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Capítulo trece

"Puedes entrar directamente", dijo Sybil. "Ella te está esperando".


"Gracias". Annie reprimió el impulso de mirar su reloj. Sabía que no llegaba
tarde. Llevaba quince minutos en el vestíbulo del hospital, tomando un capuchino
que no necesitaba para matar el tiempo hasta su cita. No quería que Hollis pensara
que estaba ansiosa por verla al llegar antes, pero había estado demasiado agitada
para esperar en la clínica má s tiempo, y no había sido capaz de concentrarse lo
suficiente como para rellenar los siempre presentes formularios del seguro que
debería haber hecho. Ni siquiera un paseo por el estanque le calmó los nervios
como solía hacerlo. Su paraíso secreto estaba lleno de imá genes persistentes de
Hollis ahora, y la calidez que la inundaba al imaginarse a Hollis despertando del
sueñ o en un banco del parque, suave y despeinada, era má s desconcertante que el
indeseado deseo de volver a verla.
Se quedó mirando la sencilla puerta de madera, preguntá ndose qué le esperaba
al otro lado, deseando que fuera algo tan sencillo como una reunió n de trabajo con
un médico al que no le importaba ofender o hacer dañ o. De alguna manera, se
había alejado de los caminos seguros que siempre recorría, donde só lo importaban
Callie y sus pacientes. Donde el anhelo de consuelo de alguien que la conociera de
verdad era raro y se dejaba de lado rá pidamente. Pues bien. Dependía de ella
volver a poner las cosas en su sitio. No es nada nuevo. Había forjado esta vida por
necesidad y por el impulso desesperado de sobrevivir cuando todos en los que
había confiado le habían dado la espalda. Había tenido razó n entonces y la tenía
ahora. Só lo negocios. Tomó aire, agarró el pomo y empujó la puerta.
Hollis estaba detrá s de su escritorio con ropa de hospital. Tenía los ojos
ensombrecidos y la tenue línea de su mascarilla quirú rgica aú n arrugaba sus
mejillas. El escritorio estaba ordenado, aunque estaba repleto de trabajo, como la
propia Hollis, que siempre parecía tener el control incluso cuando estaba
obviamente agotada. Como ahora.
"Pareces cansada", dijo Annie, incapaz de detener el torrente de preocupació n.
"¿Has estado despierto toda la noche otra vez?"
Hollis se puso de pie cuando Annie cerró la puerta y se apoyó en su escritorio,
con las dos palmas de las manos apoyadas en su superficie marró n y lisa. Una
sonrisa se dibujó en su generosa boca. "No del todo. ¿Có mo te ha ido? ¿No hay má s
tormentas?"
"No". Annie tomó la silla que había ocupado la primera vez que estuvo en la
oficina. "Bonito y tranquilo".
Un silencio incó modo llenó el espacio entre ellas, espacio que había sido
cualquier cosa menos tranquilo la ú ltima vez que habían estado juntas. Annie se
esforzó por no pensar en los momentos en que se habían acurrucado en el
pequeñ o cobertizo con Callie entre ellos, con los truenos y la lluvia borrando el
universo. Dios, las cosas que le había contado a Hollis. ¿Có mo había conseguido
revelar tanto de sí misma sin quererlo? ¿Por qué era tan fá cil hablar con Hollis de
cosas en las que rara vez pensaba? ¿Y por qué pensaba en ellas ahora? Annie tomó
aire. "Me doy cuenta de que la ú ltima vez empezamos mal, y eso fue culpa mía. Me
disculpo..."
"Annie", dijo Hollis en voz baja. "Ya hemos superado las disculpas, ¿no?"
"No lo sé", dijo Annie, oyendo la brusquedad en su voz y la inclinació n hacia el
acuerdo en la de Hollis y sin saber có mo cambiarla. No estaba segura de poder
lidiar con este Hollis -el de la amabilidad en sus ojos y una pizca de confusió n
nadando en sus profundidades azules- hoy. "Sospecho que tú y yo vamos a estar en
desacuerdo, y deberíamos descubrirlo, ¿no? ¿No es por eso que ambos estamos
aquí?"
"¿Por qué no decimos los dos lo que tenemos que decir y luego vemos dó nde
estamos?". Hollis se dejó caer en su silla y se apartó unos centímetros del
escritorio. Cruzó una pierna sobre la otra, con el tobillo apoyado en la rodilla. Sus
zuecos quirú rgicos eran de color marró n oscuro, y Annie se preguntó si eso era
intencionado, para ocultar las manchas de sangre.
"Está bien", dijo Annie, aunque pensó que podría ser cualquier cosa menos
estar bien. Una vez que hubieran dicho en voz alta lo que probablemente los
dividiría, una vez que sus diferencias -éticas, personales, fundamentales-
estuvieran irremediablemente grabadas en el aire, no podrían fingir que había un
punto medio en el que esas diferencias no importaran. No podrían fingir que la
amistad era posible, que algo má s podría ser posible... pero entonces, no podría
haber nada má s. Así que tal vez todo era lo mejor. Debería ir primero antes de
cambiar de opinió n. "Le dije a mi jefe -el director regional- que no estaba de
acuerdo con establecer una relació n de trabajo conjunta con su grupo, ni siquiera
para los pacientes de alto riesgo. Ya tenemos un sistema para tratar las
emergencias, y las estadísticas han demostrado que esos métodos son eficaces.
Para ser franco, Dr. Monroe, no necesitamos su permiso ni su apoyo para ejercer
una profesió n tan antigua y consolidada como la suya".
"El Estado no está de acuerdo", dijo Hollis en voz baja.
"El Estado", dijo Annie, sin poder evitar el calor de su voz, "decide a favor de los
que tienen dinero para comprar opiniones, y ambos sabemos qué grupo tiene
ventaja ahí".
Hollis no se movió , salvo para posar los dedos en su muslo. Su mirada no
vacilaba, su expresió n no cambiaba. Reflexivo. Remoto. La distancia entre ellos era
tan grande que Annie se sentía como si estuviera al borde de un abismo y un paso
en falso la precipitara en sus interminables profundidades. Si extendía la mano, no
encontraría a nadie que la agarrara, nadie que detuviera su caída. A diferencia de
aquel fin de semana, cuando la soledad siempre presente había desaparecido
durante unas horas en medio de una tarde lluviosa, volvería a estar sola. El dolor
de la pérdida le resultaba familiar; recordaba haber sentido la misma tristeza
hueca después de haber dado a luz a Callie y de que su mundo hubiera
implosionado. Las ganas de levantarse y huir de su pasado eran tan poderosas que
temblaba. Se agarró a los brazos de la silla para no salir corriendo.
"Le dije a mi jefe que me parecía una mala idea". Hollis sonrió con ironía.
"Bastante alto, en realidad. Mi especialidad son los embarazos de alto riesgo, y sé lo
rá pido que las cosas pueden ir mal. Las vidas pueden cambiar en un abrir y cerrar
de ojos, cuando no hay tiempo para una llamada telefó nica o para esperar a que
una ambulancia transporte a una madre en apuros o a un bebé en peligro hasta el
hospital má s cercano. A veces sabemos cuá ndo una madre corre el riesgo de sufrir
complicaciones, pero con demasiada frecuencia son las que pensá bamos que iban a
ser fá ciles las que se estropean. Esas son las que me preocupan. Esas son las que no
está n preparadas para afrontar. ¿Por qué buscarse problemas?".
"Estadísticas..."
"No me importan las estadísticas". Los ojos de Hollis se oscurecieron y su
control se quebró lo suficiente como para que Annie pudiera vislumbrar la furia -y
algo má s, algo herido y sangrante- bajo su expresió n tranquila. "Una muerte
evitable es demasiado".
"¿Quién era?" Preguntó Annie.
"¿Qué?" Hollis se echó hacia atrá s en su silla.
"Esto es personal, ¿no?"
"Por supuesto que es personal. ¿No lo es para ti?"
Annie sabía que había má s, pero Hollis tenía razó n. Tenía derecho a sus
secretos. "No vamos a desaparecer, Dra. Monroe".
"Ya lo sé". Aunque, tomando nota de la direcció n formal por segunda vez en
otros tantos minutos, Hollis no estaba tan seguro. Annie había estado preparada
para la batalla, con los escudos en alto y la espada desenvainada desde que entró
por la puerta, igual que el primer día que llegó a la oficina. Ahora era esa Annie, a la
defensiva, enfadada y desconfiada. Sabiendo por lo que había pasado Annie en su
pasado, Hollis comprendía un poco mejor de dó nde venían esos sentimientos, pero
el conocimiento no podía ayudar a desviar el dolor de haber sido excluida. Un paso
en falso aquí y Annie se iría. "Ahora que lo hemos explicado, ¿qué vamos a hacer
con la situació n?"
"Podríamos hacerlo simple", dijo Annie. "Ambos diremos a nuestros superiores
que no es sostenible. Todos salimos ganando".
"No es una mala solució n", dijo Hollis. La respuesta de Annie al impasse evitaría
má s preguntas que ella no quería responder. No tendría que preocuparse por la
atracció n que aumentaba cada vez que veía a Annie. Pero si Annie salía por la
puerta ahora, si resolvían su dilema simplemente acordando que nada era posible,
probablemente no volvería a verla. Oh, podría cruzarse con ella en alguna rara
ocasió n al pasar por el pasillo, pero eso no había ocurrido todavía y probablemente
no ocurriría a menudo. No quería que Annie saliera de su vida, y eso podría
significar cambiar de opinió n sobre la clínica, al menos a corto plazo. Después de
todo, só lo estaban en la fase de recopilació n de informació n. Eso no significaba que
nada fuera a cambiar al final. Todavía podía votar en contra de cualquier relació n
formal entre el departamento de obstetricia y las comadronas. "No sé tu jefe, pero
dudo que el mío acepte nuestra decisió n sin que haya alguna indicació n de que
hemos explorado todas las vías posibles de trabajo conjunto".
Annie hizo una mueca. "Desgraciadamente, los míos probablemente sentirían lo
mismo".
Hollis respiró mejor. Así tendrían un poco má s de tiempo. Ahora mismo, eso era
suficiente. "De acuerdo. ¿Por qué no hacemos al menos la investigació n inicial? Así
podremos apaciguar a nuestros jefes y conseguir lo que queremos".
"¿Qué sugieres?" El tono de Annie contenía un mínimo de sospecha.
"La ú nica manera de justificar una decisió n sobre la viabilidad de un centro de
atenció n conjunta de obstetricia y partería es si evaluamos nuestras prá cticas
clínicas. Ver có mo nos compenetramos".
"¿Por qué tengo la sensació n de que su idea de evaluar las prá cticas clínicas
significa que va a calificar a las matronas por sus cuidados? ¿Y segú n los
está ndares de quién?"
Hollis apenas consiguió contener una oleada de mal genio. "¿Es eso lo que
realmente piensas de mí? ¿Que no soy justo ni objetivo?"
Annie cerró los ojos brevemente. "No. Lo siento. No. Sé que será s justo".
La opresió n en el pecho de Hollis se alivió . "¿Qué tal si nos aseguramos de que
sea en ambos sentidos? Pasaré tiempo contigo como quieras: viendo pacientes
contigo en tu clínica, asistiendo a partos, haciendo seguimientos... lo que tú digas".
"¿Y viceversa?"
Hollis asintió . "Aunque será un infierno para tu agenda. Mis pacientes tienden a
ser aú n má s imprevisibles que la norma".
"No tienes que preocuparte. Puedo manejar un horario difícil. Estoy
acostumbrado a estar disponible cuando mis pacientes me necesitan".
"Estaba pensando en Callie..."
"Le agradezco que..." Annie hizo una pausa y miró su bíper. "Lo siento, tengo
una llamada de emergencia".
"Por supuesto, puedes..." Hollis frunció el ceñ o ante el fuerte golpe en su puerta.
Sybil nunca interrumpía cuando estaba en una reunió n, salvo en caso de
emergencia extrema. "Pase".
La puerta se abrió y Sybil miró hacia adentro. "Lo siento, Dr. Monroe. Urgencias
en la dos. Honor dice que necesita hablar con usted de inmediato".
"Muy bien". Hollis cogió el teléfono. "Lo siento, Annie".
Annie se levantó . "Está bien. Yo también tengo que ir a atender mi llamada".
"Te llamaré cuando esté libre. Arreglaremos algo".
"Bien". Annie siguió a Sybil por la puerta, golpeando su teléfono mientras
avanzaba.
Hollis observó có mo se cerraba la puerta detrá s de ella, pensando que Annie no
podría alejarse lo suficientemente rá pido. Apartando la punzada de inquietud,
cogió el teléfono.
"Monroe".

"Hollis bajará en unos minutos", dijo Honor, comprobando las lecturas en el


monitor situado sobre la cama de Linda.
"¿Conseguiste contactar con Robin?" Preguntó Linda.
"Está en camino. Acaba de llamar a Phyllis para que recoja a Mike después del
colegio". Honor tomó la mano de Linda. La piel clara de Linda era antinaturalmente
blanca y sus pupilas enormes, discos de tinta. Su pulso se aceleró . Reacció n de
estrés, y completamente diferente a ella. Linda era una roca en una crisis, la roca
de todos. El corazó n de Honor se retorció al verla tan asustada. "Escucha, te vas a
poner bien. No hay hemorragia, los tonos cardíacos del feto está n bien.
Probablemente sea una falsa alarma, pero vamos a hacer todo segú n las normas.
¿Me está s escuchando?"
"Si pasa algo, te asegurará s de que Robin..."
"Está bien, obviamente no me está s escuchando". Honor acarició el pelo
hú medo de la frente de Linda. Cuando Jett había avisado por radio de que iban a
dar a luz a dos pacientes en lugar de a uno -el anticipado MVA, inestable y que
necesitaba cirugía inmediata, ademá s de una mujer en mitad del trimestre que
estaba de parto- Honor había sabido que era Linda sin oír el nombre que Jett no
había enviado por las vías respiratorias. Había llamado a Quinn por el trauma, y
luego había llamado a Robin. Y durante los diez minutos siguientes se dedicó a
comprobar que todo estaba listo para la llegada de Linda. Quinn le había
preguntado si necesitaba que se mantuviera a la espera, pero ella había dicho que
no. Quinn estaría muy ocupada con el paciente con traumatismos mú ltiples, y
Honor quería ser la que se ocupara de Linda. Linda era una de las pocas personas
de su vida a las que quería incondicionalmente. Había perdido a Terry en esta sala
de urgencias una docena de añ os antes, y no quería perder a nadie má s. "Robin va a
estar bien porque tú vas a estar bien. Nada má s es aceptable".
Linda se reía temblorosamente. "Había olvidado lo cerca que está n de Dios los
médicos de urgencias".
"Bueno, mejor recordar eso en el futuro".
"Estaba siendo cuidadoso..."
"Por supuesto que sí. Yo lo sé. Robin lo sabe. Deja de preocuparte".
Linda cerró los ojos. "De acuerdo. Te dejaré jugar al doctor, entonces".
Honor sonrió . "Muy sabio. Voy a salir y esperar a Hollis".
"¿La llamaste?"
"Segú n el libro, ¿recuerdas? Si necesitas algo, ya sabes dó nde está el timbre".
"¿Te asegurará s de que Robin supere los trá mites burocrá ticos?"
"Me encargaré de ello. No te preocupes".
Honor salió de la cortina y observó la sala de urgencias. Las puertas
automá ticas del final del pasillo se abrieron, pero la mujer que entró no era Hollis
Monroe ni Robin. La guapa rubia se detuvo en el puesto de las enfermeras, le dijo
algo a la enfermera encargada y luego caminó por el pasillo hacia Honor. Se detuvo
y le tendió la mano.
"Hola, soy Annie Colfax. Soy la partera de Linda. Robin llamó ".
Tomada por sorpresa, Honor dudó un microsegundo antes de apartar la
cortina. "Ella está aquí. Entra".
Capítulo catorce

"Hola", dijo Annie, acercá ndose a la cabecera de Linda.


"Oh, has venido", dijo Linda. "Me alegro mucho. ¿Has visto a Robin?"
"No, todavía no, pero ha llamado hace unos minutos". Annie agarró ligeramente
la muñ eca de Linda. Los signos vitales que aparecían en los monitores junto a la
cama parecían normales. El ardor de estó mago se calmó . "Imagino que llegará en
cualquier momento".
"Dios, esto es una pesadilla".
"Si se trata de un parto prematuro", dijo Annie con delicadeza, "lo má s
importante es el tratamiento temprano, y lo está s recibiendo ahora mismo. Sé que
es difícil, pero trata de relajarte".
Linda se rió con fuerza. "Una orden alta".
Annie apretó los dedos. "Lo sé. Como esta estrella..."
"Lo siento", dijo la jefa de Urgencias, entrando en el cubículo. Le tendió un
grá fico a Annie. "Pensé que querrías esto".
"Gracias", dijo Annie.
"No hemos sido presentados formalmente. Soy Honor Blake. ¿Eres de la Clínica
del Bienestar?"
"Sí". Annie recordó haberla visto en el picnic del día anterior con una mujer
morena y guapa y dos niñ os. El má s pequeñ o iba al preescolar de Callie. De
repente, el mundo le pareció mucho má s pequeñ o y recordó la comunidad que
había dejado atrá s, donde, para bien o para mal, todos se conocían. A veces esa
cercanía ofrecía consuelo y fuerza, y otras veces daba forma a los barrotes de una
prisió n invisible. Se sacudió el contacto con el pasado y escudriñ ó las breves notas
y los datos del laboratorio en el cuadro. "He estado siguiendo a Linda regularmente
desde la inseminació n. Le ha ido bien". Annie se volvió hacia Linda. El grá fico le
decía poco; lo que quería era la historia de Linda. "¿Hace cuá nto tiempo empezaste
a tener contracciones?"
"Sobre..."
La cortina de rayas azules y blancas se abrió con un chasquido y Hollis entró .
Sus ojos registraron sorpresa al ver a Annie, pero rá pidamente apartó la mirada y
sonrió a Linda. "Hola. Honor me ha llamado para que te eche un vistazo. ¿Có mo
está s?"
"He estado mejor", dijo Linda. "Le estaba diciendo a Annie-Annie, este es el Dr.
Monroe-"
"Sí", dijo Annie, "nos conocemos". Miró a Hollis, cuya expresió n era
agradablemente neutra, como si su conocimiento fuera meramente pasajero.
Quizá s aquí, en el campo profesional, seguían siendo desconocidos. Una inesperada
flecha de decepció n la atravesó , y apartó mentalmente el dolor. Le entregó a Hollis
el grá fico. "Linda me estaba contando lo que ha pasado".
"Bien", dijo Hollis, hojeando las pocas pá ginas de notas de admisió n. "Ahora
só lo tendrá que repetirlo todo una vez".
"Esperaré a Robin", dijo Honor y salió al pasillo.
"Adelante, Linda", dijo Annie. No estaba muy segura del protocolo ahora que
Hollis estaba aquí, pero sabía lo que tenía que hacer y, hasta que alguien le
sugiriera lo contrario, pensaba hacerlo. Tal vez el silencio de Hollis formaba parte
de su nuevo plan de observació n clínica, pero fuera cual fuera la situació n, no podía
distraerse con ella ahora.
Annie y Hollis flanqueaban la estrecha camilla del hospital mientras Linda
relataba el vuelo de evacuació n médica y la aparició n de las punzadas que al
principio había atribuido a un tiró n muscular. Annie hizo algunas preguntas y se
dio cuenta de que Hollis tomaba notas en la historia clínica. Era zurda. ¿Por qué no
se había dado cuenta antes? Con un esfuerzo, apartó la mirada de las manos de
Hollis, pero le resultó má s difícil ignorar el brillo de la electricidad que bailaba
sobre su piel.
"Y haciendo memoria", dijo Annie cuando Linda se quedó callada, "¿no
recuerdas haberte sentido así anteriormente?".
"No, Dios", dijo Linda, sacudiendo la cabeza. "Uno pensaría que lo habría sabido
de inmediato".
"No necesariamente. El dolor de espalda es una forma de vida para las mujeres
embarazadas en tu etapa. Es natural pensar que eso es todo". Annie miró su reloj.
"¿Así que todo esto empezó hace una hora?"
Linda asintió .
"¿Cuá ntas contracciones crees que has tenido en total?"
"Al menos cinco", dijo Linda.
Annie miró a Hollis. El siguiente paso era evaluar el estado del cuello uterino de
Linda. Si las contracciones habían provocado una dilatació n prematura del cuello
uterino, corría el riesgo de un parto prematuro. Necesitaría medicació n
intravenosa para ayudar a relajar el ú tero y una estrecha vigilancia.
"Vamos a tener que echar un vistazo", dijo Hollis, como si leyera la mente de
Annie. "Si las contracciones continú an o tu cuello uterino se está dilatando, quiero
empezar con sulfato de magnesio".
Los ojos de Linda se cerraron por un instante y luego asintió . "Lo que haya que
hacer".
Honor asomó la cabeza, "Linda, Robin está aquí".
"Dile que estoy bien", dijo Linda.
"Díselo tú ", dijo Honor, apartando la cortina.
Robin entró , con el pelo oscuro mojado por el sudor, vestida con una camiseta
de fú tbol y unos pantalones cortos y con el aspecto de acabar de salir del campo. Se
inclinó y besó a Linda. "Hola, cariñ o. ¿Có mo está s?"
Su voz era suave y firme, y Annie tuvo un fugaz momento de envidia, al
imaginar esa clase de tierna atenció n. Apartó la mirada y descubrió que Hollis la
observaba. Levantó la barbilla, ahuyentando los sueñ os. "¿Podemos hablar fuera
un minuto?"
Hollis asintió .
"Ahora mismo volvemos", le dijo Annie a Linda. Siguió a Hollis al pasillo y se
detuvo a unos metros, fuera del alcance del cubículo de Linda. "Si la viera en la
clínica, la examinaría y, si el cuello uterino no estuviera comprometido, la
hidrataría y vigilaría para ver si las contracciones cesan antes de trasladarla. Las
contracciones podrían detenerse espontá neamente".
Hollis estaba acostumbrada a consultar a otros médicos sobre la atenció n a los
pacientes, pero también estaba acostumbrada a tomar las decisiones cuando y
como ella lo consideraba. Valoraba las aportaciones de todos los demá s
profesionales, pero su instinto -y su formació n- consistía en tomar las riendas
cuando el caso afectaba a su á rea de especializació n. Si Annie no hubiera sido
Annie, ni siquiera se habría planteado có mo responder. Y como Linda era la ú nica
que realmente importaba, se dejó llevar por su instinto. "Tiene cuarenta añ os y es
su primer embarazo, así que no tenemos antecedentes. ¿Está de veinticuatro
semanas?"
"Veintitrés".
"Así que el feto no es viable. Tenemos una buena oportunidad de controlar esto
si nos lanzamos con fuerza ahora. No me siento có modo esperando. Casi no hay
inconvenientes con el sulfato de magnesio".
"Casi nada". Annie miró detrá s de ella y bajó la voz. "Pero algunos estudios han
demostrado una mayor incidencia de muerte neonatal".
Hollis asintió . Annie conocía sus nú meros. "Cierto, pero normalmente só lo en
casos de otras mú ltiples complicaciones".
"Ya está aquí, y no es mi decisió n". Annie agitó una mano, contemplando las
luces brillantes y los pitidos de los monitores y la atmó sfera de urgencia que
impregnaba las Urgencias. "Y no es momento para una guerra territorial".
Aliviado por no tener que luchar, Hollis sintió que la distancia se hacía má s
profunda entre ellos. Una distancia que no podía cambiar. "Haré que las
enfermeras preparen un examen y me reuniré contigo dentro".
"Les explicaré lo que pasa a Robin y a Linda", dijo Annie.
"Vale, gracias".
Annie se dio la vuelta y Hollis se dirigió a la estació n de enfermería donde
Honor estaba haciendo un grá fico. "Voy a echarle un vistazo ahora, pero quiero
mantenerla aquí y darle un tratamiento de sulfato de magnesio".
"Pensé que lo harías", dijo Honor, devolviendo el grá fico al estante. "Por cierto,
no sabía que Robin había llamado a la comadrona. Sinceramente, no se me había
ocurrido".
"No hay problema".
"Suelen entregarlo antes de que llegue el paciente".
Hollis se encogió de hombros. "Puede que veamos al grupo de Annie aquí
mucho má s. Dave quiere que establezcamos algo formal entre nuestro
departamento y su grupo".
"Probablemente sea una buena idea", dijo Honor. "Facilitará las cosas en
situaciones como ésta".
"Eso espero". Hollis hizo una señ al a una de las enfermeras de Urgencias que
trabajaba en la secció n de Linda. "¿Puedes preparar una pelvis en diez?"
"Claro, Hollis. Dame cinco minutos". La pelirroja hizo una pausa. "Bonito ojo
morado".
Hollis sonrió . "Gracias".
Cuando la enfermera se alejó , Honor dijo: "Así que algo me dice que no está s de
acuerdo con Dave sobre este nuevo asunto interdisciplinario con las matronas".
Hollis negó con la cabeza. "No sé có mo me siento al respecto. Supongo que eso
tendremos que descubrirlo Annie y yo".
"Os vi hablando en la barbacoa. Es bueno que os conozcá is. Probablemente hará
que trabajar juntos sea má s fá cil".
"Tal vez". Hollis no estaba segura de poder llamar a su relació n con Annie
personal. Hacía tanto tiempo que no tenía ningú n tipo de relació n con una mujer
que ya no estaba segura de có mo se sentía una. Estaba un poco fuera de prá ctica.
Pero no tenía que preocuparse por eso con Annie. No iban a ir en esa direcció n.
"Llamaré a la farmacia por los medicamentos intravenosos", dijo Honor. "Si
necesitas algo má s, há zmelo saber. ¿No vas a ingresarla ahora mismo?"
"No, creo que podemos tratarla aquí abajo por ahora. Aunque llá mame si las
cosas cambian".
"Por supuesto".
Hollis se dirigió de nuevo a la habitació n de Linda. Se preguntó cuá nto tiempo
se quedaría Annie. Tenía que dar una conferencia para estudiantes -miró por
encima del hombro el gran reloj de cara lisa de la pared- en diez minutos. Llegaría
tarde. No tendrían oportunidad de hablar, y ella quería hacerlo. No quería que
Annie se marchara enfadada o molesta cuando podría no volver a verla en días. La
espera desde el domingo ya la había distraído lo suficiente. Volvió a meterse en el
cubículo.
"Só lo será un minuto".
"Robin", dijo Annie, avanzando hacia el pasillo, "llá mame si necesitas algo
cuando Linda llegue a casa".
"Annie, espera", llamó Linda. "¿Podrías quedarte? Só lo hasta que..."
"Por supuesto". Annie miró a Hollis.
"Definitivamente", dijo Hollis. "Todos tenemos que estar al tanto".
"Gracias", dijo Annie en voz baja.
La enfermera hizo rodar un soporte de instrumentos con un paquete estéril
encima. Sonrió a Linda. "No te preocupes, Linds, tienes a los mejores cuidando de
ti".
Linda miró de Hollis a Annie. "Lo sé".

Mientras Hollis y Annie se ocupaban de Linda, Honor pidió el sulfato de


magnesio y fue a ver a Quinn y al paciente de la moto. La sala de traumatología era
el caos habitual. Los técnicos de rayos X se apresuraban a obtener placas portá tiles,
los de anestesia y terapia respiratoria evaluaban las vías respiratorias y
preparaban el respirador portá til, las enfermeras sacaban sangre e introducían
catéteres, y Quinn dirigía todo eso mientras examinaba a la chica casi enterrada
por los instrumentos y el personal. Honor se puso una bata, un gorro y una
mascarilla y se abrió paso entre el grupo alrededor de la cama hasta llegar al lado
de Quinn. "¿Có mo se ve?"
"Necesita una toracotomía-toda esa sangre se debe probablemente a un
pulmó n lacerado y a los vasos pulmonares. La lesió n en la cabeza es grave; estamos
esperando a que la neurocirugía le ponga un perno intracraneal para controlar su
presió n."
"¿Orto?"
"Aquí mismo", dijo una profunda voz masculina desde la cercanía.
"¿Está el quiró fano preparado para ti?" Preguntó Honor.
"Está n en espera". Quinn se apartó de la mesa. "¿Có mo está Linda?"
"Hollis está con ella ahora. Está estable, pero Hollis quiere darle un tratamiento
de sulfato de magnesio para estar seguros".
"¿Está Robin aquí?"
"Sí, acaba de llegar".
"¿Está s bien?"
Honor sonrió , mirando los ojos azules de Quinn por encima de la má scara
quirú rgica que cubría la parte inferior de su rostro. Todavía le sorprendía que
Quinn pudiera tranquilizarla, tranquilizarla, con só lo una mirada. Vivía al límite
cada día, enfrentá ndose a emergencias que ponían en peligro la vida y tomando
decisiones que afectaban a algo má s que a la vida de su paciente, y hacía su trabajo
con confianza. Pero cuando estaba cansada, agotada por el dolor y el sufrimiento
que no podía cambiar aunque hiciera todo lo posible, Quinn estaba allí,
apoyá ndola, amá ndola. Quinn nunca dejó de darle lo que necesitaba, incluso
cuando ella misma no lo sabía.
"Estoy bien". Honor apretó el brazo de Quinn. "Llá mame cuando termines en el
quiró fano".
"Lo haré. Si me necesitas, siempre puedes llamar al quiró fano".
"No te preocupes, haz lo que tengas que hacer. Estaré bien".
"De acuerdo. Te veré má s tarde".
Quinn se dio la vuelta y Honor la observó durante un minuto má s antes de
volver a ver a Linda. Hollis estaba terminando su examen y una enfermera estaba
colgando una bolsa intravenosa de sulfato de magnesio. Robin estaba sentada al
otro lado de la cama de Linda en uno de los taburetes de exploració n, sosteniendo
la mano de Linda. Annie estaba junto a Robin, a medio camino entre Linda y Hollis.
"¿Có mo vamos?" Preguntó Honor.
Hollis se quitó los guantes y los tiró a la papelera. "El cuello del ú tero está
cerrado. Es una muy buena señ al. Quiero que siga así".
"Es una gran noticia". Honor sonrió a Linda. "Lo has oído, ¿verdad? Las cosas
tienen buena pinta. Así que voy a mantenerte aquí un tiempo para asegurarnos
má s".
"Vale, gracias", dijo Linda en voz baja, con los dedos blancos donde agarraban la
mano de Robin. "No quiero volver a pasar por esto. Lo que tú digas".
"Lo que digo es que estará s bien". Honor se inclinó y la besó en la frente.
"Volveré para comprobarlo un poco má s tarde".
Annie se acercó a la cama. "Yo también comprobaré má s tarde. Si tú o Robin
necesitá is algo, llamadme".
"Me alegro mucho de que estés aquí", murmuró Linda.
Annie sonrió . "Por supuesto que estoy aquí. Hablaremos pronto". Miró a Hollis.
"¿Me llamará s si hay algú n cambio?"
"Por supuesto", dijo Hollis, viendo có mo se cerraba la cortina detrá s de Annie.
Capítulo 15

Annie salió de Urgencias por donde había entrado, girando a la derecha en las
puertas dobles automá ticas y siguiendo la línea roja a la altura de la cintura en la
pared marcada como "visitantes" hasta el vestíbulo principal. No había sido una
visitante en Urgencias, pero tampoco había sido exactamente personal. Se había
sentido un poco en el limbo, insegura de su posició n en este nuevo entorno. Hollis
había asumido el control con facilidad, y ¿por qué no iba a hacerlo? Ese era su
territorio. Annie había sido la forastera. Era una posició n que conocía bien, y ya no
la aceptaba sin rechistar. Linda seguía siendo su paciente, y no se dejaría usurpar.
No es que no entendiera la jerarquía de la política hospitalaria o el cuidado de los
pacientes. Aceptó que habría momentos en los que tendría que apartarse cuando
un paciente necesitara cuidados que ella no pudiera proporcionar. Pero no se
quedaría al margen por culpa de la burocracia y las normas de otros.
Y no se alegraría Barb de oírla decir eso. Riéndose suavemente de sus propias
visiones cambiantes del panorama, se detuvo en el paseo principal del hospital
para llamar a la clínica y reorganizar su agenda de la tarde. Quería volver al
hospital para ver a Linda en un par de horas. Con suerte, Linda estaría estable y
lista para volver a casa por la tarde, y ella tendría que organizar su seguimiento.
"Hola, soy Annie", dijo cuando Barb respondió . "Me han retrasado en el PMC:
una de mis pacientes está aquí, con contracciones tempranas. La está n tratando en
Urgencias".
"¿Parece que va a parar?"
"Creo que es muy probable que ya lo haya hecho. La asesora de obstetricia le
dio sulfato de magnesio, como profilaxis".
Barb guardó silencio un momento. "¿Qué está s pensando?"
"Quiero volver a comprobar su estado má s tarde, así que, si no te importa,
tengo que tomarme un par de horas para recoger a Callie del colegio. No tenía nada
programado excepto una clase de parto esta tarde. ¿Está bien si hago que alguien
me cubra eso?"
"No te preocupes, Andrea está aquí. Ella puede manejarlo. Tó mate el resto del
día. ¿Có mo fue la reunió n?"
"Nos interrumpieron, nos llamaron a los dos para el mismo paciente".
"Es una coincidencia muy ú til", dijo Barb.
"Supongo que es una forma de verlo". Annie se rió . Si creyera en el destino,
pensaría que éste conspiraba de alguna manera para juntarlos a ella y a Hollis en
las situaciones má s incó modas posibles. Pero como ya no creía en casi nada má s
allá de su propia voluntad, la coincidencia era probablemente una explicació n tan
buena como cualquier otra. "Tuvimos que coordinar nuestros cuidados sobre la
marcha, pero creo que funcionamos bien juntos, teniendo en cuenta las
circunstancias".
"Bien. Tal vez eso sea un buen presagio para la futura cooperació n".
"Tal vez". A Annie le había gustado ver trabajar a Hollis. Era directa, segura y
compasiva. Su enfoque terapéutico era diferente al que habría tenido Annie, pero
no necesariamente equivocado. Ni siquiera era tan agresivo. Muchos profesionales
habrían estado de acuerdo con el tratamiento de Hollis, incluidos algunos de los
colegas comadronas de Annie. Si Linda hubiera seguido teniendo contracciones,
Annie habría recomendado lo mismo. La ú nica diferencia era el tiempo, y ella
tendía a ser má s conservadora que la mayoría, optando por retrasar la
intervenció n agresiva todo lo posible. El criterio médico no siempre era tan claro,
por eso se llamaba criterio. Hollis no se había equivocado en su tratamiento, no
hoy. Annie se alejó a la fuerza de la atracció n del pasado, reconociendo que Hollis
desencadenaba emociones que deberían haber desaparecido hace tiempo.
Nunca podría volver atrá s y revivir aquellos acontecimientos, nunca tendría la
certeza de que lo que había sucedido no podría haberse cambiado. Si hubiera
podido decir que sí o que no, si la elecció n hubiera sido suya, podría haber vivido
con ello mucho má s fá cilmente. En cambio, durante todos estos añ os la había
perseguido el no saber, su ausencia de memoria creaba un agujero negro que la
acosaba con la incertidumbre y la duda. El de Hollis era el ú nico rostro que
recordaba, aparte del que no había estado allí. Jeff. El amante que le había mentido,
el padre del hijo que le había instado a abortar.
Annie se frotó los ojos. La Hollis de su pasado seguía atada al dolor y la pena de
tantas pérdidas, y eso no era culpa de Hollis. Estar cerca de Hollis ahora só lo le
planteaba má s preguntas para las que no tenía respuestas, y estaba cansada de
preguntar. Tenía que concentrarse en lo que importaba.
"Entonces, ¿crees que vas a ser capaz de trabajar con este médico?" Preguntó
Barb.
"¿Qué?" Dijo Annie. "Oh, sí. Todavía es pronto, y si resulta que no puedo, sé que
puedes conseguir a alguien que sea capaz de hacerlo. Hollis es razonable".
"Razonable". Es una palabra interesante. ¿Así que no se opone al concepto?"
Agitada por su lapso en el pasado, Annie caminó hacia su coche mientras
hablaba. El cielo estaba casi sin nubes, un azul tan puro que apenas parecía real.
Los ojos de Hollis eran de ese azul cristalino cuando reía. Annie volvió a mirar el
camino de cemento que brillaba en el calor de la tarde. Dios, necesitaba sacarse a
Hollis de la cabeza. "En realidad, no creo que esté a favor de una asociació n formal,
pero está dispuesta a investigar las opciones".
Barb se rió . "Se parece mucho a ti".
Annie sacó las llaves de su bolso y pulsó el mando de su coche. "No tengo ni
idea de lo que está s hablando. No nos parecemos en nada. Ella es intervencionista.
A mí me gusta dar al cuerpo la oportunidad de cuidarse a sí mismo".
"Las dos cosas no son necesariamente excluyentes".
Annie se metió en su coche y arrancó el motor. "Lo sé. Pero estamos tan lejos
como se puede estar en el espectro profesional".
"Bueno", dijo Barb, sonando filosó fica, "tal vez eso sea algo bueno. Al menos
sabemos que habrá n mirado este asunto desde todos los lados cuando tomen una
decisió n".
"Claro", dijo Annie, pensando en el acuerdo al que habían llegado Hollis y ella
para llevar a cabo una revisió n exploratoria con el fin de elaborar un informe que
satisficiera a sus jefes, a pesar de que desde el principio habían acordado que una
asociació n de trabajo no era realmente defendible. Lo ú nico que harían sería
legitimar una conclusió n previsible. Suspiró . No iba a ser capaz de poner su
nombre a una decisió n que no había investigado a fondo. Sabía que Hollis tampoco
podría hacerlo. Hollis era demasiado profesional. Ella también lo era, y había algo
má s que un á mbito profesional en juego: el bienestar de los pacientes era lo má s
importante. Tendría que ir a esto con una mente abierta. Se quitó un peso de
encima só lo por haber admitido eso para sí misma. "Bien. Voy a dar lo mejor de
mí".
"Nunca lo dudé. Mantenme informado".
"Siempre". Annie colgó el teléfono mó vil en el asiento de al lado. Debía llegar
unos minutos antes a recoger a Callie. La idea de una visita sorpresa en mitad del
día y la expectativa de la alegría sin censura de Callie la hicieron sonreír. Callie era
lo mejor de su vida. Se arrepentía de todo lo relacionado con su relació n con Jeff,
excepto de Callie. Tal vez por eso nunca había sido capaz de dejar atrá s esa parte
de su pasado: era difícil descartar su relació n con él como un error, algo que quería
olvidar, cuando el milagro de su vida había surgido de ella.
Se retiró , todavía desconcertada por la marañ a de su pasado. Puede que Jeff
fuera el padre de Callie, pero no formaba parte de su vida, ni de su pasado ni de su
futuro. Jeff también era su pasado, si ella se lo permitía. Ella había creído en él, y
ese había sido su error. Había pagado por esa ingenua creencia con un corazó n
roto y un espíritu herido, pero tal vez era la ganadora después de todo: tenía a
Callie. Sonriendo, se dirigió a la salida y sintió que el pasado se alejaba un poco
má s.

Hollis salió corriendo a través de la zona de carga de Urgencias y se dirigió al


edificio de educació n médica, situado al otro lado de la calle. Con suerte, só lo
llegaría unos minutos tarde. Atravesó el aparcamiento, zigzagueando entre las filas
de coches, y rodeó el quiosco de la oficina de seguridad, que estaba vacío, para salir
a la calle. Parpadeó bajo el sol brillante, disfrutando de los pocos momentos
robados en la bochornosa tarde, relajá ndose por un segundo lejos de las duras
luces artificiales y el clamor urgente de Urgencias. Una bocina sonó , rompiendo la
calma, y la luz del sol se reflejó en el metal por el rabillo del ojo. El corazó n se le
subió a la garganta y dio un salto hacia atrá s, protegiéndose los ojos con la mano.
Un coche se detuvo de golpe a pocos centímetros de ella. El calor que desprendía el
parachoques y la imagen de los huesos de la pierna astillados pasó por su mente un
instante antes de que el alivio eliminara el terror. No había dolor. Estaba bien.
"¡Perdó n! No estaba mirando dó nde..."
La puerta del conductor se abrió de golpe y Annie salió disparada. "¡Oh, Dios
mío! ¿Está s loco? Casi te atropello". Annie se agarró a la parte superior de la
puerta. "¿Está s bien? Has salido de la nada".
"Oye, la culpa es mía". Hollis se olvidó del casi accidente. Annie se desplomó
contra la puerta abierta del coche, con los ojos muy abiertos por la ira y la
preocupació n. Las mechas doradas de su pelo bailaban bajo el sol brillante. Incluso
despeinada y enfadada, tenía un aspecto muy sexy. Hollis sonrió , contento de verla.
"No hay problema".
"Eso es lo que tú crees". Annie se llevó una mano al corazó n. "Acabas de
quitarme un milló n de añ os de mi vida".
"Todavía te veo muy bien". Las palabras salieron antes de que pudiera
detenerlas, pero entonces, ¿por qué no? Eran ciertas. Annie era hermosa.
Espléndida a la vista, pero algo má s que su innegable atractivo se burlaba de la
mente de Hollis como una caricia susurrada. La frescura de Annie, su espíritu
indó mito, la cautivaba. Annie le hacía pensar en cosas que había olvidado hacía
mucho tiempo: mañ anas perezosas y días llenos de posibilidades, noches frescas y
promesas bajo un dosel de estrellas. Annie le hizo sentir que la vida aú n le
deparaba sorpresas que no estaban envueltas en el dolor.
Annie coloreó , bajando las cejas. "¿Podrías tener un poco má s de cuidado?"
"Lo siento, llego tarde a una clase". Hollis inclinó la cabeza hacia la calle, sin
perder de vista a Annie. Si desviaba la mirada un segundo, ella desaparecería.
Annie siempre desaparecía. "Tengo que dar una conferencia. ¿Qué vas a hacer
después?"
"¿Qué quieres decir?"
"Vas a volver para ver có mo está Linda, ¿no?"
"Sí", dijo Annie. "Voy a recoger a Callie ahora mismo. Pensé en volver aquí sobre
las cinco".
"Bien. Te veré en Urgencias. Podría hacer un buen uso de esta investigació n
sobre el cuidado de las articulaciones". Annie podía rehuir la interacció n personal,
pero se dedicaba a sus pacientes. Otra cosa que Hollis encontraba atractiva en ella.
Annie sabía lo que hacía.
"Muy bien", dijo Annie. "Deberíamos hablar..."
Hollis estaba cansado de que todo girara en torno a sus diferencias. Quería
volver a conectar como lo habían hecho en la barbacoa. Lo había estado deseando
desde que Annie se había marchado. "Cena conmigo después".
Annie sacudió la cabeza como si le costara entender. "¿Qué?"
"Cena". Sin trabajo. Só lo cena".
"Gracias, pero no puedo", dijo Annie y empezó a subir al coche.
Hollis se mantuvo firme. Annie no podía huir si estaba delante del coche. Quería
verla má s tarde, lejos de las distracciones del hospital y de las exigencias de los
pacientes. Diablos, ella quería una cita. "¿Por qué no?"
"Callie, tengo que dejarla con una niñ era para que vuelva aquí. No puedo dejarla
toda la noche también".
"No hay problema". Hollis se encogió de hombros. "Reú nete conmigo en
Urgencias a primera hora, a las cuatro y media. Veremos a Linda y luego
recogeremos a Callie. Llévala con nosotros. No es demasiado tarde para que coma,
¿verdad?"
"No, pero tiene cuatro añ os, Hollis. Salir a cenar con una niñ a de cuatro añ os..."
"Será perfecto. No será exigente con el lugar al que vayamos". Hollis saludó con
la mano y retrocedió hacia la calle. "Hasta luego".
"Bien", murmuró Annie, deslizá ndose de nuevo en su asiento mientras Hollis se
daba la vuelta y corría hacia el edificio de enfrente. Contuvo la respiració n
mientras Hollis esquivaba el trá fico y llegaba a la acera sin problemas. "Hasta
luego".
La mujer estaba loca. Obviamente no había tenido la interesante experiencia de
llevar a un niñ o de cuatro añ os a cenar. Pero entonces, tal vez sí la había tenido.
Hollis tenía hermanos y probablemente tenía sobrinas y sobrinos. Annie no lo
sabía porque Hollis era muy buena para hacerla hablar de sí misma pero aú n mejor
para no revelar mucho de su propia historia. Eso tendría que cambiar si iban a
verse.
Annie tomó aire, disipando la nube que parecía empañ ar su cerebro cada vez
que Hollis estaba cerca. ¿En qué estaba pensando? La idea de volver a ver a Hollis
hacía que su corazó n se acelerara, lo que só lo demostraba una cosa. Estaba viva y
respiraba. Hollis Monroe era una mujer muy atractiva; ¿quién no se dejaría llevar
por esa sonrisa asesina, esos ojos diabó licos y ese cuerpo firme y poderoso? Dios,
era preciosa. ¿Y qué? Había muchas otras mujeres atractivas y encantadoras en los
alrededores; el hecho de que no se hubiera fijado en ninguna en, bueno, nunca, no
significaba nada. Sabía que no debía dejarse atrapar por la emoció n de la atenció n
de alguien como Hollis, alguien que la hacía sentir atractiva y sexy, como si ella
fuera el ú nico foco de su interés, como si lo que pensaba y sentía realmente
importara. Una vez, había estado hambrienta del tipo de atenció n que Hollis
prometía, hambrienta de ser vista y valorada. Había aprendido por las malas lo que
ocurría cuando se perdía todo el sentido comú n por un apuesto encantador que la
miraba como si fuera una mujer hermosa y fascinante. No estaba dispuesta a
olvidarlo, por muchas mariposas que Hollis desatara en su interior. Ya no era una
chica enclaustrada.
La cena -o cualquier otra interacció n que no fuera estrictamente de negocios-
estaba descartada. Puso el coche en marcha y se dirigió a la calle, aliviada por
haber resuelto ese problema. Ahora tenía a Hollis y su propia respuesta irracional
a ella en perspectiva. Agarró el volante con má s fuerza, deseando que sus manos
dejaran de temblar.
Capítulo 16

Después de ceder sus dos ú ltimos pacientes al turno de noche -una adolescente
con apendicitis por descarte que necesitaba un recuento de gló bulos blancos y una
consulta quirú rgica, y una octogenaria con debilidad en el lado derecho que
esperaba una cama en la planta médica-, Honor se deslizó hasta el cubículo de
Linda. Habían bajado las luces y Linda parecía estar durmiendo. Robin seguía
sentada en el taburete junto a la camilla, sosteniendo la mano de Linda y leyendo
en su iPhone. Levantó la vista y sonrió con desgana. Parecía cansada, algo inusual
en ella. Siempre estaba en movimiento, organizando algú n evento o reuniendo a un
equipo, siempre llena de energía. Honor miró por reflejo los monitores. No hubo
cambios desde la ú ltima vez que lo comprobó . Todo estaba estable. La marañ a de
inquietud en su pecho se relajó un poco.
"Está muy bien", susurró Honor. "¿Necesitas algo?"
"No", dijo Robin en voz baja. "Estoy bien".
Los ojos de Linda se abrieron de golpe. "¿Qué hora es?"
"Un poco después de las cuatro", dijo Honor.
Linda la miró con el ceñ o fruncido. "¿Por qué sigues aquí?"
"Porque lo eres". Honor se acercó a la cama y apoyó la punta de los dedos en el
hombro de Linda. "¿Có mo te sientes?"
"Sediento. Por lo demá s, bien".
"Toma". Honor sostuvo el gran recipiente de espuma de poliestireno con la
pajita que se extendía a través de la tapa de plá stico cerca de la cara de Linda.
"Bebe".
"Gracias". Linda tomó unos sorbos y señ aló hacia Robin. "Al menos podrías
hacerla ir a casa".
"No es probable. Creo que podría estar esperando una bandeja de cortesía para
la cena. Ya sabes lo buena que es la comida aquí".
Linda hizo una mueca. "Por favor. Envíala a casa antes de que tengamos otro
paciente".
Riendo, Honor apretó el brazo de Linda. "No te preocupes. Espero que Hollis
venga en cualquier momento para darte luz verde".
"¿Crees que esto es só lo un pequeñ o bache en el camino, entonces, nada serio?"
"Tendremos que dejá rselo a los expertos, pero ya sabes que estas cosas no son
tan raras". Miró a Robin y luego a Linda. "Sabes que tus días de vuelo está n
acabados hasta que este pequeñ o objeto haga su aparició n de forma definitiva".
Linda asintió . "Lo sé. Sabía que eso iba a pasar de todos modos. No pasa nada.
Estaba empezando a ponerme un poco nerviosa al subir, y esa no es forma de
empezar un vuelo". Se sentó lentamente. "¿Pero qué pasa con mi lugar aquí abajo?"
"Sabes que tienes uno". Honor captó el destello de alarma, rá pidamente
escondido, en el rostro de Robin. Recordó la preocupació n de Quinn cuando volvió
al trabajo poco después del nacimiento de Jack. A veces, ser la que esperaba y
observaba era el papel má s difícil. "Pero eso también tendrá que ser decisió n de
Hollis".
"Y de Annie", añ adió Linda.
"¿Cuá les son sus planes allí?" preguntó Honor, manteniendo un tono ligero. No
era el momento de presionar a Linda, y realmente no quería hacerlo. Ocuparse de
los amigos era complicado: corría el riesgo de utilizar inconscientemente su
posició n para influir en Linda y hacerla pensar como ella, y eso no era justo. Si
hubiera estado en el lugar de Hollis y hubiera tenido que tomar la decisió n de OB,
habría tenido que apartarse.
"¿Qué quieres decir?"
"¿Sigues pensando en el parto en casa?"
Linda miró a Robin.
"Depende de ti, nena", dijo Robin. "Lo que quieras, mientras sea seguro".
"Sigo queriendo seguir con el plan, pero supongo que tendremos que ver có mo
son los pró ximos meses". Linda trazó su pulgar sobre la parte superior de la mano
de Robin. "¿Te parece bien, cariñ o?"
"Es un plan con el que puedo vivir". Robin levantó la mano de Linda y le besó
los nudillos. "Estoy segura de que Annie vigilará de cerca las cosas".
"Toc, toc", dijo Annie y abrió la cortina. "Creo que he oído mi nombre".
Linda sonrió ampliamente. "Hola. Me alegro de verte".
"Es bueno verte con mejor aspecto". Annie miró a Honor. "Las cosas han estado
tranquilas, supongo".
"Sí. No hay má s contracciones. Só lo ha recibido una dosis de sulfato de
magnesio y todo parece estar bien".
Annie acarició la rodilla de Linda bajo la sá bana. "Es una noticia estupenda.
Hollis probablemente te dejará ir a casa después de verte".
"Alabado sea Jesú s", murmuró Robin y todos rieron.
"Reposo en cama esta noche y mañ ana", dijo Annie. "Sin excepciones, ¿de
acuerdo?"
"¿Puedes encargarte de todo, cariñ o?" Linda miró a Robin. "Tienes el trabajo y
los niñ os, y si estoy en la cama..."
"No si estás en la cama", dijo Annie, señ alando con un dedo a Linda. "Podemos
hacer que venga un ayudante durante unos días para echarte una mano".
"Deberíamos estar bien", dijo Robin. "Puedo reorganizar algunas conferencias
telefó nicas que tenía programadas para poder cuidar a los niñ os. Mientras ellos
estén al día, todo lo demá s es flexible".
"Podemos conseguirte ayuda con eso también, Robin", dijo Annie.
"Te lo agradezco. Si se me atasca, llamaré".
Annie asintió . "De acuerdo, entonces. Me pasaré mañ ana por la mañ ana para
ver có mo está s. Si algo cambia durante la noche deberías llamarme".
Honor se inclinó y besó la mejilla de Linda. "Está s en buenas manos. Estaré en
casa; puedo ir en cinco minutos. Si necesitas algo, llá mame".
"Lo haré, no te preocupes", dijo Linda.
En el momento en que Honor corrió la cortina para entrar en la sala, Hollis
entró con un grá fico bajo el brazo. Una tormenta de mariposas volvió a acampar en
el vientre de Annie. Hollis tenía un aspecto estupendo. Se había quitado el
uniforme y se había puesto unos pantalones negros y una camisa de algodó n suave
de color gris paloma. Su cabello oscuro enmarcaba su rostro en ondas descuidadas
que resaltaban su mandíbula angular y sus pó mulos arqueados. A Annie se le secó
la garganta. "Hola".
Hollis sonrió , con la mirada fija en la de Annie durante un largo momento, antes
de volverse hacia Linda y Robin. "¿Có mo está n todos?"
"Mucho mejor", dijo Linda.
"Bien. Deja que te eche un vistazo y decidiremos qué es lo siguiente". Hollis hizo
un examen rá pido y una ecografía junto a la cama. "Todo bonito y normal". Miró a
Annie. "¿Hablamos fuera?"
"Por supuesto".
Annie siguió a Hollis hasta el vestíbulo.
"¿Qué te parece?" Preguntó Hollis.
"No ha habido nada anormal desde que está aquí. Debería estar bien para irse a
casa con reposo".
"Estoy de acuerdo". Hollis cogió el brazo de Annie y la atrajo hacia un lado del
pasillo mientras un técnico empujaba una má quina de rayos X portá til por el
pasillo. Siguió sujetando ligeramente el brazo de Annie mientras se apoyaba
despreocupadamente en la pared. "Ahora está en un grupo de alto riesgo. No es
una buena candidata para un parto en casa".
A Annie no le sorprendió que ya hubiera salido el tema. Esperaba que Hollis o
Honor pusieran en duda la seguridad del parto en casa, y había reflexionado sobre
su respuesta. "Estoy de acuerdo en que es de alto riesgo, o al menos en riesgo de
que se desarrolle algo má s. Pero hasta que lo haga, no hay razó n para no continuar
con el plan de cuidados que hemos trazado. La vigilaré, y si tiene otra ronda de
contracciones prematuras significativas, será má s probable que dé a luz antes de
tiempo. En ese caso, recomendaría también el parto en el hospital".
"¿Así que está s sugiriendo un enfoque de esperar y observar ahora mismo?"
"No veo por qué no. Tendrá un control má s estrecho con nosotros que el que
tendría con las visitas está ndar al obstetra".
"Veo a todos mis pacientes de alto riesgo con la frecuencia necesaria", dijo
Hollis con brusquedad.
"Lo siento, estoy seguro de que sí. Só lo quería decir..."
Hollis se frotó la cara. "No, sé lo que querías decir. No hay problema. ¿Dó nde la
verá s?"
"Al menos al principio, visitas a domicilio".
"Vaya". Hollis sacudió la cabeza. "De acuerdo, tal vez sea un poco má s de
atenció n de la que le daríamos. ¿Es eso está ndar?"
Annie sonrió . "¿Qué pasa, doctor? ¿No tiene la costumbre de hacer visitas a
domicilio?"
Hollis sonrió y la tensió n alrededor de sus ojos se relajó . "Lo siento. Antes de
tiempo".
Annie se rió . "La mía también, al menos a la antigua usanza. Pero vemos a má s
de la mitad de nuestras pacientes prenatales en casa. En realidad es bastante
eficiente y ayuda a preparar a todos los implicados, no só lo a la madre, para el
parto."
Hollis se pasó una mano por el pelo, alborotá ndolo aú n má s. Parecía cansada.
"Bien. Bien. Supongo que tenemos un plan, entonces".
"Supongo que sí". Annie cubrió la mano de Hollis con la suya. "Escucha, si
quieres dejar la cena para otro momento..."
Hollis se enderezó . "De ninguna manera. ¿Por qué?"
"Estuviste despierto hasta tarde anoche. Debes estar agotado".
"Estoy bien. Y he estado esperando esto toda la tarde. No te eches atrá s".
Ridículamente satisfecha de que Hollis hubiera pensado en ella antes, Annie
asintió . "De acuerdo. Puedo recoger a Callie y reunirme contigo-"
Hollis le cogió la mano. Sus dedos eran fríos y fuertes. "Esto no funciona así. Os
recogeré a los dos en casa. Dejadme terminar aquí y estaré allí. ¿Digamos treinta
minutos?"
"Sí, está bien", dijo Annie, un poco nerviosa. Todavía estaba cogida de la mano
de Hollis y, de alguna manera, había accedido a una cita para cenar. No, no. Una cita
no. No iba a tener una cita con Hollis Monroe. Annie mantuvo ese pensamiento
firmemente en su mente durante todo el camino a casa.

Annie evaluó su aspecto en el espejo con marco de nogal que colgaba justo en la
puerta de su casa. Al darse cuenta de que era la tercera vez que lo comprobaba, se
dio la vuelta, agradeciendo que Callie fuera la ú nica testigo de su estupidez. No
podía creer que estuviera tan ansiosa por una simple cena, a la que llevaba a su
hijo de cuatro añ os. No era una salida romá ntica. Evidentemente, Hollis no pensaba
en la velada má s que como un gesto amistoso, una salida colegial para romper el
hielo. Al fin y al cabo, iban a trabajar juntos con frecuencia, y conocerse era
inteligente. Hollis era inteligente. Hollis llegaría en cualquier momento. Annie se
tiró del cuello de su camisa de seda verde esmeralda y alisó la parte delantera por
encima de sus pechos, girando de lado para asegurarse de que no se abultara por
encima de la cintura de sus pantalones marrones. Sus tacones eran lo
suficientemente altos como para no ser zapatos de trabajo, pero no tan altos como
para ser demasiado elegantes. A Hollis le quedaban muy bien la camisa y los
pantalones a medida que había llevado en el hospital. El corte de la camisa dejaba
ver sus hombros, y la caída de los pantalones sobre su trasero...
Annie apartó su atenció n del espejo y su mente del trasero de Hollis. En
realidad, su mente estaba divagando en lugares completamente distintos a ella.
Esta no era su primera cita... no cita... cena con una mujer. Había tenido una cita
cada pocos meses má s o menos y las había encontrado todas agradables. No era
antisocial, simplemente nunca había sentido la necesidad de involucrarse
seriamente con alguien. No había conocido a nadie que le interesara má s allá de la
amistad, ¿y para qué complicar las cosas?
Hollis ya se sentía complicado.
Retazos de sus conversaciones, el recuerdo de la rá pida sonrisa de Hollis, su
oscura y penetrante mirada, la emboscaban en los momentos má s inoportunos,
rompiendo su concentració n, distrayéndola de las formas má s -de acuerdo, lo
admitiría- agradables. La emoció n que la recorría cuando pensaba en Hollis era
excitante. Y peligroso. No quería perder el control. No quería tener sentimientos
que la llevaran a lugares de los que se arrepentiría. Por mucho que quisiera olvidar
a Jeff, recordaba demasiado bien el regocijo que su atenció n le producía, la
expectació n con la que esperaba su llamada, la maravilla a menudo onírica que
experimentaba cuando estaba con él, como si hubiera entrado en la vida de otra
persona, un cuento de hadas en el que el mundo brillaba y ella era hermosa. Dios,
qué superficialidad podía tener. Y aquí estaba ella, obsesionada por si su blusa
resaltaba el verde de sus ojos. La historia no iba a repetirse, ella no lo permitiría.
Decidida, se puso de espaldas al espejo, apartó la cortina de encaje que cubría la
ventana de cristal emplomado de la puerta del vestíbulo y comprobó la calle que
había frente a la casa. De nuevo. Dejó caer la mano como si la cortina estuviera
ardiendo.
"Vamos afuera, cariñ o". Tal vez si se movía podría trabajar algo de su
nerviosismo.
"Espera", gritó Callie. "Me olvidé de Buttercup".
"Muy bien. Ve a buscarla".
Mientras esperaba, Annie revisó su bolso para asegurarse de que tenía su
localizador, el dinero de la cartera, su teléfono mó vil y el brillo de labios rosa
pá lido que había probado por primera vez. Por si acaso necesitaba un retoque.
Para. Dios, ¡detente!
Callie vino corriendo por el pasillo con un pequeñ o conejito amarillo agarrado
en la mano izquierda. Había declarado que el conejito se llamaba Buttercup y había
empezado a llevarlo a todas partes en los ú ltimos días. Annie cogió la silla de coche
extra que tenía junto a la puerta. "¿Todo listo?"
"Ajá . Estamos listos para cenar".
"Bien. Vamos, entonces". Riendo, Annie abrió la puerta y se metió directamente
en los brazos de Hollis. El asiento del coche cayó con estrépito al suelo. "¡Oh!"
"¡Hola!" Hollis la agarró por la cintura y terminaron en un abrazo flojo. "Hola.
¿Llego tarde?"
"¿Qué? No. No lo sé. ¿Lo está s?" Annie casi puso los ojos en blanco. Al parecer,
su coeficiente intelectual acababa de caer cincuenta puntos. El cuerpo de Hollis era
firme y cá lido y su boca estaba muy, muy cerca. Annie respiró profundamente y sus
pechos rozaron los de Hollis. Sus pezones se endurecieron. Oh. Malo. Muy malo.
"Lo siento. No estaba mirando por dó nde iba".
"Parece que eso va por ahí estos días", murmuró Hollis. Ella no lo soltó . "Temía
que te fueras a algú n sitio sin mí".
"Oh. No. Íbamos a esperar fuera". Annie deslizó su brazo alrededor de los
hombros de Callie y se alejó de Hollis. Deseó que su camisa estuviera má s suelta.
Deseó que su cerebro volviera a funcionar.
"Bueno, espero que los dos tengá is hambre". Hollis se puso en cuclillas y les
tendió una pequeñ a caja de lá pices de colores y un libro para colorear con el
personaje principal de la película Brave en la portada. "Pensé que os gustaría hacer
algo mientras esperamos la cena".
Callie miró a su madre. "¿Puedo?"
"Sí". A Annie se le hizo un nudo en la garganta. Ni flores ni vino para ella. Hollis
le había traído a Callie un regalo en su lugar. Oh, Hollis era mucho má s que
encantador. "El Dr. Monroe es un amigo".
Hollis levantó la vista, sus ojos azules se arremolinaban con estrellas de
medianoche. "Gracias".
Annie apenas resistió el impulso de pasar sus dedos por el pelo de Hollis. No
recordaba haber tenido nunca tantas ganas de tocar a alguien. Retrocedió un paso.
"Ha sido muy amable por tu parte, gracias".
"No hay problema". Hollis se felicitó en silencio. No estaba segura de lo que
podría interesarle a un niñ o de cuatro añ os, pero había hecho una rá pida llamada a
su cuñ ada, que le informó de que todos los niñ os y niñ as mayores de dos añ os
habían visto la película. Por suerte, en el Rite Aid que estaba a media manzana del
hospital había de todo en la secció n infantil. Callie ya lo estaba hojeando,
parloteando con entusiasmo sobre el dibujo que quería colorear. Su alegría hizo
que el corazó n de Hollis se levantara. Probablemente debería pasar má s tiempo
con los hijos de Bruce y David, pero a veces estar cerca de ellos le hacía doler el
corazó n, aunque los quería. Miró a Annie. "Supongo que es un éxito".
"Buena decisió n".
La voz de Annie era ronca y sus ojos habían pasado del verde veraniego a las
oscuras profundidades secretas del bosque. Su labio inferior brillaba con un
delicado color rosa, hú medo y tentador. Annie parecía estar luchando por no
tocarla, y Hollis se tensó por todas partes. Era bastante flexible en la cama, pero la
mayoría de las veces daba el primer paso. Justo en ese momento, se habría
contentado con dejar que Annie hiciera lo que quisiera. Cualquier cosa, con tal de
mantener esa mirada en los ojos de Annie. Se enderezó y se aclaró la garganta. "Me
alegro de que le guste".
Annie estaba a un palmo de distancia y su mirada parecía clavada en la boca de
Hollis. "Lo hace. Mucho".
A Hollis le temblaban las manos. Le ardían las entrañ as. Se mojó los labios.
"Só lo me arriesgué. Nunca se sabe hasta que se intenta, ¿verdad?"
"No, nunca lo haces".
La voz de Annie era suave y sensual y cada centímetro de la piel de Hollis
zumbaba de placer. Los sonidos de los niñ os que jugaban a la pelota en la calle se
desvanecieron y la noche tranquila se cerró a su alrededor. "Annie, está s preciosa.
Quiero..."
Las pupilas de Annie parpadearon y el deseo difuso de sus ojos desapareció . Su
mirada se agudizó . "Deberíamos irnos".
Hollis se sorprendió a sí misma un segundo antes de que hubiera puesto las
manos sobre ella. No había estado pensando, y siempre lo hacía. No era impulsiva,
sí, pero siempre sabía lo que hacía y por qué. Había invitado a Annie a cenar para
conocerla y encontrar una forma de atravesar los escudos defensivos que Annie
utilizaba para mantenerla alejada. Quería entrar dentro de las paredes de Annie,
donde la calidez de la sonrisa de Annie la esperaba. No sabía por qué, pero ya lo
descubriría. Química, probablemente. Algo tan simple como eso. Intentar besarla
antes de que tuvieran una sola cita no era muy inteligente.
"Bien. Deberíamos irnos". Hollis se obligó a moverse, aunque quería quedarse
exactamente donde estaba hasta que Annie la mirara como lo había hecho un
minuto antes. Carpe diem: demasiado tarde para eso. Inspiró y sonrió a Callie.
"Oye, ¿te gusta la comida mexicana?"
Callie miró a Annie. "¿Es una película?"
"No, nena, es comida. Vamos". Annie le dio la mano a Callie. "Te va a gustar".
Hollis recogió el asiento del coche, se apresuró a bajar los escalones y abrió la
puerta trasera de su FJ Cruiser justo cuando Annie llegó a la acera. "Tendré esto
asegurado en un segundo".
"Gracias". Annie dio un paso atrá s mientras Hollis se apartaba, con cuidado de
que no se tocaran. "Vamos, Callie, sube".
Annie abrochó el cinturó n de seguridad de Callie y le entregó el conejito y su
nuevo libro de colorear y lá pices de colores. Cerró la puerta y se acomodó en el
asiento del copiloto, agradecida por los asientos de cubo. Al menos no había
posibilidad de que su cuerpo rozara accidentalmente el de Hollis. Si Hollis se ponía
má s dulce antes de que terminara la noche, le iba a costar recordar que eran
colegas. Después de que Callie naciera, había dado forma a una vida segura y
estable, sin espacio para la incertidumbre. Hollis era una cifra cuya sola presencia
hacía que su mundo se tambaleara.
Hollis metió la mano entre los asientos y la apretó . "¿Todo bien?"
"Sí", dijo Annie de manera uniforme, retirando suavemente su mano.
"Absolutamente

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