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CLOCHEMERLE

PERSONAJES

1. NARRADOR………………………………………………………..... Miguel Elúa

2. BARTHELEMY PIECHUT (Alcalde)…………………………. Benito González

3. TAFARDEL (Secretario del Ayuntamiento y maestro)..…Juantxo Etxeberria

4. PONOSSE (Cura)………………………………………………. Armando López

5. FRANCOIS TOUMIGNON (Galerías)……………………….. José Mari Martín

6. BARONESA ALPHONSINE DE COURTEBICHE…………..…. Ana Domingo

7. JUSTINE PUTET (Beata)………………..…………………..... Marisa Elizondo

8. ADELE TORBAYON (Posadera)…………………………..…………… Pili Saiz

9. JUDITH TOUMIGNON (Galerías)……………………….……… Arantxa Calvo

10. MADAME FOUACHE (Estanquera)………………….…..…..… Ione Otaegui

11. HONORINE (Ama de casa del cura)………………….… Mari Cruz Olazabal

12. ROSE VIVAQUE (Hija de María)…………..…………..……... Nora Olazabal

13. BABETTE MANAPOUX (Cotilla)………………….…..... Mª Jesús Etxebeste

14. MADAME VOUJON (Ama de llaves de la baronesa)…. Begoña Manterola

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GUIÓN

NARRADOR

La historia que les vamos a contar ocurrió allá por el año 1930, en un
pueblito del Beaujolais francés, llamado Clochemerle, que significa “campana
de mirlos”. Por su situación geográfica, el pueblo es eminentemente vinícola
y, por lo tanto, vive de acuerdo con los ciclos de la naturaleza, sin que en sus
calles ocurran grandes novedades.

Pero un acontecimiento tornará la cadenciosa rutina de sus moradores


en… Dejemos que nos lo cuenten ellos. ¡Voila!

PRIMERA ESCENA

Paseando de un lado a otro de la plaza el alcalde, Barthelemy Piechut, y el


secretario, Ernest Tafardel.

PIECHUT: ¡Qué buen diplomático hubiera sido usted, Tafardel! En cuanto


abre la boca, ya estamos de acuerdo.

TAFARDEL: Esas son las ventajas de la instrucción, señor alcalde. Existe un


modo de exponer las cosas que escapa a la percepción de los ignorantes,
pero que acaba siempre por persuadir.

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PIECHUT: Tenemos que encontrar algo, Tafardel, que demuestre los
adelantos y la superioridad de un municipio como el nuestro.

TAFARDEL: De acuerdo, mesie Piechit, pero me permito observarle que


contamos ya con un monumento a los caídos.

PIECHUT: A no tardar, todos los pueblos lo tendrán, sean cuales fueren los
ediles que los administren. Esto no tiene importancia. Debemos encontrar
algo más original, y, sobre todo, acorde con el programa del partido. ¿No es
ésta su opinión?

TAFARDEL: ¡Claro, mesie Piechit! ¡No faltaba más! Hay que hacer llegar el
progreso al campo, combatir sin descanso al oscurantismo. Y esta tarea la
hemos de asumir nosotros, los hombres de izquierda.

PIECHUT: Totalmente de acuerdo, Tafardel. ¿Se le ha ocurrido alguna idea?

TAFARDEL: ¿Una idea, mesie Piechit? Una idea…

PIECHUT: Sí, una idea, Tafardel. ¿Acaso tiene alguna?

TAFARDEL: Es decir, mesie Piechit,…El otro día se me ocurrió algo que me


propuse someter a su consideración. El cementerio es propiedad municipal,
¿verdad? Al fin y al cabo es un edificio público…

PIECHUT: Claro, Tafardel.

TAFARDEL: Siendo así, ¿por qué razón es la única propiedad del municipio
de Clochemerle que no ostenta la divisa republicana: Liberté, Égalité,
Fraternité? ¿No debe achacarse esta omisión a la negligencia que hace el
juego a los reaccionarios y al cura? ¿Acaso la República consiente en dejar
cesar su intervención en el umbral del eterno reposo? ¿No es eso reconocer
que los muertos escapan a la jurisdicción de los partidos de izquierda? La

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fuerza de los curas, señor Piechut, consiste en apropiarse de los muertos.
Sería conveniente demostrar que nosotros también tenemos derechos sobre
ellos.

PIECHUT: ¿Quiere usted saber mi opinión, Tafardel? Los muertos son los
muertos. Dejémoslos tranquilos.

TAFARDEL: No se trata de molestarlos, sino de protegerlos contra la


reacción. Porque, a fin de cuentas, la separación de la Iglesia y del Estado…

PIECHUT: ¡No siga, por Dios! Créame usted Tafardel; no nos metamos en
camisa de once varas. Lo que usted propone no interesa a nadie y, además,
causaría mal efecto. Los muertos pertenecen al pasado. Hemos de situarnos
cara al futuro. Lo que yo le pido es una idea para el día de mañana.

TAFARDEL: Siendo así, mesie Piechit, insisto una vez más en mi proposición
de instituir una biblioteca municipal.

PIECHUT: No perdamos el tiempo con ese asunto de la biblioteca. Le he


dicho una y mil veces que los clochemerlinos no leerán libros. Les basta y les
sobra con el periódico. ¿Acaso se figura que yo leo mucho? Necesitamos algo
que produzca un gran efecto, algo que corresponda a una época de progreso
como la actual… ¿No se le ocurre nada?

TAFARDEL: Reflexionaré sobre ello, señor alcalde… ¿Sería indiscreto


preguntarle si usted…?

PIECHUT: Sí, Tafardel, he pensado que… Hace mucho tiempo que tengo una
idea metida en la mollera.

TAFARDEL: ¡Magnífico! Ya que tiene usted una idea, ¿para qué devanarse
los sesos?

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PIECHUT: Quiero hacerle partícipe, de mi idea, Tafardel… Tengo el propósito
de…

(En el preciso instante en el que el alcalde va a comunicar su proyecto a


Tafardel, asoma en el umbral de su tienda la joven Judith Toumignon)

JUDITH: Buenos días, señor alcalde… y la compañía.

TAFARDEL: ¡Vaya, que aparición más inoportuna!

PIECHUT: Buenos días, Judith. Tú siempre tan diligente desde la mañana.

JUDITH: Ya sabe lo dice el dicho: el que tenga hacienda…

TAFARDEL: …que la atienda. Y ahora si nos permites… el señor alcalde me


estaba contando…

PIECHUT: Tranquilo, Tafardel, tranquilo. Que todavía ando bien de mollera y


recuerdo perfectamente lo que te iba a decir. Además las ideas pueden
esperar, mientras que la sonrisa y la belleza de esta joven son pasajeras.
¡Admirémosla en la plenitud!

TAFARDEL: Yo solo pretendía…

PIECHUT: ¡Ya, ya! Ya sé lo que pretendía.

JUDITH: ¡Qué cosas me dice el señor alcalde! Me va a hacer usted


sonrojarme.

TAFARDEL: (Mostrándose complaciente) Mesie Piechit siempre dice la


verdad.

PIECHUT: ¡Cuídate Judith y disfruta de la vida ahora, mientras eres joven!

TAFARDEL: Y que nosotros lo veamos.

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(Desde la taberna, cuya puerta estaba ya abierta, aparece Adele Torbayon, la
posadera)

ADELE: (Dirigiéndose a los dos hombres, sarcástica) Buenos días. ¿Qué,


trabajando?

PIECHUT: Buenos días Adele. ¿Cómo va el negocio?

TAFARDEL: (Entrando al trapo de la pregunta) Sí, señora. Estamos


trabajando.

ADELE: Pues, por lo que he escuchado, más bien parecía que andábamos de
ronda.

PIECHUT: No seas malvada, querida. Sólo saludábamos a tu vecina…

ADELE: … que, casualidades de la vida, abre su comercio al paso de los


señores alcalde y secretario.

JUDITH: Servidora abre el negocio cuando quiere, que para eso es mío. No,
como otras…

ADELE: Las galerías son de tu marido, no se te olvide. Que tú llegaste a este


pueblo con una mano delante y la otra detrás.

JUDITH: Hablas desde el resentimiento, porque mi marido me prefirió a mí


antes que a ti.

ADELE: A los hombres con malas artes se les lleva a donde se quiere. Pero
eso no es decente y tú…

JUDITH: Yo, ¿qué?

ADELE: Tú me lo robaste utilizando… me voy a callar… porque hay hombres


delante.

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JUDITH: ¡Habla! ¡Di lo que tengas que decir! No son más que patrañas, fruto
de la envidia.

ADELE: ¿Envidiarte, yo? Tengo un negocio propio, tan floreciente como el


tuyo o más. Tengo marido…

JUDITH: Perdona, ¡tú no tienes marido, tienes un esclavo!

ADELE: ¿Cómo? (Se dirige amenazante hacia Judith) ¡Tú no te atreves a


insultarnos!

(Piechut, se interpone entre ambas)

PIECHUT: ¡Haya paz, señoras! Y tranquilícense, que están dando un


bochornoso espectáculo. Cada cual a su casa y tengamos un buen día.

(Las dos mujeres, rezongando y retándose con la mirada, desaparecen en el


interior de sus respectivos negocios)

TAFARDEL: ¿Ve lo que le decía, señor alcalde? La incultura es el mayor


enemigo del progreso. Por eso insistía yo en lo de la biblioteca…

PIECHUT: ¡Olvídelo! El combate de estas mujeres, a pesar de mal efecto


causado, indica que por las venas de las clochemerlinas corre sangre. ¡Y eso
es muy grande, querido amigo!

TAFARDEL: Sí, claro.

PIECHUT: ¿Dónde estábamos, Tafardel?

TAFARDEL: Estaba a punto de descubrirme su gran idea.

PIECHUT: ¡Ah, sí! Como le decía, tengo el propósito de levantar un edificio a


expensas de los fondos del municipio.

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TAFARDEL: ¿Con el dinero del Ayuntamiento? Ya sabe que meter la mano
en los bolsillos de los ciudadanos no es muy popular.

PIECHUT: Lo dicho. Un edificio. Un edificio que será de gran utilidad, tanto


para la higiene como para las buenas costumbres… Vamos a ver si es usted
un poco sagaz, Tafardel. Adivine…

(Haciendo un gran arco con las manos, Ernest Tafardel dio a entender que las
posibilidades eran inmensas y que sería un desatino exponer cualquier
conjetura)

PIECHUT: Quiero hacer construir un urinario público

TAFARDEL: ¿Un urinario?

PIECHUT: En fin, un meadero.

TAFARDEL: Sí, sí. Lo había comprendido, mesie Piechit.

PIECHUT: ¿Y qué opina usted?

TAFARDEL: ¡No cabe duda de que es una buena idea, señor alcalde! Una
idea auténticamente republicana. Y en todos los casos, de acuerdo con la
ortodoxia del partido. Una medida que alcanza los más altos límites de la
igualdad, y, además, higiénica. ¡Cuando uno piensa que durante el reinado de
Luís XIV, los grandes señores meaban en las escaleras de palacio…! ¡Al fin y
al cabo era una cosa natural en tiempos de la realeza!

PIECHUT: En cuanto a esa pandilla de protestones de la oposición, ¿cree


usted que los meteremos en cintura?

TAFARDEL: No cabe duda, señor Piechut, que su proyecto les desprestigiará


enormemente ante la opinión pública. ¡Cuente usted conmigo, señor alcalde!

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PIECHUT: Entonces, ni una palabra más. Fijaremos el día. Por el momento,
mutis. Creo que, por una vez, vamos a divertirnos.

TAFARDEL: Esa es mi opinión, señor alcalde. A propósito, ¿ha pensado


usted en el emplazamiento de nuestro modesto edículo?

PIECHUT: ¡Ay, querido amigo! Gobernar es prever. Vamos a ver el sitio.

(Y se dirigieron hacia un lateral de la Iglesia, en el Callejón de los Frailes.


Piechut indicó con la mano el lugar, parangonando las palabras de Napoleón
atravesando los campos de Austerlitz)

PIECHUT: ¡Aquí libraré mi batalla!

FIN DE LA PRIMERA ESCENA

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NARRADOR

El silencio impuesto por el alcalde pronto se volvió insoportable. Todo el


mundo había visto pasear a los dos hombres y, ello, era presagio de grandes
acontecimientos en el pueblo, que desde ese momento se mostraba
expectante ante cualquier signo que perturbara la rutina inmemorial. El
comienzo de las obras fue el punto de ignición de las elucubraciones más
disparatadas; ante lo cual, el ayuntamiento tuvo que revelar sus intenciones.

ESCENA SEGUNDA.

Madame Fuach y Madam Babett Manapux charlan en la puerta del estanco de


la primera.

MADAME BABETTE: Entonces, ¿el doctor Murell ha estado a punto de matar


a Sidoni Sovy?

MADAME FOUACHE: Como se lo digo. A Sidoni comenzó a abultárserle el


vientre como una calabaza en verano y, Alfred, su hijo, decidió que no había
de tenerse en cuenta la economía y que sería más cristiano mandar a buscar
al doctor.

MADAME BABETTE: El doctor Murell es un hombre entendido en fracturas de


miembros. Esto nadie lo pone en duda. Él curó la pierna de Henri Brodequen
cuando cayó de la escalera al varear los nogales, y el brazo de Actúan
Patrigot cuando se dislocó al darle a la manivela de un camión. ¿Y qué hizo
el Doctor?

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MADAME FOUACHE: Nada. Tras palpar el vientre de la Sidoni, duro y casi
tan voluminoso como un tonel, les dijo. “Tal como está, es lo mismo que si
estuviera muerta”.

MADAME BABETTE: ¿Qué tenía?

MADAME FOUACHE: “Gases, que o le hacen estallar el vientre en mil


pedazos o la asfixian. Tanto en un caso como en otro, lo irreparable puede
llegar hoy mismo o mañana”.

MADAME BABETTE: ¿Se lo dijeron a la Sidoni?

MADAME FOUACHE: Sí, y entonces, ante tal coyuntura y resignada, solicitó


la presencia del cura.

MADAME BABETTE: ¡Pobre mujer! ¡Qué fatal destino! ¡Gases! ¿Qué ocurrió
después?

MADAME FOUACHE: Ponoss acudió y con ademanes suaves y buenas


maneras preguntó qué ocurría.

MADAME BABETTE: Ellos le contaron lo que había y, entonces, ¿qué hace el


cura?

MADAME FOUACHE: Solicitó que le levantaran las ropas de la cama y le


dejaran ver el vientre de la Sidoni.

MADAME BABETTE: Se quedarían todos estupefactos. ¡Un cura! ¡Qué


ocurrencia!

MADAME FOUACHE: En su estado pensaron que no era momento de


prejuicios y permitieron que Ponoss palpara la tripa de la enferma. Tras ello,
dijo: “Ya está. Conseguiré que obre. ¿Tienen aceite puro de oliva?

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MADAME BABETTE: ¡Qué tontería de pregunta! Aquí todo el mundo tiene
aceite de oliva en casa.

MADAME FOUACHE: Ponoss dio a beber dos vasos llenos a la Sidoni y le


recomendó, además, que rezara varios rosarios.

MADAME BABETTE: Para que Dios le ayudara, también. ¡Y funcionó. Ya lo


creo que funcionó!

MADAME FOUACHE: El vientre de la Sidoni se descargó.

MADAME BABETTE: Descargó de tal forma los gases que tenía


almacenados, que si por un lado apestaban, por otro le ensordecían a una…
Sentíase en las calles el mismo hedor de los días que vacían las letrinas.

(Antes de terminar la frase, llega Justine Putet, muy alterada)

JUSTINE: ¿Letrinas? ¿Qué hablabais de letrinas?

MADAME FOUACHE: Comentábamos el caso de Sidoni Sovy.

MADAME BABETTE: Ella me lo ha contado todo con pelos y señales. Ha sido


increíble.

JUSTINE: Entonces, ¿no os habéis enterado?

MADAME BABETTE: ¿Enterarnos de qué?

JUSTINE: El Ayuntamiento va a construir un urinario público junto a la iglesia


y delante de mi casa.

MADAME FOUACHE: ¡Ah!, ¿las famosas y misteriosas obras escondían ese


secreto?

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MADAME BABETTE: ¿Un urinario? No puede ser. Serán habladurías de la
gente.

MADAME FOUACHE: Lo que se oculta apremia la imaginación de los


curiosos.

JUSTINE: No son habladurías ni imagino nada. Es un edificio que atenta


contra las buenas costumbres. ¿Desde cuando se ha visto que estas cosas
se hagan en público?

MADAME BABETTE: Querida Justine, hasta ahora todos los hombres lo


hacen donde les place.

MADAME FOUACHE: O donde les obliga el apremio.

JUSTINE: ¿Están acaso diciéndome que aprueban esta barbaridad?

MADAME FOUACHE: En fin, aprobar, aprobar… no, pero en fin, tampoco es


como para…

MADAME BABETTE: …como para ponerse así. Después de todo y bien


mirado… puede que no sea para tanto.

JUSTINE: (Alterada) ¡Lo que me faltaba escuchar! Ya veo que la moral y la


decencia se están perdiendo en nuestro pueblo. Hace tiempo que vengo
observándolo y advirtiendo al señor cura. Pero, ¡de hoy no pasa! Hablaré con
quien tenga que hablar; denunciaré donde tenga que denunciar; protestaré…

MADAME BABETTE: Sí, donde quiera… ¡Cálmese Justin y tómese una tila!

JUSTINE: ¡Tomaré lo que yo quiera! Y me voy. No vayan a contagiarme con


su inmoralidad. (Mientras sale Justin, entra Honorin) ¡Ah, usted! ¿Está en
casa el señor Ponoss?

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HONORINE: Allí lo he dejado con las sagradas lecturas.

JUSTINE: Pues allá voy. No son momentos de lecturas, por muy sagradas
que sean, ¡es la hora del fuego purificador! (Sale)

HONORINE: ¿Qué le han hecho a la señorita Pitet para que salga de esa
manera?

MADAME FOUACHE: Nosotras nada. Ella que está enfadada con el mundo.

HONORINE: Bueno, lleva enfadada mucho tiempo pero nunca la había visto
así.

MADAME BABETTE: ¿Es que usted no está enterada?

HONORINE: ¿Enterada de qué? Pues, ¡vaya día! Voy de sorpresa en


sorpresa. Primero mlle. Pite y ahora usted.

MADAME FOUACHE: ¿De verdad que…?

HONORINE: Hablen claro de una vez que no soy ninguna pazguata.

MADAME FOUACHE: No se enfade. No pretendemos ofenderla, solamente


que nos extraña que…

MADAME BABETTE: …que siendo el ama de casa del señor cura, usted no
sepa nada del asunto.

HONORINE: ¡Definitivamente me voy!

MADAME FOUACHE: ¡Espere! ¿Sabe que van a hacer en las obras que
están realizando al lado de la iglesia?

MADAME BABETTE: ¿No se lo ha contado el señor cura?

HONORINE: No. No sé nada. Y temo que el señor cura tampoco lo sepa.

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MADAME FOUACHE: Ahora se va a enterar.

MADAME BABETTE: Es por lo que ha visto tan sulfurada a Justin.

HONORINE: ¡Me lo dicen de una vez o me voy!

MADAME BABETTE: El Ayuntamiento está construyendo un urinario.

MADAME FOUACHE: Un urinario público.

HONORINE: ¡No!

MADAME BABETTE y MADAME FOUACHE: ¡Sí!

HONORINE: ¡Jesús, la que me viene encima!

MADAME BABETTE: Bueno, yo me voy que todavía he de preparar la


comida. Adiós. (Sale)

MADAME FOUACHE: Y yo para adentro, que entre una cosa y otra todavía
tengo sin abrir los paquetes que han llegado esta mañana. Hasta pronto.
(Sale)

(Queda pensativa Honorine y llega madame Voujon)

HONORINE: (Pensando en voz alta) ¡Un urinario! ¡La que se va a armar!

MADAME VOUJON: ¿Hablando sola?

HONORINE: Pensando en alto. Acaban de darme una noticia y me he


quedado de piedra. (Silencio)

MADAME VOUJON: ¿Y se puede saber cual es o es un secreto?

HONORINE: Junto a la iglesia van a colocar un urinario.

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MADAME VOUJON: (Se ríe abiertamente) ¿Quién le ha contado semejante
cuento?

HONORINE: No es ningún cuento, madam Voujon. Como usted baja poco al


pueblo, no se ha enterado que en el callejón de los Frailes, junto a la iglesia,
llevan varias semanas realizando obras.

MADAME VOUJON: ¡Ah, no lo sabía!

HONORINE: Unas obras realmente misteriosas, ya que nadie soltaba prenda.

MADAME VOUJON: ¿Y cómo se han enterado?

HONORINE: No sé cómo, la señorita Pitet lo ha descubierto y ha puesto el


grito en el cielo.

MADAME VOUJON: (Riéndose gozosamente) ¡Aja! Ya le han dado el motivo


para sacar su mala bilis. ¿Habrá medido bien el señor alcalde las
consecuencias de este acto?

HONORINE: A mi más bien me da, que esto ha sido idea de Tafardel. Él y sus
teorías izquierdistas.

MADAME VOUJON: Pues en cuanto se entere mi señora, montará en cólera.


Lo tomará como una afrenta personal.

HONORINE: Pero, ¿qué tiene que ver la baronesa en esto?

MADAME VOUJON: ¡Ah!, no permitirá que en este pueblo se haga nada sin
consultarla. Además en temas de moral pública, ya la conoce.

HONORINE: Sí, por desgracia. Algunas ven la paja en el ojo ajeno y no ven…
Mejor, en cuestiones de moral, cuidaba de las andanzas de su hijo. ¡Menudo
pájaro!

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MADAME VOUJON: Lo mira con ojos de madre.

HONORINE: Pues, entonces, las madres son ciegas.

MADAME VOUJON: Alguna ventaja tenía que tener no ser madre. Usted y yo
de la vista, fenomenal.

HONORINE: ¡Preparémonos! Presiento que tanto su señora como mi “señor”


comenzarán con la cruzada de un momento a otro.

MADAME VOUJON: ¡Preparémonos y que Dios nos coja confesadas!

HONORINE: Encantada de saludarla. Hasta la vista.

MADAME VOUJON: Lo mismo digo. Encantada. ¡A servir a la baronesa


Alphonsin de Courtebich! Adiós.

FIN DE LA SEGUNDA ESCENA

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NARRADOR.

La noticia ya estaba en la calle y corrió como la pólvora. En un pueblo vinícola


donde la vida, lenta, se cuenta por estaciones, una nueva como ésta no
dejaba a nadie indiferente y todos y todas las clochemerlinas tenían una
opinión al respecto, aunque ello no supusiera, en la mayoría de los casos,
que, por ello, pudieran cambiar el destino de los acontecimientos. Sólo
algunas opiniones tenían tal poder: las de las fuerzas conservadoras, con la
Baronesa Alphonsin de Curtebich, a la cabeza. Y su reacción no tardó en
estallar.

TERCERA ESCENA.

En la plaza del pueblo, pasean la baronesa y el cura Ponoss.

BARONESA: ¡No lo entiendo, no lo entiendo!

PONOSSE: De verdad se lo aseguro. No estaba enterado de nada.

BARONESA: ¡Hombre de Dios! ¡Cómo puede ser que estén haciendo una
obra delante de sus narices y ni siquiera haya pedido explicaciones!

PONOSSE: Las ocupaciones eclesiásticas no me dejan tiempo para más.

BARONESA: ¿Ocupaciones eclesiásticas? ¿A estar libando en la taberna de


Turbayon, le llama usted ocupaciones eclesiásticas?

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PONOSSE: Me juzga usted injustamente. Visito dicho establecimiento alguna
vez, porque la sed es humana. Pero sólo de vez en cuando.

BARONESA: ¡No me tire de la lengua, no me tire! Que cualquier día va a


celebrar la santa misa encima de un tonel. Pero dejemos estos pormenores y
ciñámonos a los hechos.

PONOSSE: ¿Qué podemos hacer?

BARONESA: Debemos impedir que esa porquería se inaugure. Tenemos que


juntar a todas las personas de bien para lograrlo. A ver, ¿qué se le ocurre?

PONOSSE: Podríamos redactar una carta de protesta y recoger firmas.


Aprovecharía la misa dominical para ello.

BARONESA: Demasiado tarde; demasiado flojo. Debemos hacer algo más


contundente. Contamos con las Hijas De María; hablaré con el arzobispo;
contamos con el notario Girodot, Lamolir, Maniguant y toda su pandilla…

PONOSSE: También contamos con Fransua Tumiñon, hombre piadoso y


dueño de las Galerías del mismo nombre. Acudirá a la cita en cuanto se lo
proponga.

BARONESA: Esperemos que la cornamenta le permita entrar por la puerta.


No debemos olvidarnos de la mlle. Pitet. Su acidez nos vendrá bien para
pararle los pies a ese engreído de Tafardel.

PONOSSE: ¡No, por favor! Justine Pitet, no. El día pasado se presentó en mi
casa y no paró de hablar… mejor dicho de amenazar durante una hora. Al
final tuve que mandarla sin miramientos y me dejó de regalo un dolor de
cabeza que me duró tres días.

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BARONESA: Perdone, padre, estoy enterada del asunto. La cefalea fue a
causa de la melopera que se cogió donde usted y yo sabemos. Bien, mañana
nos reuniremos en mi castillo. Avise a todos. Adiós. (Sale)

PONOSSE: (Suplicante) ¡Señor, socórreme mientras expío mi culpa en este


Monte de los Olivos que me viene encima!

(Entra Justine Pitet)

JUSTINE: Buenas tarde, padre. ¿Rezando?

PONOSSE: ¡Ah, usted! Me viene muy bien, para comunicarle que mañana,
las personas pías nos reuniremos en el castillo de la baronesa para urdir un
plan que evite la inauguración del urinario.

JUSTINE: Allí estaré. Y deje de llamarlo urinario. No es más que una garita
inmunda donde el infierno apostará a centinelas audaces para apartar de sus
deberes a la juventud femenina de Clochemerl.

PONOSSE: Sí, señorita. Tiene mucha, muchísima razón. Ahora, me


disculpará., he de seguir con mis obligaciones. Adiós. (Sale)

JUSTINE: Visitar las posaderas de Adel Turbayon. ¡Menuda obligación!

(Entra Ros Vivaq)

ROSE: ¡Hola! ¿Está sola?

JUSTINE: Acaba de irse el señor cura. Me ha informado que mañana nos


reuniremos con la baronesa para impedir…

ROSE: Sí. Lo sé. La baronesa ha mandado recado a casa para tal fin.

JUSTINE: ¿Tú vas mucho por allí, no?

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ROSE: A menudo. Soy la Presidenta de las Hijas de María de la localidad.
Nosotras también queremos levantar nuestra voz.

JUSTINE: Esa construcción es una maniobra impía de un Ayuntamiento


condenado al fuego eterno del infierno. Los buenos católicos debemos
unirnos para conseguir la demolición de esa abyecta guarida.

ROSE: Quien ha pensado que eso favorece al pueblo se equivoca, pues en


adelante las chicas del pueblo intentaremos evitar el lugar, para que los
chicos no puedan atacar nuestra moral.

JUSTINE: ¡Debéis tener cuidado! A vuestra edad se tiene vista de lince. ¡Si lo
sabré yo que sé donde les aprieta el zapato!

ROSE: No puede poner en duda la dedicación de nuestra congregación a las


labores pastorales.

JUSTINE: Desde luego, pero sé de algunas que no conceden el menor valor a


su inocencia. La cederían por nada y, aún darían las gracias.

ROSE: Mlle. Justin, es usted demasiado recelosa. La juventud es un don del


cielo y, como tal, sabemos agradecerlo.

JUSTINE: ¡Eso espero! Nos vemos mañana. (Sale)

ROSE: Adiós.

(Entra Fransua Tumiñon)

FRANCOIS: Buenas tardes, gorrioncillo.

ROSE: Buenas tardes, mesie Tumiñon.

FRANCOIS: ¿Qué se te ha perdido por aquí?

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ROSE: He estado hablando con la Mlle. Pitet. ¿Le han avisado a usted para
una reunión, mañana, en el castillo de la baronesa?

FRANCOIS: No. Nadie me lo ha advertido.

ROSE: Pues yo se lo comunico. Debemos parar esta afrenta.

FRANCOIS: ¿Te refieres al urinario?

ROSE: Al mismo.

FRANCOIS: No sé si estaré convocado. Tal vez es una reunión sólo de


mujeres. Al fin y al cabo, los hombres siempre lo hacemos contra alguna
pared.

(Aparece en la puerta de las Galerías Judith)

JUDITH: Francois, la baronesa ha mandado recado para que te presentes


mañana en el castillo.

ROSE: Ve. Usted también está convocado. Hasta mañana. (Sale)

FRANCOIS: (Se acerca Judith) ¿Cómo van las ventas?

JUDITH: Bien. ¿Qué quiere la baronesa?

FRANCOIS: (Disimulando) No lo sé. Por cierto, ¿se ha marchado ya,


Fonsimañ?

JUDITH: Sí. Salió hace un tiempo.

FRANCOIS: Me hubiera gustado tomar un vaso de vino con él. Es muy


agradable su presencia.

JUDITH: Fransua, a veces pienso que tanta camaradería con Fonsimañ,


podría incitar a que comenzaran las murmuraciones.

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FRANCOIS: ¿Murmurar, de qué? ¿Murmurar de quién?

JUDITH: De Fonsimañ y de mí… La gente es mala. Estoy segura que Pitet


debe andar por ahí diciendo que nos acostamos juntos…

FRANCOIS: (Estallando en una risotada) Si alguien te dice alguna cosa que


no sea católica, no tienes más que enviármelo. ¿Me oyes? Y te aseguro que
sabrá cómo me llamo.

JUDITH: (Dándole un beso puritano) Te quiero.

FRANCOIS: (Sin dejar de reírse) El día pasado, en tono broma se lo dije a


Fonsimañ: “parece que Judith y usted se acuestan juntos”

JUDITH: ¿Qué?

FRANCOIS: (Sin hacerle caso) Tenías que haberle visto la cara. Se llevó un
susto de muerte. Empezó a balbucear: “que yo…”

JUDITH: ¡Vamos Francois, no digas más tonterías!

FRANCOIS: ¡Déjame! No son frecuentes las ocasiones de reírse en este


pueblo de imbéciles.

JUDITH: ¡Cállate Francois! Para mí, no tiene gracia.

FRANCOIS: Y seguí. Estaba embalado. Aunque parezca que Judith es una


mujer apetitosa, yo le digo que es un témpano de hielo. Si usted lograra
deshelarla, le pagaría bien el servicio prestado. Menos mal que al escuchar
esto, él también se echó a reír.

JUDITH: ¡No puedo creerlo!

FRANCOIS: Así que si alguien te ofende, Judith, me lo envías enseguida…


¿Has comprendido? (Sale satisfecho)

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JUDITH: Cerraré la tienda. Me va a dar un soponcio.

FIN DE LA TERCERA ESCENA

NARRADOR

Tal amplitud adquirió la cuestión del urinario que dividió a los clochermelinos
en dos encarnizados bandos. El partido del cura, al que llamaremos
urinófobos era presidido por el notario Girodot y Justine Pitet, bajo la
protección de la baronesa de Curtebich. Contaban en sus filas con Ros Vivaq,
presidenta de las Hijas de María, y con Fransua Tumiñon, dueño de la
Galerías. En el partido contrario, el de los urinófilos, destacaban Tafardel y
Babette Manapux, a las órdenes de Barthelemy Piechit. Entre sus
simpatizantes se encuentran, por puros intereses comerciales, el matrimonio
Torbayon y Judith Tumiñon. Esta última, más por contrariar a su marido que
por otra cosa.

En cuanto al resto de la población, su actitud la determinó sobre todo, el papel


ejercido por la mujer en el interior del hogar. Donde las mujeres mandaban, lo
que era tan frecuente en Clochemerl como en cualquier otra parte, se
manifestaban en general a favor del partido del cura. Y había, por último, los
irresolutos, los neutrales y los indiferentes.

El 7 de Abril, sábado, para poder descansar el domingo, se procedió a la


inauguración de tan polémico edificio. El ayuntamiento acudió en pleno a
dicho acto.Pero, al mismo tiempo, en la iglesia, se desarrolló un acto de
desagravio ante tal evento. Allí les dejo.

24
ESCENA CUARTA.

En la plaza del pueblo se ha levantado un estrado con la bandera francesa.


Piechut, acompañado de Tafardel y Babette Manapux, se dirige a los
paisanos. (Lo hace hacia el público de la sala). En las respectivas puertas de
sus negocios, escuchan Adele, Judith y madame Fouach.

PIECHUT: ¡Ciudadanos de Clochemerl! Hoy inauguramos un monumento


cívico; una construcción de futuro; un edificio que permitirá que avancemos
hacia el porvenir con firmeza de ánimo, animados por la generosidad, la
justicia y la audacia que nos inspira nuestro ideal de elevar la Humanidad a un
grado de dignidad y de fraternidad cada vez más perfectas. ¡Ciudadanos!, no
tengáis inquietud alguna. Esta República que tanto habéis amado y a la que
habéis servido, conservará con nuestro esfuerzo su esplendor y su belleza.
(Tafardel, Babette, Adel y Judith aplauden) A continuación, cedo al palabra a
nuestro ínclito secretario, el señor Tafardel.

TAFARDEL: (Recita unos versos compuestos para la ocasión)

¡Oh!, vos, Gran Piechit, de muy humilde cuna,

Con vuestras facultades e incansable trabajo

Lograsteis la conquista de los altos poderes

Y honrar habéis sabido de Clochemerle el nombre.

Vos, que cumplir supisteis vuestra misión, y gloria

A este pueblo en tal día como hoy habéis dado,

Vos, cuyo nombre inscrito ya en la historia se encuentra,

25
Recibid el saludo de un corazón sincero.

Que a vos, Piechut Barthelemy,

El más esplendoroso y amado de sus hijos

A quien siempre ha respetado Clochemerle, el pueblo

Os dedica orgulloso, triunfante, emocionado.

(Todos aplauden)

PIECHUT: (A Tafardel) Dígame Tafardel, ¿cómo llama usted a esta clase de


versos?

TAFARDEL: Alejandrinos, señor alcalde.

PIECHUT: ¿Alejandrinos? Muy bien, muy agradecido. Lee usted, como un


actor de la Comedí Francesse. (Dirigiéndose al público) ¡Declaro inaugurado
el urinario!

JUDITH: ¡Anda, Piechit, demuestra que eres un hombre! Mea tú el primero.

BABETTE: ¡Sí, mea…! ¡Mea Piechit!

PIECHUT: (Cogido por sorpresa) No creo que… No debería…

ADELE: ¡Da ejemplo, Piecht! ¡Mea el primero… demuestra que no muerde!

TAFARDEL: La responsabilidad del cargo obliga, señor alcalde.

PIECHUT: Pero…

TAFARDEL: No queda más remedio.

(Piechut, obligado, se dirigió al edículo, lo cual fue recibido con gran


estruendo por parte del respetable)

26
MADAME FOUACHE: ¡Señores, se levantó la veda! Ya pueden evacuar.

(En ese preciso instante, cantando salen de la iglesia, en procesión, el cura


Ponoss, la baronesa, Justine Pitet, Fransua Tumiñon, portando el estandarte
de San Roque, Ros Vivaq, Honorin y madame Voujon. A la puerta de la
iglesia Ponoss lanza su plática)

PONOSSE: (Encomendándose) ¡Señor, dame tu aliento; inspírame! (Y de


pronto se lanzó)

Y Jesús, al expulsar a los mercaderes del templo, les dijo: “Mi casa es
una casa de oración, y vosotros la habéis convertido en una casa de ladrones.
Pues bien, carísimos hermanos, la firmeza de Jesús nos servirá de ejemplo.
También nosotros, cristianos de Clochemerl, sabremos si es preciso expulsar
a quienes han sembrado la impureza en la proximidad de nuestra amada
iglesia. Sobre la piedra, sobre el muro infame y sacrílego descargaremos los
golpes de pico de la redención. Y yo os digo, hermanos míos, que hemos de
estar dispuestos a la destrucción. (Silencio)

TAFARDEL: ¡Venid, pues, a destruirlo! ¡Veréis como os hacemos correr!

FRANCOIS: ¡Me cisco en ti, Tafardel, en Piechut y en todos vosotros! El


urinario está adosado a la pared de mi casa y lo vamos a derribar.

TAFARDEL: No estás en tus cabales, Fransua; hablas por hablar. No podrás


hacer nada.

FRANCOIS: ¿Que yo no podré hacer nada? Te advierto que no soy manco ni


tonto como algunos de aquí. Y te aseguro que puedo cerrarte el pico cuando
me dé la gana.

BABETTE: ¡Pero si da risa oírte! Todo se te va por la lengua.

27
FRANCOIS: ¿Crees que te tengo miedo Tafardel? (Deja el estandarte en
manos de Ponoss y se remanga la camisa)

PONOSSE: ¡No hagas locuras, Tumiñon!

JUDITH: ¡Para, por Dios, Fransua!

ADELE: ¡Enséñale, Tafardel, quien es más hombre!

FOUACHE: ¡Esto se pone interesante! ¡Hacía tiempo que no acontecía algo


tan excitante en Clochemerl!

BABETTE: ¡Esto traerá cuerda para rato! ¡Tenemos chascarrillo hasta San
Roque! (Más entusiasta) ¡Dale fuerte, Tafardel!

(Mientras las comadres hacen sus comentarios, en el ring, Tafardel, tras


quitarse la chaqueta y arremangarse, se prepara para el combate. Ambos
púgiles se miden girando uno en derredor del otro)

FRANCOIS: ¡Vamos, maestrillo, muéstranos tu valentía! ¡Lameculos,


estreñido!

TAFARDEL: No te alejes y entra a la pelea. ¿Acaso coges distancia porque


no te tienes en pie?, ¡borracho!

FRANCOIS: ¿Borracho? ¿Tú me llamas borracho?

TAFARDEL: (Riendo, provocadoramente) Todo el mundo lo sabe, menos tú.


Te pasas el día trasegando vino en la taberna de Torbayon, mientras… ¡Deja
de meterte en líos y arregla las cosas de casa!

FRANCOIS: A mi no me llamas borracho, ¿me entiendes? ¡Ahora vas a saber


lo que es bueno!

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(Francois arremete el primero y los dos se enzarzan con una serie de golpes.
Judith acude a separarlos; también Justin)

JUDITH: (Tratando de separarlos) ¡Basta, basta! (A los demás) ¡Ayúdenme a


separarlos!

JUSTINE: (Tirando de Judith) ¡Deja que tu marido defienda la moral cristiana


de la que tú careces!

JUDITH: ¡Deje de tirar de mi brazo y lárguese, señorita “metementodo”!


(Judith, abandona la escena de los hombres y, en jarras, se enfrenta a Justin).
¡Métase en sus asuntos y deje de querer saber lo que no le interesa!

JUSTINE: Sé muchas cosas, señora. Podría contarle… Yo sé quien entra y


quien sale y a qué horas… Incluso podría decir las que hacen llevar cuernos a
sus maridos. Le aseguro, señora, que podría decírselo.

JUDITH: No se moleste usted, señorita. No me interesa en absoluto.

JUSTINE: ¿Y si a mí me gustara hablar?

JUDITH: En ese caso, espere usted, señorita. Conozco a alguien a quien esto
podría interesarle.

(Mientras esto ocurre, la pelea de los hombres ha concluido y, ambos, están


expectantes. Judith, se acerca a Fransua y lo lleva delante de Justin)

JUDITH: Fransua, esta señora quiere hablarte.

FRANCOIS: ¿Qué quiere?

JUDITH: Es ella la que dice que te hago cornudo, supongo que con
Foncimañ, porque al parecer no se habla de otra cosa. En fin, Fransua, eres
un cornudo. Y esto es todo.

29
FRANCOIS: (Palideciendo) En primer lugar, ¿qué hace esta rana? ¡Esta
chinche no hace más que meterse donde no le importa! ¿Por qué no se
preocupa de lo que pasa debajo de sus faldas? ¡No debe oler ciertamente a
rosas!

JUSTINE: ¡Oh, me está insultando! ¡Esto no quedará así! (Fransua va hacia


ella) No me toque usted, borracho. El señor arzobispo sabrá…

FRANCOIS: ¡Fuera de aquí o te aplastaré como a una cucaracha! ¡Ya te


enseñaré si soy cornudo, vieja enferma de ictericia y con almorranas!

JUSTINE: ¡Señora baronesa, mesie Ponoss, mlle. Vivaq hagan algo! A este
hombre se le ha ido la cabeza

BARONESA: Señor alcalde, pásese por mi castillo. Los acontecimientos se


nos han escapado de la mano y debemos reconducir la situación.

PIECHUT: Estoy totalmente de acuerdo, señora baronesa. Debemos


restablecer la paz entre nuestros vecinos. En cuanto las obligaciones de mi
cargo me lo permitan pasaré por su casa.

BARONESA: (A Rose Vivaque y Mme. Vushon) ¡Larguémonos! Olvidemos


este bochornoso espectáculo.

ROSE: Sí, vayamos. (Salen las tres)

PIECHUT: Nosotros también deberíamos irnos, mi querido Tafardel.

TAFARDEL: (Vistiéndose) Será lo mejor, señor alcalde. (Mirando a Fransua)


Y nosotros ya…

PIECHUT: ¡No siga, Tafardel! Dejemos que las aguas vuelvan a su cauce.
(Salen Piechut y Tafardel)

30
JUSTINE: (Enfrentándose a Ponoss) ¡Está claro, padre, que es usted un
calzonazos!

HONORINE: No le comprometa al señor cura en sus “tejemanejes”. Vamos.


(Salen Ponoss y Honorin)

ADELE: ¡Ha sido una pena! Nos han dejado con la diversión a medias!

FRANCOIS: No te entiendo, Adel.

JUDITH: ¡Déjala! Es tan perversa que sólo disfruta si hay sangre! Vamos.
(Saliendo Judith y Fransua)

FRANCOIS: Ya has visto de qué manera he despachado a la Pitet. (Salen)

MADAME FOUACHE: Presiento que tendrá que acostumbrarse al urinario,


señorita Pitet.

BABETTE: Así podrá seguir mirando por la ventana. No le faltará


entretenimiento.

JUSTINE: (Hace un gesto como de entrar al trapo, pero a última hora, desiste)
Me largo. No permitiré que me hieran más.

MADAME FOUACHE: ¡El combate ha sido nulo!

BABETTE: Sí, ¡pero el urinario sigue en pie!

FIN DE LA CUARTA ESCENA

31
NARRADOR

Tras estos acontecimientos, la calma volvió a reinar en el pueblo. Pero… las


aguas turbias corrían por debajo de esta aparente paz. Los jóvenes
aprovechaban que las Hijas de María debían pasar por el mencionado sitio,
para provocarlas, cosa que a algunas les hacía gracia y… hasta podemos
decir, sin temor a exagerar, que les gustaba.

Como el urinario constaba de sólo dos piezas, en cuanto se juntaban más, los
hombres lo hacían en la pared contigua, que era la que daba a la casa de la
señorita Pitet. Ellos, conscientes de que la solterona siempre husmeaba
desde detrás de las cortinas, se mostraban indulgentes a la hora de
miccionar. Hasta hubo una vez, en que un numeroso grupo de jóvenes
colocados en fila, llamaron a Justine y, tras aparecer, ésta, tras los visillos, le
mostraron al unísono sus credenciales.

Las quejas de madmuasell Pitet ante el cura, el alcalde e, incluso, la baronesa


eran despachadas por los destinatarios de forma cordial pero contundente. A
una mujer tan quejica y tan tozuda no podía dársele ni la más mínima
oportunidad.

Así pasó el tiempo… hasta que un día ocurrió algo realmente escandaloso.
Les dejo, por ahí llega alguien.

32
ESCENA QUINTA

(Llega corriendo Babette Manapux y golpea la puerta de la Mme. Fuach.)

BABETTE: (Llamando) ¡Mme. Fuach, Mme. Fuach! ¡Abra, abra, por favor!

MADAME FOUACHE: (Sale sobresaltada) ¿Qué ocurre? ¿A qué viene tanta


alarma?

BABETTE: ¡Ay, Mme. Fuach, ha ocurrido una gran desgracia!

MADAME FOUACHE: ¿Una desgracia? ¿Dónde? ¿Cómo?

BABETTE: En el pueblo, Mme. Fuach. Esto va a ser el fin.

MADAME FOUACHE: No se ponga trágica, Babette, y ¡dígame de una vez


qué pasa!

BABETTE: ¡El urinario, el urinario!

MADAME FOUACHE: ¿Qué le pasa al urinario? Y cálmese, que le va a dar


un patatús.

BABETTE: (Casi llorando) Han destrozado el urinario… lo han arrasado.

MADAME FOUACHE: ¡No puede ser! ¿Cuándo?

BABETTE: Esta noche ha debido ser. Yo lo he visto por la mañana


temprano…

MADAME FOUACHE: ¿Y qué hacía usted a esas horas por ahí?

BABETTE: Bueno… en fin…

MADAME FOUACHE: ¡Ande!, lárguelo de una vez.

33
BABETTE: Tras los incidentes del día de la inauguración, siempre sospeché
que llegaría este día… (Silencio)

MADAME FOUACHE: Siga… siga.

BABETTE: Tuve una corazonada y supe que se vengarían. Hoy lo han hecho.

MADAME FOUACHE: ¿Vengarse?.. ¿Quién? ¿Quienes?

BABETTE: Ellos. Los que perdieron y no lo aceptaron.

MADAME FOUACHE: Por favor, Babett. Deje de jugar a los jeroglíficos y


explíquese con lucidez.

BABETTE: ¿No lo ve? (Ante la mirada sorprendida de la Mme. Fuach) Las


fuerzas conservadoras han ejecutado su plan y se han cargado el edificio que
simbolizaba el triunfo del progreso.

MADAME FOUACHE: ¿Está usted segura? Esta noche no se han escuchado


ruidos. Se lo digo, porque desde que falleció mi marido, paso las noches en
vela… y no duermo tan lejos como para no…

BABETTE: (Sin escucharla) ¡Lo han hecho con nocturnidad y alevosía!

MADAME FOUACHE: (Sigue a lo suyo) ¡Cuánto siento su ausencia! ¡Ay, mi


pobre Adrien! De eso, hace ya unos cuántos años. Por eso le digo que…

BABETTE: ¡Miserables, cobardes! ¡De ésta se arrepentirán! ¡La República


hará justicia! ¡Juana de Arco vendrá en nuestro auxilio! Debo avisar, cuanto
antes, al alcalde y al secretario.

MADAME FOUACHE: ¡Ande con cuidado!, no vaya a ser que con las prisas
se “escachufle” usted. (Sale, Babette))

(Llega Honorin)

34
HONORINE: ¿A dónde va Mme. Babette que parece que la lleva el Diablo?

MADAME FOUACHE: ¿No se ha enterado, usted?

HONORINE: Pues no. ¿De qué habría de enterarme? ¿Ha sucedido algo?

MADAME FOUACHE: No me diga que no lo sabe viviendo tan cerca.

HONORINE: ¡Saber, qué! ¡Vivir cerca de qué!

MADAME FOUACHE: ¿Me jura que no ha oído nada esta noche?

HONORINE: Lo juro. ¡Hable claro!

MADAME FOUACHE: ¡El urinario! (Silencio) ¡Han destrozado el urinario!

HONORINE: ¡No!

MADAME FOUACHE: ¡Sí! Por eso me extraña que, estando tan cerca de su
vivienda, no haya escuchado, usted, nada.

HONORINE: Pues es la verdad. Pero, como todo, tiene una explicación. Si se


hubiera caído la campana grande del campanario, tampoco me hubiera
enterado.

MADAME FOUACHE: ¿Y eso? Ah, que es sorda. Pues no lo parece.

HONORINE: No. No es eso. Lo que ocurre es que como el señor cura ronca
con tanto estrépito como una manada de bisontes, a las noches me tapono
los oídos. ¡Ya se puede caer el mundo, que no me entero!

MADAME FOUACHE: ¿Y Ponoss?

HONORINE: Él menos. Sus propios ronquidos se lo impiden. Por cierto, ¿se


sabe quién lo ha hecho?

35
MADAME FOUACHE: Todavía, no. Pero Babett está convencida que han sido
los conservadores.

HONORINE: Ponoss no ha participado. Eso se lo aseguro yo.

MADAME FOUACHE: ¡Pero si hace un momento me ha dicho que, por la


noche, no se entera de nada!

HONORINE: Del oído, pero… la vista. Ponoss esta noche no se ha movido de


su cama.

MADAME FOUACHE: Habrán sido otros.

HONORINE: Seguro. ¡Ay, que en este pueblo si no es por A, es por B,


vivimos en un ¡ay! Voy a avisar al señor cura. (Sale)

(Entra Ros Vivaq)

ROSE: ¡Hola! Buenos días, Mme. Fuach.

MADAME FOUACHE: Hola, Ros. Buenos días. ¿Cómo tan temprano, por
aquí?

ROSE: He quedado con la baronesa. Tenemos reunión de las Hijas de María.

MADAME FOUACHE: Es extraño. ¿No la celebráis en el castillo?

ROSE: No. A mí también me ha sorprendido, pero… (Viendo llegar a la


baronesa y a madame Voujon) Buenos días, baronesa.

MADAME FOUACHE: Buenos días, señora baronesa y… la compañía

MADAME VOUJON: Gracias madame Fouache por su cortesía. Cuando estoy


al lado de la baronesa es como si desapareciera. Nadie me ve.

36
BARONESA: ¡Deje de decir estupideces y cómase el orgullo! No le pago para
ello. (A Ros) Vayamos a la reunión.

MADAME FOUACHE: ¡Se ha enterado, ya, la señora baronesa de la gran


desgracia?

BARONESA: No.

ROSE: ¿Qué ha pasado?

MADAME FOUACHE: No se lo van a creer…

BARONESA: Al grano, Mme. Fuach, al grano.

MADAME FOUACHE: Esta noche han destrozado el urinario.

ROSE: No. Por fin. ¡Ya era hora!

MADAME FOUACHE: (A Rose) ¿Tú lo sabías?

ROSE: No. Ha sido un simple comentario. Estaba muy cansada con las
bromas de los chicos cada vez que pasábamos por ahí.

MADAME FOUACHE: Pues… alguien habrá sido. Y no digo más. Adiós.

MADAME VOUJON: (A la baronesa) No se haga la tonta… que en este


pueblo ni las hojas de los árboles se mueven sin su permiso

BARONESA: Cierre ese pico. ¡No sé cómo le aguanto!

MADAME VOUJON: Porque no le queda más remedio. Si no, hace ya mucho


tiempo que…

BARONESA: ¡Cállese de una vez!

ROSE: No discutan, por favor.

37
MADAME VOUJON: Yo me callo, pero no otorgo. A mí no me engaña. Usted
ha mandado destruir el urinario. Y no porque le pareciera mal. Total usted
nunca baja al pueblo.

ROSE: Pero nosotras vivimos en él y sufrimos su presencia. La baronesa,


como presidenta de honor de la congregación, nos protege y ayuda.

MADAME VOUJON: Como le decía, lo ha hecho porque no contaron con


usted. Eso le molesta más que cien mil hombres meando en la muralla china.

BARONESA: Es usted incorregible. ¡Dejémoslo! Le juro por todos mis


antepasados que no tengo nada que ver.

(Abre la puerta de su negocio y sale Adel)

ADELE: (Provocadora) Bonshur. ¿A qué debemos tan inesperada visita?

ROSE: ¡Apareció la que faltaba!

MADAME VOUJON: La baronesa… que se ha acercado para ver, in situ,


cómo ha quedado el urinario.

BARONESA: (A Ros y a Mme. Fuach) Acercaos a la iglesia. Ahora voy.

ROSE: ¡No le haga caso, baronesa y vayamos juntas!

MADAME VOUJON: ¡Cuídate Adel! La baronesa se ha puesto los guantes de


boxeo.

BARONESA: Salid. (Salen Ros y la Mme. Vushon. Acercándose a Adel) No


hagas caso a lo que dicen.

ADELE: ¿Qué dicen?

38
BARONESA: Respecto a lo del urinario. (Adel muestra sorpresa) Por lo que
veo, no estás enterada. Esta noche han destruido el urinario.

ADELE: ¡No!

BARONESA: Sí. Y los malpensantes, como la pécora de mi ama de


compañía, creen que lo he ordenado yo. ¿Tú que piensas?

ADELE: De usted cualquier cosa. Una Curtebich puede hacer lo que quiera
que jamás el brazo de la ley osará, siquiera, tocarle.

BARONESA: ¡Basta de rodeos! ¿Qué piensas? ¿Tú sabes algo?

ADELE: ¿Por qué he de saberlo?

BARONESA: Tu taberna es la última que se cierra en el pueblo. A veces, te


dan las tantas para cuando despachas al último parroquiano… ¿no has
escuchado nada? ¿No has visto a nadie?

ADELE: Me toca cerrar a mí, porque mi marido, se emborracha y se queda


dormido en cualquier esquina. ¡No por otra cosa!

BARONESA: Yo no lo decía con mala intención. (Silencio)

ADELE: Lo cierto es que… (Silencio) Lo cierto es que ayer tuve la visita de


unos vecinos de Villefranch; vinieron a hacer negocios. Se quedaron a cenar y
bebieron mucho.

BARONESA: Ajá. Muy interesante. ¿Algo más?

ADELE: Una vez borrachos se pusieron a despotricar del urinario. Que vaya
porquería, que qué provocación, que si esto y lo otro. Decían que podía cundir
el ejemplo y que la vergüenza llegaría a todos los pueblos de la región y que
había que acabar con esa afrenta.

39
BARONESA: ¿Entonces?

ADELE: Ya no sé más. Cuando pude echarlos, cerré la puerta y, de puro


cansancio, me olvidé del asunto.

BARONESA: ¿Piensas que pudieron ser ellos?

ADELE: No puedo asegurarlo. Yo tengo un negocio y tengo que llevarme bien


con todos.

(En ese momento, llega sobresaltado Tafardel, que ya ha sido informado de la


tragedia)

TAFARDEL: Me presento como un enemigo noble, con la pólvora en una


mano y el ramo de olivo en la otra.

BARONESA: ¿Quiere dejar de decir gilipolleces, abominable calzonazos?

TAFARDEL: ¿Quién se atreve a injuriar así a un miembro del cuerpo de


enseñanza?

BARONESA: El último de mis lacayos, señor maestro de escuela, sabe de


cortesía más que usted.

TAFARDEL: ¡Ah, ex Curtebich! Hubo un tiempo en que la guillotina hubiera


dado cuenta de usted.

BARONESA: Y yo digo que sus palabras no son sino insensateces de


sietemesino. Adel, dígale lo que acaba de contarme. Por favor.

ADELE: Que anoche, unos vecinos de Villefranch bebieron demasiado y


lanzaron acusaciones contra el urinario…
(Mientras habla Adel, va fundiendo a negro lentamente)

FIN DE LA ESCENA QUINTA

40
NARRADOR

Tras diversas, y no muy sesudas, pesquisas los clochemerlinos descubrieron


que habían sido los comerciantes de Villefranch, llevados por los vapores del
alcohol y la envidia, los causantes del destrozo del urinario. Lo cual resultó
una excusa perfecta para que ambos bandos, urinófilos y urinófobos, se
unieran, como hermanos, frente al pueblo vecino. Y haciendo buen uso de la
capacidad negociadora que los pueblos agrícolas han desarrollado desde
tiempos inmemoriales, ambos municipios llegaron a un acuerdo para restaurar
el, tan aplaudido y, a la vez, denostado, meadero.

Para conmemorar el acuerdo, se eligió una fecha significativa: el día de San


Roque, patrón del pueblo. En dicha onomástica se celebraba, aunque un poco
a destiempo, el día de la vendimia y había gran alborozo en el pueblo. En
dicha fiesta les dejo.

ESCENA SEXTA

En la plaza del pueblo, Adel se afana en preparar las mesas para la comida
popular encargada anualmente por el ayuntamiento. La vemos acarreando
mesas, sillas y banquetas. Llega Honorin.

ADELE: Buenos días, Honorin. ¿Cómo así tú tan temprano por aquí? ¿Cómo
no estás en misa?

HONORINE: Dios sabrá perdonarme. Con todas las misas que me he


chupado creo que tengo crédito suficiente. Vengo a echarte una mano. No
tengo más trabajo en casa del señor cura y me he acordado de ti. “Este día es
mortal para Adel”, me he dicho. Y dicho y hecho. Aquí me tienes para lo que
sea.

41
ADELE: Gracias. Muchas gracias. Te lo agradezco en el alma, pues este año
también, siguiendo una tradición no escrita pero sí debidamente observada,
mi marido, la víspera de la gran fiesta, se ha pillado una borrachera de la que
necesitará una semana para reponerse. Con él, no cuento.

HONORINE: Ellos no se responsabilizan de nada. Van a trabajar y piensan


que con eso está todo hecho. Y no es así.

ADELE: Son hombres. No les pidas que hagan más de una cosa a la vez. No
pueden. Dios los hizo así.

HONORINE: Pues… menudo arquitecto. ¡Perdón! ¿En qué te ayudo?

ADELE: Las mesas y los asientos están colocados. Ahora iba a empezar con
la vajilla.

(En ese momento, sale de su negocio Mme. Fuach, preparada para la faena)

MADAME FOUACHE: Mirando el cielo. Buenos y agradables días. Parece


que San Roque se va a apiadar de nosotros. No pasaremos de los cuarenta
grados.

HONORINE: Buenas, Mme. Fuach. Como siga calentando, hoy acaban con
todas las reservas de vino.

ADELE: (Sorprendida) ¿A qué se debe tan inesperada visita?

MADAME FOUACHE: A la solidaridad, hija mía. Mientras me preparo para la


misa, miro por la ventana y te veo tan sola que…

ADELE: ¿Le doy lástima?

42
MADAME FOUACHE: Un poco. Y me digo: “¿Vas a dejar que esa pobre
mujer se deslome sola y desamparada? A continuación, pienso en el sermón
de Ponoss y no tengo ninguna duda. Me cambio, me remango y a trabajar.

HONORINE: Sí, señora. Ellos que sigan rezando y nosotras…

ADELE: …con el mazo dando. Gracias a las dos. Empecemos con la vajilla.
(Entra a por ella)

HONORINE: Los pueblos pequeños tienen sus ventajas y el ayudarnos unos


a otros es una de ellas.

MADAME FOUACHE: Ni que lo digas Honorin. Cuando vivíamos, mi querido


Adrien y yo, en la gran ciudad, sentías una especie de soledad que te
entristecía el alma. Y eso que, por el puesto que ocupaba, estábamos muy
bien relacionados socialmente.

ADELE: (Sale con una jarra de vino) ¡Aquí traigo esta jarra de vino! El sol
aprieta y no vayamos a deshidratarnos. (Sale a por la vajilla)

HONORINE: Bien hecho, Adel. (Se sirve un vaso y lo bebe) ¡Uhmm, esto es
energía! ¡Adelante!

MADAME FOUACHE: (Más remilgada) Yo tomaré un vasito… para la tensión.


(Se lo toma y hace el gesto de un escalofrío. Para sí misma) ¡Qué rico!

ADELE: (Entra con la vajilla) Vamos a colocarla para que llegue para todos.

MADAME FOUACHE: ¿Cómo vas a colocarlos?

HONORINE: Ya sabes que, aunque parece que se han amigado… aquí cada
cual tira para…

43
ADELE: Yo había pensado hacerlo como todos los años. En el centro, a la
izquierda, el señor alcalde y a la derecha, la baronesa. A partir de ahí, los del
bando de Piechit a la izquierda y los de la Curtebich, a la derecha.

(Llega madame Vujon e interrumpe a madame Fuach)

MADAME VOUJON: ¡De eso ni hablar! Hoy, se acabaron las peleas


banderizas. Todos juntos y revueltos. A ver si de una vez por todas podemos
vivir en paz.

ADELE: No me parece mala idea.

HONORINE: Ni a mi. Pero…

MADAME VOUJON: ¡Ni pero, ni pera! El comité de mujeres libres de


Clochemerl, constituido en la plaza del pueblo en el día del patrón, y con un
vaso de vino en la mano, decide que se acabaron las peleas entre vecinos…

MADAME FOUACHE: Que en adelante, los problemas se resolverán teniendo


en cuenta a los vecinos del pueblo y no a los intereses de uno u otro bando.

ADELE: Y para, ratificarlo… elevemos los vaso y bebamos: ¡salud! (Brindan)


Y ahora a trabajar. Haceros cargo de los pucheros mientras yo coloco la
vajilla. (Honorin, y madame Fuach y madame Vujon entran en la taberna y
Adel comienza a colocar los platos)

(Llega, Judith. Viene de la iglesia. Adel, sin dejar la faena, le espeta)

ADELE: (Irónica e incisiva) ¿Qué se te ha perdido por aquí?

JUDITH: Vengo a… bueno, por si podía ayudar en algo.

ADELE: No hace falta. Vuelve a la iglesia con los tuyos.

44
JUDITH: ¡Ya basta! ¿Hasta cuándo me vas a odiar? ¿Qué culpa tuve yo si
Fransua se enamoró de mí?

ADELE: Lo hiciste con malas tretas.

JUDITH: Te juro que no. Él me empleó en las Galerías y, ya sabes, el roce


hace el cariño. No fui desleal contigo.

ADELE: Nunca me lo dijiste.

JUDITH: Jamás me permitiste explicártelo. Te encerraste en tus trece y…


cuando te pones así eres más terca que una mula.

ADELE: (Dejando lo que está haciendo, va a por ella) ¡Retira lo que has
dicho!

JUDITH: (Enfrentándose) No lo retiro, porque es verdad. Y si quieres pelea,


peleamos.

ADELE: (Ante la actitud de Judith, se echa para atrás y la observa) ¿No fuiste
desleal?

JUDITH: Te lo juro.

ADELE: Entonces, ayúdame con esto. (Se ponen las dos a trabajar) Con
mañas o sin ellas, menuda faena me hiciste. Desde entonces tengo que
apechugar con el inútil de Alfred.

JUDITH: No eres la única. Era muy joven y me enamoré locamente de


Fransua… pero no le conocía y así me va.

ADELE: No te quejarás. Te convertiste en la dueña de las Galerías.

JUDITH: ¿Dueña o esclava? Él nunca trabaja. Se pasa el día de la iglesia a tu


taberna. Yo tengo que hacerlo todo.

45
(Sale Mme. Fuach)

SRA. FOUACHE: Bienvenida al club de las mujeres trabajadoras

ADELE: ¡Bienvenida! Y ahora, sigamos trabajando que vendrán en cualquier


momento.

JUDITH: Gracias

(En ese momento, mientras Adele, Judith y la Sra. Fouache


preparaban la mesa, llegaron el resto de los parroquianos en la
plaza. Primero lo hicieron Francois y Justine Putet)

FRANCOIS: ¡Esos miserables de Villefranche casi provocan una


guerra civil entre nosotros! Menos mal que la sangre no llegó al
río.

JUSTINE: Miserables y lo que quiera, pero consiguieron acabar con


ese monumento a la ignominia.

FRANCOIS: A mi tampoco me gustaba, pero lo destrozaron por


envidia y eso… me gusta menos.

JUSTINE: En este caso, el fin justifica los medios.

FRANCOIS: No diga eso. Yo, como primera medida, le he prohibido


a Judith que siga yendo a por mercancía a Villefranche.

JUSTINE: Hay quién dice que en sus salidas le acompañaba


Foncimagne.

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FRANCOIS: ¡Eso son habladurías! Ya sabe lo que dice el dicho:
“pueblo pequeño, infierno grande”. Foncimagne es un gran
amigo y mi mujer se divierte mucho con él.

JUSTINE: Por eso, por eso… De todas formas, me parece una


buena idea el que Judith viaje menos.

(Llegando a la mesa )

FRANCOIS: ¡Qué buena pinta tiene esto! Sentémonos.

JUSTINE: Siéntese usted. Voy a ver si Adele necesita algo.

(Una vez sentado Francois, aparecen Babette, Ponosse y Tafardel)

TAFARDEL: El urinario público es un signo de higiene y refleja el


progreso de la sociedad. ¿Acaso usted prefiere miccionar
contra cualquier pared?

PONOSSE: Yo tengo la precaución de salir con los “deberes


hechos” de casa. ¡Jamás lo he hecho en la calle!

BABETTE: Pues es usted la excepción que confirma la regla,


porque en este pueblo quién ha querido mirar, ha visto de todo.

TAFARDEL: La confirmación de mi tesis la veremos muy pronto, en


cuanto todos los pueblos adopten esta política.

PONOSSE: Aunque difiero de su tesis, podría entender que la


construcción de un urinario público mejore la higiene social…

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pero ponerlo junto a la iglesia fue una provocación supina.
Vamos, que se hizo a mala leche.

TAFARDEL: ¡Eso no es cierto! La ubicación fue una decisión


científica, ajena a filias y fobias.

BABETTE: Los curas son tremendos… en cuanto les rozas ya se


sienten agredidos. ¡Qué deberíamos decir los ateos de los
veinte siglos de dominación cristiana!

TAFARDEL: De todas formas, tras el acuerdo con la nueva


ubicación, espero que no le quede ninguna duda al respecto.

PONOSSE: Totalmente de acuerdo, señor secretario. Hablando se


entienden las personas.

BABETTE: ¡Amén!

(Llegan a la mesa y se sientan. Por último, aparecen Rose Vivaque,


Piechut y la Baronesa)

ROSE: Yo llevo tiempo con ganas de decir algo.

PIECHUT: ¡Qué impaciente es la juventud!

BARONESA: Querida Rose, si no lo dices reventarás. Aunque no


me parece lo más adecuado, dado que queda poco tiempo
para mantener el secreto, permitiré que digas eso que tantas
ganas tienes de decir.

PIECHUT: ¡Cuánto misterio!

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ROSE: Lo que tengo que decir es una Buena noticia para usted,
señor alcalde.

PIECHUT: Entonces, ¡adelante!

ROSE: La buena nueva es… que gracias a las gestiones de la Sra.


Baronesa, usted va a ser nombrado diputado.

PIECHUT: ¿Diputado?

BARONESA: Sí, señor. Hoy por ti, mañana por mi.

PIECHUT: Es verdad eso de que hay que tener amigos hasta en el


infierno. Nunca sabes si los necesitarás.

(Llegan a la mesa y todos están ya sentados. Rose también se


sienta. Quedan de pie, Piechut y la Baronesa)

BARONESA: (Dirigiéndose a todos) Vecinos de Clochemerle. Hoy


es un gran día para nuestro municipio. Tras el ataque sufrido
por parte de nuestros vecinos hemos sabido saldar nuestras
diferencias y llegar a acuerdos. Fruto de esa disposición os
anuncio que nuestro ilustre alcalde, el señor Piechut, accederá
a la Asamblea departamental en calidad de diputado. ¡Un viva
por Piechut!

PIECHUT: Gracias, señora baronesa, por sus gestiones. Los


políticos debemos cultivar las amistades –si son de altura,
mejor- y evitar las enemistades. Queridos clochemerlinos, hoy
es un día grande. Un día de fiesta y celebración. Honramos a

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nuestro patrón y celebramos la reinauguración del urinario
público, cuya ubicación ha sido fruto del acuerdo y el respeto.

Para terminar, yo también tengo que comunicaros una


sorpresa. La asamblea departamental ha valorado muy
positivamente el trabajo realizado por el secretario, el señor
Tafardel, y le ha concedido la insignia de la república.
Acérquese, por favor. Señora baronesa. Si fuera tan amable de
colocar la insignia.

BARONESA: De acuerdo. ¿Quién me lo iba a decir!

(Tras esto)

BABETTE: ¡Viva Tafardel!

TODOS: ¡Viva! (Lanzan los sombreros al aire!

FIN

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