble, de gran altura y cubierto de musgo negro, colindaba por la izquierda con el
edificio, dándole un efecto espectacular. A la derecha se vislumbraba un ala redonda, llena
de pilares, en una grácil forma de semicírculo. Las balaustradas de hierro forjado brillaban,
negras, en la oscuridad. Cuando me di cuenta de que tenía la boca abierta, la cerré grácilmente.
—Se construyó Belle Vista sobre unos cimientos que formaban un montículo de tres metros
y medio sobre el suelo, lo que permitió que se mantuviese seco cuando el resto de edificios
se inundaron. Es la casa de una plantación. La construyeron originalmente en 1857… —
anunciaba orgulloso Bernard mientras el vehículo se detenía suavemente.
«Casa» no acababa de describir la inmensidad de aquella estructura. Nos apeamos de ambos
coches, arrebatados todos por la belleza pura, la grandeza atemporal de aquel magnífico
edificio.
—Es tan hermoso —susurró Tersa, describiendo aquel sentimiento en nombre de todos.
—Es neoclásico —proclamó Thaddeus, más técnico—, aunque también se observa una
evidente influencia palladiana. Horace resopló con sorpresa, lo que le dio todavía más aspecto
de comadreja.
—Está en lo cierto, joven.
—Columnas estriadas —murmuró Thaddeus— y, Dios mío, fijaos en estos capiteles
corintios… ¡Magníficos! Qué tamaño. Apuesto a que son artesanales.
Mi mano detuvo a Thaddeus, que había dado un paso acercándose a la casa.

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—Espera —le ordené.


No había más coches; era lo primero que había echado de menos. Aunque era complicado
comprender por qué lo echaba en falta… con los cientos de latidos de corazón. Latidos lentos,
muy lentos. Mucho más lentos que los de un corazón humano.
—Hay gente dentro —dije con voz grave, pero parecía tensa ante Bernard y Horace.
Bernard bajó la cabeza, tranquilamente.
—Su pueblo, mi reina.
¿Mi pueblo? ¿Tantos? Se me humedecieron repentinamente las palmas de las manos.
Amber y Gryphon avanzaron hasta flanquearme, cada uno a un lado. Tomas y Aquila
rodearon a Rosemary y los niños, aunque técnicamente ya no eran niños. Tersa era mayor
que yo, pero yo seguía considerándolos como tales. Chami se colocó automáticamente en la
retaguardia. Lo hicieron sin reflexionar.
—Han venido a darle la bienvenida, señora —dijo Bernard, abriendo mucho los ojos. Me
había llamado «señora», y no «madame».
Había usado el apelativo estándar y formal de los monère… ¿con qué fin? ¿Calmar a la salvaje
bestia… quiero decir, reina? Estaba convencida de que mis ojos deberían parecer un tanto
salvajes.
—Está bien. —No estaba segura de a quién quería tranquilizar, si a él o a mí misma—.
Vayamos a conocerles. —Intenté sonreír.
Bernard no parecía muy tranquilizado. Seguramente me había salido una mueca, pero no
podía evitarlo. Deseaba tanto aquello como que me raspasen y taladrasen una muela cariada
sin novocaína.
Horace y Bernard ascendieron por la ancha escalinata de piedra y abrieron las puertas dobles
de madera de roble; se movían lentamente, como si temiesen asustar a las bestias salvajes.
Pero tienen algo de razón, pensaba yo mientras los seguía subiendo los escalones. Estábamos
muy asustados.

Mi voz interior seguía chillando: ¿Qué? ¿Estamos locos? ¿Vamos a entrar los diez por propia
voluntad en una mansión llena de centenares de monère de sangre pura? Tal vez eso era lo
que implicaba ser una reina: estar loca. No veía motivo por el que una persona en su sano
juicio entraría por su propio pie en una situación tan desfavorable.
El vestíbulo de entrada era ancho y espacioso, y llegaba hasta el techo. Genial. Una escalinata
en espiral se alzaba majestuosa y nos rodeaba, invitándonos a subir hasta el segundo piso.
Bajo nuestros pies brillaban inmaculadas unas losas de mármol blanco rosado, atravesado por
vetas. ¿Nos habíamos limpiado los zapatos antes de entrar? No lo recordaba.
No hacía falta una de esas enormes lámparas de cristal colgantes para impresionar a la gente,
pero también había una. Tan solo el tamaño del palacio, todo aquel espacio libre conseguía

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dejarte sin aliento. ¿Cómo podía haber tanto espacio en un solo lugar? Fue como si el
mayordomo me hubiese leído la mente.
—Cinco mil metros cuadrados. La mayoría de los muebles, de las pinturas, de los tapices y de
las alfombras son originales importados de Europa —nos informó remilgadamente Horace,
en voz baja, como si fuese un sacrilegio alzar demasiado el tono—. El mármol también, claro.
Claro. Olfateé, no con desaprobación, sino porque había un penetrante aroma metálico en el
aire.
—¿Eso es… oro?
—Empapelado con pan de oro de catorce quilates. —Horace señaló con un gesto las paredes.
¿Era eso cierto? Mi nariz lo confirmó. Los seguí, a él y a Bernard, casi aturdida, mientras
doblaban hacia la derecha y nos llevaban por un enorme pasillo hasta otro juego de puertas
dobles, en este caso fabricadas con madera de cerezo. Horace las abrió con un gesto dramático.
—La Gran Sala Blanca —entonó.
Sí, era grande y blanca. Baldosas blancas. Y ribetes de mármol. Un océano de rostros blancos
nos miraba.
Tragué saliva.
La energía colectiva de la sala me recorrió como si se tratase de dedos pegajosos e invisibles
que me recorriesen la piel, casi masajeándola. Sentí como mi propia energía empezaba a
reaccionar instintivamente y la detuve, casi ahogándola. No era ni el mejor momento ni
el mejor lugar para permitir que mi aphidy se desplegase. Si lo hacía, ni siquiera Amber y
Gryphon podrían salvarme, no contra tantos enemigos. Dios, ¿cuánta gente había allí?
—Somos cuatrocientos veintitrés, señora —respondió Bernard.
De nuevo aquel extraño truco. No me gustaba ni un pelo que tanto él como Horace supiesen
lo que pensaba.
Mi corazón dio un vuelco cuando el mar de rostros descendió de pronto y se giró a la vez,
fluyendo como la marea. Me di cuenta de que estaban haciendo una reverencia. Intenté
tranquilizar mi corazón, que latía ruidosamente, pensando que se trataba de una cortesía
habitual. Aunque ellos eran los que, de pronto, parecían asustados.
—Señora —oí que decía Bernard, en un extraño tono.
Me di la vuelta y me lo encontré mirando fascinado mis manos. A los dos puñales largos y
afilados que sostenía. Los envainé de nuevo con calma, con naturalidad, sin parpadear, como
si fuese algo cotidiano que las reinas convocasen sus puñales a sus manos; una de ellas era
una hoja de plata que le había arrebatado a su antigua reina. Me pregunté si alguno de ellos
la habría reconocido, mientras bajaba la cabeza, saludando a mi vez a toda aquella multitud.
Bernard carraspeó cuidadosamente.
—Si desea… eh… venir por aquí, reina Mona Lisa. —Me indicaba una silla enorme, adornada,
colocada sobre un estrado. Era un trono—. Le presentaré a su gente. —Lo dijo como si

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fuese una pregunta, y pareció bastante aliviado cuando asentí y me senté tranquilamente en
el trono. Amber se colocó a mi izquierda, Gryphon a mi derecha. Tras unos segundos de
vacilación, los otros siete miembros de mi pequeño grupo los siguieron, y se quedaron a unos
cuantos metros detrás de mí, manteniendo la formación de protección.
Vigilando nuestras espaldas.
Un pequeño grupo de bellezas rubias se acercó siguiendo las instrucciones de Bernard. Eran
dos mujeres y un hombre. Presentó primero a las mujeres.
—Lady Margaret Fruge —anunció el mayordomo con voz alta, mientras una encantadora
mujer de rasgos delicados, con el pelo recogido en un complicado moño, me hacía una grácil
reverencia. Me sentía incómoda estando sentada allí mientras ella se inclinaba, con la cabeza
tan cerca de mis pies. Lo que hizo a continuación motivó que me olvidara totalmente de
la incomodidad y que pasara directamente a sentirme aterrorizada: se arrodilló. Margaret
recogió el dobladillo de mi vestido y lo besó. Ahora sabía por qué las reinas vestíamos túnicas
largas; para que los súbditos pudiesen besarlas. ¡Joder, por Dios!
Se quedó de rodillas.
Yo me había quedado sin palabras, por lo que la señalé con los dedos y le indiqué que podía
levantarse. Insegura, ella miró hacia Bernard, que asintió. Se puso en pie, pero se quedó con la
cabeza inclinada ante mí. Mis ojos descendieron hasta sus manos y observé que ella también
llevaba una alianza de oro en la mano izquierda.
—Tu nueva reina, Mona Lisa —anunció Horace.
Dubitativa, como si no supiera con exactitud qué hacer a continuación ahora que yo le había
desbaratado el procedimiento habitual, Margaret hizo una nueva reverencia.
—Mi reina.
—¿Eres familia de Bernard? —inquirí.
Sorprendida, alzó la mirada, asintió con la cabeza y miró de nuevo hacia el suelo.
—Soy su esposa, señora.
—Ha sido un placer conocerte, lady Margaret. —Hice un gesto a mi derecha, ya que era
evidente que Horace no tenía intención de presentar a ninguno de los míos—. Este es el lord
guerrero Gryphon. —Desplacé la mano a la izquierda—. Y el lord guerrero Amber.
—Mis señores. —Otra reverencia mientras mantenía los ojos clavados en el suelo. Me pregunté
si no le dolería la espalda de tanto inclinarse.
Margaret dio unos pasos atrás y otra mujer avanzó para inclinarse.
Tenía el pelo claro, rubio, como un campo de trigo blanqueado por el sol, largo y suelto. Sus
rasgos eran idénticos a los de Margaret, aunque un poco más marcados, más valientes; tenía
la nariz más elevada, la boca más llena. En el segundo durante el que me miró fijamente, me
di cuenta de que los ojos tenían una tonalidad gris inusual.

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—Lady Francine Fruge —fue el seco anuncio de Horace.


Empezó a arrodillarse.
—Una reverencia es suficiente —indiqué con firmeza.
Ella se quedó de pie.
—Reina Mona Lisa. —El seco rostro de Horace me observaba con desaprobación, mientras
continuaba con las presentaciones casi a regañadientes—. Los lords guerreros Gryphon y
Amber.
Una segunda reverencia de Francine.
—Mi reina. Mis señores. —Me fijé que sus ojos grises se detenían levemente sobre Gryphon,
lo que levantó en mí sentimientos encontrados.
Sobre todo irritación.
—¿También formas parte de la familia de Bernard? —pregunté. Suponía que se trataba de
la hermana de Margaret, pero nunca se podía estar segura con una monère. Todas parecían
jóvenes. Podía tener entre veinte y doscientos años, ya que pensaba que a partir de esa edad el
pelo les empezaba a encanecer; podía ser desde su bisabuela a su bisnieta.
—Su hija, reina.
¿Lo veis? Mis ojos se clavaron en ella con interés. Nunca antes había visto una familia monère
completa, una unidad completa formada por el padre, la madre, la hija… una niña preciosa.
El siguiente en avanzar fue un hombre. Su porte era grácil y confiado, con algún rasgo de
arrogancia. Seguramente aquello provenía de su aspecto. Era guapo, como los otros, y tenía
una espesa mata de pelo del color del sol; era tan sobrecogedoramente bello como uno de los
antiguos dioses griegos: alto y ligeramente musculado, con unos ojos verdes encantadores.
Pero era una belleza simple, una perfección superficial. Algo que se podía admirar desde
la distancia, como un retrato en una moneda o una estatua de frío mármol. La belleza de
Gryphon era de otro mundo, como la de un ángel caído, sin parangón, con una sensualidad
asfixiante que te hacía desear tocarle, acariciarle, absorber su esencia en tu cuerpo y dejarte
rodear por su dulzura.
—Dontaine Fruge. —Había algo distinto en la forma en que Horace lo presentó que
proclamaba que era especial. Mis ojos se redujeron a rendijas mientras lo sentía, mientras
comprobaba el silencioso latido de su energía. Era fuerte, mucho más que Bernard. Así pues,
tal vez su confianza no proviniese solo de su aspecto; Horace seguía con su cháchara.
Dontaine se inclinó ligeramente.
—Mi reina. —Arrodillado, depositó un beso sobre el dorso de mi mano. Otros hombres me
la habían besado al presentármelos, así que no podía protestar, aunque lo deseaba. Dontaine
lo había hecho de una forma distinta. Sus labios habían acariciado mi piel con un calor
consciente, provocativo, que había hecho que el verdor de sus ojos se convirtiese en un jade
oscuro y ardiente. Además, no sólo me había tocado con su carne; no, también lo había
hecho con su energía, con una pequeña parte de ella. Era una energía distinta a la que había

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sentido hasta entonces. Era un rasgueo eléctrico que me recorría como pequeños relámpagos
aturdidores sobre mi piel. Por un segundo me pareció placentero, pero contenían la oscura
promesa del dolor si seguían adelante.
Aparté la mano y él se retiró.
—¿Otro Fruge? —inquirí fríamente.
—Margaret es mi madre. —Era curioso cómo lo había dicho.
—¿Y Bernard?
—Es el segundo marido de mi madre.
—Tu padrastro, pues.
—Así es, mi reina.
Así que Margaret había traído al mundo a dos hijos de sangre pura. Una chica preciosa y un
guerrero poderoso. Era una familia valiosa, y sin duda la antigua reina, Mona Louisa, que
tenía el pelo tan rubio como el de ellos, les había favorecido. Ahora intuía que era evidente
que Dontaine había sido uno de sus favoritos. ¿Por qué los había dejado Mona Louisa allí,
para mí?
Dontaine giró la cabeza a mi izquierda, mirando tras de mí, e inclinó la cabeza con respeto.
—Lord guerrero Amber. —Y cuando pasó la mirada a mi derecha, se produjo cierto
reconocimiento, una sutil diferencia en aquellos ojos de gato verdes—. Lord guerrero
Gryphon, un placer volver a verle.
—Dontaine —respondió Gryphon, con voz anodina; no me hizo falta mirarle para saber que
su cuerpo y su rostro serían tan inescrutables como su tono.
Se conocían. Se me enarcó una ceja mientras reflexionaba sobre ello. Dontaine no había
acompañado a Mona Louisa a la Gran Corte. Entonces me acordé: Mona Louisa había traído
a Gryphon aquí, a su hogar, cuando él había ofrecido su cuerpo a cambio de mi protección.
¿Había mostrado a Gryphon ante su pueblo como si fuese su nueva mascota? ¿Un nuevo
juguete con el que entretenerse hasta que muriese por el envenenamiento de plata? ¿Le había
colocado un collar de joyas alrededor de la garganta y le sujetaba la correa con las manos,
mientras lo mostraba ante toda la Gran Corte? La respuesta «sí» me vino a la cabeza con
certidumbre.
Oh, cielo. No me extraña que parecieses tan triste.

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Capítulo 4
Traducido por Hillary_Stone, masi, Akanet y flochi
Corregido por Pimienta

El resto de presentaciones se sucedieron tan rápidas como un torrente de agua, y llenaron


mi mente con una impresión general de todo aquel grupo que se desvanecía si intentaba
quedarme con detalles como, por ejemplo, los nombres individuales. Era un gentío brillante,
ataviado con sus mejores ropas para conocer y saludar a su nueva reina; las mujeres barrían
el suelo con sus vestidos largos, como bellezas de antes de la guerra civil, mientras que los
hombres relucían con sus trajes formales. Encajaban tan bien en aquel enorme salón que
podían haber sido una extensión del atrezo natural de la sala, ya que la moda databa de
hacía más de dos décadas, o incluso de hacía un siglo: las cinturas de los hombres estaban
acentuadas por fajines; las camisas blancas, bien planchadas, estaban rematadas con pajaritas,
corbatines e incluso pañuelos de cuello. En general, había muchos más hombres que mujeres,
como parecía ser habitual entre los monère.
Había al menos veinte mujeres allí, el número total sobre el que yo creía que gobernaría.
Si tenía en cuenta la cantidad de mujeres, aquellas mujeres preciosas y escasas, aquel debía
de haber sido considerado un territorio bastante próspero, incluso aunque todavía estuviese
recuperándose de los estragos del huracán Katrina.
Cuando se hubo completado la ceremonia, se sirvieron algunos refrescos y se esperaba de
nosotros que nos mezclásemos con ellos. Yo nunca he sido muy buena en eso. Agarré a
Gryphon y me escabullí con él hasta una terraza; cerré las puertas acristaladas tras nosotros.
El aire frío de la noche nos dio la bienvenida con un abrazo ventoso, una brisa que jugueteaba
con nuestro pelo, por nuestros rostros, que nos besaba la piel con una gracia refrescante.
—Gryphon, ¿te encuentras bien? —Mi pregunta era como la misma noche: suave, natural, un
susurro. Le acaricié la cara y Gryphon alzó su mano para cubrir la mía, como si él quisiese
que nos quedásemos así para siempre. Le dio la vuelta y depositó un suave beso en el hueco
de mi palma.
—Estoy bien —respondió quedamente.
—Ya habías estado aquí.
—Sí.
—Habías conocido a esta gente.
—A algunos.
— ¿Te…? —Vacilé—. ¿Te…?

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La brisa hacía que las hojas susurrasen, que algunos de los gigantescos árboles se balanceasen
en la distancia.
— ¿Tengo que matar a alguien? —le pregunté bruscamente.
Gryphon rió, pero era un sonido tan triste que te hacía desear llorar en lugar de sonreír.
—No, mi corazón. —Me llamaba de ese modo, pero era al revés.
Gryphon era mi corazón, el motivo por el que yo estaba allí—. A nadie. Mona Louisa era
egoísta. Deseaba el don de poder caminar bajo el sol para ella, antes que para los otros. No
compartí el lecho de aquí con nadie más, solo con ella.
Ahora Gryphon era capaz de aventurarse sin daños bajo la luz del día, una habilidad escasa
entre los monère, seres de sangre fría. No había muchas cosas que pudiesen matar a los
monère, y el sol era una de ellas.
Si los colocabas bajo los cálidos rayos del astro rey los freías literalmente.
Si estaban una hora bajo ellos, cogían el color de una langosta y jadeaban; si estaban cuatro
horas, quedaban cubiertos de llagas y ampollas burbujeantes, y la piel se les despegaba. Y si
ningún sanador los ayudaba, morirían. Eso era lo que mi amantísima madre, Mona Sera, le
había hecho a Amber. Un recuerdo me recorrió como un escalofrío al visualizar de nuevo el
aspecto de Amber cuando había sucedido aquello.
Yo le había transmitido mi habilidad para aguantar la luz del sol a Gryphon cuando lo tomé
como amante. Para los monère, el sexo era mucho más que la realización de la lujuria, era
también una forma de adquirir nuevos poderes y habilidades. Este era otro de los motivos
para su habitual promiscuidad. Mona Louisa había intentado absorber aquella habilidad al
acostarse con Gryphon. Me preguntaba si lo habría logrado, si el calor del sol ya no era más
que un suave beso sobre su piel.
Esperaba que no. Esperaba que cuando diese un paso bajo la luz del día, su piel se quemase
hasta convertirse en una patata frita enrojecida y llena de cicatrices.
Gryphon soltó mi mano y se apartó de mi lado, haciendo que me sintiese ligeramente
abandonada y fría. Su voz era un sonido yermo, grave que resonaba en la noche.
—Cuando me recuperaste, incluso sabiendo que había estado en el lecho de Mona Louisa,
me aceptaste, me deseaste, aunque yo no podía creerlo. Era un milagro que esperaba con todo
mi corazón. Pero sabía que no duraría mucho. —Sus ojos azules se cerraron lentamente; sus
grandes pestañas proyectaban unas sombras delicadas sobre sus mejillas—. Hay cosas sobre
mí, sobre mi pasado, que siempre habría mantenido alejadas de ti si hubiese sido capaz.
Pero no siempre puedes dejar atrás tu pasado, aunque tengas alas —continuó con una ligera
sonrisa. En su otra forma, Gryphon era un halcón.
Su sonrisa se desvaneció.
—Hay gente ahí dentro que me conoce. Que conocen mi pasado. Encontrarán una forma
de susurrártelo al oído, y he decidido que no deseo esperar agónicamente a que suceda,
atormentado en silencio. Te lo contaré yo mismo y acabaré con todo esto.

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Una tenue luz brotaba de la sala, y me permitía observar aquellos hermosos ojos, que sostenían
el peso de unas sombras profundas. Su voz cayó hasta convertirse en tan solo un débil susurro,
poco más que un sonido murmurado.
—En otros lugares, en otras cortes, con otras reinas, he hecho cosas con mujeres… con
hombres. He hecho cosas que ni siquiera puedes imaginar. He hecho cosas y he permitido
que me las hagan… —Su voz tembló con el dolor del recuerdo, con la vergüenza del recuerdo.
Me acerqué y le besé el tembloroso labio, para detenerle, para arrebatarle el dolor.
—Chss, no pasa nada —murmuré, acariciando su sedosa cabellera negra—. Todo ha quedado
atrás.
Gyphon tenía sólo setenta y cinco años. Era considerablemente joven, sobre todo para haber
conseguido ya tanto poder. Pero incluso entre los encantadores monère, donde los más
sencillos todavía conservábamos la mirada humana, era excepcionalmente bello. Lo habían
acogido muchas reinas en sus camas… hasta que se había hecho demasiado poderoso para
ellas.
Sabía que Gryphon había pertenecido a una casta cuyos integrantes eran considerados
hombres y mujeres de consuelo. Mona Sera lo había prostituido con los humanos, a cambio
de contratos de negocios o de concesiones monetarias, siempre que había sido preciso.
Francamente, no podía imaginar nada peor que ser prostituido con los humanos. Los monère
no sentían ningún placer al acostarse con humanos; yo había tenido dos parejas humanas con
las que me había acostado antes de conocer mi ascendencia monère y en lugar de placer había
sentido dolor.
Había pensado que era frígida. Como siempre, había sido el peliagudo asunto de irse a la
cama con hombres no adecuados… o, en mi caso, con la especie no adecuada. Encontrar a
Gryphon había sido como tropezarse con un tesoro inesperado cuando ya había abandonado
toda esperanza.
—Te quiero —le dije con una furia suave— y siempre te querré. Siempre te desearé. Nada de
lo que digas, de lo que hagas… nada de lo que nadie pueda decir podrá cambiarlo.
Inseguras, las manos de Gryphon descansaron suavemente sobre mi espalda.
—¿De verdad? —Su frente descendió para tocar la mía, como si le pesase demasiado la cabeza
para sostenerla. Su rígido cuerpo se relajó al tocar el mío, y su pesada respiración se convirtió
en pequeños resoplidos suaves sobre mis labios.
—¡Oh, Gryphon!, eres mi compañero. —Se lo repetiría una y otra vez hasta que me creyese.
Vaya pareja tan triste formábamos: los dos esperábamos que el otro nos abandonase—. Eres
mi corazón, y te amaré hasta el fin de los tiempos.
Sus brazos me acercaron a él y hundió la cara en mi pelo, susurrando mi nombre. Deseé que
todo aquel gentío se fuese. Deseé que estuviésemos solos, que nos pudiésemos tocar, que nos
pudiésemos tranquilizar mutuamente con nuestro contacto, que nos pudiésemos besar. No
deseaba besos castos, sino besos calientes, húmedos, con las lenguas uniéndose, enroscándose
mientras nosotros también nos fundíamos, nos uníamos en un solo ser.

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Un vocerío desde el interior rompió bruscamente nuestra soledad robada. Nos separamos,
mirándonos; yo me quedé observándolo hasta que Gryphon recuperó la compostura en su
cara, como si se estuviese colocando una máscara.
—Parece que nos necesitan dentro —dijo.
Asentí. Abrió la puerta y volvimos a la estancia.
Lo mejor fue que no tuvimos que abrirnos paso a empellones hasta llegar a lo que estaba
sucediendo en el centro de la enorme sala. La gente se apartaba de nosotros, se separaba
como si fuese el mar Rojo, y después volvía a juntarse una vez nosotros ya habíamos cruzado
entre ellos.
El hermoso y rubio Dontaine se enfrentaba a Amber. El aire crepitaba a causa de la energía
y la tensión que había entre los dos hombres. Chami, Aquila y el resto de nuestro pequeño
grupo se mantenían, solidarios, tras Amber. No nos habíamos sabido mezclar muy bien con
ellos.
—¿Qué está sucediendo aquí? —inquirí, deteniéndome ante los dos hombres.
—Dontaine me ha retado —respondió Amber. Su voz grave y furiosa llenó la habitación.
—¿Te ha retado? —repetí yo—. ¿Por qué?
—Por ti —contestó quedamente Gryphon—. O mejor dicho, por el derecho a ti.
—¿Qué? —No estaba segura de haberlo escuchado correctamente.
—He retado al lord guerrero Amber a un combate de fuerza —explicó Dontaine, mirándome
fijamente a la cara—, por el favor de la reina.
—¿Cómo esperas ganar mi favor enfrentándote a uno de mis hombres? —pregunté con
tranquilidad y cautela.
—Yo también soy uno de sus hombres, señora —respondió Dontaine.
De acuerdo. Me había expresado mal.
—Los retos son la forma tradicional de los guerreros para comprobar su fuerza y están
permitidos, están aceptados por la regla —me explicó Gryphon—. Es una de las formas con
que un macho fuerte puede alzarse por encima de otro.
—¿Como una pelea de gallos? —pregunté, alzando una ceja.
—Similar, sí. —Gryphon inclinó la cabeza.
—¿Y qué consigue el ganador?
—El ganador asume el rango del oponente vencido, si este es superior al suyo.
—No me digas que puedes conseguir el título de lord guerrero de esta forma. —Era más que
solo un título y el precioso collar que llevaban. Eso era solo la forma externa de mostrar el
poder que se escondía debajo.

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—No, señora, estás en lo cierto. Los hombres no pueden convertirse en lords guerreros de ese
modo. Si Dontaine vence a Amber, tan solo estaría demostrando que es el macho dominante.
—Gryphon vaciló, y yo ya había aprendido que no era una buena señal que lo hiciese—. Al
menos, el ganador. Normalmente, quien vence a un campeón de la reina es acogido en su
cama.
—¿Es obligatorio? —pregunté llanamente. Si lo era, las cosas cambiarían con bastante rapidez.
—No, es lo que las reinas acostumbran a hacer.
Idiotas. No había ninguna duda de que a aquellas mujeres les excitaba la sangre y la violencia
entre machitos.
—Dontaine no está siguiendo las reglas —intervino Tomas, con un tono agresivo. Su voz
también resonaba con acento sureño, pero era distinto al del resto de gente de allí—. Tiene
que empezar por el más bajo jerárquicamente, y lograr ascender; no al revés.
Dontaine miró fríamente a Tomas.
—Estaré encantado de hacerlo. ¿Empiezo contigo?
Tomas se erizó al oír el insulto.
En realidad, no teníamos un orden jerárquico marcado, y yo odiaría tener que establecer uno.
Pero sí, Amber estaba casi arriba del todo.
—No es necesario —intercedió Amber—. Si eres lo bastante idiota para retarme, me
complacerá aceptarlo.
¿Qué esta haciendo Ámber? Y aquí estaba yo, a punto de prohibirlo. Sólo que si lo hiciera
ahora, estaría yendo en contra de Ámber, desafiándolo, estableciéndolo de tal manera que
uno u otro de nosotros tendría que dar marcha atrás. Mentalmente, lance mis manos hacia
arriba en el aire. Ámber era un chico grande. Como un Lord Guerrero, era esencialmente mi
igual. Yo no tenía derecho de decirle qué hacer. A pesar de lo mucho que lo quisiera.
Casi como uno, primero Dontaine luego Ámber se giraron y se dirigieron al balcón de donde
Gryphon y yo acabábamos de llegar. Con un brinco elegante, ellos cruzaron de un salto la
barandilla para aterrizar despreocupadamente sobre la hierba doce metros más abajo. Como
agua impulsada por una fuerte corriente, la gente fluía hacia el exterior, algunos siguiendo el
camino de Ámber y Dontaine, saltando ágilmente hacia abajo como los gatos, otros saliendo
por la puerta principal. Aun así otros, manaron por una entrada lateral. Todo el mundo
parecía saber a dónde ir. Ansiosa emoción llenaba el aire mientras cientos de personas se
juntaban en el bosque y desaparecían como pálidas polillas repentinamente tragadas por la
noche. Recogiendo mi falda, corrí tras ellos con Gryphon a mi lado, siguiendo a los hombres
por medio de la vista y el sonido.
—¿Por qué Ámber esta haciendo esto? —susurré, mi tono bajo y furioso, tan enfadada que no
podía hacer nada al respecto.
—Es inevitable que un reto sea dado —murmuró Gryphon a mi lado—-. Es el curso normal
de los acontecimientos cuando te encargas de un territorio, los hombres fuertes compitiendo

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por posición y rango. Es mejor que Ámber cumpla con el reto ahora en lugar de uno de los
otros. Una derrota decisiva puede detener otros desafíos que surjan.
Llegamos a un claro. Ámber y Dontaine estaban quitándose sus chaquetas y camisas, y un
circulo de espectadores ya se había reunido a su alrededor. Bernard tenía sus brazos alrededor
de su esposa e hija. La preocupación marcaba una línea suave en la frente de Margaret, pero
el entusiasmo brillaba en los preciosos ojos grises de Francine. La luz de la luna lanzaba
profundas sombras sobre sus rasgos afilados, lanzando de repente una proyección casi lobuna
en su semblante.
Estábamos justamente saliendo de una luna llena. La luna creciente emitía un círculo de
luz casi perfecto alrededor del claro, brillando con luz pálida sobre los músculos ondulantes
de Dontaine. Era alto y bien construido. Pero Ámber levantaba más alto por una cabeza;
Dontaine ni siquiera se acercaba a igualar el peso y el enorme grosor compacto de Ámber.
Dios, ¿Dontaine estaba loco? ¿Cómo podía esperar ganar?
—Una cosa que quiero dejar clara, Dontaine. —Mi voz dio un grito en la clara y ansiosa
noche—. No vendrás a mi cama, de esta manera.
Él me miró, con una pregunta en sus ojos.
Oh, infiernos. La ira me estaba haciendo estúpida. La forma en que había enunciado hacia
que sonara como si tuviera una oportunidad cuando realmente no la tenia. Tal vez sea hora
de un poco de conversación franca.
—Francamente, no vendrás a mi cama de ninguna manera. Ninguno de ustedes, que no
sea los que ya he elegido, Lord Ámber y Lord Gryphon. —Anunciar que tenía dos amantes
no causó que ni un Monère parpadeara. Yo, sin embargo, no pudo evitar ruborizarme. Mi
crianza humana se estaba mostrando.
Dontaine lanzó sus zapatos, se quitó los calcetines, y lanzo una sonrisa arrogante hacia mí.
—Esperare que cambie de opinión, mi lady.
—Confía en mí. Esta no es la manera de hacerlo.
Ámbar desabrochó su espada, se la entregó a Aquila, y salió de sus zapatos. —¿Qué será,
Dontaine? —gruñó Ámbar.
—En la forma de dos patas. De pie —respondió Dontaine—. Incluso te permitiré conservar
su daga, Lord Ámbar. La que no es de plata.
Generoso de su parte, pero no tanto como habría sido permitir un puñal de plata. Las heridas
infligidas por un arma sin plata curaban casi mágicamente rápido, mientras que las heridas
hechas con plata sanaban a la lentitud de los humanos.
—El retador establece las reglas —me murmuró Aquila desde mi izquierda. Los otros se
habían unido a nosotros.
—Eso no parece justo —murmuré.
Aquila se encogió de hombros. —El defensor se presume que es más fuerte.

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Ámbar señaló la daga que Dontaine le había permitido. La luz brillaba cerca del filo y el
borde del cuchillo, la letalidad de la hoja, me hizo estremecer. —Ellos no están autorizados
a matarse el uno al otro. ¿No?
Silencio.
Me gire para mirar de frente, exigentemente a Aquila.
—Sucede a veces, aunque rara vez —admitió Aquila.
De repente me resultaba difícil respirar. —¿Qué?
—¿Dónde está tu daga, Dontaine? —preguntó Ámber, atrayendo de nuevo mi atención hacia
el círculo de personas allegadas.
—No necesitare una —respondió Dontaine, y un repentino baño de cálida energía llenó el
aire. Era similar a lo que había hecho cuando había besado mi mano. Pero más. Mucho
más. Ondas de energía incandescente comenzaron a derramarse de él, y de pronto la imagen
de Dontaine fluctúo ligeramente, como si una piedra hubiera sido echada en un charco de
agua y estuviera ondeando la clara, e inmaculada superficie de su piel. Era como el viento
soplando sobre un campo de hierba. Como un truco de luz que te hace querer frotarte los
ojos y asegurarte de que lo que estabas viendo era real. Que la visión de huesos rompiéndose,
estirándose, y formándose de nuevo era realidad. Que la imagen de los nervios, los tendones,
y los músculos brillando húmedamente no era un sueño desagradable. Que la piel fluyendo
de repente sobre su piel, y el hocico que estaba lentamente distorsionando la cara de Dontaine
con un obsceno crepitar de desplazamiento de huesos no era algo en una pesadilla.
Los pantalones de vestir maravillosamente adaptados de Dontaine ya no eran hermosos
mientras él creció más alto y aún más alto, el sonido de succión húmeda de los músculos y la
carne y los ligamentos estirándose y estallando, reajustándose, haciéndome sentir náuseas. La
tela resistente rasgada con un sonido agudo y el andrajoso dobladillo de su pantalón levantado
hasta sus pantorrillas como los pantalones de un niño pequeño, demasiado pequeño. El botón
superior había desaparecido y las costuras inferiores se habían dividido justamente por los
lados. La cremallera, sin embargo, seguía sosteniéndose valientemente, decidida cosa.
Yo había visto a otros cambiar en su forma animal antes. Había sido rápido, bello y natural. Un
brillo de energía y la luz y estaba completo. Esto no era así. Este cambio fue lento, doloroso,
y obsceno. Una extensión, retardando el proceso, deteniéndose en un estado antinatural. Y el
resultado era monstruoso.
La criatura, que eso era lo que era, echó su cabeza atrás y aulló. Pura alegría fluía. Algo
salvaje en libertad. Un lobo de caza, sólo que no era un lobo de verdad. Era como si Dontaine
hubiera detenido la transformación a medio camino para lograr que estuviera de pie aún
más alto que Ámber, enorme en altura y peso. Mitad bestia, mitad humano. Yo había visto
algo similar una vez antes, pero que había sido abajo en el infierno. Esto... esta cosa que se
tambaleaba ante mí estaba cubierta de piel, verdaderamente más bestia que hombre. Él no era
tan grande, tan malo, tan feo como la forma alternativa que el demonio muerto tomó, pero
estuvo cerca.

Traducido en Purple Rose 25


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Las manos de Dontaine de repente salieron disparadas hacia un lado y se contrajeron


brevemente. Grandes garras en forma de gancho salieron de la punta de sus dedos, haciendo
a mi corazón detenerse.
—Querido Dios —respire—. ¿Qué es eso?
—Medio Cambio —dijo el Gryphon en voz baja—. Una rara habilidad.
Me acuerdo abrazando a mi bestia. Lo había hecho por primera vez hace unos días, dejando
suelto el tigre dentro de mí que había tenía enjaulado durante toda mi vida. Lo había llamado
para salvar a mi hermano y cuando cambié, me había liberado de las cadenas de demonio
que me habían atado. Cadenas de las que no podía liberarme en mi forma humana. Éramos
más fuertes en nuestra forma animal. Y yo tenía una sensación terrible de que Dontaine iba a
aprovechar ese mayor poder en su estado de Medio Cambio.
Con un rugido, Ámber lo apresuro. Saltaron en el aire, volaron el uno hacia el otro y se
reunieron con un impacto impresionante, y resonante que tuvo que haber sido sentido por
todos los presentes. Cayeron pesadamente al suelo, sacudiendo la tierra, levantando polvo
en el aire, rodando, gimiendo, gruñendo, garras raspando, dagas relampagueando. La sangre
fluía como un líquido negro y espeso bajo la luz plateada de la luna y los gritos de dolor
rasgaban la noche, tanto Ámber como lo que sea en lo que se había convertido Dontaine.
—¡Deténganlos! Háganlos parar —dije, agarrando a Gryphon salvajemente, mis ojos en esas
terribles garras, recordando vívidamente cómo con un golpe de garras como esas, la cabeza de
un demonio había rodado sobre el suelo, separada de su cuerpo. Esa era una de las maneras
de matar a un Monère, removiendo la cabeza o el corazón.
—El desafío había sido dado y aceptado. —Los ojos de Gryphon, oscuros en la noche,
miraban la batalla sin emoción—. No puedo pararlo ahora.
—Él es más fuerte que el Ámber, ¿no es cierto, en esa forma?
—Sí.
—Pero eso no es justo.
—Ellos cumplen con las normas establecidas.
Quería gritar. —¿Puede Ámber hacer eso? —pregunté—. ¿Cambiar a medias?
—No.
Gryphon podría haberme mentido en el pasado, incluso dormir con otra. Pero había hecho
para salvar mi vida. A su manera, era honorable; sangre azul, como el color de sus ojos.
Seguía las reglas. Me gire hacia a otro cerca de mí que era menos honorable. Aquel que no
seguía las normas establecidas por otros.
—Ayúdame —le dije a Chami, mi camaleón. Mi asesino.
—¿Qué quiere que yo haga, señora? —Chami preguntó en voz baja. Antes de que pudiera
hablar, me levantó y me llevó rápidamente a varios metros mientras Ámber y la bestia, era
difícil pensar en él como Dontaine, se revolvían a escasos pies de distancia de nosotros.

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Así de cerca podía ver los pesados músculos agrupados de Ámber esforzándose mientras
el hombre lobo lo derrumbaba duramente en el suelo. Las dos muñecas de Ámber estaban
atrapadas en su agarre, inmovilizadas, la daga inservible en la mano derecha de Ámber. Las
garras de la criatura estaban contenidas, ocupadas restringiendo a Ámber, pero aún tenía
otra arma que Ámber no tenía, no en su forma humana. La bestia lobo gruñó, sus labios
rizándose hacia atrás. Sangre y otros fluidos reluciendo en sus malvados, y agudos colmillos.
Se abalanzo con esos dientes letales por la garganta de Ámber y mi grito de horror estalló a
través del aire.
Con un enorme esfuerzo, Ámber se retorció hacia un lado y esos afilados, y desgarradores
dientes erraron, simplemente rozando su piel, dejando una brillante línea de sangre como
un collar de líquido para combinar alrededor de su grueso cuello. Otro agrupamiento de sus
músculos, un gruñido fuerte, y Ámber levanto a Dontaine solo lo suficiente para tener sus pies
entre ellos. Con un repentino levantamiento de ambos brazos y piernas, Ámber lo lanzo fuera
y se puso en pie, mágicamente rápido. Se agachó y se lanzó tras Dontaine.
Agarre la mano de Chami con urgencia. —Ayúdame a detenerlos.
—¿Quieres que mate a Dontaine?
Parpadeé. —No, yo no quiero que nadie muera. Quiero detenerlos antes de que alguien
muera.
Chami vaciló. —Si va a romper una regla, debe llevarlo a cabo limpiamente, completamente.
—No quiero que mates a Dontaine, Chami.
Él me miró, su estrecha cara ceñida y preocupada. —Milady, no sé cómo detenerlo sin matarlo.
Parpadeé y fue como si viera por primera vez lo que había delante de mí, como un hombre
ciego recuperando la visión. El enjuto y esbelto Chami parado delante de mí, una criatura
de aspecto frágil en comparación con el monstruo que estaba pidiéndole que se enfrentara.
La fuerza de Chami residía en su sigilo, en su capacidad para llegar hasta su victima sin ser
detectado. Su fuerza era matar a su presa sin ser visto, no en la pelea.
Retrocedí lejos de Chami cuando me di cuenta que él no sería capaz de ayudarme tampoco.
Girando, me volví y corrí hacia el claro, hacia los combatientes.
Detrás de mi, escuché a Gryphon gritar, —¡Mona Lisa, no!
—¡Paren! —grité mientras corría hacia los combatientes forcejeando, una masa luchando de
pieles y carnes retorciéndose sobre el suelo—. ¡Les ordeno a ambos que paren!
Retorciéndose de dolor y golpeando, los dos combatientes trenzados en lucha rodaron
sobre mí, haciéndome golpear contra el suelo. Sentí el aplastante peso de ellos brevemente,
constantemente, estaban fuera de mi y me encontré jadeando. Volviendo mi cabeza, alcé la
vista a los ojos de Dontaine.
Desorientada, note que sus ojos todavía estaban de la misma forma, como los de un humano.
Pero lo que parecía salir del interior de ellos no era humano. Sus ojos verde jade se habían
fundido con el color de la miel brillante, con esa extraña claridad que tienen los animales,

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como si uno pudiera ver a través de ellos. Ojos de lobo. Amber reposaba sujeto debajo de él,
ambos apartados de mí.
—¡Deténganse! ¡Ambos! —dije en un susurro duro, sin aliento. Carecía desesperadamente de
contundencia como una orden, pero estaba tratando de recuperar el aire que acababa de ser
aplastado fuera de mí.
—¿Seré reconocido como Maestro de Armas? —gruñó Dontaine. Su voz era mas profunda,
mas áspera, como si le tomara un gran esfuerzo hacer salir una voz humana a través de ese
duro hocico de animal.
—Si —acepté instantáneamente.
—Eso no es todo lo que deseo —dijo retumbante Dontaine, su voz profundamente dolorida.
A esta distancia, el roce de su poder era diferente, extraño, más eléctrico. La potencia de
su bestia me traspasó y me hizo jadear, me hizo retorcerme. Golpeó sobre mí y casi fue
agradable, pero contenía ese borde de dolor que amenazaba, que lo hacía dulce. Llamaba algo
en mi interior. Algo que quería levantarse y afrontarlo.
Tomó de todo mi esfuerzo para concentrarme en las palabras de Dontaine, su significado.
Estaba diciendo que deseaba ser mi amante. Y entonces entendí por qué Gryphon me había
dejado para ir a la cama de Mona Louisa. ¿Acaso importaba dormir con otro? Mientras aquel
al que amas todavía vive y respira.
—Te tomaré en mi cama una sola vez —dije al rostro mitad-hombre, mitad-animal.
—¡No! —rugió Amber y esa sola palabra salió rasgada de él como el grito de un tigre. Di un
repentino y poderoso empujón y los dos rodaron lejos de mí, forcejeando, luchando una vez
más, ilustrando la triste verdad de que toma dos personas de acuerdo permanecer en paz, y
solamente una iniciar una lucha o continuarla.
Manos me manotearon en un agarre casi doloroso, arrastrándome a la seguridad de la multitud
curiosa. Me volví para ver a Gryphon, sus ojos ardiendo. —¿Qué estás haciendo? —demandó
con dureza, sin mas calma, lejos de la indiferencia.
—Estoy intentando detenerlos —contesté brevemente—. Casi lo hice.
Los ojos de Gryphon se entremezclaron con miedo y enojo pero los gritos ásperos, los
perforantes gritos, los gruñidos y resoplidos de rabia, animal, humano, sin diferencias, atrajo
nuestra atención de regreso al centro. Amber y Dontaine se habían separado. Ambos habían
saltado. Ambos estaban sangrando y maltratados. E igualmente, ambos estaban decididos
a ganar. Se unieron en un ataque cegador y las garras de Dontaine golpearon en un arco
apretado cortando, rasgando con facilidad en pecho y hombros de Amber.
Amber se quedó ahí, sin protección, y dejó que Dontaine lo rasgara por un inconcebible
momento. Después, alzándose con una gracia casi inusual, Amber agarró el cuello
desprotegido de Dontaine con su mano derecha, excavando con certeza y rasgando la garganta
de Dontaine. Un grueso trozo de carne y cartílago cayó de la mano de Amber sobre el suelo
como en cámara lenta. Hubo un momento de silencio cortante, de quietud. Y después, vino
un lento chorrear de sangre, un oscuro chorrear de fluidos. Fontaine cayó sobre su espalda,

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retorciéndose de dolor, luchando por tomar aire e incapaz de hacerlo. Gorgoteó, emitiendo
sonidos guturales húmedos como si se estuviera ahogando en la estela de su propia sangre y
fluidos, acostado en terreno, indefenso.
—¡Oh, Dios mío! —Me separé de Gryphon y me tiré junto a Dontaine. Sus extraños ojos
marrones, como miel clara, miraban frenéticamente hacia mí. Extendí una mano tentativa
hacia las enormes fauces abiertas de su garganta, pero me detuve de tocarlo. Los huesos
brillantes de su columna blanca brillaban visiblemente. Me volví impotente para mirar a
Amber. Se encontraba de pie sobre la cabeza de su oponente caído, mirando impasiblemente
hacia abajo.
—¿Está muriendo? —pregunté. Era duro creer lo contrario, mirando a Dontaine jadeando
desesperado como un pez fuera del agua. Sabía que para matar a un Monère tenías que
quitarle la cabeza, el corazón, o envenenarlo con plata o el sol. Pero seguramente, este daño
estratégico lo mataría, también.
—No, esto no lo matará —dijo Amber—. Estará incómodo hasta que sane y sea capaz
de respirar otra vez, pero no morirá. —La tranquilidad de su profunda voz contrastaba
enormemente con sus ojos. Ojos que se habían vuelto de un feroz amarillo. Ojos que gritaban
en el interior con la agresión de su bestia, provocado por la reciente batalla.
Mi mano bajó tímidamente como una mariposa revoloteando indecisa hacia la tierra.
Finalmente toqué el hombro de Dontaine, topándose con el roce del pelaje grueso contra la
suavidad de mi palma. Entonces recordando sus propias garras, clavó sus manos en el terreno,
hundiendo las profundas garras afiladas en la tierra, obligando a que parte de él, al menos,
descansara quieta mientras el resto de él se contraía y sacudía. Su pecho se sacudió y suspiró,
tratando de tomar aire. Pero, ¿cómo podía uno respirar cuando su tráquea estaba hacia fuera?
Sentí a Dontaine estremecerse bajo mi mano. Mientras lo tocaba, su poder silbó dentro de mi
y mi palma empezó a hormiguear. Nada inusual con eso. Era una sanadora y quería sanarlo.
Pero entonces mi cuerpo entero empezó a hormiguear, a pulsar, y eso no era normal. El olor a
sangre y la esencia a carne cruda llenaron mis sentidos, cegándome hasta que fue todo lo que
podía ver, oler, saborear. Casi podía rodar el sabor dulce cobrizo a sangre en la parte posterior
de mi lengua y saborear la dulzura salada de la tierna carne caliente en mi boca. Mi piel
comenzó a picar, a quemar, a acalorarse. Y la ropa frotándose contra mi cuerpo súbitamente
parecía antinatural, no deseada.
—Sus ojos —escuché a una mujer jadear.
—Está cambiando —dijo Amber—. La bestia de Dontaine está provocando la de ella.
Me tomó un breve momento antes de entender lo que había dicho. Estaba empezando a
perderme a mi misma. —No —gruñí. Mi voz era más áspera, mas profunda, como si hubiera
tragado grava y se estuviera frotando contra mi garganta. Levanté mis ojos hacia Amber y
sacudí la cabeza, combatiéndolo—. No.
Gryphon habló en voz baja con Amber, mirándome. —Tómala, obsérvala.
—No —jadeé, luchando desesperadamente por no rasgar mis ropas y liberar mi piel
hormigueante y con picor.

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Amber me levantó en brazos como una niña y salió corriendo del claro, lejos de las quejas de
las personas, de los ojos curiosos mirando. Cortó por el bosque, lejos de toda esa carne cruda
acre. Pero el olor a sangre todavía cabalgaba denso en el aire, justo a mi lado, arriba contra mí.
Volví mi cabeza y como un imán, mis ojos fueron atraídos a la sangre filtrándose por el pecho
de Amber, sus heridas cortantes parecían líneas oscuras de chocolate fundido en la luz de la
noche. Pero el chocolate nunca había sabido así de bueno, así de rico, así de seductor. Como
una llamada irresistible, me atrajo. Y respondí a su llamado, bajando mi boca, dejando que mi
lengua se presionara profundo en el interior, cavando en la herida fresca mientras disfrutaba
el dulce elixir líquido de su vida. Amber gruñó en doloroso placer, su respiración haciéndose
pesada, su lento corazón golpeteando más fuerte. Ahora estábamos en las profundidades del
bosque.
—¿Qué será Mona Lisa? ¿Sexo o carne? Podemos cambiar y cazar. O podemos follar.
Vagamente, me di cuenta que esas dos eran las únicas dos maneras de canalizar la energía
de mi bestia. Estaba, justo debajo de la piel, una espera en tensión, como el agua lista para
rebalsarse, apenas contenida. Y fresco de la batalla, con el deseo de sangre corriendo por sus
venas, Amber también necesitaba liberarse. Me estaba dando a elegir. Y me estaba advirtiendo.
Dijo follar en vez de hacer el amor. Eso es lo que sería si elegía opción en nuestros más
grandes estados agresivos.
Pero no era realmente una elección. Cambiar a mi bestia me aterraba malditamente, porque
la bestia, una vez liberada, me tomaba por completo. Perdía todo sentido de mi misma y
sólo me convertía en el animal con su necesidad de matar y comer carne y sangre, arrancar
la carne y saciar su hambre. Me dijeron que se volvería mejor. Que mientras mas cambiara,
gradualmente sería capaz de controlar a mi bestia mejor. Que sería capaz de mantener el
sentido de mi misma. Controlarlo. Pero había huido de ello toda mi vida, suprimido, aterrada
de perder mi necesario precioso control. No podía enfrentarlo aún. No todavía.
—Sexo. Elijo el sexo. —Sus ojos brillaron intensamente mientras atraía su cabeza hacia mi
y presionaba mi boca duramente contra la de él. Me dejó deslizarme de sus brazos sobre mis
pies mientras mi lengua barría el interior, degustando su propia sangre en mis labios. Gruñó
y me levantó, presionando mis caderas contra la sólida cresta gruesa que se había levantado.
Hice un hambriento maullido y balance mis caderas contra las de él en una fuerte oleada de
búsqueda de placer. Me empujó antes de que pudiera envolver mis piernas alrededor de él, y
desató mi cinturón con dos bruscos tirones, golpeando el suelo con el peso de mis dagas.
—Levanta los brazos —ordenó. Así lo hice y arrastró mi vestido. Todo lo que me cubría ahora
eran unas bragas de encaje color marfil, una frágil barrera. Amber ahuecó una gran mano
entre medio de mis piernas, sus dedos gruesos presionando contra mis labios húmedos.
—Estás mojada —dijo.
Mi aliento atrapado mientras con un giro rápido y un tirón fuerte, arrancaba las ropas. Y
entonces estuve completamente desnuda. Amber bajó sus pantalones, dio un paso fuera de
ellos, los ojos ardiendo, y dejé que mis ojos se dieran un festín sobre él. Cuan magnífico era.
Mi visión era más aguda, mas clara de alguna manera y vi cosas con el más mínimo detalle.
Sus ojos amarillos brillaban en la oscuridad, un brillante destello salvaje. Pude ver cada estría
separada en su iris; eran piscinas líquidas de remolinos ámbar. Su cabello marrón flotaba en

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gruesas ondas, salvaje e indomable, cada filamento claro y distinguible para mis ojos. Lazos
de sangre lo decoraban como trofeos de su batalla. Se quedó delante de mi como un monolito
gigante, hombros tan anchos que bloquearían la luna cuando se levantara sobre mi y me
cubriera. El plano chato de su estómago se reducía a unas delgadas caderas, y su abdomen
se tensaba con crestas y valles vivientes, flotando y fluyendo. Sus piernas eran como dos
columnas fuertes, bellamente talladas, tendones y músculos voluminosos. Y entre ellos, se
alzaba su sexo, pesado y orgulloso. Una barra inflamada que estaba en perfecto equilibrio al
tamaño entero de él en grosor y longitud. Era un hombre grande, sobre todo, su gran fuerza.
Y súbitamente no pude tragar. Siempre habíamos hecho el amor, nunca follado. Pero no era
miedo lo que secó mi boca. Era hambre.
Me moví para restregarme contra él, pero Amber me detuvo. Con sus manos grandes
contra mis hombros, me dio la vuelta. Pero en vez de retroceder contra él, sentí como sus
dientes presionaban contra la parte trasera de mi cuello. Él me mordió. Bastante fuerte, lo
suficientemente placentero para hacer que realmente doliera. Él siempre, anteriormente, me
había tratado con la mayor gentileza. Asustada, miré hacia atrás y me encontré con esos ojos
amarillos brillantes. Sus ojos de puma. Brillaban misteriosamente en la oscuridad; exóticos,
diferentes. Estaba inclinado hacia abajo, inclinado sobre mí, y fui realmente muy consciente
de su magnitud, de que era mucho más grande que yo. La masa sólida que era, el peso más
pesado, su mayor fuerza abrumadora. Él era un depredador natural y una punzada afilada de
temor erizó mi piel, agradable y no, poniéndome la piel de gallina en mi carne temblorosa.
Mis pezones se endurecieron y sentí la dureza de la gravilla. Sus pupilas se expandieron,
ampliándose, casi tragando su iris y sus fosas nasales se abrieron, como si hubiera olido el
olor del miedo mezclado con mi excitación, y lo encontrara intoxicante.
Un ruido sordo empezó en lo más profundo de su pecho y mi corazón se sobresaltó en la jaula
de mi pecho como un pájaro cautivo.
—Corre —gruñó.
Yo le devolví la mirada con los ojos muy abiertos, el miedo y el deseo, cautivos en mi interior,
se fusionaron y fueron inseparables.
—¡Corre! —repitió con voz áspera y grave, apenas reconocible.
Me volví y corrí, mis sentidos temblando con ese extraño estado de alerta amplificado, mi
fortaleza sin límites. Me dio unos cuantos segundos de ventaja, luego vino tras de mí. No
oí nada, sólo sentí la fuerte oleada de su poder golpeando detrás de mí, acercándose. Justo
antes de que me tocara, giré bruscamente a la derecha. Me reí burlonamente mientras me
sobrepasaba, luego se rió de nuevo, una invitación bromista mientras me miraba por encima
del hombro.
—Atrápame si puedes —le desafié con voz ronca y ligera.
Se volvió bruscamente y vino tras de mí otra vez, una sombra silenciosa, dientes blancos y
brillantes con una sonrisa maliciosa, sus ojos salvajes bailando con la alegría de la caza. Grité
cuando él se abalanzó y me lancé a mi izquierda. Él era grande, pero yo era más rápida. Giré
y me precipité hacia adelante, sus manos deslizándose sobre mí, contacto y carrera. Saltar y
escapar. Huir, perseguir. Peligroso juego previo que de alguna manera se sentía natural para el
gato en mi interior, un cortejo salvaje que me calentaba hasta hacerme mojarme con suavidad,

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de modo que mi olor almizclado flotaba detrás de mí, una pista invisible para burlarse de su
nariz, provocándole aún más, agresivamente precipitándose hacia adelante.
Me giré bruscamente hacia la derecha. Me agarró del brazo y me volví y le arañé con las
uñas. Gruñí, mis dientes apretándose en su mano y él me soltó y quedé libre una vez más, la
risa tentadoramente me seguía por detrás. Fingí ir a la izquierda, pero me lancé la derecha, y
miré de nuevo para verlo justo detrás de mí, sus ojos intensos, una gran sombra silenciosa al
acecho.
Él saltó y me abordó. Su enorme peso me golpeó fuertemente, haciéndonos rodar por el
suelo. Me puse de rodillas y traté de arrastrarme lejos por debajo de él, mi corazón palpitando
fuertemente, con los ojos brillantes de emoción, pero él me capturó, con una mano agarrando
mi cintura con una mano de hierro. Un tirón y mi pelo estaba envuelto firmemente alrededor
de su mano derecha, atrapándome, sosteniéndose aún con más firmeza. Sus dientes se
hundieron en la parte de atrás de mi cuello, sin romper la piel, pero casi. La promesa deliciosa
estaba allí en el borde de sus dientes afilados, la presión amenazante, el gruñido amenazante,
la fuerte sacudida. Todo ello se unió como ingredientes adecuados casualmente juntados.
La sumisión me inundó como un interruptor presionado y me calmé, temblando, ya no
queriendo huir de él. Ronroneando, me arqueé hacia arriba y presioné la espalda contra esos
dientes deliciosos, mis manos apoyadas en el suelo. La mano que me agarraba se relajó,
abriéndose, y dejando mi cintura. Una palma me acarició las nalgas. Empujé mi culo ansioso
contra él con un meneo persuasivo. Jadeé mientras sus dedos se deslizaban por mi grieta
trasera, ligeramente pasando por un agujero que no debería haber tocado y siguió adelante,
buscando y encontrando y hundiéndose en mi humedad con dos dedos grandes. Gemí,
jadeando, mientras me estiraba y me abría. Sentí su pecho retumbar contra mi espalda, una
vibración temblorosa que me atravesó y me hizo apretar esos dedos gruesos. A continuación
desaparecieron, esos invasores extensos, se retiraron de mi interior a pesar de mi cuerpo ávido,
que intentaba mantenerlos dentro.
—¡No! —grité.
Sus dientes me liberaron y se movió, alineando su cuerpo detrás de mí, sus dos manos
agarrando mis caderas.
—Sostente tú misma —gruñó Amber. A continuación, con una penetración salvaje, se impulsó
hacia mí, empujando sin piedad a través de mis pliegues, obligándome a aceptarlo. Todo de
él. Era demasiado.
Grité, resistiendo sus embistes. Sus dientes se cerraron sobre mi hombro, un mordisco intenso
que punzaba, y otra vez fue como si un interruptor mágico fuera presionado. Calmándome
bajo él, temblando, y liberando mi hombro y salió de mí al mismo tiempo.
—Tómame —murmuró y se hundió de nuevo, hundiéndose profundamente, embistiéndome
por completo una vez más, haciéndome gritar. Dejándome aturdida con un brillante arcoíris
de sensación de que era casi demasiado, así que no podía decir si era de placer o dolor. O
ambas cosas.
Gemí mientras él se retiraba todo el camino hecho, una succión, una sensación deslizándose,
provocando otra ola de increíble e intenso placer a través de mí. Sentía cada vena y pliegue

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de su eje completo atravesándome, dejándome escandalosamente sensible, haciendo temblar


terminaciones nerviosas al salir. Me sentí como un acordeón. Pero en lugar de aire, que estaba
siendo bombeada y llenada de placer. Placer explosivo que me inundaba. Placer caliente y
devastador que me atravesaba.
Recobrándose, Amber se impulsó nuevamente dentro de mí con un fuerte gruñido, con toda
la fuerza de sus caderas y saliéndose de golpe, forzando un intenso placer agudo y punzante
sobre mí que era casi insoportable.
—Todo de mí —gruñó con voz ronca.
Dios, yo estaba llena. Muy llena. Tan insoportablemente llena.
—Tómame, tómame —gritó él, deslizándose fuera y volviendo a entrar. Un ritmo rápido y
desesperado. Pura fuerza. Sin frenar. Penetrando mi interior, haciéndome gritar retorciéndome
de placer, haciéndome retorcerme de exquisita agonía. La luz explotó dentro de mí, brillando
desde mi interior. Disparándose desde ambos. Brillábamos desde las profundidades de donde
la luz de nuestra luna madre habitaba dentro de nosotros. Fuimos, pero los buques que
posean el resplandor ejes enviado desde la Luna hasta su liberación. Y vino derramándose
de nosotros, inundando la noche oscura con un brillo deslumbrante, con una incandescente
alegría.
Amber se impulsó hacia atrás y se hundió en mí con fuerte sacudida, una y otra vez, tan
rápido como pudo, como si se forzara a si mismo a salir por mi otro lado. Fue una fuerza
constante, impensable, y poderosa hasta el final, desnuda de toda restricción. Una rendición
sin adornos.
Una embestida final que se introdujo en lo más profundo, muy dentro de mí, más allá de lo
que yo sabía que era posible que fuera, más allá de lo que yo pensaba que era posible que yo
pudiera tomar o acomodar, y entonces yo estaba gritando, corriéndome con una liberación
violenta, convulsiva, incitadora que me hacía sentir como si fuera a partirme mientras vibraba
cada vez más en un éxtasis alucinante y agonizante.
Sentí a Amber apretar los dientes y gemir con dureza, guturalmente, mientras se corría
también, eyaculando una serie de grandes chorros que parecían no tener fin, inundando su
semilla caliente dentro de mí mientras me apretaba y me estremecía y me estrechaba a su
alrededor. Llené mis pulmones de aire, temblando, todavía brillando a pesar de que la luz se
desvanecía, dando un último gemido dulce al sentir que él sacaba su gran longitud fuera de
mí. Mis brazos se aflojaron por completo y me desplomé en el suelo, incapaz de moverme, la
tierra fría presionando contra mi mejilla.
Le sentí caer pesadamente a mi lado y escuché nuestras respiraciones jadeantes por un
momento. A continuación Amber se movió y me rodó sobre mi espalda. Apoyado sobre su
codo, bajó la mirada hacia mí, un poco vacilante. Sus ojos habían vuelto a su habitual color
aguamarina. Su bestia, su sed de sangre se había ido. Así como la mía.
Su cuerpo estaba entero, limpio. Todos los cortes y las lágrimas y las marcas de garras estaban
curadas, aunque yo no lo había tocado con mis manos. Esos apéndices prácticos habían estado
enterrados en la tierra sucia, demasiado ocupadas sosteniéndome mientras él me penetraba.
Aparentemente, todo lo que yo había necesitado era el contacto de piel con piel para curarlo.

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Mi hombro palpitaba donde el había hundido sus dientes en mí y me mordió. Él había rasgado
la piel. Podía oler mi sangre en el aire, y no había sanado. ¿Por qué? ¿Era porque yo no había
querido? Las marcas de mordisco de un amante eran un cumplido. Una forma de los mayores
elogios entre los Monére, una señal de que tú eras la amante más sensual y ardiente. ¿Había
sido capaz de controlar lo que curaba y lo que no? Yo, tentativamente, moví mi hombro y me
estremecí.
—¿Estás bien? —preguntó Amber.
Todo correcto. Qué palabra ligera. Me reí y me estremecí de nuevo. —Pienso que sí.
—¿Te hice daño? —Una pregunta suave.
—No. —Negué con la cabeza, sonreí—. A pesar de que casi me muero... por el placer.
Se agachó entre mis piernas y las abrió, mirando fijamente en donde os habíamos unido.
Era una tontería que sentirse tímida después de lo que acabábamos de hacer, pero no pude
evitarlo. Él me estaba mirando. Allá abajo. Sentí la fuerza de su atención allí casi como un
examen palpable. Mis manos bajaron instintivamente para cubrirme.
—Amber...
—Shhh. Déjame ver con mis propios ojos que realmente no te hice daño. —Con suave
insistencia apartó mis manos y lo dejé, apretando mis ojos con fuerza, sintiendo como
suavemente extendía mis pliegues hinchados.
Sólo ese cuidados toque envió fuertes sensaciones atravesando mis nervios hipersensibles y di
un pequeño gemido. —Amber, por favor. Suficiente.
Algo suave me tocó entre las piernas, y abrí mis ojos para verle levantar su cabeza. Él me
besó. Sus dedos me levantaron y levantó sus ojos para encontrarse con los míos mientras se
agachaba entre mis piernas. Me quedé inmóvil, y la aguda conciencia de que yo era una mujer
y él era un hombre, de que mi cuerpo estaba hecho para recibir el suyo, pasó entre nosotros.
Se movió de vuelta a mi lado y me empujó a sus brazos, levantándome para que yo quedara
tumbada encima de él, su corazón palpitando con un constante ritmo lento contra mí, sus
grandes manos se extendieron acariciando mi espalda. Dedos posesivos acariciaron la marca
de mordisco en mi hombro.
—Utilizaste toda tu fuerza, ¿no? Nunca lo hiciste antes.
Murmuré contra su pecho. Él siempre había sido tan cuidadoso conmigo, demasiado
cuidadoso, con lentitud y trabajando con diligencia con él mismo hasta que toda su longitud
estuviera arraigada muy dentro de mí, y luego manteniendo un ritmo tranquilo, suave.
Había sabido que se había contenido. Simplemente que no había sabido cuanto.
—Yo no sabía antes que tu otra forma era un tigre. Eres incluso más grande que yo en mi
forma de puma. Así como fuerte, si no es que eres más fuerte que yo —dijo Amber, y él
parecía complacido—. Sus ojos habían cambiado. Tu bestia había surgido parcialmente,
dándote algo de su poder. Sabía que serías capaz soportar toda mi fuerza. Y sólo por una vez
no quería contenerme.

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Era tan grande, que sin duda tuvo que ser cuidadoso toda su vida, para tener siempre el
control. Esta fue probablemente la primera vez en su vida que él se había dejado ir, por
completo, durante las relaciones sexuales, que no había tenido que controlar su gran fuerza.
Y tenía razón. Yo había soportado toda su fuerza y había sido una cantidad increíble, y yo
había sobrevivido entera, sana y a salvo. Por supuesto, yo no había pensado que lo haría,
durante ese momento. Pero lo había hecho. Y de repente estaba contenta de haber sido capaz
de hacerlo. Lo difícil que debe ser, tener que controlarse a sí mismo siempre, mientras que
tu compañero se perdía por completo en su éxtasis. Tener siempre que obligarse a controlar
tu fuerza, nunca dejarla ir. Nunca perder su control. Esa era el verdadero gozo del sexo,
soltar todas tus inhibiciones y liberar todos tus amarres por completo, entregándote al calor
inexplicable y sentirlo. Cómo de difícil debe haber sido, conseguir un poco de placer, pero
nunca realmente saborear la recompensa completa sólo al alcance.
—Me alegro —dije, suspirando, pasando mi mano sobre su pecho húmedo, acariciándolo—.
Me alegro de que tomaras tu placer por completo. Lo devolviste con creces.
—Mona Lisa. —Respiró mi nombre y me abrazó a él como si fuera algo precioso.
Sabía que mis ojos habían cambiado de nuevo a su habitual color marrón.
Que mi bestia se había ido. —Mis ojos —dije—. ¿De qué color eran?
—Verde —respondió Amber—. Verde claro.
Me quedé helada al sentir la bestia dentro de mí removiéndose, levanta su cabeza y me mira
con ojos claros y brillantes. Pronto, prometió. Seré libre pronto. Cerrando sus ojos, volvió a
su letargo.
Me estremecí, la piel de gallina se extiende sobre mí como si un fantasma hubiera caminado
sobre mi tumba. Incorporándome a mí misma, miré a mi alrededor en busca de mi vestido,
y encontrándolo, me lo puse.
—Deberíamos volver a los otros. —No es que yo estuviera ansiosa, con toda esa gente de
vuelta allí. Ellos sabrían lo que había ocurrido entre nosotros en el momento que nos olieran.
Ese era el problema con tantos sentidos agudos... no podías esconder nada de ellos.
Amber se puso sus pantalones, sosteniendo una gran mano hacia mí. La tomé.
Los dedos entrelazados, nuestros olores entremezclados, nos dirigimos de vuelta.

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Capítulo 5
Traducido por Akanet
Corregido por Pimienta

Una ducha era lo que quería. Pero no parecía como si la fuera a conseguir de inmediato.
La gente, ahora mi gente, se había marchado de la casa. Bien. Menos ojos y narices para
presenciar el vergonzoso regreso de su nueva Reina. Pero los pocos testigos que había, mi
pequeño grupo, y entre ellos, mi joven e impresionable hermano, eran lo suficientemente
malos. Horace, el pequeño mayordomo parecido a una comadreja, rondaba ansiosamente en
el fondo, aparte de los otros.
—¿Qué está haciendo él todavía aquí? —pregunté. Mi tono hostil dilató los pequeños ojos de
Horace.
—No estaba seguro de si querías que te mostrara el resto de la casa —dijo Gryphon—. Le
dije que no estarías interesada en un recorrido una vez que regresaras, pero insistió en esperar.
Dijo que no quería arriesgarse a ofenderte.
Era más bien que quería saber lo que había sucedido en el bosque para poder informarle a
su Reina. Él era el espía de Mona Louisa en todo lo que a mí respectaba, dentro de poco
regresaría con ella. Yo no lo quería aquí.
—Lord Gryphon tiene razón, Mayordomo Horace. Ningún recorrido esta noche. Te veré
mañana.
—Muy bien, señora. —Horace inclinó su cabeza, sus ojos oscilando desde el pecho curado
de Amber hasta mi y de vuelta.
—Aquila, conducirías por favor a Horace a donde se este quedando —dijo Gryphon,
comunicándome dos cosas: Uno, que Horace no se alojaba en la casa. Bien. La otra es que
Gryphon tampoco confiaba en él o de lo contrario no se hubiera tomado la molestia de
tener a Aquila escoltándolo lejos de los edificios. Todos los otros Monére al parecer habían
caminado, volado o lo que sea, de vuelta a sus hogares. Así como podría haberlo hecho
Horace.
El mayordomo siguió obedientemente a Aquila por la puerta. Las puertas del coche se
abrieron y cerraron. Un motor se puso en marcha y se alejó de la casa.
—¿Estás herida? —Thaddeus preguntó en voz baja.
Mis ojos se suavizaron cuando miré a su joven cara preocupada. Él tenía dieciséis años, pero
parecía mucho más joven, delgado y larguirucho, varias pulgadas más bajo que mis cinco pies
con ocho. —Estoy bien. Ámber cuido de mí. Pero ambos necesitamos una ducha. ¿Alguien
sabe donde están nuestras habitaciones?

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—Tu suite está en el segundo piso en el ala oeste —dijo Gryphon—. Pero antes de que subas,
¿podrías primero darle una mirada a Dontaine?
—¿Dontaine está aquí? —dije con sorpresa. No me había molestado en escanear la casa con
Gryphon, Chami, y los demás aquí. Sabía que se habrían asegurado de que la casa fuera
segura.
Gryphon se encogió de hombros. —No hay otros curanderos. El único curandero que tenían
se fue con Mona Louisa.
Quería cerrar mis ojos y frotarme las sienes para aliviar el dolor de cabeza que sabía que tendría.
Jesús Cristo Bendito. Más de cuatrocientas personas, mi pueblo, y no hay otro sanador más
que yo. Yo era una enfermera registrada, seguro. Y me había conectado recientemente con mi
poder de curación, es cierto. El problema era, que mi capacidad era limitada. Muy limitada.
Yo sólo podía curar al tener relaciones sexuales con la persona. Y me negué a hacerlo con
cada persona que se lastimara. Conseguir un curandero sería la prioridad número uno. Me
preguntaba cómo una se ocuparía de obtener uno. Pero hasta entonces, parecía como si yo lo
fuera.
Suspiré. —Muéstrame.
—Déjame ver a los demás primero —murmuró Gryphon. Dialogo brevemente con Rosemary
sobre acomodar a los demás en el piso de arriba—. El ala norte —le dijo.
—¿Podemos escoger nuestras propias habitaciones? —preguntó Thaddeus ansiosamente,
mirando primero a Gryphon, y luego a mí. Los ojos de Jamie e incluso los de Tersa se
iluminaron con interés.
Me encogí de hombros cuando Gryphon miró en mi dirección.
—Parece que pueden —dijo el Gryphon.
Thaddeus gritó de alegría.
—Yo elijo primero —gritó Jamie, trotando hacia arriba por las escaleras.
—El que se lo pida primero —Thaddeus grito en respuesta.
Hubo un estruendo mientras los niños subían rápidamente las escaleras masivamente,
Rosemary detrás de ellos. Tomás los siguió con una sonrisa indulgente. Chami se arrastraba
detrás de ellos, lanzando una mirada preocupada en mi dirección. Ámber se quedo abajo con
Gryphon y conmigo.
—Dontaine estaba en la habitación de huéspedes en la planta baja —dijo Gryphon. Parecía
conocer su camino, algo bueno. Uno puede fácilmente perderse en este inmenso espacio. O
uno simplemente podría seguir el aire silbando rápidamente.

Oí a Dontaine antes de verlo. Y lo olí, o más bien, olí su sangre. Dontaine yacía de lado en
una cama, sangre manchando las sabanas, la alfombra, incluso las paredes. Sus ojos estaban
abiertos, gemas verde oscuro con dolor y ansiedad. Había cambiado de nuevo a su forma

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humana, note para mi alivio. Mucho más fácil de soportar que ese monstruoso Media Forma
para el que me había preparado. Ahora no era más que un hombre, herido, solo, con su pecho
esforzándose por esa pequeña cantidad de aire que silbaba a través de su tráquea abierta.
En la hora que había pasado, la carne desgarrada alrededor de su garganta ya había comenzado
a sanar. Suficiente tejido carnoso se había regenerado de forma que su columna vertebral ya
no relucía de un lado a otro como una ilustración macabra de anatomía viviente. Acostado de
lado como estaba, la sangre y otros fluidos goteaban sobre el suelo desde su herida en lugar
de estancarse allí y obstaculizar su flujo de aire, pero aún había un gorgoteo de calidad en
las inhalaciones que tomaba. Un baño sangriento de fluidos salpicaba hacia afuera en una
extensa explosión de rocío mientras Dontaine se adentraba en un ataque de tos, asfixiándose.
Corrí a su lado, sin poder hacer nada más que agarrarlo de sus hombros y sostenerlo hasta que
la crisis que sacudía su cuerpo pasara.
—¿Por qué no hay nadie con él? —pregunté, mi voz severa.
—Él es un hombre herido. ¿A quien debería haber tenido para cuidarlo? —preguntó Gryphon.
—A cualquiera. Él es difícilmente peligroso en la forma en que está.
—Al contrario —me corrigió Gryphon—. Es aún más peligroso en esta condición. Debilitado,
sintiéndose vulnerable.
—Seguramente su familia, por lo menos, podría haberse quedado con él.
—Lady Margaret y Francine deseaban hacerlo. No lo permití —Gryphon regreso
tranquilamente—. Ellos tenían la opción de llevárselo o dejarlo a tu disposición. Eligieron
dejarlo.
—Si él es tan peligroso, ¿por qué me están dejando atenderlo?
—A ti, señora, no te lastimará. —Pero tanto él como Ámber estaban observando a Dontaine
muy cuidadosamente.
Solté un suspiro exasperado y me concentre en Dontaine. —Dios, no sé que espera su familia
que haga por él. Que esperas que haga por él. No hay mucho que pueda hacer, realmente.
Pero al menos podemos empezar con lo básico. Necesito un tazón grande de agua, toallas,
muchas toallas, sábanas blancas limpias, y unos pantalones limpios para él.
Nadie se movió.
—No podemos contraer infecciones —dijo Ámber con su profunda y estruendosa voz.
—Ya lo sé. —Me esforcé para no gritar, para mantener mi voz tranquila y razonable—. Pero
sin nada más, él se sentirá mejor una vez que este limpio.
Ellos simplemente me miraron. Los fulminé con la mirada como respuesta.
—Oh, por amor del cielo. —Dejé escapar el aliento, me aferre a mi paciencia, y dije mas
suavemente—. Gryphon, por favor. Parece que estas mejor familiarizado con la casa. Ámber
se quedará conmigo y verá que este bien.

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Gryphon bajó los ojos hacia Dontaine y ellos dos trabaron sus miradas durante un largo rato,
con sólo el húmedo silbido del aire rompiendo el silencio. Luego Gryphon inclinó su cabeza.
—Como mi señora desee. —Se deslizó fuera de la habitación.
Me fijé en un baño adyacente y encontré una pequeña toalla de mano y dos toallas gruesas
para la ducha allí. No había tazas, pero había una jabonera decorativa de cerámica. Pase la
toalla de mano bajo el agua fría en el lavamanos, la escurrí, y lleve todo a la otra habitación.
Bordeando la cama, me acerqué a Dontaine desde el frente donde él podía verme, consciente
de su estado mental inestable. Me miró fijamente, atento, su expresión tan suave como pudo
ponerla. Esa misma expresión impasible que había visto por primera vez en la cara de Amber
cuando había mirado a su reina, Mona Sera. Era una mirada que decía: aceptaré cualquier
castigo que me des y no lloraré. Odiaba esa mirada.
—Está bien, no voy a hacerte daño —tranquilicé suavemente a Dontaine—. Sólo te voy a
lavar la suciedad y la sangre. Voy a ser tan delicada como pueda.
Sacrifique una toalla esponjosa, colocándola sobre el piso mojado con sangre por el borde de
la cama. Ubique la jabonera para recoger la sangre goteando de su garganta, y me arrodille
delante de él. Entonces vacilé, con la toalla húmeda en la mano.
Tocar a Dontaine cuando había estado tosiendo y ahogándose había sido instintivo. Tocarlo
ahora, mientras él miraba arriba hacia mí con sus cautelosamente vacíos ojos, era diferente,
más difícil. Nunca antes había tratado a un paciente al que había accedido a llevar a mi cama.
La apreciación de aquellas palabras estaba de repente entre nosotros, pesadas en el aire, la
comprensión de que podríamos haber estado compartiendo una cama incluso ahora. Que
podría haber sido cubierta con el aroma de Dontaine en lugar del aroma de Ámber. Desde
luego, Dontaine había perdido y ya no tenía que dormir con él. Pero aún era muy difícil para
mí llegar a tocarlo deliberadamente mientras me miraba.
Atraje suavemente la toalla húmeda hacia su cara y la pase ligeramente por su frente. Con
ese primer contacto, los ojos de Dontaine se cerraron, y la tensión aferrándolo se aligero,
liberándome de mi tensión también. Estaba relajado y quieto mientras movía suavemente
la toalla fría sobre su mejilla, y bajando hasta su mandíbula. Sus ojos se abrieron, y sentí
su mirada tocándome mientras limpiaba su hombro, moviéndome hacia abajo por su brazo
largo, y limpiado cada dedo. Mantuvo la mirada fija en mí, el brutal sonido de su respiración
silbante entrando y saliendo de ese agujero en su garganta mientras lo lavaba suavemente.
—Tengo cierta capacidad de curación —le dije a Dontaine suavemente, en tono de disculpa—,
pero no es algo sobre lo que tenga mucho control. —Sentí esos ojos verdes desviarse hacia
Ámber. Sabía que él noto el estado de curación de Ámber. Sabía que podía oler nuestros
aromas mezclados, y una vez más anhelaba esa ducha. Sentí su mirada regresar a mí, y sentí
la pregunta revoloteando en el aire como si hubiera sido preguntada en voz alta. ¿Por qué no
podía curarlo como había curado a Ámber?
No me moleste en contestar.
—Lo siento —dije en su lugar. Y lo sentía. Pero él no se estaba muriendo. Él estaba sanando
milagrosamente rápido por su cuenta. No me iba a acostar con él.

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Pero el dolor de sus heridas... podía hacer algo al respecto de eso. Poniendo la toalla en el
suelo, puse una palma de la mano sobre el profundo corte que empezaba en su hombro. Mi
otra palma se poso donde la herida desgarraba a través de su bícep. La daga de Ámber no
había sido de plata, así que en vez de quedarse muy abierto, la carne ya se había juntado,
comenzando a unirse, y rellenarse. Sorprendente.
A veces te olvidas cuan intimo es realmente tocar a alguien. Se requiere cercanía, tu piel
contra la de ellos, sintiendo la suavidad de su carne, la flexibilidad de sus músculos, lo
pequeños vellos suaves cubriendo la superficie. Era aún más íntimo cuando te miraban, y los
mirabas. Él estaba cooperando. No tenía necesidad de atraparlo con mis ojos, manteniéndolo
esclavizado. Yo dudaba que incluso pudiera; él no era humano. En lugar de eso mantuve mi
mirada fija en mis manos.
Una revelada muestra de voluntad, convocando a una parte de mí que siempre estuvo ahí,
como mi bestia. Pero le daba la bienvenida a este poder, no le tenía miedo. Y vino a mi
llamado, despertando desde mi centro, inundándome con una ráfaga fría empezando desde
mi corazón y derramándose hacia abajo de mis brazos, dentro de mis manos. Esos lunares
perlados, las Lágrimas de la Diosa, incrustadas en el centro de las palmas de mis manos,
hormigueaban y se calentaban. Como una cosa viviente, y conocedora, el poder fluía poco a
poco bajo la piel de Dontaine, evaluando el daño, y eliminando el dolor.
Cuando estuvo hecho, levanté mis manos, sintiendo su absorta mirada rígida sobre mí.
Doblando hacia atrás la toalla sucia para revelar un lado limpio, empecé a lavar el otro brazo
de Dontaine, pasando al otro lado él. —No te puedo curar, pero puede aliviar un poco tu
dolor —dije, con mis ojos en la toalla mientras se movía sobre él.
Sentí que la atención de Dontaine me dejo, enfocándose detrás de mí, y cuando di la vuelta,
vi que Gryphon había regresado. Colocó las provisiones que había traído en la parte superior
del tocador.
—¿Dónde está Ámber? —pregunté.
—Se fue.
—¿Por qué hizo eso?
—Dontaine podrá descansar más fácilmente si Ámber no está aquí —dijo Gryphon, girando
para recoger un tazón grande que había traído. Un movimiento natural, pero que le permitió
que no se encontrara con mis ojos. Gryphon entró en el baño, lleno el recipiente con agua,
y lo puso a mi lado, rompiendo con su presencia la tensa percepción entre Dontaine y yo.
Agradecidamente, enjuague la toalla ensangrentada en el recipiente, lo escurrí, y empecé a
limpiar el pecho de Dontaine, moviendo la toalla con cuidado sobre las áreas lesionadas,
presionando mi palma hormigueando cálida sobre sus heridas.
No fue hasta que llegue al abdomen de Dontaine que me sentí incómoda de nuevo. Una
marcada protuberancia se había levantado, imposible de ignorar. Él no pudo evitarlo, me dije.
Era la reacción natural por estar tan cerca de una Reina, al ser tocado por ella. Pero aún así...
mis manos revoloteaban y mis ojos parecían no saber a dónde mirar.
Gryphon no ayudo cuando murmuró: —Déjame ayudarte a quitarle los pantalones- —Dio
un paso adelante.

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Debajo de mi mano, los músculos relajados de Dontaine saltaron a la vida, agrupados y listos,
casi vibrando por la tensión. Sus labios retrocedieron en un silencioso gruñido y sus manos,
poderosas manos que se habían quedado quietas y en reposo mientras había cuidado de él, se
levantaron, con los dedos curvados como garras en una clara advertencia.
Gryphon paro y se alejó lentamente. —Parece que tu tendrás que hacerlo.
Quería decirle a Dontaine que en realidad no era necesario cambiarlo, después de todo.
Pero eso habría sido demasiado cobarde y demasiado obvio después de que había hecho un
problema con el tema de limpiarlo, y al tener a Gryphon buscando ropa limpia para él.
—Déjame lavar su espalda primero —dije en lugar de eso, agradecida al pasar a una zona
menos provocativa de su cuerpo. Enjuague la toalla de nuevo en el recipiente, entonces vacile.
No parecía una buena idea moverme detrás de Dontaine donde el que no sería capaz de
verme. Levantándome de mis rodillas, me senté en el borde de la cama en la pequeña V en
el espacio del colchón con el estómago de Dontaine curvado alrededor. Tenía que apoyarme
cerca, casi presionando en contra del pecho de Dontaine para llegar a su espalda. Era una
posición incómoda, pero funcionó. Rápida, y cuidadosamente lave su espalda, examinando
rápidamente con la hormigueante palma de mi mano en los cortes y puñaladas, y mire hacia
abajo para ver cómo le estaba yendo. Un error. El calor en sus ojos, la mirada en su cara, me
hicieron desplazar hacia atrás inconcientemente. Otro error. Sólo ese pequeño movimiento y
algo duro y feliz estaba presionado contra mi cadera. Había olvidado lo cerca de él que había
sido. Casi sentada en su regazo.
La mano derecha Dontaine se extendió lentamente. Yo lo miraba como un conejo hipnotizado
ve a una cobra conspirar antes de que lo golpee. Lo vi acercarse más y más hasta que finalmente
me toco, su mano deteniéndose por completo, en gran medida en mi cadera, sus dedos
extendidos. Estaba herido y débil. Pero su contacto no era el de un paciente agradeciendo a
su enfermera. Su toque era interrogante, inquisitivo, casi un reclamo. Pidiendo permiso para
moverse hacia arriba… o hacia abajo
Inhalé fuerte y mis ojos se dispararon hacia los suyos, los sostuve, mientras mi mano izquierda
se acercó lentamente para cubrir su mano y quitarla de mí. Me deslicé fuera del colchón, de
regreso a mis rodillas, y puse gentilmente esa peligrosa mano vagabunda en el espacio que
acababa de abandonar.
Olvidando ser obvia o cobarde. De ninguna manera le iba a quitar los pantalones.
Me aclaré la garganta. —Sus pantalones están muy bien. Yo... eh, sólo voy a cambiar sus
sábanas. —Mentalmente me encogió cuando mi voz salió más baja y ronca de lo habitual.
—¿Estás segura? —preguntó Gryphon. Sonaba como si estuviera sonriéndome pero no
levanté la vista para ver si realmente lo estaba.
Asentí con la cabeza, sin mirar a ninguno de ellos. Hombres. Nada más que problemas.
Incluso cuando estabas tratando de ayudarlos.
Recogí las sábanas limpias que Gryphon había traído. —Dontaine, ahora voy a ir detrás de ti
para aflojar y enrollar la sábana de la cama.
Otra vez ese gruñido de advertencia silencioso.

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—Muy bien. Tal vez no —dije, tratando de resolver la logística en mi mente—. Entonces voy
a tener que arrodillarme en el colchón frente a ti y agacharme sobre ti para aflojar la sábana
sucia y asegurar la sábana limpia.
Sin gruñido. Al parecer eso estaba bien con él. Dontaine se deslizó hacia atrás para hacer más
espacio para mí, una clara invitación.
—Voy a hacer rodar tanto la sábana sucia como la limpia detrás de ti. Tendrás que alzarte, y
rodare ambas por debajo de ti hacia este lado. —Mirándole fijamente, dije, —Sin truquitos
mientras lo hago.
Los dientes de Dontaine relampaguearon en una sonrisa lobuna. Era evidente que se estaba
sintiendo mejor. Su respiración aún silbaba, pero era más fácil, menos desesperada. Y no
estaba segura, pero creo que la herida en su garganta se había rellenado aún más. Si clavara la
mirada y mantenía mis ojos fijos en ello, no vería la curación. Pero al apartar la vista y luego
volver a mirar unos minutos después, podrías ver una pequeña diferencia. Era como una flor
desplegándose lentamente. Las acciones pequeñas por si mismas eran invisibles. Pero podías
notar el progreso.
Me arrodillé frente a él, mi peso hundiéndose en el colchón de tal manera que Dontaine rodó
contra mí. Pero se estaba comportando propiamente. Mantuvo sus manos alejadas de mí. Me
incliné sobre él, tire de la sábana para soltarla, la enrollé, y aseguré la nueva sábana lo mejor
que pude, al mismo tiempo agudamente consciente de la piel desnuda de Dontaine, su cuerpo
desnudo, pegado contra mis piernas. —Levanta—dije. Lo hizo, cambiando de posición
fácilmente. Aflojé el colchón, y puse el fardo debajo de él, quitando la sábana manchada y
metiendo la nueva. —Ahí. Todo listo —dije, dando un paso atrás.
—¿Lo hiciste? —murmuró Gryphon.
—Sí, esto es todo lo que puedo hacer por él. No lo puedo curar.
—¿No puedes?
Me di vuelta y mire fijamente a Gryphon. —No sin acostarme con él. —Y mi tono claramente
decía que no iba a hacer eso.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Gryphon.
En realidad, esa era una buena pregunta.
—El poder curativo está dentro de ti —dijo Gryphon.
—¿Quieres decir, simplemente tocarlo y tratar de curarlo?
—Esa es la manera en que los otros curanderos lo hacen. ¿Nunca lo has intentado antes?
Negué con la cabeza. No desde que me conecte con mi nuevo poder curativo. Había fracasado
en el pasado y asumí que sería igual ahora.
—¿Por qué no intentarlo ahora? —preguntó Gryphon, oh tan razonable.
—¿Por qué no, de hecho? —Sería maravilloso tener esa habilidad, poder curar a alguien
sin tener que desnudarme e intimar con la persona que quería sanar. Mi pensamiento voló

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tristemente hacia Beldar, el guerrero de mi madre, el último hombre que había sanado.
Aunque no lo había llevado con nadie, había tenido relaciones íntimas con él. Y había herido
algo dentro de mí el haberlo conocido así, y no poder reclamarlo. Por devolverlo.
—Muy bien —dije, poniendo en orden mi mente—. Vamos a darle una oportunidad después
de que termine aquí primero. —Vacié el contenido sangriento de la jabonera en el tazón
grande de agua, vaciando el agua sucia en el lavamanos y volviendo a poner el recipiente
vacío debajo de él en el borde de la cama para atrapar cualquier goteo de sangre. En mis
manos y rodillas, use las sábanas sucias para limpiar los restos del piso. Miré hacia arriba para
verlos a los dos mirándome.
—¿Qué? —pregunté.
—Es... ah, sumamente inusual ver a una Reina limpiando el piso —contestó Gryphon, los
ojos muy abiertos y sorprendidos.
Me encogí de hombros. —Alguien tiene que hacerlo. También limpio baños y tinas.
—Una mujer con muchos talentos —murmuró Gryphon con voz ronca.
Pero con la más mínima inflexión y una mirada en esos ojos de cristal azul, una imagen de
sábanas suaves, piel desnuda, miembros enredados, y suspiros acalorados llenaba tu mente,
envolviéndote en sensualidad. Ese era el talento de Gryphon, su poder.
—¿Poniéndome de humor antes de colocarme las manos encima? —pregunté, mi voz
temblando un poco.
—Eso no puede hacer daño.
—Funcionó. Estoy más que lista.
—¿Lo estas? —susurró Gryphon.
Asentí con la cabeza, arranque mis de Gryphon, y me caminé hacia Dontaine, colocando
mis dos manos deliberadamente sobre él. Una en su pecho, una en su hombro, cubriendo dos
heridas. Concentrándome, llamé a ese poder dentro de mí una vez más. Llegó, derramándose
por mis manos en un brillo sin esfuerzo, una fuerza hormigueando. Lo deje hundirse en la
carne desgarrada de su hombro, rastreando hacia abajo hasta la base misma de sus heridas. Y
mientras el poder se filtraba a través de él, pensé en su piel intacta, sin mancha. Cerrando mis
ojos, lo imaginaba en mi mente, carne desgarrada juntándose. ¡Sana! Pensé. Sana.
Las palmas de mis manos cosquillearon, se calentaron. Y luego se detuvo.
Abrí mis ojos y mire hacia abajo. Sus heridas aún estaban allí. Hice un sonido suave de
decepción y deje que mis manos se apartaran. —No puedo hacerlo.
—Déjame ayudarte —dijo Gryphon. Poco a poco se relajo detrás de mí. Dontaine lo observaba
con cautelosos ojos verdes pero no hizo nada más.
—El sexo te abre a tu poder de curación —Gryphon murmuró en voz baja—. Usa eso. Ábrete
tu misma a ello, no trates de excluirlo. Tócalo. —Él guió mis manos de nuevo hacia Dontaine.

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—Acaricia su pecho. Siente su piel, lo suave que es —La voz de Gryphon era como un delicado
ronroneo en mi oído, tan tentadora como la suave carne bajo mis manos.
—Eres consciente de él, de su cuerpo. No luchar contra eso. Déjalo inundarte. Huele su
aroma, el almizcle de su cuerpo mientras se prepara a si mismo para ti. —Gryphon guió mis
manos mas abajo para tocarlo sobre los tensos bordes del abdomen de Dontaine. Entonces
aún más abajo hasta que roce el bulto grueso de su excitación
Por un segundo, me sentí tentado a demorarme sobre Dontaine, para trazar las dimensiones
de esa hermosa erección. Para exprimirlo y sentir la plenitud y pesadez de él en mi mano.
Vagamente, me di cuenta que no era normal. Que no era yo. Y esa comprensión fue suficiente
para romper el hechizo y jalarme de vuelta, respirando pesadamente.
Me aparté de los dos, mis ojos muy abiertos en la cara de Gryphon con sorprendida
comprensión. —Me estás seduciendo por él. Enviaste deliberadamente a Ámber para su
habitación con este propósito en mente. Quieres que duerma con Dontaine. ¿Por qué?
Gryphon ni siquiera se molesto en tratar de negarlo. —Tiene un gran regalo —dijo con simple
raciocinio.
—¿Y esa es razón suficiente para lanzarme a su cama?
—¿Recuerdas que me hiciste jurar cuando me estaba muriendo? Cuando me había resignado
a morir, —me preguntó Gryphon en voz baja—. Me hiciste prometer luchar, para vivir de
modo que pudiera servirte.
Gryphon extendió sus manos abiertas en un gesto para hablar. —Te estoy sirviendo. Tenemos
enemigos. No dejaran de venir tras de ti. Y Dontaine tiene una rara habilidad, un gran regalo.
Si él te lo pasa, serás aún más fuerte, aun más difícil de matar.
—Sabes lo difícil que es para mí enfrentar a mi bestia —le susurré—. Ese cambio... una Media
Forma como esa... la posibilidad de que pudiera convertirme en algo monstruoso como eso...
—Me reí con dureza—. Oh, Gryphon, no me conoces bien. Ese es el argumento más fuerte
para mantenerme lejos de la cama de Dontaine. Negué con la cabeza, retrocediendo. —
Nunca voy a dormir con él. Jamás.
Precipitadamente, salí corriendo de la habitación.

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Capítulo 6
Traducido por flochi, LizC, *ƸӜƷYosbeƸӜƷ* y daianandrea
Corregido por Pimienta

E ra, en momentos como este, cuando me daba cuenta de cuan diferente éramos. Sin
importar cuanto amara a Gryphon, y él me amara, éramos diferentes. Yo era parte
humana, y me aferraba a mi humanidad con ambas manos, envolviéndolo alrededor
de mí como una manta cómoda y familiar en este nuevo mundo aterrador. Seguía esperando
que Gryphon fuera mas humano, y él seguía esperando que yo fuera más Monère. Encontré mi
cuarto abriendo mis sentidos hasta que pude escuchar a Thaddeus, Jamie, y Tersa, sus latidos
mas rápidos que los demás. Me desvié a la izquierda de donde ellos se encontraban hacia
el ala oeste. Había otras dos puertas en esa ala, una frente a la otra, pero estaba adivinando
que mi habitación era la que se encontraba al final. El enorme cuarto era más grande que el
apartamento entero que había tenido en Manhattan. Aireado, espacioso, ostentoso como el
resto de la casa, con su propia sala de estar. Techos altos, gran cama con sábanas de seda roja,
alfombras de felpa fueron mis primeras impresiones mientras doblaba en el baño conectado
por un arco abierto. El baño tan solo era tan grande como lo había sido mi salón.
Me despojé de la bata, dejándola en el suelo, y entré en la lujosa ducha. Era más espaciosa
que una bañera incluso, con paredes y puerta claras. No importaba. Nadie me vería. Mas
importante era encender la ducha, meterme debajo de ella y dejar que las lágrimas finalmente
fluyeran. El agua fría corrió y lloré silenciosamente, dejando que me lavara, enjuagando la
suciedad y la sangre, deseando que fuera tan fácil enjuagar el daño y el dolor que sentía.
No somos seres humanos, me había dicho Gryphon. Aún después de todo lo que habían hecho,
todo lo que los había visto hacer, todo lo que yo misma había hecho, cosas increíblemente no-
humanas… todavía no lo había escuchado realmente hasta que hizo algo como esto. Querer
que duerma con otro sólo para conseguir posiblemente su don dolió.
No entendí cómo Gryphon pudo hacer algo así. No sólo estar pasivamente bien con respecto
a eso sino que tratando activamente de seducirme en aquello porque sabía que era algo que
no haría por mi misma.
Estoy para servirte, había dicho Gryphon. Lo triste era que él lo creía sinceramente. Era
una larga traducción de las Reinas Monerian. Dormir con hombres, luego dejarlos a un
lado cuando se hacían muy poderosos. Y para los hombres dormir con sus Reinas porque
eran atraídos por ellas, y también porque deseaban adquirir mas poder para sobrevivir, para
avanzar. Una cuerda floja tan peligrosa de la que muchos de ellos caían. Porque, ¿qué hacían
las Reinas a los hombre que se hacían demasiado poderosos para controlarlos? Los mataban.
Otra tradición ancestral del Reino Monère. Como una araña negra, matando a los machos
con los que se apareaba.
Estoy para servirte.
Gryphon estaba manteniéndose a la promesa que le había hecho jurar cuando tuve miedo de

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perderlo luego de que apenas lo había encontrado. Una promesa que egoístamente le había
arrebatado porque no quería estar sola nuevamente. Le había hecho prometer que luchara por
vivir. Él estaba cumpliendo su promesa. Sólo que… oh, cariño, sírveme de otra manera. No
así. No así.
Cuando estuve limpia, cuando las lágrimas finalmente se detuvieron y mi respiración al fin
se normalizó, cerré el agua y agarré la toalla. Grandes toallas mullidas haciendo juego con el
gran cuarto. Estaba sola y agradecí por ello.
Había estado sola toda mi vida. Físicamente, los últimos tres años. Emocionalmente, casi toda
mi vida. Ya que Helen, la madre humana que me había adoptado y amado como suya, murió
cuando tenía seis y entré a mi primera casa de acogida. En los largos años que siguieron, me
acostumbré a esa soledad. Las últimas semanas, había pasado de cuidar de mi misma, a cuidar
de otros nueve. Y ahora encontrando que tenía que expandir ese número a cuatrocientos más.
¡Dios! La presión, la responsabilidad, eran casi sofocante.
Deliberadamente, reduje mi respiración. No híperventilaría.
Sentí la madrugada como una sueva promesa, avanzando lentamente, inexorablemente.
Presionando contra el horizonte, subiendo cada vez más. Alguien había desempaquetado
todo y aparté todas mis cosas. Busqué entre los cajones hasta que encontré la gran camiseta
con la que dormía. Vieja, desgastada, cómoda y familiar. Con el suave algodón presionando
contra mi piel como un amigo fiel, me arrastré debajo de las sábanas, cansada y afligida, y le
di la bienvenida a la dicha irreflexiva del sueño.
Un lobo aulló al asomarse los primeros rayos de sol. No un gallo. Un gallo habría sido
preferible. Aunque habría sido desagradable, un gallo que no canta no me habría lanzado
fuera de la cama con el cabello de la nuca erizado en extremo.
Sucedió otra vez, un largo y triste aullido de lobo.
¡Mierda!
Abrí un par de cajones, no podía recordar donde estaba todo. Finalmente encontré un par
de jeans, me deslicé dentro de ellos, y en mis zapatos en casi un movimiento continuo, y salí
corriendo por la puerta. Las otras puertas abiertas. Encontré a Amber y Gryphon, todavía
vestidos, al final del corredor. Atrapé un atisbo de Chami, Tomás, y Thaddeus, que parecían
como si se hubieran metido en la ropa tan rápidamente como yo.
Bajando el corredor, Tersa asomó su alborotada cabeza. —¿Qué es eso?
—Buena pregunta —dije, mirando a Gryphon—. ¿Es Dontaine?
—No. —Había una mirada extraña en el rostro de Gryphon, casi como si supiera que era
pero no deseara decirme.
Otro aullido espeluznante flotó por las escaleras. Corrí tras él, persiguiéndolo como un
espectro etéreo bajando las escaleras espiralazas, los otros detrás de mi.
—Espera —Amber dijo detrás de mí—. Déjanos ir primero.

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Lo ignoré, pasando los últimos veinte escalones saltando sobre la barandilla de madera tallada
y aterrizando ligeramente sobre mis pies. Corrí por el pasillo, abriendo mis sentidos. Ahí.
Atravesé la cocina, el lavadero y llegué a una puerta cerrada. Un sonido de olfateo llegaba
desde detrás, y un latido de corazón. No uno lento, lento como el de Amber o el de Gryphon,
cuyos corazones laten no más de treinta veces por minuto. Uno moderadamente lento como
el mío, como el de Thaddeus. Cincuenta latidos por minuto. Y no era pelaje lo que olía. No
un animal. Un humano.
La puerta estaba cerrada.
—Abre la puerta —dije suavemente a quien sea que estuviera detrás de mi.
El olfateo se detuvo, pero la puerta permaneció cerrada. El resto del grupo llegó resonando
detrás de mí.
—No, no lo abras, Mona Lisa —dijo Gryphon.
Por alguna razón, no quería escuchar a Gryphon esta noche. De hecho, sentí un fuerte impulse
por abrir la maldita puerta sólo porque él me había dicho que no. Y mirándome, creo que de
alguna manera Gryphon supo lo que estaba sintiendo. Él sostenía el aro de las llaves.
—Ábrelo —dije sin tono y di un paso al costado. No era inteligente romper la propiedad de
uno si no era necesario.
Gryphon insertó la llave. Supo exactamente cual, note yo. Abrió la puerta y yo entré. No
necesitaba luces para ver en la oscuridad. Éramos criaturas de la noche. La oscuridad era
nuestro hogar. Vi claramente como si la luz del sol hubiera inundado la sala.
Un chico estaba encerrado, restringido por grilletes de plata contra la pared. Pude decir que
era un niño porque estaba sin camisa. Todo lo que llevaba era un par de pantalones deshechos
que hacían ver al par arruinado de Dontaine lucir prístino. Mugre, barro, manchas y moretones
lo cubrían. Su cabello estaba largo y enmarañado, colgando sobre su rostro en rastas. No era
una moda sino algo real causado por la suciedad y el pelo sucio y enredado. Los ojos del niño
brillaban como salvajes cosas brillosas detrás de sus desordenados cabellos. Dientes amarillos
estaban descubiertos y un gruñido retumbaba en su garganta.
Era de la altura de Thaddeus pero tan diferente de mí hermano. Thaddeus tenía la delgadez,
el lacio de un joven a punto de germinar. La delgadez de esta pobre criatura era delgadez de
hambre, de inanición. Sus costillas empujaban, mientras la piel que las cubría parecía estar
tratando de meterlas para dentro nuevamente, cavando tan dolorosamente hacia dentro en un
vientre que no sólo era plano y vacío, era cóncavo. Pero era fuerte. Cada pedazo de carne que
tenía era músculo delgado y desarrollado. La fuerza enjuta de su cuerpo, incluso más que su
ropa, su cabello, estaba hecha a medida de su estado salvaje. Parecía incluso mas joven que
Thaddeus. Catorce, tal vez. Y estaba llorando, solo en la oscuridad.
—Es un mestizo —dije. Mis sentidos me lo dijeron. Y no solamente medio. Mas. Posiblemente
tres cuartos de su sangre eran Monère. Como yo. Como Thaddeus.
Alguien golpeó el interruptor y la luz fluorescente iluminó el cuarto.
Un fuerte jadeo. Entonces Tersa susurró: —Oh, Querida Diosa.

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Mantuve mi atención fija en el niño. —¿Puedes entenderme? —pregunté con suavidad.


No hubo respuesta. Sólo una advertencia retumbante.
—Está bien. No vamos a hacerte daño —lo tranquilicé.
Cuando me volví hacia Gryphon, mi voz no fue amable. —¿Qué demonios es esto?
Gryphon mantuvo su rostro impasible, uno que no dejaba traslucir nada. —Un regalo que
Mona Louisa dejó atrás.
—¿Cuánto tiempo ha estado ahí, encerrado así?
—Horace no lo dijo —dijo Gryphon con calma.
—Dos días. —Fue la respuesta rasposa de la voz de Dontaine. Se impulsó entre medio o tal
vez todos habían retrocedido para dejarlo pasar. Había sanado bastante para cerrar su tráquea
pero no para cubrirla. Los pequeños huesos y cartílagos de su tráquea eran claramente visibles,
moviéndose mientras hablaba. No goteaba sangre, pero brillaba ahí. Carne húmeda—. Él
existía en el banyou. Tuvo que capturarlo hace dos días. Dejándolo para ti.
No tuve que preguntar por qué. El mensaje era claro. Esto es lo que los Mestizos son para
nosotros.
—¿Estaba causando problemas? —pregunté.
Dontaine sacudió la cabeza ligeramente, haciendo que la carne suelta se moviera alrededor
de su tráquea. Fue incluso peor que verlo hablar.
—Él es salvaje —dijo Dontaine.
—Entendí eso cuando lo escuché aullar —dije
—Creció en los pantanos. Pero no, no estaba matando al ganado o atacando haciendas
humanas.
—¿Lo habrían matado si lo hubiera hecho? —Le pregunté.
—Sí.
No quería preguntar, para saber si habían matado a otros como este chico. Nada de aquí se
llevaría mi rabia si lo hubieran hecho. Mona Louisa se había ido. Aunque tal vez la madre del
chico estaba todavía aquí.
—Una de las mujeres de aquí lo tuvo. —Lo dije como un hecho, no una pregunta.
—Dulce Madre, ¿es lo que hacen con los chicos Mestizos aquí? ¿Dejarlos en los pantanos?
Fue Rosemary quien manifestó la pregunta enojada. Rosemary, una mujer Monère que había
amado y alzado a sus niños Mestizos, quedándose con ellos en vez de abandonarlos a los
humanos. O abandonarlos en el pantano. Jesús.

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—Algunas mujeres. No todas —respondió Dontaine—. A Mona Louisa no le importaba lo


que hacían con ellos.
—Dios —susurré. Me volví hacia Gryphon—. Sabías que estaba aquí. Y lo dejaste aquí.
Como si nada.
—Te lo hubiera dicho, después de Dontaine. Pero estabas molesta. Pensé que ya habías pasado
bastante esta noche.
—No lo suficiente molesta como para dejar a este chico aquí como así. —Gryphon conocía
mi cuerpo íntimamente, pero me preguntaba si me conocía en absoluto—. Libérenlo. ¿Dónde
está la llave?
Gryphon se desplazó a lo largo del anillo hasta llegar a una llave muy pequeña, más corta que
las demás. —Si lo dejas ir, lo voy a liberar.
—De ninguna maldita forma.
Suspiró, un leve sonido de enojo, de infelicidad. Pero no era el único enojado e infeliz aquí.
—Será más fácil para el chico si hay menos personas aquí —dijo.
Tuve que estar de acuerdo con Gryphon al respecto. Me di la vuelta y examiné las caras
presentes. Amber era demasiado grande, demasiado intimidante. De todos los hombres allí,
el esbelto Chami parecía menos amenazador. Es curioso cómo las apariencias pueden ser
engañosas.
—Chami, te quedas. Todos los demás se van.
—Mona Lisa... —dijo Amber.
Incluso el calmado Tomás protestó. —No creo que eso sea...
Levanté mi mano. —Yo me quedo. Una mujer será menos amenazante para él. Todos los
demás váyanse, ahora. Es una orden.
La obediencia a una Reina estaba profundamente arraigada al parecer. Cerraron sus bocas y
se fueron.
Me volví hacia Gryphon. —Tú, también.
Algo indescifrable onduló a través de esa máscara fría de él por un momento fugaz. En
silencio, empujó la llave en mi mano y se fue. Y el dolor en mi pecho se hizo más pesado.
—Nada de matar, Chami. Sólo detenlo si es necesario. Pero no le hagas daño.
Chami asintió comprendiendo.
La puerta se abrió y Tersa se deslizó a través de ella. Sus ojos brillaban y su rostro estaba
húmedo, como si se hubiera limpiado las lágrimas. La tranquila, y amable Tersa ya no parecía
tan amable. Sus ojos brillaban con fiereza y parecía como si quisiera estrangular a alguien, a
una madre sin corazón de sangre pura, tal vez. —Déjame ayudarte.

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—No —le dije en voz baja a Tersa.


—Soy la más pequeña. La menos amenazante.
Tersa era incluso más pequeña que el chico. Y mucho más delicada que la idea de dejarla en
cualquier lugar cerca de él oprimió mi corazón en mi garganta pulsando allí como una cosa
atrapada, y asustada. —No.
Tersa me miró, una chica que apenas había hablado en voz alta desde que había sido violada.
Una chica que había tenido cuidado de evitar la proximidad a cualquier otro hombre más que
su hermano.
—Es como nosotros. Podía haber sido yo o Jamie —dijo—. Mira, dejó de gruñir. Él me mira
con curiosidad.
Me volví y vi que lo que ella decía era verdad. El chico estaba olfateando el aire, sus fosas
nasales flameaban, sus ojos estaban concentrados en una persona aún más pequeña que él
mismo. Profundos y curiosos, como si ella fuera una entidad desconocida. Una chica.
—Por favor —dijo Tersa—, déjame intentarlo.
Fue la cosa más difícil poner esa llave en su mano. —Si yo digo que pares, tú paras, y retrocedes
lentamente del Chico Salvaje, aquí. ¿Entiendes?
Tersa asintió con la cabeza. Pero fue un gesto distraído, como si su atención ya estuviera
centrada en el chico al que se acercaba con cuidado. —Soy Tersa. Tersa —repitió, poniendo una
mano sobre su pecho, indicando su persona—. Voy a liberarte de esas cadenas desagradables.
No voy a hacerte daño —murmuró, acercándose a él.
Él la miraba fijamente, sus ojos con una luz inusual gris, casi de color plateado, dispuestos
ojos claros se asomaban a través de una maraña de cabello. Sus fosas nasales flameaban
anchas como un animal salvaje olfateando el peligro.
Tersa estaba lo suficientemente cerca ahora como para que todo lo que tuviera que hacer
sería dar una estocada hacia adelante y él podría rasgarla con sus dientes. Quería realmente
ponerla a salvo. Sin embargo, cualquier movimiento brusco ahora podría dar lugar a la misma
violencia que quería evitar. Fue duro, muy duro sólo estar allí y dejar que se pusiera en peligro
como aquello.
Habló con él como si la entendiera, su voz era un murmullo constante suave diciéndole que
quería ayudarle, que todos queríamos ayudarle, mientras insertaba la llave. No importaba lo
que decía, lo que las verdaderas palabras fueran. El tono, la forma suave en la que lo decía era
el verdadero mensaje. No voy a hacerte daño. Quiero ayudarte.
Poco a poco, con cuidado, suavemente, Tersa lo liberó de la primera manilla, abriéndola
y retirándola. El fuerte sonido del pesado metal resonando al chocar contra la pared fue
discordante en la tensión. El chico nos disparó a Chami y a mí una penetrante mirada rápida,
asegurándose de que todavía estuviéramos lo suficientemente lejos de él, que no nos habíamos
movido, y luego volvió su atención a Tersa. Él la miraba mientras cruzaba delante de él hacia
el otro lado y abría su otro grillete. Aquello resonó con un ruido sordo contra la pared, y así
estuvo libre. Su cuerpo estaba tenso, temblando, listo para correr inmediatamente. Pero él no

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se movió, a pesar de que su cuerpo claramente quería hacerlo. Él sólo se quedó allí mirando
a Tersa, a menos de un pie entre ellos, con la cabeza inclinada sólo en lo más mínimo, como
si las suaves palabras cadenciosas fueran fascinantes para él como la pequeñez de su persona.
—Voy a darte mi mano —dijo Tersa en su murmullo suave y relajante, como el agua que fluye
suavemente en un arroyo. Poco a poco, levantó una mano, tendiéndosela—. Toma mi mano
y vamos a salir de esta habitación. Vamos a salir de este horrible lugar. Vamos a salir de aquí
juntos.
Moviéndose tan lento como ella lo había hecho, el chico se agachó y acercó su rostro más de
cerca a la pequeña mano tendida, olfateándola, aspirando el aroma de Tersa. Ella se quedó
completamente inmóvil cuando él se acercó. Su suave fluir de palabras se secó y se detuvo
cuando él llevó su cara cerca de sus brazos, olfateando, y moviéndose hacia su pecho, su
estómago, por debajo de la falda del vestido que llevaba.
Tersa tomó una respiración profunda, dejándola escapar. Todavía en el lugar bajo su profunda
inspección en ella. Finalmente, había terminado, moviéndose un poco hacia atrás.
—Ves, inofensivo —dijo Tersa en voz baja. Ella levantó su mano una vez más hacia él—.
Dame tu mano. —Ella tocó la palma de su mano dos veces más cuando dijo la palabra
mano y señalaba a su mano. Tenía toda su atención, por lo menos, pero no su comprensión.
Contuve la respiración cuando Tersa lentamente cruzó la corta distancia y tocó su mano. Él
se estremeció, pero aún así no se movió cuando Tersa suavemente le tomó la mano entre las
suyas.
—Ves, no hace daño —murmuró, y sonrió por primera vez. Transformó su cara en algo
hermoso y el chico la miró, fascinado.
Dio un pequeño paso hacia la puerta y tiró de su mano. —Ven. Vamos a salir de aquí. —Dio
un pequeño paso también, permitiéndole tirar de él hacia delante.
—Voy a abrir la puerta —dije en voz baja—. Chami, ve adelante. Yo te seguiré.
Chami no discutió conmigo, buen hombre. La puerta cerrada detrás de nosotros se abrió
entonces un instante después. Tersa salió guiando al cuidadoso, y tenso Chico Salvaje de la
mano. Sus ojos se lanzaron alrededor, tomando cada pulgada. Sus fosas nasales flameaban.
El delicioso aroma de carne cocinada llenaba el pasillo, como una mano invisible haciendo
señas. Envié un silencioso agradecimiento a la maravillosa, inteligente, y de buen corazón
Rosemary mientras seguimos el olor a cabo a la cocina. Rosemary había sacado al resto de
las personas para que la cocina estuviera vacía excepto por ella.
—Está un poco hacia el lado crudo, pero no creo que le importe —dijo Rosemary, colocando
un plato de carne en la redonda mesa de la cocina. Un vaso de agua y cubiertos estaban
puestos perfectamente a un lado, un cuchillo de mantequilla en lugar del cuchillo de cocina
afilado que de costumbre, gracias a Dios.
Tersa llevó al Chico Salvaje hasta la mesa, tomando un asiento vacío. Sus ojos parpadearon
desde la carne hacia nosotros, se hundió vacilante en la silla a su lado. Chami, Rosemary, y
yo nos quedamos atrás, dándoles un montón de espacio.

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—Adelante —dijo Tersa, señalando a la comida—. Come.


Él bajó la cabeza, la olfateó con curiosidad, y se echó hacia atrás. No la tocó, a pesar de que
estaba muerto de hambre evidentemente.
—Tersa —dije—. Corta un pedazo pequeño para ti. Mastícalo y traga. Muéstrale que es
seguro para comer.
El Chico Salvaje observó con atención mientras Tersa utilizó el cuchillo y el tenedor para
cortar una pequeña porción. —Ves —dijo, después de tragarlo—. Delicioso.
Él no se molestó con el tenedor y el cuchillo. Sólo levantó la carne con las dos manos y
dio un mordisco arrancando una inmensa porción de ella, con los ojos cuidadosos fijos en
nosotros mientras masticaba con avidez. Lo pasó de un trago, apenas tomándose el tiempo
para masticar, como un animal salvaje con miedo de que puedan quitarle su alimento en
cualquier momento.
Rosemary tomo un profundo respiro y vio el brillo de unas lágrimas en sus ojos. Tersa agarró
el vaso de agua, tomó un sorbo, y se lo extendió—. Agua.
Torpemente, agarró el vaso en sus manos grasosas, olfateándolo, y con cautela puso el borde
del vaso en la boca, saboreándola, y tragando. Satisfecho de que no era más que agua, abrió
la boca y volcó todo el contenido en su garganta. Parte de ella corría por la barbilla. Era
desgarradoramente obvio que era nuevo para él, incluyendo la carne cocinada.
—¿Debería hacerle más comida? —preguntó Rosemary, hablando lentamente.
—No. —Respondí—. Mucha comida y podría vomitar. Es suficiente por ahora. Deja que se
le repose el estómago.
—Entonces, si ya comió, un baño es lo que se debe tener ahora, —declaró Rosemary.
Tersa asintió vehemente en acuerdo con su madre—. Absolutamente.
La idea de tratar de darle al Niño Salvaje un baño aturdió mi mente. . Aunque, con Tersa, el
había sido muy cooperativo hasta ahora. Bueno, no se puede saber a menos que se trate.
Terminamos usando el baño de Dontaine, el más cercano a nosotros. El olor de la sangre en
la habitación, en el colchón, a lo largo de las paredes, trajeron todos los sentidos del Chico
Salvaje otra vez a la palestra. Gruñó desde el fondo de su garganta al ver a Dontaine y observó
atentamente como el hombre más alto lentamente caminó en un círculo ancho alrededor de
él y se fue, cediéndonos el espacio para nosotros.
Mi presencia y la de Chami no parecían molestarle. Parecía dispuesto a tolerarlo. Pero
Tersa era la única a la que permitió estar cerca de él, advirtiéndonos con un gruñido si nos
aventuramos a ir demasiado cerca.
Rosemary se fue para buscar un poco de ropa—. Y toallas, —le dije—. Montones y montones
de toallas. —Deje correr el agua en la bañera, la temperatura tibia, razonando que sería lo
más familiar para él. Agua caliente contra su piel por primera vez en su vida era algo que
aventuraría después.

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El sonido del agua corriendo llevó al joven al cuarto de baño y miró por la habitación en
fascinación. Por desgracia, la bañera se llena con demasiada rapidez. Ahora nos quedamos
con la parte más difícil, el dilema de cómo meter al Chico Salvaje en la bañera sin ponerse
hecho una furia con nosotros.
—¿Alguna idea? —le dije a Tersa.
Ella se encogió de hombros—. Me meteré en la bañera para enseñarle que hacer, como con
la comida. —Quitándose los zapatos, ella entró, vestida y todo, en la bañera y se sentó. Su
falda flotaba en frente de ella como un globo húmedo. Ella la empujó hacia abajo hasta que
se sumergió.
—Agua —dijo ella, rodando la mano en la bañera. Le pase un trapo y lo sumergió en el agua,
enjuagándolo con jabón, y empezando a lavar sus manos—. Lavar.
El Chico Salvaje la miraba con profunda fascinación. Sus ojos se estrecharon, luego los abrió
mientras Tersa se echaba hacia atrás, sumergiendo su cabello. Enderezándose, ella vertió el
champú en la mano y empezó a enjuagarse su larga melena.
—Lavar el pelo —dijo. Echándose hacia atrás, sumergió el pelo una vez más, manteniendo la
cara fuera del agua. Sentada, ella escurrió el agua de sus largas trenzas. Le pasé una toalla, y
ella salió de la bañera. El agua salpicaba y goteaba, haciendo un lío total en el piso. No podía
evitarse.
—Tu turno —dijo Tersa, apuntando su mano hacia él—. Lavar. —Ella tomó su mano y lo
guió, si no con entusiasmo, al menos sin resistencia a la tina. El baño era lo suficientemente
grande para que pudiera mantener una buena distancia. La bañera, afortunadamente, también
estaba posicionada para que él tuviera una buena visual del cuarto de baño y el dormitorio
más allá de donde se había quedado Chami.
El Chico Salvaje se metió en la tina y se sentó. Misión cumplida con apenas un toque. Él era
una criatura inteligente y le habíamos mostrado lo que queríamos que hiciera.
Tersa se arrodilló al lado de la bañera, frente a él, y empezó a enjabonar la toalla. Empezó
con las manos. Mojándolas, enjuagándolas, y sus manos salieron del agua limpias, su piel
bronceada luciendo casi sorprendentemente blanca contra el resto de su ser sin lavar. Miró a
su piel limpia con impresión y absorción así como nosotras.
El agua ya era un remolino de color marrón. Por el momento Tersa había restregado su
pecho, la espalda y las piernas, era un chocolate negro de lodo. Parecía fascinado con el jabón
resbaladizo, jugando con él mientras ella lo lavaba.
—Lavar cabello, —dijo Tersa, apuntando a la parte superior de la cabeza. Ella hizo una
pantomima inclinando la cabeza hacia atrás. Niño Salvaje dejó que el jabón se deslizara en el
agua. Con una mirada rápida de comprobación por la habitación, viendo nuestras ubicaciones,
no nos habíamos movido, enfocó su mirada otra vez a Tersa, y en un acto que requería tanta
confianza por su parte, se echó hacia atrás hasta que su pelo estaba bajo el agua, dejando la
garganta afuera y vulnerable. Con una oleada se enderezó, salpicando de agua a Tersa.

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Ella dio un grito asustado y se echó a reír. Ella se echó a reír. Era un sonido alegre y él le
sonrió. Ella le devolvió la sonrisa. Ponerle champú en el pelo fue lo más difícil. Tersa terminó
con casi la mitad de la botella, sumergiéndolo de nuevo varias veces para enjuagarse.
—Desearía que pudiéramos usar acondicionador —murmuró Tersa, — y lo enjuagó con agua
limpia—. La bañera era de la consistencia de una sopa de lodo ahora.
—La próxima vez, —le dije, entregándole una brazada de toallas que había traído, y una
camisa limpia y pantalones que los reconocí como los de Thaddeus. Niño Salvaje miró mi
acercamiento y marcha atrás con alarma pero sin ningún gruñido. —Hemos forzado nuestra
suerte y su paciencia lo suficiente —murmuré—. Sécalo.
Vestirlo fue otra obra de pantomima. Una vez que comprendió que Tersa quería que se quitara
los pantalones, se los sacó sin una pizca de modestia. Tersa calmadamente apartó los ojos y
le entregó primero los jeans, y luego la camisa Oxford. Ella tuvo que ayudar con el botón
cuando él no pareció familiar con el proceso. Una elección brillante, esa camisa. Su vista
nunca estuvo bloqueada, lo que hubiese pasado si fuese una camisa de ponerse por la cabeza.
Y sin ropa interior o calcetines, sólo los dos artículos básicos de la ropa.
Dejamos que su cabello se secara naturalmente. El gañido de un secador de pelo habría sido
insoportable para todos nuestros nervios, creo.
La parte difícil vino cuando Tersa se movió para cambiar su vestido mojado. Rosemary le
había traído un cambio de ropa, dejándolas en la cama. Chami se salió para darle privacidad.
Al Chico Salvaje, sin embargo, no le gusto que Tersa tratara de cerrar la puerta del baño,
encerrándolo en el. Él gruñó y abrió la puerta. Tampoco le gustó cuando Tersa entró en el
mismo cuarto de baño y comenzó a cerrar la puerta, dejándolo en el dormitorio. Otro gruñido
de advertencia. Por fin terminó conmigo aguantando dos toallas delante de ella mientras que
ella se cambiaba, dejando el vestido mojado en el piso. Recogí el bulto goteando y lo metí
en la bañera, limpiando el suelo mojado del baño con las toallas húmedas, y deje todo en la
bañera para que otra persona lo limpiara más tarde.
—¿Ahora qué? —pregunto Tersa, parpadeando con ojos soñolientos. Había amanecido hace
una hora y el sol era una bola baja en el cielo. No hay forma de verlo: Las persianas en el
interior se habían cerrado sobre las ventanas negras y gruesas cortinas de terciopelo estaban
sobre ellas. Pero podía sentirlo en una parte consciente de mí.
Una mestiza, Tersa no era afectada por el sol como los otros, sus cuerpos cansados y pesados,
el sueño presionando, como una manta pesada sobre ellos. Cuando bostezó, era simplemente
porque su cuerpo se había adaptado al ciclo. Despierta en la noche. Dormida durante el día.
Ahora era el momento de dormir.
Hice un gesto a la cama—. ¿Crees que va a dormir aquí?
Era difícil pensar. Como ella, mi cuerpo se había acostumbrado a las horas nocturnas que
manteníamos. Y había sido una noche larga para mí. Para todos nosotros. Forcé mi mente
lenta a pensar. No me gustaba dejar a solas a Tersa con el Chico Salvaje.
¿Debo dejar que Chami esté aquí con ellos? No, desechado eso. Aunque el Chico Salvaje
parecía acostumbrado a él, Tersa no se sentiría cómoda durmiendo en la presencia de otro

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hombre. Eso me dejaba a mí. Pero después de lo que he pasado esta noche, necesitaba un
tiempo a solas para pensar, apuntalar mi corazón aporreado, hacer retroceder mis miedos y
daños.
Rosemary me salvó metiendo la cabeza por la puerta—. Me quedaré aquí con ellos, Milady.
Asentí con la cabeza. Cuando me encontré fuera de la habitación, Rosemary se deslizó
dentro, cerrando la puerta suavemente detrás de ella. Chami se levantó de donde había estado
sentado con la espalda contra la pared. Él se movió sin su gracia habitual y rapidez, el único
signo visible de que estaba sintiendo los efectos soporíferos del sol.
—¿Dónde está Dontaine? —pregunté.
—Lo mandé arriba. Va a dormir conmigo esta noche.
—Buena decisión. —Dontaine había sido herido, pero la cicatrización era rápida. Él era
extraño y poderoso. Tan antiguo como la Mona Luisa, tal vez más que ella. Chami mantendría
un ojo sobre él.
—Gracias, Chami, por esta noche es todo. —Caminé por el pasillo, yendo, esperaba yo, a la
escalera de caracol que me llevaba a mi habitación—. Lo hiciste genial.
—¿Me estas agradeciendo?
Algo en su voz me hizo parar y dar la vuelta.
Chami lucía una mirada casi incrédula—. ¿Cuándo te he fallado?
Fruncí el ceño—. Te comportaste perfecto con el Chico Salvaje allí. Calmado, no amenazante.
Él dio una risa baja y tosca—. Yo no hice nada.
—Haciendo nada era exactamente lo que tenía que hacer. ¿Cómo puedes ver eso como una
falla hacia mí?
—No te ayudé a detener a Dontaine para luchar con Amber cuando me pediste ayuda.
Ah. El desafío. Eso pareció hace mucho tiempo ahora. Me había olvidado de él. Chami
obviamente no. Suspiré, reuní mi astucia sobre mí. —Eso fue mi culpa. No debería haberte
preguntado.
Chami se estremeció como si le hubiera golpeado.
—Quiero decir que debería haberlo sabido mejor. Matar es lo que mejor haces, y no quería a
Dontaine muerto.
—Si, matar es lo que mejor hago. —Chami confirmó tranquilamente, su rostro delgado
inescrutable. Chameleo. Estaba quieto: no de la manera en que los humanos se quedan
quietos, sino completamente quieto en la forma de reptiles. Absolutamente. Así que no estás
seguro por un momento si ellos son reales, viviendo y respirando, o sólo una réplica disecada.
—Solía odiar hacer eso —dijo, hablando en voz baja, sin pasión, sin inflexión. Acabar con
la vida de alguien sin previo aviso, sin ninguna posibilidad. Ya sea que mereciera morir o

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no. Muchas probabilidades desiguales con mi capacidad de seguir siendo invisible. Pocos
me detectan. Deslizando mi cuchillo en ellos era tan fácil que se sentía como si estuviera
haciendo trampa. Solía odiarlo cuando otras reinas me apreciaban por ese talento, y esperaba
que las sirviera de esa manera. —Él soltó una carcajada sin sentido del humor—. No sabía
cómo había llegado a depender de esa habilidad hasta que te fallé. Dos veces.
—¿Volvemos a Kadeen otra vez? —Kadeen había sido el demonio muerto quien me había
secuestrado—. Tú y Amber casi murieron tratando de detenerlo. No me fallaste. Si alguien
falló, fui yo. Fallé de protegerte.
—Ese no es el deber de la Reina…
—El deber de la Reina es cuidar a sus hombres.
—No luchando físicamente.
—¿Por qué no?
—Eso no es lo que esperamos de nuestras reinas,” dijo Chami suavemente.
—Chami —le dije, igual de suave—, en caso de que no lo hayas notado, no soy como las otras
reinas.
Se echó a reír. Una risa verdadera esta vez. —No pude dejar de notar eso.
Sonreí, sintiendo un pequeño brillo de placer. Cada risa rara de mis hombres se sentía como
ganar un premio. —Tú me serviste de mucho en este momento, estando ahí en caso de que
te necesitara. Pero no estando en el camino. Me servirías bien siendo un mentor para los más
jóvenes, enseñándoles cómo usar una daga, cómo protegerse. Para distraerlos de mí cuando
veas que estoy incómoda. Siendo considerado. —Ahuequé su flaca mejilla con ternura—.
No tienes que matar a nadie para servirme, Chami. Puedes servirme mejor cuidando de mi
hermano, manteniéndolo a salvo.
Su mano se acercó para cubrir la mía, presionándola contra su cara. —Eso puedo prometer
hacerlo con todo mi corazón. Thaddeus es muy especial para todos nosotros.
—Gracias. Tienes una manera maravillosa con los niños, ya sabes. Ellos miran hacia ti. —
Sólo porque mi mano estaba contra su piel sentí el calor leve. Bajé mi mano para ver si lo que
sospechaba era cierto.
—Chami, ¿te estás sonrojando?
Él no parecía saber qué decir. Me dio lástima el pobre. —Ahora, si realmente quieres servirme,
puedes ayudarme a encontrar mi camino hacia esa maldita escalera para poder subir a mi
habitación y meterme en la cama.
—Como desee mi señora.
Encontramos la escalera y él se dirigió a su habitación, mientras me dirigía en la dirección
opuesta hacia la mía. Pero cuando giré por el pasillo, supe que el feliz y dulce sueño estaría aún
muy lejos de mi alcance. Gryphon se sentaba frente a mi puerta. Obviamente esperándome.
Evidentemente queriendo hablar conmigo.

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—¿Puedo hablar contigo? —preguntó.


A veces odio tener razón.
Mis pasos se hicieron aún más pesados. Querer hablar con tu primer amante, sin querer hacer
saltar sus huesos, nunca era una buena señal. Mi corazón latía con miedo, con lo que más
temía. El me iba a dejar.
Gryphon se puso de pie mientras yo asentía. Sin decir una palabra, abrí mi puerta, entré, y
lo sentí entrar detrás de mí, una presencia suave. Una sala de estar junto a un dormitorio era
una buena idea, realmente. Me senté en el sofá lujoso. Gryphon tomó asiento frente a mi, no
a mi lado. Otra mala, mala señal.
Inconscientemente, me froté el pecho, tratando de aliviar la sensación de dolor debajo de mi
esternón mientras miré a Gryphon. Mi primer amor. Era tan hermoso para mi ahora como
cuando lo vi por primera vez- su cabello negro como el ébano caía como una cascada brillante
en la oscuridad a su alrededor. El blanco perla brillante de su piel como porcelana impecable.
Sus bellos ojos inquietantemente, azul cristalino y claro. Esa gruesa boca hermosa exquisita,
roja como un río de pasión, tan tentadora como la manzana de Eva. La primera vez que nos
conocimos, en el momento en que mis ojos había caído sobre él, algo elemental dentro de mí
lo había reconocido como su compañero- y lo había alcanzado.
—Ya no me deseas —dijo Gryphon, rompiendo el silencio.
Dejé caer mi mano de mi pecho cuando me di cuenta que lo estaba frotando. —No, todavía
te deseo. Siempre te desearé.
Sus hermosos ojos estaban tristes, tan tristes. Un baño líquido de infelicidad. —Dices eso y
sin embargo te sientas allí, lejos de mí. No puedes soportar tocarme después que te dije lo que
yo había sido.
Yo estaba repentinamente confusa. Él había sido el único en sentirse apartado de mí. ¿A caso
no es cierto? —¿De qué estás hablando?
—Estás enojada conmigo. Disgustada conmigo esta noche, después de que te dije cómo los
otros me habían usado.
—Estaba enojada contigo porque pusiste mi mano en la ingle de otro hombre.
Él sacudió su cabeza, los ojos cabizbajos. —Dices que esa es la razón, pero eso no es la
verdadera razón. —Y aunque parezca increíble, parecía creer eso.
—Gryphon, lo que hiciste antes, lo que los otros te hicieron, no me importa. Eres tú, nosotros,
ahora es lo que importa. Estoy enojada contigo porque me arrojaste a otro hombre. Porque
dejaste a un pobre niño solo, encadenado como un animal, cuando podrías haberlo liberado
mucho antes.
—Yo no sabía qué hacer con el muchacho. Y cuando corriste de mí y de Dontaine… —
levantó la vista y algo como esperanza brillaba en sus ojos—. ¿Es realmente como dices?
—Teniendo a mi amante queriéndome acostar con otro hombre no es poca cosa para mi,
Gryphon.

Traducido en Purple Rose 57


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—Somos Monère, Mona Lisa. No somos humanos.


—Sigue diciendo eso. Pero yo soy parte humana.
—Si pudiera adquirir los dones con la misma facilidad que tú, yo dormiría con Dontaine con
la esperanza de pasarlo para ti —dijo en voz baja. Y, querida Madre de Dios, hablaba en serio.
—Pero otras reinas —continuó—, otros hombres no consiguen dones y poderes como has
visto. Sandoor y su banda de rufianes. Ellos tuvieron una Reina con la que se acostaron por
más de diez años, y no obtuvieron mucho poder de los apareamientos o de los baños de luna.
Pero una vez contigo… —Volvió sus palmas hacia arriba en un elegante gesto—, y Amber
y yo podemos caminar en el sol. Puedes ver con la claridad de mi visión de halcón, y has
ganado algo de la gran fuerza de Amber.
—Terrorífico. Así que soy más monstruo de lo que pensaba, como un vampiro sexual que
aspira dones en lugar de sangre.
—Tú das generosamente como adquieres.
Sonreí con amargura. —Pone un nuevo giro completamente a ser generosa y dar amor.
Gryphon ignoró mi sarcasmo. —Creo que lo que dices es cierto. Das más cuando haces el
amor.
—Y tal vez lo hago porque no me acuesto con cada hombre que camina a mi lado, incluso los
que se me lanzan —dije suavemente.
Eso calmó a Gryphon por un momento. Le di algo para reflexionar. —Tal vez ese es el caso
—dijo finalmente.
—Sólo te quiero a ti y Amber.
Me miró con ojos solemnes. —A Amber puedo ver por qué. Pero a mi…
—¿Cómo puedes dudar eso cuando cada mujer que te mira te desea?
Sus ojos se volvieron duros y despectivos. —Ellas desean solamente mi cuerpo, mi carne.
—Yo soy culpable también. Deseo tu cuerpo. Tienes un cuerpo hermoso —dije en voz baja.
Sus ojos de párpados caídos crecieron. Una mirada de aquellos ojos somnolientos y me
encendí de repente.
—Eres diferente —dijo Gryphon, su tono de voz bajo ronco hizo que un escalofrío de plata
como una mano invisible barriera mi espina dorsal—. Deseas no sólo mi cuerpo sino mi
corazón. Mi alma.
—¿Tengo tu corazón? —pregunté.
—Lo mejor sólo para ti.
—Oh, Gryphon —Lo alcancé y estuve de pronto en sus brazos. Agarrada con fuerza—. Pensé
que me estabas dejando —susurré contra su cuello.

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—Pensé que querías que me fuera.


—Nunca. No importa cómo de enojada me pongas. No me dejes. Nunca me dejes de nuevo.
—No —prometió, llevándome a la habitación, su corazón latiendo con fuerza contra mí—.
No, no lo haré.
Me puso al lado de la cama y rápidamente me quitó la ropa. Y mientras él me desnudaba, la
ira y el miedo cambiaron de repente en algo más. En algo caliente, posesivo y tierno. Rocé mis
dedos en la parte posterior de su nuca y sentí el suave plumaje escondido ahí debajo como un
placer secreto. El olor de él, ese aroma fresco a limpio que era lo que llenaba mis pulmones.
Gryphon.
Sería capaz de escogerlo de un centenar de otros hombres con los ojos vendados sólo desde
esa única fragancia. Olía como el viento, como la noche, como suaves plumas mullidas y
suaves besos, dulce pasión.
Otras mujeres lo querían, lo habían poseído, lo habían usado. Pero ahora él era mío y yo quería
lavar sus aromas antiguos, borrar su largo toque desvanecido, su codicia, agarrar impresiones.
Huellas manchadas en la ventana de su alma.
Había complacido tanto. ¿Pero le había gustado? ¿Trataron de encontrar su placer, su deseo?
Me aparté de Gryphon. Déjame —dije, mi voz en un bajo suave susurro como él llegó por
mi—. No, no me toques. —Capturé sus ojos, capturé sus manos, y bajé hacia su lado—.
Déjame por favor.
Miró en la promesa de mis ojos y se estremeció.
—Déjame desnudarte —respiré.
Al mismo tiempo nos miramos cuando levanté una lamo y la llevé hasta el primer botón de su
camisa. Extendí un momento infinitesimal mucho antes de que por fin lo tocara, y su aliento
atrapado como si hubiera tocado otras cosas. Cómodamente rodeé un dedo por el borde liso
de ese botón. Sus músculos se tensaron. Miré en sus ojos y sonreí. Sin prisa, presioné el botón
a través del agujero, rozando mi dedo suavemente hacia abajo hasta el agujero siguiente. Poco
a poco, le di a conocer, una hermosa oculta obra maestra, desenvolviéndolo poco a poco
como el dulce presente que era. Él era una espectacular simetría de gracia fluyendo, de fuerza
y poder, un río apacible de músculos y tendones, huesos y carne, perfecto en su creación. Un
digno, digno regalo.
Su camisa cayó al suelo y vi la suave subida y caída de su pecho con la completa absorción,
pleno reconocimiento. Era como la primera creación de Dios. Amplios elegantes hombros,
el oleaje suave del pecho liso, los pezones color miel que de repente me dolía por degustar.
Sabía que eran tan deliciosos como su aspecto, dulce a la lengua, agradable y sensible a la
mano. El calor me inundó y la carne entre mis piernas creció palpitando suave y completa.
Dolor. Pero me mantuve inmóvil, no lo toqué. Todavía no. Todavía no.
Sus ojos eran oscuros ahora, las pupilas dilatadas, corriendo hasta el mismo borde, sus iris
completamente absorbidos. Sosteniendo su mirada, me hundí hasta las rodillas de él, recorrí

Traducido en Purple Rose 59


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mis ojos como una caricia táctil a lo largo de él, dejándolos deleitarse sobre lo que todavía no
me había permitido tocar. Dejándolos caer hacia abajo. Mi respiración se aceleró y surqué su
estómago como llegó mi mano y la dejé allí, apenas en la parte superior de sus pantalones, y di
una lenta, una caricia de mis dedos sobre el borde de la tela, mis dedos rozaron el suave pelo
espolvoreado de su abdomen y que arrastrando tentadoramente por debajo de los pantalones,
pero no tocando la piel. Otro barrido pausado alrededor y alrededor del borde del botón de
sus pantalones. Justo debajo de ese pequeño botón había algo más grande, más largo, algo
palpitando. Sentí una bocanada de mi aliento contra mi mano y acaricie su cuerpo.
Se estremeció. Yo temblé.
—Mona Lisa. —Su voz fue un jadeo áspero.
—Shhh —susurré suavemente.
Poco a poco, oh, tan lentamente, empujé ese botón a través de su agujero, y manteniendo
cuidadosamente la cremallera, tocando nada más, la bajé. El duro raspeo metálico de eso
descendiendo apretó mis pezones, cepillando como dedos del sonido a través de mis partes
secretas hinchadas. De rodillas como una suplicante delante de él, mis pechos desnudos en
un suave movimiento alejándose de él para no tocarlo, de frotarme contra sus piernas, empujé
hacia abajo sus pantalones, revelando su conjunto, desnudo y hermoso.
No hay ropa interior. Qué grata sorpresa.
Murmuré de placer, de apreciación como miré mi terraplén. Él se balanceaba de pie delante
de mí en la gloria, oscuramente enrojecida, maravillosamente llena de sangre, sus venas
transversales en la superficie como oscuras cuerdas satinadas. Una gota de líquido blanco
perla temblaba en la punta. Mi lengua se movió hacia fuera, lamiendo mis labios, pero sólo
mi respiración acelerada lo tocó, lo acarició. Sus manos se apretaron. Miré hacia arriba a él,
y sonreí como si me hubiera tragado su crema.
—Querida Diosa —Gryphon respiró—. Mona Lisa, me estás matando.
—Ni siquiera he empezado. —Fue una oscura promesa.
Agachándome hacia abajo, dejando caer mis manos, me arrastré lentamente, sinuosamente
alrededor suyo y me levanté en mis rodillas detrás de él, mi aliento un soplo suave en su
espalda. Y luego bajé. Mis manos se posaron sobre sus caderas, y en ese primer contacto de
piel contra piel, Gryphon inhaló aire tembloroso. Exhaló bruscamente cuando deslicé mis
manos alrededor suyo adelante, como dos serpientes deslizándose envolviéndolo. Se olvidó
de respirar cuando se entrelazaron alrededor de la base de su árbol y se deslizaron por su larga
y dura longitud.
Un pulgar suavizó sobre su cabeza llorosa, sumergiéndose en capturar la humedad,
suavizándolo por encima de su corona sensible. Sus nalgas apretadas y flexibles. Irresistible. Ni
siquiera trata de resistirse. Una mano se dirigió al sur infalible hacia la taza de su saco inferior.
La otra mano envolvió alrededor suyo en un apretón agarrando con fuerza, bombeando hacia
abajo y hacia atrás su polo resistente. Él succionó en otro aliento y se estremeció como mi
pulgar suavizó encima de la corona, manchando más líquido pre-seminal sobre la cabeza
gorda como invadí la parte superior. Todo por sentirse solo. No necesitaba mis ojos para ver
lo que estaba haciendo. Lo conocía íntimamente.

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En el movimiento hacia abajo, sosteniendo su eje de puño apretado y duro, apreté sus bolas
con firmeza, una presión suave. Cediendo a la tentación, hundí mis dientes en la tentadora
mejilla de su nalga izquierda, justo debajo del hoyuelo burlón cerca de la base de su espina
dorsal. Dio un bajo grito ronco como mis dientes se hundieron, rompiendo la piel, probando
su sangre, probándolo. Dulce, salado. Gryphom. Como el néctar de la vida.
Lloró mientras bombeaba su eje hinchado duro de nuevo, cuando levanté y apreté sus bolas
duras juntas contra la base de él, mientras se arremolinaban en su cabeza con el desplazamiento,
deslizamiento, la fricción lubricando, dando un paso, pellizcando caricias con el índice y
el pulgar justo por debajo de su cresta donde los nervios recogidos en un paquete de ricas
sensaciones.
Sus manos bajaron para agarrar mis brazos. No me detuvo, pero para mantenerse cuando sus
rodillas se doblaron. Lo agarré, lo levanté con facilidad en mis brazos, y lo puse abajo en las
sábanas de seda de color rojo pálido, como una ofrenda divina. Sus ojos estaban aturdidos y
amplios, su mirada fija en mis labios, en la gota de sangre salpicada en la esquina derecha de
mi boca. Observó, respirando rápido, ya que mi lengua rosada salió y lamió esa gota carmesí
en mi boca, degustándolo de nuevo con sensual satisfacción.
—Sabes a vida —le dije—. Al igual que la propia luz de la luna.
Me arrastré sobre él y me agaché, bajando mi boca a la suya. —Pruébate a ti mismo —dije en
voz baja y lo besé. Una presión suave de mis labios contra los suyos. Una lamida prometedora,
una raspadura de la lengua. Su boca se abrió y entré con delicadeza. Nuestras lenguas se
arremolinaron, bailaron, se aparearon. Y luego estaba en mi boca, empujando, empujando,
su lengua entrando y saliendo en un acto tan antiguo como el tiempo inmortal, haciéndome
jadear, quemándome. Haciendo mi flujo miel, mojándome, y llenando el aire con su dulce
perfume de almizcle, con nuestra esencia. Sangre y sexo. Una potente combinación.
Tiré hacia atrás, jadeando. Lamí mis labios y lo probé, la sangre y saliva. Pero fue otro fluido
por el que estaba hambrienta de repente.
—Deja que te toque —declaró él.
Levanté la vista hacia él. Dejé que vea mi sonrisa maliciosa. —No, sólo tú en esta ocasión.
Tú. Déjame por favor, déjame darte placer. —Inclinándome, me deslicé encima de él, me
deslicé hasta él, tocándolo con mis pezones. Froté mis apretados puntos frambuesas sobre sus
protuberancias, rodándolos juntos, satisfaciendo a los dos, y de ellos corrió en dos líneas de
fuego por su pecho duro, su surcado abdomen, más allá de sus caderas. Separé sus piernas,
extendiéndolo con mis rodillas, me deslicé hacia abajo en el espacio que había creado. El
pelo mullido de su ingle era como un cosquilleo en mi pecho, su longitud dura como una
barra de satén pulsante, blanda y dura contra mi mejilla. Froté mi cara contra él, rodándolo
por encima de mi mandíbula, contra mi cuello, inhalándolo, bebiendo en la sensación de
suavidad incomparable de él, burlándonos a los dos hasta que no pude esperar más y volví la
cara y me lo llevé en la caverna caliente de mi boca. Se deslizó con un suspiro, con un gemido.
Con un endurecimiento de su cuerpo entero y un apretamiento interior de la mía.
—Querida Diosa. Dulce Diosa —jadeó y alzó las caderas, arqueándose dentro de mí,
empujando más profundamente en la succión codiciosa de mi húmeda boca. Tiré hacia atrás,

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arriba, arriba, para la punta y lo probé, girando mi lengua sobre él, sobre su ojo lloroso, otra
rica esencia de él. Y yo tarareaba mi satisfacción.
Con mis ojos cerrados, lo sentí empezando esa maravillosa danza de la luz. Un dibujo de la
vida interior hasta el ser exterior. Mis ojos se abrieron y vi el hermoso brillo que empezaba a
llevarlo, para barrer todo el alabastro puro de su piel con un frío sonrojo blanco, brillando más
y más. Para penetrar en su piel, formar parte de eso. Cambiarlo de una criatura de la noche
en una criatura de la gloriosa luz, su piel brillando, irradiando de él en los ejes de la luz que
llenaban la sala. Él era sobrenaturalmente hermoso en su placer. Y su placer se convirtió en
el mío, y esa luz interior empezó su danza ansiosa dentro de mí. Mi piel cambió, se suavizó,
brilló, y era como si nuestra carne muy blanda, se disolviera, no se convirtió en nada más.
Nos mezclamos uno con otro donde nos tocamos, piel contra piel, y luego sólo la luz tocando
luz, convirtiéndose en uno.
Llené mi boca con él, hundiéndome hacia abajo para que mis labios casi tocaran su base, casi
lo envolví entero, mis labios apretados en torno suyo. Mi mano derecha bajó entre nosotros,
cayendo para pedir prestado algo de mi propia miel líquida, para volver a exprimir sus bolas
porque no podía resistir su tentación colgando, luego moviendo más atrás, hacia arriba y
atrás, hasta que mi dedo inquisitivo encontró y rodeó su agujero anal bien fruncido.
Mi otra mano apretó su nalga izquierda, encontrando donde lo había marcado y mordido,
y rodeé esa tierna piel rota. Él temblaba debajo de mí en mi boca. Acaricié arriba y afuera,
mis labios apretados, pastoreando su superficie venosa con mis dientes como barrí su palo,
mi lengua dándole vueltas. Encontrándolo en la parte superior, mi lengua recorrió sobre esa
tierna abertura ciega que rezumaba la dulce esencia de él.
Lo traspasé con mi lengua, ese pequeño agujero. Penetrándolo con mi dedo en su otro agujero
prohibido. Y lo probé con otro dedo, excavando en la piel rota donde lo había mordido,
raspando la carne cruda y tierna.
Gritó fuertemente, dulcemente, y convulsionó alrededor de mi dedo y en mi boca. Y sintiendo
su caliente corriente de chorro llenándome, degustándolo, sintiéndolo deslizarse por mi
garganta como su espasmo del esfínter con fuerza alrededor de mi dedo índice como una boca
poco apretada, agarrándome, oh, tan dulce, su sangre húmeda desde donde lo había marcado
manchando mi otro dedo…
El gusto, el tacto, la inundación de mí con su esencia me trajo a mi propia liberación, casi una
ola suave de pulsación, convulsionando en calma. Y mientras mi cuerpo todavía temblaba,
me encontré arrastrada hacia él, su corazón latía contra el mío. Envolví mis brazos alrededor
suyo, lo mantuve apretado mientras la última luz era absorbida de nuevo en nosotros y éramos
dos seres separados una vez más, dos pieles diferentes. —Mío —susurré con fiereza contra su
cuello—. Eres mío.
—Si, soy tuyo. Cuerpo, corazón, y alma —respiró, susurrando una rendición, sosteniéndome
firmemente a él, un suave y desconcertado asombro en su vos—. Y tú eres mía.

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Capítulo 6

Traducido por flochi, LizC, *ƸӜƷYosbeƸӜƷ* y daianandrea


Corregido por Pimienta

E ra, en momentos como este, cuando me daba cuenta de cuan diferente éramos. Sin
importar cuanto amara a Gryphon, y él me amara, éramos diferentes. Yo era parte
humana, y me aferraba a mi humanidad con ambas manos, envolviéndolo alrededor
de mí como una manta cómoda y familiar en este nuevo mundo aterrador. Seguía esperando
que Gryphon fuera mas humano, y él seguía esperando que yo fuera más Monère. Encontré mi
cuarto abriendo mis sentidos hasta que pude escuchar a Thaddeus, Jamie, y Tersa, sus latidos
mas rápidos que los demás. Me desvié a la izquierda de donde ellos se encontraban hacia
el ala oeste. Había otras dos puertas en esa ala, una frente a la otra, pero estaba adivinando
que mi habitación era la que se encontraba al final. El enorme cuarto era más grande que el
apartamento entero que había tenido en Manhattan. Aireado, espacioso, ostentoso como el
resto de la casa, con su propia sala de estar. Techos altos, gran cama con sábanas de seda roja,
alfombras de felpa fueron mis primeras impresiones mientras doblaba en el baño conectado
por un arco abierto. El baño tan solo era tan grande como lo había sido mi salón.
Me despojé de la bata, dejándola en el suelo, y entré en la lujosa ducha. Era más espaciosa
que una bañera incluso, con paredes y puerta claras. No importaba. Nadie me vería. Mas
importante era encender la ducha, meterme debajo de ella y dejar que las lágrimas finalmente
fluyeran. El agua fría corrió y lloré silenciosamente, dejando que me lavara, enjuagando la
suciedad y la sangre, deseando que fuera tan fácil enjuagar el daño y el dolor que sentía.
No somos seres humanos, me había dicho Gryphon. Aún después de todo lo que habían hecho,
todo lo que los había visto hacer, todo lo que yo misma había hecho, cosas increíblemente no-
humanas… todavía no lo había escuchado realmente hasta que hizo algo como esto. Querer
que duerma con otro sólo para conseguir posiblemente su don dolió.
No entendí cómo Gryphon pudo hacer algo así. No sólo estar pasivamente bien con respecto
a eso sino que tratando activamente de seducirme en aquello porque sabía que era algo que
no haría por mi misma.
Estoy para servirte, había dicho Gryphon. Lo triste era que él lo creía sinceramente. Era
una larga traducción de las Reinas Monerian. Dormir con hombres, luego dejarlos a un
lado cuando se hacían muy poderosos. Y para los hombres dormir con sus Reinas porque
eran atraídos por ellas, y también porque deseaban adquirir mas poder para sobrevivir, para
avanzar. Una cuerda floja tan peligrosa de la que muchos de ellos caían. Porque, ¿qué hacían
las Reinas a los hombre que se hacían demasiado poderosos para controlarlos? Los mataban.
Otra tradición ancestral del Reino Monère. Como una araña negra, matando a los machos
con los que se apareaba.
Estoy para servirte.

Traducido en Purple Rose 63


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Gryphon estaba manteniéndose a la promesa que le había hecho jurar cuando tuve miedo de
perderlo luego de que apenas lo había encontrado. Una promesa que egoístamente le había
arrebatado porque no quería estar sola nuevamente. Le había hecho prometer que luchara por
vivir. Él estaba cumpliendo su promesa. Sólo que… oh, cariño, sírveme de otra manera. No
así. No así.
Cuando estuve limpia, cuando las lágrimas finalmente se detuvieron y mi respiración al fin
se normalizó, cerré el agua y agarré la toalla. Grandes toallas mullidas haciendo juego con el
gran cuarto. Estaba sola y agradecí por ello.
Había estado sola toda mi vida. Físicamente, los últimos tres años. Emocionalmente, casi toda
mi vida. Ya que Helen, la madre humana que me había adoptado y amado como suya, murió
cuando tenía seis y entré a mi primera casa de acogida. En los largos años que siguieron, me
acostumbré a esa soledad. Las últimas semanas, había pasado de cuidar de mi misma, a cuidar
de otros nueve. Y ahora encontrando que tenía que expandir ese número a cuatrocientos más.
¡Dios! La presión, la responsabilidad, eran casi sofocante.
Deliberadamente, reduje mi respiración. No híperventilaría.
Sentí la madrugada como una sueva promesa, avanzando lentamente, inexorablemente.
Presionando contra el horizonte, subiendo cada vez más. Alguien había desempaquetado
todo y aparté todas mis cosas. Busqué entre los cajones hasta que encontré la gran camiseta
con la que dormía. Vieja, desgastada, cómoda y familiar. Con el suave algodón presionando
contra mi piel como un amigo fiel, me arrastré debajo de las sábanas, cansada y afligida, y le
di la bienvenida a la dicha irreflexiva del sueño.
Un lobo aulló al asomarse los primeros rayos de sol. No un gallo. Un gallo habría sido
preferible. Aunque habría sido desagradable, un gallo que no canta no me habría lanzado
fuera de la cama con el cabello de la nuca erizado en extremo.
Sucedió otra vez, un largo y triste aullido de lobo.
¡Mierda!
Abrí un par de cajones, no podía recordar donde estaba todo. Finalmente encontré un par
de jeans, me deslicé dentro de ellos, y en mis zapatos en casi un movimiento continuo, y salí
corriendo por la puerta. Las otras puertas abiertas. Encontré a Amber y Gryphon, todavía
vestidos, al final del corredor. Atrapé un atisbo de Chami, Tomás, y Thaddeus, que parecían
como si se hubieran metido en la ropa tan rápidamente como yo.
Bajando el corredor, Tersa asomó su alborotada cabeza. —¿Qué es eso?
—Buena pregunta —dije, mirando a Gryphon—. ¿Es Dontaine?
—No. —Había una mirada extraña en el rostro de Gryphon, casi como si supiera que era
pero no deseara decirme.
Otro aullido espeluznante flotó por las escaleras. Corrí tras él, persiguiéndolo como un
espectro etéreo bajando las escaleras espiralazas, los otros detrás de mi.
—Espera —Amber dijo detrás de mí—. Déjanos ir primero.

64 Traducido en Purple Rose


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Lo ignoré, pasando los últimos veinte escalones saltando sobre la barandilla de madera tallada
y aterrizando ligeramente sobre mis pies. Corrí por el pasillo, abriendo mis sentidos. Ahí.
Atravesé la cocina, el lavadero y llegué a una puerta cerrada. Un sonido de olfateo llegaba
desde detrás, y un latido de corazón. No uno lento, lento como el de Amber o el de Gryphon,
cuyos corazones laten no más de treinta veces por minuto. Uno moderadamente lento como
el mío, como el de Thaddeus. Cincuenta latidos por minuto. Y no era pelaje lo que olía. No
un animal. Un humano.
La puerta estaba cerrada.
—Abre la puerta —dije suavemente a quien sea que estuviera detrás de mi.
El olfateo se detuvo, pero la puerta permaneció cerrada. El resto del grupo llegó resonando
detrás de mí.
—No, no lo abras, Mona Lisa —dijo Gryphon.
Por alguna razón, no quería escuchar a Gryphon esta noche. De hecho, sentí un fuerte impulse
por abrir la maldita puerta sólo porque él me había dicho que no. Y mirándome, creo que de
alguna manera Gryphon supo lo que estaba sintiendo. Él sostenía el aro de las llaves.
—Ábrelo —dije sin tono y di un paso al costado. No era inteligente romper la propiedad de
uno si no era necesario.
Gryphon insertó la llave. Supo exactamente cual, note yo. Abrió la puerta y yo entré. No
necesitaba luces para ver en la oscuridad. Éramos criaturas de la noche. La oscuridad era
nuestro hogar. Vi claramente como si la luz del sol hubiera inundado la sala.
Un chico estaba encerrado, restringido por grilletes de plata contra la pared. Pude decir que
era un niño porque estaba sin camisa. Todo lo que llevaba era un par de pantalones deshechos
que hacían ver al par arruinado de Dontaine lucir prístino. Mugre, barro, manchas y moretones
lo cubrían. Su cabello estaba largo y enmarañado, colgando sobre su rostro en rastas. No era
una moda sino algo real causado por la suciedad y el pelo sucio y enredado. Los ojos del niño
brillaban como salvajes cosas brillosas detrás de sus desordenados cabellos. Dientes amarillos
estaban descubiertos y un gruñido retumbaba en su garganta.
Era de la altura de Thaddeus pero tan diferente de mí hermano. Thaddeus tenía la delgadez,
el lacio de un joven a punto de germinar. La delgadez de esta pobre criatura era delgadez de
hambre, de inanición. Sus costillas empujaban, mientras la piel que las cubría parecía estar
tratando de meterlas para dentro nuevamente, cavando tan dolorosamente hacia dentro en un
vientre que no sólo era plano y vacío, era cóncavo. Pero era fuerte. Cada pedazo de carne que
tenía era músculo delgado y desarrollado. La fuerza enjuta de su cuerpo, incluso más que su
ropa, su cabello, estaba hecha a medida de su estado salvaje. Parecía incluso mas joven que
Thaddeus. Catorce, tal vez. Y estaba llorando, solo en la oscuridad.
—Es un mestizo —dije. Mis sentidos me lo dijeron. Y no solamente medio. Mas. Posiblemente
tres cuartos de su sangre eran Monère. Como yo. Como Thaddeus.
Alguien golpeó el interruptor y la luz fluorescente iluminó el cuarto.
Un fuerte jadeo. Entonces Tersa susurró: —Oh, Querida Diosa.

Traducido en Purple Rose 65


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Mantuve mi atención fija en el niño. —¿Puedes entenderme? —pregunté con suavidad.


No hubo respuesta. Sólo una advertencia retumbante.
—Está bien. No vamos a hacerte daño —lo tranquilicé.
Cuando me volví hacia Gryphon, mi voz no fue amable. —¿Qué demonios es esto?
Gryphon mantuvo su rostro impasible, uno que no dejaba traslucir nada. —Un regalo que
Mona Louisa dejó atrás.
—¿Cuánto tiempo ha estado ahí, encerrado así?
—Horace no lo dijo —dijo Gryphon con calma.
—Dos días. —Fue la respuesta rasposa de la voz de Dontaine. Se impulsó entre medio o tal
vez todos habían retrocedido para dejarlo pasar. Había sanado bastante para cerrar su tráquea
pero no para cubrirla. Los pequeños huesos y cartílagos de su tráquea eran claramente visibles,
moviéndose mientras hablaba. No goteaba sangre, pero brillaba ahí. Carne húmeda—. Él
existía en el banyou. Tuvo que capturarlo hace dos días. Dejándolo para ti.
No tuve que preguntar por qué. El mensaje era claro. Esto es lo que los Mestizos son para
nosotros.
—¿Estaba causando problemas? —pregunté.
Dontaine sacudió la cabeza ligeramente, haciendo que la carne suelta se moviera alrededor
de su tráquea. Fue incluso peor que verlo hablar.
—Él es salvaje —dijo Dontaine.
—Entendí eso cuando lo escuché aullar —dije
—Creció en los pantanos. Pero no, no estaba matando al ganado o atacando haciendas
humanas.
—¿Lo habrían matado si lo hubiera hecho? —Le pregunté.
—Sí.
No quería preguntar, para saber si habían matado a otros como este chico. Nada de aquí se
llevaría mi rabia si lo hubieran hecho. Mona Louisa se había ido. Aunque tal vez la madre del
chico estaba todavía aquí.
—Una de las mujeres de aquí lo tuvo. —Lo dije como un hecho, no una pregunta.
—Dulce Madre, ¿es lo que hacen con los chicos Mestizos aquí? ¿Dejarlos en los pantanos?
Fue Rosemary quien manifestó la pregunta enojada. Rosemary, una mujer Monère que había
amado y alzado a sus niños Mestizos, quedándose con ellos en vez de abandonarlos a los
humanos. O abandonarlos en el pantano. Jesús.
—Algunas mujeres. No todas —respondió Dontaine—. A Mona Louisa no le importaba lo
que hacían con ellos.

66 Traducido en Purple Rose


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—Dios —susurré. Me volví hacia Gryphon—. Sabías que estaba aquí. Y lo dejaste aquí.
Como si nada.
—Te lo hubiera dicho, después de Dontaine. Pero estabas molesta. Pensé que ya habías pasado
bastante esta noche.
—No lo suficiente molesta como para dejar a este chico aquí como así. —Gryphon conocía
mi cuerpo íntimamente, pero me preguntaba si me conocía en absoluto—. Libérenlo. ¿Dónde
está la llave?
Gryphon se desplazó a lo largo del anillo hasta llegar a una llave muy pequeña, más corta que
las demás. —Si lo dejas ir, lo voy a liberar.
—De ninguna maldita forma.
Suspiró, un leve sonido de enojo, de infelicidad. Pero no era el único enojado e infeliz aquí.
—Será más fácil para el chico si hay menos personas aquí —dijo.
Tuve que estar de acuerdo con Gryphon al respecto. Me di la vuelta y examiné las caras
presentes. Amber era demasiado grande, demasiado intimidante. De todos los hombres allí,
el esbelto Chami parecía menos amenazador. Es curioso cómo las apariencias pueden ser
engañosas.
—Chami, te quedas. Todos los demás se van.
—Mona Lisa... —dijo Amber.
Incluso el calmado Tomás protestó. —No creo que eso sea...
Levanté mi mano. —Yo me quedo. Una mujer será menos amenazante para él. Todos los
demás váyanse, ahora. Es una orden.
La obediencia a una Reina estaba profundamente arraigada al parecer. Cerraron sus bocas y
se fueron.
Me volví hacia Gryphon. —Tú, también.
Algo indescifrable onduló a través de esa máscara fría de él por un momento fugaz. En
silencio, empujó la llave en mi mano y se fue. Y el dolor en mi pecho se hizo más pesado.
—Nada de matar, Chami. Sólo detenlo si es necesario. Pero no le hagas daño.
Chami asintió comprendiendo.
La puerta se abrió y Tersa se deslizó a través de ella. Sus ojos brillaban y su rostro estaba
húmedo, como si se hubiera limpiado las lágrimas. La tranquila, y amable Tersa ya no parecía
tan amable. Sus ojos brillaban con fiereza y parecía como si quisiera estrangular a alguien, a
una madre sin corazón de sangre pura, tal vez. —Déjame ayudarte.
—No —le dije en voz baja a Tersa.
—Soy la más pequeña. La menos amenazante.

Traducido en Purple Rose 67


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Tersa era incluso más pequeña que el chico. Y mucho más delicada que la idea de dejarla en
cualquier lugar cerca de él oprimió mi corazón en mi garganta pulsando allí como una cosa
atrapada, y asustada. —No.
Tersa me miró, una chica que apenas había hablado en voz alta desde que había sido violada.
Una chica que había tenido cuidado de evitar la proximidad a cualquier otro hombre más que
su hermano.
—Es como nosotros. Podía haber sido yo o Jamie —dijo—. Mira, dejó de gruñir. Él me mira
con curiosidad.
Me volví y vi que lo que ella decía era verdad. El chico estaba olfateando el aire, sus fosas
nasales flameaban, sus ojos estaban concentrados en una persona aún más pequeña que él
mismo. Profundos y curiosos, como si ella fuera una entidad desconocida. Una chica.
—Por favor —dijo Tersa—, déjame intentarlo.
Fue la cosa más difícil poner esa llave en su mano. —Si yo digo que pares, tú paras, y retrocedes
lentamente del Chico Salvaje, aquí. ¿Entiendes?
Tersa asintió con la cabeza. Pero fue un gesto distraído, como si su atención ya estuviera
centrada en el chico al que se acercaba con cuidado. —Soy Tersa. Tersa —repitió, poniendo una
mano sobre su pecho, indicando su persona—. Voy a liberarte de esas cadenas desagradables.
No voy a hacerte daño —murmuró, acercándose a él.
Él la miraba fijamente, sus ojos con una luz inusual gris, casi de color plateado, dispuestos
ojos claros se asomaban a través de una maraña de cabello. Sus fosas nasales flameaban
anchas como un animal salvaje olfateando el peligro.
Tersa estaba lo suficientemente cerca ahora como para que todo lo que tuviera que hacer
sería dar una estocada hacia adelante y él podría rasgarla con sus dientes. Quería realmente
ponerla a salvo. Sin embargo, cualquier movimiento brusco ahora podría dar lugar a la misma
violencia que quería evitar. Fue duro, muy duro sólo estar allí y dejar que se pusiera en peligro
como aquello.
Habló con él como si la entendiera, su voz era un murmullo constante suave diciéndole que
quería ayudarle, que todos queríamos ayudarle, mientras insertaba la llave. No importaba lo
que decía, lo que las verdaderas palabras fueran. El tono, la forma suave en la que lo decía era
el verdadero mensaje. No voy a hacerte daño. Quiero ayudarte.
Poco a poco, con cuidado, suavemente, Tersa lo liberó de la primera manilla, abriéndola
y retirándola. El fuerte sonido del pesado metal resonando al chocar contra la pared fue
discordante en la tensión. El chico nos disparó a Chami y a mí una penetrante mirada rápida,
asegurándose de que todavía estuviéramos lo suficientemente lejos de él, que no nos habíamos
movido, y luego volvió su atención a Tersa. Él la miraba mientras cruzaba delante de él hacia
el otro lado y abría su otro grillete. Aquello resonó con un ruido sordo contra la pared, y así
estuvo libre. Su cuerpo estaba tenso, temblando, listo para correr inmediatamente. Pero él no
se movió, a pesar de que su cuerpo claramente quería hacerlo. Él sólo se quedó allí mirando
a Tersa, a menos de un pie entre ellos, con la cabeza inclinada sólo en lo más mínimo, como
si las suaves palabras cadenciosas fueran fascinantes para él como la pequeñez de su persona.

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—Voy a darte mi mano —dijo Tersa en su murmullo suave y relajante, como el agua que fluye
suavemente en un arroyo. Poco a poco, levantó una mano, tendiéndosela—. Toma mi mano
y vamos a salir de esta habitación. Vamos a salir de este horrible lugar. Vamos a salir de aquí
juntos.
Moviéndose tan lento como ella lo había hecho, el chico se agachó y acercó su rostro más de
cerca a la pequeña mano tendida, olfateándola, aspirando el aroma de Tersa. Ella se quedó
completamente inmóvil cuando él se acercó. Su suave fluir de palabras se secó y se detuvo
cuando él llevó su cara cerca de sus brazos, olfateando, y moviéndose hacia su pecho, su
estómago, por debajo de la falda del vestido que llevaba.
Tersa tomó una respiración profunda, dejándola escapar. Todavía en el lugar bajo su profunda
inspección en ella. Finalmente, había terminado, moviéndose un poco hacia atrás.
—Ves, inofensivo —dijo Tersa en voz baja. Ella levantó su mano una vez más hacia él—.
Dame tu mano. —Ella tocó la palma de su mano dos veces más cuando dijo la palabra
mano y señalaba a su mano. Tenía toda su atención, por lo menos, pero no su comprensión.
Contuve la respiración cuando Tersa lentamente cruzó la corta distancia y tocó su mano. Él
se estremeció, pero aún así no se movió cuando Tersa suavemente le tomó la mano entre las
suyas.
—Ves, no hace daño —murmuró, y sonrió por primera vez. Transformó su cara en algo
hermoso y el chico la miró, fascinado.
Dio un pequeño paso hacia la puerta y tiró de su mano. —Ven. Vamos a salir de aquí. —Dio
un pequeño paso también, permitiéndole tirar de él hacia delante.
—Voy a abrir la puerta —dije en voz baja—. Chami, ve adelante. Yo te seguiré.
Chami no discutió conmigo, buen hombre. La puerta cerrada detrás de nosotros se abrió
entonces un instante después. Tersa salió guiando al cuidadoso, y tenso Chico Salvaje de la
mano. Sus ojos se lanzaron alrededor, tomando cada pulgada. Sus fosas nasales flameaban.
El delicioso aroma de carne cocinada llenaba el pasillo, como una mano invisible haciendo
señas. Envié un silencioso agradecimiento a la maravillosa, inteligente, y de buen corazón
Rosemary mientras seguimos el olor a cabo a la cocina. Rosemary había sacado al resto de
las personas para que la cocina estuviera vacía excepto por ella.
—Está un poco hacia el lado crudo, pero no creo que le importe —dijo Rosemary, colocando
un plato de carne en la redonda mesa de la cocina. Un vaso de agua y cubiertos estaban
puestos perfectamente a un lado, un cuchillo de mantequilla en lugar del cuchillo de cocina
afilado que de costumbre, gracias a Dios.
Tersa llevó al Chico Salvaje hasta la mesa, tomando un asiento vacío. Sus ojos parpadearon
desde la carne hacia nosotros, se hundió vacilante en la silla a su lado. Chami, Rosemary, y
yo nos quedamos atrás, dándoles un montón de espacio.
—Adelante —dijo Tersa, señalando a la comida—. Come.
Él bajó la cabeza, la olfateó con curiosidad, y se echó hacia atrás. No la tocó, a pesar de que
estaba muerto de hambre evidentemente.

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—Tersa —dije—. Corta un pedazo pequeño para ti. Mastícalo y traga. Muéstrale que es
seguro para comer.
El Chico Salvaje observó con atención mientras Tersa utilizó el cuchillo y el tenedor para
cortar una pequeña porción. —Ves —dijo, después de tragarlo—. Delicioso.
Él no se molestó con el tenedor y el cuchillo. Sólo levantó la carne con las dos manos y
dio un mordisco arrancando una inmensa porción de ella, con los ojos cuidadosos fijos en
nosotros mientras masticaba con avidez. Lo pasó de un trago, apenas tomándose el tiempo
para masticar, como un animal salvaje con miedo de que puedan quitarle su alimento en
cualquier momento.
Rosemary tomo un profundo respiro y vio el brillo de unas lágrimas en sus ojos. Tersa agarró
el vaso de agua, tomó un sorbo, y se lo extendió—. Agua.
Torpemente, agarró el vaso en sus manos grasosas, olfateándolo, y con cautela puso el borde
del vaso en la boca, saboreándola, y tragando. Satisfecho de que no era más que agua, abrió
la boca y volcó todo el contenido en su garganta. Parte de ella corría por la barbilla. Era
desgarradoramente obvio que era nuevo para él, incluyendo la carne cocinada.
—¿Debería hacerle más comida? —preguntó Rosemary, hablando lentamente.
—No. —Respondí—. Mucha comida y podría vomitar. Es suficiente por ahora. Deja que se
le repose el estómago.
—Entonces, si ya comió, un baño es lo que se debe tener ahora, —declaró Rosemary.
Tersa asintió vehemente en acuerdo con su madre—. Absolutamente.
La idea de tratar de darle al Niño Salvaje un baño aturdió mi mente. . Aunque, con Tersa, el
había sido muy cooperativo hasta ahora. Bueno, no se puede saber a menos que se trate.
Terminamos usando el baño de Dontaine, el más cercano a nosotros. El olor de la sangre en
la habitación, en el colchón, a lo largo de las paredes, trajeron todos los sentidos del Chico
Salvaje otra vez a la palestra. Gruñó desde el fondo de su garganta al ver a Dontaine y observó
atentamente como el hombre más alto lentamente caminó en un círculo ancho alrededor de
él y se fue, cediéndonos el espacio para nosotros.
Mi presencia y la de Chami no parecían molestarle. Parecía dispuesto a tolerarlo. Pero
Tersa era la única a la que permitió estar cerca de él, advirtiéndonos con un gruñido si nos
aventuramos a ir demasiado cerca.
Rosemary se fue para buscar un poco de ropa—. Y toallas, —le dije—. Montones y montones
de toallas. —Deje correr el agua en la bañera, la temperatura tibia, razonando que sería lo
más familiar para él. Agua caliente contra su piel por primera vez en su vida era algo que
aventuraría después.
El sonido del agua corriendo llevó al joven al cuarto de baño y miró por la habitación en
fascinación. Por desgracia, la bañera se llena con demasiada rapidez. Ahora nos quedamos
con la parte más difícil, el dilema de cómo meter al Chico Salvaje en la bañera sin ponerse
hecho una furia con nosotros.

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—¿Alguna idea? —le dije a Tersa.


Ella se encogió de hombros—. Me meteré en la bañera para enseñarle que hacer, como con
la comida. —Quitándose los zapatos, ella entró, vestida y todo, en la bañera y se sentó. Su
falda flotaba en frente de ella como un globo húmedo. Ella la empujó hacia abajo hasta que
se sumergió.
—Agua —dijo ella, rodando la mano en la bañera. Le pase un trapo y lo sumergió en el agua,
enjuagándolo con jabón, y empezando a lavar sus manos—. Lavar.
El Chico Salvaje la miraba con profunda fascinación. Sus ojos se estrecharon, luego los abrió
mientras Tersa se echaba hacia atrás, sumergiendo su cabello. Enderezándose, ella vertió el
champú en la mano y empezó a enjuagarse su larga melena.
—Lavar el pelo —dijo. Echándose hacia atrás, sumergió el pelo una vez más, manteniendo la
cara fuera del agua. Sentada, ella escurrió el agua de sus largas trenzas. Le pasé una toalla, y
ella salió de la bañera. El agua salpicaba y goteaba, haciendo un lío total en el piso. No podía
evitarse.
—Tu turno —dijo Tersa, apuntando su mano hacia él—. Lavar. —Ella tomó su mano y lo
guió, si no con entusiasmo, al menos sin resistencia a la tina. El baño era lo suficientemente
grande para que pudiera mantener una buena distancia. La bañera, afortunadamente, también
estaba posicionada para que él tuviera una buena visual del cuarto de baño y el dormitorio
más allá de donde se había quedado Chami.
El Chico Salvaje se metió en la tina y se sentó. Misión cumplida con apenas un toque. Él era
una criatura inteligente y le habíamos mostrado lo que queríamos que hiciera.
Tersa se arrodilló al lado de la bañera, frente a él, y empezó a enjabonar la toalla. Empezó
con las manos. Mojándolas, enjuagándolas, y sus manos salieron del agua limpias, su piel
bronceada luciendo casi sorprendentemente blanca contra el resto de su ser sin lavar. Miró a
su piel limpia con impresión y absorción así como nosotras.
El agua ya era un remolino de color marrón. Por el momento Tersa había restregado su
pecho, la espalda y las piernas, era un chocolate negro de lodo. Parecía fascinado con el jabón
resbaladizo, jugando con él mientras ella lo lavaba.
—Lavar cabello, —dijo Tersa, apuntando a la parte superior de la cabeza. Ella hizo una
pantomima inclinando la cabeza hacia atrás. Niño Salvaje dejó que el jabón se deslizara en el
agua. Con una mirada rápida de comprobación por la habitación, viendo nuestras ubicaciones,
no nos habíamos movido, enfocó su mirada otra vez a Tersa, y en un acto que requería tanta
confianza por su parte, se echó hacia atrás hasta que su pelo estaba bajo el agua, dejando la
garganta afuera y vulnerable. Con una oleada se enderezó, salpicando de agua a Tersa.
Ella dio un grito asustado y se echó a reír. Ella se echó a reír. Era un sonido alegre y él le
sonrió. Ella le devolvió la sonrisa. Ponerle champú en el pelo fue lo más difícil. Tersa terminó
con casi la mitad de la botella, sumergiéndolo de nuevo varias veces para enjuagarse.
—Desearía que pudiéramos usar acondicionador —murmuró Tersa, — y lo enjuagó con agua
limpia—. La bañera era de la consistencia de una sopa de lodo ahora.

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—La próxima vez, —le dije, entregándole una brazada de toallas que había traído, y una
camisa limpia y pantalones que los reconocí como los de Thaddeus. Niño Salvaje miró mi
acercamiento y marcha atrás con alarma pero sin ningún gruñido. —Hemos forzado nuestra
suerte y su paciencia lo suficiente —murmuré—. Sécalo.
Vestirlo fue otra obra de pantomima. Una vez que comprendió que Tersa quería que se quitara
los pantalones, se los sacó sin una pizca de modestia. Tersa calmadamente apartó los ojos y
le entregó primero los jeans, y luego la camisa Oxford. Ella tuvo que ayudar con el botón
cuando él no pareció familiar con el proceso. Una elección brillante, esa camisa. Su vista
nunca estuvo bloqueada, lo que hubiese pasado si fuese una camisa de ponerse por la cabeza.
Y sin ropa interior o calcetines, sólo los dos artículos básicos de la ropa.
Dejamos que su cabello se secara naturalmente. El gañido de un secador de pelo habría sido
insoportable para todos nuestros nervios, creo.
La parte difícil vino cuando Tersa se movió para cambiar su vestido mojado. Rosemary le
había traído un cambio de ropa, dejándolas en la cama. Chami se salió para darle privacidad.
Al Chico Salvaje, sin embargo, no le gusto que Tersa tratara de cerrar la puerta del baño,
encerrándolo en el. Él gruñó y abrió la puerta. Tampoco le gustó cuando Tersa entró en el
mismo cuarto de baño y comenzó a cerrar la puerta, dejándolo en el dormitorio. Otro gruñido
de advertencia. Por fin terminó conmigo aguantando dos toallas delante de ella mientras que
ella se cambiaba, dejando el vestido mojado en el piso. Recogí el bulto goteando y lo metí
en la bañera, limpiando el suelo mojado del baño con las toallas húmedas, y deje todo en la
bañera para que otra persona lo limpiara más tarde.
—¿Ahora qué? —pregunto Tersa, parpadeando con ojos soñolientos. Había amanecido hace
una hora y el sol era una bola baja en el cielo. No hay forma de verlo: Las persianas en el
interior se habían cerrado sobre las ventanas negras y gruesas cortinas de terciopelo estaban
sobre ellas. Pero podía sentirlo en una parte consciente de mí.
Una mestiza, Tersa no era afectada por el sol como los otros, sus cuerpos cansados y pesados,
el sueño presionando, como una manta pesada sobre ellos. Cuando bostezó, era simplemente
porque su cuerpo se había adaptado al ciclo. Despierta en la noche. Dormida durante el día.
Ahora era el momento de dormir.
Hice un gesto a la cama—. ¿Crees que va a dormir aquí?
Era difícil pensar. Como ella, mi cuerpo se había acostumbrado a las horas nocturnas que
manteníamos. Y había sido una noche larga para mí. Para todos nosotros. Forcé mi mente
lenta a pensar. No me gustaba dejar a solas a Tersa con el Chico Salvaje.
¿Debo dejar que Chami esté aquí con ellos? No, desechado eso. Aunque el Chico Salvaje
parecía acostumbrado a él, Tersa no se sentiría cómoda durmiendo en la presencia de otro
hombre. Eso me dejaba a mí. Pero después de lo que he pasado esta noche, necesitaba un
tiempo a solas para pensar, apuntalar mi corazón aporreado, hacer retroceder mis miedos y
daños.
Rosemary me salvó metiendo la cabeza por la puerta—. Me quedaré aquí con ellos, Milady.
Asentí con la cabeza. Cuando me encontré fuera de la habitación, Rosemary se deslizó
dentro, cerrando la puerta suavemente detrás de ella. Chami se levantó de donde había estado

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sentado con la espalda contra la pared. Él se movió sin su gracia habitual y rapidez, el único
signo visible de que estaba sintiendo los efectos soporíferos del sol.
—¿Dónde está Dontaine? —pregunté.
—Lo mandé arriba. Va a dormir conmigo esta noche.
—Buena decisión. —Dontaine había sido herido, pero la cicatrización era rápida. Él era
extraño y poderoso. Tan antiguo como la Mona Luisa, tal vez más que ella. Chami mantendría
un ojo sobre él.
—Gracias, Chami, por esta noche es todo. —Caminé por el pasillo, yendo, esperaba yo, a la
escalera de caracol que me llevaba a mi habitación—. Lo hiciste genial.
—¿Me estas agradeciendo?
Algo en su voz me hizo parar y dar la vuelta.
Chami lucía una mirada casi incrédula—. ¿Cuándo te he fallado?
Fruncí el ceño—. Te comportaste perfecto con el Chico Salvaje allí. Calmado, no amenazante.
Él dio una risa baja y tosca—. Yo no hice nada.
—Haciendo nada era exactamente lo que tenía que hacer. ¿Cómo puedes ver eso como una
falla hacia mí?
—No te ayudé a detener a Dontaine para luchar con Amber cuando me pediste ayuda.
Ah. El desafío. Eso pareció hace mucho tiempo ahora. Me había olvidado de él. Chami
obviamente no. Suspiré, reuní mi astucia sobre mí. —Eso fue mi culpa. No debería haberte
preguntado.
Chami se estremeció como si le hubiera golpeado.
—Quiero decir que debería haberlo sabido mejor. Matar es lo que mejor haces, y no quería a
Dontaine muerto.
—Si, matar es lo que mejor hago. —Chami confirmó tranquilamente, su rostro delgado
inescrutable. Chameleo. Estaba quieto: no de la manera en que los humanos se quedan
quietos, sino completamente quieto en la forma de reptiles. Absolutamente. Así que no estás
seguro por un momento si ellos son reales, viviendo y respirando, o sólo una réplica disecada.
—Solía odiar hacer eso —dijo, hablando en voz baja, sin pasión, sin inflexión. Acabar con
la vida de alguien sin previo aviso, sin ninguna posibilidad. Ya sea que mereciera morir o
no. Muchas probabilidades desiguales con mi capacidad de seguir siendo invisible. Pocos
me detectan. Deslizando mi cuchillo en ellos era tan fácil que se sentía como si estuviera
haciendo trampa. Solía odiarlo cuando otras reinas me apreciaban por ese talento, y esperaba
que las sirviera de esa manera. —Él soltó una carcajada sin sentido del humor—. No sabía
cómo había llegado a depender de esa habilidad hasta que te fallé. Dos veces.
—¿Volvemos a Kadeen otra vez? —Kadeen había sido el demonio muerto quien me había

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secuestrado—. Tú y Amber casi murieron tratando de detenerlo. No me fallaste. Si alguien


falló, fui yo. Fallé de protegerte.
—Ese no es el deber de la Reina…
—El deber de la Reina es cuidar a sus hombres.
—No luchando físicamente.
—¿Por qué no?
—Eso no es lo que esperamos de nuestras reinas,” dijo Chami suavemente.
—Chami —le dije, igual de suave—, en caso de que no lo hayas notado, no soy como las otras
reinas.
Se echó a reír. Una risa verdadera esta vez. —No pude dejar de notar eso.
Sonreí, sintiendo un pequeño brillo de placer. Cada risa rara de mis hombres se sentía como
ganar un premio. —Tú me serviste de mucho en este momento, estando ahí en caso de que
te necesitara. Pero no estando en el camino. Me servirías bien siendo un mentor para los más
jóvenes, enseñándoles cómo usar una daga, cómo protegerse. Para distraerlos de mí cuando
veas que estoy incómoda. Siendo considerado. —Ahuequé su flaca mejilla con ternura—.
No tienes que matar a nadie para servirme, Chami. Puedes servirme mejor cuidando de mi
hermano, manteniéndolo a salvo.
Su mano se acercó para cubrir la mía, presionándola contra su cara. —Eso puedo prometer
hacerlo con todo mi corazón. Thaddeus es muy especial para todos nosotros.
—Gracias. Tienes una manera maravillosa con los niños, ya sabes. Ellos miran hacia ti. —
Sólo porque mi mano estaba contra su piel sentí el calor leve. Bajé mi mano para ver si lo que
sospechaba era cierto.
—Chami, ¿te estás sonrojando?
Él no parecía saber qué decir. Me dio lástima el pobre. —Ahora, si realmente quieres servirme,
puedes ayudarme a encontrar mi camino hacia esa maldita escalera para poder subir a mi
habitación y meterme en la cama.
—Como desee mi señora.
Encontramos la escalera y él se dirigió a su habitación, mientras me dirigía en la dirección
opuesta hacia la mía. Pero cuando giré por el pasillo, supe que el feliz y dulce sueño estaría aún
muy lejos de mi alcance. Gryphon se sentaba frente a mi puerta. Obviamente esperándome.
Evidentemente queriendo hablar conmigo.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó.
A veces odio tener razón.
Mis pasos se hicieron aún más pesados. Querer hablar con tu primer amante, sin querer hacer
saltar sus huesos, nunca era una buena señal. Mi corazón latía con miedo, con lo que más
temía. El me iba a dejar.

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Gryphon se puso de pie mientras yo asentía. Sin decir una palabra, abrí mi puerta, entré, y
lo sentí entrar detrás de mí, una presencia suave. Una sala de estar junto a un dormitorio era
una buena idea, realmente. Me senté en el sofá lujoso. Gryphon tomó asiento frente a mi, no
a mi lado. Otra mala, mala señal.
Inconscientemente, me froté el pecho, tratando de aliviar la sensación de dolor debajo de mi
esternón mientras miré a Gryphon. Mi primer amor. Era tan hermoso para mi ahora como
cuando lo vi por primera vez- su cabello negro como el ébano caía como una cascada brillante
en la oscuridad a su alrededor. El blanco perla brillante de su piel como porcelana impecable.
Sus bellos ojos inquietantemente, azul cristalino y claro. Esa gruesa boca hermosa exquisita,
roja como un río de pasión, tan tentadora como la manzana de Eva. La primera vez que nos
conocimos, en el momento en que mis ojos había caído sobre él, algo elemental dentro de mí
lo había reconocido como su compañero- y lo había alcanzado.
—Ya no me deseas —dijo Gryphon, rompiendo el silencio.
Dejé caer mi mano de mi pecho cuando me di cuenta que lo estaba frotando. —No, todavía
te deseo. Siempre te desearé.
Sus hermosos ojos estaban tristes, tan tristes. Un baño líquido de infelicidad. —Dices eso y
sin embargo te sientas allí, lejos de mí. No puedes soportar tocarme después que te dije lo que
yo había sido.
Yo estaba repentinamente confusa. Él había sido el único en sentirse apartado de mí. ¿A caso
no es cierto? —¿De qué estás hablando?
—Estás enojada conmigo. Disgustada conmigo esta noche, después de que te dije cómo los
otros me habían usado.
—Estaba enojada contigo porque pusiste mi mano en la ingle de otro hombre.
Él sacudió su cabeza, los ojos cabizbajos. —Dices que esa es la razón, pero eso no es la
verdadera razón. —Y aunque parezca increíble, parecía creer eso.
—Gryphon, lo que hiciste antes, lo que los otros te hicieron, no me importa. Eres tú, nosotros,
ahora es lo que importa. Estoy enojada contigo porque me arrojaste a otro hombre. Porque
dejaste a un pobre niño solo, encadenado como un animal, cuando podrías haberlo liberado
mucho antes.
—Yo no sabía qué hacer con el muchacho. Y cuando corriste de mí y de Dontaine… —
levantó la vista y algo como esperanza brillaba en sus ojos—. ¿Es realmente como dices?
—Teniendo a mi amante queriéndome acostar con otro hombre no es poca cosa para mi,
Gryphon.
—Somos Monère, Mona Lisa. No somos humanos.
—Sigue diciendo eso. Pero yo soy parte humana.
—Si pudiera adquirir los dones con la misma facilidad que tú, yo dormiría con Dontaine con
la esperanza de pasarlo para ti —dijo en voz baja. Y, querida Madre de Dios, hablaba en serio.

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—Pero otras reinas —continuó—, otros hombres no consiguen dones y poderes como has
visto. Sandoor y su banda de rufianes. Ellos tuvieron una Reina con la que se acostaron por
más de diez años, y no obtuvieron mucho poder de los apareamientos o de los baños de luna.
Pero una vez contigo… —Volvió sus palmas hacia arriba en un elegante gesto—, y Amber
y yo podemos caminar en el sol. Puedes ver con la claridad de mi visión de halcón, y has
ganado algo de la gran fuerza de Amber.
—Terrorífico. Así que soy más monstruo de lo que pensaba, como un vampiro sexual que
aspira dones en lugar de sangre.
—Tú das generosamente como adquieres.
Sonreí con amargura. —Pone un nuevo giro completamente a ser generosa y dar amor.
Gryphon ignoró mi sarcasmo. —Creo que lo que dices es cierto. Das más cuando haces el
amor.
—Y tal vez lo hago porque no me acuesto con cada hombre que camina a mi lado, incluso los
que se me lanzan —dije suavemente.
Eso calmó a Gryphon por un momento. Le di algo para reflexionar. —Tal vez ese es el caso
—dijo finalmente.
—Sólo te quiero a ti y Amber.
Me miró con ojos solemnes. —A Amber puedo ver por qué. Pero a mi…
—¿Cómo puedes dudar eso cuando cada mujer que te mira te desea?
Sus ojos se volvieron duros y despectivos. —Ellas desean solamente mi cuerpo, mi carne.
—Yo soy culpable también. Deseo tu cuerpo. Tienes un cuerpo hermoso —dije en voz baja.
Sus ojos de párpados caídos crecieron. Una mirada de aquellos ojos somnolientos y me
encendí de repente.
—Eres diferente —dijo Gryphon, su tono de voz bajo ronco hizo que un escalofrío de plata
como una mano invisible barriera mi espina dorsal—. Deseas no sólo mi cuerpo sino mi
corazón. Mi alma.
—¿Tengo tu corazón? —pregunté.
—Lo mejor sólo para ti.
—Oh, Gryphon —Lo alcancé y estuve de pronto en sus brazos. Agarrada con fuerza—. Pensé
que me estabas dejando —susurré contra su cuello.
—Pensé que querías que me fuera.
—Nunca. No importa cómo de enojada me pongas. No me dejes. Nunca me dejes de nuevo.
—No —prometió, llevándome a la habitación, su corazón latiendo con fuerza contra mí—.
No, no lo haré.

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Me puso al lado de la cama y rápidamente me quitó la ropa. Y mientras él me desnudaba, la


ira y el miedo cambiaron de repente en algo más. En algo caliente, posesivo y tierno. Rocé mis
dedos en la parte posterior de su nuca y sentí el suave plumaje escondido ahí debajo como un
placer secreto. El olor de él, ese aroma fresco a limpio que era lo que llenaba mis pulmones.
Gryphon.
Sería capaz de escogerlo de un centenar de otros hombres con los ojos vendados sólo desde
esa única fragancia. Olía como el viento, como la noche, como suaves plumas mullidas y
suaves besos, dulce pasión.
Otras mujeres lo querían, lo habían poseído, lo habían usado. Pero ahora él era mío y yo quería
lavar sus aromas antiguos, borrar su largo toque desvanecido, su codicia, agarrar impresiones.
Huellas manchadas en la ventana de su alma.
Había complacido tanto. ¿Pero le había gustado? ¿Trataron de encontrar su placer, su deseo?
Me aparté de Gryphon. Déjame —dije, mi voz en un bajo suave susurro como él llegó por
mi—. No, no me toques. —Capturé sus ojos, capturé sus manos, y bajé hacia su lado—.
Déjame por favor.
Miró en la promesa de mis ojos y se estremeció.
—Déjame desnudarte —respiré.
Al mismo tiempo nos miramos cuando levanté una lamo y la llevé hasta el primer botón de su
camisa. Extendí un momento infinitesimal mucho antes de que por fin lo tocara, y su aliento
atrapado como si hubiera tocado otras cosas. Cómodamente rodeé un dedo por el borde liso
de ese botón. Sus músculos se tensaron. Miré en sus ojos y sonreí. Sin prisa, presioné el botón
a través del agujero, rozando mi dedo suavemente hacia abajo hasta el agujero siguiente. Poco
a poco, le di a conocer, una hermosa oculta obra maestra, desenvolviéndolo poco a poco
como el dulce presente que era. Él era una espectacular simetría de gracia fluyendo, de fuerza
y poder, un río apacible de músculos y tendones, huesos y carne, perfecto en su creación. Un
digno, digno regalo.
Su camisa cayó al suelo y vi la suave subida y caída de su pecho con la completa absorción,
pleno reconocimiento. Era como la primera creación de Dios. Amplios elegantes hombros,
el oleaje suave del pecho liso, los pezones color miel que de repente me dolía por degustar.
Sabía que eran tan deliciosos como su aspecto, dulce a la lengua, agradable y sensible a la
mano. El calor me inundó y la carne entre mis piernas creció palpitando suave y completa.
Dolor. Pero me mantuve inmóvil, no lo toqué. Todavía no. Todavía no.
Sus ojos eran oscuros ahora, las pupilas dilatadas, corriendo hasta el mismo borde, sus iris
completamente absorbidos. Sosteniendo su mirada, me hundí hasta las rodillas de él, recorrí
mis ojos como una caricia táctil a lo largo de él, dejándolos deleitarse sobre lo que todavía no
me había permitido tocar. Dejándolos caer hacia abajo. Mi respiración se aceleró y surqué su
estómago como llegó mi mano y la dejé allí, apenas en la parte superior de sus pantalones, y di
una lenta, una caricia de mis dedos sobre el borde de la tela, mis dedos rozaron el suave pelo
espolvoreado de su abdomen y que arrastrando tentadoramente por debajo de los pantalones,
pero no tocando la piel. Otro barrido pausado alrededor y alrededor del borde del botón de

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sus pantalones. Justo debajo de ese pequeño botón había algo más grande, más largo, algo
palpitando. Sentí una bocanada de mi aliento contra mi mano y acaricie su cuerpo.
Se estremeció. Yo temblé.
—Mona Lisa. —Su voz fue un jadeo áspero.
—Shhh —susurré suavemente.
Poco a poco, oh, tan lentamente, empujé ese botón a través de su agujero, y manteniendo
cuidadosamente la cremallera, tocando nada más, la bajé. El duro raspeo metálico de eso
descendiendo apretó mis pezones, cepillando como dedos del sonido a través de mis partes
secretas hinchadas. De rodillas como una suplicante delante de él, mis pechos desnudos en
un suave movimiento alejándose de él para no tocarlo, de frotarme contra sus piernas, empujé
hacia abajo sus pantalones, revelando su conjunto, desnudo y hermoso.
No hay ropa interior. Qué grata sorpresa.
Murmuré de placer, de apreciación como miré mi terraplén. Él se balanceaba de pie delante
de mí en la gloria, oscuramente enrojecida, maravillosamente llena de sangre, sus venas
transversales en la superficie como oscuras cuerdas satinadas. Una gota de líquido blanco
perla temblaba en la punta. Mi lengua se movió hacia fuera, lamiendo mis labios, pero sólo
mi respiración acelerada lo tocó, lo acarició. Sus manos se apretaron. Miré hacia arriba a él,
y sonreí como si me hubiera tragado su crema.
—Querida Diosa —Gryphon respiró—. Mona Lisa, me estás matando.
—Ni siquiera he empezado. —Fue una oscura promesa.
Agachándome hacia abajo, dejando caer mis manos, me arrastré lentamente, sinuosamente
alrededor suyo y me levanté en mis rodillas detrás de él, mi aliento un soplo suave en su
espalda. Y luego bajé. Mis manos se posaron sobre sus caderas, y en ese primer contacto de
piel contra piel, Gryphon inhaló aire tembloroso. Exhaló bruscamente cuando deslicé mis
manos alrededor suyo adelante, como dos serpientes deslizándose envolviéndolo. Se olvidó
de respirar cuando se entrelazaron alrededor de la base de su árbol y se deslizaron por su larga
y dura longitud.
Un pulgar suavizó sobre su cabeza llorosa, sumergiéndose en capturar la humedad,
suavizándolo por encima de su corona sensible. Sus nalgas apretadas y flexibles. Irresistible. Ni
siquiera trata de resistirse. Una mano se dirigió al sur infalible hacia la taza de su saco inferior.
La otra mano envolvió alrededor suyo en un apretón agarrando con fuerza, bombeando hacia
abajo y hacia atrás su polo resistente. Él succionó en otro aliento y se estremeció como mi
pulgar suavizó encima de la corona, manchando más líquido pre-seminal sobre la cabeza
gorda como invadí la parte superior. Todo por sentirse solo. No necesitaba mis ojos para ver
lo que estaba haciendo. Lo conocía íntimamente.
En el movimiento hacia abajo, sosteniendo su eje de puño apretado y duro, apreté sus bolas
con firmeza, una presión suave. Cediendo a la tentación, hundí mis dientes en la tentadora
mejilla de su nalga izquierda, justo debajo del hoyuelo burlón cerca de la base de su espina
dorsal. Dio un bajo grito ronco como mis dientes se hundieron, rompiendo la piel, probando
su sangre, probándolo. Dulce, salado. Gryphom. Como el néctar de la vida.

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Lloró mientras bombeaba su eje hinchado duro de nuevo, cuando levanté y apreté sus bolas
duras juntas contra la base de él, mientras se arremolinaban en su cabeza con el desplazamiento,
deslizamiento, la fricción lubricando, dando un paso, pellizcando caricias con el índice y
el pulgar justo por debajo de su cresta donde los nervios recogidos en un paquete de ricas
sensaciones.
Sus manos bajaron para agarrar mis brazos. No me detuvo, pero para mantenerse cuando sus
rodillas se doblaron. Lo agarré, lo levanté con facilidad en mis brazos, y lo puse abajo en las
sábanas de seda de color rojo pálido, como una ofrenda divina. Sus ojos estaban aturdidos y
amplios, su mirada fija en mis labios, en la gota de sangre salpicada en la esquina derecha de
mi boca. Observó, respirando rápido, ya que mi lengua rosada salió y lamió esa gota carmesí
en mi boca, degustándolo de nuevo con sensual satisfacción.
—Sabes a vida —le dije—. Al igual que la propia luz de la luna.
Me arrastré sobre él y me agaché, bajando mi boca a la suya. —Pruébate a ti mismo —dije en
voz baja y lo besé. Una presión suave de mis labios contra los suyos. Una lamida prometedora,
una raspadura de la lengua. Su boca se abrió y entré con delicadeza. Nuestras lenguas se
arremolinaron, bailaron, se aparearon. Y luego estaba en mi boca, empujando, empujando,
su lengua entrando y saliendo en un acto tan antiguo como el tiempo inmortal, haciéndome
jadear, quemándome. Haciendo mi flujo miel, mojándome, y llenando el aire con su dulce
perfume de almizcle, con nuestra esencia. Sangre y sexo. Una potente combinación.
Tiré hacia atrás, jadeando. Lamí mis labios y lo probé, la sangre y saliva. Pero fue otro fluido
por el que estaba hambrienta de repente.
—Deja que te toque —declaró él.
Levanté la vista hacia él. Dejé que vea mi sonrisa maliciosa. —No, sólo tú en esta ocasión.
Tú. Déjame por favor, déjame darte placer. —Inclinándome, me deslicé encima de él, me
deslicé hasta él, tocándolo con mis pezones. Froté mis apretados puntos frambuesas sobre sus
protuberancias, rodándolos juntos, satisfaciendo a los dos, y de ellos corrió en dos líneas de
fuego por su pecho duro, su surcado abdomen, más allá de sus caderas. Separé sus piernas,
extendiéndolo con mis rodillas, me deslicé hacia abajo en el espacio que había creado. El
pelo mullido de su ingle era como un cosquilleo en mi pecho, su longitud dura como una
barra de satén pulsante, blanda y dura contra mi mejilla. Froté mi cara contra él, rodándolo
por encima de mi mandíbula, contra mi cuello, inhalándolo, bebiendo en la sensación de
suavidad incomparable de él, burlándonos a los dos hasta que no pude esperar más y volví la
cara y me lo llevé en la caverna caliente de mi boca. Se deslizó con un suspiro, con un gemido.
Con un endurecimiento de su cuerpo entero y un apretamiento interior de la mía.
—Querida Diosa. Dulce Diosa —jadeó y alzó las caderas, arqueándose dentro de mí,
empujando más profundamente en la succión codiciosa de mi húmeda boca. Tiré hacia atrás,
arriba, arriba, para la punta y lo probé, girando mi lengua sobre él, sobre su ojo lloroso, otra
rica esencia de él. Y yo tarareaba mi satisfacción.
Con mis ojos cerrados, lo sentí empezando esa maravillosa danza de la luz. Un dibujo de la
vida interior hasta el ser exterior. Mis ojos se abrieron y vi el hermoso brillo que empezaba a
llevarlo, para barrer todo el alabastro puro de su piel con un frío sonrojo blanco, brillando más
y más. Para penetrar en su piel, formar parte de eso. Cambiarlo de una criatura de la noche

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en una criatura de la gloriosa luz, su piel brillando, irradiando de él en los ejes de la luz que
llenaban la sala. Él era sobrenaturalmente hermoso en su placer. Y su placer se convirtió en
el mío, y esa luz interior empezó su danza ansiosa dentro de mí. Mi piel cambió, se suavizó,
brilló, y era como si nuestra carne muy blanda, se disolviera, no se convirtió en nada más.
Nos mezclamos uno con otro donde nos tocamos, piel contra piel, y luego sólo la luz tocando
luz, convirtiéndose en uno.
Llené mi boca con él, hundiéndome hacia abajo para que mis labios casi tocaran su base, casi
lo envolví entero, mis labios apretados en torno suyo. Mi mano derecha bajó entre nosotros,
cayendo para pedir prestado algo de mi propia miel líquida, para volver a exprimir sus bolas
porque no podía resistir su tentación colgando, luego moviendo más atrás, hacia arriba y
atrás, hasta que mi dedo inquisitivo encontró y rodeó su agujero anal bien fruncido.
Mi otra mano apretó su nalga izquierda, encontrando donde lo había marcado y mordido,
y rodeé esa tierna piel rota. Él temblaba debajo de mí en mi boca. Acaricié arriba y afuera,
mis labios apretados, pastoreando su superficie venosa con mis dientes como barrí su palo,
mi lengua dándole vueltas. Encontrándolo en la parte superior, mi lengua recorrió sobre esa
tierna abertura ciega que rezumaba la dulce esencia de él.
Lo traspasé con mi lengua, ese pequeño agujero. Penetrándolo con mi dedo en su otro agujero
prohibido. Y lo probé con otro dedo, excavando en la piel rota donde lo había mordido,
raspando la carne cruda y tierna.
Gritó fuertemente, dulcemente, y convulsionó alrededor de mi dedo y en mi boca. Y sintiendo
su caliente corriente de chorro llenándome, degustándolo, sintiéndolo deslizarse por mi
garganta como su espasmo del esfínter con fuerza alrededor de mi dedo índice como una boca
poco apretada, agarrándome, oh, tan dulce, su sangre húmeda desde donde lo había marcado
manchando mi otro dedo…
El gusto, el tacto, la inundación de mí con su esencia me trajo a mi propia liberación, casi una
ola suave de pulsación, convulsionando en calma. Y mientras mi cuerpo todavía temblaba,
me encontré arrastrada hacia él, su corazón latía contra el mío. Envolví mis brazos alrededor
suyo, lo mantuve apretado mientras la última luz era absorbida de nuevo en nosotros y éramos
dos seres separados una vez más, dos pieles diferentes. —Mío —susurré con fiereza contra su
cuello—. Eres mío.
—Si, soy tuyo. Cuerpo, corazón, y alma —respiró, susurrando una rendición, sosteniéndome
firmemente a él, un suave y desconcertado asombro en su vos—. Y tú eres mía.

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Capítulo 7
Traducido por Akanet y Flochi
Corregido por Andrea

L os golpes en la puerta eran fuertes e impertinentes. El sol todavía estaba arriba,


elevado en el cielo, brillando fuertemente. Me sentí como si apenas hubiera cerrado
los ojos. Gryphon se removió a mi lado. Golpear era simplemente mucho mejor que
entrar sin invitación pero aún así... será mejor que sea importante.
—Se han ido señora. Tersa y el niño —era Rosemary. Ella habló con urgencia pero en voz
baja a través de la puerta. Sin necesidad de gritar, la oí con claridad.
Encontré mi ropa esparcida por el suelo. Gryphon estaba vestido antes de que yo lo estuviera.
Abrió la puerta mientras me aseguraba las dagas alrededor de la cintura, y Rosemary entró
calladamente.
—Lo siento mi señor, señora. Pero he buscado por toda la casa. No están aquí. Y su hermano
Thaddeus tampoco está en su cuarto.
A menudo, mi hermano se levantaba en la tarde mientras los demás dormían, no del todo
ajustado a nuestro horario inverso. Casi podía ver lo que había sucedido: Tersa descubriendo
que el Niño Salvaje volvió a su casa, el bosque. Thaddeus el único levantado y alrededor; ellos
dos saliendo a buscarlo. ¡Tersa y Thaddeus afuera solos! Oh, mierda.
Abrí de par en par la puerta para encontrar a Amber en el pasillo completamente vestido, su
pelo despeinado por dormitar pero sus ojos en alerta. Tal vez ponerse la ropa era como ir al
baño para los hombres; simplemente lo hacían más rápido que las mujeres. Él obviamente
había oído hablar a Rosemary.
—¿Los otros? —le pregunté a Amber.
—Durmiendo. Sería difícil despertarlos.
—Despierta a Chami —instruí a Rosemary—. Dile lo que está pasando. Tenlo protegiendo a
los demás aquí. — Por ahora, fue lo mejor en lo que pude pensar.
Bajé corriendo las escaleras, Amber y Gryphon detrás de mí. —¿Cómo salieron de la casa?
—pregunté.
—Una ventana estaba abierta en el comedor —respondió Rosemary, bajando las escaleras
con paso sorprendentemente ligero para su grosor y estatura. Esperaba que alguien con esa
constitución robusta fuera ruidosa—. La cerré.
—Cierra con llave detrás de nosotros —salí por la puerta principal.
El ardiente sol estaba directamente en lo alto, haciendo que ambos, Amber y yo entrecerráramos
los ojos. La luz del sol no nos freía, pero nuestros ojos eran sensibles a la luz brillante. Tenía

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un par de gafas de sol en alguna parte en mi cuarto. Dios sabe dónde estaban escondidas. No
había tiempo que perder para andar buscándolas. Una pena. Mis ojos ya estaban comenzando
a humedecerse.
Escaneé completamente a mi alrededor pero no encontré nada en las inmediaciones. Es decir,
nada humano. Había gran cantidad de vida salvaje allí afuera. Di vuelta para encontrar a
Amber olfateando el aire, sus fosas nasales amplias y llamativas, los ojos brillantes color
ámbar.
Gryphon se había desnudado por completo, su ropa estaba cuidadosamente doblada en el
suelo. Vaya, tal vez no era una cosa chica-chico. Tal vez sólo tenían más práctica que yo. Un
resplandor de energía, chispas de luz y Gryphon se elevaba en el aire, alas extendidas con
más de tres metros de largo, un gigante y elegante halcón blanco como la nieve. Un par de
movimientos de sus alas con puntas grises y él estaba a gran altura en el cielo, dando vueltas
por encima de nosotros.
—Se fueron hacia el norte —dijo Amber, corriendo por el césped, lanzándose dentro del
bosque.
Fui detrás de él, saltando sobre rocas y troncos de árboles caídos, esquivando ramas pasé
rozando arbustos antiguos. Me moví con gracia natural y velocidad, pero no como Amber.
Él corría como el agua que fluía en un río, naturalmente, examinaba rápidamente a través de
la maleza sin perturbar ni una sola hoja. Se movía como si supiera donde estaba cada piedra,
cada árbol, cada rama, con una fluidez y rapidez que venía de conectarse con su bestia,
utilizando sus sentidos gatunos. Y mirándolo, siguiéndolo más lenta, menos segura, deseé
poder hacerlo como él lo hacía.
Percibí breves vistazos a través de los árboles de Gryphon volando en lo alto en un planeo
ligero, grácil y silencioso. Y aunque mis sentidos eran menos agudos que los de Amber o
de Gryphon en su forma animal, podía oler el aroma salobre del agua estancada, de hojas
en descomposición. La tierra debajo de nosotros se volvió más húmeda y más suave. Ellos
habían entrado en la tierra de la ciénaga, el pantano. Había cosas desagradables que vivían
allí afuera. Cosas que podrían comerte. ¿En qué diablos estaban pensando?
Esta vez los oí a una distancia lejana.
—Chico Salvaje —llamó Tersa.
Luego la joven voz de tenor de mi hermano. —Wiley, amigo, ¿dónde estás? ¿Wiley?
Por encima de nosotros, el halcón dio un chillido agudo.
—¡Tersa, Thaddeus! —grité, aún corriendo, saltando, siguiendo a Amber casi a ciegas
mientras se dirigía hacia las voces, sintiendo una oleada de alivio fluyendo dentro de mí por
encontrarlos.
—¿Mona Lisa? —Tadeo gritó con sorpresa.
Luego vino un sonido que cambió abruptamente el alivio por un rápido destello de terror, un
ruidoso chapoteo. Un grito alarmado.

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—¡Tersa! —Thaddeus gritó.


Y luego un segundo chapoteo más suave, más controlado, desde el otro extremo del pantano,
como un gran depredador entrando en el agua, cazando su presa.
—¡Sáquenla del agua! —Me arrojé a mi misma hacia adelante sin tener en cuenta la calma o
la cautela o cualquier ruta que podría o no podría estar ante mí. Limpié mi propio camino,
saltando sobre las cosas cuando podía, estrellándome a través de la maleza a la altura de los
hombros y los matorrales cuando era la ruta más corta, mi corazón palpitaba ahogando todos
los otros sonidos hasta que no oía nada más que mis jadeos, mis pies corriendo. Mi temor.
Un grito astilló el aire mientras me abría paso hasta el borde del pantano y la escena que llenó
mis ojos detuvo mi respiración, la única razón para que supiera que era Tersa gritando y no
yo.
Un goteante Thaddeus se paró valientemente frente a una empapada y desaliñada Tersa, donde
obviamente él la había arrastrado unos pocos metros arriba de la orilla. Pero el salir del agua
no había garantizado su seguridad. Mi hermano se enfrentaba a un cocodrilo hambriento, en
su intención de matar. Sólo que no era simplemente un cocodrilo, era un maldito leviatán1.
La longitud total de la criatura era difícil de verificar mientras su cola estuviera todavía en el
agua. Pero definitivamente, se extendía más del metro setenta y cinco de mi hermano. Tal vez
tres veces más largo y tres veces más pesado.
La mayoría de los animales de la naturaleza tienen un poco de belleza compensatoria, pero
no esta criatura. Era realmente fea, una cosa de piernas arqueadas, achaparrado, plano con
un cuerpo largo y poderoso que reptaba en sus cuatro patas justo por encima de la tierra. Su
piel acorazada como roca tenía masas y protuberancias sobresaliendo de su superficie como
agudos brotes horribles. Como cosa del monstruoso mal, una realidad mucho peor de la que
imaginas en tus pesadillas. Sus ojos fríos con luz plana eran lo único que parecía con vida,
aunque con vida era una descripción generosa. Mirando en esos ojos fríos centelleantes, sabías
que no poseían misericordia, ni alegría, ni otra emoción más que el hambre y la necesidad de
saciarla... frío, astuto y calculador. Como los ojos de mi madre.
El poder de Thaddeus fluctuaba en el aire, apareciendo y desapareciendo como un latido
invisible al ritmo de los gritos de Tersa. Empuñaba el yeso de fibra de vidrio de su derecha
como un escudo frente a él. Se había roto el brazo en el accidente automovilístico que había
terminado con la vida de sus padres, pero había conservado la suya. El yeso ya no era blanco
inmaculado sino de un gris barro por su zambullida en las aguas chocolate oscuro del pantano.
Thaddeus saltó hacia atrás mientras esas mandíbulas largas como una yarda se lanzaba hacia
adelante increíblemente rápido, cerrándose a escasas pulgadas de sus tobillos. Un insólito fallo
demasiado cercano. Pero en lugar de retirarse, Thaddeus dio un paso adelante, balanceando
su yeso como un garrote, agrietándolo contra el hocico plano y enviando de una sacudida
la cabeza del caimán hacia atrás. Por desgracia, el golpe debe haber sido dado durante una
de las fluctuaciones de desconexión del poder de Thaddeus; el poder que descargó detrás
del golpe no era nada más que fuerza humana. El cuerpo de reptil bajo y pesado se quedó
anclado, aferrando la tierra. La cabeza llegó meciéndose por el lado derecho, esas mandíbulas
mortales abriéndose como en un bostezo una vez más y de repente el tiempo parecía ir más
despacio. Era como si el propio aire se hubiera concentrado y se hubiera vuelto pesado. Tuve
1 Leviatán: Es una bestia marina del Antiguo Testamento.

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todo el tiempo para ver a Amber saltando a por Thaddeus y Tersa. Todo el tiempo para ver
que no iba a lograrlo, no a tiempo. No antes de que esa monstruosa mandíbula se cerrara
alrededor de la pierna de mi hermano. Todo el tiempo para llorar y darme cuenta de que no
había nada que pudiera hacer. Vi con horror que me llenaba y me envolvía como una ola
irresistible, como esos dientes llegaban más y más cerca, y sabía lo que sentía la criatura: un
hambre de carne, sed de sangre.
Un grito agudo arrancó la lentitud y el movimiento avanzó de nuevo al paso normal del
tiempo. Lo que sucedió después fue tan surrealistamente rápido, que fue difícil de seguir sólo
con los ojos. Un gran halcón, Gryphon, se zambulló a increíble velocidad y fuerza en una
inclinación que quitaba el aliento, como una bala de cincuenta kilos a toda velocidad desde el
cielo, sin restricciones. Los ojos como de serpiente del caimán rodaron hacia arriba, divisando
la nueva amenaza. Esos ojos sensibles se cerraron a presión, una fracción de segundo antes
de que el depredador que bajaba en picado lo golpeara, rastrillando las garras afiladas sobre
la cara escarpada del caimán, los párpados protectores, pero errando con los ojos, el único
punto vulnerable en su superficie blindada.
La fuerza y el impulso de la precipitación del halcón gigante, el roce de sus alas, sacudió hacia
atrás a Thaddeus dentro de los brazos de Amber y empujó a la criatura de pesadilla lejos,
volcándolo de nuevo en el agua.
A duras penas el pájaro se detuvo a tiempo fuera de su inmersión desafiando a la muerte,
llegando tan cerca del suelo que la suciedad fluyó en el aire desde donde las garras rasparon la
orilla. Pero tan pronto como el halcón se alejó, el caimán regresó a su caza. Estaba de vuelta
en la orilla cubierta de hierba mientras Amber se abalanzaba hasta Tersa con su otro brazo.
Pero algo voluminoso y horrible se movió increíblemente rápido. Y entonces, yo también.
Sólo que yo no estaba en la orilla. Estaba con el agua hasta mis muslos, detrás de la bestia
prehistórica, agarrando su cola, tirando su veloz ataque hacia una parada abrupta que hizo
que le rechinaran los dientes.
Sentí como si estuviera sosteniendo una piedra irregular. Una roca que se movía. Una roca
que tenía una enorme fuerza. Antes de que pudiera lanzar al maldito monstruo lejos de mí,
la tensión en esa larga, larga cola, disminuyó.
Oh, oh.
Con un desenfoque sorprendente, casi a la velocidad Monére, retrocedió y se abalanzó sobre
mí. El dolor agudo desgarró como el hierro caliente a través de mi carnosa pantorrilla y el
olor ácido penetrante de la sangre se elevó en el aire, mitigado por el agua pero inconfundible.
Mi sangre. Oh mierda, fue todo lo que tuve tiempo a pensar. Entonces, con un simple tirón
de esa fuerte mandíbula, surqué el aire por un largo y breve momento, golpeé de nuevo el
agua, sólo que más profundo, hundiéndome en el centro del pantano, el agua sobrepasaba mi
cabeza. Me balanceaba moviéndome hacia atrás y jadeaba por aire.
Al igual que una criatura del infierno, como una bestia de un tiempo olvidado, el cocodrilo
se hundió en el agua hasta que no se veía nada, excepto esos ojos fríos y calculadores que
ondulaban el agua detrás de él en silenciosos remolinos con el poderoso balanceo de su pesada
cola, moviéndose con una velocidad escalofriante en el agua, extrañamente elegante, cuando
se había movido tan torpemente sobre la tierra, viniendo rápidamente. A por mí.

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¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!


Empecé a nadar, pero el agua no era mi terreno natural. Ninguna de mis casas de acogida
había encontrado incentivos para soltar dinero en clases de natación. Lo mejor que podía
hacer era un estilo perrito2, sin gracia. Y con sólo tres piernas. De momento, mi pierna
derecha estaba un poco entumecida e inútil donde el caimán me había mordido. Mi forma
de nadar, por llamarla de alguna manera, bueno, simplemente no iba a conseguirlo. Escuché,
sentí, a la criatura sumergida progresando detrás de mí y me di la vuelta para enfrentarlo.
Definitivamente no iba a escaparme de él en estilo perrito pero podía hacerle frente.
Entonces se hundió completamente.
¡Oh, doble mierda!
Un cuerpo saltó y atravesó el aire como un mono volador, demasiado pequeño para ser Amber,
sumergiéndose con un clavado, casi sin salpicar, cortando perfectamente el agua cerca de
donde el cocodrilo había decidido jugar a aquí-estas-te-voy-a-morder. Salieron del agua casi
de inmediato, los dos entrelazados dándose una paliza.
Era el Chico Salvaje, Wiley, envuelto alrededor de la panza pálida del caimán con sus piernas
de mono, un brazo alrededor de la mandíbula dentada parcialmente abierta, el otro brazo
intermitente hacia arriba y hacia abajo, clavando un cuchillo que parecía lastimosamente
pequeño en el vientre de la bestia. Desaparecieron bajo el agua de nuevo y empecé a chapotear
hacia ellos.
El caimán iba a mascar a Wiley en seguida o a ahogarlo, ¡maldita sea!
—¡Mona Lisa!
Volví mi cabeza hacia donde me llamaba Amber y lo vi señalando el cielo. Sentí más que ver
a la poderosa presencia bajando en picada.
—¡No! —Logré soltar antes que las garras increíblemente afiladas y dolorosas se hundieran
en mi espalda, cavando profundo en mi carne. Fui arrancada del agua y levantada en el aire,
para después ser dejada a salvo en la orilla. El halcón subió al cielo una vez más, ganando
altitud para otra zambullida. ¿Pero serviría de algo? Era difícil para un ataque aéreo con dos
figuras apareciendo y desapareciendo en el agua a intervalos impredecibles.
—¡Mona Lisa! —gritó Thaddeus, corriendo hacia mi desde la maleza, Tersa detrás de él.
—¿Dónde está Amber? —dije entrecortadamente, en su mayor parte debido al dolor. A elegir
entre la perforación por las garras y el desgarro por los dientes en el tobillo.
Tersa señaló detrás de mí, hacia el bayou.
Me di la vuelta. Amber estaba nadando rápidamente hacia el centro, y parecía como si supiera
lo que estaba haciendo. Pero no había nada más. Sólo ondas en el agua. Entonces, el chico
envolviendo al caimán salió nuevamente a la superficie. Con una gran brazada, Amber estuvo
allí, una de sus manos rodeó la punta de ese hocico largo haciendo que la mandíbula se
cerrara con una facilidad casi casual, la otra mano sostenía una de las patas cortas delanteras
2 Estilo Perrito: Estilo simple de natación.

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de la criatura. El animal se zarandeó y retorció, haciendo girar a todos en el agua, pero no


con tanta facilidad como había hecho con el Chico Lobo Wiley. Se movió en el agua con gran
dificultad, como si se estuviera hundiendo por una roca enorme, que supuse debía ser Amber.
—¡Ve! —gritó Amber a Wiley, señalando lejos.
Así lo hizo. Con los ojos bien abiertos y sin dudar, el chico fue nadando a la orilla con
brazadas rápidas y agraciadas. Vaya, ¿acaso todo el mundo sabía nadar menos yo?
Tersa corrió para encontrarlo. —¡Wiley!
Cuando el chico estuvo lo bastante cerca del embalse, Amber se giró, y con un enorme tirón,
envió al caimán navegando por el aire, sobre la hierba a la altura de los hombros, volando al
menos, unos impresionantes nueve metros antes de chocar con un resonante ruido contra un
ciprés gigante. Se hundió como un ancla rota, desapareciendo de la vista pero no del oído.
Desafortunadamente, por la ruptura de las ramas y el susurro de las hojas, el maldito todavía
estaba vivo. Pero se dirigía lejos de nosotros, abandonando la batalla. Cosa inteligente.
Wiley estaba fuera del agua sonriéndole a Tersa, prácticamente meneaba su cola, feliz y
contento con su generosa atención. Pero tan pronto como Amber salió del agua, el chico
atajó por los árboles.
—No, Wiley. ¡Regresa! —gritó Tersa detrás de él.
—Déjalo regresar a su casa en el bosque —le dije con amabilidad—. Su corazón pertenece a
la jungla. Vendrá a nosotros cuando esté listo. Sabe donde estamos.
—Santo Dios, Mona Lisa —dijo Thaddeus, mirando mi pierna. Por su tono, no sonaba nada
bien.
Reacia, miré hacia abajo. Había estado retrasando esta tarea hasta ahora.
Bien, carne desgarrada, sangre chorreando. No es gran cosa, me dije mientras los sonidos a
mí alrededor se ensordecían y mi visión se nublaba. Y me desmayaba.
Regresé cuando estábamos subiendo los escalones hacia Bella Vista. Cielos, ponerle nombre
a una casa, ¿puedes imaginarlo? Aunque en realidad era Amber el que estaba subiendo. Yo
estaba siendo transportada como un saco de patatas mojada en sus brazos.
Gryphon bajó corriendo las escaleras, vestido, noté. Todos los demás bajaban como agraciadas
ondas detrás de él. Chami, Tomas, Aquila, Rosemary, Jamie, incluso Dontaine, quien todavía
parecía estar aquí. El atardecer estaba cayendo y todo el mundo estaba despierto. Muy mal.
Hubiera sido mucho mejor colarse sin ser notados. Otros rostros curiosos que no reconocí se
asomaron por la puerta del frente; personal de la casa que yo reuní.
—¡Querida Dulce Madre de la Luz! —exclamó Rosemary, al vernos. Me estremecí
interiormente. Todos debemos vernos como un grupo andrajoso, siendo yo la más andrajosa
de todos—. ¿Qué pasó? —preguntó.
—Nada —le aseguré—. Estamos todos bien. —No gracias a mí.

86 Traducido en Purple Rose


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—Definitivamente no estás bien —dijo Chami con algo de calor.


—No es nada —dije.
—Me alegra ver que estás despierta —rugió Amber. Su voz profunda y descontenta resonó
en su pecho, atravesándome mientras se adentraba en el interior de la casa—. El nada del que
hablas te dejó inconsciente cerca de una hora.
—Oh, eso —dije, encogiéndome de vergüenza—. Sólo me desmayé cuando vi mi pierna
hecha un desastre.
—Pensé que eras enfermera —dijo Jamie, mientras era tendida suavemente.
—¡No sobre el sofá! —grité cuando vi el precioso pero ahora antiguo sofá arruinado.
Por supuesto, fui ignorada. Con un encogimiento mental de hombros, relajé mi cuerpo
dolorido sobre los suaves cojines, el daño ya estaba hecho.
—Lo recordaremos la próxima vez —dijo Tersa en voz baja.
—Tersa, ¿acabas de hacer una broma? —pregunté.
—¡Oh, Milady! —Estalló en sollozos que me hicieron encoger. Dame sangre cualquier día.
Las lágrimas me aterran. No sabía que hacer frente a todos ellos más que decir: me rindo.
Vosotros ganáis.
—Es mi culpa que resultaras herida —dijo Tersa.
—Fue un caimán el que me masticó un pedazo, no tú —dije, impotente ante la embestida del
llanto.
—¡Un caimán! —exclamó Tomas con suave horror.
—Estoy bien.
—Te desmayaste —acusó Aquila. Incluso el despreocupado y bueno de Aquila me estaba
atacando. Desesperadamente quise la tranquilidad y la paz de mi cuarto. Desafortunadamente,
no podía levantarme y salir caminando. El entumecimiento se había acabado y ahora estaba
doliendo como el infierno.
—Me desmayé al ver toda la sangre —dije.
—¡Pero eres una enfermera! —protestó nuevamente Jamie.
—Gracias, te escuché la primera vez. —Me encogí de hombros—. Era la sangre de otras
personas, la carne cortada y rasgada de otras personas. Nunca importó antes. —Todos se
quedaron mirándome—. Demándenme.
Mi hermano, la voz de la razón, habló calmadamente. —Necesitamos llevarte al hospital.
—¡No! —grité—. Nada de hospitales. Me habré curado más en las tres o cuatro horas que me
harán esperar antes de verme.

Traducido en Purple Rose 87


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—Entonces, ¿sanas rápidamente? —preguntó Gryphon. Como nosotros, fue la pregunta


no formulada. Como Dontaine. Su garganta estaba ahora entera, la piel perfecta y sin
imperfecciones, como por arte de magia.
—No lo sé —respondí sinceramente—. Nunca me lastimé antes.
—¿Nunca? —dijo Gryphon con asombro.
—No en esta medida. Sólo pequeñas raspaduras y contusiones. Siempre había sido más rápida
y fuerte que los otros humanos. —Me encogí de hombros otra vez e hice una mueca de dolor,
recordé forzosamente el hecho de que no sólo por mi pierna había sido lastimada—. Tuve
una infancia encantadora. —por lo que respectaba a las heridas. El resto, no tan encantadora.
Gryphon me movió con cuidado hacia adelante para mirar mi espalda. Pasó un dedo
ligeramente por donde sus afiladas garras habían pinchado mi piel. —Lamento haber tenido
que lastimarte —dijo con una tristeza tranquila, sus ricos ojos azules estaban empañados por
remordimiento.
Puse una mano sobre la suya. —Oye, mucho mejor que ser comida de caimán.
—Si no estás segura de cómo de rápido sanarás, deberías ir a urgencias a que te saturen esto
—persistió Thaddeus.
—¿Cómo se ve? —pregunté, tragando—. ¿Creen que ha sanado algo?
—No lo podría decir —contestó mi hermano siempre sincero—. Hay demasiada sangre.
Bien. No mires, no mires. O estarás haciendo otra inmersión.
—Nada de hospitales —insistí con obstinación. Thaddeus parecía que iba a usurpar mi
decisión, y francamente, el resto parecían estar inclinados a apoyar su pequeña sublevación.
Tenía cero en mi lista de aliados—. Rosemary, llévame a mi cuarto, por favor. Ayúdame a
limpiarme.
—Bueno, eso no dañará su herida —murmuró sarcásticamente.
Bueno… quizás también estaba inclinada en apoyar la revuelta.
Afortunadamente, sentí sus grandes brazos envolverse a mi alrededor y levantarme
cuidadosamente. Se sintió un poco extraño ser transportada por una sinuosa escalera por una
mujer. Mierda, ¿cuántas escaleras podía tener una casa, mansión o lo que fuera?
Rosemary, bendito su corazón valiente, me llevó directamente a la ducha. Era más que
suficiente para dos personas, y por una vez estuve agradecida por todo ese espacio opulento.
Dejamos mi ropa sucia en el piso de la ducha, chorreando riachuelos marrones por el drenaje.
Me sentí como un bebé mientras ella me secaba con una toalla y deslizaba una camiseta
cómoda con la que dormía sobre mi cabeza y doblaba una esponjosa toalla debajo de mi
pierna.
—¿Cómo luce? —le pregunté.
—Como si algo grande te hubiera mordido.

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—Eso no ayuda —murmuré. No podía evitarlo más. Preparándome, miré cautelosamente mi


pierna. No estaba completamente segura, después de todo, mi primer vistazo había hecho que
me desmayara, pero creo que estaba un poco mejor. No estaba sangrando tanto, sólo rezumaba
hoscamente y palpitaba como un diente hinchado y listo para despedir pus y podredumbre.
Tragué, tomé una respiración superficial, y aparté la vista. Rosemary presionó un paño
limpio sobre mi pierna. Las pobres toallas. Entre Dontaine y yo, teníamos muchas de ellas
que reemplazar.
El thump thump thump de hélices girando se hizo más fuerte y ensordecedor en mis sensibles
oídos antes de que mentalmente bajara el volumen. —¿Qué está pasando? —le pregunté a
Rosemary. Había ido a comprobar a la ventana.
—Es un helicóptero.
Me di cuenta, quise decir, pero mantuve mi sarcasmo firmemente sujeto y sin hablar. No
ayudaría, y ella sólo había sido amable y útil para mí.
El viento de las hélices chirriantes voló el cabello de Rosemary a través de la ventana, y las
cortinas se revolvieron a medida que el helicóptero aterrizaba.
—¿Qué está haciendo un helicóptero aquí? —pregunté.
Antes de que tuviera tiempo a responder, el ruidoso avión se levantó y se alejó volando, y la
respuesta a mi pregunta se apresuró a subir las escaleras y entrar en mi cuarto.
—¿Halcyon? —dije mirando boquiabierta al hombre de piel dorada que acababa de entrar.
Era un hombre delgado de altura y constitución media. Un hombre elegante con gustos caros
y exquisitos. Llevaba su camisa habitual de color marfil, tenía un armario lleno de ellos. Lo
sé, porque los vi. Pero en vez de gemelos de diamantes, ónix negro bordeados de oro se veía a
hurtadillas en sus puños el día de hoy. Pantalones ajustados hechos a medida de color negro
y botas elegantes del mismo color hasta las rodillas completaban su traje. Con una expresión
sombría y un aire distante de reserva, parecía un noble de siglos atrás. Fue lo primero que
había notado con respecto a él cuando nos conocimos, esa reserva, ese distanciamiento hacia
los demás, esa… soledad.
Nadie adivinaría a primera vista que él era el Gran Príncipe del Infierno. Que era un demonio
muerto, algo que incluso los Monére temían. Demonios muertos era en lo que se convertían
los Monére cuando morían, aquellos con fuertes poderes psíquicos para hacer la transición al
Infierno y mantener una presencia física. No había nada inusual en Halcyon que uno pudiera
sentir, excepto por su piel dorada y aquellas uñas largas que agraciaban sus dedos, afiladas
como puñales.
—Mona Lisa. —Su voz era tan cultivada, tan elegante como el hombre en si mismo. Sin
embargo, la preocupación que observé en su rostro era extraña. Preocupación no era algo que
usualmente verías en su rostro. La preocupación generalmente la veías en el rostro de otros
tipos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, empujando las sábanas más alto, súbita y
terriblemente consciente que la última vez que lo había visto, me había llevado a un clímax

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empapado de una sola mordida, bebiendo mi sangre. Una pequeña probada de mí mientras
saboreaba la suya.
Me volví, terriblemente consciente de que no estaba usando sostén, no es que realmente
necesitara uno, con una constitución como la mía, pero sería una especie de protección entre
mis pezones y la reveladora sábana. Incluso peor, fui plenamente consciente de que no estaba
usando absolutamente nada de ropa interior. No es un estado en el que una querría estar,
sobre todo, ante un hombre que no tenía la necesidad de tocar realmente para tocarte.
Otra persona se deslizó dentro del cuarto. —Sanadora Janelle —dije como si tuviera la cabeza
adormecida—. ¿Qué hace aquí?
Estaba usando el habitual vestido marrón que denotaba su don y status. Janelle era la sanadora
residente del Gran Concejo en Minnesota.
Lo sé. ¿Qué hay en Minnesota, verdad? Es un lugar con acres y acres de tierras prístinas y
bosques vírgenes, cerca del borde de Canadá. Perfecto para la sede de los Monére.
Oye, había hecho mis deberes.
—Gryphon nos llamó y dijo que fuiste herida y no había ninguna sanadora disponible en este
lugar. —Se acercó a la cama, chasqueando la lengua al ver mi pierna. Volviéndose hacia los
otros, dijo—. Si me dan un momento a solas con mi paciente, por favor.
Requería muchas agallas echar al Gran Príncipe del Infierno del cuarto, y encima hacerlo
educadamente. Halcyon asintió y salió del cuarto caminando con gracia, Rosemary detrás
de él. Aflojé mi delgada sábana y me relajé. Janelle estaba mirándome, simplemente arqueó
sus cejas.
—Es, uh, amable por parte de Halcyon escoltarte hasta aquí —dije—. Para ver que has llegado
sana y salva.
—No fue mi seguridad su principal preocupación —contestó Janelle escuetamente.
Bien.
—¿Has intentado curarte? —preguntó.
De hecho, el pensamiento de sanarme a mí misma se me había ocurrido. Había estado
esperando que Gryphon entrara en vez de Halcyon. Pero de alguna manera, estar toda
desgarrada, sangrienta, y palpitante de un dolor que realmente, realmente dolía, no te dejaba
de humor para el sexo, al menos, cuando era yo la que estaba herida. Limitaciones reales con
mis dones sanadores.
Sacudí la cabeza.
—¿Te gustaría intentarlo? —preguntó Janelle—. ¿O preferirías que guardara la lección para
más tarde y te sanara primero?
Alcé la vista y busqué dentro de sus ojos. Eran tan amables y claros como siempre. Ninguna
insinuación oculta, ninguna señal de que estaba sugiriendo, participar en un encuentro de
sexo lésbico. ¿Lo estaba sugiriendo?

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—Yo, um, al parecer no puedo sanarme a mi misma sin estar intimando con otros.
Ella parpadeó. —Ya veo. ¿Has probado a curar sin sexo? — Obviamente, ella no tenía
problemas usando la palabra de cuatro letras S-E-X-O. Aunque resultaba extraño como el
infierno escuchar la palabra sexo saliendo de su boca serena.
Pensamiento de Gryphon guiando mi mano para cubrir la ingle rígida de Dontaine parpadearon
en mi mente. Los aparté. —Sí, y no fui capaz —contesté.
—Eras capaz de alejar el dolor con tu toque, si no recuerdo mal.
Asentí.
—¿Te gustaría al menos intentar eso? —preguntó ella.
No tenía problemas en intentarlo, y quise patearme a mi misma por no haberlo pensado
antes. Tomé una respiración larga y profunda y puse mis manos sobre mi pierna destrozada;
ni siquiera tenía que mirar para hacerlo. Me concentré, fui profundamente dentro de mí, y me
esforcé…—Nada —dije frunciendo el ceño—. No está viniendo.
—No importa, niña. Perdona a una vieja maestra. Es difícil para uno concentrarse cuando
está sintiendo semejante dolor. —Janelle puso sus manos con suavidad sobre mis piernas,
apenas tocaba. Sólo la sensación agradable de su toque por un momento y luego sentí un
aumento suave de poder, un constante zumbido que al principio cubrió mi piel aliviando el
dolor, y después se fue hundiendo como suave calor más profundo en mi carne, fundiendo,
tejiendo, haciendo todo. No era un proceso rápido como la explosión de poder sanador que
venía con mis liberaciones orgásmicas. Era un avance lento y estable de suave poder. Sentí
calor, una diminuta vibración en mi carne en tanto ella trabajaba, oh, tan pacientemente,
sus manos relajadas y silenciosas, su rostro sereno y amable como una sanadora debería ser.
Solamente estando en su presencia era un bálsamo de relajación. Sólo la leve humedad que
había rociado su labio y empapado su ceja, traicionaban el esfuerzo que le costaba. Quitó
sus manos y mi carne estaba entera, mi piel sin marcas. Un calor residual permaneció por un
momento en mis tejidos sanados como una presencia persistente de ella, y luego desapareció.
—Desearía poder hacer eso —dije con maravilla en mi voz.
La sanadora sonrió. —Te enseñaré. Ahora, ¿dónde más te duele?

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Capítulo 8
Traducido por LizC y Mery St. Clair
Corregido por Aldebarán

E ncontré que, las sorpresas no habían terminado aún, cuando bajé un poco más tarde
las escaleras y sentí una presencia distintiva antes de que la viera.
—Mona Carlisse —exclamé. La rescaté de una banda de ladrones fuera de la ley,
la misma que me había capturado. Al lado de ella estaba sentada su hija, una pequeña niña
con el cabello de oro rizado y los ojos tan azules como el mar, como los de Amber su medio
hermano, quien había asentado su gran presencia en la esquina de una ventana.
—Y Casio. Qué placer es volver a verte —le dije, sonriendo. La ordenada y limpia, y hermosa
niña se veía tan diferente de la criatura salvaje que había conocido por primera vez en el
bosque.
Mona Carlisse se levantó nerviosamente e inclinó la cabeza en señal de saludo. —Mona Lisa.
Perdónanos por venir sin ser invitados.
—No, en absoluto. Eres siempre bienvenida aquí.
Parte de la rigidez se fue de ella ante mi cordial saludo y presentó a los dos hombres que habían
estado también de pie cuando ella se había levantado. —Estos son mis guardias. Miguel...
Era un moreno, hombre de bigotes, elegante y pulcro, cerca de mi estatura, no mucho más
alto que su Reina. Aunque sus suaves ojos oscuros brillaban con calidez, y su boca se curvaba
con un encanto fácil, sentí cierta tensión, cierta limitación en él cuando hizo una reverencia.
—Y este es Gerald.
El otro guardia, más serio en el semblante, también se inclinó en señal de saludo. Se había
producido un malestar en él también. Era más alto, de cabello color arena y vigilantes ojos
color avellana, de hombros anchos pero esbelto. Dado la sensación de su presencia, le habría
catalogado como el más joven de los dos, pero podría haber estado equivocada. Había
encontrado que la edad no siempre se corresponde con la fuerza.
—En realidad, es a quienes he traído con nosotros —dijo la Sanadora Janelle—. Era una
oportunidad demasiado buena para dejar pasar. Quería invitar a Casio, si voy a pasar tiempo
enseñándote las artes curativas. Quería aprovechar la oportunidad para comenzar a instruirla
a ella también.
—¿Casio? —dije.
—He descubierto que tiene el don de la curación dentro de ella—dijo Janelle.
—Qué maravilloso —Le sonreí a Casio, luego arrugué mi nariz ante la tímida niña—. Aunque
es probable que aprendas más rápido que yo.

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Casio escondió su rostro contra el costado de su madre, pero no antes de que alcanzara a ver
una sonrisa.
Tomas y Dontaine también estaban en la habitación. —Tomas, ¿dónde están los otros? —
pregunté.
—Mientras estuviste indispuesta, Lord Gryphon, Chami, Aquila, y Thaddeus acompañaron
al Administrador Horacio en una gira por tus explotaciones, después de que el buen
Administrador se fuera.
Asentí con aprobación. Mientras más rápido viera, más rápido se iría. —¿Thaddeus fue con
ellos?
—Por el contrario —respondió Tomas, su dulce rostro simple cambió con ironía—. Los otros
fueron los acompañantes de Thaddeus y Aquila. Los dos parecían los más cómodos con las
cuestiones de negocios.
Otra área en la que la edad no se corresponde con la experiencia. Thaddeus, aunque joven de
edad, no era tierno. Parecía más confiado en los asuntos de comercio que yo.
—¿Jamie y Tersa fueron también con ellos? —pregunté.
Tomas miró brevemente a Halcyon, sentado solo en una silla, una mirada vacilante que bailó
rápidamente lejos. —Ellos están ayudando a su madre en la cocina.
Fruncí el ceño, preguntándome si se sentían incómodos en presencia de extraños, entonces
dejé ir la idea cuando Dontaine se adelantó y se arrodilló delante de mí. Alto, rubio, guapo y
deslumbrante, era una presencia poderosa, especialmente cuando se comparaba con los dos
guardias de Mona Carlisse, mucho más notable a la vista y en fuerza. —Mi Reina. Quiero
darle las gracias por su atención antes de que me despida —dijo Dontaine.
—No hice nada —le dije, diciendo lamentable la verdad—. Sanaste por ti mismo.
—Fuiste... bondadosa cuando no era necesario. —Un dejo de tristeza se escondía en sus ojos
color verde musgo. Había desaparecido la arrogancia, el desafío ansioso. Se veía un poco
atenuado sin ello, de alguna manera. No me había dado cuenta que gran parte de la confianza
de él había sido esa arrogancia, o que iba a extrañarlo ahora que se iba. Se puso de pie y se
volvió para irse.
La presencia de Mona Carlisse me recordó lo que una vez le había aconsejado acerca de los
hombres. A veces tenías que confiar en ellos. Sabrías muy pronto si tu juicio había sido el
correcto.
Grité su nombre. —Dontaine.
Se detuvo y me miró una vez más.
—¿Qué posición sostenías? Como guardia —aclaré rápidamente cuando me di cuenta de que
podría ser tomado de otra manera. Como en la cama de Mona Louisa.
—Era el segundo al mando del Maestro de Armas.

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—¿Y el Maestro de Armas? ¿Dónde está?


—Se fue con Mona Louisa —respondió Dontaine.
—Ya veo. —Hubo una pausa silenciosa—. Entonces te pido que tomes el cargo vacante.
—¿Yo? —Miró a Amber, deslumbrado, confundido—. Pero he perdido el reto.
—No tenías necesidad de luchar por el puesto. Probablemente habría hecho el nombramiento
en base a tu experiencia, si hubiera sabido.
—Pero perdí —repitió Dontaine como un disco rayado pegado en una grieta.
Suspiré y me volví hacia el hombre que lo había derrotado. —Amber, ¿quieres ser el Maestro
de Armas?
—No. Tengo la posición que deseo. —los ojos de Amber ardían y calentaban, me hizo sonrojar.
Dejando en claro que la posición que mantenía y que estaba muy contento con tener era en
mi cama.
—¿Ves? —dije, volviendo la atención hacia Dontaine—. Voy a darte suficiente cuerda para
sostenerte por ti mismo o bien para demostrarte a ti mismo ante mí. Tienes la posición en un
período de prueba provisional de dos meses. Conoces las necesidades de este territorio y a los
hombres de aquí. Organízalos como quieras, pero por cortesía, te agradecería si consideras a los
Lores Amber y Gryphon, y a mí, para valorar todos los asuntos. —Mis ojos se estrecharon—.
Quiero que las cosas cambien, Dontaine. No más peleas o desafíos, ¿entiendes? Todos los
avances se harán en base a los méritos de fuerza, experiencia y habilidad. Vas a establecer
nuevas normas y a poner en práctica los cambios. No puedo darme el lujo de perder más
tiempo con mis hombres luchando entre sí, especialmente cuando nos falta un sanador. ¿Estás
preparado para el desafío? —Mentalmente rodé los ojos mientras me escuchaba. No podía
creer que estaba empezando a hablar como una Reina.
Dontaine se cuadró, con los ojos brillantes de asombro y con el retorno de su espíritu inquieto,
apasionado. La hinchada confianza sonaba una vez más en su voz. —Sí, mi Reina.
—Bien —dije, feliz de ver algunos de sus modales naturales irritantes restaurados—. Vamos a
ver cuán cómodo es el ajuste para ambos en dos meses a partir de ahora.
—Sí, señora... y gracias. —Él hizo una profunda reverencia y se marchó.
Mi primer acto nuevo como Reina. Busqué los ojos de Amber y fui recompensada con su
aprobación.
—Es una buena decisión —dijo en voz baja.
—Dios, eso espero. —Realmente, verdaderamente lo esperaba.

Rosemary había asumido el papel de ama de llave de toda la casa, no sólo de la cocina, Dios
bendiga su alma capaz. Bajo su dirección, el lío que había hecho en la habitación de abajo
había sido milagrosamente limpiado. El aire fresco flotaba a través de los ventanales abiertos

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y el dulce perfume de rosas derivaba desde el amplio jardín Inglés de abajo. La sangre de
Dontaine había sido lavada de las paredes y fregada de la alfombra. Tendría que preguntarle
a Rosemary cómo había logrado esa increíble hazaña. Ella obviamente tenía más años de
experiencia limpiando sangre que yo. Yo estaba más experimentada en derramarla.
—¿Estará esto bien? —Le pregunté a Halcyon, señalando a la sala. Rosemary había sugerido
que el príncipe Halcyon se quedara aquí abajo. Janelle, Mona Carlisse, y su pequeño séquito
tomaron las habitaciones de invitados restantes de arriba. La casa estaba llena ahora.
—Esto va a estar bien —dijo Halcyon. Él había estado inusualmente tranquilo y reservado.
Éramos los únicos en la sala, aunque estaba segura que Amber mantenía los oídos abiertos
y atentos a todo lo que dijéramos. Pero por lo menos Amber tuvo la gentileza de darnos una
semblanza de privacidad. Si Gryphon hubiera estado aquí, no habríamos estado solos. La
única sola persona en el mundo que parecía provocar los celos de Gryphon era el príncipe
Halcyon. De todos los otros hombres, él parecía lo suficiente ansioso para lanzarme en o
sobre algo, siempre que tuviera una pizca de talento a la que seguir.
—Lo siento, la habitación es tan pequeña —le dije inadecuadamente, frotando mis manos en
mis pantalones vaqueros—. Pero al menos tiene un baño privado.
—Esto se adapta bien a mis necesidades —me aseguró Halcyon, tan cortés como era yo,
haciendo que me pregunte qué estábamos haciendo, bailando alrededor así. No solíamos ser
así, de puntillas alrededor del otro.
—Me alegro de que estés mejor. ¿Puedo ver tu pierna? —preguntó él, de rodillas delante de
mí en un movimiento fluido.
Ante mi gesto torpe, con cuidado levantó la tela de mezclilla, dejando al descubierto mi
pantorrilla derecha. Se contuvo a sí mismo, sin invisibles manos acariciando o tal cosa, pero
sentía su mirada corriendo como un peso real por encima de mi piel que había sanado. De
alguna manera, mostrando ese pequeño e insignificante trozo de mi pierna se sentía como si
estuviera exponiendo otras partes más privadas de mi cuerpo a él.
—¿Todavía duele? —preguntó Halcyon en voz baja.
—No. —Suavemente di un paso atrás fuera de su alcance, y la mezclilla de algodón se deslizó
hacia abajo para cubrirme, una vez más—. Uh, gracias por traer a la Sanadora Janelle aquí
tan pronto.
—Estoy feliz de estar al servicio. —Se puso de pie con gracia, con los ojos de color marrón
oscuro ilegibles—. Tal vez ahora que estás bien, debería irme.
—Odias la habitación —dije, apenada.
Hizo un pequeño gesto de una sonrisa. Parpadeó por un momento como una polilla tímida, y
luego desapareció. —No, pero pareces nerviosa de mí. —Su voz era baja, áspera—. No tienes
por qué tenerme miedo, nunca.
—Oh. —Cerré la distancia entre nosotros y tomé su mano en la mía—. Nunca creí eso. No
tengo miedo, sólo un poco de vergüenza. —Di una risa corta—. Apenas estaba vestida arriba
y desnuda la última vez que me viste.

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Me llevé su querida mano a mi mejilla, sintiendo la breve caricia de su mano y el más ligero
roce de sus uñas afiladas contra mi piel antes de que volviera su mano y me rozara con el
dorso de la misma, apartando esas uñas letales a un lado.
—Me alegra que hayas venido —dije con fervor—. Voy a estar siempre, siempre encantada
de verte.
—Ah, Mona Lisa. —Con cuidado sacó su mano.
—Quédate un rato, si es posible.
Buscó en mis ojos, profundamente, con atención, antes de decir, —Puedo hacerlo.
Sonreí. —Bien. Entonces hazlo. ¿Hay algo más que pueda conseguirte? ¿Qué necesitas?
Me estudió durante un largo momento y luego negó con la cabeza.
—Vamos a hablar más tarde, después de que establezca a Mona Carlisse y a su gente. —Con
esa promesa, me fui.
Él era un hombre solitario, pensé tristemente. Y eso lo hacía verse más duro cuando se
encontraba con otros, solitario entre la multitud. Había una pared invisible entre él y el
resto, una pared de miedo, un escudo de precaución. Separado por sus diferencias. Lo había
encontrado en un soleado prado antes de saber lo que él era. Lo conocía sólo por el fruto
de sus acciones solitarias en ese relieve con él, sin protección. Y sus acciones habían sido
caballerosas, amables y preocupadas, como un amigo. Me burlé de él y sostuve su brazo antes
de saber sobre esas mortales uñas, cuando cambiaba en su otra forma, podría cortar la cabeza
de un hombre en un golpe sencillo, que el demonio muerto pudiera adoptar la forma de una
bestia era mucho más temible que el medio cambio de Dontaine.
Mi elegante príncipe demonio. Él me salvó, me trajo de vuelta desde el infierno, y me dijo que
me ama. Y yo le había pedido que encontrara otro amor, por el bien de ambos. Si yo fuera
menos escrupulosa, menos estricta en mi moral, él y yo podríamos ser amantes también.
Aunque quizás menos moral y más miedo era lo que me mantenía lejos de él. Miedo a perder
el precioso amor que acababa de encontrar con Gryphon y con Amber. Fue difícil superar las
diferencias entre nosotros sin agregar más fricción a la mezcla. Suspiré. Había ido toda una
vida sin amor y ahora una gran abundancia me amenazaba.
No había afinidades, ni química que tiraba entre el príncipe demonio y yo. Sólo una corta
cantidad de pruebas y experiencias que nos habían unido. Puras emociones. Mi corazón
se rompía por su agonía. El sufrimiento me atraía. Algún instinto en mí quería alegrarlo,
quitarle su preocupación.
En vedad, había sido Halcyon quien lanzó a Gryphon hacia mí, y yo no me resistí.

—Otro fuerte guerrero agregado a tu redil, —Mona Carlisse recibió mi regreso en la elegante
sala. Sacudió su cabeza incrédula—. Cuan valiente eres. —Y luego más tranquilamente tuve
que esforzarme para escucharla—. Me avergüenzas.

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—Whoa —Me tomó un momento notar sobre lo que ella estaba hablando—. ¿Quieres decir
Dontaine?
—Sí —Mona Carlisse estaba visiblemente sola en la habitación—. Espero que no te importe.
Envié a los otros lejos.
—¿Por qué?
—Deseó hablar contigo a solas.
Me bajé del enorme sillón acercándome a ella: —¿En qué puedo ayudarte? —pregunté
suavemente.
Las lágrimas brillaron por un momento en los hermosos ojos de Mona Carlisse antes de
apartarlas con sus largas pestañas. —Entonces, ¿Supongo que es tan obvio que necesito ayuda?
Elegí mis palabras cuidadosamente. —Perdóname. Tus manos traicionan tu angustia.
Ella bajó su mirada hacia sus puños cerrados, abriéndolos. Sus uñas medio crecidas estaban
clavadas en sus palmas. Soltó una frágil carcajada, y auto consciente relajo sus dedos.
—¿Estás bien? —pregunté amablemente. Ella era una mujer hermosa, esta Reina se había
hecho mi amiga de alguna manera. La única decente que había conocido hasta ahora.
Había otras cosas que había notado en ella, pero no lo mencioné. Otras cosas que también
insinuaba que tenía problemas. Su cabello, era uno de esas cosas. Estaba enrollado de regreso
en un elegante moño, revelando la pureza de sus grandes ojos marrones y su delicado rostro
ovalado. Era un atractivo arreglo, pero las Reinas Monére normalmente usaban su largo
cabello suelto, haciendo alarde de su belleza, su disponibilidad, su poder. Mona Carlisse
había llevado su cabello agarrado desde la primera vez que la conocí, siendo cautiva de una
banda de ladrones dirigida por quien fuera el padre de Amber. Sandoor había fingido la
muerte de la Reina, así que nadie sabía que Mona Carlisse aún vivía. Había estado a su
merced durante diez largos años y ellos no le habían mostrado nada. Fue una experiencia que
obligaba a dejar cicatrices feas. En realidad, se hablaba de su gran fuerza por haber salido de
ello con su cordura intacta.
—No, no estoy bien —Mona Carlisse molesta apartó una lágrima solitaria que se derramó—.
Tengo que regresar a hablar con la Sanadora Janelle, pero ella no puede ayudarme porque…
—Por que no es tu cuerpo el que está herido —Terminé tranquilamente por ella.
—No —dijo ella tristemente—. Lo que me aflige, ella no sabe como repararlo.
Si fuera cualquier otra mujer, la tomaría entre mis brazos y la tranquilizaría como a un niño.
Pero la presencia de una Reina era abrasiva para otra Reina. Las espinas calientes de mi
conciencia estaban ya zumbando contra mi piel solo por sentarme cerca de ella. Distancia,
mucha de ella, era más una orden natural entres dos mujeres alfa. El destino de nuestra
naturaleza nos ayudaba a propagar nuestras especies, gobernar. Y esta y otras más, y toda esa
otra basura.
Las heridas de Mona Carlisse no eran superficiales. Eran profundas, oscuras… su corazón
estaba lastimado, su confianza traicionada. Y sin embargo, su espíritu no había sido quebrado.

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Francamente, ella necesita ver un psiquiatra. Pero de alguna manera, dudé que la Monére
hiciera algo parecido. Por un lado, ellos no habían evolucionado para algo que consideraban…
innecesario; así es como ellos lo ven. Un doctor para la mente era una cuestión de lujo, en
realidad, no había alguna cosa en la brutal sociedad Monére que pudiera ser considerado
avanzado, aún. Era una cultura difícil. Si tú eras débil o frágil, mueres, así de simple.
—¿Tienes algún psiquiatra en tu… quiero decir, nuestra sociedad? —pregunté.
—¿Qué es eso de lo que hablas?
Mentalmente gruñí. En momentos como este odiaba hacer lo correcto. —¿Tienes algún
consejero, sacerdotisa o una mujer sabia con la que puedas hablar?
—Nadie —dijo ella, mirándome intensamente—. Nadie más que tú.
Grandioso. La compadecí. Arreglar cosas no era uno de mis talentos. Destruir cosas o
personas que me amenazaban a mí o a los míos… eso era más natural en mí.
Sí, sí… era una enfermera que tomó algunos cursos básicos de psicología. Pero nunca tomé
cursos avanzados de asesoramiento. De ese tipo no se les ofrecía a las enfermeras. Pero parecía
que yo era todo lo que tenía. Pobrecilla.
—¿Cómo puedo ayudarte? —pregunté nuevamente. Quizás si lo preguntaba suficientes veces,
ella finalmente me lo diría.
Sus ojos cafés cayeron hacia sus manos. Estaban tensas de nuevo. Las apretaba deliberadamente,
alisando su regazo. Cuando ella habló, fue tan suave que tuve que inclinarme hacia adelante
para escucharla. —No puedo soportar la intimidad con cualquiera de mis hombres. No puedo
soportar tocarlos o que ellos me toquen.
La lastima sacudió mi pecho. —Sólo han pasado algunas semanas desde que reclamaste tu
estado —Y su libertad.
Negó con su cabeza. —Sólo empeora con el tiempo, no es más fácil. Mi gente, mis hombres,
no saben cómo tratarme. Soy tan diferente de cómo era antes. Mucho más diferente.
—¿Toda tu gente regreso a ti? —Ellos debieron de estar dispersos, absortos en otros territorios
cuando todos pensaron que ella había muerto.
—Sí, pero quizás fue un error haberlos llamado para que regresaran a mí. Todos ellos me
recuerdan como era, y se alteran en gran medida, sin averiguar en qué me he convertido.
—¿Y en qué te has convertido? —pregunté suavemente.
—Se necesita una gran cantidad de arrogancia, de intrepidez natural para ser una Reina. Para
gobernar a la gente.
—¿Se necesita? —dije, mi tono sarcástico—. Y aquí yo pensaba que era sólo rasgos
desagradables de la personalidad que venían de tener tanto poder.
—Nosotras lo necesitamos mucho, por una razón —dijo Mona Carlisse sombríamente,
mirándome con sus ojos heridos—. Ni siquiera tú lo tienes en natural ambulancia.

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Hice una mueca. —No lo considero uno de mis mejores puntos.


—Es una parte importante que te hace una buena Reina, Mona Lisa. Y sin embargo, tu
temperamento con paciencia, con bondad, con compasión. Con amor.
Hice una mueca otra vez, más y más incómoda. Especialmente con la última palabra. Cuatro
palabras, casi tan malas como la última con cuatro letras.
—He pasado mucho tiempo pensando sobre el asunto y concluí que es la combinación de
dureza y suavidad lo que atrae a tus hombres hacia ti, que los une a ti con una fuerza mucho
más fuerte que las cadenas de los demonios —Mona Carlisse suspiró, y eso era malo, sonaba
perdida—. No tengo arrogancia en mí. Ni confianza. Y estoy tan asustada para correr el
riesgo de dar bondad o amor. De hecho, vivo constantemente con miedo y desconfianza.
—¿De qué tienes miedo?
Ella sonrió con tristeza. —Que alguien me traicione una vez más. Finjan mi muerte. Llevarme
lejos como Sandoor lo hizo una vez. —Sus nudillos estaban blancos mientras sus puños se
cerraban una vez más—. Realmente preferiría morir que ponerme a la merced de otro hombre
nuevamente. Pero no puedo gobernar de esta manera, desconfiando de mi gente, estando
insegura de mí.
Levantó la mirada y susurró. —Y temo en lo que me estoy convirtiendo. Miguel, mi
protector… él se ha vuelto más fuerte en mi larga ausencia. —Rió duramente, sin felicidad—.
Él ni siquiera posee la mitad del poder de vuestro Dontaine. Y sin embargo, muchas veces
mientras me recuesto sola en mi cama sin poder dormir, considero matarlo antes de que él se
convierta en una amenaza demasiada grande para mí. —Sus ojos estaban de un café brillante
mientras un mar de lágrimas brotaba de ella, dijo en voz baja—. Lo amé una vez.
—Oh, cariño.
—Consideré ceder mi trono —confesó en un tranquilo susurro—. ¿Pero entonces qué haré
yo? Mi gente sería dispersa en otras partes como ocurrió una vez. Pero, ¿Quién me protegerá?
Tú me llamaste una buena Reina y lo fui alguna vez, pero este temor esta matándome, mi
miedo puede convertirme en la Reina más sangrienta de todas. —El horror era claro en su
voz temblorosa.
Me obligué a tomar una profunda, calmada respiración. —Pero no lo has matado.
—¿Qué?
—Dices que pensabas sobre matarlo, pero Miguel esta aún aquí, vivo, a tu lado.
Asintió, abrazando que ese hecho era confortante. —Deseo recuperar esa parte de mí que he
perdido. Pero no sé cómo hacerlo.
Y ella espera que yo lo haga.
La solución era obvia para mí, pero no pensaba que a ella le gustara. Pero tú sabes que decir:
Quien no arriesga, no gana. Es trillado, pero es cierto. —Elige a uno de tus hombres. Llévalo
a tu cama una vez más.

Traducido en Purple Rose 99


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Mona Carlisse sólo me miró con esos ojos brillantes. —Eso sería una gran alegría para mí.
Pero me parece que es un recuerdo muy lejano. Cualquier placer que alguna vez sentí en el
apareamiento ha sido sacado de mí.
Hice una mueca por su elección de palabras. Era desafortunadamente en manera literal. Los
rufianes no habían sido amables con ella.
—Ellos me usaron como una puta y me golpearon cuando no brillé debajo de ellos. No solo
violaron mi cuerpo, violaron mi mente, obligándome a encontrar el placer mientras ellos
estaban sobre mí. Todo lo que siento ahora es asco y temor ante la idea de intimar una vez
más con algún hombre.
—Dijiste debajo de ellos.
—¿Qué?
—Dijiste que ellos te obligaron a someter tu cuerpo, tu voluntad, tu placer para ellos. ¿Por
qué no lo hacer al revés, sacando la ira y el resentimiento que esta embotellado dentro de ti?
Mona Carlisse parecía confundida. —¿Qué estás sugiriendo?
Buena pregunta. Teníamos que ver si la respuesta era buena.

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Capítulo 9
Traducido por masi
Corregido por V!an*

E stábamos de vuelta en lo que yo pensaba como la mazmorra. En realidad, no lo


era. No estaba ni siquiera en el sótano, probablemente porque las casas, ante las
inundaciones posibles de Luisiana no tienen sótanos. Las casas aquí, en este estado
húmedo, en realidad estaban encaramadas en lo alto sobre bloques de ladrillo o piedra.
La mazmorra era simplemente una habitación escondida de la casa, no muy diferente de las
otras habitaciones de la casa. Sólo que esta habitación tenía cadenas con esposas de plata
aseguradas a la pared. Había unos cuantos cambios desde la última vez que lo vi. Estaba
limpio para una cosa. Y en vez de a Wolf Boy, esas cadenas ahora contenían a Gerald, el
menos poderoso de los guardias de la Mona Carlisse. Uno que ella nunca se había llevado a
la cama antes. Estaba encadenado a esas cadenas, en su plena gloria desnuda, delgado pero
bien musculoso.
Si yo estaba incómoda no había a nadie más a quien culpar sino a mí misma. Fue idea mía,
después de todo.
No, nosotros no habíamos atacado a Gerald en el suelo, despojándolo de sus ropas, y con los
grilletes cerrados a su alrededor. En realidad él se había quitado la ropa y voluntariamente
había dado un paso adelante y nos había permitido asegurarlo a esas cadenas limitantes de
fuerza.
Nosotros, o más exactamente, yo, le había explicado a Gerald lo que esperábamos hacer. Él
había mirado a Mona Carlisse, su reina, con anhelo desnudo y devoción absoluta brillando
en sus adorables ojos de color avellana, y había respondido:
—Sí, a cualquier cosa.
La brillante idea era tener al hombre completamente a la merced de Mona Carlisse, para
ponerla en un control total. Para que ella lo follara.
De hecho, yo no esperaba estar en la misma habitación cuando ella lo hiciera.
—No voy a ser capaz de hacer esto sin tu presencia —me había dicho Mona Carlisse.
—Pero ¿no quieres un poco de privacidad? —Me había lamentado yo. Obviamente no. —
Me haces sentir segura —dijo. Yo me la había quedado mirando fijamente—. Detuviste a
Amber de violarme cuando estaba lleno de sed de sangre y atrapada dentro de esa caballa con
nosotros. De hecho te arriesgaste a ti misma.
No era exactamente toda la verdad. —Lo hice, pero en realidad no para salvarte, sino por
una razón más egoísta. Yo no quería que Amber fuera declarado delincuente por violar a una
reina. —Me encogí de hombros—. Yo estaba dispuesta. No habría sido violación.

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—Sin embargo me salvaste, y luego otra vez más tarde, cuando huimos de allí. Me siento
segura en tu presencia. No seré capaz de hacer esto que me pides de otra forma.
Y así me encontré atrapada dentro de esa habitación pequeña, apoyada en el último rincón,
sin saber a dónde mirar después de que hubiera asegurado los grilletes de Gerald, colocado la
llave en el suelo junto a sus pies, y retrocedido. A Gerald no parecía importarle. Era delgado
pero musculoso, y en la parte de abajo, grueso y lleno. Estaba parado allí con su miembro
erguido por completo, y el rostro sereno. Las cadenas tenían la longitud suficiente para que
estuviera de pie a varios metros de la pared, con voluntad cautiva, y las piernas ligeramente
separadas, esperando pacientemente a lo que fuera que su reina deseara hacer con él.
—Puede que no recibas ningún placer o satisfacción. Mucho menos energía —le había
advertido Mona Carlisse.
—Todo lo que desees, mi reina —había respondido Gerald con ligero entendimiento—. Ya
sea sangre, ya sea dolor.
No sé cómo pude haber hecho esa promesa sabiendo lo que ella había pasado.
Mona Carlisse, de mala gana, se dirigió hacia él ahora, todavía completamente vestida, con
un lazo negro doblado en sus manos y la incertidumbre en su cara. Gerald desvió la mirada
e inclinó hacia abajo su cabeza, como si supiera que sería más fácil para Mona Carlisse atar
la tela alrededor de su cabeza y vendarle los ojos si él no la miraba. Puede ser que no fuera el
más fuerte de sus hombres, pero él era digno de ella.
Ella dio un paso atrás rápidamente tan pronto como ella había anudado la tela, su rostro
herido, sus manos temblorosas, temerosa de estar tan cerca de un hombre, incluso uno de
los suyos. Se quedó allí parada un momento, un estremecimiento atravesando su cuerpo, y
yo pensé por un momento de que ella no sería capaz de hacer esto. Pero el núcleo interno
e irrompible de fuerza bajo la suave y preciosa superficie, que la había mantenido viva y
firme y sana durante diez largos años, salió a la luz entonces. Mona Carlisse dejó escapar un
suspiro trémulo, cuadró sus hombros delgados con determinación y alzó una mano delicada.
Se quedó allí, levantada, en el aire, como promesa incierta antes de lentamente, lentamente,
moverse hacia adelante para tocar el pelo de Gerald. Su pelo fluía hasta un poco más allá
de los hombros, suelto en ondas suaves, liberado de su lazo de constricción, un arco iris
de colores desde marrón dorado al amarillo pálido, como granos de arena mezclada junta,
ondulante con un brillo saludable.
Los filamentos de seda se levantaron y se retorcieron sobre los dedos de Mona Carlisse con
una vida activa de la suya propia mientras ellas los acariciaba, los mimaba. Ella suspiró y
cerró los ojos al sentir la belleza fina y de seda en su mano. Levantando la mano, ella llevó
sus dedos a su propio moño pesado. Las horquillas cayeron al suelo de madera con pings de
sonido, y su propio cabello quedó suelto y desenredado, cayendo más y más abajo, más allá
de sus caderas, una franja gruesa de extraordinario color marrón castaño con filamentos de
dorado.
Y cuando su cabello estuvo libre, parte de la tensión que se había apoderado de su cuerpo,
fluyó fuera de ella, desvaneciéndose. Pasando las cadenas, se movió para quedarse parada a
la espalda de Gerald. Él estaba quieto con calma, sin moverse, sin nada de tensión, a pesar de
que debía sentir su cercanía. Confianza como esa, devoción como esa era un poco aterradora.

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Había mucha rabia, mucha amargura y miedo en Mona Carlisse. Ni siquiera yo sabía lo
que iba a hacer con él, golpearlo o follarlo. A pesar de que me haría sentirme enormemente
incómoda, pero por su bien, tenía la esperanza de que fuera lo segundo. Por supuesto, ella
no podría hacer nada en absoluto, ya que eso, a su vez, implicaría otra sesión como esta de
nuevo. Tan divertida.
Y aún sin hacer nada, sino simplemente estar ahí parados, daban una hermosa imagen. Y una
erótica. El cabello oscuro Mona Carlisse cayendo y su vestido negro era un claro contraste
con la belleza desnuda de pura piel blanca de Gerald. Ella estaba completamente vestida
mientras que él estaba desnudo y esposado y vulnerable con las cadenas, totalmente a su
merced. Era una mezcla fascinante de plata, negro y blanco, un juego de texturas, colores
y luz. De pie detrás de él, ella parecía en parte una viuda negra (la araña) peligrosamente
mirando a su presa capturada, reflexionando sobre si acoplarse con él o devorarlo. Había una
belleza terrible y completa en la escena y, Dios me ayude, estaba empezando a excitarme a
pesar de mí misma. Luché por mirar a otro lado pero mi mirada se volvió a dirigir en repetidas
ocasiones a la visión de ellos.
Los ojos de Mona Carlisse capturaron los míos. —¿Te gusta lo que ves? —Su voz era
oscuramente tentadora.
Tragué saliva fuertemente y asentí, sabiendo que ella podía oler mi excitación. Yo era incapaz
de ocultarle la reacción de mi cuerpo a ella; No servía de nada intentar mentir.
—Sois hermosos juntos —dije en voz baja y aparté la mirada, avergonzada.
—No. Mira —ordenó, y yo no pude dejar de hacer lo que ella pidió. Mona Carlisse se acercó
por detrás de Gerard para quedarse casi rozándolo, sus manos alzándose para tocar sus
delgadas caderas.
—Fuisteis hermosos juntos —me dijo Mona Carlisse en voz baja—. Amber y tú, cuando
hicisteis el amor. Hiciste que lo que se había convertido en un acto feo para mí fuera hermoso,
una vez más.
Hipnotizada, me puse a observar. Sus manos pálidas, enmarcadas por la negrura de sus
mangas, deslizándose suavemente sobre la superficie plana de su estómago. Gerald se tensó,
y a continuación se estremeció, su abdomen tensándose mientras sus manos se deslizaban
hacia arriba sobre la suave agitación de su pecho. Cerrando los ojos, dando un suave
suspiro de placer, ella lo abrazó, envolviendo sus brazos, completamente, alrededor suyo y
manteniéndolo apretado, encontrando comodidad. Había un gran placer en tan sólo retener
a alguien, ser sostenido. Tanto los seres humanos como los Monère, por igual, parecían tener
esa necesidad profundamente arraigada dentro ellos por la comodidad del contacto físico. Me
pregunté cuántos años habían pasado desde que Mona Carlisse había sido capaz de mantener
a otro hombre de esta forma, por su propia voluntad.
Cuando abrió los ojos y me miró, la humedad brillaba en las profundidades marrones. Frotó
su mejilla contra el pelo suave de Gerald, ocultando su rostro, parcialmente en el cabello
ligero y del color de la arena. Luego dio un paso atrás.
Ella ha acabado, pensé, y me encontré satisfecha con los progresos que había hecho. Y era
progreso, su disposición a simplemente tocar a un hombre, abrazarlo. Pero en lugar de alejarse,

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ella levantó la mano de nuevo. El chirrido de una cremallera sonó fuerte en el silencio de la
habitación y la pesada caída de tela en el suelo fue un susurro erótico atormentando todos
nuestros sentidos. Ella salió de su ropa interior con un paso delicado y capté una visión de su
blancura lechosa detrás de él antes de que apartara la mirada. Ver a un hombre desnudo era
una cosa. Ver a una mujer desnuda era otra muy distinta.
Y sin embargo... mi mirada se desvió de nuevo a observarla presionándose totalmente contra
él por detrás, para oír tanto sus respiraciones irregulares como el roce de la piel desnuda
contra piel desnuda, casi sintiendo las caricias de sus pechos libres en su espalda, los rizos de
su sedoso triángulo contra su firme trasero. Para ver el placer atravesando su rostro mientras
absorbía la sensación de carne libre contra carne sin esconder, mientras frotaba todo su cuerpo
contra él en un suave movimiento oscilante, deslizando sus manos sobre los hombros tensos
y bajando por sus firmes brazos.
Mona Carlisse salió de detrás de Gerald, moviéndose a su derecha, dejando que su mano
delicadamente trazara su camino por los músculos y los tendones de ese fuerte antebrazo,
acariciando con sus dedos el arco de plata que lo tenía en cautiverio, en la muñeca. La plata
era una de las debilidades de los Monères. Eran minados de su fuerza, una vez encadenados
por plata.
Ella acarició el metal que lo mantenía preso. Sonriéndome, sus ojos un resplandor brillante
y luminoso de color marrón, ella movió a Gerald hacia el lado para que yo pudiera verlos a
ambos por la silueta, para que ella todavía pudiera verme. Su pelo suelto y sin atar fluía a su
alrededor como una cortina oscura y ondulante, escondiendo un pecho, revelando la plenitud
exuberante del otro, derramándose hasta rizarse justo por encima de su misterioso triángulo
de pelo, ganando la atención de uno a las sombras de allí. Con sus ojos oscuros y ardientes
y esa sonrisa malvada y conocedora, se parecía a la originaria Eva. Sólo que ella no estaba
tratando de tentar a Adán.
Ella se trasladó hacia el frente y tocó a Gerald como si le perteneciera. Lo hizo con él a su
antojo, y le gustaba enterrar sus manos en la fina abundancia de su pelo, para rozar la línea
tierna de su cuello, en busca de sus huecos secretos. Retirando los pequeños y vulnerables
mechones de pelo asomando por debajo de sus brazos extendidos, haciéndole retorcerse
de malestar. Haciendo círculos sobre sus pezones marrones lisos, pellizcando sus pequeñas
protuberancias, haciéndole retorcerse de placer. Un dedo trazó un camino sobre el contorno
de sus labios, haciéndolos abrirse, hundiendo el dedo en su boca y sacándolo a continuación.
Me di cuenta de que ella estaba buscando las partes más vulnerables de él. El pliegue de sus
codos, las sensitivas palmas de sus manos, los huecos de sus rodillas, la piel más suave y más
tierna del interior de sus muslos. Y, por último, allí, donde el hombre estaba más indefenso.
Ella arropó con sus manos su tierno saco, se agachó delante de él, estudiando esa parte de él
con atención, su zona peluda casi rozando sus mejillas, su miembro erguido apuntando hacia
el cielo, tenso contra su vientre. Gerald temblaba y yo no sabía si era de pasión o de miedo.
Tal vez, un poco de ambas cosas.
¿Qué iba a hacer con esa parte más vulnerable de él?
Mona Carlisse jugueteó con las pequeñas bolas en sus manos, pellizcando algo del pelo fino
pero fuerte, haciendo que Gerald saltara, exhalando ella una respiración ronca por la risa.
Ella llevó sus manos hacia arriba y arropó toda su plenitud con las dos manos, con firmeza,

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no del todo amable. Él era de tamaño medio, no demasiado grande, no demasiado pequeño.
Justo lo correcto. Una mano se movía hacia arriba, perdida, sobre la piel venosa al deslizarse
sobre su eje endurecido. Su otra mano bajaba, trazando hacia abajo su longitud, buscando y
encontrando donde él empezaba, en ese pequeño perineal de hinchazón detrás del escroto,
desde donde este nacía. Habiendo encontrado lo que había buscado, la mano minuciosa volvió
hacia su hermana, que se movía alrededor de su grueso eje, bombeándolo más plenamente.
Un pulgar ágil se deslizó hacia arriba, alrededor de la punta, encontrando y extendiendo la
gota de esencia perlada que se había filtrado a partir de ese agujero lloroso.
Mona Carlisse levantó la cabeza y nuestras miradas se cruzaron y se aferraron entre ellas.
Sosteniendo mi mirada, empujó hacia abajo su pene como una palanca, bajándole un nivel.
Gerald apretó los labios ante el movimiento repentino y brusco, conteniendo un grito. Se
estremeció al sentir su cálido aliento sobre su carne delicada. Gimió cuando ella acercó su
larga lengua rosada y lo lamió, con largo movimientos hacia arriba como si ella estuviera
degustando el sabor de un helado. Contuvo su respiración mientras ella presionaba la longitud
regordeta de su eje contra su boca abierta. Mientras ella le rozaba peligrosamente, dejándole
sentir el filo de sus dientes mientras trazaba su longitud y lo engullía, y a continuación, lo
liberaba de sus labios rojos con un pop de succión húmedo.
La excitación de Mona Carlisse creció como el calor en el aire, un olor dulce de almizcle se
mezclaba con el de Gerald y el mío. Esto la excitaba, estar siendo observada. La excitaba el
tener un control como este.
Se humedeció los labios con su lengua rosada, sus ojos brillando hacia mí.
—¿Todavía te gusta lo que ves?
—Es un buen espectáculo —respondí con un susurro ronco.
—Va a mejorar. —Tan prometedor como eso, se puso de pie y alzó su pelvis sobre su longitud
erguida, bajando hacia abajo. Apretándole entre sus piernas, ella lo montó, deslizando el eje
entre la hendidura cubierta de sus fluidos goteando de sus labios externos, de modo que se
movía fuera de ella, no dentro de ella todavía. Vi su miembro desapareciendo entre sus piernas
y volviendo a salir, la superficie llena de venas, húmeda y brillante, moteada con su jugo. Ella
se dejó caer sobre él y él se impulsó hacia arriba hasta golpear contra su vientre, haciéndole
retroceder y recuperar el aliento. Ella lo agarró de nuevo, lo movió de nuevo en un ángulo de
45 grados, a continuación, a horcajadas sobre él una vez más. Con sus piernas alrededor de
él, ella se dejó caer, envolviéndole en su interior, tragándole por entero en su cuerpo.
Cerré los ojos, la imagen de su longitud empalándola, deslizándose dentro de ella,
desapareciendo, devorada por ella, endureciéndose a través de mi visión. El sonido de su
humedad mientras se movía sobre él estaba sonando claramente, invocando a mi propio fluido.
Los sonidos de sus gemidos y sus jadeos hincharon mis senos, endureciendo mis pezones.
—Observa —dijo Mona Carlisse suavemente y abrí los ojos, incapaz de hacer otra cosa que
su voluntad.
La vi disfrutar de su placer. Observé como montaba a Gerald con tal vigor y fuerza que él se
tambaleó hacia atrás ante su salvajismo sin inhibiciones, perdiendo el equilibrio. Sus manos
se extendieron para agarrar sus piernas, sosteniéndola, y las cadenas se aflojaban con cada

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paso atrás que él tomaba. Él colisionó contra la pared dura, apoyándose en ella, entonces
usó el soporte sólido para sujetarse a sí mismo, sus rodillas dobladas, sus caderas inmóviles,
mientras ella misma empujaba sobre él con una intensidad constante y feroz. Sus brazos
blancos y delgados se extendieron a lo largo de su cabeza como pilares de marfil, alcanzando
las cadenas ancladas en la pared. Un giro de sus muñecas y sus manos envolvieron las gruesas
cadenas plateadas alrededor de su carne delicada. Con el metal duro desgastando sus palmas,
ella se alzó a si misma, deslizándose a sí misma casi fuera de su eje, y luego dejándose caer
imprudentemente hacia abajo, hundiéndose a sí misma por completo en él con la fuerza de
todo su peso, gritando mientras ella misma se empalaba en su longitud brillante. Una y otra
vez ella se levantó y se dejó caer hacia abajo, deslizándose hacia arriba, fuera de su brillante
carne, para a continuación dejarse caer hacia sobre él, montándole con tanta fuerza que yo
temía que ella se lastimara a si misma, que le hiciera daño a él. Sin embargo, sus gemidos
eran de placer, no de dolor, sus gritos apasionados no eran de miedo. Ella lo follaba como si
estuviera tomando de nuevo una parte de sí misma, con sollozos de ferocidad, con casi pasión
enojada, que era a la vez hermoso y aterrador de ver.
La luz brillante llenó la sala, saliendo libre de sus cuerpos, vigorosamente moviéndose, sus
embestidas intensas como un animal salvaje encima de él. La luminiscencia delineaba sus
cuerpos blancos y translúcidos, bañándolos de hermoso color y un brillo deslumbrante de los
rayos de la propia luna, reclamándolos como sus criaturas, creaciones, seres incandescentes de
luz, su piel tan radiante, tan luminosa que eso era todo lo que parecían... luz pura y gloriosa.
Nada más que un baño de energía, tranquilidad y movimiento. Dar, recibir. Tomar y dar.
Rendirse, pedir. Reclamar, exigir. El poder inundó la habitación, y luego se fue desvaneciendo.
Y cuando el poder de su liberación empezó a llenarla, se quedó sorprendentemente quieta.
Tan inmóvil, tan congelada, como si quisiera sentir plenamente las ondulaciones internas de
sus convulsiones secretas, para saborear el abundante calor creciente de su liberación. Unos
pequeños temblores de espasmos danzaron sobre su piel como las ondas en un estanque,
moviendo ligeramente sus párpados cerrados mientras se estremecía por dentro.
Con un grito áspero y casi un suave empuje, como si él no pudiera contenerse de ese pequeño
acto después de toda esa limitación muy pasiva, Gerald apretó la mandíbula y se estremeció
con su propio gemido de liberación.
Sus respiraciones jadeantes, mi respiración acelerada, sonaron fuertes en la habitación
mientras la luz retrocedía y volvía de nuevo hacia ellos.
Mona Carlisse desenrolló las cadenas de sus brazos y le arrancó la venda de los ojos a Gerald.
Ella tomó su cara con suavidad, y con él todavía profundamente enterrado dentro de ella, lo
besó suavemente. Fue un acto de ternura, más íntimo que todo lo que acababa de pasar antes.
—Gracias —susurró contra su boca.
Gerald sonrió, la besó suavemente. —Fue un placer.
Ambos volvieron la cabeza y me miraron.
—Gracias —me susurró Mona Carlisse.
—El placer es mío también. —Abriendo la puerta, tranquilamente les dejé.

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ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Capítulo 10

Traducido por Paaau, flochi y masi


Corregido por Larita

M e moví por el pasillo cuidadosamente, sintiéndome tensa, demasiado dura,


como si todo lo que necesitara sería el roce de otra piel contra la mía para
encenderme. La necesidad pulsaba en mi como algo vivo, y mi ropa era
repentinamente no deseada, abrasión insoportable. Con cada paso, la tela rozaba mis pezones
erectos, presionando contra mis labios hinchados. Estaba hambrienta de ser llenada.
Dolorida por ser tomada.
Rodee una esquina. Desde la oscuridad, una sombra se desprendió y dio un paso hacia
adelante. No había un latido que me advirtiera. Ninguna respiración para oír. Me detuve.
—Mona Lisa. —Era Halcyon, mi príncipe demonio de piel dorada. Sus ojos eran del color de
mi debilidad favorita, chocolate. Me olvidé de que el chocolate podía derretirse, que podía ser
caliente y vaporoso, líquido con deseo. Que podía hervir con deseo. Me extendía una elegante
mano y la invitación de ese gesto hablaba con más claridad que las palabras. Sé que necesitas,
sé que quieres. Déjame sentirte, déjame complacerte. Déjame amarte.
Por un débil momento, estuve tentada. Su necesidad pura me llamaba, siempre lo hacía. Pero
nunca me había atraído como ahora, cuando mi cuerpo lo quería. Al llenar su necesidad
calmaría también el dolor dentro de mí. Tan insoportablemente tentada.
Pero de alguna manera negué con la cabeza.
— Lo siento, no puedo.
Nunca había visto sus ojos arremolinarse con tanta emoción. —¿Habrá alguna vez en la creas
que puedes? —preguntó suavemente.
—Halcyon —dije gentilmente, temblando por la restricción que le impuse a mi cuerpo—, no
puedes esperar, deseando eso.
—Entonces, ¿Por qué quisiste que me quedara?
Buena pregunta, cuando antes le había dicho que se quedara lejos. No era de extrañar que
estuviese confundido. Le estaba dando mensajes mezclados. Luché por encontrar las palabras
correctas para expresarme. Pero, querido Dios en el cielo, era tan difícil hacer eso cuando mi
cuerpo estaba llorando de necesidad literalmente.
Las palabras se derramaron: verdad. —Soy egoísta. Quiero mantener tu amistad. Eres muy
especial y querido para mí, Halcyon.

Traducido en Purple Rose 107


ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

—Más que un amigo, pero menos que un amante.


—Sí —luego dije más suavemente—. Quiero que nosotros seamos tu familia.
Me miró, tan quieto y silencioso, aunque sus ojos estaban llenos de emoción. —Tienes un
corazón muy generoso. Lo siento por no poder ofrecerte más. —Y realmente lo sentía.
—También yo. —Me miró con esos ojos chocolate mientras lo pasaba, cuidando que nuestros
cuerpos no se tocaran.
Tomé un tembloroso paso lejos de él, luego otro.
—Ambos sabemos que podría tomarte —dijo tranquilamente—, y que lo disfrutarías.
—Lo sé. —Y no sólo era por su fuerza superior. Sus poderes mentales eran incluso más grandes.
Tenía la habilidad de nublar mi mente y atraerme con la promesa del placer de su carne. Con
un simple giro de voluntad, podría ser tan exuberantemente sensual, creando ansias por él.
Realidad o producto de mi imaginación, no lo sabía. El efecto había sido aterradoramente
real. Con poco esfuerzo, él podría convertirse en la personalización del placer carnal puro.
Irresistible. Y yo sólo había tenido una pequeña muestra de lo que él podía hacer.
—Pero eres demasiado honorable para eso. —dije.
—Por ahora. —Era una tranquila, simple advertencia.
Retrocedí hasta que presioné contra la pared. Rompiendo mi mirada de la suya, giré en la
esquina y casi corrí de mi solitario príncipe demonio.
Y ambos sabíamos que lo había hecho sólo porque él me lo permitió.
Mi respiración temblaba mientras llegaba a la entrada. Brinqué la escalera con vehemente
necesidad y giré hacia el ala oeste, mis sentidos ya habiendo encontrado lo que buscaba. Me
detuve ante la puerta medio pasillo antes de mi propio dormitorio. El cuarto frente a este
estaba vacío. Pero no este. No este.
El frío pomo de bronce giró bajo mi mano, y entré, la pesada puerta de roble cerrándose tras
de mí.
El cuarto estaba frío y oscuro, generoso en espacio, espacioso como el resto de la casa. Una
gran cama dominaba el cuarto pero mis ojos fueron atraídos hacia la ventana. Estaban
abiertas para dejar entrar la noche. Amber estaba de pie ante ellas, mirando hacia fuera, sus
manos apoyadas en el alfeizar, su espalda hacia mí, quiero como una estatua bajo la suave
luna, brillo resplandeciente.
Mis pies se clavaron de pronto al piso al ver su aspecto. Como una obra maestra de mármol
cincelada por un viejo maestro, como un antiguo dios de guerra.
Hermosa fuerza, poder brutal. Sólo pantalones lo cubrían. Sus pies estaban desnudos. Los
músculos de su espalda desnuda estaban tensos, bien definidos, invitando a trazar cada hueco
y subida. La profunda dilatación de sus brazos hacían señas curvas, y la estrecha V de su cintura
atraía la atención y el aprecio hacia sus nalgas apretadas, firme, duras como una roca. Pero

108 Traducido en Purple Rose


ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

la roca no podía ser perforada por dientes. Las rocas no sabían dulces, no sangraban. Quería
marcarlo ahí con mis dientes, con mi mordida de amor como había marcado a Gryphon.
Amber se giró lentamente y me enfrentó, y tan tentadora como era la vista desde atrás, el
frente era aun mejor. Curvas más interesantes que explorar aquí: los gruesos montículos de
su pecho, la planicie surcada de su vientre, la tentadora plenitud de su larga, gruesa ingle. Sus
amplias mejillas estaban recortadas por color y sus ojos ámbar amarillo quemaban, brillando,
casi resplandeciendo. Sus fosas nasales anchas mientras me olía, sintiendo mi necesidad,
sintiendo mi excitación. Su pecho se movió, dibujando profundamente sus pulmones.
—Amber —susurré y el vino a mi silenciosamente, con propósito seguro y un trato silencioso, sin
prisa. Lo esperé, mi corazón bombeando, mi cuerpo anhelando, insoportablemente apretado.
Adolorido. Sus grandes manos me alcanzaron y casi lloré de alivio cuando finalmente me
tocó… sólo para girarme hacia los lados. Entonces vi lo que no había visto cuando entré. Un
espejo de pie, de cuerpo entero y ovalado. Pero no fue el hermoso acabado de cerezo lo que
noté. Era la imagen que se reflejaba en la perfecta superficie del espejo. Nosotros.
No era alguien que gastaba mucho tiempo mirándose. Sabía cómo me veía.
Comunes cejas café y un fuerte cabello café tan oscuro que parecía negro. No fea. No
despampanante. Bonita, si era generosa y me ayudaba un poco con el maquillaje.
Mi cuerpo también era común. En la talla de 5 pies y ocho, delgada pero musculosa, más
deportista que supermodelo. Lejos de ser exuberante. Pero era un cuerpo que me había servido
bien; estaba feliz con él. La única cosa poco común que tenía eran mis ojos. Se inclinaban
hacia arriba en los extremos de forma exótica. Ojos almendraros. Ojos de gato.
Aparte de eso, era del promedio, un simple hecho que había aceptado hace tiempo y estaba
conforme con eso. Mi hombre era hermoso.
Mire lejos del espejo, comencé a girarme hacia Amber, pero su gran mano de nuevo giró
gentilmente mi cara mientras daba un paso adelante, así que estaba con mi espalda contra su
pecho. —Observa. —gruñó con su profunda voz, y una ola de temblores se apoderó de mí.
—Escucha. Y aprende.
La grave vibración de las palabras rodo de su pecho hacia mí y sacó tensos hilos de deseo
dentro de mí.
—Te gusta mirar —gruñó—. Míranos.
Aunque era alta para una mujer, parada frente a Amber parecía diminuta, pequeña, mi cabeza
llegando solo a sus hombros. Era una cabeza más alto que yo, y tan amplio que parecía
abarcarme. Yo parecía delicada, frágil en sus brazos, mi piel Blanca de alguna manera más
Blanca, más suave contra la dureza de él. Su cabello marrón era de un plata ceniciento bajo el
brillo de la luna, mientras el mío estaba oscurecido a un negro medianoche puro. Éramos un
contraste de texturas y colores.
Como si estuviéramos bajo un hechizo, miré como levantaba su gran y ancha mano y la
extendía sobre la parte superior de mi pecho, casi como reclamándolo, la envergadura de
sus dedos yendo de mi hombre hacia el otro, asentándose como un peso sólidamente pesado
sobre mí, aflojando mis rodillas y debilitando mi cuello que lo sentí colgar indefensamente

Traducido en Purple Rose 109


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hacia atrás contra su hombro. Mis párpados se hicieron más pesados, y sin embargo seguía
mirando, incapaz de arrancar mis ojos de como él desabrochaba lentamente mi camisa, como
lo dejaba abierto deliberadamente y lo deslizaba lejos de mí en una sensual deslizamiento.
Observé como mi pecho subía y bajaba en un ritmo acelerado, me vi retener el aliento mientras
lo sentía desenganchar mi sostén por detrás y acariciar mis brazos, empujándolo lentamente
hacia abajo y más allá hasta que se deslizó libre de mis dedos y cayó al piso con un batir
blanco de dos copas gemelas. Cerré mis ojos contra la vista de mis pechos desnudos.
Alejó sus manos.
—Mira. —Su ruda orden envió un chorro de humedad deslizándose por mi pierna. Solo
cuando abrí mis ojos una vez más, él me tocó nuevamente.
Una gran mano llegó abierta ampliamente sobre mi vientre tembloroso. Deliberadamente,
sacó el botón de mis vaqueros, bajando la cremallera. Un suave empuje y la mezclilla se
reunía a mis pies. Con sus manos consumiendo mi cintura, me levantó, liberando mis pies, y
con sorprendente facilidad me llevó unos cuantos pasos más cerca del espejo. La languidez
hacía que mis extremidades pesaran y la pasión me aturdía dejándome indefensa en sus
manos, como una muñeca complaciente con la que él podría hacer lo que quisiera. Gemí
ante el pensamiento, ante el sentimiento de total rendición. Sus brillantes ojos amarillos me
quemaban en el espejo, devastándome ferozmente con su deseo contenido. Una gran mano se
fue deslizando lentamente hacia mi último artículo restante de ropa. Me ahuecó suavemente
y tocó la humedad de la entrepierna de algodón, haciéndome estremecer. Haciéndome
gritar mientras con un nítido y violento tirón, lo arrancaba. Temblé indefensa en sus brazos,
conmocionada y aturdida.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello —gruñó con rudeza, su voz baja y espesa.
Mordiendo mi labio, levanté mis brazos hacia arriba y atrás, envolviéndolos alrededor de su
cuello. Parecía como un adorno de Navidad colgando de su cuello, y me sentía como uno, en
una completa exposición.
—Abre tus piernas.
Temblando, obedecí con brusquedad, apartando mis pies, y temblé con lo que vi en el
espejo. Parecía una lasciva, extraña desnuda, y expuesta mientras Amber se levantaba alto
y poderoso detrás de mí, todavía usando pantalones. Pies separados, brazos levantados,
mi cuerpo estaba completamente abierto para él, para su cuerpo, sus manos, sus ojos. La
vergüenza unida con excitación, tormento, retorciéndose como una serpiente viviendo dentro
de mí, haciéndome estremecer, haciendo que mis pequeños pechos se engrosaran aun mas,
mis pezones alargándose, mojando mis muslos con mas riachuelos de deseo.
No pude mirarme más tiempo desnuda. Mis ojos se cerraron mientras respiraba con dificultad.
—Abre tus ojos, corazón. —Una orden tierna, pero aún así una orden. Mis ojos se abrieron.
—Mírame mientras hago que te vengas —susurró en una voz oscura como la medianoche,
gruesa como la grava.
Casi exploté con solo escucharlo decir eso. Y después lo hice cuando un gran dedo encallado
me tocó, encontrando mi pequeña perla hinchada y acariciándola. Me iluminé como un

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fuego artificial, derramando el cuarto con luz. Después exploté y estallé en el aire. Temblé,
me estremecí, grité y exploté, y después grité nuevamente cuando lo vi hundir ese dedo grande
dentro de mí. Miré la larga longitud desaparecer en mi cuerpo mientras me movía y sacudía con
fuerza. Lo observé—y lo sentí—deslizar ese dedo gordo dentro y fuera de mí, bombeándome,
prolongando mi orgasmo, ordeñando mi liberación hasta su última convulsiva gota.
Colapsé contra él, aturdida, asombrada que Amber estuviera haciendo esto. Jugando conmigo
así. Con tanta facilidad, tan magistralmente. Y él no había terminado.
Deslizó su dedo grande, cubierto con mi jugo, fuera del agarre de mi vaina y succionando la
humedad de mi placer en su boca, sus brillantes ojos como un resplandor amarillo.
—Hueles a pasión —dijo, y me estremecí y casi me vine otra vez.
—Amber. —Era un ruego, una ronca demanda.
Retrocedió un paso y me balanceé suavemente, apenas capaz de mantenerme de pie por
mí misma. Cuidadosamente, aflojó la cremallera de sus pantalones y liberó su erección.
Surgiendo pesada, gruesa y larga, la corona engrosada y carmesí con el calor de la agitación,
líquido de excitación goteaba de la punta.
Parecía contento en su libertad, inclinándose con entusiasmo cuando pateó sus pantalones.
—Arrodíllate —dijo en tono rasposo y discordante.
Mi corazón, apenas ralentizándose, empezó a golpear a un ritmo rápido otra vez, mientras
me dejaba caer sobre mis rodillas.
Me posicionó de tal forma que estaba girada de costado hacia el espejo, para que yo pudiera
observarnos a ambos de perfil.
—Apoya tus manos frente a ti.
Mis ojos quedaron fijos en los suyos, en el espejo, mientras me inclinaba hacia delante y me apoyé
sobre mis manos y mis rodillas, delante de él como una suplicante, como un sacrificio, como una
presa que él había perseguido y derribado. Estuvo parado detrás de mí durante mucho, mucho
tiempo, una figura imponente, y ambos respirando con dificultad. A continuación se arrodilló
detrás de mí, y esa parte de él que entraría en mí, estaba grande y erguida, como un poste grueso y
pesado, sobresaliendo oblicuamente hacia fuera de su cuerpo.
—Observa —gruñó.
Sólo esa única palabra y como un animal dispuesto, mi útero se tensó, mi vaina se estremeció,
mis pezones sintieron hormigueo, y todos los músculos de mi cuerpo se apretaron.
—Ábrete lo más que puedas.
—Oh, Dios. —Me tragué un gemido y extendí mis rodillas más ampliamente. Pero por el
contrario, la apertura de mis piernas me hizo sentirme más vacía, más ahuecada en mi interior.
—Mantén tus ojos abiertos. Obsérvanos. —Con la mandíbula apretada, se guió hacia mi
hendidura oscura y húmeda, que estaba dolorosamente y estremecedoramente hambrienta
otra vez.

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Sentí como empujaba contra mis labios inferiores húmedos, y en el espejo, lo vi hundirse y
empujar y gruñir mientras hacía su camino hacia mi interior. Invadiéndome. Cada vez más
profundo. Otro profundo centímetro. Y después otro. Saliéndose, y embistiendo más duro,
con más fuerza, luchando y abriéndose paso en mi interior a pesar de mi humedad.
Se sentía enorme. Me sentía completa, penetrada, maravillosamente llena.
Él se detuvo a mitad de camino.
—No —exclamé, empujándome contra él—. No pares.
—¿Qué quieres?
—Todo de ti.
Él continuó su inmersión lenta y profunda. Yo gemía y jadeaba y empujaba mis caderas hacia
atrás contra él y jadeaba: —Sí... más... ¡oh, Dios! ¡Oh, Dios!... Por favor, más...
La luz llegó como una esencia, explotando a gritos de nuestros cuerpos, con un brillo tan
deslumbrante que tuve que entrecerrar los ojos para poder ver. En el reflejo del cristal, nos
veíamos como ángeles radiantes. Haciendo lo menos angélico.
Una embestida fuerte con sus caderas, gruñó y se introdujo hasta el fondo, tropezándose
con mi útero, y exploté de nuevo en una segunda y gloriosa liberación, gritando, jadeando,
estremeciéndome en torno a él, apretándole tan firmemente que él gimió. Sintiéndome tan
débil y temblorosa que me derrumbé sobre mis codos, mi mejilla apoyada contra el suelo.
Cuando las olas de pasión, finalmente disminuyeron convirtiéndose en ligeros espasmos que
me atravesaban, mis pestañas se levantaron una vez más y vi sus brillantes ojos de color
ámbar observándome en el espejo, su rostro tenso, su cuerpo tenso, y me di cuenta de que
estaba todavía grande y duro dentro de mí.
—Observa —dijo con voz ronca, mientras empezaba a moverse.
Respiré con dificultad, sacudí mi cabeza, y grité, sabiendo lo que él quería y sabiendo que yo
no podía afrontar más.
—No... no ... —Mi cuerpo tembló y se estremeció, reaccionando más allá de mi control. Yo
estaba demasiado sensible. Era demasiado pronto. Demasiado. Sollocé y me empujé hacia
delante para separarme, para liberarme de su plenitud abrumadora. Él agarró mis caderas,
deteniendo mi huida, tirando de mí hacia atrás, con renovada fuerza, hacia él, deslizándose
en mi interior de vuelta.
Sacudí mi cabeza violentamente.
—No, no puedo. —Las lágrimas corrían por mis mejillas.
El brazo de Amber se afianzó diagonalmente en el centro de mi pecho, levantándome hacia
arriba y llevándome atrás contra él. La otra mano agarró mi cadera en un agarre de hierro
inquebrantable, manteniéndonos juntos.
—Shhh —canturreó con voz tranquilizadora—. No te moverás. Simplemente deja que me
quede dentro de ti.

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Me tranquilicé ante su promesa, dejando de luchar contra él, pero sin poder dejar de
temblar. Mi cuerpo estaba sobrecargado, mis tejidos inflamados temblando ante el menor
movimiento. Tan sólo su presencia gruesa e inmóvil profundamente dentro de mí, estiraba mis
escandalosamente sensibles terminaciones nerviosas que sólo apenas lo toleraban. Mientras
no se moviera.
Me sostuvo así, ambos sobre nuestras rodillas, mi espalda presionada firmemente contra su
pecho, mi trasero firmemente adaptado a una línea inquebrantable contra su ingle, mientras
con mis rodillas formaba una V prologándose con las suyas. Sus muslos eran como inmensos
troncos de árboles rodeándome, su brazo un peso pesado restrictivo contra mi pecho,
manteniéndome cautiva contra él. Estaba empalada por él. Estirada por él.
Cuando me había calmado, cuando había dejado de temblar, cuando mi tensión había
disminuido y me había apoyado relajadamente contra él, dejándole que soportara todo mi
peso, acarició la parte superior de mi cabeza con su barbilla.
—Eres hermosa —murmuró.
—No, no lo soy.
—Lo eres.
—Sólo a tus ojos.
—Entonces mírate a ti misma a través de mis ojos. Voy a girarnos. —Y con esa advertencia,
nos movió lentamente, cuidadosamente girándonos hasta que nos quedamos de cara al espejo
una vez más. La maniobra fue sorprendentemente fácil de conseguir para él, y sin ningún
esfuerzo por mi parte. Él sólo me apretó firmemente contra él. Sus rodillas hicieron dos
suaves movimientos que destemplaron mis nervios de forma que me tensé, pero no fue lo
suficiente para que luchara contra él. Fue nuestra visión en el espejo lo que me hizo jadear.
Él era como un dios pagano del deseo carnal, desnudo, gloriosamente poderoso, sosteniendo
a una delicada doncella entre sus brazos, rodeándola, casi abarcándola. Ella—yo—parecía
demasiado pequeña. Frágil e indefensa en sus enormes brazos, en contra de ese cuerpo duro
que aumentaba con fuerza brutal, que se abultaba con músculos alrededor de ella como una
torre de carne viva que la encarcelaba. Y sin embargo, ella se recostaba contra él con confianza.
Y él la sostenía, la acunaba, la sujetaba tiernamente, protectoramente entre sus brazos, aun
cuando sus ojos se inflamaban con el ardor del deseo, y estallaban acaloradamente con pasión
no gastada. El contraste, la confianza, era una imagen hermosa, incluso inocente. Desde el
frente, no se podía ver su longitud caliente y dura sepultada cómodamente en mi interior.
Todo lo que veías era la languidez somnolienta y sensual de mis párpados, el pálido rosado de
la pasión, ya sea pasado o acentuándose, en este caso ambos, extendiéndose por mi rostro, mi
cuello, mi pecho. Y yo era hermosa de esa forma, mis labios rojos por la pasión, mis párpados
caídos con languidez sensual. Mis pechos pequeños, delicados, elevados y firmes, acentuados
por mi cintura estrecha y la forma femenina de mis caderas. Mis pezones de color marrón
oscuro estaban sobresaliendo en picos, anhelantes de atención. El pelo entre mis piernas era
oscuro y tentador, impregnado de mi pasión.
La simple imagen de nosotros—pasión gastada, pasión no gastada, pasión estimulándose
al girar, girando alrededor de nosotros—era como una caricia invisible. El placer se agitó

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dentro de mí una vez más, y el líquido cálido de mi deseo renovado impregnaba mi interior.
El conocimiento de lo que estaba más allá de la imagen reflejada, lo que permanecía alojado,
grueso y pesado y rasgando mi interior como una amenaza latente, era un estímulo sutil.
La humedad exterior de mi triángulo crecía mientras le bañaba en mi interior, haciendo que
gimiera suavemente, placenteramente. Haciéndole estremecerse y sacudirse con embestidas
involuntarias hacia arriba dentro de mí, agitando a la bestia inactiva.
—Obsérvanos.
Sus palabras eran como un impulso caliente que estimulaba mi útero, afirmándole a mí
alrededor aún más.
—Querida diosa, me retienes tan dulcemente —murmuró, su pecho subiendo y bajando,
levantándonos a ambos a su ritmo. Él era como un mar gigante de músculo rodeándome,
dentro de mí. Y me entregué a él. Aceptando su dureza palpitante.
Gruñó en lo profundo de su pecho, sus brillantes ojos salvajes manteniéndose fijos en los míos
cuando sintió mi rendición, la entrega de mi misma a él, por completo, en todo lo que deseara
hacer.
Pero todo lo que él deseaba hacer era acariciar con sus manos, subiendo hacia mi vientre
plano y estrecho para descansar justo debajo de mis pechos doloridos, apenas tocando la parte
inferior blanda con sus gruesos dedos, sus largos pulgares manteniéndose por los costados de
mis senos. Para a continuación detenerse allí, manteniendo esas grandes manos inmóviles,
dejando que mis pezones se irguieran, dolieran, anhelantes de ser tocado.
—Amber —susurré, gemí, mis manos descansaron con cálida necesidad sobre sus muñecas,
mi pecho arqueándose hacia adelante, hacia sus manos tentadoras y no lo bastante rápidas.
—¿Qué deseas? —Su aliento era una caricia caliente agitándose contra mi oído, haciéndome
temblar.
—Tócame.
—¿Dónde?
Un suave gemido de necesidad. Una confesión jadeada.
—Mis pezones.
—Son hermosos, tus pezones. Tan sensibles, tan perceptivos. —Su voz era como miel, oscura
y áspera—. Pídeme que te toque tus pezones hermosos.
Apoyé mi cabeza contra él como negativa, avergonzada.
Sus dedos índices se movieron con caricias suaves, atormentando la parte inferior de mis
pechos. Agradable, pero no donde yo quería esos dedos.
—Dilo —susurró.
Sacudí la cabeza, pero mi deseo era demasiado.

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—Amber, por favor, toca mis... hermosos pezones. —Mi cara enrojeció. Pero a medida que
sus manos se movieron hacia arriba y sus dedos rozaron mis pezones doloridos, la vergüenza
desapareció bajo el influjo ardiente de la pasión.
—Observa cómo de hermosa eres en mis manos. —Y lo hice. Observé mientras me moldeaba,
me acariciaba, me oprimía suavemente, y me pellizcaba los pezones, alargando las puntas de
color rosa oscuro mientras lo sentía endureciéndose dentro de mí. Sentí el fuerte latido de su
corazón contra mi espalda, sentí un segundo latido de corazón haciendo eco dentro de mí.
Mi carne secreta, firmemente, tensándose al sentir cada temblor, cada gota de excitación que
se derramaba de él, sentía cada empuje flexible de su grueso miembro.
Me deslicé contra él, haciéndole saber que le daría la bienvenida a su movimiento ahora. Pero
él sólo me pellizcó mis pezones duros, con firmeza. Rodándolos con sus dedos ásperos. Y
continuó tirando de las sensibles puntas, tirando de ellas hacia fuera. Tirando de ellas hasta
que estuvieron casi obscenamente largas, sobresaliendo como pequeños dedos puntiagudos.
—Tan hermosa —murmuró—. Tan increíblemente sensible. Siente lo que siento cuando estoy
dentro de ti.
Sus manos se deslizaron hacia mi vientre, introduciéndose suavemente entre mis labios
estirados, hacia mi cavidad húmeda, metiendo los dedos, sintiendo dónde nos encontrábamos,
hasta dónde me llenaba. Unas cuantas ligeras y profundas caricias y a continuación sus manos
me dejaron y regresaron a mis pechos.
Con sus primeros dos dedos y sus pulgares crearon pequeños pliegues, con la humedad de mi
propia vagina, movió sus dedos hacia arriba y abajo de la longitud de mis estirados pezones,
tirando, estirando, apretando las puntas sensibles, acariciando las areolas completas con un
movimiento deslizante. Apretando y después liberando.
—Una vez más —gruñó como un profundo trueno—. Córrete para mí.
Tiró con repentina fuerza feroz y me apretó los pezones dolorosamente fuerte. Tan fuerte
que el dolor se convirtió en un placer intenso y casi insoportable, y grité y me corrí,
cantando, zumbando con pasión, como un instrumento que él tocaba a su voluntad. Me
estremecí profundamente en mi interior, apretándome firmemente alrededor de su grueso y
palpitante miembro, y como un eco reflejado y silencioso, sus dedos se apretaron con fuerza,
temblorosamente alrededor de mis pezones. Seguí corriéndome, las olas de placer casi doloroso
extendiéndose, ardientes y penetrantes como un baño de calor abrasador derramándose a
través de mí. Me corrí con una liberación más fuerte, y más violenta, que las otras dos que
había disfrutado antes, sintiendo como si me estuviera desgarrando por dentro, o tratando de
romperlo a él. Tratando de exprimirle por completo, dejándolo seco. Y el apretón y presión y
tirón de mis pezones fue un silencioso eco de lo que yo le hice en mi interior.
Amber gimió y se estremeció y se agitó como si le estuviera haciendo daño, y tal vez lo estaba
haciendo. Sus dedos estaban firmemente, ferozmente sujetos alrededor de mis pezones. Y
yo no podía pararme, no podía controlar mis músculos internos. Sólo podía estremecerme y
apretarme y cerrarme en torno a él en el clímax violento que me atravesaba, hasta que lo liberé
y se quedó llorando sin mi presión, corriéndose a borbotones en mi interior, acaloradamente,
en una fuente de liberación que derramó calor húmedo contra mi útero contraído.

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Cuando la luz menguó y nuestros estremecimientos cesaron, cuando sólo pequeños espasmos
de placer fluían a través de nosotros de vez en cuando, como si se resistieran a dejarnos
totalmente, él liberó mis pezones doloridos y sensibles, retirando sus dedos húmedos y sin
fuerza de mi cuerpo. Me llevó a su cama, y me empujó contra su grandeza, recogiéndome en
sus brazos, retirando con su nariz los zarcillos humedecidos adheridos a mi frente.
—Dios, Amber —murmuré, respirando con dificultad, lanzando alientos calientes contra su
garganta.
—¿Qué pasa? —dijo con voz ronca.
—Nada. Sólo… Dios.
Contra mí, junto a mí, le sentí sonreír.

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Capítulo 11
Traducido por Josez57
Corregido por Pimienta

E l delicioso olor de la cocción de alimentos atormentó mis sentidos despiertos. Me


arrastré fuera de la cama de Amber, dejándolo dormido, y me dirigí por el pasillo
hacia la ducha de mi habitación.
Me preguntaba dónde estaban los otros, abrí mis sentidos mientras caminaba hacia abajo.
Había latidos dispersos alrededor de la casa, pero fueron los golpes con mayor rapidez que
estaban afuera los que atrajeron mi interés. Me deslicé por la puerta principal, pasé por delante
de la esquina redondeada de la sala de baile hacia el este, y encontré lo que había sospechado.
Wiley había regresado.
Estaba a cuatro patas, encabritado por todo el césped en un galope suave. Casio estaba en su
espalda, las faldas de su vestido arrugadas, sus piernas delgadas como palos salieron cuando
ella rebotó en la parte superior de Wiley. Ella se reía.
Tersa y Jamie los observaban desde debajo de un dosel colgante de musgo español envuelto
en las ramas de un roble gigante, su pelo rojo oscuro cambió a marrón oscuro bajo la luz de
las estrellas cuando las nubes cubrieron la luna.
El rostro de Wiley y sus extremidades estaban manchados por la suciedad, y su pelo enredado
una vez más. Pero la ropa que llevaba estaba limpia. Otro conjunto de Thaddeus, vi, la cintura
suelta, el puño de los pantalones enrollados. Él brincó hasta detenerse en una parada debajo
del imponente roble y dejó que su pasajero bajara. Ella lo hizo con gracia, con la mirada
encendida, su sonrisa revelaba hoyuelos en sus mejillas.
Wiley se levantó. Luego, con un empujón casual, envió a Jamie al suelo y se abalanzó sobre
él. Fijando al muchacho más grande al suelo, Wiley mostró los dientes peligrosamente cerca
de la garganta de Jamie y gruñó en voz baja.
—¡No, Wiley! —grité, corriendo hacia ellos a la vez que Tersa dijo con voz firme—, ¡Wiley,
no!
Wiley me miró, me dio una sonrisa-al menos eso es lo que creo que era... un montón de
dientes pero no gruñó y bajó el rostro y los dientes gruñendo de nuevo a Jamie.
—Está bien, Mona Lisa —dijo Jamie, sin hacer ningún intento de moverse o defenderse. Él
sólo estaba allí con calma, como si fuera una rutina que ya se había trabajado varias veces
antes.
—Él sólo establece el hecho de que él es el que domina —explicó Jamie—. Algo que no tengo
absolutamente ningún deseo de desafiar.

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Sólo cuando la pequeña Casio puso la mano sobre el hombro del joven hombre lobo y en voz
baja dijo: —No, Wiley —Este liberó a Jamie.
—Le gusta que las niñas lo frenen —dijo Jamie cuando se puso de pie lentamente—. No
parece que le gusten los chicos. —Él sonrió, haciendo danzar sus pecas—. Pero creo que se
acostumbrará a mí.
—Jamie —le dije, el miedo seguía siendo un sabor amargo en la garganta—, deberías haberte
quedado adentro. No debes ponerte en riesgo.
—Está bien, Mona Lisa —dijo Jamie, su voz suave, me miraba con esa nueva madurez que
había adquirido desde el ataque de su hermana—. Sabía que Wiley no me lastimaría mientras
yo no respondiera a la agresión.
No podrías haberlo sabido, quería gritarle. Sus pecas se dispersaron alegremente a través de su
rostro que levantó y mostró fácilmente en una sonrisa. Pero había una fuerza en ciernes por
debajo de ese dulce encanto. Era un muchacho convirtiéndose en un hombre. Y tenía que dar
un paso atrás y dejar que crezca, que tomara sus propias decisiones, a pesar de que yo quería
seriamente mantenerlo envuelto en la seguridad.
Wiley se acercó, olfateándome. Le tendí la mano y dejé que me oliera.
—Gracias por rescatarme de ese cocodrilo —le dije al niño salvaje—, a pesar de que era
estúpido saltar y luchar contra algo tres veces más grande y más pesado que tú.
Yo dudaba que Wiley entendiera las palabras, pero sin duda captó mi tono de regaño. Él
sonrió hacia mí, tanto como Jamie, arrepentido, me hizo suspirar y sonreír. —Estoy rodeado
de chicos sin miedo, me parece.
—Lo aprendieron de ti —dijo Tersa.
—Tal vez eso no es una cosa buena.
—Pero lo es —Tersa respondió, con su voz baja, amable pero con un sonido claro—. Es
bueno no tener miedo.
La conciencia de un nuevo latido y el sentido de una presencia me hicieron dirigirme a mi
izquierda. Wiley corrió al bosque, desapareciendo cuando Miguel apareció.
—Wiley —gritó Tersa después de él.
—Que se vaya —le dije—. Sabemos que va a volver ahora.
—Casio —dijo Miguel suavemente—, tu madre me envió a buscarte. ¿Quién era ese chico con
quien estabas jugando?
—Wiley —dijo Casio.
—¿Y quién es Wiley? —pacientemente le preguntó.
—Un amigo.

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Miguel levantó la cabeza para mirarme con recelo.


—Un sangre mixta —expliqué—. Creció salvaje y no se trata con los hombres.
—Entonces es peligroso —dijo Miguel en voz baja.
—No —exclamó Casio.
—Casio está segura con él. No le haría daño —le dije, y mentalmente me reprendí. Yo era
tan mala como Jamie. Pero yo sabía con certeza que Wiley no le haría daño a la niña. Era
simplemente un hombre que tenía problemas.
—Ven —dijo Miguel, sosteniendo la mano de Casio—, tu madre te echa de menos.
Todos caminamos hacia la casa.
—¿A quién se le ocurrió el nombre de Wiley? —Le pregunté.
—A tu hermano —Tersa dijo—. Suena como tú lo llamaste, Niño Salvaje. A pesar de que dijo
algo acerca de un coyote y un dibujo animado que yo no entendí muy bien.
—Wile E. Coyote3 —murmuré, sonriendo. No es exactamente lo mismo que un lobo, pero
casi. Y el muchacho salvaje tenía un modo de correr bastante rápido como el del personaje de
dibujos animados. Mi hermano tenía un sentido del humor astuto, al parecer. —Wiley es un
nombre tan bueno como cualquier otro, supongo.
Hice una nota mental de comprar ropa nueva para Wiley, ropa que le quedara mejor. Con la
forma en que el niño las estaba usando, mi hermano iba a quedarse sin ropa en breve si no le
compraba algo.
Hablando de mi hermano, oí un coche caminar por el camino largo. Habían vuelto, justo a
tiempo para la cena.
Esperé en la puerta principal y observé a mis hombres salir del Suburban. —¿Dónde está
Horacio? —Le pregunté.
—Enviamos al buen guardián a su camino feliz —dijo Gryphon.
—Tenemos algunos de los mejores negocios, Mona Lisa —dijo Thaddeus, sus ojos bailaron,
su rostro por lo general tranquilo, lucía con entusiasmo.
—¿Sí? Tendrás que hablarme acerca de ellos más tarde —le dije, sonriendo con afán.
Gryphon me examinó cuidadosamente con sus ojos de halcón, intensamente, mientras subía
los escalones, con los otros detrás de él. —¿Tú estás bien?
Me tomó un latido del corazón darme cuenta de que estaba preguntando por mis heridas. —
Oh, sí —dije, dando un paso atrás, dejando a todos entrar por la puerta—. Janelle me sanó y
estoy como nueva. Fue increíble. Y ella dijo que iba a enseñarme a mí y a Casio cómo hacer
lo que hizo.

3 Wilb E. Coyote: Niño Salvaje es en ingles Wild Boy, por tanto el nombre hace referencia a dibujo animal.

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—Vamos, por lo menos, a iniciar el proceso —dijo Janelle, viniendo por el pasillo de alante,
el príncipe Halcyon como presencia de oro a su lado—. He sido enviada a llamar a todos a
cenar. —Miró con curiosidad a Thaddeus, y me di cuenta de que nunca lo había conocido.
—Este es mi hermano, Thaddeus —dije, presentándolos—. Thaddeus, ella es la Sanadora
Janelle y el Príncipe Halcyon, miembros del Consejo Superior. Nos sentimos honrados de
tenerlos como nuestros huéspedes.
Al igual que el chico amable que había sido criado para ser, Thaddeus se adelantó y estrechó
la mano de Halcyon. Aunque Thaddeus miró con curiosidad a las uñas largas, no hubo miedo
en su rostro. Con una breve pausa, Halcyon cuidadosamente estrechó la mano de mi hermano
y lo liberó, una leve sonrisa pasó por su rostro, y me di cuenta que era la primera vez que
había visto a alguno de ellos hacer eso. Dar la mano parecía ser una tradición humana, no
una Monèrian. Tenía sentido en un pueblo que tenía la fuerza casual para desgarrar a otro con
sus propias manos desnudas.
—Un placer conocerlo, señor —dijo Thaddeus.
—Del mismo modo —murmuró Halcyon.
—Su hermano —dijo Janelle asombro—. Tú lo encontraste.
—Sí —dije—. Lo encontré.
La sanadora le tendió una mano a mi hermano. Pero cuando Thaddeus extendió la mano y
la cogió, en vez de agitarlo, Janelle simplemente sostuvo su mano entre las suyas, una mirada
distante hacia el interior de sus ojos.
—Ah —exclamó en voz baja, sus ojos cada vez mayor por la sorpresa. —Tú también tienes
del don de la curación. Qué raro en un hombre.
—¿Lo tengo? —Thaddeus dijo. Su poder estalló de forma breve como lo hacía cuando estaba
asustado o amenazado, y todos los presentes lo sintieron.
Y yo sabía lo que Thaddeus temía, lo que lo estaba amenazando, porque era mi miedo también.
Ya sea o no concejal, Janelle podía sentir capacidades aún más raras: Baños de Luna.
Con cuidado, alejé a Thaddeus de la sanadora, y ella soltó su mano.
—Bienaventurados somos —dijo Janelle, el placer iluminando sus ojos—. Tres nuevos talentos
de curación descubiertos en un corto espacio de tiempo.
—¿Cuántos generalmente descubre al año? —Thaddeus le preguntó con curiosidad.
—Uno o dos con el potencial de cada diez ciclos, si somos afortunados.
Diez ciclos significan diez años.
—¡Eso es rara vez! —Exclamé—. ¿Eso significa que será difícil encontrar una sanadora que
venga a nuestro territorio?

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—Los curanderos son pocos y lo suficientemente valiosos que pueden escoger y elegir donde
servir —dijo Janelle, lo que confirmó mis sospechas. Lo que explica por qué mi madre, Mona
Sera, considerada una de las peores Reinas entre las Monère, no había tenido una sanadora.
—¿No voy a ser capaz de tenerla en mis manos? —Le dije sin rodeos. Jane sonrió, como si mi
redacción humana pintoresca le pareciera divertirla.”Si eso significa atraer a una sanadora a
su servicio, entonces no, no por las temporadas siguientes, con toda probabilidad.
—Porque soy una reina de sangre mixta —le dije rotundamente.
—Sí —asintió Janelle suavemente—. Eres una especie desconocida. Se esperará para ver
cómo te manejas. Debes probarte a ti misma ser fuerte, estable y próspera en primer lugar.
—A todos, al parecer —murmuré.
—Mientras tanto, lo mejor que puedes hacer es desarrollar todos tus talentos y potenciales de
los que estás ricamente bendecida. Tú debes permitirme instruir a tu hermano también.
—Parece que no tenemos otra opción —le dije con ironía—. ¿Cuánto tiempo se tarda en
aprender a hacer lo que me hiciste?
—Varía mucho, pero la mitad de un ciclo de diez años es más común.
—¿Cinco años? —Gemí. Eso también significaba que Jane no estaba segura de si yo sería
capaz de tener en mis manos a una sanadora ni un año a partir de ahora. —. ¿Cuánto tiempo
puedes quedarte?
—No más de dos semanas, me temo. Sin embargo, podemos continuar con nuestra experiencia,
posteriormente, cada segunda luna nueva cuando llegan las reuniones del Consejo Superior.
Yo sonreí sombríamente Thaddeus. —Bueno, hermanito, espero que uno de nosotros aprenda
rápido.
—Yo también —dijo, mirando hacia abajo a la pantorrilla recientemente curada—. Yo
también.

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Capítulo 12

Traducido por daianandrea e Insomnia


Corregido por Andrea

L a mañana siguiente terminó siendo una continuación de mi larga, larga noche. El plan
consistía en inscribir a Thaddeus en la escuela de secundaria local de la parroquia.
Entonces, estuve dando vueltas en mi cama. Estábamos en un buen barrio escolar,
viviendo como si perteneciéramos a la antigua riqueza. Las otras casas que pasamos por
delante, aunque no mansiones, llevaban el peso de sus años con dignidad en buen estado y
céspedes costosamente arreglados.
Thaddeus estaba en la parte posterior. Halcyon se sentó en el asiento del copiloto, pareciendo
tan cansado como yo me sentía. Realmente el gran SUV se sentía vacío sólo con nosotros
tres. Gryphon había estado sorprendentemente agradable cuando sugerí que Halcyon nos
acompañara a la escuela. De hecho, Gryphon había estado hasta el momento, increíblemente
cordial y tranquilo con la presencia de Halcyon. Pero tal vez eso no fuese tan sorprendente.
Gryphon había pedido ayuda después de todo, y Halcyon había venido en nuestra ayuda con
una sanadora a cuestas. Parecía dispuesto a confiar nuestra seguridad en manos del Príncipe
Demonio, convencido de que la presencia de mi hermano sería el acompañante adecuado.
Realmente le había pedido a Halcyon venir porque de los tres hombres capaces de soportar
la luz del día, Halcyon podría mezclarse con la mayoría. Amber era demasiado grande y
llamativo, y Gryphon era endemoniadamente lindo. Atraerían mucho la atención y la
curiosidad que quería evitar. El Príncipe Halcyon, el alto Príncipe del Infierno, en realidad no
deseaba llamar mucho la atención humana, lo crean o no, se mezclaba maravillosamente, a
excepción de sus largas uñas.
—Mantén tus manos en los bolsillos o detrás de tu espalda —le recordé una vez más.
Halcyon sólo sonrió y asintió con la cabeza.
—Dije eso antes, ¿verdad? —dije, golpeando nerviosamente el volante.
—Sólo cuatro o cinco veces —murmuró Thaddeus.
—Todo irá bien —Halcyon me tranquilizó.
—Lo siento —dije—. No sé porqué estoy tan nerviosa.
Thaddeus miraba con curiosidad el terreno de la escuela en la que estábamos entrando,
obviamente no lo estaba.
Entré en un aparcamiento vacío en la parte delantera del edificio de ladrillos de tres pisos.
Dos grandes alas rectangulares extendidas hacia atrás en un ángulo de cuarenta y cinco

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grados a cada lado de la estructura, tanto que parecía un pájaro gigante de ladrillo a punto de
emprender el vuelo.
—No te preocupes —dijo Thaddeus saliendo del coche—, todavía no he empezado la escuela.
Era el último viernes antes de las vacaciones de Navidad. Nuestro tiempo era casi perfecto,
como si lo hubiéramos planeado, que, permíteme asegurarte, no lo teníamos. Afortunadamente
había funcionado de esa manera, como a veces ocurrían las cosas. La escuela estaría cerrada
durante las próximas tres semanas y la administración había decidido que sería mejor si
Thaddeus empezaba las clases después de las vacaciones. Estábamos aquí para inscribirlo
y visitar la escuela. Sin embargo, todavía revoloteaban mariposas en mi estómago cuando
entramos por las blancas puertas dobles. La vista de los largos pasillos, las filas de armarios
y puertas de clases cerradas trajo una ola de recuerdos, muchos de ellos desagradables. No
importa dónde estés, las escuelas olían igual en todo el mundo, como a pisos encerrados
y a desinfectante, al sudor de los cuerpos jóvenes todavía dulces, aún no penetrante con
la madurez, el olor tenue de las medias de gimnasia, el olor de los viejos libros de texto y
cuadernos nuevos, al perfume floral de las chicas y el aroma del chicle prohibido, masticado
ocultamente en silencio.
La oficina del registro civil estaba a nuestra derecha. Una señora de piel bronceada y arrugada
con el cabello teñido de color castaño nos evaluaba con una mirada escrutadora, mirándonos
con atención sobre el borde de sus gafas para leer, acomodadas en la parte baja del puente de
su nariz, con ojos intensos y sensatos. Un verdadero dragón.
Conscientemente alisé la falda de mi vestido azul oscuro ante esa mirada penetrante. Era
el único vestido corto que tenía. Lo había usado sólo una vez para mi entrevista de trabajo
en el Hospital St. Vincent. Tersa, actuando como mi dama de compañía, había trenzado mi
pelo alejándolo cuidadosamente de mi cara y había aplicado algo de maquillaje con una
mano sorprendentemente hábil. Cuando terminó, casi no me reconocí. Parecía mayor, más
sofisticada. Bonita.
Ahora, sólo tenía que representar el papel, que era más fácil decirlo que de hacerlo. Hablando
despacio, con calma, me presenté. —Hola, soy Lisa Hamilton. Estoy aquí para inscribir a mi
hermano, Thaddeus Scheffer, para el próximo trimestre. Ha sido transferido de escuela.
La mirada del dragón cayó sobre mí y pasó a Thaddeus, que estaba perfectamente vestido con
unos pantalones de piel y una camisa Oxford. Luego miró deliberadamente a Halcyon, era
una mujer que sabía cómo hacer que el silencio hablara por ella.
—Este es Albert Smith, mi amigo —dije, contestando a su pregunta sin formular.
Halcyon le sonrió encantadoramente con sus manos escondidas casualmente en sus bolsillos
delanteros.
—Los hemos estado esperando —dijo secamente, y se presentó como la señora Boudoin.
Desapareció unos instantes en la oficina de al lado y cuando regresó nos llamó con la mano—
. El señor Camden los verá ahora.
El señor Camden era un hombre de aspecto agradable en sus treinta años, sonreía con gusto
hacia nosotros en señal de bienvenida, tanto a Thaddeus como a mí nos saludó con la mano

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e hizo un gesto para que nos sentáramos en los dos asientos situados delante de su escritorio.
Asintió agradablemente con la cabeza a Halcyon, que se quedó de pie deliberadamente contra
la puerta.
—Su escuela nos ha enviado sus registros y los resultados del SAT, Thaddeus. Ambos de los
cuales son muy impresionantes. Y sólo tienes —miró hacia abajo en el archivo abierto en su
escritorio— dieciséis años. Dos años más joven que el resto de nuestros estudiantes del último
año.
Y parecía más joven, como de catorce años. Suicidio social en la escuela de secundaria. No
envidio a mi hermano.
—Gracias, señor —dijo Thaddeus—. Empecé temprano y la academia Hawthorne tuvo la
amabilidad de organizar un plan de estudios que me permitió terminar la escuela secundaria
en tres años en lugar de cuatro.
El señor Camden sonrió. —Por supuesto, la carga más pesada no parece haberle afectado
negativamente de ninguna manera.
—No, señor.
—Bueno, ciertamente podemos darle cabida aquí también —dijo sonriendo el señor Camden,
mirándonos a Thaddeus y a mí—. Sólo tiene un curso extra por trimestre para adaptarse a sus
horarios, así que debemos ser capaces de hacerlo con bastante facilidad.
—Somos conscientes de eso —dije, y le sonreí por primera vez. Por un momento pareció algo
aturdido. Entonces, su sonrisa se hizo aún más cálida y sus ojos bajaron para mirar mi mano
izquierda desnuda.
Mi sonrisa desapareció.
—Es inusual para los estudiantes transferirse en mitad de su último año. ¿Puedo preguntar lo
que precipitó este cambio? —preguntó el señor Camden.
—Sus padres murieron en un accidente de coche. Mi hermano se ha venido a vivir conmigo
—le expliqué.
El señor Camden murmuró sus condolencias. —¿Tienes algún plan para la universidad,
Thaddeus?
—He sido aceptado en Harvard y Yale, señor.
El señor Camden sonrió. —Felicitaciones. Pero no es extraño con tus notas.
—Sin embargo —Thaddeus continuó—, he decidido asistir a una de las universidades locales.
El señor Camden elevó sus cejas con interés. —Tengo un amigo que trabaja en las admisiones
de Tulane. Usted sería alguien que definitivamente le interesará.
Escribió el nombre y el número de su amigo, me lo entregó con otra cálida sonrisa. Luego se
puso manos a la obra y nos mostró la apretada agenda que tentativamente había preparado.

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Con sólo unos pocos cambios sugeridos por Thaddeus, los cursos durante el resto de su año
escolar terminaron y le asignó un casillero.
La asistente del director, la señora Emma Thornton, nos llevó en un breve recorrido por la
escuela. Ella era hermosa, más que bella, alta, una mujer elegante que parecía sonreír con
especial interés en Halcyon. Hacía que una se preguntara si todo el profesorado de aquí eran
solteros.
Thaddeus tenía los libros de textos en una mano, salimos del edificio poco antes del mediodía,
aspirando finalmente el aire que no olía a reciclado. La bola amarilla del sol caliente flotaba
justo encima, disparando rayos con fiereza sobre nosotros mientras caminábamos hacia el
coche.
Sólo en el vehículo, Halcyon se quitó finalmente las manos de sus bolsillos. —Así que eso es
una escuela. Tantos niños —murmuró—. Sentí más de mil corazones latir allí.
—¿Nunca antes has estado en una escuela? —le pregunté, arrancando el coche.
—Los Monére no tienen tales cosas. Tampoco chicos como para justificar esa institución —
dijo Halcyon, con un matiz de tristeza en su voz.
—¿Se siente bien, Príncipe Halcyon? —Thaddeus preguntó desde el asiento trasero.
La pregunta de mi hermano me hizo girar y mirar a Halcyon. Realmente lo miré. Y lo que vi
me alarmó. Parecía demacrado, pálido bajo el tono dorado de su piel.
—¿Qué te ocurre? —pregunté bruscamente.
La preocupación estalló aún más cuando dejó caer su cabeza de forma cansada contra su
espalda. Nunca antes había mostrado ninguna debilidad. Diablos, él nunca antes había sido
débil, y ver esa grieta en esa gran fuerza me sacudió por completo.
—El sol me molesta —admitió tranquilamente.
—¿El sol? —dije, arrasándolo con una dura mirada—. Halcyon, estabas caminando a la luz
del sol cuando te conocí. El sol estaba brillando sobre ti entonces, y no parecía molestarte.
—Recuerdo que me sentí como si algo en el bosque me estuviese llamando —dijo sonriendo
débilmente mientras recordaba—. Ha pasado mucho tiempo desde que caminé en la Tierra
bajo los rayos del sol.
Apreté los nudillos alrededor del volante hasta que se quedaron blancos.
—Mierda, Halcyon. Cuando nos conocimos me dijiste que el sol no te molestaba —cerró sus
ojos.
—No en pequeñas dosis. Incluso durante las largas horas de hoy podría haber resistido a mi
fuerza, pero he estado mucho tiempo fuera de casa.
El Infierno era el hogar, cosa que no estaba segura de que si Thaddeus lo sabía todavía.
—Ya había estado siete días en la Gran Corte antes de que Gryphon nos llamase aquí —dijo
Halcyon.

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—Deberías habérmelo dicho. —Estaba enfadada y asustada, mi voz era dura—. Nunca te
habría pedido que nos acompañases si lo hubiera sabido.
—Quería venir —dijo simplemente—. Quería ver cómo era una escuela humana.
—Jesucristo, Halcyon. —Quería pegarle por tomar un riesgo tan tonto—. ¿Te vas a quemar o
derretir o algo por el estilo? —De nuevo la débil sonrisa.
—No, tan solo llévame a casa. Descansaré y saldré hacia la Gran Corte esta noche y volveré
a casa. Estaré bien una vez que esté en mi propio reino.
—Me he enterado de que apenas comió nada anoche, señor —dijo Thaddeus.
—Eres muy observador, Thaddeus. En realidad, no comí nada.
Estaba sacando una horrible sospecha de aquí.
—Déjame adivinar. Cortaste tu carne y jugaste con ella. —Halcyon suspiró y admitió.
—Orgullo estúpido de nuevo.
—¿Por qué hizo eso, señor? —preguntó Thaddeus educadamente.
—Porque no come comida. ¿Es cierto, Halcyon? —pregunté lanzándole una áspera mirada.
—La carne no es lo que necesito —dijo cerrando sus ojos.
—Entonces esto es mi culpa, más aún.
Pero nadie me lo había dicho. Sin embargo, debería haber preguntado o por lo menos
habérmelo imaginado. Tersa y Jamie estuvieron ausentes durante la cena de anoche y ahora
sé porqué. Sus madres los habían escondido de Halcyon. Ellas no querían que ellos fueran
servidos como donantes de sangre para el Gran Príncipe del Infierno. El arrepentimiento y la
culpa me inundaron.
—Halcyon, te hubiera proporcionado lo que necesitabas si lo hubiera sabido. —Abrió los ojos
para mirarme.
—¿Lo habrías hecho?
—Sí. —Extendí la mano para tocar el dorso de la suya—. Y hubiese confiado en ti en que lo
mantendrías limpio, sin travesuras mientras lo hacías.
—Eso no podría prometértelo —dijo Halcyon sonriendo.
Giró su mano, juntando su palma con la mía. Cuidadosamente cerró su mano, sus uñas largas
se apoyaban ligeramente contra mi piel.
—La culpa es mía y de los que hay debajo de mí —dije suavemente. Porque ellos lo sabían y
no me lo habían dicho pero yo tampoco había preguntado—. Perdóname. Daré lo mejor de
mí para hacer las paces por mi incumplimiento de hospitalidad.

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—No hay nada que perdonar. La culpa es de mi estúpido orgullo —murmuró Halcyon, sus
ojos eran una caricia oscura.
—¿Qué necesita, Mona Lisa? —preguntó Thaddeus.
Miré a mi hermano a través del retrovisor.
—Sangre —dije, y vi como sus ojos se ampliaban un poco.
El Suburban se sacudió de repente, como si algo lo hubiese golpeado.
—¿Pero qué...?
Mi pregunta se ahogó entre los gemidos del metal. Por encima de nosotros, unas garras
perforaban el techo y desgarraron el forro de tela por encima de nuestras cabezas. Con el
corazón a punto del infarto, el coche fue retirado de la carretera en la que estábamos y luego
volamos por el aire a una distancia de unos doce metros. No había más coches o casas a la
vista porque era una propiedad privada, la mía. Sólo estábamos a cinco minutos de casa.
Las garras desaparecieron y fuimos lanzados con un ruido sordo, dando tumbos a un campo
con malas hierbas hasta la cintura. Antes de que el coche parase de tambalearse, yo ya había
abierto la puerta y estaba fuera. Un águila gigante venía descendiendo hacía mí con el pico
afilado y unas garras letales. Golpeé el suelo, entonces retrocedí cuando se precipitó delante
de mí.
Por un terrible segundo pensé que era Aquila, mi guardián, el antiguo bandido en el que había
confiado y tenido a mi servicio. Su otra forma era un águila de cabeza blanca. Entonces vi que
el plumaje era mucho menos abundante, el negro y blanco colorido era diferente, el blanco de
la cabeza se extendía hacia el pecho y la cabeza. No era un águila, era un buitre. Su presencia
se notaba diferente… discordante, abrasivo.
—¡Detrás de ti! —gritó Thaddeus. Me agaché y rodé apenas a tiempo.
Una fuerte ráfaga de viento soplaba por encima de mí y las alas del cazador me rozaron,
había perdido a su objetivo principal, pero me golpeó de refilón. Un dolor ardiente cortó mi
hombro y el olor agrio de la sangre llenó el aire mientras me caía al suelo.
Un segundo pájaro, un gran halcón de cola roja, pasó por delante con un grito furioso. No,
no es mi gente. El halcón era más pequeño que el gerifalte en el que se convertía Gryphon,
un remolino de barro de color café en lugar de blanco, cubierto de nieve, con una cola de
color castaño. Pero todavía había un predador letal en el cielo, una sombra oscura de muerte
volando por encima de nuestras cabezas.
—¡Quédate en el coche! —le grité a Thaddeus. Él dudó y después volvió adentro y cerró la
puerta.
—Tú también, Halcyon.
—Creo que no —dijo tranquilamente el Príncipe Demonio rodeando el coche para agacharse
a mi lado. En realidad, era difícil ordenarle algo cuando me superaba en rango. Qué pena.
No tenía muy buena pinta. Pero si insistía en jugar... Le ofrecí mi daga plateada, mis ojos
escaneaban el cielo azul.

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—No necesito eso —dijo Halcyon y mostró sus largas uñas cuando le volví a mirar.
—Ah, ya. Lo olvidaba —musité—. Ahí vuelven.
El buitre se precipitó hacia abajo, cayendo firmemente desde el cielo. El halcón estaba justo
detrás, un borrón marrón. Me alejé del coche y esperé una clara invitación, las manos desnudas
y las dagas enfundadas. Con facilidad, viraron hacia mí zambulléndose como bombarderos.
—¡Mona Lisa, no! —exclamó Halcyon.
Justo antes de que el buitre me golpease, llamé a los puñales a mi mano, una de plata y otra
de acero plano. Dejé que la hoja de plata volase. Una rápida maniobra de evasión del pájaro
gigante y perdí. ¡Perdí! ¡Joder!
El buitre volvió de regreso hacia el objetivo con sus alas formando un ángulo agudo, directo
hacia mí. Sin tiempo para volver a coger la hoja de plata, me encontré con las garras de acero.
Me levantó de un salto a su encuentro, golpeando en el aire. Tuve una fracción de segundo
para disfrutar de como mi daga se hundía en el cuerpo del buitre, y luego me di cuenta con el
impulso de su inmersión completa, que estaba detrás de él. Sentí como si un maldito martillo
me golpease. Impresionante la fuerza, un fuerte impacto desgarró mi brazo derecho y no
dolía mucho, eso no era buena señal. Era mejor cuando dolía condenadamente. Cuando no
sientes nada significa que la herida es profunda y una lesión grave.
Creo que se me cayó la daga, no podría decirlo de forma segura. No podía sentir nada en
mi brazo derecho. Y entonces no sabía nada más, sólo que me estaba lanzando por el aire,
golpeada por el impacto del pájaro grande de mierda. Se gritaron con regocijo triunfal y se
abalanzó encima de mí, gotas de color rojo goteaban de su pecho. Golpeé el suelo con fuerza,
comiendo tierra. La caída pateó el aliento de mis pulmones y me hizo ver las estrellas.
—¡No! —gritó Halcyon.
Giré mi cabeza a tiempo para ver a Halcyon saltando delante de mí, usando su flaco cuerpo
como un escudo, y parando el golpe que iba hacia mí. El halcón le golpeó con un impacto
que yo sentí y veía. El golpe sacudió y resonó a través del cuerpo ligero Halcyon. Su sangre
salpicó todo en forma de aerosol rojo mientras las garras se clavaban profundamente en su
espalda. Con un movimiento que arrancó un gemido de sus labios, el halcón lanzó al Príncipe
Demonio hacia arriba en el aire, arrastrándolo lejos.
—¡Halcyon! —Su nombre sonó débil, un jadeo sin aliento desde mis labios. Entonces mi
boca abierta se sumió en un grito silencioso mientras las garras afiladas me sorprendieron,
haciendo un túnel en mi espalda, raspando contra el hueso. El buitre me tiró en el aire como
una muñeca de trapo, y el dolor caliente, ardiente atravesó mi cuerpo y me hundió en la
oscuridad.
El dolor abrasador me dejó inconsciente. En mi espalda, por supuesto. Mi hombro derecho
palpitaba como una perra gritando. Las cadenas eran fuertes y seguras alrededor de mis
muñecas y mis tobillos, dándome una pista de que estaba de mierda hasta el cuello, si el dolor
no me había dado un indicio de ello.
Abrí mis ojos, entonces deseé no haberlo hecho. Las cadenas de plata las podría haber roto,
pero eran cadenas de demonio las que me sujetaban. Y a mi lado, también ataron a Halcyon.

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Tenía un aspecto terrible. Su piel bronceada era casi gris, y su cara y cuerpo entero estaban
hinchados, inflamados. Parecía un melocotón maduro, apretado por descuido. Arroyos de
sangre caían por sus piernas como pequeñas perlas de color carmesí. Debí hacer algún sonido
o ruido. Halcyon abrió los párpados hinchados y trató de sonreírme pero el movimiento de
sus labios agrietados y secos cuando se abrieron, supuraron sangre, el líquido viscoso y espeso.
—Dios mío, Halcyon —mi voz salió seca y agrietada, me aclaré la garganta para humedecerla—.
¿Qué te hicieron?
—Sol —graznó.
Lo frieron, bastardos. Alguien parece saber bastante acerca de los demonios muertos. Sentí al
sol culpable mientras inocentemente se escondía por el oeste. Había estado fuera por un tiempo,
largas horas habían pasado. El alivio brotó dentro de mí al ver que por lo menos Thaddeus no
estaba con nosotros. Rogué porque mi hermano hubiese vuelto a casa sano y salvo. ¿Sabrían
los otros que nos habían cogido? ¿O estarían todos ellos dormidos insensatamente en su día
de descanso?
—¿Quién nos ha cogido? —pregunté.
—Mona Loiusa.
Algo en su respuesta no me sorprendió. Había sido mi enemiga desde siempre, eso parecía,
aunque no había pasado mucho tiempo. Lo sentí de ese modo. Realmente, trató de matarme
dos veces. Esperemos que la tercera no sea la vencida.
Pero eso explicaba como Mona Louisa había conseguido las cadenas demonio. De Kadeen, el
mismo demonio muerto lord guerrero que azuzó contra mí. Debe de haberle servido como su
conducto al Infierno y a todos sus interesantes suministros. Me alegro de que lo hubiésemos
matado. Y me pregunto si ella sabía que su fuente había sido devorada por perros del Infierno
y ya no existía.
—¿Dónde estamos?
—Mississippi —dijo Halcyon ásperamente. A unos ciento sesenta kilómetros de New Orleans.
—¿Qué está haciendo Mona Louisa aquí?
—Vive aquí. Parte de su territorio original. Louisiana fue para ti. Ella mantuvo la parte
occidental de Mississippi.
Eso aturdió mi mente. Habían cortado su territorio original y me habían dado la parte más
grande a mí. Generoso y sin embargo increíblemente estúpido. Sólo buscando problemas, de
hecho.
—¿ Dejaste a Mona Louisa como mi vecina?
Halcyon casi sonrió, pero se las arregló para mantener los labios rectos para que no se abriesen
de nuevo.
—Aconsejé en su contra. La mayoría me anuló. Sentía que era el castigo adecuado.

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—¿Y ellos creyeron que ella lo aprobaría? ¿Vivir en paz a mi lado?


—Sí. Confiaban en que tendrían un territorio seguro en contra de ella. Y si no...
—Ya, lo pillo. La supervivencia del más fuerte, y toda esa mierda estúpida.
—La manera Monère.
—Francamente, no creo mucho de esa manera —suspiró.
—Yo tampoco. Nunca le concederían a Mona Louisa hacer tal intento. Incluso yo no creía
que se atrevería a hacer algo como esto.
En estas condiciones no sólo lo intentaba por mí, pero arrebatándole con éxito a él, no sólo el
cargo de un alto miembro del Consejo, pero sí el Gran Príncipe del Infierno.
Las buenas noticias era que estábamos solos. Las malas noticias eran que yo no estaba sola.
Halcyon estaba conmigo.
—¿Se pueden romper? —Lo sé. Una pregunta tonta. Las hubiese roto si hubiese podido
hacerlo antes que yo. Y todavía... no podía ayudar, pero recordaba cómo una vez fácilmente,
Halcyon había partido las cadenas sin esfuerzo. Las rompió como si hubiesen sido hilos.
—No —su voz era áspera y seca. Me miró, toda su increíble fuerza se había ido. Y mi
ignorancia, mi falta de conocimiento era sobre todo la culpa.
—¿Tú? —preguntó.
Negué con la cabeza, las lágrimas calientes de pesar y vergüenza quemaban en la parte de
atrás de mis ojos porque le mentí. Podía liberarme... Si cambiaba a mi otra forma. Pero no
quería arriesgarme a hacerlo. Me convertí en una bestia cuando cambié. Si estuviera sola,
habría probado y confiado en mi instinto de bestia para huir. Pero aquí, con Halcyon... Podría
ser presa de mi instinto depredador y me lo podría comer si cambiase. Desde luego, no tendría
la presencia de ánimo para liberarlo y sacarnos a los dos lejos de aquí.
El lamento me llenó. Si no hubiese huido de la oscuridad de mi bestia toda la vida, si hubiese
estado dispuesta a liberarla más a menudo tendría un mayor control sobre ella... pero ya era
demasiado tarde.
—No deberías haberme ayudado —le dije sin poder hacer nada.
—¿Qué más podría haber hecho? —preguntó, su voz hermosa ahora estaba desgastada.
—Deberías haber dejado que me cogiesen.
—No podía.
—Oh, Halcyon. Si muero, mi gente continuará sin mí. Pero tú no gobiernas ¿qué pasará en
el Infierno?
Me miró por un largo momento, sus pensamientos se quedaron en su interior antes de decir
finalmente:

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—No sería bueno.


—¿Tu padre?
—Probablemente vengarían mi muerte. Matarían a muchos Monère. Incluso si murieran
haciéndolo. Ha pasado mucho tiempo desde que dejó el Infierno.
—Lo dices como si tuvieses que desarrollar alguna tolerancia a la Tierra.
—Es muy parecido a eso.
—Oh —pasó un largo silencio—. Pero dices que tu padre mantiene la calma, no va a ninguna
matanza. Podría tomar su mandato una vez más y todo volvería a ser lo mismo ¿verdad? —
Halcyon bajó su mirada al suelo.
—Ha existido por mucho tiempo. No puedes imaginar cómo es eso. Los últimos cien años,
se ha retirado mucho, perdiendo interés por las cosas, durmiendo la mayoría del tiempo. La
única razón por la que sigue y no acaba con su descanso final es por mí. Así que no voy a estar
solo. Si me fuese, no habría razón alguna para que existiese.
—¿Y qué hay de Lucinda, tu hermana?
—Su relación con mi padre es... complicada. Y ella no tiene ni la fuerza ni el deseo de gobernar.
Contemplamos en silencio la idea de un Infierno inestable, criaturas más poderosas que los
Monère luchando por la supremacía. Si alguien como Kadeen se hizo cargo de...
Kadeen ahora un demonio muerto, había sido un aspirante a caudillo que había desafiado
a Halcyon. Pero todo lo que había conseguido ser es un aspirante a muerto. Muerto, esta
vez. De vuelta a la oscuridad final. Pero antes de que se hubiese ido, había sido una criatura
desagradable, pero formidable en el sentido de que había conseguido destrozar a Amber con
una facilidad impresionante y drenar a Chami hasta dejarlo casi seco de sangre. Dos de mis
hombres más fuertes y letales. También había tomado un profundo sorbo de mí. El demonio
muerto parecía ganar fuerza bebiendo sangre de criaturas vivas. La idea de que alguien ganase
así poder... me estremecía. Los Monère y los humanos no estarían a salvo entonces.
—¿Qué podemos hacer? —susurré.
—No morir —dijo— sobrevivir hasta que la ayuda llegue.
—¿Crees que llegará? —Muchas cosas que hacer, que conseguir. Tienen que saber que estamos
en un problema, adivinar dónde estamos y después, ir hacia el rescate.
Su respuesta no fue confortable.
—No tenemos otra esperanza.

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Capítulo 13

Traducido por masi , cYeLy DiviNNa SOS , Little Rose


Corregido por V!an*

L a puerta rechinó al abrirse mientras el sol se ponía en el horizonte, supe que el


momento para la diversión y los juegos estaban a punto de comenzar. Para ellos. No
para nosotros. Todo lo que haríamos, por desgracia, era desangrarnos y tratar muy,
muy duramente de no morir. Yo no sabía si tendríamos éxito.
Mona Louisa, la zorra, se veía bastante bien. La había calificado como la Reina de Hielo no
sólo por su impresionante belleza helada, sino porque el hielo corría por sus venas y revestía
su corazón. Había renunciado a uno de sus propios hombres al Alto Consejo, sin el menor
escrúpulo. Él había mentido por ella y luego muerto por ella. Miles había sido su nombre,
un tipo desagradable que había intentado violarme. Sí, se había merecido lo que le pasó.
Pero no más que ella. Ella le había dado las órdenes, después de todo. Él simplemente había
obedecido. Pero las Reinas eran los postes de la tienda alrededor de los cuales los Monère se
reunían. Ellas eran demasiado preciosas para matar. Por supuesto, otra Reina podía matar
a una Reina en defensa propia. Pero esa ley no estaba, exactamente, de mi parte en este
momento, encadenada e indefensa como yo lo estaba.
El pelo de Mona Louisa era una cascada brillante de color amarillo y su pálida piel era tan
encantadora como siempre. Sólo una cicatriz fina y de color rosa plateado por encima de su
pecho derecho, donde mi espada se había hundido en ella, empañando su perfección.
Ella era el buitre que nos había atacado. Lástima que mi cuchillo había sido de acero en vez
de plata. Su herida parecía como si hubiera tenido cinco días para sanar en lugar de sólo cinco
horas. Aparentemente, ella había adquirido la capacidad de soportar el sol de Gryphon y se
la había pasado al menos a uno de sus propios hombres. Razón suficiente para mantenerme
viva, el potencial de transmitirlo a más de sus hombres. Pero no si ella mataba a Halcyon.
Entonces, con más certeza, me habría matado. No podía arriesgarse a dejar un testigo vivo si
asesinaba al Alto Príncipe del Infierno.
Sin querer, pero teniéndolo en cuenta, evalué mi propio daño. Mi hombro desgarrado no
estaba tan limpio ni bien cuidado como la agradable y pequeña cicatriz de Mona Louisa.
Había sido cortada a conciencia: dos largas y profundas rajas, rasgadas a través de mi bíceps,
curvándose por detrás de la parte de atrás de mi hombro. Con mis brazos tensos por las
cadenas, la herida se había quedado abierta. Y había empezado a curarse de esa manera.
Así que en lugar de juntar los dos pedazos de carne, presionándolos juntos de nuevo, tenía
que llevar la herida abierta como un pozo, de abajo hacia arriba. El músculo más profundo
y los tendones se habían reparado lo suficiente, mientras que yo había estado desmayada,
por lo que podía mover mi brazo ahora. Pero todavía estaba en carne viva, feo, y curándose
con suciedad. Una rápida mirada fue suficiente para revolverme el estómago y aligerar mi

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cabeza. Aparté la vista antes de desmayarme. No quería hacer eso. Mona Louisa, sin duda,
encontraría una manera dolorosamente creativa para despertarme de nuevo.
Otros cuerpos entraron en la habitación, un número considerable de ellos con cortes
cicatrizándose y con heridas tejidas cortesía de las uñas de Halcyon. A pesar de estar débil,
no lo habían apresado con facilidad, noté con satisfacción. Muchos de ellos eran rostros
que reconocí de la Corte Suprema, sus guardias. Entre esos rostros que me miraban estaban
Gilford, Rupert, y Demetrius, los compañeros de delincuencia del fallecido y lamentable Miles.
Habían sido parte de los cuatro que en un principio me habían prestado como mi guardia
personal. Pero en lugar de protegerme, me habían traicionado. Sus miradas expectantes y los
ojos brillantes de Mona Louisa cambiaron la sensación del lugar. Como si fuera a ser menos
calabozo y más cámara de tortura.
Vi un rostro familiar entre los otros. Éste me hizo quedarme sin aliento.
—¿Dontaine? —susurré, mientras miraba al rostro arrogantemente hermoso del hombre que
había cuidado, el hombre que había nombrado mi Maestro de Armas. Sus bellos ojos de color
verde oscuro me miraban. Había tenido mis sospechas desde el principio, pero en el fondo de
mi corazón, no debo haber, realmente, creído en ellas o no quería creerlas porque el shock de
su traición era como un golpe inesperado en el intestino, dejándome sin aire.
—Oh, bien. Estás despierta —ronroneó Mona Louisa—. No querrás perderte la diversión.
Sí, sigue siendo una puta. Pero no del mismo modo. Algo en ella era diferente. En lugar de la
diferencia helada, ella estaba prácticamente vibrando de emoción. Un flujo de ansiedad e ira
se mostraba en su rostro, y una corriente caliente de profunda pasión—de odio—ardía en sus
pupilas oscuras. Sus ojos diamantes azules brillaban con viciosa satisfacción mientras miraba
al Príncipe Demonio.
Ella flotó hacia él, su falda larga girando sobre sus pies con una elegante ondulación que
dejaba ver todo. Terminó parada delante de él, levantó una uña con su perfecta manicura.
Presionó la afilada punta de su uña en su pecho y, con los ojos fijos, ávidamente en él, la
arrastró ligeramente hacia debajo de su pecho. Su piel tirante se rompió fácilmente bajo la
suave y cortante caricia, derramando sangre y más de ese líquido viscoso claro.
—Cocido a la perfección —canturreó ella—. ¿Cómo se siente, Príncipe, ser el que está
sufriendo? Ser el que está siendo rajado. Déjanos ver cómo te mantienes, vamos, cuando eres
tú el interrogado. —Una vez hace tiempo Halcyon la había interrogado en privado por el
Alto Consejo con respecto a su papel en la indeseable protección hacia mí que hicieron sus
hombres prestados. Los Cuatro Colores, como yo los llamaba, me habían entregado a una
banda de delincuentes.
Mona Louisa, al parecer, no había disfrutado al ser interrogada por él. Me hizo preguntarme
lo qué Halcyon la había hecho. No lo suficiente, al parecer. No, definitivamente no le había
gustado la experiencia. Y ella no estaba, en absoluto, dispuesta a perdonar y olvidar, olvidar
el pasado, y todas esas cosas buenas.
—Se equivocan cuando dicen que la venganza es dulce —dijo Mona Louisa, alzando su uña
perfectamente ovalada una vez más, presionándola en otro lugar a un centímetro del pecho
de Halcyon—. La venganza no es dulce. Es sangrienta —susurró, y le desgarró otra vez. Sus

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ojos brillaban ardientemente observando a Halcyon con entusiasmo, decepcionada cuando él


ni siquiera se inmutó. La sangre fluía ligeramente, como si su cuerpo estuviera desesperado
por contener lo poco que le quedaba.
Era difícil estar simplemente quieta y mirar literalmente como cortaba el pecho de Halcyon
hasta las costillas. Esperando a la ayuda. Ese no era mi fuerte. Depender de los demás podría
hacer que te mataran. Sólo que ahora, no tenía otra opción.
Observar y esperar se puso un poco más difícil cuando Mona Louisa pronunció un nombre:
—Dontaine.
Los hombres se separaron, dejándolo pasar al frente, y tuve un vislumbre de lo que estaba
en manos de Dontaine. Látigos. Dos de ellos. Uno de ellos era un látigo negro sencillo. El
otro tenía púas de punta de plata dispuestas en largas tiras de cuero que fluía como la cola de
un caballo con un pene manejable. Era un látigo de nueve colas, al igual que el que se solía
utilizar hace siglos para azotar a la tripulación amotinada en alta mar.
—El látigo en primer lugar, creo. —Mona Louisa curvó su mano blanca y suave alrededor
del grueso mango con forma fálica y permitió el movimiento de la cola desplegada como si
tuviera vida, retorciéndose como la piel de serpiente. Acarició la culata contra la mejilla de
Halcyon—. ¿Dónde está el portal más cercano al infierno?
Halcyon permaneció en silencio.
—Respuesta equivocada. —Dio un paso hacia atrás. Un chasqueo de muñeca y el látigo
silbó en el aire como una serpiente enojada e impactó sobre Halcyon. Las uñas habían sido
bastante malas. Este latigazo cortante de cuero con toda la fuerza Monére detrás de ello, era
mucho, mucho peor. La espiral de cuero separó la carne de Halcyon como un cuchillo caliente
cortando mantequilla blanda. Su pecho estaba rajado en diagonal, abierto de izquierda a
derecha con un torrente de fluido que se derramaba suavemente. El blanco de sus costillas era
brevemente visible antes de que la sangre las bañara de rojo oscuro.
Halcyon no hizo un sonido. Fui yo quien gritó.
—¡Mona Louisa, no quieres hacer esto!
—Oh, pero quiero hacerlo —dijo con alegría casi salvaje.
—¿Quieres provocar la ira de su padre sobre ti?
—No soy yo a quien buscará su padre —dijo Mona Louisa con una sonrisa desagradable—.
Será a ti, a tu gente, con quien su hijo fue visto por última vez.
Mierda. Ella tenía razón.
—El portal más cercano, mí querido príncipe.
Ninguna respuesta parecía la respuesta equivocada.
Otro silbido cuando el cuero cortó el aire, y luego ningún sonido cuando el cuero corto la
carne. Este corte estaba en la dirección opuesta, de derecha a izquierda.

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—La X marca el lugar, dicen. —Mona Louisa echó hacia atrás la cabeza y se rió, una carcajada
alegre y viciosa.
—Señora, tal vez el Príncipe Demonio estuviera más dispuesto a hablar si es Mona Lisa quien
sufre —sugirió Dontaine.
Algo brilló en la mirada de Halcyon cuando volvió sus ojos oscuros para mirar a Dontaine.
Algo que hizo el alto y bello Judas, diera medio paso atrás.
—Tiene sentido, Dontaine, cariño. Creo que tienes razón —dijo Mona Louisa—. A pesar de
que azotarla no será ni de cerca tan divertido.
—Mona Lisa es una perra orgullosa. Estaba pensando en algo mucho peor que el suave
beso del cuero. —Dontaine me miró evaluadora, y su hermosa sonrisa me estremeció—. Ella
reacciona de forma más inusual cuando la toco estando en mi forma de medio cambio. Llama
a su bestia interior contra su voluntad.
—¿Qué hay de divertido en llamar a su bestia? —exigió saber Mona Louisa, haciendo
pucheros.
—Llamar a la bestia de Mona Lisa sólo hasta cierto punto, mi Reina. No todo el camino. ¿No
te informó tu mayordomo de lo que ocurrió en el bosque? Ella se acopla con gran entusiasmo
entonces, al igual que la perra mestiza que es.
—¿Ella? —Mona Louisa me miró minuciosamente de forma escalofriante.
—Yo podría doblegar su voluntad, como un gato en celo, en contra de su elección consciente
—sugirió Dontaine disimuladamente, como un demonio astuto—. Y entonces yo y todos los
otros hombres de aquí podríamos follarla, uno tras otro, frente al Príncipe Demonio mientras
él observa, impotente y atado.
Traté de mantener mi cara en blanco, pero la tensión de mi cuerpo debe haberme traicionado.
—Ella odia la idea —dijo Mona Louisa encantada.
Yo hacía algo más que odiarla. Quería matar a Dontaine. Matarlos a todos. Quería evocar
a mi bestia, arrancar estas cadenas, y desgarrarlos. Yo quería aprovechar las oportunidades
antes que someterme a lo que él sugirió. Pero sin embargo yo estaba arriesgando mi vida,
tentando la de Halcyon. Resiste y sobrevive. Era como un maldito mantra que hacía eco
alrededor de mi mente. Dejar que todos los hombres de aquí me follaran sin duda sería una
buena táctica dilatoria. Yo no sabía si querría sobrevivir después de eso. Y la mirada de mi
cara debe haberle dicho eso.
Mona Louisa se echó a reír como un niño alegre a quien le hubieras acabado de decir que
estaba recibiendo un regalo.
—Sí, sí. Hazlo, Dontaine.
—Espera —dijo Halcyon, con voz áspera, hablando por primera vez—. Te diré lo que deseas
saber.

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—Demasiado tarde, Príncipe Demonio. Hazlo, Dontaine. —Mona Louisa me sonrió


maliciosamente a mí—. Hazlo.
Dontaine lanzó el látigo con nueve correas de cuerda anudada, hacia una esquina, se quitó la
camisa y salió de sus zapatos.
—¡No! —dijo Halcyon, sacudiéndose violentamente contra sus cadenas, crujiendo el pesado
metal. Pero se mantuvieron firmes y él se desplomó, agotado por el breve arranque.
—Dontaine, por favor —grité con la voz ahogado—. No lo hagas.
La expresión de su rostro hermoso traicionar era calmada y pacífica.
—Tengo que hacerlo.
Esa extraña energía eléctrica comenzó a ondular y pulsar, y Dontaine comenzó su
transformación. Se estiró, se transformó, cambió. Se volvió más alto, más amplio. Los
músculos se estiraron, los huesos se deformaron, la mandíbula se alargó en un hocico, los
tendones se tensaron, pelaje de color gris oscuro se rizó como un baño mágico sobre su piel,
cubriéndolo. Se movió y a continuación se detuvo cuando el cambio se produjo, asumiendo
esa forma monstruosa, sofocando la habitación con su poder. Levantó la cabeza y aulló, un
aullido escalofriante y primitivo de libertad mientras su bestia en forma de lobo se fusionaba
con su forma humana, un monstruo, una leyenda. Hombre lobo.
Me aplasté contra la pared. Me habría fusionado en las piedras si hubiera sido capaz. Pero no
pude. Sólo pude quedarme allí, acurrucada, temblando, sacudiendo mi cabeza, mientras la
terrible bestia con los ojos de Dontaine caminaba hacia mí tambaleándose, con pasos bruscos
sobre sus patas traseras parcialmente dobladas. Sus terribles garras se extendieron hacia mí y
grité de horror, de miedo, de impotencia.
Pero en lugar de tocarme, rompió las cadenas del demonio liberándolo.
—Dontaine, ¿qué estás haciendo? —gritó Mona Louisa.
—Liberar a mi reina —fue su profundo gruñendo de respuesta. Sus garras se deslizaron en el
interior de los grilletes mi muñeca, pero tan sólo sus uñas me tocaron, no su carne. Con un
simple giro y tirón, el metal de plata se rompió y cayó de mis muñecas. Rompió las cadenas
de mis piernas, dejando las esposas colgando de mis tobillos.
Un guardia que estaba parado en frente, de repente, cayó al suelo, su cuello torcido curiosamente,
su sangre manchando el suelo. Otro guardia gritó de dolor, se sacudió, gorgoteó, y cayó al
suelo con el cuello roto, apuñalada por la espalda. Su sangre pulverizada hacia el exterior, el
faldón del arco escarlata se detuvo por algo justo a su lado.
Algo invisible que se convirtió brevemente en visible bajo el toque de la sangre. Chami,
repentinamente apareció, sosteniendo dos tacones de aguja plateados en sus manos, los
tacones largos y delgados goteando de sangre de sus víctimas. Los guardias de pie junto a él,
gritaron y saltaron hacia él. Chami se perdió fuera de la vista, y no cogieron nada más que
aire. Uno de ellos gritó y se inclinó hacia adelante, agarrándose el vientre cortado.
—¡Dontaine, libera a Halcyon! —Lloré y extendí mis manos libres. Las Lágrimas de la Diosa

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sepultadas, profundamente, en el corazón de la palma de mi mano derecha le dieron un


impulso profundo y palpitante y una espada quedó libre del agarre de un sorprendido guardia.
Profiriendo un grito de guerra, lo dejé volar. La espada volvió a través del aire, cantando
una canción de muerte mientras la hoja caía sobre el cuello de uno de los guardias que se
había zambullido en Chami. Corto la cabeza del hombre con un fácil suspiro. La cabeza
decapitada voló de su cuerpo. La luz brillaba a cabo, y con un brillante estallido, llovieron
cenizas esparcidas en el suelo, y el hombre ya no estaba. Su ropa cayó al suelo, una cáscara
vacía, ya no soportando una forma.
—¡Que les corten la cabeza! —grité con salvaje alegría, bloqueando una viciosa embestida
con mi espada. El fuerte choque del metal en contra el metal sonó como un clarín. Pero era
mi mano derecha, el brazo lesionado. Yo apenas podía sostener mi espada contra la fuerza
con la que era prensado por la hoja de mi atacante. Él me estaba dominando, y él sonreía a
mi debilidad.
Era Rupert, me di cuenta, por el alto pelo color zanahoria. Uno de los cuatro que me
traicionaron y me habían entregado en manos de los ladrones fuera de la ley. El hombre que
había derramado media botella de afrodisíaco en mí y casi me mata.
Fue esa sonrisa de suficiencia de Rupert lo que lo hizo. Eso, junto con la agonía de recordar
la quemadura infernal por el afrodisíaco sobre mi cuerpo, y el dolor de mi hombro derecho,
con la herida de ahora. Se desencadenó una furia casi enloquecida en mí. Mi mano izquierda
pulso una vez, casi dolorosamente fuerte, y una daga plateada voló de la mano de un perplejo
guardia hacía a las mías. Con una velocidad vertiginosa y una fuerza casi salvaje, hundí
la daga en mi atacante. Hundí la daga profundamente, tan profundamente, todo el camino
hasta el cuello, justo debajo del esternón de Rupert, y en un ángulo hacia arriba en su cavidad
torácica, al igual que Chami nos había enseñado.
Rupert me miró con sorpresa y la sorpresa amplió sus ojos. Un golpe limpio a la izquierda
le cortó la aorta, y los ojos vidriosos de Rupert perdieron el foco y su espada cedió contra la
mía. Con un empuje casi suave, la espada cayó de su mano y cayó al suelo. Poco a poco cayó
de rodillas.
Di un paso atrás y mi torso entero se volvió cuando levanté mi espada hacia arriba y atrás y
luego deje que volara hacia adelante en un bajo y agraciado columpio con toda la fuerza de
mis caderas y regresando detrás de él. La espada pasó a través de carne y huesos cortando con
facilidad. Y luego la carne y huesos ya no existían. La luz brillante se disperso libremente, las
cenizas cayeron, y la ropa flotó en el suelo, vacía.
Miré a mí alrededor. La mitad de una docena de cuerpos alineados en el suelo, trabajo de
Chami. Médulas espinales heridas, aortas cortadas. Ellos seguían con vida, con el tiempo se
recuperarían, con el tiempo. No tan definitivos como mis cenizas y el método de la luz. Pero era
una manera eficaz de acabar con un montón de hombres rápidamente. Desafortunadamente,
había muchos más hombres mucho aún en pie, y algunos habían cambiado a sus formas de
animales.
Vi otro destello de luz brillante. Cenizas volaron en el aire y flotaban hacia abajo, cubriendo
los pies de Dontaine con peluche. Un leopardo manchado dio un enorme grito y se abalanzó
sobre Dontaine por detrás, chocando los dos en el suelo. Rodó por el suelo, una masa borrosa

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de piel gris y naranja, colmillos mordiendo y garras chocando. Halcyon dio un grito agudo,
atrayendo mi atención hacia él. Dontaine no lo había logrado sin embargo. El nuevo Príncipe
Demonio tenía la espalda arqueada, con el cuello tenso estirándose. Una mirada de horror
enmascaraba su cara y sentí un reflejo en mis propias manos. Mona Louisa estaba detrás de
Halcyon, torcida sobre él como una amante, abrazándole, apretada contra su espalda, sus
eran labios dos barras carmesí presionadas contra la curva de su cuello. Sangre de un rojo
muy oscuro se escurría por la garganta de color marrón dorado de Halcyon mientras Mona
Louisa deslizaba, el fuerte cuello trabajando obscenamente. Y me di cuenta de que no le
estaba besando, ¡ella estaba bebiendo su sangre!
Me reuní a mí mismo y salté, surcando el aire a la tierra al lado de ellos. Estaban demasiado
estrechamente ligados para el riesgo de usar cuchillas, así que los dejó. Una de mis manos se
retorció más o menos en el brillante cabello de Mona Louisa. Con mi otra mano agarrando
su cuello, la arranque de él, y la eché fuera. Sólo una marca de mordedura en el cuello. Casi
se miraba inocua. Pero Halcyon parecía aturdido, como aturdido, tan asustado como si le
hubiera sido arrancada su garganta. Se desplomó hacia adelante débilmente, en posición
vertical sujetado sólo por sus grilletes.
Yo no podía romper las malditas cadenas. —¡Dontaine!
Con un gruñido jadeante, el leopardo salió volando por la habitación para golpear la pared
del fondo con un grito, y Dontaine estuvo a mi lado. Él rompió las cadenas de Halcyon con
cuatro afilados tirones, liberando sus brazos y después las piernas.
—Consigue sacarnos de aquí —exclamé, levantando a Halcyon en mis brazos.
Dontaine lo hizo con la simple conveniencia de girar y estrellarse en la misma pared, donde
las cadenas estaban incrustadas. La piedra hizo explosión hacia fuera, y di un paso a través
del agujero irregular que había hecho mi hombre-lobo con su cuerpo. Sentí a Chami, una
presencia brillante detrás de nosotros a medida que huíamos en la noche. Había sonidos
de persecución, gritos sorprendido, jadeos balbuceantes, gruñidos animales gruñendo como
Chami mientras bailaba con su cuchillas invisibles y Dontaine cortaba y arrancaba con sus
largas y mortales garras, ambos hombres cuidando mi trasero.
Mi brazo derecho ardía como un alma en pena aullando y sentí la sangre fluyendo por mi
antebrazo. Mi herida sanó en parte se había quebrado abriéndose. Pero mi brazo llevaba el
peso muerto de Halcyon. No lo deje caer, y eso fue todo lo que pedía de mi brazo lesionado por
ahora. Corrí, respirando con fuerza por el dolor y esfuerzo, y maldije y tropecé deteniéndome
al sentir la presencia de otros antes que yo, bloqueando mi camino.
—Mona Lisa. —Eso fue Gryphon.
Amber, Tomas y Miguel, el hombre de Mona Carlisse, surgieron de la oscuridad como
sombras pálidas, que fluían alrededor de Gryphon, pasando sobre nosotros, corriendo a la
lucha detrás de mí. Casi se me cae Halcyon de puro alivio. Gryphon cuidadosamente tomó el
príncipe demonio de mí. Un coche paró en una parada y Aquila se inclinó y tiró la puerta del
acompañante abriéndola desde el interior. —¡Date prisa!
Caímos en el coche y la Suburban blanca se apartó, menos o más golpes sobre el césped.
Era un terreno como este donde las unidades en cuatro ruedas demostraban su superioridad.

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LA SUV navegaba sobre la tierra cubierta de hierba con el peso de un tanque y un furioso
estruendo, sus neumáticos vomitaban matas de hierba detrás de ella.
—¿Y los demás? —di un grito ahogado.
—Gerald los tiene —dijo Aquila.
Miré hacia atrás, girando en el asiento delantero, y vi la Suburban verde tirando de lejos con
los demás en el interior. Amber estaba en cuclillas en el exterior, en el techo, como una gárgola
gigante de la muerte, su gran espada rozando lejos, cortando las manos y las extremidades,
desalentando la búsqueda, manteniéndolos fuera del vehículo huyendo. Otros guardias eran
derramados fuera, corriendo hacia la parte delantera de la casa.
Nos sacudimos en la carretera lisa y Aquila los derribó.
—Están en dirección a su vehículo particular —dije con voz entrecortada.
—No te preocupes. —Aquila sonrió como el bandido que una vez fue—. No pueden venir
después de nosotros. No con las llantas desinfladas.
Sentí como si lo besara, luego me incline y lo hice, golpeándolo en la mejilla. —Eres brillante.
Los dientes de Aquila brillaron en una sonrisa complacida, levantando su recortado bigote.
—Ya lo sé.
—Es seguro volver a casa con los demás. Él nos dijo que pasó. Dontaine nos trajo hasta aquí.
Yo observaba con miedo apretando mi corazón cuando Amber se giró los pies por delante
a través de una ventana abierta en la camioneta. Golpeó el pavimento liso de la carretera y
corrió detrás de nosotros.
Habíamos perdido a todos nuestros perseguidores. Pero el alivio duró poco, el triunfo
efímero. Con una inflexión en mi asiento, miré a Halcyon. Había caído en un estupor de
shock, extendiéndose lánguidamente en la segunda fila que Gryphon le había trazado, su
pecho mirándose como la carne cruda abierta, la carne separándose, no sanando. Su piel
en ambos tobillos y muñecas se había separado también abriéndose cuando había luchado
contra las esposas. Un insulto final, la marca de la mordida de Mona Louisa se extendía como
un horrible beso en el cuello.
—¿Qué hicieron con él? —Gryphon preguntó.
—Lo pusieron en el sol —le contesté—. Él era débil, pero no como esto, no hasta que lo
mordió Mona Louisa.
—Yo no sabía que el sol debilitara al príncipe demonio como a nosotros —murmuró
Gryphon—. Necesita sangre.
Atrape la mirada de Gryphon. Sosteniéndola con recriminación. —Yo lo sé ahora, pero no
antes. ¿Por qué no me lo dijiste?
Un atisbo de culpa, de remordimiento pasó a través de los ojos de Gryphon. —¿Quién alguna
vez me ha preguntado para donar sangre?

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Me recordó cuando él me había preguntado a cual mujer él debería haberle preguntado para
cuidar al lesionado y peligroso Dontaine
—Te gustaría elegirte a ti misma de nuevo —dijo Gryphon, respondiendo a su propia
pregunta—, y yo no podría soportar la idea de él tocándote.
Interiormente suspiré. Yo no estaba más que loca, cuando debería haber estado furiosa. Esto
era incluso peor que Gryphon poniendo mi mano en la ingle de otro hombre, manteniendo
cautivo a Wiley encadenado de mí. Pero era difícil trabajar mis emociones estando furiosa
mientras comprendí a Gryphon. Había sido coherente todo este tiempo, su miedo y la falta de
distancia entre Halcyon y yo. La culpa y el remordimiento brillaban en los ojos de Gryphon
mientras miraba hacia abajo al insensato Príncipe Demonio.
—Perdóname —dijo Gryphon en voz baja.
—Es difícil mantenerme perdonándote, una vez más.
Gryphon inclinó la cabeza, congelado en esa extraña quietud que era capaz de lograr, como
si fuera inanimado, no respirando. Como si su corazón no latiera, así que ¿cómo podría
romperlo? Entonces rompió el silencio. Un movimiento rápido y se cortó las muñecas con
una navaja, la sangre brotaba a la superficie y quede sin aliento por la sorpresa. Él apretó la
muñeca abrió la boca de Halcyon, su cara una vez más serena, ilegible, en blanco.
Con el tacto de la sangre, el príncipe demonio se agito. Su boca entreabierta y los labios
cerrados alrededor de la muñeca de Gryphon, creando la succión. Ambas manos de Halcyon
llegaron a ciegas para capturar el brazo de Gryphon y mantenerlo seguro, aunque sus ojos
permanecían cerrados. Como un bebé, Halcyon chupaba y sorbía, con avidez ordeñando la
carne cortada con los labios firmes buscando más de su rojo néctar.
Al parecer no era suficiente.
Los colmillos de Halcyon se alargaron y crecieron, una simple transformación que ni siquiera
utilizaba un reflejo de poder. Acaba de ocurrir, naturalmente, como la respiración, los labios
retrocediendo. Una mordida hundiéndose fuertemente y Halcyon traspaso aún más en la
carne de Gryphon, bebió la sangre cada vez más rica, la laringe subiendo y bajando como si
fuera una palanca que pudiera bombear la sangre más rápidamente en la boca.
Me preguntaba cuánta más sangre Halcyon estaba bebiendo desde abajo. ¿Cuánta sangre
puede Gryphon seguir dando? Gryphon estaba pálido, pero no pude ir por esto: Pálido era
su línea de base. Pero pude oír el corazón de Gryphon. Eso le había dado una patada a su
ritmo, un signo de que su corazón tiene que bombear más rápidamente para satisfacer sus
necesidades con un menor volumen de sangre.
—Halcyon —llegué sobre el asiento y toque las manos del Príncipe Demonio. Tenía la piel
menos cetrina que antes, no estaba tan pálidamente enfermiza bajo el bronceado. Esas manos
estaban bien envueltas alrededor de la muñeca de Gryphon, sosteniéndolo como un preso
voluntario.
—Halcyon, despierta.
Los ojos de Halcyon se mantuvieron cerrados. No se detuvo en su engullir la sangre con un
solo espíritu.

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Me deslicé por encima de mi asiento en la fila del medio, en cuclillas en el espacio entarimado,
un poco alarmada por la fuerza que sentía en las manos doradas. Fueron medidas drásticas
como el acero frío. Yo no podía hacer palanca en Gryphon. No le puede mover un solo
dedo, ni siquiera su dedo meñique. Cuando lo intenté, esas manos delgadas, elegantes sólo
apretaban aún más, claramente dispuesto a no renunciar a su fuente de alimento.
Gryphon estaba definitivamente pálido ahora. Una hoja en blanco frente a lunares blancos.
Hay una sutil diferencia. Los ojos de Gryphon se cerraron como si se perdiera en la entrega,
insensible de su dolor.
—Aquila, ¿cómo hacemos para que Halcyon deje a Gryphon?
Los preocupados ojos de Aquila se encontraron con los míos en el espejo. Él negó con la
cabeza. —No lo sé, señora. ¿Quiere que detenga el coche?
—No, sigue conduciendo. Gryphon, ¿puedes hacer que te suelte?
—No hasta que está listo para eso. —Fue la débil respuesta de Gryphon.
Bueno, mierda. El Príncipe Demonio no parecía ni de lejos preparado para hacer eso. Parecía
un inocente bebé lactante, abandonado en su búsqueda de más y más. Sólo que él estaba
tragando sangre, no leche. Y los bebés no se separan de sus madres en seco, por lo general.
La fuerza no había funcionado, así que intenté algo diferente. Pase una mano por el suave
cabello de Halcyon, empujándolo de nuevo lejos de su cara. La besable piel dorada estaba
menos hinchada ahora. La sangre estaba ayudando. Él estaba sanando un poco.
—Halcyon —le susurré. Él me tuvo que escuchar en algún nivel—. Halcyon, soy Mona Lisa,
tu Gata Infernal. —Eso es lo que me llamó, incluso antes de que él hubiera sabido lo que
era en mi otra forma. Me puse en contacto con ese otro poder dentro de mí, mi aphidy,
ese encanto interior que atrajo a los hombres a mí. Deliberadamente lo llamé y lo envolví
suavemente alrededor de Halcyon, a pesar de que no estaba segura de que funcionaria con
los muertos demonio. Lo utilicé como un invisible abrazo, un accidente cerebro-vascular
acogedor. Ven a mí.
Me incliné, respirando contra su oreja. —Halcyon, te necesito. Ven a mí. — Presioné mis
labios contra su mejilla y lo besé por primera vez. —Abre tus ojos para mí —rogué—. Por
favor, Halcyon.
Sus largas pestañas doradas se movieron una vez, y luego abrió los ojos. La confusión y la
comprensión atravesaron su mirada chocolate.
—Mona Lisa, —murmuró y me buscó, liberando el brazo de Gryphon.
Como si las ataduras que lo apresaban se hubieran cortado, Gryphon se enderezó, levantando
el cuerpo del asiento, rodeando la cabeza del Príncipe Demonio, con el corazón acelerado, la
respiración medio entrecortada, y el cuerpo lleno de adrenalina.
Pero no era Gryphon a quien el Príncipe buscaba. Halcyon pasó esos brazos dorados alrededor
de mí, incluso débil su agarre era firme, y me sostuvo de manera que yo estaba medio sobre él,
mi pecho presionado contra el suyo, y la sangre de su herida me mojó la camiseta, atravesando

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la tela y pegándose a mi piel. Con un suspiro inaudible Halcyon clavó sus largos y afilados
colmillos gentilmente en mi cuello.
Y con esa única mordida, me tomó completamente.
Estaba flotando en un mar muy azul. Estaba desnuda, y con mi amante. Halcyon. Su piel
dorada brillaba en el agua y sus ojos relucían como estrellas oscuras, su necesidad, su deseo
eran palpables. Y yo lo quería. Oh, cuánto lo quería.
Él estaba tan maravillosamente libre como yo, sólo su piel, musculosa, sin ropa que cubriera
la gracia y la belleza natural de su cuerpo, su fuerza contenida, su pasión creciente. El océano
nos rodeaba con sus brazos, a salvo. Era como una época antigua, cuando no importaba nada
salvo el primer hombre, la primera mujer, sacada de su hueso. No necesitábamos respirar.
Sólo sentir. El toque amable de mi amante en la base de mi cuello mientras me atraía a su
abrazo. El roce de sus labios carnosos contra los míos, sabía mejor que el néctar de la vida.
Me dejó probar su dulzura, beberla alegremente, tragar la semilla de la pasión. Y mientras
bajaba por mi garganta, comencé a arder en deseo. Un deseo de sentir ese cuerpo delgado
contra el mío, en mí. Sentir esa dura extensión de pasión pasar entre mi abertura, y enterrarse
en mí.
Mis pechos se presionaron contra él, los pezones firmes hundiéndose en el suyo, las puntas
rectas besando sus aureolas, haciéndolo gruñir, volviendo el cariño en algo más fuerte, oscuro,
agresivo. Como despertar a una bestia dormida. Sus brazos se tensaron a mí alrededor. Me
balanceé contra él, meneando las caderas seductoramente, empapándolo con mi excitación,
queriendo que me montara, esperando deslizarme en esa deliciosa extensión.
—Ven a mí —susurré.
—Pronto —prometió, y tomó mi boca con sus labios con una fiereza descomunal, con un
sabor mejor que el de la primera manzana de Eva, el sabor agridulce de la tentación prohibida.
Una promesa de más…más. Y yo tenía hambre.
Entró en mi boca con una lengua curiosa, metiéndose como una serpiente escurridiza,
deslizándose entre mis dientes, explorando cada rincón de mi boca, volviendo a salir para
acariciar mi labio superior, morderlo y chuparlo, una presión suave, que prometía más. El
tirón de la presión, la liberación. Volviendo al choque de lenguas, danzando, cuerpo a cuerpo,
y luego la misma coreografía amorosa, que traía un futuro de más profundidad.
Mis manos volaban en él, tocando, acariciando, pellizcando esa hermosa carne. Sintiendo
el dulce contraste de la piel suave, los músculos firmes, y los tendones palpables. El bello
contraste de piel blanca contra oscura, como el cálido sol contra la pálida luna. Sus hombros
eran puertos por descubrir. Su espalda, colinas para conquistar, valles a los cuales aventurarse.
Su hermoso estómago, los músculos que quería unir a mi cuerpo. Bajé más mis manos,
recorriendo el misterioso camino entre sus mejillas inferiores, haciéndolo ronronear y luego
retorcerse hasta que lo volví vulnerable. Apreté sus bolas suavemente, apreciando su firmeza
exterior, y la suavidad que ocultaban. Se estiraban y tensaban. Respondían tan bien a mi
tacto, tan maravillosamente firmes.
Halcyon me miró a los ojos y gruñó. Sus labios fueron a atacar mi carne vulnerable buscando
venganza. Mi pezón fue engullido por la húmeda caverna de su boca y demostré responder

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tan bien como él. Se tensaron, pero en lugar de estirarse y encogerse según sus lametones, los
estiró aún más. Succionó y sacó con su lengua traviesa, probándome. Una suave caricia, un
fuerte tirón, me hacía gritar. Mi otro pezón lo pellizcaba y acariciaba con su mano siguiendo
el ritmo de su boca. Los ataques simultáneos me hacían retorcer las piernas y enrollarlas en su
cintura, presionándolo contra mí. Se frotó conmigo en una extraña danza, uniendo su dureza
a mi suavidad. Luego sus manos me tomaron de la cintura, la posicionó de manera que mi
entrada estaba expuesta a su longitud que el frotó una y otra y otra vez, creando la fricción
más deliciosa.
Y luego todo lo que sentí fue una presión muy fuerte cuando mordió mi pezón, ya sin cuidado,
apretando el otro con sus dedos hasta el punto de dolor/placer.
Y yo exploté hacia fuera y hacia dentro, en un fuerte éxtasis.
Su boca cubrió la mía, tragando mis gemidos, robándome el aliento, vaciándome hasta que no
era nada, y luego respirándome la vida, exhalando aire que llenó mis pulmones, me resucitó.
Y cuando reviví, entró tranquilamente en mí, disfrutando cada segundo.
Un instante de quietud. Un momento para saborear la plenitud, la dulce invasión. Luego
otra inspiración, un suave empujón más profundo, una retirada fluida. Y todo lo que yo
hacía era flotar en sus brazos, totalmente relajada, agotada y tranquila, increíblemente llena,
sintiéndome a salvo por él. Todo. Era incapaz de hacer anda, salvo lo que él quisiera.
Mi príncipe dorado se movió siguiendo el rítmico vaivén del océano. Subía, bajaba. Suave,
oh, tan suavemente. Tan natural como respirar, tan necesario como la vida, tan presente
como el latido del propio corazón. Entró y salió de mí por un tiempo indeterminado, sin
cesar, besándome, bebiendo de mi boca hasta que mis sentidos volvieron al borde, incitados
por el baile de sus caderas, su cuerpo contra el mío, dentro de mí. Una lucha suavidad contra
dureza. Un dar, un recibir. Un círculo sin fin.
Se hizo hacia atrás, bajando el ritmo, y me miró con los ojos encendidos, muy brillantes.
Lleno de urgencia, necesidad, pasión sostenida. Y era como si sus ojos, sus necesidades,
encendieran mi fervor por lo que el placer suave y pasivo ya no era suficiente. Ni de lejos. Y
yo comencé a moverme con una fuera que lo hizo gemir mi nombre. —¡Mona Lisa!
Un movimiento de mi mano y di vuelta a Halcyon en el agua acostándolo, con el mar como
colchón. Me enderecé y luego incliné sobre él para hablarle.
—Halcyon —suspiré mientras me llenaba—.Tienes unos ojos hermosos, como el chocolate.
Me encanta el chocolate.
Me mordí los labios y lo besé. —También sabes a eso. —Ronroneé y me metí en el sabor
agridulce, recorriéndolo con mi boca mientras me alzaba y yacía sobre él, saltando mientras
se movía conmigo.
—No te detengas —murmuré—. No te detengas. —Y fue como si mi susurro urgente lo
liberara de alguna cuerda invisible.
—¡Santo Cielo!— gritó. Sus manos se apoyaron en mi cadera y comenzó a marcar el ritmo,
saltando como una rama enloquecida liberada de su tronco, quitándome el aliento. Dios, era
fuerte.

Traducido en Purple Rose 143


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Se dio la vuelta y me aplastó contra la pared de agua, echándose hacia atrás y entrando en
mí una y otra y otra vez, manejándome. Sus manos estaban en mi cuerpo, pellizcándome
los pezones, acariciándome. Su control mental me volvía loco, desatando mis emociones.
Sentí unas llamas envolver mis labios a pesar de que él sólo los había mirado. Las piernas me
temblaban, sentí un hormigueo en los labios a pesar de que me ha tocado allí con nada más
que su mirada ardiente. Una caricia en mis piernas, una humedad en torno a las pantorrillas,
un toque en la punta de mis pies.
Un cuerpo codicioso, caricias por mis brazos. Oscuro escozor, pellizcos en mi espalda,
sus dientes en mí. Metió unos dedo, haciendo un túnel profundo, donde se nos unió, otro
empujando junto a su pesada longitud, empujando hacia mí, y luego aún más profundo, una
penetración fuerte, profunda como una semilla de placer, que se extiende en mi vientre como
un bebé que está creciendo mientras él se estiró y me llenó por completo, y lanzando chispas
cada vez mayores con cada roce duro, empujando a cada deslizamiento. Girar, empujar. Un
ángulo diferente. Una unión más profunda. Con su longitud dentro de mí, se sacude con
fuerza y yo chisporroteo, encendiendo mis sentidos cuando lo sentía a mí alrededor, en mí,
tocando cada parte de mí. Y lo más fuerte de todo, sentí que la presión del hormigueo, el
placer que se extiende dentro de mi vientre, la maduración, el crecimiento. Cuando creció
hasta el punto de estallar, Halcyon bajó su boca hasta mi garganta. Sentí su aliento caliente
contra mí, los dientes se haciéndose más largos, más nítidos. Sentía la oferta tentadora, el
roce de los dientes contra mi piel blanca y suave y arqueé el cuello más, tentadoramente,
queriéndolo, esperando a que hundiera sus dientes en mí, gimiendo con mi necesidad de que
se una a mí aún más en esa pequeña forma.
Un largo momento de quietud. Y luego me penetró con sus colmillos. Se metió profundamente
en mi carne, llevándome a la locura, probando mi sangre, bebiéndola, y arrastrándome hasta
la ruptura, con su propio orgasmo, en sus sentidos invisibles. Bebiendo más y más, llevándome
a las sombras, convulsionando, en un placer doloroso.
Mi piel porosa, mi vientre, lo bebió todo y con un gemido soltó su liberación en mí.
Seguía temblando cuando abrí los ojos. Mi cuello dolía y sentí una corriente de sangre bajando
por mi garganta. Sentía humedad y debilidad entre mis piernas... pero no estaba en el calmo
océano. Estaba en el Suburban, sentada en el piso, mareada. Miré a Halcyon. Aún yacía
en el asiento. Detrás de él, sentado a su lado, Gryphon apoyaba la cabeza en el hombro de
Halcyon. Ambos me miraban, ambos con las pupilas negras.
Pasé la vista a Halcyon. —¿Te sientes mejor?
—Oh sí. —Su profunda voz sonaba muy satisfecha, una caricia sobre mi piel que eliminaba
los temores de mi cuerpo, dejando pequeñas explosiones. Haciendo que cierre los ojos hasta
que todo pasó y volví a tener el control. Seguía vestida, pero la humedad en mis pantalones
parecía demasiada para que fuera solo mía.
—¿Eso fue…real? —pregunté.
—Tan real como tú lo quieres.
Me mordí el labio. —Me poseíste.

144 Traducido en Purple Rose


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—No del todo. Estaba muy débil para poseerte. No creé tu deseo. Tus emociones fueron
tuyas.
Genial. Ni siquiera tenía la escusa del ‘me obligaste a hacerlo’. Fue toda mi culpa.
Miré a los ojos de Gryphon y me pregunté cuánto habría sentido o compartido, presionado
como estaba a Halcyon. Luego decidí que lo mejor sería no saber.
Halcyon estaba mejor pero no muy bien. Su color más natural, la piel más tirante, ya no
hinchada. Los moretones en su muñeca habían desaparecido. Las marcas profundas de su
pecho no caían como carne muerta, y estaban cerradas. Aún así, se veían profundas, y lejos
de curadas, y la mordida en su cuello seguía ahí, la marca de la violación de Mona Lisa.
—¿Necesitas más sangre? —mi voz sonó ronca, más débil de lo que me habría gustado.
No sabía si era del placer que había recibido, real o imaginado, o la donación de sangre.
Probablemente ambos.
—No —dijo Halcyon—. Más sangre no me hará más fuerte. Nada lo hará, excepto regresar
rápido a casa.
—¿Cuál es el camino más rápido a casa? —pregunté.
—Nueva Orleans.
Por supuesto. —¿Aquila?
—Voy en camino —replicó Aquila, y apretó el acelerador. El auto salió disparado en la noche.

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Capítulo 14
Traducido por LizC
Corregido por Ellie

U na hora más tarde, pasamos por altos edificios vacíos, rascacielos de acero
y hoteles brillantes, pasando por el Distrito Central de Negocios de Nueva
Orleans. Era mi primer vistazo de la famosa Ciudad Creciente, por lo que miraba
entusiasmadamente por la ventana. Las imágenes de vampiros dando tumbos, cualesquiera
que sean, se me pasó por la mente, y el chirrido de murciélagos como dardos era casi audible
en mis oídos. La sede del Mardi Gras. Casi podía ver a la multitud saltando para atrapar las
joyas tiradas que lanzaban al paso de carros alegóricos. El lugar de nacimiento del jazz. Casi
podía oír las trompetas sonando a la distancia, los susurros de la noche. Pero esto era sólo
una ilusión evocada por los libros que había leído y las películas que había visto. La realidad
era la realidad. Los altos edificios de aquí no se veían diferentes a los que había visto en
Nueva York, y las aceras estaban tan despejadas como los de la Gran Manzana. Parte de mi
decepción se debe de haber visto en mi cara.
—El Barrio Francés es mucho más hermoso —murmuró Aquila, mirándome por el espejo
retrovisor.
Ciertamente así lo esperaba pero, de nuevo, hacer turismo no era lo que estábamos a punto
de hacer esta noche.
Nos detuvimos junto a un callejón oscuro y desolado en el distrito de Warehouse. Todo estaba
tranquilo aquí, abandonado hasta que la Tierra girara alrededor pesadamente y apareciera el
sol una vez más. Luego se llenaría y pulularía de nuevo con vida a medida que el bullicio de
los negocios del día regresara. Pero, por ahora, en la tranquila oscuridad de la noche, ni un
alma estaba presente. Las formas de vida se podían sentir, oír, a un radio de corta distancia,
dispersos, vertidos aquí y allá donde dormían, vivían, comían.
Más al norte, casi una inmensa masa de humanidad reunida se hinchaba, pulsando con los
latidos de miles y miles de cuerpos innumerables. El Barrio Francés. Pero aquí, en el desierto
Distrito de los Negocios, sólo la quietud del silencio, el caer de la noche, nos recibía. El
callejón estaba tranquilo, sin complicaciones, no se diferenciaba de otros miles de callejones
que salpicaban la ciudad hasta que con un parpadeo de voluntad, una demostración de poder,
Halcyon llamó a los portales. Que brillaban entonces, de vuelta a la vida, como una pared
brillante de niebla blanca.
Hacer que el portal aparezca parecía utilizar cualquier fuerza que Halcyon había obtenido
de las generosas donaciones de nuestra sangre. Él se habría derrumbado si no lo hubiera
atrapado. Para mi agradecida sorpresa, estaba más fuerte de lo que me sentía. Mis rodillas de
gelatina lograron mantenernos a los dos de pie.
—No puedes volver por ti mismo estando así —le dije.

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Gryphon se inclinó débilmente contra la pared, apoyándose para estar de pie. —No —dijo,
sacudiendo la cabeza con vehemencia.
—No, ¿qué? —preguntó Amber. La Suburban verde nos había seguido hasta la ciudad, y los
otros hombres se reunieron cerca de nosotros. Aunque “se reunieron” era una forma muy
amable de decirlo. Miguel y Gerard se cernían de nuevo cerca de la boca del callejón. Incluso
mis hombres mantenían una cierta distancia, como si temieran ser arrastrados hacia el portal,
temerosos de ser succionados accidentalmente al infierno. Eran sabios al tener miedo. Si eran
capaces de sobrevivir el viaje hacia abajo, estarían muertos al llegar, nada más que polvo al
chocar contra la atmósfera caliente del otro reino. A los Monère y a los humanos no les iba
bien allá abajo en el infierno; unos por ser incapaces de soportar el calor, y los otros por ser
demasiado frágiles para sobrevivir al viaje. Yo, sin embargo, parecía ser la mezcla perfecta
resistente de los dos. El infierno parecía gustarme. No estaba muy segura de lo que eso decía
sobre mí, pero al menos no me mataba. El viaje sí lo hacía. Y, déjenme decirles, no es un viaje
divertido. A pesar de que no mueres, se siente como si lo hicieras. Después de un rato, deseas
hacerlo.
No, para nada divertido. Y algo que no podía creer era que iba a repetirlo gustosamente.
Pero, maldita sea al Infierno y a regresar, lo cual iba a ser mi objetivo en este caso; Halcyon
ni siquiera era capaz de pararse sobre sus propios pies.
—No, ¿qué? —preguntó Amber de nuevo. Él y Halcyon eran los que estaban más cerca,
incondicionales fuerzas de protección detrás de mí.
—Me voy con Halcyon —dije.
Una mirada peligrosa y aterradora se apoderó de la cara surcada de Amber. —No. —En esto,
él y Halcyon estaban unidos. Permanecieron allí juntos, mirándome con fieros rostros, como
si tuvieran una voz en el asunto, y me sentí tanto contenta como molesta de que lo hicieran.
Contenta porque estaban aprendiendo que ellos me importaban lo suficiente como para que
yo les escuchara si pudiera. Molesta porque, en este caso, no podía.
—El maldito portal no es como un ascensor al que sólo puedes poner a Halcyon y confiar en
que lo llevará directamente a su puerta. Él tiene que hacer su camino a casa, y hay un montón
de cosas peligrosas allá abajo. —Así como otros demonios muertos—. Sólo mira a Halcyon
—dije.
—Estamos viéndolo —dijo Amber en un bajo y triste murmullo, y no sólo estaba mirando a
Halcyon. Él me miraba a mí sosteniendo a Halcyon.
Lo cual hizo que me dieran ganas de retirar mis últimas palabras. No era la sugerencia más
brillante del momento. Halcyon y yo, sin duda parecía que ambos nos caeríamos si alguien
soplara muy fuerte sobre nosotros.
Me apresuré a decir: —Su hogar, o más bien el infierno, no es un lugar seguro. Alto Príncipe
del Infierno o no, Halcyon estará casi indefenso una vez que llegue. Y ese no es un lugar
donde quieres estar sin ayuda, no si deseas seguir existiendo. —Aunque no era exactamente
vivir.
—Tus hombres tienen razón —dijo en voz baja Halcyon—. Voy a ser incapaz de protegerte
en el infierno.

Traducido en Purple Rose 147


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—Halcyon —dije casi con suavidad—. Eres tú a quien quiero proteger.


—¿Y cómo esperas hacerlo en tu condición? —preguntó Dontaine, dando un paso adelante.
Con su pecho al desnudo, con los pies descalzos, sus pantalones desgarrados en tiras, él se
veía como el guerrero primitivo que era. Mi guerrero, ahora, pensé con satisfacción. No de
ella.
Mis ojos se suavizaron cuando lo miré. —¿Tú también, Dontaine?
—Mi señora, no te salvé para verte matarte ahora. Nadie que haya ido al otro reino ha
regresado.
—Excepto yo.
Los ojos de Dontaine se abrieron con sorpresa.
—Soy la única aquí que puede hacerlo, porque lo hice antes. Tengo que ser yo.
—Príncipe Halcyon —preguntó Chami. Salpicaduras de sangre cubrían el camaleón. Ninguna
de ellas, sin embargo, era suya—. Cuando llegue, ¿tus amigos te ayudarán?
Halcyon sonrió ligeramente. —Soy el Alto Príncipe del Infierno. No tengo amigos. Pero, sí,
hay quienes me ayudarán si los puedo llamar.
—¿No les puede enviar un mensaje allá abajo para tenerlos esperando a su llegada?
—Esa es una buena sugerencia, Chami —dijo amablemente Halcyon—. Pero no tengo
ninguna manera de hacerlo que no sea regresándome. Tampoco es que puedo retrasar mi
regreso si pudiera.
—¿Por qué no puedes retrasarte? —preguntó Gryphon.
—Sólo me pondría más débil. Quizás aún demasiado débil para hacer el viaje.
Un pensamiento alentador.
—Tengo que ir con él. —Estaba cada vez más desesperada, porque si seguía aquí discutiendo
mucho tiempo más, podría derrumbarme, y entonces ninguno de ellos, incluido Halcyon, me
dejaría ir—. Soy su única oportunidad.
Triste, porque era cierto. Triste porque significaba que nuestras posibilidades de sobrevivir no
eran buenas.
—Tenemos que intentarlo —dije—. Va a ser malo para todos nosotros si Halcyon muere. No
sólo para nosotros, sino para todos los Monère.
Sorprendentemente, fue Tomas, el buen y leal Tomas, con su cara pura y su sencillo y honesto
corazón, quien finalmente habló con la voz de la razón. —Mona Lisa tiene razón. No quiero
perderla tampoco... pero mi señora tiene razón. Tienen que ir ahora. Cuanto más se retrasen,
sólo empeorará su situación y, al final, la nuestra también.
Hubo un pesado silencio.

148 Traducido en Purple Rose


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—Si tiene que ir —dijo Aquila—, entonces, al menos, los dos primero deben cambiarse para
que no lleguen con olor a sangre, con olor a presa.
—Eso tiene sentido. ¿Qué? —dije, ya que todos me miraban—. Siempre estoy dispuesta a
escuchar a la razón cuando puedo.
Aquila y Gerald, los dos pilotos, los únicos dos que no estaban ensangrentados o con olor a
sangre, terminaron dándonos sus ropas. Se desnudaron delante de nosotros, cómodos en su
desnudez. Parecía que era la única consciente de sí misma, la única que desviaba mi mirada.
Chami se fue y milagrosamente regresó con una botella de agua que no sabía cómo había
conseguido, pero por la que estaba muy agradecida. Tomé un trago y guardé el resto para
lavarnos con ella.
—De acuerdo —dije, con mi mano yendo al botón de mis pantalones—. Todo el mundo dese
la vuelta.
—¿Una Reina modesta? —dijo Dontaine con sorpresa.
—Ella no es como otras Reinas —dijeron Gryphon y Amber al mismo tiempo, con sus rostros
sombríos.
Sonreí hacia ellos, inmensamente agradecida. —Chicos, están aprendiendo. —Rodeé el
dedo—. Voltéense, chicos.
—Es una lástima —murmuró Dontaine, dándose la vuelta.
—Sí —asintió Chami con una sonrisa irónica, pero también se dio la espalda y siguió a los
demás.
Apoyando a Halcyon contra la pared, me desnudé a mi ropa interior, lavé la sangre fuera de
mí con mi agua, empapando la camiseta, y rápidamente me vestí con la ropa de Gerald, el
más esbelto de los dos. Cuando terminé, vacilantemente le alcancé los pantalones a Halcyon.
—Puedo hacerlo —dijo suavemente Halcyon, aflojando y empujando hacia abajo sus
pantalones. No tenía ropa interior. Tiene que ser una cosa de hombres Monère que se extendía
incluso cuando se convertían en un demonio muerto.
Vi a Halcyon desde la esquina de mi ojo para asegurarme de que no se cayera sobre su cara.
Pero tuve que darme vuelta y mirar a Halcyon plenamente con el fin de lavarlo. A excepción
de sus heridas, su cuerpo era como lo había visto en esa visión o sueño, o lo que sea que había
sido. De una elegante y fuerte constitución, con buenos hombros, cintura estrecha, caderas
esbeltas, muslos poderosos, y una prometedora erección a media asta. Lo último hizo que se
ruborizara mi cara.
Se podría decir que estaba herido pero no muerto. Pero eso no era cierto. Estaba muerto. Su
corazón no latía, sus pulmones no tomaban aire. Y sin embargo... él no estaba realmente
muerto, como los seres humanos lo definen. Todavía… existía, sería la mejor palabra. Y yo
iba a tratar de hacer mi maldito mejor esfuerzo para ver que siguiera existiendo.
Halcyon, tan caballero como era, no dijo ni hizo nada para agravar mi malestar. Se quedó
quieto y en silencio cuando encontré un lugar limpio en mi camiseta, la humedecí, y la utilicé

Traducido en Purple Rose 149


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para ligeramente frotar la marca de la mordedura en su cuello. Empecé desde lo alto y me abrí
camino hacia abajo, vertiendo agua directamente sobre las heridas de su pecho y acariciando
las cintas de la carne cruda suavemente seca. Él no hizo ni un ruido, a pesar de que debía
de dolerle. No dijo nada, consciente de los oídos cercanos. Pero su cara era suave, sus ojos
cálidos, su expresión tierna cuando me miraba atenderlo. Cuando terminé, después de que lo
había ayudado a entrar en la ropa limpia de Aquila, se llevó mi mano a sus labios y la besó
suavemente. Nadie lo hacía con tanta naturalidad, con tanta gracia como Halcyon realizaba
el gesto, como algo dulce y natural. Pero, entonces, había tenido más de 600 años de práctica.
Mi hombro latía como una perra, lo que me lleva a la pregunta de los veinte mil dólares: ¿En
dónde estaba un sanador cuando necesitabas uno? Ding, ding, ding. La respuesta: De vuelta
en casa, protegida como el recurso preciado que era. Pero, bueno, por lo menos podía utilizar
mi brazo.
Los hombres se acercaron a mí, uno por uno, ofreciéndome sus tesoros. Amber me dio su
gran espada, su precioso bebé, su fiel compañero durante más de cien años. El gesto me
conmovió. ¿Cómo podría no hacerlo? Pero su espada era demasiado grande para yo cargarla,
demasiado difícil de blandirla con mi brazo lesionado. Terminé tomando la espada de Tomás,
más corta y manejable, y un cuchillo de caza curvo de Aquila, su hoja de plata era casi de un
pie de largo, lo suficientemente grande para cortar una cabeza en caso de ser necesario, un
buen respaldo para la espada.
Sólo había una manera de matar a un demonio muerto, hasta donde sabía: Cortarlo en
pedazos. E incluso entonces no moría. Por supuesto, asumiendo que pudiera llegar a ellos
primero, antes de que yo misma fuera cortada en pedazos por ellos. Y, ahora que lo pienso,
ni siquiera necesitaban cortarme. Sólo me desgarrarían, miembro por miembro. Eran lo
suficientemente fuertes para hacerlo.
Me sentí como un niño siendo enviado a un campamento de verano. Ya sabes, una de esas cosas
de dormir fuera de casa, padres con lágrimas en los ojos, el niño todo pegajoso. Nunca había
estado en uno, pero los había visto por televisión. Sólo que el tono era mucho más sombrío,
incluso fúnebre; ellos no estaban esperando que regresara. Iba a tratar de sorprenderlos.
Abracé a Amber, sentí sus grandes brazos engulléndome, rodeándome muy brevemente en el
calor y la seguridad. En sus manos, siempre me sentía como en casa.
Gryphon, mi corazón, me dio un suave beso, tan en desacuerdo con sus ojos terriblemente
atormentados. —Vuelve a mí —susurró.
—Voy a tratar. Con todo lo que está dentro de mí —le prometí.
Chami, Aquila, y Tomas, mi gente, todos tan queridos por mí. Los abracé, besé sus mejillas,
les di una sonrisa vacilante. Incluso logré ignorar la desnudez de Aquila. El truco, me di
cuenta, estaba en fingir que no estaba desnudo.
Las lágrimas amenazaron con salir, así que las parpadeé de regreso. —Cuiden de los demás
por mí hasta que vuelva.
Se inclinaron y, como uno, dijeron: —Sí, mi Reina.
Vi en los ojos de Chami su promesa personal de proteger a Thaddeus.

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Mis ojos se suavizaron cuando Dontaine se adelantó de último. —Dontaine, me hace muy
feliz saber que he elegido al hombre adecuado para el trabajo. —Apreté su mano con suavidad
y le sonreí cálidamente a sus ojos verdes hermosos—. Gracias por no decepcionarme.
—Eres una Reina digna de servir. —Hizo una reverencia y dio un paso atrás.
Busqué a Gerald y a Miguel después. —Gracias por su ayuda esta noche y por cuidar de su
Reina tan bien. Por favor, comuníquenle a Mona Carlisse mi profunda gratitud.
Miguel bajó la cabeza.
Gerald hizo una reverencia cortés, ejecutándola con tanta gracia como si estuviera
completamente vestido.
Se dijo adiós. Había pasado suficiente tiempo para que los elogios que ya se habían escrito se
recitaran. Qué mórbido pensamiento.
Tomé una respiración profunda y me volví hacia Halcyon. —¿Vamos?
El Príncipe Demonio asintió con la cabeza. Juntos cojeamos hacia la pared de niebla, con los
brazos alrededor del otro. Mi cuchillo apretado en la mano envuelta alrededor de la cintura
de Halcyon, y la espada apoderada por mi mano derecha.
Di un paso en esa pelusa blanca desagradable rápidamente. Fue como tirar de una bandita.
Algunas personas lo hacían lentamente, estirando el dolor. Yo prefería arrancarla en una sola
lágrima. Lo mismo con este portal. Si estuviera sola, no habría entrado con tanta ansiedad;
tendría que haberme arrastrado a través del mismo. Pero tenía una audiencia, personas
que quería de sobra. No quería comenzar a gritar horriblemente como si estuviera siendo
destrozada mientras aún estaban viendo. Una última mala impresión, ya sabes.
Mientras nos aspiraba, tragándonos, y empezando a escocer como un maldito hijo de puta.
Blancas puñaladas de agonía, punzantes sacudidas de dolor, como si estuviera siendo atacada
por algo con jugo que Chernóbil y su hermana gemela. Era una terrible fuerza agotadora.
Luego estábamos cayendo. Y yo gritaba y gritaba.

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Capítulo 15
Traducido por Emii_Gregori
Corregido por Aldebarán

A quel nauseabundo e instintivo dolor se detuvo milagrosamente a medio camino


y yo sabía que Halcyon estaba de alguna manera aislándome de ello. Déjame
decirte algo: La ausencia de dolor es una cosa maravillosa. Y déjame decirte
otra cosa: Las personas estaban equivocadas. El Infierno no era lo que esperaba por ti. Era el
viaje hacia abajo. Una vez que llegas allí, no es realmente tan malo.
Entonces golpeamos el suelo con un choque discorde y tuve que revisar mi criterio. La buena
noticia era que no había apuñalado accidentalmente a Halcyon o a mí misma en aquel
aterrizaje de matraqueo de dientes. Jesucristo, espero que el descenso a la tierra no sea así
todo el tiempo o no bajaría acá de nuevo. No, señor. La mala noticia era que mi brazo derecho
estuvo entumecido por la agonía durante un momento. Sí, entumecido. Cuando el dolor
candente rasga por tu hombro y se desborda como una supernova explotando en el resto del
cuerpo, no sientes nada más que dolor. Se vuelve tan grande que las puntas de tus nervios se
cierran y dejan de transmitir, como una especie de lanzamiento de un interruptor.
No podría decir si había dejado caer mi espada o no. Miré hacia abajo y noté que todavía la
tenía en mi mano derecha, aun cuando no podía sentir que la sujetaba. Pero bueno, la espada
en una mano, entumecida o no y el cuchillo en la otra. Estábamos bien para ir. Y en cuanto
recuperé mi aliento, conseguí que llegáramos a nuestros pies. En un momento, o dos, o tres.
La cosa que noté sobre el Infierno, más allá del dolor, pero era interno, mis propias heridas,
mi culpa, ya sabes, nada del Infierno, era el calor. Un calor seco, casi asfixiante, como en el
desierto. La siguiente cosa que noté fue la extraña y callada iluminación. Estaba para siempre
en el crepúsculo en este otro reino. Y callada es otra buena descripción. No había sonidos más
que el de mi corazón que parecía latir con fuerza como una campana de cena y mi respiración
áspera, con la corriente de aire dentro y fuera de mi cuerpo. Los sonidos de vida. No había
ningún otro sonido de vida excepto por mis pequeños ruidos. En el silencio ensordecedor,
pude oír la prisa de mi sangre, el bombeo de mi corazón brotando aquel líquido rojo intenso
en mis arterias, empujándolo a través de mis venas. Incluso mi pálida piel brillaba como una
señal de neón diciendo “vengan y cómanme”.
Y ellos vinieron. Varios rostros emergieron de la oscuridad del crepúsculo, todos en sombras
marrones, de color canela claro a café oscuro. Hombres y mujeres. Me sentí como un Rostro
Pálido, rodeada por los Apaches a punto de ser pelada. Sólo eran demonios muertos. Ellos
iban a hacer algo mucho peor que pelarme. Los colmillos surgieron, la saliva resplandeció,
ojos oscuros brillaron, ojos claros brillaron. Podía sentir su hambre irreflexiva en mi tierna
carne viva como una presencia batiente, casi podía saborear su sed seca por mi fresca sangre
roja.
—Uh, Halcyon. —Con gran esfuerzo, motivada por un fuerte instinto de supervivencia,
conseguí que ambos llegáramos hasta nuestros pies. Decir que Halcyon no se veía muy bien

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era quedarse corto. Su cabeza colgaba sobre mi hombro y sus ojos estaban cerrados, como si
el viaje le hubiera agotado. Como si hubiera consumido toda su energía para protegerme del
dolor. Un gesto heroico, grande, pero más bien habría tomado el dolor y él estaría un poco
más fresco y más fuerte mientras conocíamos a sus súbditos. Ellos no lucían muy leales de
momento. Sólo hambrientos. Lo suficiente hambrientos para desgarrarme, tomarme de un
trago y comenzar con él después para el postre.
Estábamos en medio de la nada. No había donde ocultarse. No había donde correr.
—Halcyon. —Le sacudí un poco.
Halcyon despertó, finalmente abriendo sus ojos. Parpadeó hacia ellos, miró a su alrededor.
—¿Ves algún amigo o a alguien que probablemente pueda darnos una mano en vez de
tomarla? —le pregunté.
Halcyon no se molestó en contestarme. La respuesta era obvia. Cualquiera queriendo
ayudarnos se habría ofrecido ahora. En cambio ellos se arrastraron lentamente hacia delante,
husmeando como si olfatearan el aroma de sangre fresca, su saliva goteaba, rodeándonos
como chacales, uniéndose para la matanza.
El Gran Príncipe del Infierno echó atrás su cabeza y liberó un aullido espeluznante que
se levantó hacia el cielo del anochecer, fuera y más allá. Una llamada, una señal que fue
contestada por un aullido feroz y alegre en la distancia que se elevó en el aire caliente como
un sonido completamente anormal e inhumano. Los aullidos se arrastraban por mi piel y me
ponían los pelos de punta. Eso hizo que me dieran ganas de correr lejos, muy lejos.
No era la única. Los rostros que nos rodeaban se volvieron hacia el misterioso grito de triunfo,
luego se escabulleron, desapareciendo como sombras de arena oscura, abandonándonos para
afrontar lo que se avecinaba.
—Uh, Halcyon, ¿crees que llamar a los sabuesos del Infierno es una buena idea?
—Ellos son una de las pocas cosas que temen los demonios muertos.
—Por una buena razón, sin duda. No sé si afrontarlos es mejor que lo que acaba de dejarnos.
—No puede ser peor.
Mi piel se agitó en un temblor involuntario mientras la primera gran sombra apareció. —
Sucede que no estoy de acuerdo. Uh, ¿puedes controlarlos?
—Ya veremos. —Su respuesta estaba lejos de ser consoladora—. Cuando yo les llamo, por lo
general es para alimentarse.
—Hubiera sido genial si no me hubieras dicho eso. —Mi brazo alrededor de la cintura de
Halcyon se hizo más celoso que uno comprensivo mientras sombras cada vez más vagas
aparecían. Tenían ojos de criaturas de la noche, reflexivos y brillantes. Fríos ojos brillaban con
una inteligencia aterradora.
Ellos avanzaron y mi primera visión clara de ellos casi hizo a mis rodillas colapsasen. Enderecé
mis articulaciones tambaleantes urgentemente, desesperada por no querer estar en el suelo

Traducido en Purple Rose 153


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cuando nos alcanzaran. El suelo nos hace parecer menos maestros y más alimento en sus
ojos.
Sabuesos era la palabra incorrecta para ellos. Sabuesos te hacía pensar en los perros. Y déjame
decirte que... estas cosas no eran perros. Eran bestias gigantes en cuatro patas, sus cabezas
eran tan altas mientras estábamos de pie. El tamaño de ellos hizo a la espada que sostenía
parecer un juguete frágil. Ellos eran el llamado de la muerte, con una cola. Pero la cola se
meneaba hacia delante y hacia atrás, tan grande como una rama robusta soplando a través del
aire. Pero esta se meneaba. La criatura más grande, de un negro puro como la ausencia total
de luz, se adelantó y dio un codazo a la mano tendida de Halcyon.
—Shadow —murmuró Halcyon, acariciando aquella enorme cabeza. La gran mandíbula
bostezó abierta en una sonrisa feliz, mostrando dientes afilados y una larga lengua rosada. Un
pulso de poder y Shadow se estaba reduciendo, cada vez más pequeño. Aunque más pequeño
era una palabra relativa: en este caso significa la altura del hombro en vez de la altura de la
cabeza. Se convirtió en una forma animal más parecida a la especie canina por las que él fue
nombrado. Negro, elegante y aun poderoso. Todavía más que capaz de arrancar tu garganta y
tragarte en unos tragos grandes. Todavía alarmante. Pero menos... monstruoso.
Más pulsos de energía como baterías se descargaron a nuestro alrededor. Otras transformaciones.
Había más de treinta de ellos, de diferentes colores y patrones de piel. Un sabueso de un gris
sólido del Infierno se acercó, dándole un codazo a Halcyon por otro lado, resoplándome con
curiosidad.
—Este es el Smoke, el compañero de Shadow.
Halcyon levantó su brazo deliberadamente alrededor de mí y miró a los ojos de los grandes
sabuesos del Infierno antes que él. —Esta es Mona Lisa. —Él puso su mano de oro contra mi
cara pálida en una afirmación apacible—. Mi compañera.
Sus ojos inteligentes me estudiaron como si entendieran lo que había dicho Halcyon. Les
dejé olerme, tomar mi olor, incluso cuando resoplaron en mi entrepierna. Me había lavado
pero había algunos aromas que no podía lavar por completo. Sus bocas se abrieron en alegres
sonrisas de perro. Me tensé, pero ellos no me comieron ruidosamente. La larga lengua rosada
de Shadow se birló sobre la parte posterior de mi mano, mi derecha sosteniendo la espada,
y se sintió como más áspero que el papel de lija frotando sobre mí. Di un ladrido agudo
sorprendido, y sus ojos amarillos increíblemente inteligentes se rieron de mí.
—Shadow, deja de jugar con ella —le regañó Halcyon cariñosamente—, y llévame a la casa
de mi padre.
La casa de su padre resultó ser realmente una gran caminata. Caminé. Halcyon se fue
montado... encorvado sobre la espalda de Shadow, con sus manos enterradas en la piel gruesa
de cuello poderoso del sabueso. La bestia negra como la medianoche era dulce, cuidadosa en
su paso, como si supiera lo débil y herido que estaba su amo. Pero aun así, el dolor tallaba
profundos surcos en el rostro de Halcyon con cada suave empujón.
Me pareció haber encontrado un segundo aire. Tal vez de casi ser comida dos veces, primero
por demonios muertos, luego por la versión de los demonios muertos en un perro. Mi espada
envainada y el cuchillo de combate empujaban en contra de mi lado mientras pasábamos

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chozas techadas de paja construidas de madera, y moradas desvencijadas construidas a partir


de piedras devastadas. Los ocultos ojos de demonios se asomaron hacia nosotros a través de
las ventanas, pero ninguno se atrevió a salir mientras los perros del Infierno aumentaban en la
calle, barriéndome a lo largo en medio de ellos. Los refugios desaparecieron y viajamos solos
en un camino vacío por un lapso de tiempo.
Luego la calle se amplió y se elevó, conduciendo a una subida en la cual se alzaba una torre
oscura construida de roca negra suavemente cincelada, con espirales dobles que alcanzaban
con tristeza el cielo crepuscular. Podría ser magnífico, pero parecía vacío, lleno de tristeza,
como si ninguna vida se agitara en su interior pedregoso. Como un gigante, elaborando un
mausoleo o un monumento eludido.
Y, sin embargo, la vida, parecía, residir aquí. Las puertas de metal, negras como el color
de las cadenas del demonio, se abrieron para enmarcar a un demonio muerto masculino
imponiendo altura aunque inclinándose a usar una limpia camisa blanca, chaleco, y, ¿puedes
creerlo?, una chaqueta corta. Todo arreglado sin tener adónde ir. La extraña idea de que la
ropa tenía que ser hecha a la medida revoloteaba en mi cabeza antes de que el hombre se
dirigiera abajo como un árbol tambaleante, sin miedo, vadeando la manada de sabuesos del
Infierno hacia Halcyon. La acción me tiró de mi ensueño. Yo no sabía quién era, sólo que él
no era el padre de Halcyon. Salté frente a Halcyon y saqué mi espada.
—No te acerques —dije, mostrando mis dientes en alerta.
—Está bien. Winston. Mayordomo de papá —dijo Halcyon pronunciando mal las palabras.
—Un mayordomo llamado Winston. ¿Abajo en el infierno?
El gran hombre me miró sin inmutarse. —No más extraño que una Reina Monére en el
Infierno llamada...
—Mona Lisa —suministró Halcyon.
La boca fina, ni siquiera con una grave contracción, pero con una chispa de humor saltó en
un reflejo de los ojos oscuros de Winston. —Mona Lisa —repitió suavemente—. Como la
pintura.
Me ericé. Él era el primero en hacer referencia a ella... un mayordomo demonio muerto, por
cierto. —¿Y qué? —desafié.
Sus ojos se reían de mí, toda una hazaña para lograr sin mover un músculo de su duro rostro.
Él simplemente me rozó, ignorando mi espada, y dándome su maldita espalda —¡Hmmph!—
como si no fuera una amenaza para él. Pero sus largos brazos eran apacibles mientras recogía
Halcyon, sosteniéndole contra su delgado pecho.
Me volví a ver a los sabuesos del Infierno. Los ojos inteligentemente salvajes de Shadow y
Smoke pasaron de su maestro a mí. Tragué bajo su mirada de un amarillo intenso.
—Gracias por su ayuda —les dije, sintiéndome estúpida al hablar con ellos. Pero Halcyon
había hablado con ellos como si hubieran entendido, y de una manera extraña, parecían saber
lo que quería transmitirles.

Traducido en Purple Rose 155


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Sus mandíbulas se abrieron en sonrisas de lobo. Levantando sus hocicos al cielo, aullaron, un
sonido escalofriante y nativo destinado a agitar los miedos más profundos del hombre. El resto
de la manada se les unió en el aullido, un sonido solitario pero alegre. Con un sorprendente
salto, anduvieron con paso sostenido en el bosque, veloces sombras de la muerte, cazando
otra presa.
—Por aquí, Milady —dijo Winston. Abrió la pesada puerta, llevando a Halcyon dentro. No
había nada que hacer, pero cubrí mi espada y los seguí en la torre sombría. Dentro era aún
menos atractivo. Los pasillos que surgían parecían vacíos y ventosos. La gran escalera se
movía en espiral por el interior, llegando a su cúspide infinita. Los pasos de Winston hicieron
eco persistentemente en el espacio rara vez pisado por otros. Era hueco y oscuro, una cárcel
con sólo dos presos solitarios atrapados dentro. Tras una inspección más cercana, el interior
estaba impecable, intachable. Proporcionado en tonos de madera, acentuado con un oscuro
verde bosque y un pesado oro, algunos incluso lo llaman estilo, si te gusta aquel viejo aspecto
gótico y monolítico. La escuela de la perdición y penumbra, no tu típico aspecto de Pueblo y
País. Era la morada de un hombre. No mi taza de té.
A través de la escalera ventosa, Winston metió a Halcyon en un amplio dormitorio en el
segundo piso, y lo puso suavemente en la cama. —Despertaré al Gran Lord —dijo y se fue,
moviéndose con un curioso silencio y gracia para alguien tal alto y delgado.
Me moví al lado de Halcyon y alisé su suave cabello pelo negro detrás de su rostro. —Pensé
que volver a casa te haría mejor, no peor.
Halcyon sonrió. —El viaje hacia abajo hizo esto, no el no estar aquí.
—Ah, sí, el viaje hacia abajo. Me protegiste. Eso es lo que te agotó tanto.
—Estabas dolorida
—Puedo tomar un poco de dolor —dije suavemente.
—No fue un poco.
—Puedo tomar mucho dolor, entonces.
—Yo no podría —dijo, con sus ojos tiernamente acariciando mi rostro—. No podía verte
soportar tanto dolor.
—Oh, Halcyon. —Mis dedos acariciaron su cabello suavemente luego los moví hacia abajo
para cubrir la herida acuchillando por su pecho. Había comenzado a sangrar de nuevo, ya sea
desde el aterrizaje brusco o durante el viaje en la espalda de Shadow. La oscura roja sangre
se filtró ásperamente, mojando mi mano, cubriendo el topo enarcado incrustado en mi mano,
haciéndole sentir una comezón cálida, cobrando vida. El dolor provocó mi poder y le dejé
vertirse de mí y filtrarse en él. Moví mi otra mano, las barrí ambas sobre su pecho, con mis
palmas tocando con energía mientras las movía sobre su pecho acuchillado.
Los ojos de Halcyon se abrieron como platos. —¿Qué estás haciendo?
—Eso me pregunto también. —Una voz peligrosa llegó desde la puerta.

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Jadeé y me aparté de Halcyon para mirar al Gran Lord del Infierno. De pie enmarcado en el
umbral, se parecía al retrato que había visto una vez en la Gran Corte. Como la viva imagen
de su hijo. O quizás era al revés. La misma nariz larga y recta, con altos y estrechos pómulos
y una amplia boca llena. Con la misma elegancia tranquila, y una complexión delgada y
esbelta. Pero él era más oscuro que Halcyon, con un bronce en lugar de dorado y vestía negro
sin alivio: una camisa de seda negra, un pantalón negro a medida y colleras de diamante
negro. La capa de cabello blanco en el retrato se había convertido en alas de plata sólido
quemando sus sienes, mientras que el resto de su cabello seguía siendo oscuro.
La mayor diferencia, sin embargo, entre padre e hijo se encontraba en los ojos. Los ojos
del Gran Lord eran del mismo color marrón oscuro, como chocolate amargo. Pero era la
expresión en ellos, o mejor dicho, la completa falta de expresión que tanto los diferenciaba.
Dicen que los ojos son las ventanas de tu alma. Estos ojos estaban en blanco, vacíos. Ojos
completamente neutrales que había visto sólo una vez antes. En la Reina Madre. Ojos que
pasaron y te midieron y dictaron la sentencia. Ojos que no les importaba si vivías o morías. Era
más inquietante mirar en los ojos que no manifiestan emociones que mirar a los hambrientos
ojos amarillos de los sabuesos del Infierno. Por lo menos sabías lo que obligó a ese animal.
—Padre —dijo el Halcyon, su voz en un susurro débil de la cama—. Mona Lisa. Mi amiga.
—¿Tu amiga? —El Gran Lord arqueó una ceja, un gesto repetidamente idéntico al de su
hijo—. Tu sangre cubre sus manos —advirtió, y la amenaza sedosa cubrió su voz, más gruesa
que la sangre que manchaba mis manos.
Eché un vistazo a mis manos incriminatorias, en la sangre inocente que brillaba tan
misteriosamente en contra de mi piel blanca. —Sólo aliviaba su dolor.
Halcyon asintió. —Ella me trajo aquí.
—Winston dijo que Shadow lo hizo.
Halcyon sonrió. —Él, también.
—Y él la trajo aquí en vez de destrozarla y festejar con su sangre tierna y con sus partes
delicadas del cuerpo.
Me estremecí ante la imagen espantosa que esas palabras frías transportaban. Tomó gran
esfuerzo el no inquietarse en esa mirada tan fría.
—La reclamé como mi compañera —dijo Halcyon—. Shadow no comprendería el significado
de amiga.
La oscura ceja se alzó de nuevo. —¿Y él la aceptó como tal?
—Olió mi olor sobre ella.
—Ya veo.
Me pregunté si el Gran Lord hacía y sentía un rubor aumentando en mi cara.
—Llámame Blaec. —El Gran Lord me dedicó una sonrisa blanca y repentina, manejando el
encanto de la forma más eficaz como lo hacía su hijo.

Traducido en Purple Rose 157


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Parpadeé. —¿Blaec? Qué nombre tan inusual.


—Significa “oscuridad”.
—Oh. —Tragué—. Y sin embargo, su hijo se llama así por la alegría y la felicidad.
Una sombra breve de memoria y pesar corrió por la cara del Gran Lord y luego se fue. —El
deseo de una madre por su hijo —dijo en voz baja.
Adquiriendo un prístino pañuelo blanco de un bolsillo interior, el Gran Lord me lo ofreció.
Con gratitud limpié la sangre de su hijo de mis manos. No sabiendo qué hacer con él ahora
que estaba manchado, lo dejé en la pequeña mesita de noche.
Los ojos de Blaec pasaron sobre el pecho desgarrado de Halcyon con un desprendimiento
casi frío. Pero cuando se posó en la mordida, una onda de energía oscura pulsó, engrosando
el aire, llenando la habitación. Haciéndome de repente difícil de respirar.
—¿Quién se atrevió? —susurró Blaec, inclinándose para tomar el olor.
—Mona Louisa —dijo Halcyon.
—¿Todavía vive?
—Sí.
Algo tácito pasó entre ellos dos. Suavemente, Blaec pasó los dedos sobre el cuello de su hijo,
justo por encima de su piel. Cuando levantó sus dedos, jadeé. Las marcas ya no estaban.
Blaec pasó lentamente las manos por el pecho de Halcyon, flotando sobre la superficie,
curando la carne desgarrada. Y fue una curación sencilla, por lo que no se sentía. Siempre
antes, con Janelle, conmigo misma, podía sentir la energía fluyendo del uno al otro. Pero no
tanto como aquí. Estaba a sólo un pie de distancia y nada tenía sentido. No había pulso de
poder ni rasgueo de energía. Él sólo movía sus manos y el tejido era curado. Y la ausencia
total de esfuerzo habló más con elocuencia que las palabras del gran poder que debe ejercer
en las manos. Lo que uno podría curar, uno también podía destruir.
Aun sabiendo esto, cuando Blaec se volvió hacia mí y abrió el cuello de mi camisa de hombre
para revelar mi propia herida dentada, no me inmuté ni retrocedí. Sólo examiné aquellos ojos
fríos de chocolate con el conocimiento de su poder claro en mis ojos mientras él levantaba una
mano y la pasaba por encima de mi hombro desgarrado. No tocó mi piel, pero una sensación
de calidez zumbó, de acaloramiento, cayendo de la sombra de su mano y apaciguando mi
carne.
—No tienes miedo. —Retiró la mano.
—No hay nada que podría hacer si usted decide herirme o curarme —dije suavemente.
Los ojos oscuros de Blaec brillaron. —Lo harás —murmuró—. Ven.
—¿A dónde vamos? —le pregunté.

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—De vuelta a tu pueblo.


—¿Me estás llevando de vuelta al portal?
Blaec asintió. —Te esperaré en la puerta de entrada.
Sola una vez más en la habitación, miré hacia abajo para encontrar la mirada de Halcyon
caliente sobre mí.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—Y estaré incluso mejor en unos pocos días.
El picotazo de las lágrimas mordió la parte trasera de mis ojos. —Siento mucho que te
lesionaras tan mal.
—Shhh —canturreó Halcyon y tomó mi mano. Con una suave presión me llevó hasta él.
Levantó su cabeza, encontrándose con mis labios por primera vez, realmente, con los suyos.
Suaves. Con un roce sensible. Una dulce presión de tierna carne contra tierna carne. Una
búsqueda, un descubrimiento. Un saber, ahora, de la forma de mi boca y la sensación de la
suya. Un golpe de luz sobre la costura de mis labios cerrados pidiendo entrada, para un mayor
conocimiento.
Retrocedí y le miré, mi solitario príncipe, preguntándome por qué me atrajo tanto.
Preguntándome si sus ojos cálidos se enfriarían como los de su padre mientras los siglos
marcharan lentamente.
—Esta atracción entre nosotros está ahora poniéndote en peligro —dije. Esto casi había
logrado que me mataran antes. Ahora esto casi lo había matado—. Tenemos que acabarlo.
Por el bien de ambos.
Se encogió con una sonrisa irónica, y simplemente respondió: —No puedo. No puedo estar
lejos de ti, aunque realmente lo intentara.
—Oh, Halcyon.
—Tienes mucho amor dentro de ti —dijo en voz baja, sus ojos buscando los míos—. ¿No
puedes disponer de un poco para mí?
Mi corazón se retorció en sus palabras. Lo amaba. Y no sólo un poco. Pero decirle esto sólo
empeoraría las cosas, no ayudaría. ¿No?
—Tú eres mi única amiga. —Halcyon se incorporó bruscamente y me dobló en sus brazos—.
Mi compañera elegida —susurró contra mis labios—. No me dejes solo.
Cerré los ojos, incapaz de resistirme a su declaración de una u otra manera. —No puedo
quedarme aquí.
Sentí una sonrisa triste encorvar esos suaves labios rojos. —Lo sé. Y no puedo estar mucho
tiempo lejos de aquí. —Un suave suspiro de liberación, un beso prometedor.
—Pero te veré cuando el Gran Consejo se reúna. Y quizás en alguna ocasión en Belle Vista,
tú casa, si la invitación sigue abierta para mí.

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Le miré a los ojos, aquellos ojos tan agridulces como los de su padre y sin embargo tan
diferentes. Ellos se arremolinaron, vivos por la emoción. Fueron aquellos ojos que me
ayudaron a decidirme. No podía soportar la idea que esos ojos crecieran fríos y distantes.
Convirtiéndose en neutrales. Él había estado sólo por tanto tiempo. Yo sabía lo precioso que
era el amor, y no importaba el tiempo corto ni largo en que lo mantuvieras.
Suspiré y sonreí y cedí. —Siempre eres bienvenido, Halcyon. En mi casa y en mi corazón.
—Y le dio un beso, sellando mi suave promesa.
—Mona Lisa —murmuró y me aplastó con él. Le abrí mi boca y el me robó, un dulce
merodeador, saqueando lo que ofrece y dando mucho más a cambio. Su lengua buscó la
mía con una pasión en bruto, deslizándose sensualmente contra mi lengua en una resbalada
húmeda y dulce. Tembló contra mí, rompió el sello de nuestros labios, y se rió suavemente
contra el hueco sensible de mi oreja—. Ah, Gata Infernal, me haces doler cuando estoy
demasiado débil para hacer algo al respecto.
Mi mano se deslizó hacia abajo para acariciar su longitud valiente, para medir su dulce
excitación. Él gimió y pasó frente a mi mano mientras saboreaba su plenitud encantadora.
—No te sientes débil —ronroneé.
Me dio un último beso duro y casi marital y me apartó de él. —No vamos a ponerlo a
prueba. —Sus ojos se pusieron pesados, soñolientos—. Nos veremos, cuando esté totalmente
recuperado.
—Nos veremos. —Repetí su promesa con una sonrisa seductora—. Que sanes rápido. —Una
última mirada al hijo, y cerré la puerta detrás de mí y bajé las escaleras hacia donde su padre
me esperaba.

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Capítulo 16
Traducido por flochi
Corregido por V!an*

S in una palabra, el Gran Lord me dejó salir. Mi atención fue atrapada inmediatamente
por los dos caballos en el jardín delantero, si así es como podían llamarse. Los miré
fijamente con asombro y aprehensión.
Súbitamente, la torre oscura gimió. Los muros se estremecieron y el suelo tembló. Me di la
vuelta para atrapar al Gran Lord moviendo su mano calmadamente de donde antes la tenía
presionada contra el negro muro liso. El temblor cesó.
—¿Qué fue eso? —dije.
—Puse las protecciones. Ahora nada puede entrar.
Eso sonaba bien. Mantendría a Halcyon a salvo hasta que recuperara completamente su
fuerza.
—¿Qué hay sobre salir? —pregunté.
—Las piedras de la Torre Tenebrosa están codificadas para la mano de Halcyon también. Será
capaz de salir cuando esté listo. —La Torre Tenebrosa. Otro edificio con un nombre. Y que
nombre mas adecuado.
Una vez que esa tarea fue cumplida, Blaec parecía una persona diferente. Sus ojos ya no
estaban vacíos sino llenos de energía, de propósito. Bajó las escaleras frontales, rasgueando
con bastante impaciencia, como si no pudiera esperar a estar afuera o deshacerse de mí. Me
quedé cautelosamente detrás de él. Precavida debido a que se dirigió directamente a esos
caballos demonios gigantes.
Estaba teniendo un mal presentimiento sobre esto y estaba tratando de encontrar una
manera adecuada para decirle al Gran Lord que yo no monto, en caso de que tuviera algunas
ideas en esa dirección, cuando me alzó y balanceó sobre la espalda de uno de los animales,
completamente ignorante de mis resoplidos de protesta. Las manos de Blaec se alejaron de mí
y después estuve sola sobre la terrorífica bestia. Chillé cuando me sentí deslizarme hacia los
costados e instintivamente apreté mi agarre sobre la melena larga y suelta, pero fue el gentil
poder invisible enderezándome como una mano invisible empujando lo que realmente evitó
que cayera.
—¿Fue usted, Gran Lord? —conseguí soltar.
Blaec saltó grácilmente sobre su propia montura, un semental negro que relinchaba y bufaba,
deseoso por salir. Y entonces noté que no era solamente su mayor tamaño lo que diferenciaba
al demonio caballo de sus hermanos equinos de la Tierra. También eran los ojos. Destellaron

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a la vida, un feroz y ardiente rojo que se desvaneció lentamente a un marrón oscuro. Una
inteligencia aguda brilló en esos ojos conocedores.
—No, esa fue Mary, tu caballo —dijo Blaec.
Bajé la mirada a Mary con sorpresa. Considerando que el semental era de un negro ébano,
ella era un blanco puro, como nieve recién caída. —Ehh… gracias, Mary.
La yegua sacudió su cabeza en reconocimiento y soltó un relincho poco educado. Sus
ojos, noté por suerte, no estaban brillando rojos. Aunque, sin duda lo harían si la sacaba de
quicio bastante. Traté de no hacerlo. Traté de mantener verdadero cuidado aún mientras
Mary despegó en un suave galope tras el semental, como si por no moverse, yo no expondría
mi arriesgado equilibrio. Sonaba bien en teoría, pero como muchos buenos teoremas, no
funcionaba en la aplicación. Continué moviéndome, inclinándome y deslizándome a los
costados, y Maru continuó poniéndome derecha pacientemente con esa mano invisible.
El semental resopló con disgusto, caminando en el lugar, esperando que los alcancemos. Su
jinete resopló con igual disgusto impaciente.
—Fuego del Infierno —dijo Blaec, sin molestarse en parecer encantador—. Estás rígida,
como un atizador de hierro metido en el culo. No me sorprende que sigas cayéndole. Tienes
que relajarte, niña, si quieres mantenerte en el asiento.
—¡Por qué no dijiste algo antes! —dije. No era el único disgustado—. Esta es mi primera vez
sobre un caballo.
—¿En serio? —dijo Blaec escuetamente—. No podría decirlo. Oh, sólo finge que es mi hijo a
quien estás montando.
Jadeé con indignación pero el Gran Lord se dio la vuelta y galopó antes que pudiera llegar a
una respuesta mordaz.
—Hombre estúpido y arrogante —murmuré. Mary relinchó. Sus ojos me sonrieron
amablemente, como si le hiciera gracia—. Bueno, lo es —le dije y gruñí mientras me deslizaba
hacia los costados una vez más. Suavemente, ella me movió de regreso.
—Déjame caminar —llamé a Blaec.
—Te lo dije antes, no hay tiempo.
—Cuál es el apuro —murmuré, y tristemente eme concentré en relajarme, dejando que la
parte superior de mi cuerpo rodara con el fácil movimiento de balanceo de mi montura.
Sorpresivamente, eso me ayudó a mantenerme en mi asiento, y el hecho de que el Gran Lord
estuviera en lo correcto solo sirvió para irritarme mas.
Pasamos una dispersión de moradas en mal estado. Los demonios muertos estaban afuera
y alrededor. Hombres, mujeres, pero no niños. Se inclinaron ante el Gran Lord, miraron mi
brillante piel Blanca. No hicieron el más mínimo intento de acercarse a mí, pero sus miradas
calientes picaron mi espalda.
Cuando finalmente parecía que estaba logrando permanecer sobre el lomo de Mary, Blaec
dijo: —Sostente. —Con esa única advertencia, murmuró algo a su semental. La gran bestia se

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recobró y levantó de un salto, extendiéndose, lanzándose en el aire, flotando, alto y mas alto,
y después hacia abajo en un largo arco sin mucho esfuerzo, cubriendo mas de cien metros.
Solo tuve tiempo de decir: —¡No! —y apreté mis rodillas alrededor de los costados redondeados,
y entonces ella también estuvo elevándose, saltando al aire, cayendo mi estómago a mis pies y
asfixiando un jadeo de mi garganta mientras ella aterrizaba a un vuelo de distancia. Sus pies
apenas tocando el suelo antes de elevarse nuevamente en otro gran salto detrás del semental
del Gran Lord—. ¡Maldición! Se supone que sean caballos, no ranas saltadoras.
Pero mis protestas parecieron no importarles. Cuando Mary finalmente hizo una parada, me
deslicé fuera de ella, cayendo en un montón poco delicado junto a sus delicadas pezuñas,
agradecida una vez más de estar sobre suelo sólido. Ella me miró con tristeza, como si
lamentara que uno fuera tan torpe.
Blaec desmontó con una natural fluidez que empecé a despreciar. Acercándose, me ofreció
una mano delgada y elegante. A regañadientes la tomé y me levantó con apenas un tirón.
—Creído —murmuré y él sonrió. Sonrió, el bastardo.
—No es de extrañar que te llame su gata infernal.
Con un gentil murmullo de agradecimiento y un ligero golpe en sus poderosos cuellos, Blaec
envió a los caballos demonio en camino.
Asumí que aquí había un portal. No podía saberlo realmente. Parecía como un claro ordinario.
Pero cuando volví mi cabeza, pude ver un vislumbre de ello: una fuerza blanca reluciente,
apenas visible, como una realidad borrosa que uno sólo podía ver por el rabillo del ojo. Si lo
mirabas directamente, desaparecía.
Di un paso hacia el portal. —Mi agradecimiento por escoltarme hasta aquí, Gran Lord —dije
reacia. Aún tenía modales, a pesar de que los suyos aparenten haber huido completamente.
—Mi deber no ha terminado, niña. —Blaec tomó mi brazo.
—No tienes que regresarme.
—Te acompañaré. Después me llevarás con Mona Louisa.
Me detuve. —Vas a ir tras ella —dije de plano.
—Sí.
Lo contemplé con calma. —¿Y si te dijera que me encargaré de ella?
Blaec sacudió la cabeza. —Tengo que verlo por mi mismo.
Mis hombros y mi nuca ya estaban tensos desde esa terrible cabalgata de vuelo. Ahora se
estaban tensando aún más, grandes nudos de tensión amenazaban con un dolor de cabeza
palpitante si continuaban.
No quería ser responsable por la seguridad de Blaec. No, eso no era verdad. En realidad, no
quería ser responsable de su muerte. Halcyon había dicho que su padre no había caminado

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sobre la Tierra por mucho, mucho tiempo. Y mientras mas tiempo permanecieras lejos, mas
difícil sería jugar.
—Mira —dije—, la noche ya está a más de la mitad. Espera hasta mañana y te llevaré a
ella entonces. —Mis planes eran advertir a la Reina zorra rubia antes que fuera tiempo de
buscarlo.
—No puedo esperar.
—Maldición, Blaec. No lo haces demasiado bien el mantener a tu hijo a salvo. Si consigues
una paliza, además, vas a empeorar las cosas.
Me sonrió por primera vez y su rostro se iluminó de la misma manera que el de Halcyon:
luz parpadeando sobre oscuridad, brillando sobre todo su rostro. Haciéndome desear que
no sonriera. Arma potente, esa sonrisa. Te hacía querer complacerlo, persuadirlo por otra
sonrisa.
—De alguna manera, puedo comprender lo que dices —dijo Blaec con diversión—. ¿Todas
las Reinas hablan como lo haces tú ahora?
—No, solo yo. Soy única en mi clase. —No era esa la verdad de la sangre mestiza.
—No te preocupes por mi, mi joven Reina.
—¿Puedes contactar al Gran Consejo? ¿Dejarlos castigarla? —Por supuesto, ellos no habían
hecho muy buen trabajo al castigarla la primera vez. Pero afortunadamente, él no lo sabía.
—Ya no es un asunto Monère. Por poner las manos sobre mi hijo, su juicio ha pasado a mi
reino.
Desesperadamente, traté de pensar en otro elemento de disuasión. —Deberías pensar en
como se sentirá tu hijo si resultas lastimado.
—Halcyon supo que saldría en la búsqueda de ella. Contaba conmigo, de hecho, para hacerlo.
—¿Sí?
—Vino a mi —dijo Blaec simplemente—, cuando fácilmente podría haber ido en vez de eso,
a su propia residencia para descansar y recuperarse.
Recordé esa estúpida mirada de entendimiento que había pasado entre los dos. —Ah, Cristo.
—Dios, estaba tan cansada. Sólo quería treparme a mi cama y cerrar los ojos por unas cuantas
horas. Sería mucho más fácil enfrentar los acontecimientos con un poco de descanso. Aunque
quizás era todo el peso sobre mis hombros lo que me hacía sentir tan cansada.
Suspirando, miré a Blaec. —Nunca te perdonaré si mueres.
Un amago de sonrisa. —Hare mi mayor esfuerzo, entonces, por no morir.
Estupendo. Malditamente estupendo.
Tomando mi mano, Blaec, me empujó a esa neblina brillante de energía punzante.

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Dudé. Realmente, no se me puede culpar por esa pequeña pausa. Soy la primera en admitir
que disfruto un poco con el dolor; en el contexto adecuado el dolor condimenta mi placer.
Pero aún si fuera la peor sádica no disfrutaría mucho con este dolor. El dolor que pulsaba a
través de ti hasta que crees que tu sangre hervirá y estallará en tus venas.
Desafortunadamente, es el único camino hacia arriba.
Tomando aliento, di un paso al portal y…dulce éxtasis. Sin dolor.
Blaec estaba protegiéndome. Casi colapsé contra él de gratitud. Me mantuvo erguida con una
ligera mano de apoyo.
Descender hacia el Infierno se sentía como si estuvieras cayendo. Esa era la verdadera
impresión que había tenido mientras el dolor cortante había amenazado con desgarrarme.
Eso y el hecho de que parecía durar una eternidad. Por supuesto, estar en terrible agonía
tiende a hacer sentir incluso un segundo como algo increíblemente largo.
Ascender era bastante diferente. No, la gravedad no parecía como si te estuviera aplastando,
y no había sensación de subir con fuerza o ser levantada. Había solo una impresión de
velocidad, de movimiento. La dirección de ese movimiento no era específica, sin embargo,
solo una sensación remolinante de movimiento alrededor tuyo, como si estuvieras en un túnel
giratorio que te pasaba de lo constante a otro. Y el tiempo se aceleró rápidamente como el
movimiento. En lo que pareció un mero momento, estábamos saliendo de la pared de niebla.

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Capítulo 17

Traducido por Hillary_Stone y Pimienta


Corregido por Andrea

E l olor de la sangre me dio el primer indicio de que algo andaba mal. Mi espada y la
daga salieron de sus fundas y volaron hacia mis manos mientras me situaba delante
de Blaec. Sólo hubo tiempo para darse cuenta de que había cuatro guerreros Monére
delante de nosotros y que no eran míos, ante una pesada red tejida con la misma aleación
oscura que componía las cadenas de demonio que estaban descendiendo sobre nosotros. Cogí
la red con mi espada antes de que nos pudieran tocar y utilizar su impulso para levantarnos
más y más allá de nosotros.
El terror me cortó como un cuchillo, acelerando mi corazón. La sangre. ¿Cuya sangre había
sido derramada? ¿Encontraría una dispersión de cenizas en algún lugar cerca del final de este
callejón oscuro?
Dos de los guerreros que reconocí. Gilford y Demetrius. La mitad de lo que había llamado
una vez mis Cuatro Colores para sus distintos tonos de cabello. Si lo recuerdo bien, Gilford
era moreno y Demetrius tenía el pelo negro azabache. Habían sido una vez parte de los cuatro
guardias encargados de traicionarme por Mona Louisa. Los otros dos del cuarteto original
estaban muertos. Sólo faltaban dos por ir.
Muestro los dientes y me adelantó solo para llegar a un alto repentino mientras Demetrius
levanta algo en sus manos. La luz brillante de la luna se reflejaba en un medallón de oro,
inconfundible en su singularidad y símbolo de poder.
—Ven con nosotros en silencio o Lord Gryphon morirá —dijo Demetrius.
Gryphon me había esperado. Solo, al parecer.
—¿Dónde está? —Le exijo.
—Con Mona Louisa. —Demetrius miraba de soslayo—. Estaremos encantados de tener a su
amante. De hecho, estamos insistiendo.
Aproveché la oportunidad para explorar rápidamente el resto del callejón. No había dispersión
de polvo ni ropas vacías. Un temblor de alivio me debilitó por un momento.
—Eres un tonto, Halcyon ha regresado —dijo uno de los guerreros que no reconocí.
¿Halcyon? ¿No podrían decir la diferencia entre padre e hijo? Me moví un poco para poder
vislumbrar a Blaec desde la esquina de mi ojo. A continuación, me sorprendió tanto que me
volví y miré plenamente hacia él, manteniendo mis otros sentidos en sintonía con el sonido
y el movimiento.

166 Traducido en Purple Rose


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Atrás quedaban las alas blancas en las sienes. Y el bronce se había aligerado de un tono
dorado. Incluso dio una sensación de debilidad, su rostro estaba demacrado y ojeroso, se
veía exactamente como Halcyon con algunas excepciones. No había heridas en el pecho y
llevaba una camisa de color negro en lugar de blanca. Pero incluso yo habría sido engañada
si estuviera ahora como Blaec.
Me estremecí. Tenía que haber algún tipo de control de glamour o de la mente. Pero no podía
sentirlo. Volví mi atención hacia los cuatro idiotas.
—Deberías regresar Halcyon —dije con los dientes apretados.
—¿Cuándo quieren llevarnos a Mona Luisa? —El Gran Lord del Infierno, dijo suavemente—.
¿Cómo podemos declinar su amable invitación?
Tenía la esperanza de que el maldito de Blaec supiera lo que estaba haciendo. De hecho, estaba
apostando nuestra vida en él. Enfundé, tanto la espada como la daga con un movimiento
brusco. —Muy bien, iremos contigo.
Gilford acercó las cadenas de demonio en sus manos. Me tensé y la daga estaba devuelta en
mi mano. —Sin cadenas —le dije.
—No tienes elección perra —dijo Gilford con odio venenoso.
Saqué la espada. Se deslizó libre de la funda con el alegre anillo de acero. —Tengo toda la
elección, tonto estúpido o todavía no has aprendido.
—Vamos a matar a Gryphon —amenazó Demetrius.
—Adelante, hazlo. Y tu reina probablemente te va a matar por no habernos llevado a ella ¿te
gustaría poner eso a prueba? ¿Te gustaría ver quién prevalece? Dos contra cuatro. Pobre de ti.
Si hubiera dos más que ustedes, habría casi igual de probabilidades.
—Perra —escupió Gilford hacia mí.
Le dediqué una sonrisa fría. —Siempre.
—Entrega tus armas y no te encadenaremos —negocio Demetrius—. Y juramos que vendrás
con toda tranquilidad.
Odiaba la idea. Sin embargo, nuestras manos estarían libres. —De acuerdo, siempre y cuando
mantengas las manos fuera de nosotros.
Les arrojé mis armas, las hojas desnudas, manteniendo las fundas abrochadas a mi lado. —
No te preocupes —le dije—, volveré más tarde.
Después de todo, la espada y la daga no eran mías, eran prestadas. Tenía que asegurarme de
que los devolviera a sus legítimos propietarios.
Gilford me miró, agarrando las armas entregadas en los puños como si quisiera ejecutarlas
conmigo.

Traducido en Purple Rose 167


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Le sonreí con dulzura, sabiendo que no se atrevería. —Después de ti —le dije—, o debería
decir: “Cobardes primero”.
—Con cuidado —advirtió Blaec en voz baja—. No hay necesidad de rizar más el rizo.
—Oh, pero es tan divertido —le susurré, con los ojos brillantes. Estaba furiosa porque Blaec
obstinadamente vino conmigo. Furiosa por toda la maldita situación de mierda. Furiosa por
Gryphon por haber esperado por mí. Furiosa con él dejarse vulnerable.
Ni siquiera sabía cómo había sucedido. Gryphon había enviado a los otros hombres de vuelta
a casa para proteger a los demás, en el caso de que Mona Louisa decidiera tomar represalias.
En su lugar, ella siguió de alguna manera a Gryphon aquí y lo había capturado. Pero debajo
de esa blanca, y clara furia, estaba el sabor amargo del miedo.
Un monovolumen oscuro estaba aparcado en la acera, probablemente robado, porque los
coches dañados tenían que estar aún en casa. No había nada abierto. No había lugar para
cambiar los neumáticos pinchados en este momento de la noche. El guerrero que tenía el
medallón de Gryphon se puso al volante.
Demetrius abrió la puerta del copiloto. —Príncipe Halcyon —dio amablemente.
Blaec se sentó en el asiento sin vacilación, como una bienvenida invitado en lugar de una
prisión.
No fue una mala distribución de asientos, nos dividieron, Gran Lord estaba al frente, y yo
en la fila del medio. El cuarto guerrero se sentó en la tercera fila. Demetrius se sentó en la
esquina de la segunda fila. —Milady.
De mala gana, me senté junto a él. Gilford entró y cerró la puerta, dejándome entre los dos. Pero
tener un Gilford enojado y armado sentado a mi lado, era mucho mejor que tenerlo sentado
detrás de mí donde yo no podía verlo. Habría protestado. Demetrius era más inteligente de
lo que parecía. Escondió su disgusto y miedo de mí en lugar de demostrar que, al igual que
su amigo, estaba erizado. Se necesitaba más astucia en una persona, más inteligencia, más
control para hacer esto.
Respiré mejor cuando entramos en la autopista y nos dirigimos hacia el este del Mississippi.
Nada habría cambiado si hubiéramos ido al oeste hacia Belle Vista. Sin embargo, al mismo
tiempo, todo habría cambiado. Estaba allí sentada, me llevaban. Pero algo dentro de mí habría
muerto si se hubieran apoderado de mi casa, conquistado mi pueblo. Y más culpa cargaría
sobre mí. Esto me decía que Mona Luisa todavía no había hecho un movimiento en su antiguo
territorio. Ella tenía la esperanza de sacar primero a la nueva reina y reclamar su antiguo
dominio. Un plan sencillo y elegante, en realidad. Y ella me conocía lo suficientemente bien
como para que no me pudiera resistir al cebo de su trampa.
Así que me senté dócilmente, rodeada de enemigos, y dejé que nos llevaran a donde querían
ir. Blaec era mi as escondido. Recé para que supiera lo que estaba haciendo. Recé para que
su fuerza no se hubiera reducido. Incluso rogué para llegar a nuestro destino más rápido. El
tiempo ahora era nuestro enemigo. La noche pasaba rápidamente y la llegada del amanecer
nos podía destruir.

168 Traducido en Purple Rose


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El Mississippi no parecía muy diferente desde su frontera hermana, Louisiana. Pasamos


parches de humedales pantanosos a lo largo de la carretera, pasamos por delante de tierras
aradas de cultivo, y finalmente nos detuvimos tras un largo viaje. La casa era de dos pisos,
columnas complicadas, pero no muy grande, no tan grande como Belle Vista. Un precioso
hotel viejo, pero no una mansión. No es algo destinado a ser la opulenta residencia de una
reina. Verse obligados a venir aquí debía haberse comido el orgullo Mona Louisa. La pared
derrumbada por la que había entrado libremente era una monstruosidad preciosa, así como
las profundas huellas de neumáticos que destrozaban el césped inmaculado.
Gilford saltó de su asiento como si estar a mi lado le hubiese quemado. Me deslizó y bajé de la
camioneta. Blaec y yo nos quedamos allí rodeados por una veintena de hombres, algo menos
de veinte. Habíamos matado a varios en nuestra última escaramuza. Lástima que no hubieran
sido más. Los que tenían heridas estaban curándose o habían curado ya.
Eché un vistazo a Blaec. Su aspecto seguía estando camuflado, y se veía increíblemente débil.
Recé para que fuera una mera ilusión y no la verdad. Si se trata de su verdadero estado,
estábamos en un gran problema. Yo era buena, pero ni siquiera podía tomar diecisiete hombres
yo sola y esperar ganar.
El comité de bienvenida era agradable y halagador, y todo eso, pero no era lo que yo quería
ver. Desplegué mis sentidos, dejándolos volar libremente.
En el interior. Lo que buscaba estaba dentro. La presencia de la reina y el ritmo cardíaco lento
que conocía tan bien como el mío, el olor de mi pareja.
Nos movimos subiendo las escaleras, como si Blaec y yo fuéramos un núcleo y el anillo de los
guardias un borde exterior de acero. Mantuvieron una barrera de respeto del espacio que nos
rodeaba. Podría haber sido por mi culpa. La atracción natural entre una reina y un macho,
cualquier macho, se sentía con más fuerza ante el contacto íntimo y cercano. Por otra parte,
podría haber sido que ellos pensaran en el príncipe de los demonios en movimiento y libre de
cadenas. Un demonio no consolidado muerto, débil y herido, aún así, alguien muy temido.
Sin dirección, entré en la habitación espaciosa de la recepción a la izquierda. Mona Luisa
estaba reclinada en un lujoso sofá de cuero de mantequilla, con una mirada de placer del
gato que ha capturado al canario en su suave rostro de porcelana. El mal era peor, de alguna
manera, cuando era tan hermosa. Gryphon se sentaba a su lado, atado con cadenas de plata,
con los brazos detrás de él y la boca amordazada. Ella le acarició el pecho desnudo sin pensar,
como si fuera una mascota, un perro, sin preocuparse por el cuerpo que ella acariciaba, pero
la intención era profunda, más bien, mi reacción.
Mantuve mi rostro inescrutable, sin reacción, a pesar de que rugía en el interior de furia y
alivio.
Gryphon estaba herido bajo el lado izquierdo, como si una espada hubiera sido lanzada a
través de él. Casi el lugar exacto donde una vez había tenido la intoxicación por plata. Era una
herida intestinal que habría matado a un ser humano, pero Gryphon ya estaba empezando a
sanar. En la espada no había plata.
Gryphon aguantó obedientemente esa insultante caricia. Pero sus ojos eran más elocuentes.
Ellos estaban asustados y urgentes, casi desesperados, como si estuvieran tratando de
transmitirme una advertencia importante.

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—Mi querido Halcyon —exclamó Mona Luisa con placer mientras sus ojos brillaban con
el mismo fervor. La sensación de ella, sin embargo, era extrañamente menos abrasiva—.
Qué bueno que se unan a nosotros una vez más. A pesar de que era muy, muy estúpido que
regresaras. Es una verdadera maravilla que gobiernes el infierno para siempre.
Blaec no respondió. No parecía esperar que lo hiciera. Me pregunté por un instante si el
Gran Lord no había hablado porque no podía disimular su voz. Padre e hijo tenían la misma
tonalidad, pero Blaec tenía un ritmo un poco más arcano y el flujo de sus palabras, reflejaba
su extensa vida.
—¡Qué estúpido que hayas caído tan fácilmente en mi pequeña trampa, querida! —Se burló
de mí Mona Luisa—. Es casi incomprensible que alguien pueda hacer algo tan absolutamente
estúpido. Otra reina no habría hecho lo mismo que tú. Venir como un dócil cordero llevado
a la masacre. No me esperaba otra cosa de una débil mestiza. Sentimental, por lo tanto,
imprudente. Tan... humanos. Gobernado por el corazón, no por su mente. La mancha de
tu sangre mixta te debilita. —Ella chasqueó la lengua con una piedad fingida. Entonces sus
ojos se endurecieron como el hielo—. Pero mis hombres fueron descuidados al dejarte sin
adornos. ¿Dónde están los grilletes del demonio? —Su voz se quebró como un látigo, por lo
que sus hombres saltaron.
—Aquí, mi señora —dijo Demetrius, con su voz trémula mientras sostenía las cadenas de
oscuridad que habían realizado.
—¿Por qué no las llevan puestas, idiota?
—Estuvieron de acuerdo en venir sin resistirse si los dejábamos sin atar, Milady.
—Hay cosas que, al parecer, sólo una reina puede manejar. —La mirada fría de Mona Luisa
prometía venganza a sus pobres hombres insensatos.
Volvió sus ojos hacia mí, entonces, dijo a la ligera, casi con alegría.
—Una apuesta, Mona Lisa. Una prueba de fuerza. Si usted pierde, Halcyon estará de
acuerdo en estar encadenado sin resistencia. No necesitarás llevar a cabo tal promesa. ¿No
soy generosa?
Gryphon intentó hablar, pero sólo sonidos apagados escaparon de la tela que lo amordazaba.
Sacudió la cabeza, sus ojos ansiosos y urgentes.
—¿Y si gano?
—Entonces, los dos, y el hermoso Gryphon con talento, quedarán libres. Mi palabra sobre él.
Era casi demasiado fácil, si confiara en su palabra. Y no sabía si lo hacía. Sin embargo, la
posibilidad de que pudiera terminar tan fácilmente, sin derramamiento de sangre, era una
oportunidad demasiado grande para dejarla pasar. —¿Qué prueba específicamente?
—Algo básico, creo yo. —Mona Luisa ladeó la cabeza y pensó por un momento—. ¿Qué tal
un pulso? Algo tan primitivamente humano y masculino debe ser atractivo para ti.
Perra. Eché un vistazo a Blaec. Él asintió con la cabeza. Tenía que confiar en que él sería
capaz de liberarse de las cadenas de demonio. Pero es de esperar que ni siquiera tuviera que

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hacerlo. Estaba casi segura de poder vencer. Yo era más fuerte desde Basking y había recibido
algo de la gran fortaleza de Amber. Yo era tan fuerte ahora como un sangre completa, incluso
un poco más.
—Un solo brazo, sentadas —le dije—. Sin trampas. Sólo la fuerza física pura. ¿De acuerdo?
Gryphon negó con la cabeza y trató de luchar por sus pies. La mano delgada de Mona Luisa
le presiona de nuevo con facilidad desdeñosa.
Mona Luisa bajó la cabeza en el acuerdo, una pequeña sonrisa curvó sus labios. —De acuerdo.
Una pequeña mesa de roble rectangular y dos sillas de respaldo alto, fueron traídos, y
Mona Luisa y yo nos sentamos una frente a la otra con sólo la escasa anchura de la mesa
separándonos. Una vez más me llamó la atención la falta de agresividad. Sentí su presencia,
pero fue sólo un débil eco de la molestia que debería haber sido. Nuestra piel debería haber
estado llena de urgente necesidad de poner distancia entre nosotras, dos reinas tan cerca. Pero
no era así. Ella era diferente de alguna manera.
Yo preparaba mi mano derecha en la superficie sólida de madera, ahuequé la mano, esperando.
Con una sonrisa de satisfacción, Mona Luisa apretó mi mano entre las suyas. Poseía la mano
de una dama, toda fría, mimada y suave. Una señora que nunca había conocido un día de
trabajo en su larga vida.
—A la cuenta de tres —le dije—. Uno, dos, ¡tres!
Mano suave Mona Luisa era firme, se apoderó de mí como un tornillo que empujé con
todas mis fuerzas, intentando una victoria rápida y decisiva. Llevé todo mi peso detrás en
ese movimiento tirando hacia abajo. Su mano se sumergió de nuevo un par de pulgadas.
Luego, lentamente, inexorablemente, volvió a subir al punto de partida. Sin esfuerzo visible,
con alegría divertida, como si estuviera en una broma que sólo ella conocía, Mona Luisa
apalancaba mi mano a su lado. Dos pulgadas... tres... cuatro. La superficie de madera se
alzaba y ninguno de mis esfuerzos era suficiente para soportar su fuerza. Hice una mueca,
empujé, sudaba y gruñía en vano.
Los ojos de Mona Luisa brillaban como dos trozos de hielo, a una distancia íntima de mí. Su
cara estaba sin sudor, sin manchas por el esfuerzo, sonriendo. Ella era increíblemente fuerte.
—¿Cómo puedes esperar ser igual a mí? —preguntó con desdén sereno—. Una hija de puta
bastarda. ¿Cómo podrías siquiera atreverte a soñar en convertirse en uno de nosotros? Tú,
infectada por la sangre humana que sólo te puede debilitar. Es mi deber real librarnos de la
corrupción antes de que manches a más de nosotros con tu inferioridad. Que todo el mundo
aquí de testimonio de lo débil que son en realidad. Por lo tanto patéticamente débiles.
Cerró la mano hacia abajo, estrellándola en la madera, me tiró al suelo, y sonrió. —El ganador
se lleva todo. —Mona Luisa me sujetó y sus pequeñas manos, suaves se cerraron sobre mí
como grilletes. Y yo era incapaz de liberarse de su mano de hierro. Jesucristo, ¿cómo había
llegado a ser tan jodidamente fuerte?
—Su promesa, Príncipe Demonio —dijo Mona Luisa a Blaec.

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Sin reparos, Blaec tendió la mano y rápidamente Gilford sujetó las cadenas a las muñecas de
Blaec, cerrándolas con un ruido fuerte y pesado.
—Traer el otro par de cadenas de demonio aquí —ordenó Mona Luisa y Demetrius saltó a
cumplir sus órdenes.
Yo miré con desesperación hacia Blaec mientras estaba allí clavada en el suelo y Demetrius a
sólo unos pasos de unirse a mí también. Dios mío, ¿Y si yo hubiera cometido un error? ¿Había
jugado y perdido todo? Que la diosa nos ayudara.
Como una respuesta a mi oración, las cadenas demonio de Gran Lord se rompieron con un
chasquido. Blaec rompió las esposas de sus muñecas delgadas con dos sencillos movimientos
y enderezó sus puños. Cuando las cadenas cayeron al suelo, su encanto se desvaneció.
Alas blancas estallaron una vez más en los templos de Blaec. La piel oscura de oro al bronce.
Hubo un momento de silencio congelado donde todo el mundo se detuvo y miró, donde
todos los ojos estaban clavados en él, todas las respiraciones paradas, donde el tiempo fue
suspendido. Donde algunos reconocieron a lo que realmente se enfrentaban y otros no.
Entonces se desató el infierno.
La muerte no vino con la sangre o la violencia. Pero sí con gracia, casi suave. Con nada más
que una mirada, sólo el peso de la mirada del Gran Lord, Gilford brilló, haciéndose polvo.
Casi inmediatamente después, el guerrero más cercano de pie junto a Blaec, por lo que eran
como dos luces estroboscópicas al lado del elegante hombre de bronce, el iluminando Gran
Lord del Infierno. Un flash, flash de luz brillante y se habían ido antes de que el brillo se
hubiera desvanecido.
Mona Luisa gritó con rabia, lo suficientemente fuerte como para ensordecer toda la habitación.
—¡Córtalo, córtalo! ¡Haz que sangre! Lo debilitará.
Incluso la muerte en vida, no podía contra el fuerte instinto innato de un guerrero para
defender a su reina. Y ella les envió a todos a una muerte segura, sin remordimiento, sin
pensar, con el corazón helado. Sacrificó a sus hombres para comprar tiempo para sí misma.
Mona Luisa me acercó a ella como una muñeca de trapo amarrándome fuertemente y
enterrado sus dientes, sus colmillos, en mi cuello. Sentí un dolor agudo, una picadura de
lagrimeo. Ella estaba presionada tan cerca de mí que sentía que trabajaba fuertemente la
garganta esbelta mientras tragaba mi sangre como una criatura demoníaca muerta, tirando
de mí tan rápido que me sentía mareada.
Con mi último reflujo de fuerza, extendí mi mano derecha. Una hoja de plata escuchó con
atención mi llamada, saltó a mi alcance. La enterré hasta el fondo en su espalda. Mona Luisa
distanció su boca con un grito de indignación doloroso. Me dejó caer, arañó el puñal de su
espalda y tiró la cuchilla ensangrentada hacia mí, un torbellino de plata. Me di la vuelta y el
cuchillo se hundió en el suelo, donde yo había estado.
Sus ojos se fundían en ira, Mona Luisa saltó a la cama donde yacía atado Gryphon. Sus
hombres actuaban como una barrera viva de carne entre ella y el Señor de los Demonios, por
lo que yo no podía ver a Blaec, sólo el flash, flash, flash de las luces al reventar. Sólo podía
escuchar los sonidos y gritos. Sólo podía ver las espadas y puñales que subían y bajaban en
una cacofonía de sonido feroz y punzante movimiento.

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Con su mano izquierda, Mona Luisa tiró a Gryphon a sus pies, silbando con sus colmillos
manchados de sangre, ¡colmillos con mí sangre! —Ya te lo dije una vez, perra mestiza. Si yo
no puedo tenerlo, entonces tú tampoco.
Me puse de pie, pero se sentía como si estuviera vadeando a través del aire espeso. Me tropecé,
y vi impotente como Mona Luisa llevó su mano atrás como si tensara un arco. Luego, con la
finalidad terrible, ella bajó la mano y se lo clavó en el lado derecho del pecho de Gryphon,
lagrimeó a través de carne y el hueso como si estuviera rasgando el papel. Con un giro vicioso,
ella arrancó todo su corazón, el órgano saltó, temblorosamente lo agarró, apretándolo. Ella
lo lanzó al aire.
—¡No! —Mi grito horrorizado hizo eco con fuerza en mis oídos mientras saltaba para
atraparlo. Lentamente, muy lentamente, lo vi de forma preciosa caer en mis manos. Sentí
la cálida humedad de la sangre fresca, la salpicadura de la firma y el tejido blando. Sentí un
débil latido contra mis palmas. Me estremecí con la realidad de la misma, y luego el tiempo
reanudó su inevitable marcha hacia adelante. Caí al lado de Gryphon, que había caído al
suelo. Con sollozos rápidos, lo giré sobre su espalda y le apreté el corazón palpitante en el
agujero de su pecho.
Cuidadosamente, reinsertándolo para que siguiera latiendo de nuevo en su cavidad torácica
rota y manteniéndolo en su lugar con una mano temblorosa. Le arranqué la mordaza de la
boca de Gryphon y grité: —¡Blaec! ¡Blaec!
Hubo una ola interminable de luces explotando y luego Gran Lord estuvo a mi lado, su rostro
demacrado y pálido, por el esfuerzo de sus muertes.
—Curarlo, Gran Lord, ¡por favor! —Lloré—. Haré lo que sea. Te daré cualquier cosa si curas
a Gryphon.
—Lo siento, hija. —Las palabras de Blaec sonaron con un amargo final—. No se puede curar
una herida así.
—¡No! Tiene que haber alguna manera de ayudarle —lloré. Frenéticamente cubrí el pecho
desgarrado de Gryphon con mis dos manos. Desesperada llamé a ese poder dentro de mí
mientras lo miraba—. No me dejes —le susurré.
Las palmas de mis manos latían, me dolía con un calor abrasador, y la energía que se vertía
caliente corriendo hacia Gryphon. Sus ojos, esos hermosos ojos azules, se agitaron, se abrieron
como si estuviera despertando de un sueño dulce. Nuestros ojos se encontraron.
—Gryphon… por favor no me dejes.
—Mi amor. —Fue el más pelado de los sonidos, con un último suspiro, un suspiro con una
dulce sonrisa en el amado rostro de Gryphon. Debajo de mis manos, su corazón estaba frío,
ya no latía. Luego Gryphon brilló una vez más, una erupción de luz brillante en libertad que
ya no tenía. Ante mis ojos, su cuerpo brillante, se secó, y empezó a desmoronarse, colapsando
en una cascada de residuos en polvo.
Emitió un destello final de su luz esencial. Y luego estaba libre. Y ya no existía.

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Capítulo 18
Traducido por kuami
Corregido por Aldebarán

L as cenizas se esparcieron en la tierra, empolvando mis rodillas, cubriendo mis manos


ensangrentadas. Su ropa estaba en el suelo como una mortaja vacía. Polvo al polvo.
Cenizas a las cenizas.
El silencio llenó la sala como una tumba, sólo rota por mi respiración estremeciéndose. La
carnicería había barrido el cuarto con una limpia, y despiadada mano, montones de cenizas
era todo lo que quedaba de tanta gente. Estaba rodeada de muerte y sentí como si me hubiera
muerto también. Deseando que fuera así, ya que seguir vivo dolía tanto.
A continuación, una agradable, una explosión de rabia llenó mi cáscara vacía, dándome un
propósito para centrarme en una prioridad. Así que pensé en una sola cosa.
―Mona Luisa es mía ―brotó de mí con dureza, bruscamente, mirando hacia el Gran Lord.
Él se agachó a mi lado para que sus compasivos ojos oscuros estuvieran nivelados con los
míos. ―Ella es mucho más fuerte de lo tú eres ahora ―dijo suavemente.
―Es mía ―reiteré con una voz plana, temblorosa.
―Ella te va a matar ―dijo Blaec simplemente.
Mis ojos sostuvieron su mirada ferozmente para que no hubiera ningún malentendido. ―
Después de que yo muera, ella será toda tuya. Pero es mía hasta que me vaya de esta tierra. ―
Extendí mis manos temblando, cubiertas con la oscura roja sangre de Gryphon, y las palabras
vinieron a mí desde algún lugar en lo más profundo, un lugar antiguo, mucho antes de mi
nacimiento, un pasado nebuloso lleno de los instintos primarios más bajos―. Yo exijo la vida
de Mona Louisa como mi derecho de sangre.
Las palabras hicieron eco, temblando en el aire. Derecho de sangre. Una reivindicación que
parecía tener sentido para el Gran Lord. Inclinando la cabeza, Blaec asintió con la cabeza.
Salimos de esa casa de muerte y entramos en el susurro de la oscura noche, rastreando nuestra
presa que había huido hacia el bosque. Sonreí con auto-satisfacción. La herida de puñalada
en la espalda Mona Louisa le había impedido volar lejos, al tomar su forma de buitre. Ella
estaría en la tierra hasta que el tejido desgarrado se juntara.
En la profundidad del bosque, delante de nosotros, el lento latido del corazón Mona Louisa
sonaba a lo lejos y el olor de su sangre fluyendo, me proporcionaba precisión para rastrear.
Nos dirigimos hacia el norte detrás de esos latidos de corazón, detrás de ese sonido obsceno
de vida que todavía era y no debía ser. De tantos muertos debido a ella. Eso era justo lo que
les unía.

174 Traducido en Purple Rose


ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Me lancé en una estúpida persecución, confiando en el instinto, en los sentidos primarios para
encontrar el camino, saltando por encima de los árboles y arbustos, saltando a ciegas tras ella,
detrás de las señales del latido de corazón, aterrizando en cualquier parte, sobre los troncos
caídos, en el rico suelo húmedo, arañando y rozándome, volando sobre las rocas y cantos
rodados, sólo para saltar de nuevo, tirándome ciegamente hacia adelante, siempre adelante a
toda velocidad, dejando mi mente en blanco, que la parte natural de mí misma que era más
animal que humana me guiara por los senderos desconocidos.
El Gran Lord era una sombra silenciosa a mi lado, puro movimiento, sin sonido. Sin respirar
o bombear sangre que delatara su presencia.
Nos estábamos acercando a ella. Al estar dañada no tenía la facilidad de tener alas y echar
a volar alto en el cielo. Sobre el terreno, Mona Louisa se movía con más cautela. Ella hizo
su camino con cuidado entre los bosques espesos, con menos experiencia en el suelo que por
encima de él. Ella no se movió a una velocidad peligrosa y me obligué a mí misma, a confiar
ciegamente de que era así. ¿Y por qué iba a hacerlo ella? Porque ella quería vivir. No me
importaba si lo hacía o no. Todo lo que me llenaba era un único propósito, impregnado con
la ira.
Rabia fría. Nunca antes había entendido ese término. Nunca pensé que la rabia pudiera ser
cualquier otra cosa, sino caliente. Pero la rabia puede ser fría. Como llamas que ardían con
tanto fulgor como una vorágine de color naranja o azul claro procedentes de alrededor de
bordes afilados, que consume el calor dejando el fuego frío. Estaba pensando con rabia. La
ira, el dolor, la tristeza no te llena, te agobia. Te vuelve desapasionado, te aísla de la emoción,
como si ya estuvieras muerto. Y mi corazón lo estaba. Cuando ella había arrancado el corazón
de Gryphon de su pecho, se sentía como si el mío también hubiera muerto.
Casi allí. Bloqueé el lento, lento ritmo cardíaco lento, mi único objetivo era hacer que dejara
de latir. Saqué mi espada, convocando la daga de su vaina. ―Enfréntame, perra ―le susurré
y supe que ella me oyó.
Con un último paso, abruptamente caí sobre Mona Louisa, su brillante pelo rubio relucía
bajo la luz de la luna, ondeando en la oscuridad como un rayo de luz en un faro. Ella volvió
el rostro hacia mí, y caí sobre ella con un grito ahogado, apuntando mi espada a su cuello y
mi daga dirigida a su corazón.
En el último momento se dio la vuelta completa y, con cegadora rapidez, me lanzó una
piedra del tamaño de un melón, que ella había escondido en sus brazos. Descendiendo, fui
incapaz de evitarla. Como un misil chocó, golpeó mi espada en un lado, derribándola de mi
mano. La pesada piedra se estrelló contra mi pecho con una fuerza aplastante. El dolor era
cegador, dejándome sin aliento. Caliente, un dolor punzante abrasó a través de mi torso por
el golpe, y entonces una vez más cuando golpeé el suelo con extrema fuerza. Antes de que
pudiera recuperar el aliento, sentí sus manos sobre mí, agarrando mi pelo, agarrando la parte
de atrás de mis pantalones me levantó agitándome en el aire. Me estrellé contra el tronco de
un enorme ciprés gigante, la corteza áspera hizo trizas mi mejilla, mi brazo, y todo mi lado
izquierdo.
Golpeé el suelo, con la mitad adormecida. Había perdido mi daga y me pregunté durante un
momento si me había apuñalado. Mi pecho se sentía como si estuviera en llamas, como si
el purgatorio hubiera decidido no esperar hasta que muriera y estaba asándome ahora. Miré

Traducido en Purple Rose 175


ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

hacia abajo para asegurarme. No, no había ninguna daga clavada en mi pecho. Sólo se sentía
así. Las costillas rotas tendían a hacer eso. Me dolía como el demonio.
El grito de batalla de Mona Louisa rasgó a través de la quietud de la noche, ella corrió hacia
mí con una rapidez deslumbrante. Ella podría haber sido fuerte, más allá de Monère, pero
obviamente no tenía mucha experiencia como luchadora. Los luchadores experimentados no
gritan y te advierten que vienen.
Me quedé esperando allí a que ella viniera a por mí y lo hizo. Ella se tiró sobre mí, alcanzándome
con dedos como garras. Tomé un truco de su propio libro y esperé hasta que ella casi estuvo
sobre mí. Cuando era demasiado tarde para ella pudiera rectificar, planté ambas piernas y con
fuerza le di una patada en el estómago y el pecho. El desagradable impacto para detener su
avance, todo ese peso y el impulso arrancó otro dolor ardiente en mi pecho, pero la satisfacción
de oír el jadeo y vislumbrar la sorpresa en el rostro de Mona Louisa valió la pena. Al verla
salir volando hacia atrás y chocar contra una palmera, oyendo el crujido de la madera al
quebrarse e inclinarse, cuando ella la golpeó, fue aún mejor.
La mirada aturdida se extendió por toda su cara y el ataque de rabia incontrolada vertida en
una fea máscara roja me hizo pensar que era la primera vez que había sido golpeada en su
vida. Dándome ganas de querer pegarle más.
Empujando hacia atrás contra el árbol que había roto con mi caída, me levanté de nuevo, un
poco encorvada. ―¿Eso duele, perra? ¿Por qué no vienes a por más? ―me burlé, principalmente
porque no podía correr. Vaya, dudaba que incluso pudiera dar un paso hacia ella
Con un grito chirriante, ella voló de nuevo a mí. Empecé a balancearme echando la cabeza
hacia atrás antes de que ella me agarrara y me tirara hacia arriba, elevándome casi seis metros
en el aire otra vez. Ya me estaba acostumbrando la sensación de volar. Aterrizar, sin embargo,
era un verdadero problema. Efectivamente, el tronco de un árbol trató de romperme por la
mitad otra vez. ¡Dulce Madre de Dios! Casi me desmayo del dolor.
Vi a Blaec, o pensé que lo hice, con mi vacilante visión. Una figura de bronce nebulosa se
asomaba desde debajo de la sombra de un árbol, con una pregunta en su cara.
―No. ―Agité mi cabeza obstinadamente para aclarar mi visión, para sacudir el dolor―.
¡Ella es mía!
Y entonces ella estaba sobre mí, su aliento en mi cara con el fuerte olor de mi propia sangre,
encarcelando a mis brazos, aplastándolos a mis lados mientras me levantaba con facilidad,
casi sin esfuerzo me golpeó la espalda contra el tronco grueso, golpeando repetidamente en
el árbol con fuerza, sus dientes retrocedieron en una mueca furiosa. —¡No eres nada! ―gritó
ella. ¡Thunk! ¡Thunk! pegándome como si estuviera tratando de romper un tablero―. ¡Nada!
―La áspera corteza arrancada de la espalda, se enganchó el pelo. La sangre goteaba hacia
abajo, empapando en mis pantalones.
―¡Eres tan débil como tu amante! ―dijo entre dientes―. Matarle fue tan fácil.
La oscuridad que había ribeteado mi visión, se aclaró con sus palabras, y comencé a luchar
con fervor en silencio, feroz, girando en su agarre.

176 Traducido en Purple Rose


ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Mona Louisa se rió y me golpeó directamente la espalda contra el árbol, fijando mis muñecas
con sus manos como si fueran grilletes, refrenando mis piernas con la parte inferior de su
cuerpo presionado contra mí. —Matarte a ti será aún más fácil ―canturreó, con su cálido
aliento contra mí―. Y mucho más dulce.
Sus dientes se alargaron. Echándose hacia atrás, ella golpeó con fuerza, sus colmillos se
hundieron profundamente en el lado izquierdo de mi cuello, la parte limpia e intacta. Grité
mientras ella tragaba. Intenté… intenté con todas mis fuerzas poner fin a esto, de liberarme.
Pero yo no pude. Ella era demasiado fuerte. Todo lo que podía hacer era torcer mis manos,
húmedas de la sangre de Gryphon. Ellas apenas resbalaron, apenas apretaba sus garras de
manera que mis palmas estaban hacia afuera, enfrentadas hacia ella.
El fuerte ruido al tragar hacía eco en mis oídos cuando extendí la mano a esa otra parte de
mí, con una voluntad, Ven a mí. Mis palmas latían, pero o bien la distancia era demasiado
grande o yo estaba demasiado débil. La daga de plata perdida, la espada caída no voló hasta
mis manos. Se quedaron vacías, impotente. Mi visión estaba opaca, los sonidos cada vez
más distante mientras más de mí fluía en ella. Todo lo que pude ver por encima de mí ahora
era la luna, a tres cuartos de su totalidad, una presencia neutral en el cielo, un testigo mudo.
Ayúdame, Diosa. Escucha la súplica de tu hija.
Me obligué a usar conscientemente mi última voluntad con mis manos, en los montones de
perlas incrustadas profundamente en mis manos. Las Lágrimas de la Diosa. Las orienté hacia
el cielo oscuro, aterciopelado y le rogué: Dame fuerza. Renuéveme.
No me abrí simplemente a la luna, le di la bienvenida, y le permití fluir en mí. Tiré de ella
hacia abajo, la llamé a mí, y la exigí. ¡Dame justicia! Pero no fueron los rayos de la luna que
me hicieron salir.
Las Lágrimas de la Diosa temblaron, dando un latido gigante. Después otro. Ellas empezaron
a brillar, las perlas gemelas de luz rompieron la oscuridad de la noche. El calor me llenó. El
poder se deslizó sobre mí, como derramando una suave luz. La cabeza de Mona Louisa dio
un tirón de repente, con sus ojos muy abiertos y aterrada. ―¿Qué es eso? ¿Qué estás haciendo?
Un resplandor de luz chispeó profundamente dentro de ella, como una vela encendida por un
fósforo, la mecha se encendió. Mis manos palpitaron, todo mi cuerpo vibraba con el poder,
con la convocatoria. Y atraje más la luz de ella. Tirándola hacia mí.
Ella me soltó como si de repente el tocarme la quemara. Trató de apartarse, de dar un paso atrás.
Pero yo la sostuve ahora. La energía se precipitó a través de mí, su resplandor derramándose
sobre mí, llenándome, renovándome, desviando su poder, haciéndolo mío. Mis palmas de las
manos se cerraron contra sus brazos, apretándola, sosteniéndola suavemente como un dulce
amante drenándole su poder, su belleza, su juventud y su vitalidad. Cuando le agoté su vida.
Y el poder que se precipitó sobre mí y me inundó, estrechándome con una calidez seductora,
que era un agradable placer. Mejor que el sexo.
Su esencia me llenaba, se vertía en mí, siguió llegando en un flujo constante, un constante
drenaje. Mi piel se sentía como si hubiera vuelto porosa. Su energía, su aura, su fuerza fluyó
sobre mi piel como la miel espesa y rezumando en cada poro abierto. Y la vi menguarse,
marchitarse. Me vi a mí misma más fuerte, más brillante.

Traducido en Purple Rose 177


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El poder se vertió en mí hasta que me sentí como si fuera una linterna del papel. Como si me
hubiera tragado la luna y brillara dentro de mí, derramándose sobre mí con tal luminiscencia
cegadora, que el bosque estaba ardiendo con el esplendor salvaje, glorioso, iluminando la
noche.
Vi que Mona Louisa se arrugaba ante mí, su piel cada vez más firme, más espesa, apergaminada,
toda la humedad arrancada de ella. Su carne se fundió, fue succionada hasta que ella no era
más que una delgada piel arrugada cubierta sobre los huesos secos. La juventud y belleza
se desapareció. Se convirtió en una vieja bruja que había vivido mucho tiempo y todavía se
aferraba a la vida, con los ojos saltones y aterrorizados. Todo lo que quedaba de su antiguo
yo era su pelo de color amarillo brillante, todavía brillante y sedoso y largo, como una peluca
usada por un maniquí. Incluso sus gritos se habían secado, como si toda la humedad en sus
cuerdas vocales se hubiera vaporizado y todo lo que era capaz de emitir ahora era un sonoro
lamento. Un gemido que no se detuvo.
Extraje la última gota de su luz hacia mí como una gota final de melaza pegajosa. Y sin
embargo, todavía estaba... gritando, lamentándose, gimiendo, siempre gimiendo. ―¿Por qué
no te mueres, perra?
Ella estaba allí en el suelo donde había caído, demasiado débil para moverse, un bulto drenado
de ramitas, un cuerpo inmortal.
―Ella se ha vuelto ahora más que Monère. La voz tranquila del Gran Lord provenía de una
distancia prudencial. Sus ojos eran neutrales, una vez más, su rostro inescrutable.
―Porque ella bebió la sangre de Halcyon ―dije―. El demonio de sangre muerta.
―Sí.
―Incluso los demonios pueden matarse. —Estiré mis manos adelante, con las palmas hacia
fuera. Pero aún así mis armas no respondieron a mi llamada. No era por falta de poder
entonces. Estaban demasiado lejos. Mis ojos cayeron sobre unas rocas cercanas y estrechando
el pensamiento. No sólo los cuchillos podían cortar.
Golpeando una pesada piedra contra otra, la rompí. Un gran trozo de piedra había caído en
un pedazo con un reluciente borde afilado de seis pulgadas de largo. Recogiéndola, caminé
hacia dónde Mona Louisa tendida. Ella rodó sus ojos hacia los lados para buscarme, y el
movimiento de sus globos oculares al desplazarse hizo un sonido de succión seca. Dejando
caer a mis rodillas junto a su cabeza, con los ojos abiertos aterrorizados sobre mí, con ese
llanto incesante y seco zumbido en mis oídos como un mosquito molesto, levanté la pieza
afilada de piedra sobre mi cabeza con ambas manos. ―Muere ―murmuré―. Quiero que
mueras.
El borde afilado de la piedra como un cuchillo bajó con fuerza con mi mano llena brillando
detrás de él. Rebanó a través de la piel, y se abrió paso a través de los huesos.
Miré hacia abajo, a lo que había hecho. La bruja disecada estaba tres-cuartas partes decapitada.
―Oops, mi objetivo estaba un poco lejos. Una vez más, hagámoslo. ―La hoja de la piedra
volvió a golpear y su cabeza cortada salió rodando y se detuvo a un par de metros de distancia,
balanceándose sobre las hojas secas con la base de su cabeza, su pelo largo y rubio derramado

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a su alrededor como una capa amarilla, parte de eso le envolvió alrededor ensangrentando la
cara inferior y el cuello con sangre pegajosa. Ese lamento se había detenido. Su boca como
si bostezara silenciosamente. No surgió ningún sonido. Sus ojos azules estaban abiertos y
conscientes.
―¿Qué se necesita para matarte, perra? ―Pregunté, respirando pesadamente, mirando dentro
de esos inteligentes ojos asustados. No había ningún Infierno hábil aquí que la alimentara.
―¿Si me permites? ―Blaec preguntó, cortés y distante.
Miré hacía el Gran Lord del Infierno, miré esa oscuridad, con rostro inescrutable, elegante.
Él, de todas las personas, sabría cómo matar a esa parte de demonio muerto de ella.
―Adelante. ―Di un paso atrás y dejé que Blaec viniera hacia delante de Mona Louisa, la
parte de cabeza de ella, que era.
Él se agachó, con la camisa rota, el pantalón rasgado, con el olor de la sangre en él. Pero su
piel debajo estaba entera, sana, a pesar de que su rostro estaba tenso con la fatiga. Un dedo
de bronce se estiró y tocó a Mona Louisa mientras sus ojos rodaban hacia él aterrorizados,
cuando su boca se movía abriéndose y cerrándose como parodiando una muda oración. La
punta de su uña afilada fue a parar ligeramente en la frente de la Mona Lisa, entre sus ojos
que cruzaron juntos hacia el interior mientras ella trataba de mirarle. Pero todo lo que la uña
letal hizo fue tocarla. Y me pregunté si la conexión física hacía más fácil para que el poder
del Gran Lord fluyera.
Un pulso de poder tan fuerte que sentí agitarse el aire reverberado a través de mí, y cerró los
ojos en blanco Mona Louisa.
Hablé en voz baja. ―¿Qué hiciste?
―Destruir su mente. Esa parte psíquica de ella.
Había matado su poder mental, la parte de ella que le habría permitido a Mona Louisa
convertirse en demonio muerto y existir en el infierno para siempre y que ese poder continuara.
―¿En qué se volverá ella ahora?
―Ahora simplemente se desvanecerán de nuevo en la oscuridad.
Otro pulso de poder y su cabeza explotó en cenizas, y su cuerpo se hinchó en polvo.
Blaec estaba de pie mientras me movía a su lado para mirar hacia abajo al montón doble de
cenizas, con la cabeza cercenada y su cuerpo.
―Has matado a Mona Louisa y todos sus guardias ―dije, con mi voz vacía cuando me volví
para mirarle―. ¿Me matará, Gran Lord, ahora? Yo soy la única que queda, que conoce el
valor de la sangre de un demonio muerto. Que su consumo puede multiplicar la potencia de
un Monére, dotándolas de la fuerza del demonio muerto.
―¿Y es eso lo que quieres? ―Blaec preguntó. Se le veía cansado pero fuerte todavía.
―Yo no lo lucharía ―era mi respuesta tranquila, a pesar de que todavía brillaba con mi luz
robada, mi poder robado.

Traducido en Purple Rose 179


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Él me sonrió con una bondad que me habría hecho lamentar tener cualquier sentimiento
equivocado. No es necesario, niña. Tu secreto se debe suficiente rescate como para guardar
el mío.
―¿Qué secreto?
Blaec hizo un gesto hacia mis mano con una uña larga. ―Tu drenaje Mortal. Una habilidad
que sólo había oído en los cuentos cuando era niño. Había pensado simplemente eso. Cuentos.
Guardaré tu secreto si tú guardas el mío.
―¿Por qué querría guardar esa habilidad en secreto?
―Porque entonces nada detendrá a las otras Reinas, de matarte a ti o a tu hermano.
La sola mención de mi hermano me hizo retroceder. ―¿Más de lo que quieren matarme
ahora?
―Oh, sí. Ahora eres una molestia nada más. Si ellos supieran que eres capaz de Drenar
Mortalmente, de tomar su poder, su propia vida dentro de ti misma, entonces te convertirías
en el más grave peligro para ellos. Para todos ellos.
Suspiré. Secretos. Tantos para guardar. Parecía absurdo, sin sentido en este momento.
Blaec se volvió, puso un brazo reconfortante sobre mi hombro, y empezamos a caminar de
vuelta. ―Ven, niña. Mi tarea se ha completado. Ya estoy viejo y cansado y con ganas de
volver a casa.
Con Mona Louisa muerta y desaparecida, mi atención estaba perdida. Ella había dicho que
la venganza no era dulce, que era sangrienta. Estaba equivocada. Era dulce. Por un momento
fugaz, glorioso sentí una satisfacción increíble. Entonces eso se fue, dejando un hueco, y tenía
que seguir viviendo. El alto poder que me llenó con su luz se había desvanecido, y todo lo que
saboreé, ahora eran amargas cenizas.
Conduje a Blaec hacia la furgoneta robada de Mona Louisa de regreso a Nueva Orleans
cuando el amanecer hizo retroceder la oscuridad. En el portal de niebla blanca, me volví al
Gran Lord. ―Déjame ir contigo.
Su tono era amable, pero definitivo. ―No.
―¿Gryphon está el infierno?
―No lo sé, niña, pero se sentía fuerte. Tendría que haber hecho la transición.
Me agarré del brazo del Gran Lord. ―Tengo que verle.
Suavemente, él soltó mi mano. ―No puedes, por su bien. Piensa, niña. Gryphon ha
experimentado una trágica pérdida, su propia vida. Los muertos recientes no tienen deseo de
ver la vida cuando su pérdida es tan intensamente reciente. Se necesita tiempo, a veces una
gran parte de sí mismos para adaptarse a su nueva existencia. Viendo aquéllos a los que una
vez amó, que aún están vivos, mientras que ellos no lo están, sería dolorosamente cruel.
Mis ojos se aferraron a los suyos. ―Tengo que saber si él lo hizo.

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―Te lo haré saber ―prometió.


Yo tendría que estar satisfecha con eso.
La cadena del medallón de Gryphon salió, tintineando, cuando la saqué de mi bolsillo. Era
lo único que había recuperado de esa casa. La apreté en la mano de Blaec. ―Dale a Gryphon
esto por mí.
―Lo haré. ―Tomando el collar de mí, entró en la niebla. Se lo tragó en un abrir y cerrar de
ojos.
Esperé unos cuantos segundos y entonces fui a donde el portal había estado. Sintiéndolo,
tratando de sentirlo. Pero no había nada allí. Tratando de sentir a lo largo de las paredes,
caminé hacia atrás y adelante en el lugar donde había estado en ese callejón desierto. Pero ya
no estaba, realmente ha desaparecido, y yo no podía convocar otro.
Nada quedaba por hacer ahora, sino volver a casa.

Traducido en Purple Rose 181


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Capítulo 19
Traducido por masi
Corregido por Ellie

D icen que el tiempo cura, pero eso es una mentira. Lo único que hace es permitirte
sufrir. Y yo estaba cansada de sufrir. El sol estaba brillando en lo más alto cuando
me detuve delante de Bella Vista. Apagué el motor y me quedé allí, observando. La
gente que amaba estaba allí, durmiendo. Excepto uno de ellos, que había desaparecido y nunca
regresaría. Quería volver al santuario de mi habitación, pero para llegar hasta allí tendría que
pasar por la habitación de Gryphon. Vacía ahora, para siempre. No podía enfrentarme a
eso. Todavía no. Así que me senté allí hasta que Amber salió por la entrada principal, y se
apresuró a bajar por las escaleras.
La preocupación encendió sus ojos cuando me vio... la preocupación de que estaba sola en un
coche extraño. —Mona Lisa, ¿dónde está Gryphon?
—Está muerto —le dije, aturdida—. Mona Louisa lo mató, y yo la maté. Ella sacrificó a sus
hombres. Todos habían desaparecido.
Él abrió la puerta, habló con suavidad. —Vamos adentro. —Pero yo me negué a salir del
coche. Me sentía tan frágil. Yo estaba bien aquí sentada, pero si tenía que entrar, pasar por la
habitación vacía de Gryphon y oler su aroma, eso me destrozaría. No sabía cómo decirle a
Amber esto, aparte de decir—: No puedo.
Amber se arrodilló, tomó mis manos lánguidas, envolviéndolas protectoramente en la
amplitud de las suyas.
—Sufro, Amber. Sufro tanto. No quiero sufrir más. No quiero pensar o sentir más. Ven a
correr conmigo.
Ante el entendimiento en sus ojos, vi que él sabía lo que deseaba. —Espérame. Déjame que
avise a alguno de los otros.
Me quedé sentada en el coche, sin moverme, hasta que él volvió.
Amber me llevó hasta el borde del bosque. Allí se detuvo y se desnudó, cuidadosamente
doblando su ropa, a continuación me quitó las mías. Me quedé pasivamente sin moverme y le
dejé hacer todo, concentrándome fuertemente en el canto de los pájaros, en la sensación del
sol sobre mi piel, en cualquier otra cosa que no fueran mis sentimientos, mis pensamientos,
mis recuerdos.
—Mona Lisa, cuando estés lista —dijo Amber en voz baja, obteniendo de nuevo mi atención,
y me di cuenta que yo estaba completamente desnuda y avergonzada. ¿Qué importaba ahora?
Dejé caer ese blindaje, ese control, esas cadenas mentales que habían atado a mi bestia durante
tanto tiempo que las sentía como una parte natural de mí. No pasó nada, y por un momento

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sentí desesperación. ¿Estaba demasiado consumida? ¿Estaba demasiado agotada? Y entonces


sentí que mi bestia rugía, explotando fuera de mí, y capté sus pensamientos por un fugaz
segundo... libre. Finalmente libre... Antes de que tomara el control completamente sobre mí
y que yo dejara de ser. En mi conciencia lejana, sólo oí el resoplido de mi tigre. Sentía que
saltaba sobre sus patas grandes, tocando el suelo siempre ligeramente, corriendo hacia el
corazón de la profunda selva.
Cuando volví a la conciencia, era el amanecer... o el atardecer, no podría decirlo. No sabía
cuánto tiempo había transcurrido, no recordaba nada. Yo estaba en una cama de hojas, en el
refugio de una cueva poco profunda, en los brazos de Amber, con la cabeza apoyada sobre
su pecho. Estaba cubierta de un olor acre que no reconocí y el sabor a sangre oxidada fue
un sabor cobrizo en mi boca. Mi estómago se agitó, y me revolví hacia todas partes de la
cueva. Sólo a unos metros de la entrada, no pude sostenerlo por más tiempo, y tuve nauseas
y vomité trozos sangrientos de carne cruda. Y luego vomité aún más cuando vi lo que estaba
escupiendo fuera de mí. Amber retiró mi pelo de la cara, sujetándome, canturreando en voz
baja palabras de consuelo.
En los próximos días, nosotros convivimos en el bosque. Amber vagaba libre como un puma,
y yo como un tigre de Bengala. Mi bestia se convirtió en mi escape, mi salvación ahora. Y se
deleitaba con su nueva libertad, sin cadenas, sin ataduras.
Todos los días me despertaba con otros olores desconocidos para mí, y el sabor de la sangre
oxidada en mi boca se convirtió en un sabor familiar. Pero siempre me despertaba con los
brazos de Amber, grandes y seguros que me rodeaban, con su corazón latiendo lento y fuerte
debajo de mí. Ya no vomitaba, y había recuerdos ahora. Destellos de carreras a través del
bosque, con la cabeza inclinada hacia la tierra, que se extiende hacia la distancia. Trozos
y piezas de caza. Diferentes todas ellas, demasiado diferentes. La carrera para atrapar a la
presa, ese salto final remontando, el desgarro de la carne, ese dulce y cálido chorro de sangre
llenando mi boca.
Y entonces, un día, dejé de no recordar. Yo estaba consciente. Veía mis patas estiradas delante
de mí, sentí el impacto desnudo mientras pisaba suavemente sobre el suelo, y me paré de
repente, dejando que el ciervo que estaba persiguiendo aumentara la distancia, la cola blanca
balanceándose como una atracción tentadora a la que me resistí a pesar de que mi bestia aún
lo quería. Sentí el silencioso gruñido de mi bestia por pararme. Pero estaba bien alimentada.
El ciervo había aparecido simplemente en su camino mientras que había estado descansando,
y se había dado a la caza, ya que era lo que hacía. Me volví, y a través de mis ojos de tigre vi
al gato montés de color leonado, que había sido mi compañero constante, vi que me miraba
con los ojos inteligentes de Amber.
¿Estás ahí? Preguntó él.
Sí.
Cambié, y fue una cosa fácil y natural de hacer, recuperar mi forma humana, quedarme
parada y ver cómo el puma brillaba, mientras el pelaje se convertía en piel, y Amber, una vez
más, se puso delante de mí. —Bienvenida de nuevo.
—¿Cuánto tiempo estuve fuera? —Se sentía extraño el hablar.

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—Casi dos semanas.


Varias semanas.
—¿Qué día es hoy? —pregunté.
—El segundo día del nuevo año.
Entonces me había perdido la Navidad.
El pensar en las vacaciones me hizo pensar en los demás, y me encontré echándolos de
menos... a mi familia. —Regresemos a casa.
Amber sonrió y extendió su mano. La tomé.
—A casa —dijo—. Eso suena bien.

184 Traducido en Purple Rose


ML Blossoming Saga Mon é r e Sunny Ch an

Epílogo
Traducido por flochi
Corregido por Pimienta

P arecía que las Navidades no habían pasado en absoluto. El Lord Guerrero Thorane,
Presidente del Concejo Superior, la había llamado y dejado un mensaje críptico:
Halcyon había devuelto el collar a su legítimo propietario.
Gryphon estaba en el Infierno.
Su olor todavía perduraba en su habitación. Pronto se desvanecería por completo. Sentí
tristeza por este hecho, pero no desesperación. Ahora sabía donde encontrarlo. No me había
dejado por completo. Solo se había ido a otro reino. Con el tiempo, lo vería otra vez.
Los otros habían manejado mi pequeño reino en mi lugar cuando me había ido.
Thaddeus y Aquila habían supervisado varios negocios, Chami había arbitrado las disputas.
Fontaine y Thomas se habían ido a Mississippi, limpiado la casa, e incluso regresado la
minivan robada. Su propietario lo encontró una mañana, inocentemente estacionado en
frente de su jardín. El registro había estado en la guantera.
El territorio adyacente de Mississippi que había sido cortado y dado a Mona Louisa se convirtió
en mío por ausencia. Al vencedor todo el botín. Horace, el desagradable administrador, vino
con la nueva provincial. Era igual de zalamero pero mucho mas humilde ahora, con mas
ganas de agradar. Zalamero o no, Horace era eficiente en su trabajo. Amber y yo terminamos
compartiendo al pequeño administrador.
Ante mi insistencia, Amber gobernaba el nuevo sector de Mississippi. No quería dejarme
pero lo obligué. ¿Quién mas podía gobernar en mi nombre? Se lo había preguntado. Debido
a que la respuesta fue: “Nadie mas “, se había ido.
Me sentí sola y un poco culpable por hacer que se fuera. Me había negado a unir los dos
territorios bajo un solo un mandato tal y como habían disfrutado una vez. Todos pensaban
que era debido a que Gryphon había muerto, y esa era una pequeña parte. La razón mas
grande que tenía era porque Amber era un Lord Guerrero. Debería haber gobernado su propio
territorio pero había decidido quedarse conmigo, servirme. De esta manera, podíamos tener
ambos. Amber podía gobernar como estaba destinado, y todavía continuar sirviéndome. Pero
tener ambos conllevaba un precio. Ya no podía quedarme dormida en los reconfortantes
brazos de Amber y despertarme con el tranquilizador latido de su corazón debajo de mi.
Thaddeus empezó su semestre final en la preparatoria, y Jamie y Tersa hicieron planes para
tomar una prueba de equivalencia académica e inscribirse en la universidad el siguiente
otoño. Nunca conseguimos lecciones con la sanadora Janelle. Mona Carlisse, su hija, Casio,
y Janelle habían regresado a sus hogares. Quizás nos veríamos nuevamente en la siguiente
Reunión del Consejo. Finalmente conseguiríamos una lección uno de esos días.

Traducido en Purple Rose 185


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Mi bestia y yo éramos uno ahora. Corría con Amber en los bosques una vez a la semana
durante un precioso día y por la noche yo estaba con él. Pero nuestra falta de un sanador, y
mi limitada capacidad de sanación eran todavía un problema. La sanadora de Mona Louisa
había huido al Gran Consejo tras descubrir la carnicería en Mississippi. Todavía temblaba
ante la mención de mi nombre. Rosemary había llegado con algunas ideas creativas,
sobornos ingeniosos, realmente, para atraer a un curandero a mi servicio. Veríamos cuan bien
funcionaron en nuestro siguiente Festival de Comercio.
Hasta entonces la vida siguió. Lo hizo realmente. Y algunas vidas pasan a convertirse en
demonios muertos.

Fin

186 Traducido en Purple Rose


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Cuarto libro de la saga Monére

Mona Lisa Betwining


Mona Lisa, reina mestiza de Monère, sigue llorando
la pérdida de un leal ser querido, su primer sirviente
Gryphon. No obstante, su nuevo maestro de armas,
Dontaine, puede resultar ser su liberación o su muerte.

Próximos libros de la saga Monére:


1.Mona Lisa Awakening - El despertar de Mona Lisa
2. Mona Lisa Three (incluido en la antología Over the
Moon)
3. Mona Lisa Blossoming
4. Mona Lisa Betwining (incluido en la antología On
the Prowl)
5. Mona Lisa Craving
6. Mona Lisa Darkening
7. Mona Lisa Eclipsing

Traducido en Purple Rose 187


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Sobre la autora

Sunny Chan
Esta doctora en medicina general empuñó la pluma por
primera vez en 2006. Para su sorpresa, vio que había escrito
una novela de gran éxito. Y que era mucho más divertido
que ser médico: El despertar de Mona Lisa, su primer libro,
también supuso su despertar como escritora, y como una
mujer más atrevida, extravagante y erótica.

Tras el éxito arrollador de la serie Monére, los hijos de la luna,


Sunny regresa ahora para sorprendernos con otra nueva
serie, Crónicas de la princesa demonio, relacionada con la
  anterior, de la que Tenebrosa Lucinda es la primera novela.

La trayectoria de esta autora ya ha sido reconocida con los galardones más prestigiosos del
género, y ha figurado en la lista de superventas del New York Times.

Pagina oficial: http://www.sunnyauthor.com/

188 Traducido en Purple Rose


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Traducido, corregido y diseñado en


PURPLE ROSE

¡TE ESPERAMOS!
http://www.purplerose.net/

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