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LA BOLITA AZUL

En el principio de los tiempos sólo existían las balsas y

canoas paramástiles
barco con atreverseyalvelas
mar. Mucho
navegaba tiempo después en Se
un grumete. un
llamaba Sebastián, tenía once años y era temeroso. El
padre de Sebastián era capitán de un barco y cuando se
despidió de él, Sebastián supo que su padre le pedía coraje.
Sebastián lloró cuando el barco se alejó del muelle y vio
desaparecer a la distancia a su madre, a su padre y a sus
hermanos que ya habían sido grumetes antes que él. Para
consolarse, acarició unas bolitas de vidrio que siempre
llevaba en el bolsillo, tenían distintos colores y su preferida
era una de color azul. Mientras apretaba la bolita azul
alguien gritó su nombre “grumete”. Era un viejo marinero
de mirada terrible que se llamaba Benito, que le dijo
“Grumete, a pelar papas”.
En cuanto terminó de pelar las papas, el viejo marinero
estaba a su lado, Sebastián tembló. El viejo marinero le
ordenó que acomodara el camarote del capitán en la proa,
el dormitorio de los marineros en la popa, que barriera y
lustrara, que pusiera la mesa y lavara los platos. Sebastián
hizo todo y quedó bien cansado al final en su cama,
extrañaba a su madre y su casa, apretó la bolita azul.
Lucio y León, dos hermanos muy jóvenes, le hacían bromas
como esconderle los zapatos o decían que el barco se
hundía. Sebastián les decía que lo dejarán en paz.
Una noche, Sebastián vio que su manta con la que se cubría
del frío se movía y se asustó. Eran los hermanos que le
hacían una broma, “te asustamos, te asustamos, gritaron de
risa”. No, claro que no, les dijo Sebastián. Cuando los
hermanos salieron del dormitorio, el grumete tomó la bolita
azul en la mano y le habló. “Soy un tonto”, dijo, y le pareció
que la bolita azul le contestaba que no, que todavía era muy
niño y los niños se asustan de lo que no comprenden.
Sebastián quería volver a dormir pero tenía miedo, la bolita
azul le decía que no debía temer, que si había monstruos en
el techo, los monstruos escapan cuando un valiente se
atreve a sacarles la lengua.
Sebastián tomó valor y abrió su boca y les sacó la lengua a
todos esos monstruos que el veía en la oscuridad y todo eso
desapareció y él se pudo dormir.
A la mañana siguiente, mientras tomaba su desayuno,
Benito, el viejo marinero que le tenía aprecio a Sebastián le
dijo todo el trabajo que debía hacer en el día, como llevar el
café al capitán.
Cuando iba a entregar el café, escuchó un “uhhhh” a sus
espaldas, volteó y vio a una sabana grande moverse, era un
fantasma muy grande y del susto se le cayó el café, pensó
“esto no puede ser una broma, es real” y trató de apretar la
bolita azul, cerró los ojos. En ese momento reconoció una
voz que dijo “qué ocurre aquí?”, era Benito, el viejo
marinero, y en ese momento Sebastián se alegró de
escuchar aquella voz y vio que el fantasma parecía asustado
al escuchar esa voz. Sebastián se sintió aliviado de que
Benito lo librara del fantasma. Benito arrancó la sabana del
supuesto fantasma y Sebastián vio que realmente era Lucio.
Benito regañó a Lucio y vio que más atrás estaba León, y
sacudió a los dos hermanos contra la pared. Les puso de
castigo que esa noche cumplirían doble guardia en el
puente y que si seguían con las bromas los arrojaría al mar.
Sebastián dijo “Al mar no”. Los hermanos sintieron un poco
de vergüenza, el grumete, al que tanto asustaban, no quería
que fueran arrojados al mar.
Con el tiempo, Sebastián fue aprendiendo y ya no caía tan
fácil en las bromas de Lucio y León. Ya no lo asustaban tan
fácil. Ya no le temía a Benito y también aprendió a ver el
afecto en su mirada terrible. Sin embargo, nada asustaba
tanto al grumete como los huracanes. Una noche, se
desató de repente una tormenta, el barco llamado “Eloisa,
en el que viajaba el grumete, estaba en puerto esperando
partir en la mañana. Nuestro grumete estaba en cubierta
agarrando una soga, sentía pavor y ganas de ocultarse pero
no se lo permitió. Oyó unos golpes y unos secos y agudos
graznidos, provenían del palo mayor. Levantó la vista y con

la luz de un relámpago pudo ver que era un pájaro que


había quedado atrapado de las patas en las sogas de la
punta del mástil. Era un pájaro grande, más grande que una
gaviota que cada vez se enredaba más, a pesar de su
pánico, el grumete se acercó a la base del mástil y colocó el
pie en el primer escalón, siendo bien valiente porque quería
rescatar al pájaro. Subió a pesar de que era muy peligroso y
con un cuchillo soltó las sogas que aprisionaban al pájaro y
lo tomó con un brazo contra su pecho. El pájaro picoteó en
un dedo a Sebastián e hizo que le saliera sangre, pero antes
de que pudiera hacerlo de nuevo, el grumete le pegó en la
cabeza y le dijo “quieto pájaro”, y el pájaro se quedó

tranquilo.
pero logróCuando Sebastián
encontrar iba bajando
el soporte para supor
pie,poco y se cae
lo apoyó y
siguió bajando mientras le preguntaba a su bolita de vidrio
“no soy miedoso verdad?”.
Al terminar de bajar puso al pájaro sobre un trozo de vela y
éste quiso picotearlo de nuevo cuando Sebastián quiso
secarle las plumas. Sebastián estaba feliz de haber sido tan

valiente y haber podido rescatar al pájaro.


La tormenta de pronto terminó y el pájaro acercó su cabeza
a Sebastián y rápido metió el pico en su bolsillo y le robó
una bolita de vidrio, Sebastián se dio cuenta más tarde que
era la bolita azul, su preferida. El pájaro empezó a volar con
la bolita en el pico y se fue.
Los hermanos Lucio y León habían visto como Sebastián
había rescatado al pájaro y le gritaban “el grumete loquito,
el grumete loquito”, pero les había sorprendido la valentía
de Sebastián y ya no volvieron a molestarlo con sus bromas.
Luego empezaron a bajar a tierra, los hermanos invitaron a
Sebastián a bajar del barco, lo invitaron en serio porque la
aventura de Sebastián con el pájaro los había conmovido.
Los hermanos tenían a sus novias en ese pueblo y eran
muy altas. Sebastián caminó por las calles del pueblo y casi
en las afueras, en una casa pintada de verde, vio a una niña
en la puerta. Se miraron y él le regaló una naranja. “Qué te
doy a cambio?” Sebastián pensó un poco. “Un beso,
contestó”. “Sí. Y me casaré con vos”. “Cuándo?” “Cuando
cumpla veinte años”, dijo ella.
En ese momento el padre la llamó “Delfina, Delfina” decía
con voz de enojo. En realidad era muy tarde para que una
niña estuviera en la puerta de calle. Ella se fue corriendo,
volvió la cabeza “Mañana te doy el beso”, gritó, Y él le
prometió volver.
Pero no pudo cumplir su promesa, el capitán ordenó partir.
De un puerto a otro pasó el tiempo. Nuestro grumete
ascendió a marinero. En la casa verde, la niña, ya
adolescente, lo esperaba.
Durante el viaje había tormentas y aunque a Sebastián no le
gustaban, ya no le causaban tanto miedo. Sebastián
confiaba en “Eloisa, el barco”. Sin embargo mientras
navegaba en un mar tropical, una tormenta pudo con el
barco, fue una tempestad muy violenta, todo estalló, hirvió
el mar y un viento enfurecido arrancó el velamen. El barco,
desmantelado a la deriva, fue arrastrado hacia una rocas,
encalló y se partió en dos. El mar devoró al Eloisa en un
instante.
Sebastián no supo que pasó y luchaba por sobrevivir en el
mar, no supo nada ni de Benito ni de los hermanos Lucio y
León. Pensó que se ahogaría pero con mucho esfuerzo
pudo nadar hasta la superficie, vio un pedazo de madero y
se aferró a él y así pasó un día, dormitando a ratos,
recordando a su bolita azul que el pájaro le había
arrebatado, y gritó “Quiero mi bolita azul, quiero mi bolita
azul, pájaro, te salvé y tú me robaste mi bolita azul, quiero
que me la devuelvas” y se puso a llorar.
Al anochecer una corriente del mar lo arrojó a una playa, se
arrastró por la arena y en la arena seca se quedó dormido,
no sintió el frío ni la sed ni el hambre.
Lo despertó el sol y no sabía dónde estaba, luego recordó la
tormenta y el naufragio.
Una mujer muy flaca lo miraba, tenía los ojos amarillo y la
nariz curvada como el pico de un pájaro, y le dijo
“Levántate” vivo en una choza muy lejos. Él obedeció y
siguió a la mujer. La choza era muy pobre, la mujer le
preparó leche caliente y qué bien le supo a nuestro
marinero. Cayó rendido y lo despertó un pellizco en la
mano. “Hora de comer”, había un olor a guiso y Sebastián
comió con muchas ganas y pensó que en esa choza tan
pobre había de todo.
Después de varios días, Sebastián se sintió repuesto, hacía
paseos por la playa. Una noche los ojos de la mujer
brillaron más que de costumbre. “No me reconoces?” dijo
“soy el pájaro. Me salvaste una vez y ahora te salvo. Le
entregó un cuchillo y le dijo, aquella noche yo te di un
picotazo y tu dedo sangró, quiero estar a mano, pero él no
quiso cortarla y arrojó el cuchillo sobre la mesa, la mujer lo
recogió y se hizo un corte pequeño aunque profundo y le
brotó la sangre. “Pero todavía falta algo para no debernos
nada” “qué falta?” dijo Sebastián. “Esto” dijo ella y le dio un
coscorrón en la cabeza, te acuerdas? Tú me pegaste en la
cabeza, y bien fuerte, ahora estamos iguales y se rió, jijiji,
cuac cuac cuac. “Si eres el pájaro, quiero la bolita azul que
me robaste”. “Yo qué sé de tu bolita azul” contestó
enojada, pero el enojo se le pasó. Y a saltitos fue hasta la
puerta de la choza, “Vaya a saberse dónde está tu bolita

azul” y se rio ji ji, cuac, cuac.


Así transcurrieron unos meses, Sebastián pensó que debería
vivir siempre al lado de esa mujer de ojos amarillos, que
nadie lo rescataría, y pensaba en sus padres y que no
volvería a ver a la niña que lo esperaba para darle un beso
en su casita verde. Se entristeció, comía menos y se pasaba
horas sentado en la playa. La mujer se dio cuenta y se

preguntaba por qué el grumete se veía tan melancólico.


Una noche, Sebastián sintió un pellizco, creyó que era la
mujer, pero no era. Era el pájaro de ojos amarillos, tan
grande ahora que de abrir las alas chocaría con las paredes.
“Quiero mi bolita azul” dijo Sebastián.
“Yo qué sé de tu bolita azul” dijo el pájaro. A saltitos se
dirigió a la puerta y Sebastián siguió sus pasos. El pájaro le
dijo que lo llevaría a donde quisiera. Y Sebastián recordó a
la niña en su casita verde. “En un pueblo me espera”.. dijo
Sebastián. Sí, sí, lo sé dijo el pájaro. “ El grumete está
enamorado”. Y después de que el pájaro se comió un
pescadito, le dijo a Sebastián que se subiera y emprendió el
vuelo llevando a Sebastián. Por suerte Sebastián ya no era
tan miedoso.
Atravesaron el mar y Sebastián experimentó lo que
experimentan los pájaros cuando vuelan. El pájaro
descendió planeando frente a una casa pintada de verde.
La niña, ya era una mujer, estaba en la puerta, vio a

S e b a s ti á n y l e a s o m b ó q n vi n
m o n tad o e n “ C ó m o t ar da s “te d
s o ri ó . N u S b a s ti á ie r a
u na p á ja ro. te” le d i j o , e bo
un beso”. Y le dio un beso en la mejilla y no se dieron
cuenta cuando el pájaro emprendió el vuelo y desapareció
en el horizonte.
Meses después hubo boda, se casaron la niña y el marinero,
pasado un tiempo él se embarcó nuevamente, pero siempre

regresaba a la casita verde con techo rojo. En sus viajes


buscaba al pájaro en el horizonte, pero nunca lo vio, salvo
en su recuerdo que le decía que toda generosidad es
devuelta, aunque a veces por misteriosos caminos. Una
noche, cuando cumplía su guardia en el puente, ya era
oficial y había niños en la casita verde, empezó a extrañar a
su mujer y a sus niños. El estaba sólo y el mar muy oscuro.
De repente sintió un fuerte pellizcón en la mano y pegó un
grito, “qué pasa?” Y se puso a observar a su alrededor. Vio
una mancha en el aire. Algo lo confortaba pero no sabía
que era. Después supo qué era. Recordó el picotazo y la
visión de un vuelo.

Lentamente abrió la mano y en su palma de su mano había


una bolita de vidrio de intenso azul.

De un cuenteo escrito por una mujer, voló el pájaro de ojos


amarillos para entrar en mi historia.
En ese cuento el pájaro fue salvado también por un

g gr u m s c o r
P P e r o p á ja
te , ta b i é n le m o r d ió l d e d ó n .
en s u ma y o r p ar te l a s ave n t u ra r o y
o y r ci b ió u co
s q ue c o rr en e l
el grumete son diferentes en mi historia. Quizá tampoco en
La bolita azul se quede el pájaro. Quizá con el tiempo, vuele
otra vez para vivir en un cuento distinto donde
seguramente aparecerán salvados del naufragio el viejo
Benito de mirada terrible y los hermanos reidores Lucio y
León. Esto es lo bueno de los cuentos, que las desgracias
pueden conjurarse, que las felicidades se repiten. Basta que
alguien llame a los personajes, imagine y escriba con ellos –
para ustedes – otra historia.

Griselda Gambaro
En un frasquito sobre mi escritorio guardo muchas bolitas o
canicas. Por supuesto tengo una azul, otras rojas y
amarillas, violetas y rojas, algunas enteramente verdes.
Antes los niños jugaban mucho con ellas, las arrojaban por
tierra y ganaba quien embocaba la suya en un hoyito
redondo. Se creía que era un juego de varones, pero a mí

me encantaba
Después y trataba
me atrajo de que
escribir, me permitieran
contar jugar.
historias. Inventé
muchas y este juego me gustó tanto que nunca lo dejé. De
tal modo que, además de la bolita azul, escribí varios libros
más.
Y para conocernos más, agrego que nací en Buenos Aire,
Argentina, y vivo en un suburbio de la zona sur. Estoy

casada,
amigos, tengo
perra, dos hijos,enuna
pajaritos nieta, yhermanas,
el jardín sobrinos,
hasta hormigas en la
cocina.

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