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El reinado de Felipe II
Felipe II heredó de su padre Carlos V un vasto y poderoso imperio: España y los territorios que le pertenecían
(entre los principales, se hallaban los de Italia, América y Países Bajos); en cambio, el Imperio Germano fue
entregado al tío de Felipe, Fernando. Felipe heredó también un ideal, producto de una época y de una particular
historia (la Reconquista), que seguía, de algún modo, estando presente: la unidad del reino por medio de la religión
católica, que tan arraigada estaba entonces. Consecuencia de ese ideal de grandeza y de unidad imperial, el nuevo
monarca también tuvo que encargarse de diversos problemas limítrofes y de una deteriorada economía que condujo
al reino a varias bancarrotas.
El problema de la religión fue fundamental para Felipe, que deseaba la salvación de las almas y la defensa de
la cristiandad, amenazada desde hacía siglos por los moros y, recientemente, con el advenimiento de la Reforma, por
los protestantes. Para salvaguardar sus convicciones, se valió del poderoso instrumento de la Inquisición, que
transformó su reinado al marcarlo con el signo de la intolerancia. Ideológicamente, se propagaron, durante este y el
siguiente gobierno, las ideas de la Contrarreforma, respuesta de la Iglesia católica al Protestantismo, como un
intento de hacer renacer la cultura tradicional cristiana (pureza en el clero -bastante corrompido entonces-, moral
férrea e ideales místicos), que abarcó varias páginas literarias.
En el plano político, España, por su misma grandeza, debió afrontar numerosos conflictos, entre los que se
destacaron: la lucha contra el Protestantismo en los territorios de Flandes (con el apoyo de Francia); los
enfrentamientos con Portugal (finalmente, anexado) y contra el Imperio Turco; y, por último, la derrota de la
Armada Invencible por los ingleses, lo que, en oposición a lo que se deseaba, marcó el comienzo de la decadencia del
imperio hispánico.
En el interior del país, tampoco hubo tranquilidad: las ideas de la Reforma estaban penetrando
peligrosamente a través de la frontera con Francia; y los moriscos, habitantes de la costa española, eran una fácil y
temible puerta de acceso para los turcos. Todos estos problemas, sumada la deficiencia económica, contribuyeron a
fortalecer una postura enérgica del rey. Las obras literarias reflejan a su modo, los momentos de tensión que se
vivieron
El Manierismo
La corriente manierista fue, ante todo, un fenómeno de una época turbulenta, pues surgió con los primeros
brotes de la crisis religiosa europea, cuando los sueños de la "universalidad cristiana" comenzaron a resquebrajarse
ante el avance de la Reforma de la Iglesia luterana. Cuando la Iglesia tomó conciencia de su situación, promovió la
Contrarreforma, movimiento que encontró en el arte el mejor medio para la divulgación de su doctrina e ideales ,
nuevos y purificados. Estos fueron expresados, primeramente, en el arte manierista y alcanzaron su madurez
durante el Barroco.
El Manierismo como movimiento de transición participó de variadas corrientes -gótica, renacentista y barroca
incipiente-a las que readaptó y modificó según sus nuevos esquemas de valores. Surgió en el seno del Renacimiento
y se diferenció de él, porque interpretó de manera más personal la Antigüedad clásica y la naturaleza, lo que le
otorgó al movimiento un marcado carácter anticlásico.
Las formas manieristas son complejas y carecen de homogeneidad; por eso, generan confusión. En el campo
arquitectónico, por ejemplo, el edificio que mejor representa este estilo es el monasterio de San Lorenzo de la
Victoria, conocido como El Escorial, de cuya construcción estuvieron a cargo, primero, Juan Bautista Toledo y, luego,
el famoso arquitecto Juan de Herrera.
El Barroco
El rasgo que suele definir, en forma más acertada, al movimiento Barroco es la lucha de contrarios. La
oposición de elementos genera una tensión en la obra que la aleja totalmente de la armonía y del equilibrio
renacentistas. No es casual que el juego de opuestos constituya un rasgo casi definitorio, pues refleja las inquietudes
existenciales por las que atravesaba el hombre del siglo XVII
Los contrastes más utilizados en las obras barrocas son: vida-muerte; humano-divino; sueño-realidad; ilusión-
desengaño; luz-sombra (en términos pictóricos), verdad-mentira; eternidad-temporalidad. En el Quijote, por
ejemplo, la antitesis se presenta ya desde la famosa pareja de los protagonistas. Allí se destacan, también, otras
contraposiciones: valentía-cobardia y espiritualidad-materialidad. Asimismo, es precisamente el carácter vacilante de
estos personajes lo que les confiere una mayor humanidad,
El Barroco es también arte de lo artificial, pues coloca las ideas del arte por encima de la naturaleza que trata
de embellecer, contrariamente a la simple imitación renacentista. Este efecto se logra por medio de la estilización,
gracias al uso de recursos, como el hiperbaton, las metáforas, el color y la abundancia de figuras mitológicas.
No obstante, así como, por un lado, se embellece la naturaleza; por otro, el arte representa también lo feo y lo
grotesco (introducidos ya con el Manierismo), aspectos relacionados con la visión realista de la vida en la que
conviven lo bello y lo monstruoso. Así, por ejemplo, el pintor Diego Velázquez incluyó, en Las meninas, a una
sirvienta enana junto a la princesa; y Cervantes ubicó, en el Quijote, personajes femeninos muy bonitos junto a otros
que sobresalen por su vulgaridad y tosquedad.
Grandes artistas
¿Por qué a una época tan negativa se la conoce con el nombre de Siglo de Oro? Algunos estudiosos afirman
que toda sociedad que transita por una profunda crisis de valores la canaliza mediante la expresión artística. Así, en
este período, surgieron músicos con el talento de Vivaldi: pintores, como Rubens, José de Ribera, Zurbarán, Diego
Velázquez, Rembrandt, Esteban Murillo, Caravaggio; escultores, como Bernini; arquitectos, como Pedro de Ribera.
Con respecto a las Letras, el reinado de Felipe II y, sobre todo, el de Felipe III representaron el momento más
brillante de la cultura literaria española, periodo que se extendió aún bajo el mandato de Felipe IV -hijo de Felipe III-,
quien ascendió al trono español en 1621.
En estos tiempos, brillaron las "plumas" de Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo; se
representó el mejor teatro de Lope de Vega, ya famoso desde el reinado de Felipe II, y, como culminación, se vieron
las obras de Calderón de la Barca.
Todos expresaron continuamente el sentimiento de de sengaño, insatisfacción y hastío, que le dio a su arte un
evidente tono pesimista. Este tono se observa en el tratamiento del tema de la muerte, del paso irremediable del
tiempo y de la angustia de la vida perdida.
El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha transita entre el ideal caballeresco que define su protagonista y la
realidad que se impone; es decir, entre el idealismo manierista y el realismo barroco. Así la novela de Cervantes
ofrece un cuadro vivo de la sociedad del siglo XVII, entre sorprendentes contastes. Cervantes ha creado la obra
literaria para referirse, con ánimos combativos y para desprestigiar los libros de caballerías por su falta de verdad, su
inverosimilitud, tan contraria a los ideales barrocos.
En la época de Cervantes, los libros de caballerías reflejaban, anacrónicamente, la pervivencia de un mundo heroico
con leyes, vestimentas, divisiones jerárquicas y costumbres de la Edad Media. No es extraño: se trataba de una
literatura de evasión. En efecto, se huía de los conflictos por los que atravesaba el hombre del siglo XVII. Este género
alcanzó su mayor difusión en el siglo XV con la aparición de la imprenta. Pero, desgraciadamente, el mareo de éxito
llevó a numerosos autores a producir, a diestro y siniestro, obras de pésima calidad, llenas de aventuras
disparatadas. Por eso, en contra de esas obras, nació una crítica literaria y moralizante.
Ningún juicio resultó tan original, certero y efectivo como lo fue el de Cervantes por medio de su Quijote, ya que el
autor elaboró un texto del mismo estilo que los libros de caballerías, pero transformado por el recurso de la parodia
(recurso que consiste en imitar con sentido burlesco). Así en el Quijote, se parodia la mismo protagonista, su caballo,
su armadura, su amada, el escudero, el protocolo de armarse caballero, las aventuras, el supuesto autor y el estilo.
Sería erróneo, de todos modos, simplificar esta novela como una gran parodia, pues la comicidad, que prevalece en
un principio, se va desdibujando a medida que el personaje se ennoblece y que sus ideales adquieren solidez.
La crítica de Cervantes a los libros de caballerías se realiza desde la misma construcción del texto. Éste se compone
de una yuxtaposición de episodios, cada uno de los cuales se desvía hacia otro nuevo. Las numerosas aventuras son
presentadas en diversos planos, que otorgan a la composición una profundidad semejante a la de un cuadro
barroco:
1. En un primer plano, Cervantes introduce un autor ficticio del Quijote, un historiador árabe llamado Cide
Hamete Benengeli. Así parodia otro recurso muy usado por los libros de caballerías en los que se presentaba
a un misterioso autor, que había hallado un manuscrito de la obra en un lugar lejano y en circunstancias
maravillosas.
2. En otro plano aparece el traductor del texto árabe, cuya traducción a su vez, recoge Cervantes, quien se
presenta asimismo sólo como recopilador de la obra. Dentro de ella, están las numerosas aventuras del
hidalgo manchego (quien paradójicamente, desea ser un personaje de las novelas de caballerías)
Un héroe, principalmente caballeresco, se construye como tal, mediante su valiente acción contra el mal. Pero
además, ya se encuentra condicionado por su historia natural y por sus circunstancias para convertirse en un héroe.
De alguna o de otra manera, el destino lo arroja a ello: héroe se nace.
El héroe cervantino, por el contrario, se construye a través de la imitación de los numerosos valientes que
luchan en las páginas de los libros de caballerías. Se crea por medio de la literatura, emulando sus aventuras. Sin
embargo, lo que posibilita la creación del héroe es le haber encloquecido con la intrincada lectura de estos famosos
libros.
Cervantes escamotea cantidad de datos biográficos acerca de su héroe: no sabe con exactitud de dónde es, ni
cual es su nombre preciso. Este indeterminismo le confiere al personaje gran libertad, pues lo hace únicamente hijos
de sus circunstancias. Así el mismo se autobautiza; por eso varía su nombre cuando los acontecimientos lo requieren
y se convierte en el Caballero de la Triste Figura por su aspecto, en el de los Leones por su temeridad y en el pastor
Quijotiz por su fracaso. El caballero, las armaduras y el amor de una bella dama también son requisitos necesarios
para su entidad como héroe; sin embargo, las características de éstos, tan en disonancia con las de los libros
imitados, conforman uno de los elementos paródicos que más resaltan.
Provisto de todo, don Quijote emprende su primera salida, pero se da cuenta de que no ha sido armado
caballero. Por un lado, el armarse caballero es una condición esencial para tener aventuras, es decir para convertirse
en héroe. Por otro lado, la parodia del acto solemne, constituida en la farsa del ventero y de las dos mozas, anulan
toda caballería posible. Además, conforme a la ley, jamás podría haber recibido la orden de caballería quien era loco.
Pobre o quien había sido víctima del escarnio, debido a las burlas de los sujetos bajos. Por lo tanto, todas las
acciones del hidalgo se sustentan en esta confusión inicial y las invalida como hazañas de caballero andante. De
todos modos, caballero o no, la locura del hidalgo le permite tener cantidad de aventuras que integran el periplo
heroico. Estas aventuras presentan distintas características, en efecto, conforme el personaje va desarrollándose
espiritualmente, deja de actuar por simple impulso imitativo y se afirma más en sus ideales.
El Quijote no es sólo la parodia del género caballeresco. De haber sido tan sólo esto, no habría trascendido. La
importancia de la obra reside en el hecho de que Don Quijote vive y muere por un ideal de justicia y de amor que lo
llevan a resucitar la caballería andante. El personaje es, por lo tanto, un loco, pero con un alto ideal para respetar;
es, en boca de su escudero, “un hombre bueno que nunca ha hecho daño a nadie”. Con ese contraste del que se
complace el Barroco, se vuelve grande en sus propósitos de esfuerzo y lealtad, pero falla al pretender llevarlos a ,
cabo porque las circunstancias inadecuadas no se lo permiten. Así, la locura del héroe se convierte en noble locura,
lo que lo transforma en un personaje “amargo tragicómico”. Su heroicidad consiste, justamente, en el enorme
esfuerzo de mantener su ideal bajo el peso de la vulgar e incomprensiva realidad.
Dualidad Barroca
Los personajes de la obra convellan la unión de los contarios, lo que los hace vacilar al fluctuar entre una
característica de sus personalidad y su opuesta. Esta oposición provoca una tensión dramática en sus conciencias.
Dicho rasgo se manifiesta principalmente en el héroe que es loco (en cuanto a su falta de adecuación entre la
realidad y la ficción caballeresca) y cuerdo – cuando no se trata de caballerías-, Por otra parte, su misma locura lo
lleva a desarrollar una grandeza idealista. Es, además necio y al mismo tiempo, sabio.
La dualidad del protagonista se acrecienta en el tránsito de la primera parte a la segunda. En el Quijote de
1605, el personaje no duda de lo que perciben sus sentidos y es autosuficiente. En cambio, en el de 1615, no está de
acuerdo con lo que ven sus ojos y empieza a desconfiar de sí mismo, cuestionando el sentido de su accionar. Esta
constante búsqueda de la verdad le revela su fracaso, representado en un duelo que pierde a frente al Caballero de
la Blanca Luna. La recuperación de su cordura ante la derrota de su ideal (encarnado en el amor hacia Dulcinea) lo
conduce a la muerte.
La dualidad también se presenta en el vínculo entre Don Quijote y Sancho. La inevitable tensión que allí se
observa solo describe lo variables que pueden ser las relaciones humanas. Don Quijote quiere a su escudero, pero
marca las diferencias que existen entre ambos y también lo corrige y se enoja debido a los errores lingüísticos de
Sancho y a su seguidilla insensata de refranes. Sancho, por su parte, ama a su señor, pero está junto a él porque lo
mueve la ambición de gobernar la isla que aquel le ha prometido y aún, muchas veces, también ha querido dejarlo
solo y regresar a su casa.
El contraste también se realza bastante en las descripciones muy delineadas de ambos personajes: Don
Quijote representa la valentía, mientas que Sancho no oculta su cobardía; si el héroe vela, el escudero ronca; si uno
ayuna, el otro como ávidamente. Pero, a pesar de las diferencias, el saldo es positivo, ya que ambos aprenden a
convivir.