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PURHÉ
Il COLOQUIO DE ANTROPOLOGIA
E HISTORIA
REGIONALES
Fuentes e historia
Francisco Miranda,
editor
COLEGIO DE MICHOACAN
ACTIVIDADES SOCIALES Y CULTURALES DE MICHOACAN
(FONAPAS MICHOACAN)
LA CULTURA
PURHÉ
Il COLOQUIO
DE ANTROPOLOGIA E
HISTORIA REGIONALES
Fuentes e Historia
Francisco Miranda
Compilador
V am os a exam inar som eram ente la visión del hom bre en la cultura
tarasca antigua, señalando algunas de las características que se le asignan
al hom bre.
a) El hom bre es un ser vivo (cuiri-pu). C om o podem os ver en el Dic-
tionarito Breve y Compendioso. . . de L agunas (p. 115), bajo kuiri, la radical
K U I “ significa criar, crecer, o hacer m ercedes” . A dem ás, como podem os
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ver de una revisión de las palabras term inadas en PU en el Diccionario de
G ilberti, la m ayoría de ellas se refieren a cosa viva o que sirve para la
vida.
b) Su com unidad abarca vivos y m uertos. T iene por esto el hom bre un a
personalidad que es al m ism o tiem po individual y grupal. H orizontal
m ente el hom bre tiene a los dioses y a los antepasados como su com uni
dad; verticalm ente se encuentra en la jerarquización de la sociedad y la
fam ilia. V ivía en la consciencia de que su com unidad se extendía m ás allá
de las fronteras de vida y m uerte. Al m orir era posible no sólo encontrarse
con los dioses sino tam bién con los propios jefes y ancestros. Así los m en
sajeros de los m exicanos al llegar a M ichoacán después de la m uerte de
Z uangua son ataviados como prisioneros y sacrificados para que se
reunieran con Z uangua a quien debían entregar su m ensaje: “ ¿Q ué h are
mos a esto que vienen los m exicanos? no sabem os qué es el m ensaje que
traen; vavan tras mi padre a decillo allá donde va al infierno”
(245:12-13).
c) Su origen es divino, m ediante los dioses genealógicos. C iertam ente
se afirm a el origen divino del pueblo. Sin em bargo, la m anera inm ediata
en que se originó el hom bre no es m uy clara. Por una parte, se dice que el
hom bre fue hecho de ceniza (Nicolás León, Los Tarascos, reed. Ed. In n o
vación, p. 21): “ salieron las criaturas hechas de ceniza” cf. Relación
(212:5-7) al hacer coincidir el origen de los m exicanos y de los tarascos en
la interpretación del Lienzo de Jucutácato. Por otra parte, se decían des
cendientes de C uricaueri, pero este dios, como se dice en la R elación,
“ era una piedra” (Los T arascos, p. 101): “ linaje de nuestro dios C u ri
caueri” (14:20).
Com o ya hem os visto, entre los dioses encontram os algunos que son
un a especie de dioses genealógicos (quizá pudieran llam arse totém icos
aunque no había representación en la figura del tótem tradicional). Los
diferentes grupos se consideraban descendientes de esos dioses. E ran de
linaje divino, aunque fuera del linaje de una deidad m enor. Así tenem os
las águilas, las culebras, los m ontes, (28:21; 16:6). O tros dioses genealó
gicos pertenecían a la fam ilia m ism a, siendo sus ancestros. Así tenem os a
U nazi-irecha y a C am auáperi a quienes se les llam a “ abuelos-dioses”
(28:32).
La descendencia m ás o m enos directa del hom bre respecto a los dioses
les hacía tam bién pensar en que reunirse con los dioses era su fin. Esta
unión se hacía ya yendo hacia la tierra, hacia el dios del infierno, o bien
yendo a reunirse con los dioses del cielo. L a reunión con Iqs dioses del
cielo pudiera tom ar la form a de descenso ya que aquellos subían y baja
ban por las Petátzequa que eran las cuatro piedras encontradas en Pátz-
cuaro y que eran puerta del cielo (35:7-8).
d) Su fin es realizar en este m undo el reinado de C uricaueri. C uricaueri
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había recibido de los dioses la noticia de que había de conquistar toda la
tierra (173:4) y todos sus servidores en esta tierra obraban de tal m anera
que esto fuera realidad. T anto la acción como la inacción estaba ligada a
este fin últim o del reinado total de C uricaueri. Igualm ente la interacción
hum ana estaba en últim o térm ino m ediada por la divinidad; o quizá con
venga m ás decir que toda acción tenía como recipiente últim o la divinidad
y que las acciones a otros hom bres eran acciones frente a un dios.
e) Su existencia está orientada al cerem onial religioso-político (cuiri-
sinchagaritahpeni, incensar, cuiri-ndi, el que tañe la cuiringua). Esto po
dem os decirlo de la guerra y de las fiestas principalm ente, pero tam bién
del acarreo de leña para los tem plos, del servicio que prestaban al cazonci
m uchos de los artesanos, etc.
f) El hom bre en su ám bito como un todo form a un pueblo divino. Según
se citó anteriorm ente, en la Relación hay un pasaje en que se dice: “ C urin-
guaro. . . de todo en todo es población devina, y tiene canas de m uy anti
gua población, y las piedras de los fogares han hechado m uy hondas
raíces” (139:25). T am bién se dice: ‘‘si me hacéis a m í m erced estaríam os
y m oraríam os en paz en este pueblo divino” (205:20), refiriéndose al
nuevo cacique electo y lo que éste decía al pueblo. E ra un pueblo divino
no sólo el poblado donde cada cacique local gobernaba sino tam bién todo
lo que iba siendo conquistado, donde establecía ‘‘su vivienda
C uricaueri” (204:25). En esta tierra poco a poco iba siendo cum plida la
prom esa a C uricaueri y el dios la iba tom ando por m orada. Podem os
decir que en su visión del hom bre el valor básico era la percepción de su
linaje divino.
g) Su vida es esencialm ente alegría (tzipekua-tzipekuareta) aunque
tener experiencia se expresara como acum ular tristezas: ‘‘el que tiene
m ás tristezas consigo, según su m anera de decir, que es el m ás experi
m entado” (203:14-15). Nos apunta hacia un a visión optim ista de la vida
hum ana.
h) N o hay separación alm a-cuerpo. Los m uertos com en, cam inan, h a
cen viajes, hablan, se com unican con los vivos, etc. Y los vivos no experi
m entan separación entre un principio vital y el cuerpo, ya que lo que hace
que se m ueva (tziperahperi) el corazón (m intzita) es el alm a (m intzita tzi-
perahperi) como algo que actúa corporalm ente y no de m anera indepen
diente con vida propia.
i) En sus actos debe seguir lo natural, la naturaleza (isi ¿um -pequa) o
actuar naturalm ente (jasi cum -peparini). Se refleja en la Relación el senti
do de lo natural y adem ás un a gran curiosidad (‘‘son am igos de noveda
des” 205:9). Las acciones del hom bre debían seguir a la naturaleza, y es
taban regidas por dos códigos igualm ente severos: El código civil y el có
digo religioso. Sin em bargo, las acciones de los hom bres en algún sentido
son acciones, no frente a otros hom bres sino frente a un dios. A sí cuando
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T icátam e recibe a la m ujer que le ofrecen los Z izam banecha de N aran-
xan, les dice: “ Esto que dicen mis herm anos, todo es m uy bien: seáis bien
venidos. . . he aquí esta señora que habéis traido, y esto que me habéis
venido a decir, no lo decís a m í, m as a C uricaueri, que está aquí, al cual
habéis dicho todo esto” (16:19-24). Igualm ente T ariácuri dice, cuando su
m ujer no le es fiel: “ Esta afrenta no se ha hecho a m í, sino a C uricaueri”
(69:22).
Los isleños pescaban, los dem ás cazaban y otros cultivaban la tierra.
Pero la Relación se aboca a la narración de los hechos religiosos y políticos,
más que a la de la actividad del pueblo en general. Es natural esto, ya que
la Relación procede de boca de los sacerdotes y no de tradiciones popula
res. Las acciones del hom bre en general seguían los patrones de acción di
vinos; sin em bargo, hubo quien, como C arocom aco, logró forzar en parte
la voluntad del dios Q uerenda A ngápeti al subir las gradas de su tem plo
(113-114).
Los oficios de los artesanos en alguna m edida estaban ligados al servi
cio cultural o al servicio real. E ntre los artesanos encontram os a los que
hacían arcos, los que hacían m antas, los carpinteros, los plum ajeros, los
pintores, los pellejeros, los que trabajaban la cantera. Igualm ente
encontram os que había quienes tenían por oficio hacer guirnaldas, los za
pateros, los m ercaderes, los plateros, los curtidores, los navajeros, los car
teros (171-172), y los alfareros (178).
j) El hom bre es esencialm ente social. Com o la vida en sociedad, su pro
pia vida es un don, un a m erced. El hom bre se m anifiesta cum plidam ente
como ser social cuando a su vez es liberal y hace m ercedes (cuiripeti). V a
mos a pasar así al siguiente aspecto que es la sociedad.
Aspecto 3. Sociedad
L a unidad fundam ental de la sociedad era la fam ilia extensa. T anto las
leyes religiosas como las civiles estaban destinadas a ser aplicadas en el
contexto de la fam ilia extensa. La Relación no nos cuenta cómo era el ciclo
vital de un hom bre ordinario, pero sí nos relata al menos en parte la de los
nobles. Así tenem os en cuanto a la infancia algunos relatos, entre los que
el m ás interesante es el de T ariácuri. T ariácuri quedó huérfano des
de m uy pequeño y lo criaban sus tíos. Sin em bargo, los sacerdotes desde
m uy pronto se fijaron en él y lo enseñaron cuestiones doctrinales y sus
obligaciones rituales y cerem oniales. Así T ariácuri aprendió a ir por leña
para los tem plos, a no deber, a ser recto en sus acciones. C elebra m atri
monios por motivos de alianza y así recibe a la hija de C hánshori (señor
de C urínguaro) que le resulta infiel (64-65). Luego recibe a ótras dos m u
jeres de Z urum ban, señor de T ariarán . La tía de T ariácuri le hace el
com entario: “ Pues verás, señor T ariácuri, ¿cómo es señor Z urum ban.
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M ira lo que han traído, y esto no es nada para lo que enviará para la con
que has de ser señor” (81:22-24).
El casam iento viene a ser punto central en la vida social y religiosa. Se
liga a las dem ás actividades principalm ente por celebrarse con una fiesta.
La Relación da m ucho énfasis a los vínculos m atrim oniales y describe en
seis capítulos (III, cap. x-xv) lo que se refiere al m atrim onio sin agotar el
tem a, ya que éste aparece a lo largo de todo el texto. Sin em bargo, es
igualm ente notorio que en la Relación se dan varios casos de infidelidad, se
hace la aseveración de que “ las señoras como son incontinentes” (61:25),
y se detalla la m anera en que el adulterio podía ser llevado ajuicio: “ Y el
m arido que tom aba a su m ujer con otro, les hendía las orejas a entram
bos, a ella y el adúltero, en señal de que los había tom ado en adulterio. Y
les quitaba las m antas y se venían a quejar, y las m ostraba al que tenía
cargo de hacer justicia, y era creído, con aquella señal que traía” (12:17-
21). E ntre las recom endaciones que se daban a los que se casaban se
decía” “ no se mezcle aquí otra liviandad en esta case, ni de algún adulte
rio; haceos bien e sed bien casados; m irá no os m ate alguno por algún
adulterio o lujuria, que com eteréis” (212:16^18). Al m arido el sacerdote
le decía: “ Y tú señor, si notares a tu m ujer de algún adulterio, déjala
m ansam ente, y envíala a su casa sin hacelle m al. . .” (212:26-28).
Parece ser que estéticam ente los hom bres de aquel entonces tenían por
bonitas y deseables a las m ujeres de “ grandes muslos y grandes asientos”
(123:11). El valor básico en la relación de hijos a padres, de m enores a
m ayores, de vivos a ancestros, era el agradecim iento. D entro de la so
ciedad, el m antenim iento de la honra era de im portancia prim ordial. De
hecho, m uchos de los conflictos entre individuos y entre grupos que se
narran en la Relación nacen de otras acciones que atenían contra laJáonra
de alguien.
M uy posiblem ente, como dice Pedro C arrasco en su escrito sobre la
jerarq uía cívico-religiosa en las com unidades m esoam ericanas, refirién
dose al trasfondo prehispánico y al desarrollo colonial, la m ovilidad social
estaba ligada al desem peño de cargos religiosos y políticos en sucesión
dentro de la vida social del individuo y su familia. Es m uy probable que
esa m ovilidad haya tenido tres cam inos: el m ilitar, el sacerdotal y el del
com ercio y la artesanía. Sin em bargo, la Relación no nos describe las vidas
de gentes ordinarias en que pueda observarse claram ente este patrón de
m ovilidad social.
Aspecto 4. Economía
Llegam os a uno de los puntos m ás interesantes de la vida de los taras
cos. Sabem os ya que había m uchos artesanos que desem peñaban su oficio
principalm ente en relación con actividades religiosas o reales. Igualm ente
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verem os que la tierra y sus recursos eran prim eram ente propiedad del rey
que podía dar de ella a cualquier súbdito. Los recursos de la tierra eran
com plem entados con recursos obtenidos m ediante la tributación. De allí
que los tarascos hayan tenido, por lo m enos en los tiem pos del im perio,
una estabilidad económ ica que se ve en peligro sólo cuando em piezan los
augurios a la llegada de los españoles.
La producción se orienta al consum o interno en su m ayor parte, ya que
se destinaba a la familia o bien se vendía en los m ercados. Es posible que
una lectura m ás atenta de la Relación dé alguna noticia de com ercio ex
terno, hacia fuera del im perio, pero por lo m enos en este m om ento tengo
la idea de que este era m ás bien reducido y m ediado principalm ente por
relaciones tributarias, como puede verse en la huida de T ariácuri por
tierra caliente.
En la casa de los nobles y ricos había gente que prestaba servicios como
recam areras, guarda-joyas, guarda-ropas, etc. H abía adem ás servicios
que no eran dom ésticos, tales como el correo, los que daban de com er,
etc. (172).
El punto principal en el aspecto económ ico que aqu í presento m uy
abreviado reside en dos cuestiones: el valor básico que regía sus relaciones
económ icas, y el concepto de riqueza que tenían.
Sus relaciones económ icas estaban regidas por el concepto de “ lar
gueza” . L a “ larguéza” hum ana había de ser como la divina: el hom bre
había de ser “ liberal” como lo eran los dioses. Así se dice que
U azoríquare” es m uy liberal y da de com er a los hom bres” (20:9). Esto
lo confirm a tam bién el encargado de poner la Relación en español, que
dice: “ Yo no he hallado otra virtud, entre esta gente, si no es la liberali
dad; que, en su tiem po, los señores tenían por afrenta ser escasos” (4:13-
14). Ya antes m encioné otro pasaje de la Relación donde T ariácuri regre
sa de visitar a Z urum ban con las dos m ujeres que éste le había dado: “ Y
como llegó a su casa, salióle a recibir su tía y díjole: ‘Seas bien venido.’ Y
pusieron allí todo lo que Z urum ban había dado a T ariácuri, que era
m ucha cosa, y viéndolo su tía holgóse m ucho y díjole: ‘Pues verás, señor
T ariácuri, ¿cómo es señor Z u ru m b an ’?” (81:19-23).
Por otra parte, los ricos que habían de gobernar tenían la riqueza como
acumulación a repartir comunitariamente. Así tenem os que cuando se nom bra
ba un nuevo cacique en un pueblo, el cazonci le am onestaba en m uchas
cosas y entre otras cosas les decía: “ no com as tú solo tus com idas; m as lla
m a a la gente com ún y dales de lo que tuvieras; con esto guardarás la gen
te y los regirás” (203:26). T am bién al insistir en la aceptación del puesto
de cazonci se le decía al nuevo por vía de convencim iento: “ ¿y la pobre
gente? ¿quién la tendrá en cargo? Señor, prueba a sello, que ya eres de
edad y tienes discreción” (224:20).
L a riqueza como acum ulación a repartir com unitariam ente ju ega un
La visión del mundo entre los purhépecha 153
papel im portante en la celebración de las fiestas y encaja perfectam ente
con otros pasajes de la Relación.
En cierto sentido, ser gobernante entre los tarascos significaba un servi
cio al pueblo y un servicio a los dioses, como lo verem os a continuación.
Aspecto 5. Estado
Podem os decir que por lo m enos hasta T ariácuri, el rey tenía al m ism o
tiem po el papel de sacerdote y de hechicero (sham án). H ay m aneras de
representar el sistem a de gobierno del im perio tarasco pero creo que una
form a sim plificada nos perm itirá entender un poco m ás rápidam ente los
valores que estaban detrás de todo su aparato.