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David estaba acurrucado en el sillón de la sala, mientras se

escuchaba el viento que soplaba fuera de su ventana. Era


una noche fría y oscura en Polonia, donde los Yehudim en
aquel entonces eran perseguidos por el gobierno y no les
permitían cumplir la Torá. Su casa era pequeña y vivía con
su padre, el Rab de la ciudad. Aquella noche, su padre le
platicaba sobre la maravillosa fiesta de Janucá.

Hoy es un momento muy especial, en el que celebramos


el milagro que ocurrió hace más de dos mil años
encendiendo la Janukiá. - Le dijo su padre con voz dulce
y cálida.
¡Sí papi, lo sé! Me encanta la historia de Janucá. ¿Me la
contarías otra vez? - Le pidió David con gran emoción.
Claro hijo. Te la contaré de nuevo, porque es una
historia que nunca debemos olvidar. - Le respondió su
padre con una sonrisa.

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Y así, su padre le contó cómo los Macabim, unos valientes
guerreros Yehudim, se rebelaron con Emuná en Hashem
contra el rey Antiojus, quien quería obligarlos a abandonar
la Torá y sus costumbres. Le relató, cómo los Macabim
ganaron la guerra a través de milagros y recuperaron el Bet
Hamikdash, donde encendieron la Menorá durante ocho
días, con un pequeño cántaro de aceite que habían
encontrado, el cual contenía suficiente aceite para
encender una sola noche.

¡Wow, papi! ¡Qué historia maravillosa! ¡Qué valientes


fueron los Macabim! ¡Qué bueno que Hashem los ayudó!
- Exclamó David con admiración.
Así es, hijo. Hashem siempre nos ayuda, protege y ama.
Por eso, cada noche de Janucá, encendemos la Janukiá,
para recordar ese gran milagro y agradecerle por todo
lo que nos da. - Con estas palabras su padre finalizó el
relato con cariño.

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El papá de David bajó la escaleras que llevaban al sótano
de su casa. Ahí abrió un antiguo cofre que contenía un
regalo muy especial, y se lo entregó a David.

David, creo que llegó el momento de que recibas este


valioso obsequio. - Le dijo con emoción.
¿Es mi regalo de Janucá? - Preguntó David intrigado.
¡Así es! - Dijo su padre con una gran sonrisa.
¿Y qué es, papi? - Preguntó David con curiosidad.
Bueno, ¿por qué no lo abres y lo descubres tú mismo?
- Propuso su padre.

David abrió el regalo ¡y de ella sacó una hermosa Janukiá


de plata! Era un poco antigua, pero sin deterioro alguno.

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¡Wow! ¡Una Janukiá de plata! - Gritó David con gran
emoción.
Es una Janukiá muy especial, pues le perteneció a tu
abuelo. Él me la regaló cuando tenía tu edad y me dijo
que la cuidara para la siguiente generación. Ahora te la
entrego a ti. - Le relató su padre. Esta Janukiá estuvo
presente con nosotros en muchas ocasiones, iluminando
muchas noches en la historia de nuestra familia,
resistiendo épocas difíciles. ¡Esta Janukiá representa
nuestra Emuná y apego a Hashem!
¡Gracias, papi! ¡Es el mejor regalo de Janucá que me has
dado! ¡Me encanta! ¿Podemos encender en ella las velas
de Janucá esta noche? - Le preguntó David deseoso.
¡Claro! Pero antes debo ir a la celebración de Janucá en
el Bet Hakenéset. Recuerda que cada año asisto para
dar una corta plática, todo de manera oculta para no
llamar la atención. Después vendré a casa para que
encendamos juntos las velas. - Le respondió su padre.
¡Bien! Mientras tanto iré preparando el aceite y todo lo
necesario para la Janukiá. - Le dijo David
respetuosamente. ¡Por favor, no tardes mucho!

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El padre de David salió de casa y se dirigió al Bet
Hakenéset, el cual estaba oculto en un sótano a causa del
peligro que implicaba su existencia. Ahí se encontró con
otros Yehudim que lo esperaban con inquietud para
escuchar sus emocionantes palabras de Torá.
David se quedó solo en casa, preparando el aceite y las
velas para su Janukiá, cuando de pronto se comenzaron a
escuchar duros golpes en la puerta… ¡Era el ejército polaco!
Habían recibido la orden de arrestar a cualquier Yehudí que
pudiera estar festejando Janucá.

¡Vamos, sabemos que hay judíos aquí! ¡Salgan con las


manos en alto y no intenten escapar! - Gritó uno de los
soldados.

David se asustó mucho…

¡No, por favor! ¡Déjenos en paz! No hemos hecho nada


malo. - Suplicó David con lágrimas en los ojos.
Si no abres la puerta, ¡vamos a derribarla! - Fue la
respuesta.

5
Aquella mágica noche de Janucá, se había convertido en
una noche de pánico para David…
David tomó su Janukiá y corrió al sótano, cerrando la
puerta tras de él. Los soldados derribaron la entrada de la
casa y comenzaron a registrarla, destruyendo todo a su
paso, en busca de Yehudim que estuvieran festejando
Janucá. No pasó mucho tiempo hasta que encontraron la
puerta que llevaba al sótano, donde David se ocultaba…
David se escondió detrás de unas cajas de madera,
cubriendo su boca y permaneciendo inmóvil, para evitar
provocar cualquier sonido que lo delatara.

Vamos niño, sabemos que estás ahí, no hagas esto más


difícil. - Dijo con furia uno de los soldados.
¡Sal de una vez y no te haremos daño! - Mintió su
compañero mientras reía.

6
La única luz que había en ese pequeño y empolvado sótano,
era un destello que pasaba por una pequeña ventana al
final del sótano. Ese destello se reflejaba en la Janukiá de
David.

He aprendido de las historias de papá que jamás


debemos perder la Emuná en Hashem. Lo único que
puedo hacer ahora, es prender mi Janukiá y pedir Tefilá
a Hashem. ¡Él es el único que me puede salvar! - Pensó
David lleno de esperanza.

Mientras las lágrimas corrían por su rostro, David suplicaba


en silencio a Hashem para que lo salve. De pronto, a través
de la pequeña ventana del sótano, vio con horror que un
general polaco, con su uniforme impecable y sus insignias
de alto rango, se acercaba apresuradamente a su casa. El
miedo de David creció aún más. El general no tuvo que
tocar la puerta, pues ya estaba hecha pedazos…

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El general entró al sótano y gritó:

¡Ustedes dos! ¿Qué están haciendo aquí?


Hay un niño judío encerrado en este sótano, señor. Creemos
que es el hijo del rabino de la ciudad y están festejando su
fiesta. - Le contestaron con firmeza.
¿Acaso no han oído la última orden? Deben dejar esta zona
inmediatamente.
¿Qué orden, señor?
Se ha descubierto una sinagoga oculta en un sótano, donde
los judíos celebran la fiesta de Janucá. Incluso el rabino de la
ciudad está ahí. ¡Vayan rápido! Yo me haré cargo de este
niño.

Los soldados obedecieron la orden, dejando a solas al general


para que se ocupara de David…

¡Niño! ¿Estás ahí? - Le dijo el general, con una voz suave, que
le dio confianza a David.
¿Quién eres? ¿Qué quieres? - Preguntó David asustado.
No tengas miedo, no vengo a hacerte daño. Solo quiero ayudarte.

8
¿Ayudarme? ¿Cómo? ¿Por qué? - Le preguntó David
desconfiado.
Porque yo soy Yehudi al igual que tú. Mi verdadero
nombre es Yosef Jaim, y he estado en el ejército polaco
desde hace mucho tiempo, ayudando así a muchos
Yehudim aquí en Polonia. - Le dijo el general con
sinceridad.
¿Yehudi? ¿Yosef Jaim? ¿Cómo puedo creerte?
Porque sé que eres David, el hijo del rabino de la ciudad.
Esta noche tu papá asistió a una fiesta en el Bet
Hakenéset oculto en el sótano. Por ser un general de
alto rango, me enteré con tiempo y fui a advertirles
antes de que el ejército llegara al lugar y ha sido él quien
me ha mandado por ti. - Le dijo el general, con firmeza.
¿Mi padre? ¿Está bien? ¿Dónde está? - Le preguntó
David sorprendido.
Él está bien, sano y salvo. Ahora se encuentra en el
bosque, junto con los demás integrantes del Bet
Hakenéset. Yo les ayudé a salir del peligro. Vamos,
confía en mí, se nos acaba el tiempo. - Le dijo el general.

9
David se armó de valor y, sin soltar su Janukiá, abrió la
puerta. El general lo tomó de la mano y salieron del sótano,
le puso un abrigo para protegerlo del frío y le ordenó que
corriera con él. Juntos se abrieron paso entre las oscuras
calles, evitando a los soldados que buscaban a los Yehudim.
Cuando llegaron al bosque donde estaban los demás
asistentes del Bet Hakenéset, los recibieron con alivio y
alegría. A lo lejos, el padre de David lo vio y corrió a
abrazarlo.

¡David, hijo mío! ¡Qué feliz estoy de verte! ¡Gracias a


Hashem que estás bien! - Le dijo su padre con lágrimas.
¡Papi, papi! ¡Yo también estoy muy feliz de verte! ¡Gracias
a Hashem que nos salvó! - Le dijo David, mientras lo
abrazaba con fuerza.
¡Y gracias a Yosef Jaim, que nos ayudó! ¡Es un
verdadero héroe! - Le dijo su padre mientras se dirigía a
Yosef.
No hay de qué agradecer, mis hermanos Yehudim. Solo
he sido el enviado de Hashem para que esta salvación
les llegara. - Agregó Yosef humildemente.

10
El padre de David le comentó que, con su Emuná y Tefilá,
había conseguido que Hashem los salvara, al igual que en
los tiempos de los Macabim. Después de esto, Yosef Jaim les
dijo que era el momento de encender la Janukiá, para
agradecer a Hashem por el milagro, así que David sacó la
Janukiá que su padre le había obsequiado esa misma noche
y la entregó a su padre para que juntos la encendieran. Esa
noche, todos cantaron y bailaron alrededor de ella,
iluminados por la luz de Janucá. ¡La luz que jamás se apaga!

Porque
cuando la oscuridad está por caer
de pronto, una luz surgirá.

11
Espero que hayas disfrutado de este cuento, que forma
parte de la serie Zak Tales. Si quieres vivir una experiencia
más completa, te invitamos a que escuches nuestro
podcast, donde podrás escuchar este cuento y muchos más
con efectos de sonido y voces de personajes. Zak Tales es un
podcast que te lleva a conocer las aventuras y desafíos de
los Yehudim a lo largo de la historia. Cada episodio es una
oportunidad de aprender y reflexionar. No te lo pierdas,
Zak Tales está disponible en todas las plataformas digitales.

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