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La palabra escrita

de Manuela Sáenz

Victoria Villanueva Chávez


La palabra escrita
de Manuela Sáenz

Victoria Villanueva Chávez


Indice

Introducción 6

Antecedentes 10

Una criolla en la América convulsionada 17

Ciudadana en la Patria Grande 25

Errante, forastera y peregrina 49

Un exilio más, esta vez en Paita (1835-1856) 63

Los saberes de Manuela, para seguir viviendo 72

Visitas que dejaron huella 84

La palabra escrita de Manuela en su lucha por la libertad 94

Bibliografía 100

Sobre la autora 106


Introducción

En el proceso de recuperación de la historia de las mujeres, los diarios,


las cartas y los testimonios escritos y orales, son fuentes directas y
fundamentales para conocer la multiplicidad de sus sentimientos,
ideas, acciones e intereses. De este modo, es posible acercarse
también al pensamiento que sobre ellas tenían otras personas y, lo
más importante, saber cómo se percibían a sí mismas.

Este es el caso de Manuela Sáenz (1797-1856). Sus diarios y sus cartas


hacen posible conocerla tal cual era ella o, más bien, cómo ella vivía
su singular personalidad, manifestando abiertamente sus anhelos de
libertad para el continente americano, sin renunciar a la suya.

Manuela Sáenz nos permite también conectarnos con el pasado en su


propio ritmo, imaginar el convulsionado siglo XIX en América desde
su mirada y, al mismo tiempo, vincularnos con otras personas de su
entorno, especialmente mujeres, que no llegaron a ser reconocidas
por la historia.

Los diarios y las cartas de Manuela Sáenz dan cuenta de más de cuarenta
años de su vida. Muchos de estos documentos se han deteriorado,
son ilegibles o han acabado dispersos, pues Manuela vivió en muchos
lugares, a veces en la clandestinidad, tratando de esquivar no solo los
riesgos políticos, sino también las propias inclemencias del clima y
los problemas de su salud.

Sin embargo, la huella de Manuela se percibe en sus escritos, en su


particular estilo, directo y querendón, amistoso y altivo. Escribía
en tiempos largos, cuando las distancias eran reales, pero escribía
siempre, por eso hoy podemos ingresar a ese controvertido mundo
del siglo XIX donde las batallas dejaban tiempo también para las
pasiones.
7

El diario de Quito y el diario de Paita , así como la correspondencia


1

con Simón Bolívar a lo largo de ocho años están contenidos en un


trabajo editado por el ecuatoriano Carlos Álvarez Saá , quien organizó
2

el Museo Manuela Sáenz en la ciudad de Quito y, sin lugar a dudas,


3

constituye una fuente muy importante para reconocer los pasos de


Manuela Sáenz a lo largo de su vida.

En esta búsqueda de la palabra escrita de Manuela, ha sido


fundamental el encuentro del Epistolario de Manuela Sáenz con
Juan José Flores, Presidente del Ecuador mientras Manuela estaba
exiliada en Paita, cuyo estudio y selección estuvo a cargo del Doctor
Jorge Villalba F., S.J. en una edición del Banco Central del Ecuador.

También fue posible conocer a Manuela Sáenz a través del abundante


material historiográfico sobre Simón Bolívar, especialmente las
Memorias que escribieron Juan Bautista Boussingault y Daniel
Florencio O’Leary, quienes formaron parte del entorno inmediato de
Bolívar durante largos años. Ellos dejaron registrada su propia mirada
sobre Manuela. Lo mismo ocurre con biografías como Bolívar. El
caballero de la gloria y de la libertad, de Emil Ludwig, que cierra un
largo estudio sobre Bolívar y hace referencia al destino de Manuela.
Algo similar sucede con la biografía de Bolívar hecha por Salvador
de Madariaga. Este recoge las osadías de Manuela en Bogotá, en
circunstancias en que se resquebrajaba la unidad americana y se
atentaba contra la vida de Bolívar.

La biografía Manuela Sáenz, de Alfonso Rumazo González, también


resultó un texto fundamental para entender a Manuela pues destaca
el contexto de sus primeros años presenciando la revolución de Quito
en 1809 y las contradicciones políticas que enfrentaron sus padres.

1 El Diario de Paita recoge la palabra escrita de Manuela Sáenz del 25 de julio de 1840 al 19
de mayo de 1846.
2 Álvarez Saá, Carlos, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995.
3 El Museo Manuela Sáenz está ubicado en la Calle Junín 709 y Montúfar, Quito.
8

Manuela también fue motivo de asombro e incentivó la creación de


novelas que la ubican como la amante inmortal, la amable loca o,
simplemente, Manuela. Son estudios interesantes que recuperan la
historia desde la vida de Bolívar o desde la de ella.

Gabriel García Márquez en El General en su laberinto revive los ricos


diálogos que a la distancia sostuvieron Bolívar y Manuela, plenos de
fina ironía; la historia oficial queda transformada así en una punzante
novela.

Carlos Hugo Molina en Mi amable loca… se ubica en el Alto Perú, hoy


Bolivia, adonde llegó Manuela con Antonio José de Sucre y Simón
Rodriguez y donde, según Molina, Manuela logró iniciar sus sueños
periodísticos en el Diario El Cóndor de Bolivia. También Molina
comparte el menú de una cena que había hecho muy feliz a Bolívar,
así como la correspondencia entre Manuela y Juana Azurduy.

En este recorrido, no ha tenido la misma suerte la búsqueda de


información sobre Jonatás y Natán, dos hermanas-amigas-esclavas-
negras que, como veremos a lo largo de esta historia, estuvieron con
Manuela desde la infancia. Fueron dos activas combatientes en las
luchas independentistas, y acompañaron a Manuela hasta pocas horas
antes de su muerte. No obstante, Jonatás y Natán, con excepción de
un trabajo de Argentina Chiriboga, apenas son conocidas y no han
logrado un lugar en la historia oficial.
Antecedentes

Manuela Sáenz nació y vivió en la primera mitad del siglo XIX, época
de gran convulsión en América y en Europa. Se entregó con pasión
y valentía a la lucha libertadora para hacer realidad el sueño de la
Patria Grande, una América libre y unificada.

Al mismo tiempo, desafiante y retadora, Manuela se permitió amar


libremente a Simón Bolívar, sin mordazas ni barreras, ejerciendo su
derecho de amar a su manera. Probablemente fue esa relación la que le
otorgó un lugar en la historia oficial, aunque su historia no comenzó
ni terminó con él. Este hecho no llama la atención, aún hoy es poco
común que las mujeres aparezcan en la historia con voz propia. Por
lo general, las encontramos subsumidas en la historia de otros y su
tránsito por la vida, sus sentimientos e intereses difícilmente llegan
a ser visibles.

A pesar de todo, y contra todo, podemos encontrar los nombres de


algunas mujeres presentes en los distintos momentos de la historia,
en diferentes lugares, con características propias, de acuerdo con el
entorno y con el tiempo que les tocó vivir. En las grandes convulsiones
sociales, en los mismos instantes, ahí estaban ellas como insurrectas.

En la Europa del siglo XVIII marchan las mujeres hacia Versalles en


octubre de 1789, en París, y «en las sublevaciones de la primavera de
1795 son ellas quienes redoblan el tambor en las calles de la ciudad,
quienes se burlan de las autoridades y de la fuerza armada, quienes
arrastran a los viandantes, quienes penetran en tiendas y talleres y se
trepan a las plantas altas de las casas para forzar a los recalcitrantes
a marchar con ellas a la Convención»4.

4 Godineau, Dominique, Hijas de la libertad y ciudadanas revolucionarias, en Georges Duby y


Michelle Perrott, Historia de las Mujeres en Occidente, Madrid, 2000, p. 34.
11

Durante la revolución inglesa, las mujeres presentaban «peticiones al


Parlamento, movilizándose e iniciando motines en las ciudades y los
pueblos, cuando se violaban justas reivindicaciones y las autoridades
no cumplían con su deber pues los precios del grano o del pan subían
demasiado, los impuestos eran injustos, se cercaban los campos, se
cometían humillaciones religiosas» .5

En América las mujeres estuvieron presentes en acciones colectivas,


en movilizaciones, revueltas, motines, participando con increíble
valor; sin embargo, no han sido objeto de público interés y, por
ello, sus nombres, lo reiteramos, no son reconocidos en la historia
oficial a pesar de su contribución y aportes al quehacer nacional e
internacional.

En la lucha emancipadora reconocemos, en primer término, a Micaela


Bastidas, que ”perteneció a la Junta Revolucionaria, y cumplió
funciones militares y políticas en el gobierno de Tungasuca (...)
presionando inútilmente al líder de la sublevación para que marchara
al Cusco sin ningún resultado» . Micaela es considerada la primera
6

gran figura femenina peruana en la lucha política y militar.

Otras mujeres indígenas estuvieron también presentes en este


proceso. Tomasa Titu Condemayta, Cacica de Acos, provincia de
Quispicanchis, Cusco, se unió al movimiento de Túpac Amaru y
«dirigió una brigada de mujeres que defendió con éxito el puente
Pilpinto (provincia de Paruro) de las tropas españolas. Tomasa Titu
Condemayta fue condenada a muerte en 1781, y su cabeza fue enviada
a Sangarará».

Así mismo, Cecilia Túpac Amaru de Mendigure, hermana de Túpac


Amaru y casada con el español Pedro Mendigure, fue una com-
batiente ejemplar, considerada por los españoles más peligrosa que
la misma Micaela Bastidas. Por ello «fue humillada en las calles del
Cusco, montada en un burro, semidesnuda, y condenada a recibir
5 Davis, Natalie Zemon, Mujeres y política, en Duby Georges y Michelle Perrot, Historia de
las mujeres en Occidente. 3. Del Renacimiento a la Edad Moderna, Madrid, 2000, p. 238-239.
6 Guardia, Sara Beatriz. Mujeres peruanas. El otro lado de la historia, cuarta edición, Lima,
2002, p. 115.
12

doscientos azotes. Murió en la cárcel a causa de los maltratos el 19


de marzo de 1783, antes de ser desterrada» .
7

Al mismo tiempo, Juana Azurduy, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza


fueron valientes guerreras del Altiplano mientras que Policarpa
Salavarrieta Ríos, conocida como La Pola, luchaba en Colombia y
murió fusilada en Bogotá, el 14 de noviembre de 1817.

Estas mujeres del siglo XVIII se adelantaron a su época, ingresaron


a la lucha por convicción propia, decididas a terminar con la
dominación española, pero murieron en plena rebelión, previa a
nuestra emancipación.

En el siglo XIX, en la lucha por la Independencia, tenemos una deuda


con muchas mujeres que quedaron en el anonimato como la señora
Quirós, compañera de armas y de vida de un montonero indio,
Cayetano Quirós (1820-Ayacucho). La señora Quirós, cuyo nombre
real no ha pasado a la historia, murió en combate como segunda
comandante de la montonera y su actuación tuvo un significado muy
importante para los montoneros.

Ventura Ccalamaqui – o Buenaventura Fernández de la Cueva o


Munive, más conocida como «Ccalla Maqui» - es otra joven mujer que
en 1814 se puso a la cabeza de un regimiento de mujeres. Armadas
de garrotes y palos amenazaban tomar el cuartel Santa Catalina en
Huamanga, Ayacucho, ocupado por los españoles que seguían las
órdenes del Virrey Fernando de Abascal.

De igual modo, no puede olvidarse la historia sobre las hermanas


Toledo, llamadas también las heroínas Toledo. El relato difundido
señala que doña Cleofé Toledo, junto a sus hijas María e Higiena
Toledo, encabezaron a un grupo de pobladores de Concepción para
impedir el ingreso de las fuerzas enemigas al mando de Ricafort y
Valdez, y derribaron el puente sobre el río Mantaro para evitar su
avance. Sin embargo, Carlos Hurtado Ames, basado en una versión
de las Memorias de Arenales, señala las ambigüedades del hecho e
7 Guardia, Sara Beatriz, Mujeres peruanas. El otro lado de la historia, cuarta edición, Lima,
Perú, 2002, p. 125.
13

incluso de una supuesta proclama de doñá Cleofé Toledo pues no se


encuentran las fuentes que sustenten estos hechos . A pesar de todo,
8

en la región hay anualmente una conmemoración por la acción de


las heroínas Toledo e incluso se han levantado estatuas suyas.

En Ayacucho, María Parado de Bellido, acompañada de sus hijas,


trabajó también por la causa libertadora informando a las fuerzas
patriotas de los desplazamientos y poderío bélico realista y «gracias
a los datos proporcionados por ella los patriotas pudieron abandonar
el pueblo de Quilcamachay, un día antes que el enemigo los
sorprendiera» . Identificada y detenida debido a una misiva enviada
9

con su nombre, y a pesar de que María era analfabeta, la amenazaron


y torturaron para que diera los nombres de sus cómplices. Ante su
rotunda negativa, fue fusilada.

Ese silencio sobre la vida de las mujeres, según interpreta Sara


Chambers , tendría su sustento en la presunción de que eran
10

seres apolíticos, a quienes solo les estaba permitido actuar como


espías y seducir a los soldados para hacerlos cambiar de opinión.
Las mujeres de la élite contribuían a la causa donando su dinero
y sus joyas y participando en las tertulias donde se discutía sobre
política y también se conspiraba. Las mujeres de origen más humilde
seguían a sus esposos, padres y hermanos a los campos de batalla
para ofrecerles apoyo y tomar las armas cuando fuere necesario. Sin
embargo, concluye Chambers, aun cuando sabemos lo que hicieron
las mujeres, poco sabemos sobre lo que ellas pensaban.

Un recorrido por la historia es, pues, una aventura y mientras más


penetremos en ella, desde diferentes esquinas, más nos sorpren-
deremos de aquello desconocido. Hoy la historia está llenándose de
vida. No son más solo batallas, héroes y fechas importantes para

8 Hurtado Ames, Carlos, Las mujeres de Jauja en el Proceso de la Independencia. El caso de


las Toledo, en Las Mujeres en los procesos de Independencia de América Latina, Lima, 2014, p.
169.
9 Pachas Maceda, Sofía, ¿Y las heroínas peruanas? El lienzo de María Parado de Bellido en la
Sala de patriotas del Museo Bolivariano, en Las mujeres en los procesos de Independencia de
América Latina, Lima, 2014, p. 220.
10 Chambers, Sara, Hispanic American Historical Review 81.2 (2001) 225-257.
14

memorizar; hoy interesan los procesos, las transformaciones, que


nos llevaron a nuevos modos de vivir y a distintas formas de gobernar.

En aquella otra historia, rara vez las mujeres ocupamos un primer


plano; sin embargo, ahí estamos, en la retaguardia, entre bambalinas,
en escritos de los hombres sobre las mujeres, no figuramos como
sujetos históricos sino, casi siempre, acompañando a algún per-
sonaje donde somos vistas en relación con ese otro, satisfaciendo los
deseos de los otros, como el modelo de Sofía en el Emilio de Rousseau,
una mujer comprensiva, responsable y amorosa, en contraposición
a Emilio, el ideal de hombre racional .¿Y qué pasó con Sofía, con
11

sus aspiraciones y posibilidades? Su final poco feliz, lejos de ser un


hecho individual conllevó también la infelicidad de Emilio, ambos
sin poder lograr una vida plena.

Hoy todavía nos asombra la ausencia de una mirada a la vida


cotidiana, a la vida de mujeres y hombres, de gente común y corriente,
a esa vida que transcurre entre personas que han sido silenciadas
o ignoradas muchas veces por su audacia, porque se atrevieron a
pensar y a proponer ideas diferentes. El movimiento de mujeres, con
sus propias y auténticas inquietudes, ha dado un impulso decisivo
para que otras mujeres y otros hombres investiguen y analicen esas
vidas, las relaciones que establecieron. Se inicia así un importante
rescate de la vida diaria, de la manera de vestir, comer y amar, de
tantas luchas alrededor del mundo. Esta nueva mirada permite
recuperar estimulantes experiencias de la vida privada y, por tanto,
de los sentimientos y afectos que movilizaron a hombres y mujeres,
llevándolos por diversos caminos.

A pesar de estos esfuerzos, los estudios realizados son aún in-


completos. En este quehacer, las dificultades surgen en parte porque
las fuentes directas sobre la vida de las mujeres son escasas y de di-
fícil acceso. Marguerite Yourcenar refería la «imposibilidad de tomar
como figura central un personaje femenino; de elegir, por ejemplo,
como eje de mi relato, a Plotina en lugar de Adriano. La vida de las
mujeres es más limitada, o demasiado secreta. Basta con que una
11 Duby, Georges y Perrot, Michelle, Escribir la historia de las mujeres, en Historia de las
Mujeres en Occidente, Madrid, 2000, p. 23.
15

mujer cuente sobre sí misma para que de inmediato se le reproche


que ya no sea mujer. Y ya bastante difícil es poner alguna verdad en
boca de un hombre» . Y Yourcenar apenas si pudo ofrecer rasgos de
12

Plotina, esa emperatriz con pesadas trenzas, la amiga de Adriano que,


finalmente, definió su destino. La otra Plotina quedó en el misterio.

Este ensayo, pues, es sobre la vida de Manuela Sáenz, pero es sobre


todo un recorrido por su historia basado en el punto de vista de su
protagonista, es también un esfuerzo por encontrar más acompa-
ñantes y voces en este camino.

12 Yourcenar, Marguerite, Cuaderno de notas a las “Memorias de Adriano”, en Memorias de


Adriano, Buenos Aires, 1995, p. 303.
Una criolla en la América convulsionada

«Difícil me sería significar el porqué me jugué la vida unas diez veces.


¿Por la Patria libre? ¿Por Simón? ¿Por la gloria? ¿Por mí misma?» 13
.

Mientras América del Sur se debatía entre la monarquía y la


independencia, Europa observaba con atención los acontecimientos
que aquí se desarrollaban. Inglaterra continuaba su proceso de
expansión intensificando su producción textil. En España, en 1778,
Carlos III otorgaba el decreto de Libre Comercio y abría nuevos
caminos hacia América del Sur; los puertos de Caracas y Buenos
Aires se vieron beneficiados con el ingreso de las nuevas ideas que
llegaban de Europa con Bolívar y San Martín.

En Francia e Inglaterra el naciente feminismo liberal planteaba


cambios estructurales y daba lugar a la aparición de las mujeres en la
escena política. La acción para la liberación de las mujeres emergía
con fuerza provocando transformaciones en la perspectiva de sus
vidas, dotándolas a su vez de un protagonismo político que tenía
características de ciudadanía en construcción.

Los supuestos planteados por la Ilustración se fundamentaban en


una distinción esencialista binaria: en un lado, los hombres, sujetos
racionales, civilizados, participantes activos como trabajadores
y como ciudadanos en la sociedad; en el otro lado, las mujeres,
dependientes, que debían ser protegidas y mantenidas. El hombre
estaba identificado con el espacio público, y a la mujer le correspondía
la esfera privada.

En ese contexto nació Manuela Sáenz. Corría la última década del


siglo XVIII.

13 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 44.
18

Mi patria es todo el continente americano

Su madre era Joaquina Aizpuru, quiteña, hija de Mateo José de


Aizpuru, vasco, Oidor de la Corona, propietario de la Hacienda
Catahuango, en Quito, en ese entonces la Gran Colombia, lugar don-
de nació Manuela y donde vivió durante su primera infancia. El padre
de Manuela era español, Simón Sáenz de Vergara, Regidor del cabildo
de Quito, casado y con cuatro hijos.

Simón Sáenz y Joaquina Aizpuru no solo no estaban casados sino


que eran muy diferentes, mientras Simón Sáenz era un funcionario
leal a la Corona, Joaquina participaba en las conspiraciones de la
época contra España. ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo amenguaron
sus discrepancias? La información encontrada es incierta.

Manuela era, pues, hija ilegítima de un español. Era una ilegiti-


midad formal, propia de relaciones extraconyugales que gozaban de
cierta permanencia, y en las que el embarazo era una consecuencia
no deseada ni prevista, situación bastante generalizada en nuestra
región.

En relación con la fecha del nacimiento de Manuela hemos en-


contrado dos versiones. Por un lado, Álvarez Saá manifiesta que
Manuela nació en diciembre de 1795 y que su madre murió el 25 de
enero de 1796, “según consta en la partida rubricada por Máximo
Parra en el libro de Defunciones No. 6, folios 15 de la parroquia “El
Sagrario” . Mientras tanto, Víctor von Hagen dice que “en la noche
14

de Santo Tomás, Manuela fue llevada al rector de la iglesia de una


parroquia de la periferia quiteña, quien procedió a bautizarla el 29 de
diciembre de 1797, nacida dos días antes, una criatura espuria cuyos
padres no son nombrados” . Según esta información, Manuela debió
15

nacer el 27 de diciembre de 1797.

Lo cierto es que Manuela nunca manifestó preocupación alguna


porque se conociera información detallada sobre la fecha y lugar de

14 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 21.
15 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 26.
19

su nacimiento. Por el contrario, ella declaraba que su patria era todo


el continente americano pues había nacido bajo la línea ecuatorial.
Sobre la historia de su madre se dice que murió al poco tiempo de
nacer Manuela y que el padre tuvo que tomar decisiones sobre el
futuro de la niña aunque, al parecer, pasó los primeros años de vida
en el campo, en la Hacienda Catahuango, propiedad de la familia
materna, a 15 kilómetros al sur de Quito, en las lomas de Turubamba.

Eran los albores del siglo XIX y en América la abolición de la escla-


vitud estaba distante. La población negra había llegado a inicios del
siglo XVI luego del desastre demográfico sufrido por la población
indígena. Para suplir esta escasa mano de obra, se recurrió a la zona
árabe de África del Norte. Ingresaban como esclavos por África
Subsahariana, allí eran vendidos a daneses, portugueses, franceses,
holandeses y luego trasladados hasta Cartagena de Indias, donde eran
nuevamente vendidos.

En el Perú, la población negra se ubicó en la campiña costera. Se


dedicó a labores agrícolas, mantuvo el status jurídico colonial y no
fue vista como una amenaza para la clase dominante. Sólo en 1854,
se dio la manumisión de los esclavos negros por acción de Ramón
Castilla, siendo presidente de la República Rufino Echenique.

En ese contexto, el padre de Manuela salió en busca de compañía para


su hija de ocho años de edad. Refiere Alfonso Rumazo González que
Jonatás, su esclava, era cuatro años mayor:

“Es negra retinta, esclava, comprada entre las negrerías del Chota. Fiel,
discretísima, inquieta y conversona, caprichosa, inteligente, hace las
delicias de su “patronita” Manuela. Plácele principalmente imitar a los
animales – más tarde remedará a las personas -, y lo hace con grande
acierto: maulla, gruñe, ladra, hasta canta y silba de cuando en cuando. Si
le mandan a la calle, vuelve llena de noticias; si le llevan a misa, reza más
que todos, puestos los ojos en blanco. Parece vergonzosa, ríe sonoramente.
Detesta el trabajo; ama lo sensacional. Para Manuelita es un ser íntimo,
casi una compañera indispensable. Juntas se pasan buena parte del día,
conversan, discuten, pelean, juegan, se enojan y vuelven a amistarse. Y así
van creciendo, unidas por el destino. Y unidas se quedarán hasta la hora
en que la una le acompañará a la otra al sepulcro” . 16

16 Rumazo González, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 31.


20

Jonatás y Natán, las dos esclavas de Manuela, tenían una larga


historia de fugas y aprendizajes con nuevos amos y nuevos nombres,
diferentes misiones y demandas variadas, nada diferente del destino
de las esclavas sin historia que llegaron a las costas de América Latina,
sin saber realmente dónde habían quedado sus madres o cuál era el
nombre que tendrían que usar en estas tierras.

En ese trayecto llegaron a Catahuango, ese lugar escondido en los


andes donde se encontraba Manuela. El futuro en ese ambiente y
con una niña de su misma edad fue seguramente más que alentador.
Debían acompañarla diariamente y aprender a vivir en el campo,
donde estaban obligadas a dar las largas caminatas, a diferenciar las
épocas de siembra y de cosecha, a ambientarse tanto a las heladas
como al brillante sol y a los días largos.

Por su parte, Manuela aprendió a montar a caballo, como amazona,


estableciendo un diálogo con ese animal traído por los españoles y
perfectamente adaptado a las alturas de las montañas andinas. Más
tarde, este fue su fiel compañero, la condujo tanto por los sinuosos
caminos de la geografía sudamericana, como por aquellos de la guerra.

Como toda niña de su época, no pudo evitar el aprendizaje del


bordado y la repostería, pero Manuela, Jonatás y Natán solían esca-
parse para compartir comidas, ritos, canciones y danzas, época feliz
que no duró mucho tiempo. Era de suponer que Manuela hiciera sus
estudios regulares. A inicios del siglo XIX las aspiraciones educativas
se ampliaron, aunque continuaron restrictivas para las mujeres y peor
aún, estructuradas según la clase social. Fue así que Manuela, hija
ilegítima, pero de una familia importante, pudo ingresar al inter-
nado de una institución religiosa en Quito, mientras sus dos esclavas
negras estuvieron impedidas de acceder a la educación formal. No ha
sido posible establecer con seguridad lo ocurrido con la educación
de ellas, solo encontramos una referencia en la novela de Argentina
Chiriboga, Jonatás y Manuela. Sobre la estrecha amistad de las niñas
y sobre el misterioso refugio que compartían, ella escribe:
21

“Manuela, con su mano sobre la derecha de Jonatás, le enseñó a dibujar


las vocales. Muchas horas pasaron escribiendo el resto del alfabeto; la
maestra Sáenz creyó perder la batalla, ideó técnicas y ambas mantuvieron
fuerza de voluntad. Así, con el poder de convicción, inculcado por su
esclava, convirtió el refugio en escuela. Ambas sentían placer al enseñar
y aprender” .
17

Conociendo los Conventos por dentro

Manuela ingresó primero al Monasterio de las Conceptas, allí fue


criada por Sor San Buenaventura y cuando esta muere por Sor Josefa
del Santísimo. En 1813 Manuela es internada en el Convento de Santa
Catalina , ambos conventos son de monjas dominicas. Su padre
18

pagó una considerable suma de dinero para su ingreso. En el Museo


Manuela Sáenz, en Quito, se encuentra “un retrato que representa a
una monja con dos niñas: Manuela con una hermana y, posiblemente,
Sor Teresa Salas, su tutora, quien le enseñó las primeras letras” .
19

Es probable que al lado de Sor Teresa, o bien con la monja San


Buenaventura, Manuela haya adquirido el gusto por las letras que la
acompañó toda la vida, aunque, sin duda, también en los conventos
fue entrenada para el rezo, la confesión y la comunión.

La mayoría de conventos de ese entonces, eran de clausura para las


monjas, pero abiertos para sus estudiantas, que tenían personal de
apoyo para la limpieza y la lavandería. Mientras tanto, las alumnas
salían sólo una vez por semana, aunque a través de sus ayudantas
podían recibir información sobre lo que acontecía en sus casas y en
la calle, y también podían enviar y recibir mensajes. La clausura no
era rigurosa pues la portería se abría muy temprano y se cerraba en
la noche.

17 Chiriboga, Argentina, Jonatás y Manuela, Quito, 2003, p. 132.


18 Villalba F., S. J.,Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 204.
19 Álvarez Saá, Carlos, Manuela. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 22.
22

En realidad, como dice Patricia Martínez, los conventos eran espacios


de libertad y de subversión y:

“Más allá de la vida propuesta en el Perú de los siglos XVI y XVII, más
allá de los monasterios para mujeres, de las casas de recogidas para las
indias, de los sermones de sumisión para la raza india y negra y de los
preceptos de poder para los blancos existió la libertad de invertir el orden
y de crearlo de nuevo" .
20

A comienzos del siglo XIX, la situación en Quito no debió ser muy


diferente. Como los matrimonios debían ser convenidos por las
familias, los raptos, las fugas, las huídas, se hicieron muy comunes. Se
cuenta que una noche, en la última etapa de Manuela en el convento
Santa Catalina, ella se fugó o fue raptada por Fausto d´Elhuyar, hijo
de un químico y descubridor del tungsteno. Permaneció ausente
durante unos días y cuando regresó al convento fue expulsada. Nela
Martínez, sin embargo, rechaza esta versión pues dice que no existe
un solo documento sustentador de este episodio: “Le inventaron un
FaustoD´Elhuyar-casi onomatopéyico-, salpimentaron la supuesta
aventura y el retorno de la arrepentida al hogar paterno” . 21

En todo caso, podemos suponer que este tránsito y prematuro


abandono del Convento en momentos en que se había abierto la
comunicación con otros lugares del mundo, permitió a Manuela
relacionarse con nuevas ideas e imaginar otros futuros. Esta
aspiración suya no fue de su exclusividad. En América se vivía con
atención lo que acontecía más allá de sus fronteras y las mujeres de
la época también trataban de seguir el rastro de lo que ocurría en
el viejo continente. No se doblegaban ante los condicionamientos
sociales impuestos para mantenerlas al margen de la Historia.

Hay testimonios de esas aspiraciones e intereses, allí está Abigail


Adams, quien hacia 1771 reclamaba un lugar para las mujeres
haciendo alusión a las diferencias de oportunidades para viajar
que había entre hombres y mujeres. Ella escribió una célebre
20 Martínez, Patricia, “La libertad femenina de dar lugar a dios”, Lima, 2004, p. 81.
21 Martínez, Nela, Manuela Sáenz, Coronela de los Ejércitos Libertadores de América, Quito, p.
16.
23

carta a John Adams, su esposo cuando se encontraba elaborando la


Constitución de los Estados Unidos. Le dice :

"Las mujeres tienen muy pocas posibilidades de ir al extranjero y de


explorar la sorprendente variedad de países lejanos y están obligadas a
contentarse contemplando sólo una pequeña parte del nuestro esperando
el conocimiento que los hombres puedan adquirir en tierras lejanas” .
22

En ese contexto, el padre de Manuela consideraba que el matrimonio


era una alternativa apropiada y sin que medie discusión con su hija,
estando él en Panamá, estableció relaciones con James Thorne, inglés
y comerciante, para fijar el monto de la dote y las condiciones de la
boda. Definitivamente no se trataba de un matrimonio por atracción
o amor para ninguno de los dos. Según informa Jorge Villalba F.,
S.J., “en 1817 dota a su hija Manuela en 8.000 pesos”, dote que nunca
logró recuperar Manuela.

James Thorne vivía en Quito pero tenía negocios y planes para radicar
en Lima y este matrimonio le daba a Manuela reconocimiento social
y la posibilidad de conocer también otro mundo, ver más allá de
las fronteras. Lima, en 1817, época de gloria del Virreinato, era el
centro de la actividad política y social. Era también un periodo muy
importante por la llegada de las primeras misiones norteamericanas
y de voluntarios europeos atraídos por el sueño de la independencia
americana.

Es de suponer que el interés por conocer otros lugares fuera también


compartido por Manuela. Así se explica el entusiasmo con que
emprende este primer osado trayecto. Sale de Quito a caballo, en
compañía de Jonatás y Natán y con una casa a cuestas; al llegar a
Guayaquil las tres continúan su viaje por el Pacífico en un barco
pequeño, rumbo al Callao.

22 Rossi, Alice, “Remember the Ladies”: Abigail Adams vs. John Adams, en The Feminist Papers,
From Adams to de Beauvoir, Boston, 1988, pp. 9-10.
Ciudadana en la Patria Grande

En el año 1817, casada con James Thorne, Manuela Sáenz llega a


Lima por primera vez. Está dispuesta a vivir allí el resto de su vida,
lejos del convento, de su padre, y con un marido que viajaba sin cesar.

Se vivían los últimos años del Virreinato y Lima, a pesar de ser


una ciudad pequeña, se encontraba en plena efervescencia. En esas
circunstancias y en tanto esposa de Thorne, Manuela conoce a
muchas personas de diferentes sectores sociales del mundo limeño,
algunas vinculadas a la Corona a través de quienes participa en
actividades sociales y culturales.

Así conoce Manuela Sáenz a Rosa Campusano, su contemporánea


y casi paisana, pues Rosa había nacido en Guayaquil, aunque para
entonces radicaba en Lima. Manuela y Rosa tenían mucho
en común; eran vecinas, se hacen amigas y comparten similares
intereses. Poco tiempo después de conocerse se vinculan a las tropas
libertadoras del Perú. Rosa se convierte más tarde en la compañera
del General San Martín y es llamada “la Protectora” en alusión al
nombre que recibió San Martín.

Lima y la libertad

El mundo estaba en movimiento, eran los últimos años del


Virreinato que, entre 1816 y 1824, estuvo al mando del Virrey
Joaquín de la Pezuela y de José de la Serna. San Martín avanzaba
hacia el Perú desde el Sur. Desembarcó en Pisco, entró a Lima, y el
28 de julio de 1821 proclamó la independencia del Perú. Este solo
acto no fue suficiente, hubo necesidad de tres años más de lucha,
esta vez en la zona andina, y solo después del triunfo de la batalla
de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, José de Canterac firmó la
capitulación.
26

Eran años de gran agitación y, como refiere Jorge Basadre, en 1820:

“Ser patriota púsose a la moda. Lo que años antes pareció utopía absurda,
volvióse realidad inminente. Los mismos que habían loado a los virreyes
preparáronse a loar a los libertadores” .
23

Basadre hace referencia a un estudio de Germán Leguía y Martínez


sobre los patriotas de Lima representados por clubs, logias o
centros, luego se ocupa de la actuación patriótica de las mujeres,
a las que dedica un capítulo íntegro . En este grupo de mujeres
24

participa Manuela, acompañando emocionada y muy de cerca la


gesta patriótica.

Era una etapa sumamente difícil, de conflictos por el abandono de


las minas y de los terrenos agrícolas, por los abismos entre las clases
ilustradas y la masa indígena, y también por las enormes dificultades
en las comunicaciones marítimas y terrestres, muy lentas y escasas.

En esas circunstancias, transcurría en Lima la vida conyugal de


Manuela con James Thorne que por sus negocios, tenía que realizar
viajes permanentes. Estas ausencias eran propicias para que
Manuela pudiera sentirse con más libertad, conocer directamente
de las luchas independentistas y así poder insertarse en círculos
patrióticos que conspiraban contra la Corona.

Amparada en la saya y el manto, participaba sin hacerse notar,


clandestinamente. Con la ayuda de Jonatás y Natán llevaba las
proclamas de las prensas clandestinas que luego, en las noches, eran
colocadas en los muros de Lima.

Al enterarse de las secretas actividades de Manuela, James Thorne


se alteró por los riesgos que corrían su propia vida y sus negocios.
Conminó a Manuela a que abandonara el apoyo a la causa patriota.
Esta demanda no tuvo eco en ella, y por el contrario, trató de
explicarle su importancia, de convencerlo de que se sumara a esta
lucha libertadora aportando dinero, a lo que Thorne se negó.
23 Basadre, Jorge, La Multitud, la Ciudad y el Campo, Lima, 1947, p. 148.
24 Basadre, Jorge, El Azar en la Historia y sus Límites, Lima, 1973, p. 152.
27

No obstante, Manuela siguió trabajando por la revolución y en julio


de 1819 logró persuadir a su hermanastro José María, y a otros
25

oficiales, que integraban el Batallón Numancia, para que se pasaran


a las fuerzas patriotas.

Precisamente en este contexto Manuela Sáenz es reconocida con la


“Orden del Sol” que el General San Martín había creado el 8 de octubre
de 1821. Como dice von Hagen:

"La Orden del Sol era más que una mera condecoración; era la insignia
de una nueva nobleza republicana. El 23 de enero de aquel mismo año,
Manuela Sáenz de Thorne se había incorporado a un impresionante grupo
de ciento doce mujeres, destacadas patriotas de Lima, que iban a recibir
este honor. Habían desfilado por las calles de Lima hasta el antiguo palacio
del Virrey, donde se desarrollaron las lucidas ceremonias. Manuela figuró
entre las grandes damas de Lima" .26

Entre las caballeresas seglares se encontraban las condesas de


San Isidro y de la Vega y las marquesas de Torre Tagle, Casa
Boza, Castellón y Casa Muñoz, así como treinta y dos caballeresas
monjas, que habían sido escogidas entre las más notables de los tres
monasterios de Lima. Sin embargo, von Hagen precisa que “por sus
servicios de importancia en la conspiración libertaria, Manuela
Sáenz y la favorita del Protector también son acreedoras al galardón
con derecho propio” .27

Este reconocimiento se otorgaba a las mujeres que habían adherido


a la causa de la independencia y el distintivo era rojo y blanco con
una inscripción que decía “Al patriotismo de las más sensibles”.
Obviamente, su significado era enorme pues representaba un soporte
fundamental para las mujeres que, en esos momentos de grandes
contradicciones dentro de sus mismas familias, habían enfrentado
ásperos debates en torno al destino de la patria.

25 Alvarado, María Jesús, Amor y Gloria, El Romance de Manuela Sáenz y el Libertador Bolívar,
Lima, 1952, p. 41.
26 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, pp. 40-41.
27 Rumazo, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 104.
28

Muchos hombres temieron perder algunos de los privilegios que


tenían con la Corona, y en la privacidad de sus hogares ventilaron
intensamente estas diferencias con sus mujeres. Esperaban de
ellas que fueran las guardianas de la familia, que se ocuparan de
mantener el hogar unido. Relacionaban las obligaciones familiares
y la maternidad con un rol pasivo, de ninguna manera con una
participación activa en defensa de una causa. Las mujeres que lo-
graron eludir esa jerarquía social constituyeron un contingente de
avanzada, en pensamiento y en acción. Como Ludwig escribe :

"Sin las mujeres, América nunca hubiera alcanzado su libertad. Muchos de


los círculos, clubs y conjuraciones que entonces se formaron en América
del Sur nacieron a impulsos de mujeres heroicas y apasionadas. Fueron
ellas las primeras en llevar la sublevación a la calle, en lucir la banda
revolucionaria, en cantar cantos patrióticos; más tarde, siguieron a sus
maridos o a sus amantes a los campos de batalla, tan firmes a caballo
como a pie, a veces con un niño al pecho, otras con pantalones de soldado:
como en las viejas estampas" .28

La historia tiene una deuda con esas ciento doce mujeres que, al
igual que Manuela Sáenz y Rosa Campusano, decidieron ponerse
al lado de las fuerzas patriotas. ¿Cómo lo hicieron las mujeres con
títulos nobiliarios? ¿Y las monjas de convento? Podemos suponer que
hubo aportes económicos, en moneda o en joyas, que hubo atención
alimenticia o que dieron protección en sus casas o conventos. Pero, en
definitiva, poco se sabe de esa entrega, de ese darse, de las mujeres.

En Quito, una patriota

Durante esos años, la vida en Lima era de gran efervescencia y Manuela,


ubicada en el centro mismo del acontecer político, podía tener clara
y directa participación en acciones de conspiración y de relación con
la élite política. La relación con James Thorne se hizo insostenible y
pretextando la necesidad de resolver problemas familiares en Quito,
Manuela decidió su regreso.

28 Ludwig, Emil, Bolívar El caballero de la gloria y de la libertad, Buenos Aires, 1942, p. 66.
29

Era el año 1822, y allí en Quito la lucha por la independencia estaba


también en sus momentos más importantes. Con el entusiasmo y la
experiencia que traía Manuela por los acontecimientos en el Perú, se
inscribió de inmediato como voluntaria del Ejército Independentista
y siguió con atención las noticias sobre los sucesos en el campo militar.

Las incidencias de esos días por la independencia americana en su


propia tierra habían comprometido de diferentes maneras a Manuela,
quien trataba de encontrar la mejor forma de apoyar. Los caminos
eran distintos e involucraban a la gente de su entorno, como Jonatás
y Natán. La relación con ellas era de absoluta confianza. Si bien eran
sus esclavas que obedecían sus órdenes, cumplieron misiones de la
más absoluta confidencialidad en el campo del espionaje, que habían
desarrollado muy bien en Lima. En general, las mujeres demostraban
suma eficacia en este tipo de tareas, pues la participación directa en
las batallas les estaba prácticamente vedada.

Fueron días de intensa agitación, y Manuela se lamentaba de no


poder estar presente en la Batalla de Pichincha, decisiva para la
independencia del Ecuador, que tuvo lugar el 24 de mayo de 1822.
Al respecto dice:

“Los señores Generales del Ejército Patriota no nos permitieron unirnos


a ellos; mi Jonathás y Nathán sienten como yo el mismo vivo interés de
hacer la lucha, porque somos criollas y mulatas, a las que nos pertenece
la libertad de este suelo.Sin embargo, seguimos a pie junto a este ejército
de valientes” .
29

Manuela reconoce las diferencias sociales, “somos criollas y mulatas”


pero, al mismo tiempo, las tres tenían los mismos derechos para luchar
por la libertad, porque esta les pertenecía a las tres.

La Batalla de Pichincha estuvo al mando de Antonio José de Sucre. Fue


así como se constituyó la República de la Gran Colombia. El pueblo
entero, exaltado por el triunfo, se congregó en Quito esperando la
llegada de Simón Bolívar, cuya presencia legitimaba el establecimiento
de la República. Naturalmente, Manuela se sumaba al estusiasmo
general como parte del comité de recepción.
29 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 10.
30

Se celebró un tedeum en la Catedral presidido por Antonio José de


Sucre y su Estado Mayor y Manuela “aunque no era devota hizo traer
abundantes flores para el adorno del templo y asiste tal vez entre las
primeras” .
30

En tales circunstancias, al igual que otras mujeres de su época,


Manuela imaginaba mil formas de expresar su apoyo a esa causa
política. Todas se esforzaban por ofrecer lo mejor que tenían, y lo
hacían con entusiasmo. Recogían de sus casas enseres o menaje para
organizar de la mejor forma el recibimiento al héroe del día y Manuela
aportó jazmines de la Hacienda Catahuango y hasta prestó la vajilla
y cubiertos de plata, que eran regalo de matrimonio.

Se celebró un tedeum en la Catedral presidido por Antonio José de


Sucre y su Estado Mayor. En el Comité de Recepción también se
encontraban otras mujeres, vecinas de Manuela. En su diario del día
16 de junio, ella menciona los nombres de “la señora Rosalía y su
hija Eulalia del Carmelo, la viuda del Coronel Patricio Pareja, las
señoritas Pilar y María del Carmen Gómez Donoso, la señora Camila
Ponce, la señora Abigail Rivas de Tamayo, dueña del bazar “Borla de
Oro”, quien donó todos los encajes, bordados y botonaduras para los
uniformes del batallón Paya” .31

Es interesante anotar que para Manuela era fundamental reseñar los


detalles del estado civil y social de las mujeres y sus aportes, casi como
si quisiera asegurarse que sus nombres y sus donaciones quedaran
registrados, pues, sin duda, les otorgaba un gran valor simbólico en esa
guerra. Fueron muchas y diversas las mujeres que llegaban ansiosas
por estar allí, por participar aunque sea de costado, descubriendo
formas particulares para hacerse presente con lo suyo, lo propio. Por
supuesto, era imperativo también lograr un lugar en los balcones
para divisar de cerca a Simón Bolívar, erguido en su caballo blanco y
aclamado por doquier.

30 Rumazo, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 111.


31 Álvarez Saá, Carlos, Manuela. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 15.
31

Manuela y Simón

Quito se engalanaba para recibir a Simón Bolívar. Se trataba de su


ingreso triunfal y su llegada era el acontecimiento más importante
de todos los tiempos. La gente se agolpaba en las calles esperando
ver a ese hombre legendario.

Manuela Sáenz anhelaba también un lugar para observar la llegada


de Simón Bolívar y logró una ubicación de privilegio en el balcón
de Juan de Larrea, un notable de la ciudad, viejo amigo de la familia
de Manuela y organizador de la recepción. Desde allí, ella y muchas
otras mujeres lanzaban gritos de júbilo al héroe vestido de gala y
montado en su caballo blanco. Llovieron las flores, entre ellas una
corona de rosas y ramitas de laurel arrojadas por Manuela, y que
cayeron precisamente en la frente de Simón Bolívar.

Ese mismo día, por la noche, Juan de Larrea ofrecía una recepción
en su casa. Todo el mundo quería estar cerca del hombre de quien
tanto se hablaba. Se trataba de verlo, de hablar y bailar con él. Era
la gran fiesta popular y cada quien había contribuido con enseres,
comidas y bebidas. Cuando el momento llegó, al ritmo de la música
manifestaron su alegría bailando durante largas horas. Fue así, en
medio de esa algarabía, de fuertes pasiones y euforia colectiva que
Manuela y Simón se conocieron.

Es a partir del triunfo de la Batalla de Pichincha y de la llegada de Simón


cuando se inician también los diarios y las cartas de Manuela Sáenz.
Gracias a ellos podemos saber un poco más de esa primera noche
con Simón, de sus bailes, de sus risas, de esa primera competencia
alrededor de sus aficiones literarias: Bolívar recitaba en latín a Virgilio
y a Horacio mientras Manuela citaba de memoria a Tácito y Plutarco.
Después, ambos abandonaron sigilosamente el Baile de la Victoria
para dar lugar a la celebración del amor.

Desde entonces transcurrieron ocho años de amor, sin tapujos y de


espaldas a los convencionalismos sociales. Manuela no escondía su
matrimonio con James Thorne y públicamente se refería a él como
32

un inconveniente. En esa época el divorcio no estaba permitido y su


matrimonio no podía ser anulado. Pero este no fue un obstáculo, ella
estaba convencida de que era preciso dar un lugar privilegiado a sus
pasiones e intereses, y no estaba dispuesta a renunciar a la felicidad.
Jamás titubeó en manifestar en alta voz su derecho a amar y el divorcio
dejó de ser así una preocupación en su vida.

Como mujer, siempre creyó en su capacidad y derecho sobre el disfrute


del cuerpo, sin distinción de espacios o fronteras, ya sea en el campo
de batalla, en momentos de guerra, o en la calma de las múltiples
casas donde estuvo albergada.

En campaña, al lado de Simón, no extrañaba para nada una mullida


cama o reservados dormitorios, como se desprende de esta carta que
Bolívar le dirigió:

“Me embriaga sí, contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado


con las más exóticas esencias, y hacerte el amor sobre las rudimentarias
pieles y alfombras de campaña” .32

En el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del


Perú, se puede observar la pequeña y débil cama de campaña de
Simón Bolívar; es fácil comprender por ello que las alfombras eran
mil veces más apropiadas para la expresión de sus amores.

También se ha escrito mucho sobre los celos de Manuela pues Bolívar


no necesariamente descansaba entre viaje y viaje. Son conocidas sus
historias con otras mujeres a quienes amó y que también lo amaron.
Lo cierto es que Manuela Sáenz sí reclamaba una fidelidad que al
parecer nunca se dio, pero ella no se cansaba de insistir y hasta de
amenazarlo: “Cuidado con las ofrecidas. ¡Que de mi se olvida para
siempre!” . Se cuenta que en algún momento Manuela encontró un
33

arete en la cama de Bolívar, esto desató sus iras y por poco le arranca
los ojos al Libertador.

32 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 101.
33 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 99.
33

Al mismo tiempo, Manuela expresaba la necesidad de seguir


luchando intensamente por la independencia. Nunca dejó
acontecimiento alguno sin respuesta directa y decidida, a veces
mediante acciones reñidas con la autoridad o con las convenciones de
la época. En momentos de emergencia, se pronunciaba públicamente
con desenfado y atrevimiento, con insolencia, dirían otros.

Era una convencida de la imperiosa necesidad de luchar por la


libertad, por un continente propio, contra la corona española.
Estaba segura también de que la independencia no podía permitir
exclusiones, debía ser integradora, y con esas ideas libertarias estuvo
al lado de Simón Bolívar, a quien amó sin olvidar jamás que era
también compañera de ruta en la guerra.

Pero la guerra es siempre un escenario de enorme dramatismo, es


enfrentarse a la muerte en cualquier momento y presenciar, con
desgarramiento e impotencia, la muerte de otros. No obstante, la
guerra es también la lucha de pasiones, de ideales compartidos u
opuestos y la lucha por la independencia puso en evidencia todas
estas pasiones.

El sueño de la Patria Grande

Quienes lucharon en ese entonces por la libertad fueron, sin duda,


hombres y mujeres de mucho valor decididos a hacer frente al
imperio español, aunque sus estrategias fuesen diferentes.

Bolívar tenía el audaz sueño de la Patria Grande; creía en la forma-


ción de una gran nación andina, con un poder centralizado capaz de
impedir la anarquía que pudiese surgir del proceso independentista
e invalidara el progreso económico. Sustentaba su propuesta en una
nacionalidad geográficamente extendida capaz de defenderse de las
grandes potencias europeas, más aún si se tomaba en cuenta otras
experiencias como la independencia de Brasil frente a la monarquía
portuguesa .34

34 Aricó, José, Marx y América Latina, Lima, 1980.


34

El proceso posterior a la independencia puso en evidencia las


grandes contradicciones de los países bolivarianos; se abandonaron
las ideas integradoras y el sueño de la unidad de los pueblos. Se inició
una lucha intensa entre los mismos patriotas, creando decepción y
amargura entre ellos, resquebrajando los anhelos de libertad y de
independencia, poniendo por delante las diferencias en torno a las
estrategias para afirmar el poder.

La propuesta federativa de Bolívar, con un fuerte gobierno central,


aunque fuera transitorio, se enfrentaba a los planteamientos de
gobiernos independientes del general José Antonio Páez, en
Venezuela, y del general Francisco de Paula Santander en Colombia,
diferencias que venían de mucho tiempo atrás. En 1822 Santander
ya manifestaba sus intereses y cuestionaba las acciones de Bolívar en
el Sur por tratarse de territorio extranjero.

Esta visión de Santander era opuesta a la idea de la Patria Grande.


Más tarde, en marzo de 1823, cuando Bolívar demandaba refuerzos
humanos y armamento, estos le fueron negados u otorgados con
tardanza, y Santander le exigía retornar a Santa Fe pues la campaña
costaba al erario.

El sueño de la Patria Grande de Bolívar se frustró. Venezuela


inició su separación y Colombia se aisló, dando lugar a la creación
de Ecuador. Los conflictos de Simón Bolívar se intensificaron. pero
él seguía en carrera, mirando a la muerte pasar a su lado, seguro
de que tenía todavía mucho por hacer y que la vida estaría ahí,
esperándolo siempre.

Manuela estaba al tanto de todo este proceso político. Bien informada


como siempre, alertaba a Bolívar para que pusiera atención a su
seguridad y se cuidara de sus enemigos, que el mismo Bolívar no
reconocía. En Quito, Manuela no descansaba, era una luchadora en
ejercicio, realizaba acciones que preocupaban a Bolívar, quien solo
le pedía: prudencia.
35

En 1823 Manuela decidió que su permanencia en Quito debía


terminar y a bordo del bergantín Helena regresó a Lima, la conocía
bien, incluso mucho antes de la llegada de Bolívar. Volvía con su
casa a cuestas en compañía de Jonatás y Natán, dispuesta a integrarse
a las acciones políticas que se llevaban a cabo en el Perú.

Se instaló en La Magdalena, a pocos pasos de la casa donde vivía


Bolívar y allí permaneció cuatro importantes años: 1823 – 1827 . Las
35

tres mujeres recuperaron pronto su vida en la ciudad, recorrían sus


calles y visitaban a las múltiples amistades que aquí habían dejado.

Según Alberto Flores Galindo , en 1824 existían en el Perú 36 casas


36

comerciales inglesas pues los comerciantes ingleses habían llegado


atraídos por la importancia de la minería colonial peruana y se
dedicaron prioritariamente a la importación de productos textiles.
En la primera mitad del siglo XIX el comercio con Gran Bretaña
representó más del 50% del comercio exterior peruano. Fue así que
a través de James Thorne, Manuela conoció a muchas personas
vinculadas al mundo comercial.

Mientras tanto, Jonatás y Natán volvieron a aquellas cofradías de


los intensos días de la independencia, donde esclavas y esclavos
se reunían alrededor de ideas religiosas, pero donde también esa
población marginada discutía ocultamente el acontecer político.
Todo ese mundo era nuevamente de ellas.

Y Manuela, ya en su casa, aceptó entusiasmada el encargo de


organizar y cuidar el archivo general y los documentos de la
Campaña del Sur. También desarrolló las funciones administrativas
que le fueron encomendadas. En esa condición, Bolívar decidió la
incorporación de Manuela al Estado Mayor General de la Campaña
Libertadora con el rango de Húsar, según consta en la comunicación
enviada a su edecán, el Coronel Daniel Florencio O´Leary el 28 de
setiembre de 1823.
35 La casa donde vivió Manuela Sáenz está ubicada en el Jr. Junín 277, Pueblo Libre, Lima, en
la Plaza Bolívar, y es propiedad de don José Zumaita que la mantiene abierta al público como
un centro de historia, cultura y tradición.
36 Flores Galindo, Alberto, El Militarismo y la dominación británica, en Nueva Historia
General del Perú, Lima, 1979, p. 118.
36

Acostumbrada a estar siempre a caballo, con sus hatos y garabatos,


esta mujer nómada convirtió la casa de La Magdalena en un remanso,
una especie de vientre materno dispuesto para el reposo y el cobijo
bajo los árboles de su huerto, frente a la cocina. Su hogar era un es-
pacio fluido y múltiple, preparado para funciones de diversa índole;
un lugar abierto y cálido, con frecuentes entradas y salidas de perso-
nas amigas que contribuían a animar el orden y el desorden de las
tres mujeres.

Junín y Ayacucho. No más ciudadana de a pie

Aunque los realistas habían sido desplazados de Lima, la lucha por


la independencia no había concluido pues ellos se encontraban aún
ocupando las zonas andinas. En esas condiciones, Manuela pugnaba,
una vez más, al igual que en la Batalla de Pichincha, por ocupar
un lugar en primera línea, demanda que Bolívar soslayaba pues la
consideraba por encima de sus posibilidades.

Esta percepción estaba en concordancia con el lugar tradicional


atribuido a las mujeres y a las familias durante las guerras: la
retaguardia, mientras que los hombres ocupaban siempre el frente
del batallón. Por eso Bolívar intentaba disuadir a Manuela de una
intervención directa. En carta del 9 de junio de 1824 la reta con las
siguientes palabras:

"¿Quiere usted probar las desgracias de esta lucha? ¡Vamos! El padecimiento,


la angustia, la impotencia numérica y la ausencia de pertrechos hacen del
hombre más valeroso un títere de la guerra.

Un suceso que alienta es el hallarse en cualquier recodo con una columna


rezagada de godos y quitarles los fusiles. ¡Tú quieres probarlo! Hay que
estar dispuesto al mal tiempo, a caminos tortuosos a caballo sin darse
tregua, tu refinamiento me dice que mereces alojamiento digno y en el
campo no hay ninguno. No disuado tu decisión y tu audacia, pero en las
marchas no hay lugar a regresarse. Por lo pronto no tengo más que una
idea que tildarás de escabrosa: pasar al Ejército por la vía de Huaraz,
Olleros, Choveín y Aguamina al Sur de Huascarán.
37

¿Crees que estoy loco? Esos nevados sirven para templar el ánimo de los
patriotas que engrosan nuestras filas. ¿A qué no te apuntas? Nos espera
una llanura que la Providencia nos dispone para el triunfo.¡Junín! ¿Qué
tal?" .
37

Y Manuela acepta el reto y contesta:

"Las condiciones adversas que se presenten en el camino de la campaña


que usted piensa realizar, no intimidan mi condición de mujer. Por el
contrario, yo las reto. Que no es condición temeraria ésta, sino de valor y
de amor a la independencia (no se sienta usted celoso)" .38

Pasaron apenas dos meses y la batalla de Junín tuvo lugar el 6 de agosto


de 1824. Manuela había logrado el objetivo de atrevesar la montaña
y estar presente en el lugar de los hechos, no más ciudadana de a pie,
y el mismo día de la batalla Bolívar le otorga el Grado de Capitán de
Húsares, "visto su coraje y valentía".

Había terminado con éxito la batalla de Junín, empezaba la fase final,


pero con la oposición de Santander desde el Norte quien determinó
que, el 28 de julio de 1824, el Congreso de Colombia dictaminara una
ley retirándole a Bolívar las Facultades Extraordinarias, otorgándoselas
a Santander.

Mientras tanto, en el Perú, las fuerzas realistas no se sentían


derrotadas y acampaban en la sierra, más concretamente en la zona
de Huamanga. Bolívar desoía las misivas del General Santander y
dirigía una estrategia decisiva consistente en continuar enfrentando
a los defensores de la corona para lograr una victoria total.

Nuevamente Manuela no aceptaba quedar en la retaguardia, menos


aún en esas circunstancias en que se iba a realizar un enfrentamiento
de tanta importancia como era Ayacucho. Ella apelaba a su expe-
riencia reclamando un lugar en el campo de batalla. La resistencia de
Bolívar era explícita, le invocaba a quedarse pasiva:

37 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 78-79.
38 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 79.
38

"Tu misión será la de "atenderme", entrando y saliendo de la tienda del


Estado Mayor, y llevando viandas de agua para "refrescarme", al tiempo de
que en cada salida llevas una orden mía (de los partes que estoy enviándote)
a cada General. No desoigas mis consideraciones y mi preocupación por
tu humanidad. ¡Te quiero viva! Muerta yo muero" . 39

Pero, obviamente Manuela aspiraba a la realización de acciones


directas y no se conformaba con "atender" y "refrescar" al General.
Ante su insistencia, Bolívar accede y pidió al General en Jefe del
Ejército de Colombia, Antonio José de Sucre:

"Ruego como superior de usted, de cuidar absolutamente a Manuelita de


cualquier peligro. Sin que esto desmedre en las actividades militares que
surjan en el trayecto, o desoriente los cuidados de la guerra" .
40

La Batalla de Ayacucho, decisiva para la independencia de América,


se llevó a cabo el 9 de diciembre de 1824, luego de la cual José
Canterac, teniente general del ejército español, firmó la capitulación.
Por supuesto, en esa oportunidad Manuela tuvo una actuación
importante, saludada abiertamente por Sucre y los soldados de esa
gesta. Al día siguiente Sucre le escribió a Bolívar:

"Se ha destacado particularmente Doña Manuela Sáenz por su valentía;


incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego
a la de Vencedores, organizando y proporcionando el avituallamiento de
las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio
bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos.

La Providencia nos ha favorecido demasiadamente en estos combates.


Doña Manuela merece un homenaje en particular por su conducta; por lo
que ruego a S.E. le otorgue el Grado de Coronel del Ejército Colombiano" .
41

39 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 81-82.
40 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 84.
41 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 85.
39

Podemos imaginar el asombro de Bolívar quien, pasado el momento


de peligro y recuperado de la sorpresa, le dice a Manuela el 20 de
diciembre:

"Al recibir la carta del 10, de letra de Sucre, no tuve más que sorprenderme
por tu audacia, en que mi orden de que te conservaras al margen de
cualquier encuentro peligroso con el enemigo, no fuera cumplida; a más
de que tu desoída conducta, halaga y ennoblece la gloria del Ejército
Colombiano, para el bien de la Patria y "como ejemplo soberbio de la
belleza, imponiéndose majestuosa sobre los Andes". Mi estrategia me dio
la consabida razón de que serías útil allí; mientras que yo recojo orgulloso
para mi corazón, el estandarte de tu arrojo, para nombrarte como se me
pide: Coronel del Ejército Colombiano" . 42

Sin embargo, este entusiasmo iba a encontrarse nuevamente con la


oposición de Francisco de Paula Santander, actor fundamental en esa
etapa y vicepresidente de la República de la Gran Colombia. El 23 de
enero de 1825, este le escribe una larga carta a Bolívar donde entre
otras cosas le dice:

"Mi asombro vive una verdadera y cruda realidad. El Ejército, que no


necesita auspicios de huelga, recibe el aliento de su Jefe Supremo, que
premia en conceder un alto rango que solo se obtiene con el valor
demostrado en el rigor del combate. ¿Ser Coronel del Ejército Colombiano
merece solo la consideración que V.E. le está dando? Solicito a V. E., con
el respeto que le merezco, el que S.E. degrade a su amiga, pues que actos
de ascensión como ese, solo perjudican en política a V.E. y más grave aún,
en lo castrense, en recibir el desfavor de este cuerpo, cuyos hombres ven
con repudio tan fácil concesión de hace más de un mes" . 43

Con decisión y energía, Bolívar responde:

"De donde quiera que usted haya sacado que mi influencia es el motivo
de que Manuela sea ahora Coronel del Ejército Colombiano, no es más
que una difamación vil y despreciable como ausente de toda realidad.

42 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 87-88.
43 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 90.
40

Usted la conoce (a Manuela) muy bien, incluso sabe de su comportamiento


cuando algo no le encaja. Usted conoce, tan bien como yo, de su valor
como de su arrojo ante el peligro. ¿Qué quiere usted que yo haga? Sucre
me lo pide por oficio, el batallón de Húsares la proclama; la oficialidad se
reunió para proponerla, yo, empalagado por el triunfo y su audacia le doy
el ascenso, solo con el propósito de hacer justicia.

Yo le pregunto a usted, ¿se cree usted más justo que yo? (...) Sepa usted
que esta señora no se ha metido nunca en leyes ni en actos que "no sean
su fervor por la completa Libertad de los pueblos de la opresión y la
canalla". ¿Qué la degrade? ¿Me cree usted tonto? Un Ejército se hace con
héroes (en este caso heroínas), y éstos son el símbolo del ímpetu con que
los guerreros arrasan a su paso en las contiendas, llevando el estandarte
de su valor"44.

Era evidente que Simón Bolívar estaba convencido de la justicia de


este ascenso y no estaba dispuesto a ceder ante tales reclamos y, sin
mayores ambages, Manuela Sáenz se convirtió en Coronel del Ejército
Colombiano. Esta experiencia y posterior reconocimiento allanó el
camino para que Manuela tomara la decisión de no volver más a casa,
no aceptar más un rol pasivo o simplemente de apoyo.

Sin embargo, en el Perú la victoria en Junín y Ayacucho y la capitu-


lación por parte de los representantes de la corona española, no daba
por terminada esta fase de la independencia. Se trataba de diseñar
una nueva estructura administrativa política que debía expresarse
en una Constitución. Pero había un fuerte debate interno.

San Martín, al lado de Bernardo de Monteagudo de Argentina,


sustentaba la constitución de una monarquía constitucional,
teniendo en cuenta la experiencia argentina y viendo la necesidad
de que el tránsito de un gobierno despótico a otro constitucional sea
comprendido por la población.

Esta propuesta caducó con la salida del país de San Martín en


1822. Desde la independencia (1821) hasta 1845 se prepararon
cinco constituciones nacionales (1823, 1826, 1828, 1833 y 1839).
44 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 91.
41

Posteriormente, durante la Confederación Peruano-Boliviana se


elaboran tres constituciones más que expresaban las tensiones
políticas del momento .
45

Simón Bolívar era el llamado a buscar alternativas y optó por una sa-
lida diferente, planteada en la Constitución de 1826. Esta combinaba
la monarquía y la república y expresaba su sueño de la Patria Grande:
Perú, Bolivia y la Gran Colombia, concentraban el gobierno en un
presidente vitalicio con todos los poderes, nombrado por sus méritos
y no por derechos heredados.

Este sueño es interrumpido por el golpe de Estado de 1827. Bajo el


argumento de proteger las fronteras y defender la nación peruana, se
sostiene que los puestos políticos deben recaer en personas nacidas
en el territorio peruano, que no es suficiente haber luchado por la
libertad americana. El Mariscal Antonio José de Sucre, había nacido en
Venezuela, el general La Mar, en Ecuador y el general Santa Cruz en
Bolivia. Lo mismo sucedía con otros asesores políticos y económicos,
hasta el mismo Simón Bolívar, había nacido en Venezuela. De este
modo el nacionalismo se constituye así en un arma política que
suscita conflictos bélicos entre las nacientes repúblicas .
46

La guerra, pues, no había terminado, comienza entonces una larga


separación entre Manuela y Simón.

El Alto Perú y el sueño de la Confederación Peruano-Boliviana

El gran sueño integrador de Bolívar, es interrumpido por él mismo


al constituir en el Alto Perú un país independiente bajo el nombre
de Bolivia. Manuela Sáenz estaba de acuerdo con la creación de esta
nueva república porque serviría para regular los espacios de Perú y
de Argentina.

45 Aljovín de Losada, Cristóbal, Caudillos y Constituciones. Perú: 1821-1845, Lima, 2000, p.


96.
46 Aljovín de Losada, Cristóbal, Caudillos y Constituciones. Perú 1821-1845, Lima, 2000,
p.240.
42

En octubre de 1825, desde el Cuartel General en Potosí, Bolívar le


envía una encendida carta de amor a Manuela: “Ven para deleitarme
con tus secretos” . Manuela llega a Bolivia en diciembre de 1825
47

y casi de inmediato, desde Charcas, le escribe a Juana Azurduy de


Padilla:

“El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió


al compartir con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército
Colombiano, la visita que realizaron para reconocerle sus sacrificios por
la libertad y la independencia.

El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le


ha conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron
acompañados de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a
su persona durante los años más difíciles de la lucha por la independencia.
No estuvo ausente la memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio
Padilla, y de los recuerdos que la gente tiene del Caudillo y la Amazona,
como se les recuerda a ustedes con cariño.

Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi


sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando usted disponga, para
conversar y expresarle la admiración que me nace por su conducta; debe
sentirse orgullosa de ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios
y recibir los honores que ellos le han ganado.

Téngame, por favor, como su amiga leal.

Manuela Sáenz” . 48

La respuesta de Juana Azurduy no se hace esperar:

“El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales convalidaron el rango


de Teniente Coronel que me otorgó el General Pueyrredón y el General
Belgrano en 1816, y al ascenderme a Coronel dijo que la patria tenía el
honor de contar con el segundo militar de sexo femenino en ese rango.
Fue muy efusivo, y no ocultó su entusiasmo cuando se refirió a usted.

47 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 108.
48 Molina Saucedo, Carlos Hugo, Manuela, mi amable loca…,La Paz, 2001, p. 84.
43

Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha
sido fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo cómo los
chapetones contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte
de la compañía de nuestro padre Bolívar. (…) Le mentiría si no le dijera
que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco,
Hualparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a
caballo, hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad” .
49

La nueva República de Bolivia se instaló teniendo como Presidente a


Antonio José de Sucre. Como Director de Enseñanza Pública, Ciencias,
Física, Matemáticas y de Artes fue nombrado Simón Rodríguez, ambos
cercanos amigos de Manuela, quienes echaron a volar la creatividad
para construir un nuevo Estado.

En este esfuerzo, se puso énfasis en la educación pública y se creó un


periódico, El Cóndor de Bolivia, con el fin de consolidar la República,
cuyo primer número salió el 12 de noviembre de 1825 y alcanzó hasta
el nº 134, aparecido el 26 de junio de 1828. El Cóndor de Bolivia
proclamaba su absoluta independencia con relación a cualquier
partido, así como con respecto al gobierno de la nación y hacía un
llamado a los bolivianos para construir la felicidad general.

Fácilmente, podemos imaginar a Manuela realizando tareas de


correctora, redactora o traductora de artículos con las noticias
del exterior, y estableciendo un sistema de suscripciones para la
distribución del periódico, como nos refiere Carlos Hugo Molina
Saucedo. El autor señala también el apoyo que ella da al General José
de Sucre en labores de protocolo, además de iniciativas de distinto
orden. 50

Sin embargo, Manuela se encontró en medio de los graves conflictos


suscitados entre Sucre y Rodríguez, ambos muy queridos por ella y
por Bolívar. Ellos discrepaban en asuntos cruciales sobre la creación
de la República, mientras Bolívar tenía otro frente de batalla por el
quiebre de la Gran Colombia.

49 Molina Saucedo, Carlos Hugo, Manuela, mi amable loca…, La Paz, 2001, p. 85.
50 Molina Saucedo, Carlos Hugo, Manuela, mi amable loca…, La Paz, 2001, p. 26.
44

Sucre, desde la Presidencia de Bolivia, en carta confidencial enviada


a Bolívar, opinaba sobre Simón Rodríguez:

“Considero a don Simón un hombre instruido, benéfico cual nadie,


desinteresado hasta lo sumo, y bueno por carácter y por sistema; pero lo
considero también con una cabeza alborotada, con ideas extravagantes y
con incapacidad para desempeñar el puesto que tiene, bajo el plan que él
dice y que yo no sé cuál es; porque diferentes veces le he pedido que me
traiga por escrito el plan que él quiere adoptar, para que me sirva de regla,
y en ocho meses no me lo ha podido presentar. Sólo en sus conversaciones
dice hoy una cosa y mañana otra” . 51

La reacción de Simón Rodríguez fue inmediata. Renunció al cargo y


a Sucre le dice:

“-¿Sabe usted por qué hoy digo una cosa y mañana otra? ¡Porque soy
dialéctico, señor! Y no un soldadote, un hombre acostumbrado a obedecer
y a no dudar jamás. No soy de ésos…¡y me jacto de no serlo! ¿Anarquista,
dice? ¿Me llama usted anarquista? ¿O loco? Loco, prefiero loco, que abre
las compuertas de la imaginación, que permite el desvarío para luego
encauzarse en la Razón” .52

Estas confrontaciones terminaron con el abandono de Simón


Rodríguez de Bolivia, discrepaba de Simón Bolívar en su respaldo
a la gestión de Sucre. Rodríguez, pobre y endeudado, deambuló por
las calles hasta el 30 de setiembre de 1827, fecha de una larga carta a
Simón Bolívar, conocida más tarde como el Memorial de Oruro en
la cual se refiere a la amistad. Le dice:

“En Chuquisaca progresé con quienes obraba, pero llegaron las calumnias
de los contrarios (…). Todo lo soporté; pero no pude sufrir la desaprobación
del Gobierno, y mucho menos a que me reprendiese en público…¡A mí, de
sairarme!...¡reprenderme!...¡A mí!...¡Ni usted! Y digo todo con esto (…) Yo
no era un empleadillo adocenado de los que obstruyen las antecámaras; yo
51 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002,
pp. 146-147.
52 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002,
p. 148.
45

era el brazo derecho del Gobierno; yo era el hombre que Ud. había honrado
y recomendado en público, repetidas veces; yo estaba encargado de dar
ideas, no de recibirlas, (…) en fin, yo no era ni secretario, ni amanuense,
ni ministro, ni alguacil y (…) Sucre me reprende como un lacayo.

Y concluye:

Si Ud. continúa influyendo en los negocios públicos soy capaz de hacer,


y deseo hacer lo que ninguno sea quien fuere, por el bien de la causa
y por honor de Ud. y si por desgracia de la América tuviese Ud. que
retirarse a alguna Santa Elena, lo seguiría gustosísimo. Más honor habría
en desterrarse con un héroe que no quiso ser Rey, que con un hombre
que, por hacerse Rey, dejó de ser héroe” .53

Simón Bolívar estaba muy ocupado en los asuntos del norte y el


distanciamiento con Simón Rodríguez se mantuvo por largo tiempo.

Mientras tanto, el Mariscal Antonio José de Sucre debía enfrentar a un


movimiento nacionalista interesado fundamentalmente en el poder,
lucha que se prolongó por varias décadas. La gestión de Sucre duró
solamente dos años pues dimitió en 1828. Fue asesinado en Colombia
el 4 de junio de 1830 en una emboscada ordenada, al parecer, por
José María Obando, jefe militar de la provincia de Pasto.

El fracaso de una América integrada

El regreso de Manuela a Lima se dio en circunstancias diferentes.


Bolívar ya no tenía poder político y, además, se encontraba distante.
Sin embargo, el ánimo de Manuela no decaía, continuaba como
centinela, siempre atenta a las informaciones que le llegaban, esto
le permitía enviar mensajes concretos sobre lo que acontecía o se
preparaba en todo momento, y alertaba a Bolívar sobre el peligro
que se cernía sobre él. Además, como era mujer de acción, no perdía
oportunidad para tener una intervención directa, casi siempre
relacionada con acciones audaces, como ella misma relata en carta a
Bolívar:
53 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002,
pp. 155-156.
46

“Al día siguiente (el 27) me aparecí vestida con traje militar al cuartel de
los insurrectos, y armada de pistolas, con el fin de amedrentar a éstos y
librar a Heres. Mi intento fracasó por falta de apoyo y táctica; fui apresada
y mantenida por varios días, incomunicada totalmente, en el monasterio
de las Carmelitas. Sin embargo, varias veces pude lograr escaparme hasta
la sacristía y entrevistarme con las personas que le son fieles a su autoridad
de usted. Pude repartir algunos pesos entre la tropa y lisonjearme con sus
debilidades; pero puesta sobreaviso de que en veinticuatro horas debía
embarcarme para Guayaquil o quedar definitivamente presa, opté por
salir.

Sé que usted se encuentra muy enfadado y no es para menos. (...) No se


preocupe por mi; dese cuenta que sirvo hasta para armar escándalos a su
favor. Usted cuídese"54.

Efectivamente, en Lima se había sublevado el Coronel José Bustamante


y Manuela, a modo de protesta, vestida de hombre, a caballo y
pistola en mano, como siempre, ingresó a uno de los cuarteles que se
habían levantado contra Bolívar. De inmediato fue enviada a prisión
y permaneció incomunicada en el Monasterio Las Carmelitas, tal
como relata en su carta. Estas noticias llegaban a Bolívar llenándolo
de entusiasmo, pero al mismo tiempo le causaban zozobra pues
evidenciaban la gravedad de los conflictos.

Finalmente, Manuela es expulsada del Perú y parte rumbo a Quito


junto con Armero, Cónsul de Colombia y el General Tomás de Heres,
Ministro de Guerra.

Mientras tanto, Bolívar dimitía de manera oficial con las siguientes


palabras que recoge Emil Ludwig:

“¡Legisladores! Al restituir al congreso el poder supremo que depositó en


mis manos séame permitido felicitar al pueblo, porque se ha librado de
cuanto hay de mas terrible en el mundo, de la guerra con la victoria de
Ayacucho y del despotismo con mi resignación. Proscribid para siempre,
os ruego, tan tremenda autoridad ¡esta autoridad que fue el sepulcro de
Roma! Fue laudable sin duda que el congreso, para franquear abismos
54 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios y otros papeles, Quito, 1995, pp. 121-122.
47

horrorosos y arrostrar furiosas tempestades, clavase sus leyes en las


bayonetas del ejército libertador; pero ya que la nación ha obtenido la
paz doméstica y la libertad política, no debe permitir que manden sino
las leyes,,.¡Señores: el congreso queda instalado!...Mi destino de soldado
auxiliar me llama a contribuir a la libertad del Alto Perú, y a la rendición
del Callao, último baluarte del imperio español en la América meridional.
Después volaré a mi patria a dar cuenta a los representantes del pueblo
colombiano de mi misión en el Perú, de vuestra libertad y de la gloria del
ejército libertador” .
55

55 Ludwig, Emil, Bolívar, El caballero de la gloria y de la libertad, Buenos Aires, 1958, p. 227.
Errante, forastera y peregrina

Bolívar había sido derrotado en el sur y libraba sus últimas batallas


en el norte donde se daban las primeras tentativas separatistas del
general Francisco de Paula Santander en la Nueva Granada, y del
general José Antonio Páez en Venezuela.

En medio de estos conflictos, Bolívar convoca al Congreso Anfictiónico


de Panamá que tiene lugar del 22 de junio al 5 de julio de 1826.
Estuvieron convocados Venezuela, Colombia, Brasil, Ecuador, Perú,
Bolivia, México, Guatemala, Argentina y Chile. Santander invitó a
Estados Unidos y como observadores fueron invitados Gran Bretaña
y los Países Bajos.

Al iniciarse las sesiones, las naciones representadas eran Perú, Gran


Colombia (integrada por Venezuela, Panamá, Ecuador y Nueva
Granada), México y la República Federal de Centro América, es decir,
cuatro de las siete repúblicas latinoamericanas. Argentina declinó
participar considerando que era muy temprana la propuesta; Chile
tenía confrontaciones internas que le impedían participar; Bolivia
había manifestado su decisión de asistir, pero los delegados llegaron
tarde. Brasil era una monarquía con claras simpatías hacia Europa y
también declinó asistir usando como excusa la guerra que llevaba con
Argentina. Estados Unidos envió a dos delegados pero uno murió en
el camino y el otro llegó cuando el congreso estaba prácticamente
terminando56.

El Congreso planteaba un Tratado perpetuo de unión y confederación


con la creación del ejército interamericano para la defensa común y
la renovación bianual del Congreso, planteamiento que quedó sin
efecto por la ausencia de la mayoría de participantes.

56 Arana, Marie, Bolívar American Liberator, New York, 2013, p. 304.


50

Según Emil Ludwig:

«Bolívar quizás previó el fracaso por falta de participantes. Poco antes de la


apertura del congreso, lo calificó confidencialmente de una representación
teatral, y escribió “El Congreso de Panamá, institución que debiera ser
admirable si tuviera más eficacia, no es otra cosa que aquel loco griego que
pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será
una sombra y sus decretos consejos: Nada más.”. A pesar de ello se sintió
herido: “No hay buena fe en América, ni entre los hombres ni entre las
naciones. Los tratados son papeles, las constituciones libros, las elecciones
combates, la libertad anarquía y la vida un tormento”» . 57

En esas circunstancias, llegaba Manuela a Santa Fe de Bogotá, osada,


como siempre, y apurada por conocer tierra ajena. Iba montada a
caballo, como de costumbre, sin dejar su uniforme de húsar con
pantalones rojos, botas altas y espuelas doradas y, por supuesto, con
sus pistolas listas para ser usadas. Esta figura guerrera contrastaba
claramente con la otra Manuela que no ocultaba su cara arrogante
y hermosa, adornada con grandes aretes de coral, para que todo el
mundo pudiera darse cuenta de su condición de mujer.

Una ciudadana sin ciudadanía. Santa Fe de Bogotá

Recién llegada, como forastera, vivió en casa del doctor Leopoldo


Arias Vargas, casi frente a la Iglesia San Carlos y solo en febrero de 1828
se trasladó a la Quinta de Bolívar, cuyo ambiente de cierta severidad
difería notablemente de la alegría desbordante de La Magdalena. Allí
se quedó hasta la renuncia de Bolívar, cuando Manuela se instala en
una casa arrendada . 58

Simón Bolívar había decidido permanecer en la Quinta pues allí sentía


que tenía mayor seguridad y, además, era un lugar apropiado para su
convalecencia pues ya acusaba serios problemas de salud pulmonar.
Ya no era más el guerrero que hacía su ingreso triunfal a La Paz o a
Lima.

57 Ludwig, Emil, Bolívar, El caballero de la gloria y de la libertad, Buenos Aires, 1958, p. 248.
58 Rumazo González, Alfonso, Manuela Sáenz, Quito, 2003, p. 186.
51

Eran momentos políticos difíciles pero Manuela siempre intentaba


intervenir con sus opiniones y acciones políticas sin los atributos
de una ciudadanía formalmente reconocida. Era preciso crear de
inmediato nuevos símbolos de ciudadanía, como su forma de vestir
pero, sobre todo, su forma de actuar, de ese modo subvertía el orden
existente.

Tenía que enfrentarse a los convencionalismos de una sociedad


que no aceptaba la pública relación de amantes entre ella y Simón,
situación que era explotada por sus enemigos políticos cuya verda-
dera intención era acabar con la vida de Bolívar. La crisis se agravaba
y el pueblo orientaba su protesta abiertamente contra Simón Bolívar,
en concordancia con las ideas de Santander.

García Márquez describe estos días en Santa Fe de Bogotá:

«Manuela había asumido a fondo y hasta con demasiado júbilo su papel


de primera bolivarista de la nación, y libraba sola una guerra de papel
contra el gobierno. El presidente Mosquera no se atrevió a proceder contra
ella, pero no impidió que lo hicieran sus ministros. Las agresiones de la
prensa oficial las contestaba Manuela con diatribas impresas que repartía
a caballo en la Calle Real, escoltada por sus esclavas. Perseguía lanza en
ristre por las callejuelas empedradas de los suburbios a los que repartían
las papeluchas contra el general, y tapaba con letreros más insultantes los
insultos que amanecían pintados en las paredes» . 59

Efectivamente, Manuela había percibido con claridad la hostilidad de


ese mundo lleno de intrigas y amenazas, era consciente de su propia
marginalidad, pero una mujer tan singular tenía que adoptar una clara
posición levantándose con fuerza y creciendo ante la adversidad. Su
experiencia en el espionaje y la conspiración desarrollados en Lima
ya no eran suficientes, tampoco el apoyo solidario que sabía dar en
alimentos, en atención a los enfermos, menos aún le era útil el fusil
que usó en Ayacucho.

59 García Márquez, Gabriel, El General en su Laberinto, Bogotá, 1997, pp.231-232.


52

Otras eran las circunstancias. Se estaba definiendo el destino de


América del Sur y Manuela ya no estaba más al lado del mundo oficial,
viviendo el júbilo de la gloria, sino más cerca de la derrota y de la
muerte misma. Era momento de empezar una nueva forma de vivir
la vida.

Obedeciendo fundamentalmente a sus intuiciones, Manuela se


desplazaba del lenguaje escrito al lenguaje simbólico; las calles y
las plazas reemplazaron a los grandes e iluminados salones, descu-
briendo o creando nuevas formas de expresión. Francois Rabelais 60

pareciera haber sido su maestro, especialmente en esta etapa de su


vida, desplazada del poder, buscando caminos para hacer efectivo su
enfrentamiento con el General Santander.

Sin remilgos y con osadía, con acciones que algunas veces lindaban
con lo grotesco, o imaginando ritos de corte carnavalesco y haciendo
uso de toda suerte de argucias, Manuela se permitía poner en
ridículo a la autoridad representada por el General Santander. Como
experimentadas estrategas de guerra, Manuela, Jonatás y Natán
entendieron claramente que en circunstancias adversas el combate
debía tener un carácter más bien simbólico, y así lo hicieron.

El «fusilamiento» de Santander

Encontrándose Bolívar en Bucaramanga, Manuela entraba y salía


con frecuencia de La Quinta donde se reunía con amigos cercanos a
Bolívar, que le tenían mucho aprecio. Como describe Marie Arana , 61

cierta vez, al mes de la llegada de Manuela a Bogotá, un 28 de julio,


Manuela organizó una gran fiesta para celebrar el cumpleaños de
Bolívar que cumplía en ese entonces 45 años. Era una fiesta abierta
al público ubicado en las lomas que circundaban La Quinta. Allí,
una banda hacía los honores, había danzas y abundante comida y
bebida. En el interior estaban los amigos personales de Bolívar y en
su ausencia se hacían brindis en su honor. En horas de la madrugada
alguien mencionó el nombre de Santander y otra persona lanzó la
60 Francois Rabelais, editor y escritor francés del siglo XVI, creador de Gargantúa y
Pantagruel, recoge el significado de la risa y de la sátira.
61 Arana, Marie, Bolívar. American Liberator, Simon & Schuster, New York, 2013, pp. 395-396.
53

idea de hacerle un juicio. Entonces, elaboraron su imagen con un


costal de granos, un sombrero, grandes y largas medias y un letrero
que decía: «Francisco de Paula muere por traidor». Al mismo tiempo,
un oficial improvisó un escuadrón, un sacerdote se encargó del ritual
y el muñeco fue abatido a balazos.

Apenas este hecho llegó a oídos de Bolívar, se alarmó pues percibía que
se ingresaba a un terreno muy difícil, de incalculables consecuencias.
Era necesario encontrar un camino para frenar a Manuela en sus
ímpetus combativos. Al mismo tiempo, Santander enrojeció de rabia
e impotencia pues de manera picaresca se puso al descubierto las
enormes contradicciones que había entre ambos frentes.

Para Bolívar el asunto en cuestión era cómo frenar a Manuela sabiendo


que no podría prescindir de ella, atenta y preocupada como nadie
por los acontecimientos de su entorno.

Las fiestas de Corpus Christi

La respuesta a ese “fusilamiento” no se hizo esperar. Utilizando los


mismos instrumentos carnavalescos, los opositores de Manuela y
de Simón prepararon una afrenta. En las fiestas de Corpus Christi,
celebración no solo religiosa sino también popular, se pretendía
quemar dos enormes muñecos que representaban el «Despotismo» y
la «Tiranía», en clara alusión a Bolívar y a Manuela. Las efigies serían
quemadas en una plaza pública ante una muchedumbre enardecida,
convocada para tal fin.

Manuela no estaba hecha para pasar por alto un acto de esa naturaleza.
Actuó con decisión y de manera oportuna. Según describe Salvador
de Madariaga , «La Aurora de Bogotá, un periódico de la época,
62

reseñó el hecho de esta manera:

«Una mujer descocada, que ha seguido siempre los pasos del general
Bolívar, es la que se presenta todos los días en el traje que no le corresponde
a su sexo, y del propio modo hace salir a sus criadas, insultando el decoro,

62 Madariaga, Salvador de, Bolívar, México, 1953, pp. 507-508.


54

y haciendo alarde de despreciar las leyes y la moral (...). Esa mujer, cuya
presencia sola forma el proceso de la conducta de Bolívar, ha extendido
su insolencia y su descaro hasta el extremo de salir el día 9 del presente a
vejar al mismo gobierno y a todo el pueblo de Bogotá. En traje de hombre
se presentó en la plaza pública con dos o tres soldados que conserva en
su casa y que paga el Estado, atropelló las guardias que custodiaban el
castillo destinado para los fuegos de la víspera del Corpus, y rastrilló una
pistola que llevaba, declamando contra el Gobierno, contra la libertad y
contra el pueblo (...)».

Dos son los aspectos centrales que puntualiza el periódico y que irritan
especialmente a la sociedad de Bogotá: Por un lado, escandaliza la
manera de vestir de Manuela, su ropa de combate preparada para
cualquier eventualidad. Molestaba porque en el imaginario bogotano
de entonces, la ropa de soldado tenía carácter masculino, pues la
mayoría de mujeres no participaban en combates militares. Por ello
se lee: «en traje que no le corresponde a su sexo» o «en traje de
hombre», impropio para una mujer.

El otro aspecto, inaceptable para Bogotá porque iba contra las


costumbres de la época, era la relación que Manuela había establecido
con Jonatás y Natán, sus hermanas-esclavas-criadas-cómplices-
amigas (“hace salir a sus criadas”).

En ambos casos, lo que irrita no es el hecho en sí mismo, sino hacerlo


público. De acuerdo con las normas, las criadas estaban destinadas
para el trabajo doméstico dentro de las cuatro paredes de la casa,
no para dejarlas “salir”. Asimismo, podía aceptarse que Manuela se
vistiera a su gusto dentro de su casa pero no que se «presente en traje
que no le corresponde a su sexo en la plaza pública».

Este hecho tan singular protagonizado por Manuela, Jonatás y Natán


no era nada corriente, menos aún en tres mujeres llegadas de fuera, es
decir, forasteras jugando con la doble imagen de mujeres y patriotas.

No contentas con la destrucción del castillo de fuegos artificiales, con


incontenible rebeldía, Manuela, Jonatás y Natán salieron nuevamente
a las calles para colocar en los muros más céntricos de Bogotá unos
55

carteles que con una atrevida ortografía decían: «Biba Bolivar,


Fundador de la Repca».

En esos momentos Bolívar manifestaba su preocupación por la


ausencia de una clase dirigente capaz de hacerse cargo del futuro
político del continente, preocupación esbozada desde antes incluso
de la misma declaración de independencia.

Lo cierto es que la integración de América Latina pendía de un hilo,


así como la vida del propio Bolívar. Manuela, atenta a todos los
comentarios que circulaban en la ciudad, se enteró de un posible
atentado para asesinar a Bolívar. Como era de esperarse, se lo
comunicó de inmediato, pero él pensaba que eran solo exageraciones.

El baile de máscaras

El plan era asesinar a Bolívar en el Baile de Máscaras en la


conmemoración del décimo aniversario de la Batalla de Boyacá, este
tendría lugar el 10 de agosto en el Coliseo. Los invitados debían asistir
con disfraces correspondientes a su género, tal como el Alcalde lo
había especificado, quien además estaría en persona en la puerta.

Obviamente, Manuela no había sido invitada, pero, segura de la


amenaza que se cernía sobre Bolívar, le pide:

«Desista usted ¡por Dios! De esa invitación, de la cual no se me ha hecho


llegar participación, y por esto haré lo que tenga que hacer, en procura de su
desistimiento. Sabe que lo amo y estoy temerosa de algo malo. Manuela» . 63

Ante la indiferencia de Bolívar, ella insiste, le asegura que tiene todas


las pistas sobre el atentado que contra él se prepara:

“Horror de los horrores, usted no me escucha, piensa que solo soy mujer.
Pues sepa usted que sí, además de mis celos, mi patriotismo y mi grande
amor por usted, está la vigilia que guardo sobre su persona que me es tan
grata para mi.

63 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 134.
56

Le ruego, le imploro, no dé usted la oportunidad, pues han conjurado


al golpe de las doce, ¡asesinarlo! De no escucharme usted me verá hacer
hasta lo indebido por salvarlo. Manuela» .64

Así, Manuela llegó al baile de máscaras sin antifaz y con su uniforme


de húsar. Si bien logró pasar la puerta principal, en la puerta de la
sala del baile fue impedida de entrar pues el Alcalde le cerró el paso.
Manuela, sin titubeos, le dijo con energía:

- Soy Manuela Sáenz.

Y el Alcalde le replicó:

- Aunque sea usted Santa Manuela. No puede usted entrar aquí con ropas
de hombre.

Ante este acto violento, Manuela reaccionó respondiendo en voz alta.


Esto llamó la atención de Bolívar que al mirar hacia la puerta divisó
a Manuela, a Jonatás y Natán sin arreglarse, como era natural, pues
habían salido de improviso de la casa. Este hecho acentuó la tensión
de Bolívar, quien abandonó decidido y apresuradamente el baile.

Como en otros casos, existen múltiples versiones sobre lo ocurrido


esa noche en el baile de máscaras. Salvador de Madariaga recoge la
versión del cónsul británico, Henderson, quien sobre Manuela dijo:

«Fue disfrazada. Pero pronto se quitó la máscara, lo que enfadó tanto


al General Bolívar que se fue del salón muy temprano, defraudando
así los planes de los conspiradores» .
65

Al parecer, la notoria presencia de Manuela representaba la señal


de una situación irregular, y así lo entendió Bolívar que se marchó
de inmediato. Luego, ante las evidencias de los planes enemigos,
ratificó su confianza en Manuela y definió su situación ante el General
Santander, a quien escribió el 21 de setiembre de 1828:

64 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p. 134.
65 Madariaga, Salvador de, Bolívar, México 1953, pp. 408-409.
57

«Manuela es para mí una mujer muy valiosa, inteligente, llena del arrojo,
que usted y otros se privan en su audacia. No saldrá (ahora menos) de
mi vida por cumplir caprichos mezquinos y regionalistas. La que usted
llama "descocada", tiene en orden riguroso todo el archivo que nadie supo
guardar más que su intención y juicio femeninos.
Pruebas de la lealtad de Manuela se han aparecido en dos ocasiones: el 10
de agosto, en la celebración del aniversario, comprometiendo su dignidad
sólo para hacerme retirar del sitio de mis enemigos y salvar mi vida. ¿Qué
no hubo tal para semejante excusa? Pregunte usted a Don Marcelo Tenorio.
Yo no me fío de las habladurías; ella misma me explicó este suceso, aun
con el temor de que la corriera de Santa Fe.

¿Puedo yo ante la verdad elocuente desoírla? Dígamelo usted o disuádame


de lo contrario, que en usted veo aún dignidad por su posición; pretendiendo
que yo he obrado a la ligera y que ella se sobra en mis decisiones. ¡Jamás!
Si bien "confío en Manuela ciegamente", no ha habido la más leve actitud
en la persona de ella que demuestre desafecto o deslealtad; en fin no ha
defraudado mi confianza»66.

Y de cómo Manuela se convirtió en la Libertadora

Sin embargo, los atentados contra Simón Bolívar continuaron. El del


25 de setiembre de 1828 fracasó por la oportuna acción de Manuela,
quien acompañaba al Libertador por encontrarse enfermo.

Desde hacía un tiempo circulaban versiones sobre la intención de


asesinar a Bolívar, voces que él no escuchaba. Manuela vivía cerca
del Palacio de San Carlos y solo se intercambiaban notas o esquelas.
En una de ellas, del 29 de julio de 1828, dirigida de Manuela a Bolívar
se lee:

«Simón mi hombre amado

Estoy metida en la cama por culpa de un resfrío; pero esto no disminuye


mi ánimo de salvaguardar su persona de toda esa confabulación que está
armando Santander.

66 Álvarez Saá, Carlos, Manuela, Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp. 135-137.
58

¡Dígame usted! Que por esto pesqué el resfrío; por asistir a una cita. Supe
esta tarde, a las 10, los planes malvados contra su ilustre persona, que
perfeccionan Santander, Córdoba, Crespo, Serena y otros, incluidos seis
ladinos. Incluso acordaron el santo y seña.

Estoy muy preocupada, y si me baja la fiebre voy por usted, que es un


desdichado de su seguridad.

67
Manuela»

Este hecho histórico, recogido de diversas maneras en casi todos los


estudios, evidencia la decisión de las fuerzas opositoras de liquidar a
Bolívar. En las Memorias escritas por Daniel Florencio O’Leary, con
el fin de reconstruir esos momentos, recurre a Manuela quien desde
Paita le envía una carta de fecha 10 de agosto de 1850. En ella le relata
lo ocurrido en la casa de gobierno de Bogotá el 25 de setiembre de
1828, y también le da los detalles de la visita de una señora que la
pone al corriente de los preparativos de la conspiración contra la vida
del Libertador, llegó incluso a decirle que el jefe de esa maquinación
era el general Santander, y que el general Córdoba estaba al tanto de
todo.

Al oir el nombre del general Córdoba, Simón Bolívar habría dicho que
se trataba de una infamia, pero su amigo, Pepe Paris, le recomendó
hablar con la señora que brindó esa información.

Ese 25 de setiembre, a las seis de la tarde, Bolívar hace llamar a


Manuela, él estaba con un fuerte dolor de cabeza. Cuando ella llega
lo encuentra tomando un baño tibio. Él le dice que va a haber una
revolución, y Manuela le responde que da lo mismo porque él no
presta atención a esas noticias.

Esto es lo que aconteció horas después, narrado por la propia Manuela:

«Me hizo que le leyera, se acostó y se durmió. A las 12 de la noche ladraron


dos perros del Libertador y se escucharon voces que decían: ‘Dónde está
Bolívar’.
67 Espinosa Apolo, Manuel, Compilación y Prólogo, Simón Bolívar y Manuela Sáenz,
correspondencia íntima, Quito, 2006, p. 106.
59

Desperté al Libertador y lo primero que hizo fué tomar su espada y una


pistola, y tratar de abrir la puerta; le contuve y le hice vestir, lo que verificó
con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: ‘¡Bravo! Vaya, pues ya estoy
vestido, y ahora ¿qué hacemos? ¿hacernos fuertes?’.

Volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces me ocurrió lo que


le había oído al mismo general un día. – ‘¿Usted no dijo a Pepe París que
esta ventana era muy buena para un lance de estos?’

‘Dices muy bien’, me dijo; y fué a la ventana: yo impedí el que se botase


porque pasaban gentes; pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque
ya estaban forzando la puerta. Yo fui á encontrarme con ellos para darle
tiempo a que se fuese, pero no tuve tiempo para verle saltar ni para cerrar
la ventana. Desde que me vieron me agarraron y me preguntaron: ‘¿dónde
está Bolívar?’ Les dije que en el consejo, que fue lo primero que se me
ocurrió. Registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron á la segunda
y exclamaron: ‘¡huyó, se ha salvado!’ Yo les decía, ‘no señores, no ha
huído, está en el consejo’...Les dije que sabía que había esa reunión, que la
llamaban consejo, á la que asistía todas las noches el Libertador, pero que
yo no conocía el lugar. Con esto se enfadaron mucho y me llevaron con
ellos hasta que encontré á Ibarra herido, y él desde que me vió me dijo: -
‘¿Con que han muerto al Libertador?’ –‘ No, Ibarra, el Libertador vive’»68.

Fue así, de manera natural, guiada tan solo por su intuición, como
Manuela impidió el asesinato de Simón Bolívar. Una vez recuperado
del sobresalto y ya en funciones él la llamó la «Libertadora del
Libertador», nombre que se mantuvo hasta después de la muerte de
ella.

Sin embargo, en Colombia, la situación de Manuela se hacía


insostenible. Eran momentos de gran convulsión y Manuela recibía
los golpes que no podían dirigirse directamente a Simón Bolívar. Sus
enemigos hacían uso de propaganda mural, escribían amparados en
la oscuridad de la noche, ocultando de ese modo su autoría.

68 O’Leary, Daniel, Memorias, pp. 416-422.


60

La forastera no está sola

En esos difíciles momentos, las mujeres de Bogotá no permanecieron


en silencio. Salieron al frente, en colectivo, dando a conocer su
posición a través de un pronunciamiento que decía:

«Mucho piden que la señora Manuela Sáenz sea llevada a la cárcel o al


destierro... Pero el Gobierno debería recordar que, cuando tuvo, como
todos saben, una enorme influencia, la utilizó para el bien público, antes
y después de esa famosa noche del 25 de setiembre. Nosotras, las mujeres
de Bogotá, protestamos de esos provocativos libelos contra esta señora
que aparecen en los muros de todas las calles».

Poco después, organizadas alrededor de «Las Mujeres Liberales»,


emitieron otro documento que decía:

«Consideramos honrosos, aunque no los compartamos, los sentimientos


manifestados por una persona de nuestro sexo.

La señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente.


Insultada y provocada de diversos modos por personas a las que no
había ofendido, estos insultos han causado una gran irritación...ha sido
exasperada hasta la imprudencia. Pero la imprudencia no es un crimen.
Manuela Sáenz no ha violado las leyes ni atacado los derechos de ningún
ciudadano.

Y si la señora Sáenz ha escrito o gritado "¡Viva Bolívar!", ¿dónde está la


ley que lo impida?

La persecución de esta señora tiene su origen en bajas e innobles pasiones.


Sola, sin familia en esta ciudad, debería ser objeto de consideración y estima
más que víctima de la persecución. ¡Qué heroísmo ha demostrado! ¡Qué
magnanimidad! Es de esperar que los cielos alberguen sentimientos tan
nobles como los expresados por Manuela Sáenz y que estos sentimientos
nos sirvan de ejemplo a todos» . 69

69 von Hagen, Víctor, La amante inmortal, Caracas, pp. 292-293.


61

De este modo, las mujeres de Bogotá ratifican categóricamente su


defensa a Manuela Sáenz y ponen de manifiesto su solidaridad y
fraternidad. Expresan con claridad que ha sido empujada a la
exasperación cuando solo realizaba acciones basadas en su derecho
a la libertad para escribir o gritar, que ninguna ley impedía. Hacen
causa común con Manuela, que se encuentra sola, sin familia, en
calidad de forastera, enfrentada a una persecución basada en bajas
e innobles pasiones. En sus comunicados interpretan los conflictos
políticos que atizaban esos ataques, y concluyen que el atrevimiento
de Manuela tenía carácter de heroísmo y era un ejemplo a seguir.

No hemos podido encontrar una respuesta de Manuela a esta


manifestación de solidaridad de las mujeres de Bogotá pero, sin duda,
saber que sus acciones en defensa de su derecho a la libertad tenían
repercusión en mujeres desconocidas, debe haberla fortalecido. No
obstante, cuando se descubre que quien escribía bajo el seudónimo
de «Un amigo de Bolívar» en un folleto llamado «La Torre de Babel» 70

era ni más ni menos que la propia Manuela, su situación empeoró


significativamente.

Los encendidos odios contra Bolívar la alcanzaban, pero ella siempre


peleó a su manera, como sabía hacerlo. Según refieren, cuando intentan
detenerla por primera vez, llega a su casa el Regidor Domingo Durán,
ella apela entonces a un grave estado de salud que la aqueja. Al regresar
a sus oficinas con esa información, Durán recibe la reprimenda de su
jefe inmediato, quien le ordena retornar de inmediato y ejecutar la
detención. Para sorpresa suya, el Regidor encuentra esta vez a Manuela
en lo alto de la escalera, vestida de húsar, con un sable desenvainado. 71

Como era de esperarse, la multitud se agolpó frente a la casa hasta que


Pepe Paris acudió para dar a Manuela el soporte necesario. A pesar
de todo, la valiente forastera tuvo que entregarse sin retirar los cargos
que contra ella se hacían. Por el contrario se reafirmó diciendo:

«Soy inocente, menos en quitar del castillo de la plaza el retrato del


Libertador. Visto que nadie lo hacía, creí que era mi deber, y de esto no
me arrepiento» .
72

70 von Hagen, Víctor, La amante inmortal, Caracas. pp. 293-294.


71 von Hagen, Víctor, La amante inmortal, Caracas, pp. 294-295.
72 Villalba F. S.J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 96.
Un exilio más, esta vez en Paita (1835 - 1856)
De todo el silencio del mundo
ella escogió este triste estuario,
el agua pálida de Paita.

73
(La insepulta de Paita, Pablo Neruda )

América del Sur se desmembraba. Ecuador, al mando del general


Juan José Flores, se separaba de Colombia y, por otro lado, Venezuela
afirmaba su separación definitiva de Colombia.

Simón Bolívar, enfermo y proscrito, salió expulsado. Cuando se


disponía a ir a Jamaica para luego partir a Inglaterra, su salud empeoró.
Llegó a la hacienda de San Pedro y a Santa Marta. Murió el 17 de
diciembre de 1830.

Mientras tanto, Manuela iniciaba su último peregrinaje. Había


retornado a Ecuador procedente de Jamaica, llegó precisamente
en momentos de grandes convulsiones políticas. En ese entonces,
Vicente Rocafuerte era Presidente y Juan José Flores era jefe militar
de Guayaquil. Manuela conocía al General Flores – amigo de Simón
Bolívar - desde 1822, cuando Ecuador logró su independencia.

A pesar de las distancias, ella había conservado esa amistad por años.
Ante las amenazas que recibía y la ausencia de Bolívar, le pidió al
General Flores que recomendara su solicitud de ingreso al país para
arreglar asuntos financieros en relación con su herencia de la Hacienda
Catahuango. Flores le escribió al Presidente Rocafuerte, pero no tuvo
éxito; Rocafuerte ratificó su posición respecto a Manuela y la hizo
regresar a Guayaquil para luego desterrarla.

Sus argumentos eran contundentes y siempre referidos a su condición


de mujer. Dice Rocafuerte en carta a Flores:

«El convencimiento que me acompaña de que las señoras principales son


enemigas declaradas de todo orden y que tienen tanto influjo sobre las
almas débiles de sus hermanos, maridos y parientes; al ver que aún existen
73 Neruda, Pablo, Cantos Ceremoniales. La insepulta de Paita, España, 2004, p. 35.
64

todos los elementos de la pasada revolución; y que solo necesitan una mano
que sepa combinarlos para darles nueva acción; y por el conocimiento
práctico que tengo del carácter, talentos, vicios, ambición y prostitución
de Manuela Sáenz ella es la llamada a reanimar la llama revolucionaria;
en favor de la tranquilidad pública, me he visto en la dura necesidad de
mandarle un edecán para hacerla salir de nuestro territorio, hasta tanto
que la paz esté bien consolidada» .74

Esta opinión sobre las mujeres que expresa Rocafuerte la reitera en


varias oportunidades. Afirma que son las mujeres quienes fomentan
el espíritu de anarquía en esos países y que Manuela Sáenz era «una
verdadera loca». Manuela intenta dar la batalla, siempre a través de
la palabra escrita y en todos los tonos, pero a pesar de la fuerza de
su demanda, el Gobierno del Ecuador ratificó su decisión y Manuela
salió deportada hacia Paita, en el Perú.

En Paita es recibida con palmas y banderas. El pueblo guarda en su


memoria la fama de la Libertadora. El pergamino con las alabanzas
a la mujer más valiente entre todas las patriotas, la más hermosa y la
más leal, lo firman y lo aplauden juntos todos los vecinos emocionados
porque va a quedarse entre ellos, viva, la que fuera la mejor leyenda
de la guerra.

De pronto allí está, con ellos, en cuerpo y alma, la poderosa. Se quedará


en sus arenas hasta el fin. Sin armas, exiliada, desembarca entre
Jonatás, Natán y los sicarios de Rocafuerte que la traen prisionera
para entregarla al Gobierno del Perú.

En el Perú se vivía una grave crisis económica, consecuencia de la


guerra, que había requerido enormes gastos para la alimentación de
los ejércitos. El sector agrícola era el más afectado por la dispersión
de la mano de obra, en particular la economía agroexportadora de
la costa norte y central debido a la falta de esclavos y de mercados.
Esta situación cambió recién en la década de 1850, con el boom del
guano que desplazó a la minería y a la metalurgia.

74 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, pp. 99-100.
65

Los ingresos del Estado a través de las tarifas aduaneras eran


determinantes y en ese entonces los puertos peruanos recibían
legalmente embarcaciones de todas partes del mundo, ya no solo
de España. Los recibos de aduanas constituían, pues, una parte
fundamental de los presupuestos provinciales y nacionales y, según
Cristóbal de Aljovín, «si bien la aduana de Lima-Callao era la más
importante, el resto estaba distribuido entre los puertos de Huanchaco
y Paita, al norte, y Arica e Islay, en el sur» .
75

Después de Gran Bretaña, el segundo país importante para el comercio


exterior peruano era Estados Unidos y la presencia norteamericana se
manifestaba a través de la pesca de ballenas, actividad iniciada a fines
del siglo XVIII, pero hacia 1820-1830 adquirió mayor envergadura
y el puerto de Paita se convirtió en un alto casi obligatorio para los
barcos balleneros que surcaban fundamentalmente la costa norte del
país .
76

De otro lado, en América las contradicciones y lucha por el poder


entre las élites gobernantes iban en aumento. En el Perú, luego de
la independencia, las discrepancias se centraban entre monarquía y
república. Una vez resuelto este primer impasse, se definiría si sería
presidencial o parlamentaria. Es decir, el tema central era la forma
de gobierno .77

En este período, la conquista por el poder era a través de revoluciones o


golpes de Estado. Por supuesto, la permanencia de las autoridades en el
poder era muy corta. Entre los años 1823 y 1844 hubo nueve gobiernos
que accedieron a través de golpes de Estado. El enfrentamiento entre
liberales y autoritarios tiene su mayor expresión al conformarse la
Confederación Perú-Boliviana, periodo en el que los deportados se
organizan en el exterior como un grupo de emigrados . 78

75 Aljovín de Losada, Cristóbal, Caudillos y Constituciones, Perú: 1821-1845, Lima, 2000, pp.
56-57.
76 Flores Galindo, Alberto, El militarismo y la dominación británica, Lima, 1979, p. 121.
77 Villanueva Chávez, Elena, La lucha por el poder entre los emigrados peruanos (1836-1839),
en Boletín del Instituto Riva Agüero No. 6, Lima, p. 8.
78 Villanueva Chávez, Elena, La lucha por el poder entre los emigrados peruanos (1836-1839),
en Boletín del Instituto Riva Agüero No. 6, Lima, p. 12.
66

Durante los 26 años que Manuela vivió en Paita fue conquistando


espacios y construyendo amistades que ella escogía y con quienes
establecía relaciones de afecto y de complicidad. Así aprendió a
transitar y a vivir entre las personas que de vez en cuando llegaban
de visita, y el silencio cotidiano de las olas.

Las instituciones de su infancia, los conventos de Quito y,


posteriormente, los cuarteles de toda América, fueron dejados de
lado, ahora sus relaciones surgían entre los trabajadores del mar, las
mujeres de las cofradías, los marginados del poder y quienes buscaban
en Paita una paz transitoria.

Ese silencio del puerto producía en Manuela una sensación de aban-


dono, al que ella no se resignaba, como no aceptaba ser considerada
una mujer del pasado. Y es que en Paita todo era distinto. Era un
pequeño pueblo donde las noticias se leían en los escasos diarios que
circulaban por allí, pero las informaciones más importantes iban de
boca en boca, de acuerdo con la correspondencia que llegaba por vía
no oficial.

Manuela sentía, ciertamente, el impacto de la soledad. Acostumbrada


a una vida intensa, rodeada de personas diferentes con las que podía
discutir sobre múltiples asuntos, en especial sobre política, la vida
calmada de Paita significaba un cambio sustancial. Sin embargo, es
en estos momentos de soledad y de nostalgia cuando el interés central
de Manuela se orienta nuevamente a la política, siempre de la mano
de la palabra escrita.

Su amigo más cercano era el General Juan José Flores, posteriormente


Presidente del Ecuador, y en Paita Manuela Sáenz fortalece esa amis-
tad iniciada en 1822 en Quito. Desde esa Paita, Manuela escribe 60
cartas al General Flores, con los consabidos riesgos de seguridad y
lentitud en el transporte, pues solo era el mar la vía para llegar con la
palabra escrita desde un lugar a otro. Este intercambio epistolar con
el General Flores revela una relación esencialmente de amistad y de
confianza, en la que se refleja claramente la libertad de Manuela para
emitir opiniones sobre la política de su país y sobre lo que sucedía a
67

nivel internacional. Lo hacía con naturalidad, en tono confidencial,


como si nadie más en el mundo debiera enterarse de lo que escribía.

En las cartas al General Flores alude en diversas oportunidades a la


situación política que se vivía en el Perú y, en consecuencia, en los
países vecinos. En una oportunidad le manifiesta que «Las cosas en
el Perú se van complicando de tal modo, que me parece que se hará la
guerra sangrienta» . En junio de 1844 le escribe sobre la importancia
79

de que él fuera reelecto por ocho años a la Presidencia del Ecuador


para, de ese modo, evitar revoluciones y no seguir el ejemplo del Perú
de tener un presidente cada seis meses.

A pesar de los largos años de ausencia del centro de la política peruana,


Manuela se mantenía informada, leal a quienes fueran sus amistades
en la difícil época de la independencia. Seguía los acontecimientos
peruanos y recibía noticias frescas con mucha precisión.

La salida del general Andrés de Santa Cruz fue particularmente


significativa para Manuela, ya que lo conoció en 1821 y desde
entonces Santa Cruz y Bolívar establecieron relaciones cercanas. Es
así que luego de la creación de la Confederación Peruano-Boliviana,
Bolívar le encarga las funciones administrativas, aunque más tarde
fue derrotado luego de un golpe de Estado. Manuela, al enterarse de
la prisión de Santa Cruz por orden de Ramón Castilla, expresa su
profunda pena . Y en enero de 1844 escribe informando que el 20 del
80

mismo mes se habían llevado a Santa Cruz a Chile, esto demuestra


el grado de información que ella tenía. Poco después, en febrero del
mismo año, su preocupación se orienta a la situación de la esposa de
Santa Cruz y le pide al General Flores:

«Si usted me hiciese el favor de hacerle una visita a la señora del general
San Cruz, a mi nombre, se lo estimaré a usted mucho; yo he tenido una
íntima amistad con su esposo desde el año 21, y así todas sus cosas las
siento en el alma» .
81

79 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 161.
80 Murray, Pamela, Por Bolívar y la gloria. La asombrosa vida de Manuela Sáenz, Bogotá,
p.185.
81 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 152.
68

Un año después, en enero de 1845, en carta al general Flores, Manuela


alude a una carta que le escribe el general Santa Cruz con fecha 10
de diciembre. Según Manuela se trataba de una carta muy larga en la
que Santa Cruz le agradece al general y al pueblo ecuatoriano «por
las finezas y manifestaciones hechas a su familia en la desgracia» .
82

Luego de la derrota de Yungay se deshizo la Confederación Peruano-


Boliviana y el general Santa Cruz se refugió en el Ecuador, donde
fue acogido cordialmente por el general Flores quien intercedió ante
Bolivia para que le devolvieran sus propiedades.

Desde Paita, Manuela manifestó su preocupación por el general


Vivanco, en momentos en que el general Elías se había quedado
con el mando de toda la República y tomaba medidas represivas,
persiguiendo y deportando a un crecido número de peruanos. Ella
escribe una larguísima carta, con muchos detalles sobre estos hechos
y, por supuesto, se reafirma en sus afectos. Con energía y picardía le
dice:

«Dejemos cosas ajenas, y ¡basta de Elías! Que me tiene muy picada porque
yo era y seré vivanquista. Usted no ignora el porqué: que por lo demás,
¿qué me importa a mi?» .83

En su correspondencia relacionada con información política, Manuela


era sumamente cuidadosa de la seguridad, desconfiaba hasta del aire
que respiraba, pero más aún, de la violación de su correspondencia.
Supo dar pautas precisas sobre los cuidados que esta debía recibir.

Y así Manuela se fue quedando en Paita

Existen muchas versiones sobre las razones de Manuela para quedarse


en Paita, pues ese no fue su propósito inicial. En diversas oportunidades
había manifestado que la solución a sus problemas era que el general
Vicente Rocafuerte dejara la Presidencia de Ecuador. Sin embargo,
más tarde, cuando su gran amigo, el general Juan José Flores asumió
la Presidencia del Ecuador, Manuela no hizo más gestiones para su
regreso.

82 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 173.
83 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 168.
69

Del mismo modo, el gobierno peruano le había abierto las puertas de


Paita, así que bien pudo regresar a Lima, y no lo hizo. ¿Qué la detuvo?

Con el tiempo, en 1842 le escribe al general Flores:

«Usted me dice que respeta mi secreto de vivir en Paita, me parece señor


que no hay secreto pues mi impotencia para moverme está de manifiesto,
pero aun cuando pueda hacerlo, no iré al Ecuador, no me prueba el clima
y el poco tiempo que tengo de vivir quiero que sea con salud. A usted
le dije el año de 35 que si iba a Quito era solo para hacer mis arreglos
y volverme. Esto no se puede, y me tiene usted aquí por el señor Roca.
¡Paciencia! Si consiguiera que me pagasen lo que tan inhumanamente me
retienen, tal vez me iría a Lima» .
84

Posteriormente, en setiembre de 1843, escribe nuevamente al general


Flores:

«Un terrible anatema del infierno comunicado por Rocafuerte me tiene


a mi lejos de mi patria y de mis amigos como usted, y lo peor es que mi
fallo está echado a no regresar al suelo patrio; pues usted sabe, amigo
mío, que es más fácil destruir una cosa que hacerla de nuevo; una orden
me despatrió; pero el salvoconducto no ha podido hacerme reunir a mis
más caras afecciones: mi patria y mis amigos.

Ya que esto no me es posible, crea usted de un modo cierto, que, de Paita


o Lima, siempre será para usted la Manuela que conoció en 22. Mucho
me agrada la tranquilidad del País y nada me es más placentero que la
tranquilidad» .
85

Con esa decisión tomada, se queda Manuela en Paita, un puerto de


cara al mundo, de clima cálido, rodeado de playas de arena blanca,
lugar de llegada permanente de nuevas gentes, cual aves de paso, con
ideas diferentes.

84 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 115.
85 Villalba F., S. J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 144.
70

Durante ese tiempo se instaló en diversas casas, pero se tiene certeza de


dos, allí vivió los últimos años de su vida, ambas a poca distancia una de
otra. Finalmente murió en la casa ubicada en el jirón Nuevo del Pozo
390, que hoy destaca por su valor histórico más que arquitectónico.

Manuela, Jonatás y Natán, instaladas ya en Paita se enfrentaban a


una nueva situación, pues si bien no era la primera vez que tenían
que iniciar todo de nuevo, en esta oportunidad la postguerra y sus
consecuencias económicas afectaban a Manuela de manera directa,
desprovista como estaba de rentas o de apoyo de cualquier índole.
Los saberes de Manuela, para seguir viviendo

Resulta difícil imaginar a Manuela Sáenz en la inacción total, en su


hamaca, o simplemente al lado del brasero, recorriendo una y mil
veces las cartas y los escritos de épocas pasadas, pues ella reclamaba
para sí la acción, vivir el instante, el presente. ¿En qué ocupaba su
tiempo Manuela?

En su exilio en Paita, en ella se entrecruzan experiencias, emociones


y sentimientos que ella encara tal como era, sin afeites ni pergaminos,
sin intermediaciones.

Con decisión, Manuela inició una nueva vida con ingresos prove-
nientes de las diferentes ocupaciones que se inventa. Supo aprovechar
y recurrir a todo lo aprendido a lo largo del tiempo, en diversos
espacios, al lado de diferentes personas.

La comida y sus encantos

Desde niña, en la Hacienda Catahuango, la cocina era un espacio ideal


para las confidencias. Argentina Chiriboga, en su novela Jonatás y
Manuela narra:

“Jonatás ayudó al ama a preparar sus helados preferidos. Para ellas, la


comida tenía un encanto; pasaban horas en la cocina, acariciadas por
el delicioso olor de la canela, el clavo, la menta, el orégano y el perejil.
Jonátas batía las claras a punto de nieve y Manuela controlaba el hervor
de la leche mezclada con yema y azúcar. Sus rostros, animados por los
mismos deseos, festejaban la invención de nuevas recetas. Nunca seguían
las fórmulas al pie de la letra; de ellas, se apoderaba una fuerza salida
del corazón; disponían los ingredientes caprichosa-mente en forma que
parecía estuviera estructurando un nuevo mundo y estableciendo otro,
conocido solo por ellas. ¡Qué gran placer sentían al crear platos que después
73

saboreaban con fruición! Caminaban de lado a lado, lavaban, picaban,


molían, cernían, mezclaban, maceraban, adobaban, espolvoreaban, batían;
para ambas, cocinar era una fiesta, un deleite sin fin. Descubrían sabores
y olores, se entregaban ellas mismas con sus pasiones, sus humores, sus
alientos y manejaban desde la cocina el comportamiento de todos los de
casa. En la comida estaba la razón de la existencia, la frescura, la lucidez, la
lujuria, la inteligencia, las frustraciones, la buena salud y las enfermedades.
A fin de cuentas, somos lo que comemos, afirmó Sáenz” . 86

El gusto por la cocina y la repostería ya se percibía claramente en su


casa de la Magdalena, donde vivió en su época de gloria y donde la
cocina – instalada en mitad de la casa, mirando al jardín – era, según
refieren, el lugar de acogida a sus visitantes.

Aprendió con Jonatás y Natán y también en los Conventos donde


vivió de niña. Para Manuela esto fue fundamental, pues más tarde, en
Paita, sus dulces fueron muy reconocidos, gozaron de mucho aprecio
y se vendían muy bien.

Había pasado ya, felizmente, la restricción para la producción y venta


informal de dulces y chocolates, problema bastante agudo a fines del
siglo XVIII, como refiere Rosario Olivas:

“En 1787, don Antonio Bolaños, quien por entonces era alcalde de los
chocolateros, presentó otro proyecto de ordenanzas para el régimen de
su gremio (…) informando que el grupo estaba tan extenuado que se
hallaba próximo a su ruina. La causa principal era la competencia desleal
de muchos aprendices, que elaboraban en sus casas el chocolate y tenían
vasta clientela, con lo cual causaban perjuicio a las tiendas públicas, que
debían pagar alcabala y una pensión al gremio. Además, muchas personas
vendían por las calles el chocolate a un precio inferior a aquel que se podía
conseguir en las tiendas” .87

Medio siglo más tarde, Manuela había pasado a engrosar las filas de
la producción informal en Paita, aunque observaba con cuidado las

86 Chiriboga, Argentina, Jonatás y Manuela, Quito, 2003, pp. 145-146.


87 Olivas, Rosario, La cocina en el Virreinato del Perú, Lima, 1996, p. 155.
74

estrictas normas impuestas, de esa manera su confitería mantuvo


mucha aceptación.

Estas ocupaciones cotidianas en la vida de Manuela eran, por otro lado,


habituales en ella desde siempre. En sus cartas o diarios se refleja el
cuidado y el gusto que tenía en la cocina. En múltiples oportunidades
preparó potajes sabrosos, como los patacones.

Ricardo Palma cuenta que casi siempre lo agasajaba con dulces


hechos por ella misma en un braserito de hierro. Y leyendo a García
Márquez casi podemos saborear los “mazapanes y dulces calientes de
los conventos, y las barras de chocolate con canela para la merienda
de las cuatro" que Manuela llevaba .
88

El brasero se convirtió en el auxiliar por excelencia para que Manuela


pudiera ocuparse directamente de la preparación de los dulces. Su
brasero fue, sin duda, una pequeña cocina portátil, fundamental
cuando trajinaba de casa en casa, o cuando un accidente la obligó a
pasar gran parte del día en un sillón o en su hamaca.

En Paita, la comida le permitió generar ingresos para vivir de manera


simple y sencilla, muy lejos de la vida que había llevado en otros
momentos, pero definitivamente eran ingresos propios, legítima-
mente ganados y que con Jonatás y Natán administraban muy bien
para asegurarse una tranquilidad básica.

Sin embargo, nos resistimos a imaginar a Manuela solo al lado del


brasero en Paita, sin dejarse subyugar por el encanto del mar y de la
comida marina en playas donde pescar y nadar fue siempre un arte
cotidiano. En diciembre de 1844, ella escribe:

“Dejo ésta aquí, a ver si ocurre algo y pueda ser que después esté mejor
mi humor, pues ahora estoy molesta con las cartas que he leído y voy a
bañarme en el mar, puede ser que tenga la virtud (del) Leteo y me haga
olvidar las molestias de la vida” .
89

88 García Márquez, Gabriel, El General en su Laberinto, Bogotá, 1997, p. 33.


89 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 171.
75

Podemos, pues, fácilmente imaginarla con los pies descalzos, el ca-


bello suelto, caminando sobre la arena húmeda de Paita, aspirando
el aire puro y saboreando después unas deliciosas conchas negras.

Manuela, la que hace anillos de humo con sus dedos

Manuela, osada como siempre, nunca dejó de fumar y cuando las


circunstancias se lo exigieron descubrió que en Paita también era
posible vender cigarros en su propia casa, y así lo hizo. Colocó un
cartel en la puerta que decía:

"Tobacco. English spoken. Manuela Sáenz"-

A mediados del siglo XIX, no era usual ver a una mujer fumando en
público, menos aún en un pueblo chico como Paita y, sin duda, la
invitación de su cartel no pasaba despercibida. En todos los escritos
sobre Manuela Sáenz se hace referencia no solo al hecho de que fumara,
sino a las diversas formas y modos de fumar. He aquí algunas notas.

Boussingault refiere en sus Memorias:

“En la mañana llevaba una bata de cama que tenía su atractivo; sus brazos,
generalmente desnudos que se guardaba muy bien de disimular; bordaba
mostrando los más lindos dedos del mundo; hablaba poco; fumaba con
gracia y su manera era modesta." .
90

Bordar y fumar, para Boussingault, como para muchas personas del


siglo XIX y del actual, no van de la mano, aunque Manuela fumara
con gracia y tuviera lindos dedos.

Del mismo modo, Gabriel García Márquez relata con humor la visita
de Manuela a Simón en Bogotá, donde no convivían bajo el mismo
techo:

"Fumaba una cachimba de marinero, se perfumaba con agua de verbena que


era una loción de militares, se vestía de hombre y andaba entre soldados,
pero su voz afónica seguía siendo buena para las penumbras del amor" .91

90 Boussingault, Jean Baptiste, Memorias, Historia de Manuelita Sáenz.


91 García Márquez, Gabriel, El General en su Laberinto, Bogotá, 1997, p. 16.
76

Una vez más, ¡cachimba de marinero! Esta doble visión de Manuela


se encuentra a lo largo de toda su vida, como cuando iba vestida de
militar luciendo bellos aretes de coral.

En conversación con Simón Rodríguez, Manuela le refiere:

“A su discipulo le gustaban mis manos, don Simón. Decía que eran las
más bellas del mundo. Exageraba, claro, mentía por amor...¿Pero a qué
mujer no le gusta que le mientan de ese modo? ¡Ah, Simón, Simón! A él
le encantaba verme fumar, hacer anillos de humo con mis manos”.

Y, finalmente, la reconocida escritora Elena Poniatowska nos dice:

“Desde niña fue fumadora y libre y dijo todo lo que pasaba por su hermosa
cabeza. Desde niña hace lo que se le da la gana. (…) Manuela Sáenz jamás
contó con que Bolívar se irritara con su actitud posesiva, y sobre todo, con
las largas bocanadas de puro que se atrevía a lanzar aquel rostro tosijoso.
Nunca nadie había fumado en su presencia. Manuelita sí, mientras discutía
con él contradiciéndole tácticas de guerra. Manuela es Manuela, nadie la
va a cambiar” .
92

Así era Manuela, con la mayor de las gracias podía fumar un puro o
una cachimba de marinero haciendo sus famosos anillos de humo.

"En el puesto ballenero de Paita todos conocen a la doña. Es la que hace


anillos de humo con sus dedos. Es la señora que vende velas, tabaco,
azúcar. Es la que mira el mar" .
93

Con esa indómita rebeldía fue insertándose en un mundo nuevo,


conociendo a sus gentes y sus costumbres. El cartel colgado en la puerta
de su casa era una importante carta de presentación, un atrevimiento
sin duda, pero muy efectivo para hacerse conocer, y así acercarse a
ese pueblo, tan diferente, al que llegaría también a querer.

92 Poniatowska, Elena, publicado por Miguel Godos Curay, p. 7.


93 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, El Utopista, Buenos Aires, 2002,
pp. 130-131.
77

Las cofradías y la Virgen de la Merced

¿Era Manuela Sáenz religiosa? Años atrás, en 1825, Bolívar lo duda,


pues le dice:

“Me gustó mucho lo que dices que has ido a rezar, porque en verdad
debemos tener fé en que estaremos juntos muy pronto” (…) ”Me encanta
que seas piadosa (aunque no lo eres tanto), amén de que te desvives por
los desposeídos” .
94

Y esta misma percepción la encontramos en 1843 en una carta que


Manuela escribe al General Juan José Flores. Ella le recomienda a
un sobrino y le pide que lo trate con cariño porque es un buen joven
“lástima que sea fraile” .
95

En Paita, Manuela, Jonatás y Natán construyen nuevas relaciones, se


insertan en diversas actividades y se vinculan con el acontecer del
lugar. Si en Lima estuvieron conectadas con las cofradías, espacios
religiosos donde también se hacía política, en Paita establecieron una
relación similar para no ser forasteras.

En esos tiempos, los rituales religiosos constituían una actividad


importante que convocaba a la mayoría de la población, especialmente
cuando se trataba de acercarse a la Virgen de La Merced, patrona de la
independencia y en cuya fiesta, entre oraciones, arengas y disfrutes, se
conmemoraban las luchas pasadas. Si bien esta Virgen se veneraba a
nivel nacional, en Paita y en Colán la devoción era notable. Allí acudían
en peregrinación de todos los valles de la sierra y de la Amazonía para
pedirle que lleguen las lluvias, que las cosechas sean buenas, que sus
amores florezcan, que sus males desaparezcan.

Al respecto, Susana Aldana y Alejandro Diez refieren un desgobierno


religioso en el norte que es modificado a mediados del siglo XIX
cuando se inicia la intervención de los sacerdotes en los rituales
religiosos. Señalan que:

94 Villalba F., S.J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 102.
95 Villalba F., S.J., Jorge, Manuela Sáenz. Epistolario. 1829-1853, Quito, 1986, p. 129.
78

“Se luchó desde los púlpitos contra una serie de costumbres y la religiosidad
popular de base indígena se sumó al desgobierno religioso y se convirtió
en un espacio de poder religioso semi-autónomo, que muchas veces se
oponía a la jerarquía eclesiástica”.

Añaden:

“La práctica parroquial convivía con manifestaciones multitudinarias


que integraban espacios alrededor de centros de peregrinación como
Paita (Virgen de la Merced, 24 de agosto), Ayabaca, (Señor Cautivo, 13 de
octubre) y Catacaos (Semana Santa). Percibidas como “ferias”, combinaban
lo religioso con lo comercial y se establecían círculos que sobrepasaban
los límites locales como Motupe (Santísima Cruz) y Loja (Virgen del
Cisne)” .96

Al parecer, Manuela fue devota de la Virgen de la Merced en Paita y


de la Señora del Cisne en Loja. Cuando murió, el General Antonio
de la Guerra encontró en su casa un San Vicente de madera, una
Santísima Virgen María con el niño, un Santo Cristo, una Virgen del
Cusco, un Platina en cobre con la Virgen de la Merced de Quito, y
un Cristo.

Su participación en las festividades y cofradías habría permitido


a Manuela un acercamiento al pueblo y a las mujeres, quienes la
acogieron y algunas de ellas hasta se convirtieron en sus comadres.

En la tertulia, con amigas de siempre

Manuela vivió muchos años en su última posada, una casa de madera


de un solo piso, frente a un esbozo de parque con una pequeña terraza,
donde ella encontró el lugar ideal para las tertulias con sus visitantes
y con sus comadres y amigas de Paita.

En sus diarios y cartas, Manuela las incorpora siempre, y cada una


de ellas parece cobrar vida. Pamela Murray refiere que Manuela
se relacionó con familias locales, como la de don José Lamas,
probablemente un comerciante o empresario local, y se “hizo íntima

96 Aldana Rivera, Susana y Diez Hurtado, Alejandro, Balsillas Piajenos y Algodón, Lima, 1994,
pp. 116-117.
79

amiga de la esposa de Lamas, Luisa Godos, de su cuñada Paula Godos


y de su hija mayor, Josefa (Chepita) Lamas y Godos” .
97

En la correspondencia desde Paita con el General Juan José Flores


hace referencia permanente a sus amigas la señora Chanita Torres,
doña Luisa, la señora Chepita Lamas, quien comenta sobre su
enfermedad, y las señoras Godoy. Al parecer, todas ellas tomaron
partido por las ideas del Presidente Flores. Acostumbraban a enviar
saludos e intercambiar regalos a través de Manuela, estaban a la caza
de información que pudiera ser útil a la causa del General Flores. En
febrero de 1844 llegaron noticias de que Moncayo estaba recibiendo
dinero y, según informaba Manuela, las señoras Godoy sospechaban
que era para comprar fusiles en Lima, detallaba incluso montos y
nombres de personas. Manuela aseguraba que las señoras Godoy
continuarían en su investigación.

Manuela también era amiga de Francisca Otoya, “quien guardaba


celosamente en su casa de Paita los restos del General José de La Mar
que trajo en sus propios veleros de Costa Rica y entregó a la patria
con dignidad y valor cuando acabó la oscura noche de la conspiración
militar” ; de igual manera, era amiga de Luisa Seminario del Castillo,
98

la madre de Miguel Grau; de Tadea Castillo, comadre de Manuela,


ama de Miguel Grau cuando niño y madre también de Paulita
Orejuela Castillo, La Morito, ahijada de Manuela y su ayudante en los
quehaceres de la casa, así como en trabajos manuales para la venta.
Juan José Vega relata que La Morito, ya anciana, conoce al joven
Luis Alberto Sánchez alrededor de 1924, quien le hace una entrevista
que luego aparece en Sobre las Huellas del Libertador . Allí refiere
99

Sánchez que La Morito decía querer mucho a Manuela y la describe


como una “señora alta, robusta, de cara redonda ”.
100

97 Murray, Pamela, Por Bolívar y la Gloria. La asombrosa vida de Manuela Sáenz, Bogotá,
2010, p. 182.
98 Godos Curay, José Miguel, Prólogo a la obra de teatro de Manuel Dammert, Sobre Manuela
de Payta. Drama en cinco estaciones, mimeo, p. 37.
99 Godos Curay, José Miguel, Prólogo a la obra de teatro de Manuel Dammert, Sobre Manuela
de Payta. p. 37.
100 Vega, Juan José, Manuelita Sáenz en Paita 1835-1856, mimeo, 1967, p. 9.
80

Y sobre Jonatás y Natán, así, sin apellido, Boussingault decía:

“Se contaban escenas increíbles que sucedían donde Manuelita y en las


cuales la mulata soldado, tenía el papel principal. Esta mulata, el álter ego
de su ama, era un ser singular, una comedianta, una imitadora de primera
magnitud, que hubiera tenido gran éxito en el teatro. Tenía una facultad
de imitación increíble: su rostro era impasible; como actriz o como actor,
exponía las cosas más divertidas, con una seriedad imperturbable. La oí
imitar a un monje predicando la Pasión; ¡nada más risible! Durante cerca
de una hora nos tuvo bajo el encanto de su elocuencia, de su gesto y de las
perfectas entonaciones de su voz” . 101

Jonatás, la amiga querida de Manuela, era apenas tres o cuatro años


mayor que ella. Era inteligente, perspicaz, aguda, conversadora, le
gustaba discutir y no daba tregua en un debate. Jonatás era fuerte
y jamás le corría a una pelea, a un enfrentamiento. Sin embargo,
también dicen que Jonatás podía ser sumamente discreta, si así se lo
requerían, pero en otros momentos, en que los espacios eran abiertos
y libres, hacía escuchar su risa ronca y sonora. Imposible pensar en
Manuela sin Jonatás, un ser esencial en su vida.

Aprendiendo inglés en la vida cotidiana

Manuela nunca fue a una institución especializada para estudiar el


idioma inglés. Lo aprendió en su vida cotidiana en Lima, cuando
estaba casada con James Thorne y tenía relación con los amigos de él,
comerciantes y extranjeros, con quienes obviamente la conversación
se llevaba a cabo, mayormente, en inglés.

Es posible, en ese entonces, que Manuela no imaginase ni soñase


cuán útil le sería el inglés en el futuro. Lo cierto es que, exiliada en
Paita, encontró trabajo haciendo traducciones, tarea muy requerida
en un puerto con importante movimiento comercial.

En esta actividad de traductora conoció e hizo amistad con Alejandro


Rudens, Cónsul de Estados Unidos para Paita que llegó el 1º de julio
de 1839 con el fin de atender conflictos suscitados con los balleneros
101 Jean Baptiste Boussingault, Memorias
81

que venían de New Bedford. Estos habían provado diversos pro-


blemas sociales como deserciones, riñas, borracheras y, como dice
Víctor von Hagen, también hubo “protestas de los propietarios ante
el Gobierno de Washington por el exorbitante costo de avituallar a
los barcos en Paita” .
102

Alejandro Rudens tuvo mucha influencia en la zona pues adquirió


conocimientos sobre barcos y grasa de ballena, aporte esencial para
el trato con los comerciantes de ballenas que llegaban al puerto de
Paita. Esto explica la relación que establece con Manuela, con quien
podía conversar en inglés y quien “le ayudaba en las gestiones con
las autoridades locales y le hacía traducciones cuando el español
resultaba demasiado engorroso” . 103

Gregory Kauffman recoge una carta que el Cónsul Rudens escribe el


13 de mayo de 1857 a Herman Melville, en ella le recuerda un incidente
que tuvo lugar en el barco Acushnet, un ballenero de 558 toneladas
procedente de New Bedford, 17 años atrás. En esa oportunidad, el
Cónsul Rudens solicitó los servicios de Manuela Sáenz para hacer las
traducciones del inglés al castellano .
104

von Hagen, en relación con este conflicto, refiere:

“Fueron tres días muy agitados; hubo peleas en las calles con intervención
de los serenos. El segundo oficial desertó y el capitán reclamó exasperado
protección legal para las pertenencias del barco. Manuela Sáenz, con su
experiencia de cárceles y encarcelamientos, fue invitada a ayudar en la
redacción de los documentos legales por parte de las autoridades locales. A
la temblorosa luz de una vela; con los alados termes describiendo erráticos
círculos en torno a la llama, Manuela fue vertiendo al español el salobre
inglés de los marineros del Acushnet.

Uno de los últimos en prestar testimonio fue un joven callado y de ojos


grises. Tenía veintidós años, y su nombre, cuando fue consignado en el
102 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 316.
103 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 316.
104 Kauffman, Gregory, Manuela, The Unsung South American Heroine who changed History,
Washington, 2000, p. 3-5.
82

documento, no dijo a Manuela más de lo que dijo a los compañeros: Herman


Melville. Pero después, mucho después, cuando la fama lo cortejó y luego
lo abandonó, se acordó de Manuela. “Humanidad, recio ser, te admiro, no
en el vencedor coronado de laureles, sino en el vencido”. Y pensó en el gris
opaco de Paita y en Manuela montada en los cuartos traseros de un burro:
“…entraba en Payta-town montada en un borriquillo gris, con la mirada
fija en las paletillas, en el juego de la cruz heráldica de la bestia…” .
105

105 von Hagen, Víctor, La Amante Inmortal, Caracas, p. 317.


Visitas que dejaron huella

En Paita la vida transcurría apaciblemente, sin grandes aconte-


cimientos, y por ello la llegada de los barcos despertaba el interés
de toda la población, especialmente de Manuela, que esperaba con
ansiedad las noticias.

Después de ocho años de vivir en Paita, Manuela se preguntaba


cómo una mujer podía estar al día en cosas de la cultura cuando el
mundo no se percataba de dónde quedaba Paita. Diseñó, entonces,
una estrategia para estar informada: «Barco que llegue, asalto de
información. Ciudadano que caiga a éste; sacarle las noticias»106.

Personas que llegaban con el fin de realizar algunas gestiones en Paita


aprovechaban también la oportunidad para conocer a Manuela. Había
otras que llegaban con el claro objetivo de visitarla y conversar con
ella sobre el pasado histórico o, específicamente, sobre su relación
con Simón Bolívar, conocedoras de la valiosa documentación que
Manuela conservaba sobre la guerra y sus actores, documentación
que para ella era su mayor tesoro y que muy excepcionalmente estaba
dispuesta a compartir. En agosto de 1843, en su Diario de Quito,
escribe:

«Simón quiso que yo las tuviera, y son mías, muy mías y se irán conmigo
a la tumba. Así lo he dicho muchas veces a tales señores que vienen de
visita, aquí a husmear lo que sé. La historia no se la cuenta ¡se la hace!
Que se vayan al diablo cuando vuelvan»107.

106 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995,
p.33.
107 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995,
p.37.
85

Después de la muerte de Simón Bolívar, para Manuela no existía


institución confiable. Conservó documentación que en realidad
correspondía a las naciones en creación. Sin embargo, y a pesar de todo
lo que ella pudiera decir sobre las visitas, estaba permanentemente
atenta a la llegada de los barcos y encargaba a Jonatás que estuviera
al tanto para saber quién llegaba y si tendría alguna visita, «No sea
que me cojan de sorpresa», decía.
108

Ciertamente, las visitas traían información sobre el acontecer político


en América, y muchas veces los barcos llegaban con noticias de
primera mano. Así, llegaron personas que habían vivido de cerca
la independencia de América, que estaban al tanto de los aconte-
cimientos ocurridos luego de la muerte de Bolívar o que tenían interés
en conocer de primera mano episodios de la vida del Libertador.

Giuseppe Garibaldi nació en Niza en 1807 y abandonó su tierra a los


quince años, convirtiéndose en patriota italiano al lado de Giuseppe
Mazzini. Ante el fracaso de estas luchas patriotas, Garibaldi dejó
Italia y llegó a América del Sur donde vivió doce años, uniéndose a la
causa republicana americana. Luchó en Brasil, Argentina y Uruguay.
Regresó a Italia en dos oportunidades para luchar por su unificación,
como voluntario, apoyando los gobiernos insurreccionales. Murió
en 1882.

En su Diario de Paita, Manuela relata:

«Hoy a julio 25 de 1840 vino en visitarme el señor José Garibaldi, muy


puesto el señor este, aunque un poco enfermo. Lo atendí en mi modesta;
cosa que no reparó. Estuvimos conversando sobre su vida y sus oficios y
recordando sus aventuras, del mundo conocidas. Y se reía el muy señor
cuando le pregunté por la escritora Elphis Melena, la alemana; sobre su
fama de “Condotierro” y de sus dos esposas.

Me dijo que yo era persona favorecida de él en su amistad, y que lo era


también la memoria del genio libertador de América, General Simón
Bolívar.
108 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p.
31.
86

De nariz recta este señor, patillas salvajes y colgándole con el pelo hasta
el cuello, y bigote grueso (como de cosaco), de bonete de paño negro
bordado en flores y cejas espesas al cubrir casi los ojos.

Jonathás y yo no tuvimos reparo en desvestir a este señor y aplicarle


ungüentos en la espalda, para sacarle un dolor muy fuerte que lo aquejaba
por el hombro. Muy agradecido se despidió de mi, y muy conmovido como
de no vernos más.

Siento tristeza de la ausencia de este señor. Jonathás está de mal humor


porque no levantó mi ánimo. Me ha dejado de su puño y letra, un verso
de la Divina Comedia del Dante109, y muy apropiado y bonito, que pego
aquí para no perderlo.

Mia carissima Manuela:

“Donna pietosa e di novella etate,


adorna assai di gentilezze umane,
chéra lá ‘v’ io chiamavaspesso Morte
veggendo li occhi miel pien dipietate,
e ascoltando le parole vane,
si mosse con paura a pianger forte.
E altre donne, che si fuoro accorte
Di me per quella che meco piangia,
Fecer lei partir via,
Cual dicca: Non dormire»110.

Ricardo Palma (1833-1919) llega a Paita en 1856, tenía 23 años y era


contador a bordo de la corbeta de guerra «Loa». Según relata Palma,
cuando se detenían en Paita prefería quedarse a bordo, leyendo o
conversando, hasta que un amigo lo introduce a Manuela diciendo
que ambos tendrían el gusto de hablar de versos. Al llegar a la casa
de Manuela y conocerla, Palma la describe así:

109 Estos versos no corresponden a la Divina Comedia sino a otra obra de Dante: La Vida
Nueva.
110 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, pp.
29-30.
87

«Avanzamos media cuadra de camino y mi cicerone se detuvo a la puerta


de una casita de humilde apariencia. Los muebles de la sala no desdecían
en pobreza. Un ancho sillón de cuero con rodaje y manizuela, y vecino a
éste un escaño de roble con cojines forrados en lienzo; gran mesa cuadrada
en el centro; una docena de silletas de estera, de las que algunas pedían
inmediato reemplazo; en un extremo, tosco armario con platos y útiles de
comedor, y en el opuesto una cómoda hamaca de Guayaquil.

En el sillón de ruedas, y con la majestad de una reina sobre su trono,


estaba una anciana que me pareció representar sesenta años a lo sumo.
Vestía pobremente, pero con aseo, y bien se adivinaba que ese cuerpo
había usado en mejores tiempos gro, raso y terciopelo.

Era una señora abundante de carnes, ojos negros y animadísimos, en los


que parecía reconcentrado el resto de fuego vital que aun le quedara, cara
redonda y mano aristocrática» .
111

Este primer encuentro de Palma con Manuela fue suficiente para


transformar la idea inicial que se había formado sobre ella cuando
la comparó con Rosa Campusano y dijo que Manuela era «una
equivocación de la naturaleza», que no sabía llorar sino encolerizarse
como los hombres de carácter duro, y concluía que la Campusano fue
la mujer-mujer y la Sáenz fue la mujer-hombre . 112

En esta oportunidad, Palma dijo:

«Nuestra conversación en esa tarde fue estrictamente ceremoniosa. En


el acento de la señora había algo de la mujer superior acostumbrada al
mando y a hacer imperar su voluntad. Era un perfecto tipo de la mujer
altiva. Su palabra era fácil, correcta y nada presuntuosa, dominando en
ella la ironía.

Desde aquella tarde encontré en Paita un atractivo, y nunca fuí a tierra


sin pasar una horita de sabrosa plática con doña Manuela Sáenz» .
113

111 Palma, Ricardo, Doña Manuela Sáenz (La Libertadora) (1856) en Tradiciones Peruanas
Completas, Madrid, 1952, p. 1105.
112 Palma, Ricardo, La “Protectora” y la “Libertadora” (1821-1824) en Tradiciones Peruanas
Completas, Madrid, 1952, pp. 940-941.
113 Palma, Ricardo, Doña Manuela Sáenz (La Libertadora) (1856) en Tradiciones Peruanas
Completas, Madrid, 1952, p. 1106.
88

Simón Rodríguez Carreño, tutor de Simón Bolívar, nació en


Venezuela en 1771 y era un soñador, educador y amante de la vida;
le llamaban el «loco» o el «maestro». Fue a morir muy cerca de Paita
y está enterrado en Amotape, donde se encuentra la Casa Escuela de
Simón Rodríguez.

Él siempre decía que no quería parecerse al árbol que echa raíces, sino
al agua y al viento. En 1829, se retiró de la docencia y en Azángaro
estableció una fábrica de velas, pero a pedido de la población volvió a
encargarse de la Educación. A la muerte de Simón Bolívar, se trasladó
a Lima y luego a Huacho. En 1833 continuó trabajando en educación
en Concepción, Chile, con Andrés Bello y, después de unos años en
ese país, se trasladó a Ecuador, luego al sur de Colombia, y finalmente
regresó a Perú. Murió en San Nicolás de Amotape en 1854, a los 83
años.

Era, sin duda, alguien con quien Manuela podía gozar de su


conversación, reír y discutir. Simón Rodríguez la consideraba su
amiga, «la igual de Bolívar, su réplica en mujer y no solo su amante»,
y se declaraba su confidente. Es posible que Manuela le contara cómo
conoció a Bolívar, entrando en la ciudad montado en su Palomo
Blanco, «lo vi como un emperador, como a un dios». Muy joven ella
y sin saber nada de política se fue con Bolívar esa misma noche: «Fue
el hombre que quise y eso es todo. Con él aprendí a amar lo que él
amaba: la libertad de estos pueblos».

Cada visita de Simón Rodríguez era motivo para enfrascarse en una


conversación casi siempre sobre Bolívar. Tenían, sin duda, mucho
que contarse sobre los diferentes momentos que compartieron en el
pasado. Allí, en Paita, Manuela podía confiar en él sus problemas sobre
la venta de la Hacienda Catahuango que no encontraba solución, y
hasta sobre una pensión de la Orden del Sol que el Gobierno le había
negado.

En febrero de 1843, en una de las tantas visitas que hiciera Simón


Rodríguez a Manuela, ella lo describe de esta manera:
89

«Muy entrado en años como por los 83, alto pero encorvado, su pelo
blanco como de nieve y con bastón. No demoró mucho porque disque
pendiente de un negocio. Me preguntó cosas que solo él sabía, me enfadé
mucho. Pero luego estuve tranquila y serena, comprendí que este señor
quería revivir esas épocas. Solo pudimos contener el ansia de amistad que
nos unió con el único hombre que verdaderamente valía.

Dijo que fabrica velas y que sigue dictando lecciones, pobre. Si se le ve


franciscano. Tomó chocolate y se marchó. Volverá, lo sé» .
114

Se trataba de una larga y sostenida amistad que no podía interrumpirse


y cuando él llegaba a Paita y la visitaba, hablaban en voz muy baja,
en confidencia, y compartían pan, queso y vino. La última vez que
Simón Rodríguez la visitó, ambos presagiaban que no habría nuevas
conversaciones. Manuela le dijo:

«¿Ya se va, don Simón?

Sí, Manuela. Dos soledades no se hacen compañía.

115
Ella lo ve partir y presiente que su amigo no volverá».

Simón Rodríguez murió dos años antes que Manuela.

Herman Melville (1819-1891) nació en Nueva York y muy joven,


el 3 de enero de 1841, se embarcó desde Fairhaven, Massachussets,
en el ballenero Acushnet, hacia las costas del Pacífico, en las que
las que navegó durante tres años y medio en el negocio de caza de
ballenas. Retornó en dos oportunidades, y en 1851 publicó Moby Dick,
novela que opacó cuatro narraciones (Benito Cereno, Las encantadas,
Bartleby, el escribiente y Billy Budd, Marino) que, con el tiempo, han
logrado extraordinario reconocimiento.

A lo largo de estas cuatro narraciones se encuentran referencias


a las costas del Pacífico, en particular a las islas Galápagos, y en

114 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p.
34.
115 Orgambide, Pedro, El maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, el Utopista, Buenos Aires,
2002, p. 191.
90

el octavo capítulo de Las encantadas –La Isla Norfolk y la Viuda


Chola- claramente a Paita. Hunilla, su personaje principal, bien
podría representar a Manuela Sáenz, contemporánea de Melville.
Las encantadas se publica en 1854, dos años antes de la muerte de
Manuela.

«Finalmente, en una isla, avistaron


una mujer decente sentada en la playa,
quien con gran pena y triste agonía
parecía deplorar algún gran infortunio,
y a voz en cuello les pedía socorro» .
116

Hunilla, la mujer decente a la que alude Melville, procedía de Paita.


La historia se refiere a cómo Hunilla, su joven esposo y su hermano
fueron dejados en la isla por un barco francés para capturar tortugas
y extraer su aceite y de esa manera poder pagar el pasaje de retorno.
El francés no regresó nunca y el esposo y el hermano naufragaron
buscando las tortugas, quedando Hunilla sola en la isla, perdida en el
tiempo, acompañada sólo por «unos diez perrillos de cabello suave
y crespo, de la hermosa raza peculiar del Perú. Desde su viudez,
algunos de esos perros habían nacido en la isla, descendientes de dos
traídos de Paita», perros que Hunilla se vio precisada a dejar en la
isla, con el dolor a cuestas, para regresar a Paita.

«Cuando vimos por última vez a la solitaria Hunilla, pasaba por la ciudad de
Payta, montada en un burrito de pelaje gris. Delante de ella, en los hombros
del animal, miraba el acompasado movimiento de la cruz heráldica de la
bestia» .
117

Presumiblemente, en ese lejano tránsito de Melville por las costas


peruanas, Manuela fue la inspiradora de su Viuda Chola.

116 Melville, Herman, Benito Cereno, Bartleby El Escribiente, Las Encantadas, Billy Budd,
Marino, México, 1968, p. 244.
117 Melville, Herman, Benito Cereno, Bartleby el Escribiente, Las Encantadas, Billy Budd,
Marino, México, 1968, p. 260.
91

Pablo Neruda (1904-1973) nació en Chile y en 1961 escribió Cantos


ceremoniales, uno de cuyos poemas está dedicado a Manuela Sáenz
bajo el título de «La Insepulta de Paita. Elegía dedicada a la memoria
de Manuela Sáenz, amante de Simón Bolívar». No se ha encontrado
un registro específico de la visita de Neruda al puerto de Paita, pero
no es necesario. El poema nos permite imaginar esas calles por
donde transitaba Manuela y por donde el mismo Neruda caminó
preguntando por ella.

Detuve al niño, al hombre,


al anciano,
y no sabían dónde
falleció Manuelita,
ni cuál era su casa,
ni dónde estaba ahora
el polvo de sus huesos.

Neruda habla también de las balaustradas viejas, los balcones


celestes, los mangos, las piñas y las chirimoyas; de una vieja ciudad
de enredaderas y del polvo de Paita con escaleras rotas y alcatraces
tristes y fatigados, sentados en la madera muerta y, al mismo tiempo,
de los fardos de algodón y los cajones de Piura. Casi con nostalgia,
como si allí hubiera vivido, Neruda nos hace ver las casas vacías, con
paredones rotos y una buganvilia que echa en la luz el chorro de su
sangre morada, y lo demás es tierra, el abandono seco del desierto.

Y le dice a Manuela:

Tú fuiste la libertad,
libertadora enamorada.

Entregaste dones y dudas,


idolatrada irrespetuosa.

Se asustaba el búho en la sombra


cuando pasó tu cabellera.
92

Y quedaron las tejas claras,


se iluminaron los paraguas.

Las casas cambiaron de ropa.


El invierno fue transparente.

Es Manuelita que cruzó


las calles cansadas de Lima,
la noche de Bogotá,
la oscuridad de Guayaquil,
el traje negro de Caracas.

Y desde entonces es de día.


La palabra escrita de Manuela Sáenz
en su lucha por la libertad

A lo largo de su vida, Manuela Sáenz fue dejando una huella de su


caminar por el mundo. Sus diarios y cartas constituyen, sin duda, ese
rastro. Escribía con ironía y brotes de ternura, que iban de la mano
con la irreverencia ante el poder, características que la acompañaron
hasta el final de sus días.

“Hay noticias de que es probable que se entable batalla con el enemigo,


ya sea en las afueras o dentro de Quito; los realistas están en vigilia por
toda la población y no dejan de meter sus narices en todo y reuniones;
poniendo fin al encanto de hacerles estallar la pólvora en las patas” (Diario
de Manuela Sáenz, 22 de mayo de 1822)”118.

A Manuela es posible conocerla a través de su escritura, muchas veces


juguetona. Le gustaba jugar en todo momento. Así, llegó a Quito
montada a caballo y acompañada de Jonatás y Natán, en vísperas de
la batalla final en Pichincha. Llevaba prendida al pecho la conde-
coración que le había impuesto San Martín como Caballeresa del
Sol. Era una suerte de afirmación en un momento crucial en la lucha
por la independencia y ella se jugaba entera con la idea de la libertad,
ya no sólo de su pueblo, sino con la picaresca idea de poner pies en
polvorosa a los realistas.

Las estructuras formales a través de las cuales transitó dejaban pasar


a una Manuela ansiosa de construir un mundo en el que la libertad
tuviera un lugar de privilegio para amar, leer, escribir y vivir cada
quien a su manera.

Desde muy temprano, Manuela nos hace conocer a través de sus textos
los caminos y espacios que recorría dándoles vida. Tal vez, la mejor
118 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p.
9.
95

expresión de este gozo por el espacio sea una carta que le escribe a
Simón en julio de 1822, desde “El Garzal”, un fundo cerca de Quito,
donde se cobijaron luego de su primer encuentro.

“La casa grande invita al reposo, la meditación y la lectura. El comedor,


que se inunda de luz a través de los ventanales, acoge a todos con alegría;
y los dormitorios reverentes al descanso, como que ruegan por saturarse
de amor” .
119

Los lugares donde Manuela vivió un tiempo corto o largo en su trajinar


por nuestra América han quedado inscritos, tallados, no en la arena
sino en sus diarios, en sus cartas, y también en los relatos de otras
personas. Asomémonos fugazmente a algunos de esos espacios.

La Hacienda Catahuango en Quito, en medio de árboles y riachuelos,


fue el lugar propicio para aprender a montar a caballo con absoluta
libertad, bajo el sol, la luna y las estrellas y con sus amigas de la
infancia, Jonatás y Natán. A lo largo de su vida, y en particular en Paita
cuando ya se encontraba en el exilio, Manuela se refería a la Hacienda
Catahuango como la propiedad que le había sido expropiada y que
ella reclamaba para sí.

Los Conventos de Quito, con su exterior amurallado y sus puertas


celosamente cerradas con candado, escondían una fragante huerta con
rincones propicios para la lectura y el intercambio de secretos sobre
los aconteceres de la calle. En el Museo Manuela Sáenz en Quito, se
ha rescatado la presencia y huella de ella en esos silenciosos recintos.

La Magdalena y su cocina, entre árboles y flores, junto a un bello pozo


de agua, competían en aroma con la comida de la casa de Manuela,
que invitaba a la mesa para saborear algún potaje recién preparado
con esmero y para una sabrosa conversación. Esta casa está abierta al
público y si bien ha habido reformas, los aires del jardín se mezclan
con las risas de Manuela, Jonatás y Natán.

119 Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz. Sus diarios perdidos y otros papeles, Quito, 1995, p.
68.
96

La Quinta en Bogotá fue un hogar prestado que Manuela hizo suyo


para llenarlo de calor y alegría, como su casa en Paita, en sus años
finales, donde podemos verla al lado de su brasero. En cada uno de
estos lugares Manuela fue siempre ella, fiel a sus sueños de libertad,
aquellos que inspiraron sus textos y que, a fin de cuentas, fueron una
manera de hablar consigo misma y con el mundo. Leer y escribir fue
siempre su refugio por excelencia.

Durante mucho tiempo la vida de Manuela Sáenz en Paita no se


conocía, solo quedaban algunas piezas sueltas de los sucesos de esos
años. El trabajo realizado por Jorge Villalba F., S. J. por encargo del
Banco Central del Ecuador en 1986 ha permitido recoger y difundir
información a partir de las cartas que intercambiaron Manuela Sáenz
y el General Juan José Flores, Presidente del Ecuador.

Sobre las cartas, Jorge Villalba nos dice:

“Estas cartas valen por sí mismas; porque son joyas del estilo epistolar. Al
leerlas, Manuela cobra vida; es como si nos trasladáramos a una tertulia
suya de Paita. La oímos conversar, percibimos las inflexiones de su voz que
alternan de lo pausado y solemne, de lo triste o violento, a lo ingenioso y
pintoresco” .
120

Y así es. En todo momento, en las cartas, Manuela se deja ver como
ella es. Si bien desde muy temprana edad se manifestaba claramente
por la libertad de amar y de ser, en esos otros momentos, en el exilio y
sin recursos económicos reconoce la transcendencia que puede tener
la palabra escrita y manifiesta la imperiosa necesidad de expresarse
para dialogar con un público más grande, a través de la prensa. Si
bien ya lo había hecho en Bolivia, en Paita no le era suficiente escribir,
traducir o corregir, necesitaba imperiosamente la propiedad de un
medio de prensa en el cual ella pudiera expresar libremente sus
opiniones. Esto no era para ella simplemente una utopía o un sueño.
Era una alternativa posible si tenían éxito las gestiones que realizaba
para recuperar la herencia correspondiente a la venta de la Hacienda
Catahuango.

120 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 14.
97

A mediados del siglo XIX, Manuela no solo se afana en conseguir


los impresos de la oposición para quemarlos, no solo intercepta las
comunicaciones de los conjurados, dice:

“Quisiera arrebatarles la imprenta; quisiera – llega a decir – ser hombre,


para batallar con los conspiradores de hombre a hombre” . 121

La rabia e impotencia se traslada a la palabra escrita, pero como no


puede contravenir ese juego por la vida, osada siempre, se permite
exhibirse en la intimidad, en ese mundo cotidiano, y con esas
expresivas palabras que la retratan tal cual ella era.

No descansaba, permanentemente estaba enviando cartas o


encomiendas y recibiendo otras, siempre por barco. En mayo de 1844,
doce años antes de su muerte, escribía:

“Hoy estoy muy de prisa por unas encomiendas que tengo que mandar a
Lima, y sale el buque” .
122

Del mismo modo se lamentaba de no ser escritora porque así podría


responderles “con armas iguales”.

Podemos imaginar lo que hubiera podido ser si las aspiraciones de


Manuela Sáenz se realizaban. Desde su exilio, se hubiera unido a
otras mujeres que, como ella, aspiraban al derecho de tener voz en el
quehacer político del continente y al derecho a la palabra.

Aún sin recibir respuesta, Manuela sigue escribiendo una y mil veces
a Juan José Flores sobre el asunto de su herencia, siempre con la mente
puesta en el destino que tendría ese dinero para sus fines periodísticos
y políticos.

Ciertamente, Manuela, la migrante eterna, la forastera de América,


siempre con su casa a cuestas y en permanente cambio, empieza a
sentir que Catahuango puede ser una realidad, puede ser el retorno

121 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 79.
122 Villalba, F., S. J., Jorge, Manuela. Epistolario 1829-1853, Quito, 1986, p. 159.
98

a un hogar que escasamente conoció, volver a un lugar donde no se


sintiera nunca más al margen, ni mirara al mundo desde la esquina.

En Paita, las múltiples identidades de Manuela, perfiladas a lo largo


de su vida, se agigantan allí, y es ella, Manuela Sáenz como sujeta
social la que se presenta en toda su dimensión, alejada ya de la figura
de Simón Bolívar, lejos también de los marcos de la guerra.
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Victoria Villanueva Chávez

Feminista y activista peruana, co-


fundadora del Movimiento Manuela
Ramos. Comprometida con el mo-
vimiento sindical y político partidario
entre los años sesentas y ochentas. A partir
de 1978 contribuyó a la construcción
del movimiento feminista peruano
trabajando con organizaciones sociales
de mujeres en Lima y otras regiones del
país, orientada principalmente a la revaloración de capacidades
y participación politica de las mujeres a nivel local, así como la
promoción de propuestas políticas de gobierno.

Sus intereses se orientan desde entonces a trabajar la comprensión


de la cultura cotidiana y la realidad política desde una perspectiva
feminista, todo esto muy ligada a las organizaciones locales de mujeres.
En esta linea desarrolla un proyecto editorial de acompañamiento
a la sabiduría alimentaria de grupos locales de mujeres en varias
regiones del país, dándole visibilidad y reconocimiento. Así mismo,
desarrolla actualmente una línea de investigación histórica acerca
de personajes femeninos del siglo XIX latinoamericano, las cuales
participaron activamente de manera intelectual, cotidiana e incluso
militarmente en el proceso de emancipación de América.
La palabra escrita
de Manuela Sáenz
Primera edición electrónica, julio 2016
Victoria Villanueva Chávez

editado por
Movimiento Manuela Ramos
y Elefante Azul Ediciones

cuidado editorial
Juan Pablo Murrugarra

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