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A la una de la madrugada todas las noches son oscuras.

Una ventana pequeña estaba abierta y por la esquina de la pared del cuarto donde
dormía Áticus, bajaba muy lentamente una arañita.

Genoveva llegó al suelo, apuró el paso hasta la pata de la cama, empezó a subir,
rápidamente la arañita alcanzó la almohada donde Áticus apoyaba su cabellera
negra. Genoveva escuchaba la respiración tranquila del niño. Trepó por el cuello del
pijama y llegó hasta su oreja, casi no pisaba la piel acercándose al orificio por donde se
escuchan todos los sonidos, y dijo suavemente:

– Hola Áticus, como estás.

– Áticus despertó, y comenzaron a conversar…

Se contaron cosas, Genoveva se acurrucó y Áticus empezó a soñar…

El mar estaba frío, Pokluss una ballena gris hembra nadaba con la manada frente a las
costas del mar de Bering. Sin sumergirse, en su lomo estaba posado Julián, un albatros,
su compañero inseparable. Julián las alertaba de los cazadores de ballenas. Así viajaron
mares y años.

El albatros vuela, amanece en el cielo y en el mar. Un día Pokluss le cuenta un sueño a


Julián. -¡es trocar vida por muerte! Dice Pokluss, – ¡Cuéntame rápido dice Julián!

Mil ballenas haremos un ballet en el golfo de México, será una noticia maravillosa, los
cazadores de ballenas trocarán sus uniformes de carniceros por la ropa deportiva de los
promotores turísticos, venderán entradas, café, canchita y helados.

¡Nosotras seremos libres y ellos serán ricos!

¿Como lo anunciamos pregunta Julián?

Fácil, dice Pokluss, tu Julián reunirás a diez Albatros y volarán juntos por primera vez,
ese será el anuncio

Fantástico dice Julián, así se hará.

¿A que hora empieza la función?

Tapada con la solapa del cuello del pijama, Genoveva dormía y Áticus seguía soñando
profundamente… Caminaba por la arena de la orilla de la caleta El Ermitaño de la isla
San Lorenzo y vio que un cangrejito entró en su túnel.

Sintió curiosidad en ver si era “carretero” el cangrejito con el que conversaba a menudo
hace años en sus visitas a la isla. Se acercó despacio a la entrada de la boca del túnel de
una redondez perfecta, se recostó sobre la arena clara, de costado y con un codo
apoyado en la arena la palma de su mano abierta sostenía su cara, estaba muy cómodo
mirando fijamente la entrada oscura del agujero.
Hasta que el cangrejito apareció, se miraron un instante largo, en efecto, era “carretero”,
¡que emoción! se reconocieron, se acercó despreocupado al bolsillo abierto de su camisa
que estaba pegado a la arena, entró, juntó sus patitas y a la sombra se puso a
descansar…

Áticus miraba distraído, de pronto una larga y sinuosa fila de hormiguitas pasaba por la
arena muy cerca de su hombro, esta venía de por debajo de una enorme piedra y a cierta
distancia, otra fila de hormigas se acercaba bajando la parte más alta. Las dos se
encontraban, dialogaban un instante unas con las otras y luego tomaban otra dirección.

Áticus acercó su cara lo más que pudo a la lomita por donde pasaban los dos cortejos,
sabía que algo se decían.

Las hormiguitas que venían de la piedra celebraban un sepelio de una hormiga que
murió viejita, por lo que venían alegres, danzando. En cambio las otras pasaban tristes,
llevaban a enterrar a una hormiguita que murió muy joven.

La ancianita en su larga vida había beneficiado a muchos y se benefició, pero la que


murió jovencita no tuvo tiempo, de allí la tristeza.

Todo esto se lo contó secretamente a Áticus la última hormiguita.

Áticus y Genoveva despertaron.

HBJ.

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