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LA MUJER EN EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERU

¿Cómo fue la participación de la mujer en el proceso de la


independencia del Perú?
Durante el proceso de independencia, participaron
mujeres de diversa procedencia social, económica, étnica
y regional, y de diferentes generaciones y posturas
políticas. Fueron mujeres indígenas, mestizas y de
castas, criollas y peninsulares, así como esclavas,
libertas, plebeyas y aristócratas.
-[2] Las relaciones entre hombres y mujeres han
cambiado a lo largo de la historia, ya que se trata
de una construcción sociocultural variable y no
de un inmutable imperio de la biología. En el Perú,
en las últimas décadas se ha desarrollado la
investigación en este campo, lo cual ha ampliado
nuestra comprensión no solo de las mujeres y
hombres del pasado, sino también del presente.[3]
. Dicha perspectiva debe abarcar tanto las luchas
protagonizadas por las propias mujeres para
lograr sus derechos -que no fueron dádivas del
gobernante de turno o producto de un inexorable
destino- como la falta de igualdad de género y las
formas de dominación a las que se vieron
enfrentadas y ante las cuales debieron desplegar
diversas estrategias de resistencia, negociación o
adaptación.
Para desarrollar este argumento, en un tema de
estudio tan amplio y complejo, en este breve
artículo, pasaremos revista a algunos hitos
representativos de la participación femenina en el
Perú de los siglos XIX a XXI y, al mismo tiempo,
haremos mención a una serie de mujeres que,
durante este periodo, hicieron un relevante aporte
para la construcción del país tanto a nivel
individual como colectivo.[5]

Hubo un sinnúmero de mujeres anónimas que


transgredieron -en menor o mayor medida- los
límites impuestos a su rol de mujeres en la
sociedad colonial y que lucharon de diferentes
maneras por la libertad o, simplemente, por
sobrevivir y proteger a sus familias».
Las mujeres del proceso de independencia a la
República
En las últimas décadas del siglo XVIII, se produjo
una nueva visión de género auspiciada por la
Ilustración y, posteriormente, por el liberalismo
del siglo XIX.[6] En ella, las mujeres estaban
orientadas al esposo y a los hijos, debían cumplir
a cabalidad su papel natural que era la
maternidad y desplegarlo en el ámbito doméstico,
mientras que para los hombres estaba reservado
el espacio público, donde la política, la guerra y la
economía eran sus ámbitos de acción por ser
seres racionales. El peso de la Iglesia y la religión
católica, las relaciones sociales coloniales, los
valores de antiguo régimen y la esclavitud
estaban latentes y lo siguieron después de la
independencia.[7] Al mismo tiempo, este proceso
histórico abrió un importante espacio de
reconfiguración de los roles de género y confirió a
las mujeres un amplio margen de acción; sin
embargo, ellas terminaron en un papel secundario
o subordinado después de concluida la guerra.
Durante el proceso de independencia,
participaron mujeres de diversa procedencia
social, económica, étnica y regional, y de
diferentes generaciones y posturas políticas.
[8]
Fueron mujeres indígenas, mestizas y de
castas, criollas y peninsulares, así como
esclavas, libertas, plebeyas y aristócratas. La
participación femenina en la independencia fue
amplia, variada y adoptó diferentes facetas. Entre
las revolucionarias destaca la figura de Micaela
Bastidas en Cusco en 1780, junto con muchas
otras mujeres indígenas y mestizas que
participaron en el levantamiento como Tomasa
Tito Condemayta, Gregoria Apaza, Cecilia Túpac
Amaru, Bartolina Sisa, etc. Entre las que se
inmolaron por la patria, tenemos el emblemático
caso de María Parado de Bellido en Ayacucho en
1822, y hubo las que participaron directamente en
las acciones militares como las
hermanas María e Higinia Toledo y su
madre Cleofé Ramos en el valle del Mantaro en
1821 o, por esa misma época, Matiaza
Rimachi en Chachapoyas y María Valdizán en
Cerro de Pasco. Como conspiradoras y espías hay
una larga lista en la que destaca Brígida Silva de
Ochoa en Lima y quienes enviaron informaciones
al general San Martín para preparar la Expedición
Libertadora. También estaban aquellas
como Micaela Muñoz y Ostolaza que, junto
con Josefa Lacomba, confeccionaron la primera
bandera que se izó en la ciudad de Trujillo, que
proclamó su independencia en diciembre de 1820.
También estuvieron las damas tanto de la
aristocracia como de la plebe, que hacían
contribuciones económicas a la causa patriota,
organizaban reuniones para discutir de política o
manejaban la economía familiar en ausencia de
sus maridos. Estas mismas acciones individuales
o colectivas serán realizadas por las mujeres en
otros contextos bélicos, en particular durante la
Guerra del Pacífico de 1879.[9]

Existieron mujeres movilizadas para la guerra, a las que se


denominó rabonas, entre ellas Antonia Moreno de Cáceres (Ica,
1848), quien se trasladó con sus tres hijas para acompañar a su
esposo Andrés Avelino Cáceres en la resistencia de la campaña de la
Breña.
Adicionalmente, tenemos casos de mujeres
consideradas más transgresoras por su
intervención en la guerra y la política, que serán
criticadas, perseguidas y, finalmente, exiliadas.
La guayaquileña Rosa Campusano, compañera
de José de San Martín, la quiteña Manuela
Sáenz, compañera de Simón Bolívar, o la
cusqueña Francisca Zubiaga, llamada La
Mariscala, esposa de Agustín Gamarra, presidente
del Perú en dos ocasiones. De acuerdo a cada
caso, estas mujeres fungían de conspiradoras y
propagandistas, organizaban la alimentación y el
aprovisionamiento de la tropa, recibían
información e impartían órdenes, participaban en
acciones militares y en reuniones políticas
acompañando a sus parejas.
También estaban las mujeres movilizadas para la
guerra, a las que se denominó rabonas. En su
mayoría fueron mujeres indígenas, pero también
hubo esclavas y de sectores populares, que
acompañaban a la tropa para proporcionarles
alimentos, ropa limpia, cuidados y enfermería. Se
trató de una masa anónima de mujeres que
constituyó el apoyo logístico no solo de las
campañas militares de la independencia, sino que
este se prolongó durante las guerras civiles del
siglo XIX hasta llegar a la Guerra del Pacífico. En
dicho contexto bélico, surgió la figura de Antonia
Moreno de Cáceres (Ica, 1848), modelo de gran
rabona, quien no solo cumplió con las funciones
antes descritas, sino que también, como muchas
de estas mujeres, se trasladó con sus tres hijas
para acompañar a su esposo Andrés Avelino
Cáceres en la resistencia de la campaña de la
Breña. Una de sus hijas, Zoila Aurora, se
convertirá en una destacada feminista.
Hubo un sinnúmero de mujeres anónimas que
transgredieron -en menor o mayor medida- los
límites impuestos a su rol de mujeres en la
sociedad colonial y que lucharon de diferentes
maneras por la libertad o, simplemente, por
sobrevivir y proteger a sus familias. Pero también,
en un contexto de guerra donde se exacerban las
diferencias de género, muchas mujeres fueron
objeto de la violencia sexual de las tropas
movilizadas por uno y otro bando, tema que
merece investigarse.
No obstante, en estos tiempos, no todo fue
guerra, sino que hubo esfuerzos por impulsar la
educación femenina y acudir a las mujeres en
ámbitos propiamente femeninos como la
obstetricia, donde destaca tanto la labor
de Madame Fessel (Lyon, 1772) y su
contribución a la formación de parteras en el Perú
republicano, como de las propias parteras, cuyos
saberes fueron objeto de persecución por las
instituciones médicas, como en el sonado caso
de Dorotea Salguero (La Libertad, ca. 1790)

Las ilustradas, la escritura y la opinión pública


entre fines del siglo XIX e inicios del XX
La primera generación de escritoras del Perú, la
«generación de las ilustradas» como la
denominó Francesca Denegri,[10] estuvo
constituida por un conjunto de mujeres que
irrumpieron en el espacio público y se expresaron
a través de la pluma en periódicos, revistas y
obras literarias. Ellas abogaron por los derechos
de las mujeres, en especial, por la educación
femenina, pues esta era la base para el logro de
su autonomía y la consecución de sus derechos
como el acceso al trabajo y a mejores
condiciones de vida. Esto dio paso a que también
se examinara la situación del indígena,
estableciendo similitudes con la condición de las
mujeres en la sociedad. Tal es el caso de
personajes como Dora Mayer (Hamburgo, 1868).
En la década de 1870, aparecieron revistas
literarias dirigidas y escritas por mujeres que
circulaban en salones literarios y clubes de
lectura donde, además, se debatían los problemas
del país con mucha más presencia luego de la
tragedia que significó la Guerra con Chile. La
Bella Limeña, La Revista de Lima y El Correo
del Perú fueron las primeras publicaciones donde
se vertieron estas críticas por parte de Clorinda
Matto de Turner (Cusco, 1852) o Teresa
Gonzáles de Fanning (Nepeña, 1836).
A partir de 1848, Juana Manuela se asentó por
alrededor de 40 años en Lima, donde escribió y
dirigió en su casa las prestigiosas veladas
literarias, a las que asistían destacados
intelectuales como Ricardo Palma, cuya
hija Angélica Palma (Lima, 1878) va a brillar con
luz propia posteriormente. Estas veladas fueron
un hito para otras escritoras como Clorinda
Matto, quien fue una prominente escritora del
periodo y organizó las veladas mattianas en su
casa. En 1874, la argentina Juana Manuela
Gorriti (Rosario, 1818) y Carolina Freyre de
Jaimes (Tacna, 1844) fundaron El Álbum. Casi al
mismo tiempo, apareció La Alborada. Estas
publicaciones periódicas junto con las obras
literarias de autoría femenina, se constituyeron
en una tribuna pública para escritoras
como Juana Manuela Laso de Eléspuru (Tacna,
1819), Mercedes Cabello de
Carbonera (Moquegua, 1845), Lastenia Larriva de
Llona (Lima, 1848), Juana Rosa de
Amézaga (Lima, 1853), Leonor Sauri (Lima,
1845), entre muchas otras mujeres que no solo
lucharon desde la palabra, sino también desde la
acción y el ejemplo, siguiendo estudios de
educación superior, fundando instituciones
educativas femeninas, creando espacios de
discusión, forjando la opinión pública y
fomentando conciencia en la sociedad peruana. Si
bien fueron un grupo heterogéneo, ellas
estuvieron en la primera línea de las corrientes
feministas latinoamericanas y su obra constituyó
un aporte no solo para el surgimiento de la
generación del Centenario, sino también para el
paulatino logro de los derechos de las mujeres.
Sin embargo, fueron muchas más, como Trinidad
María Enríquez (Cusco, 1846), quien siguió
estudios universitarios en su ciudad natal cuando
aún no había la ley que permitía a las mujeres
graduarse, al igual que Margarita Práxedes
Muñoz (Lima, 1862), que sí se graduó en la
Universidad de San Marcos. En el campo de la
medicina, logró graduarse y ejercer Laura Esther
Rodríguez Dulanto (Lima, 1872). También
tenemos a Elvira García y García (Lambayeque,
1862), quien impulsó la educación femenina,
escribió en periódicos y revistas, y nos legó una
obra, La mujer peruana a través de los siglos,
compuesta por las biografías de mujeres
representativas de la historia peruana. Asimismo,
está la figura de la prolífica escritora Amalia
Puga de Losada (Cajamarca, 1866) y la
educadora Juana Alarco de Dammert (Lima,
1842). Encontramos no solo estos nombres, sino
muchos más. Citamos su lugar de nacimiento,
porque nos muestra cómo la participación
femenina fue de carácter regional e involucró a
mujeres procedentes de diversas partes del país.
Ellas debieron enfrentar a los poderes
constituidos (Iglesia, Estado, etc.) y varias
terminaron siendo perseguidas, excomulgadas,
censuradas, con sus imprentas quemadas e,
incluso, algunas acabaron en el manicomio, como
Mercedes Cabello, o en el exilio, como Clorinda
Matto.
Las sufragistas y su lucha por el voto de las
mujeres en el siglo XX
En el siglo XX, la agenda se va a ampliar y va a
tener como eje central el sufragio, pues las
mujeres aspiraban a obtener la ciudadanía plena
para dejar de ser consideradas menores de edad y
poder ejercer sus derechos civiles, políticos y
sociales.[11] Así, se organizaron y desarrollaron
estrategias para salir de la marginación política
en un contexto latinoamericano y mundial en el
que se desarrollaba la lucha por el voto de las
mujeres. María Jesús Alvarado (Ica, 1878) fue la
primera en poner en agenda el debate sobre el
sufragio femenino en el país en su conferencia “El
feminismo”, dada en la Sociedad Geográfica en
1911. Por su parte, Zoila Aurora Cáceres (Lima,
1872) fundó la Asociación Feminismo Peruano,
que propuso un proyecto de reforma de la
Constitución en las décadas de 1930, 1940 y
1950, e intentó concientizar a la población sobre
los derechos políticos de las mujeres a través de
la prensa. En 1952, surgió la Asociación de
Abogadas Trujillanas dirigida por María Julia
Luna, en 1953 se fundó la Asociación Femenina
Universitaria para realizar campañas educativas y
lograr el derecho al voto femenino, y en 1954
entró en vigor la Convención de los Derechos
Políticos de las Mujeres. Finalmente, le enviaron
un memorial al presidente Odría, solicitando
modificar la Constitución de 1933.

El reconocimiento de la participación femenina


reviste gran valor, porque las mujeres de hoy
deben verse reflejadas en la historia escrita,
también, en clave femenina. Muchos nombres
deben ser rescatados del olvido.»

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