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PERSONAJES
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GUIÓN
NARRADOR
La historia que les vamos a contar ocurrió allá por el año 1930, en un
pueblito del Beaujolais francés, llamado Clochemerle, que significa “campana
de mirlos”. Por su situación geográfica, el pueblo es eminentemente vinícola
y, por lo tanto, vive de acuerdo con los ciclos de la naturaleza, sin que en sus
calles ocurran grandes novedades.
PRIMERA ESCENA
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PIECHUT: Tenemos que encontrar algo, Tafardel, que demuestre los
adelantos y la superioridad de un municipio como el nuestro.
PIECHUT: A no tardar, todos los pueblos lo tendrán, sean cuales fueren los
ediles que los administren. Esto no tiene importancia. Debemos encontrar
algo más original, y, sobre todo, acorde con el programa del partido. ¿No es
ésta su opinión?
TAFARDEL: ¡Claro, mesie Piechit! ¡No faltaba más! Hay que hacer llegar el
progreso al campo, combatir sin descanso al oscurantismo. Y esta tarea la
hemos de asumir nosotros, los hombres de izquierda.
TAFARDEL: Siendo así, ¿por qué razón es la única propiedad del municipio
de Clochemerle que no ostenta la divisa republicana: Liberté, Égalité,
Fraternité? ¿No debe achacarse esta omisión a la negligencia que hace el
juego a los reaccionarios y al cura? ¿Acaso la República consiente en dejar
cesar su intervención en el umbral del eterno reposo? ¿No es eso reconocer
que los muertos escapan a la jurisdicción de los partidos de izquierda? La
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fuerza de los curas, señor Piechut, consiste en apropiarse de los muertos.
Sería conveniente demostrar que nosotros también tenemos derechos sobre
ellos.
PIECHUT: ¿Quiere usted saber mi opinión, Tafardel? Los muertos son los
muertos. Dejémoslos tranquilos.
PIECHUT: ¡No siga, por Dios! Créame usted Tafardel; no nos metamos en
camisa de once varas. Lo que usted propone no interesa a nadie y, además,
causaría mal efecto. Los muertos pertenecen al pasado. Hemos de situarnos
cara al futuro. Lo que yo le pido es una idea para el día de mañana.
TAFARDEL: Siendo así, mesie Piechit, insisto una vez más en mi proposición
de instituir una biblioteca municipal.
PIECHUT: Sí, Tafardel, he pensado que… Hace mucho tiempo que tengo una
idea metida en la mollera.
TAFARDEL: ¡Magnífico! Ya que tiene usted una idea, ¿para qué devanarse
los sesos?
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PIECHUT: Quiero hacerle partícipe, de mi idea, Tafardel… Tengo el propósito
de…
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(Desde la taberna, cuya puerta estaba ya abierta, aparece Adele Torbayon, la
posadera)
ADELE: Pues, por lo que he escuchado, más bien parecía que andábamos de
ronda.
JUDITH: Servidora abre el negocio cuando quiere, que para eso es mío. No,
como otras…
ADELE: A los hombres con malas artes se les lleva a donde se quiere. Pero
eso no es decente y tú…
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JUDITH: ¡Habla! ¡Di lo que tengas que decir! No son más que patrañas, fruto
de la envidia.
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TAFARDEL: ¿Con el dinero del Ayuntamiento? Ya sabe que meter la mano
en los bolsillos de los ciudadanos no es muy popular.
(Haciendo un gran arco con las manos, Ernest Tafardel dio a entender que las
posibilidades eran inmensas y que sería un desatino exponer cualquier
conjetura)
TAFARDEL: ¡No cabe duda de que es una buena idea, señor alcalde! Una
idea auténticamente republicana. Y en todos los casos, de acuerdo con la
ortodoxia del partido. Una medida que alcanza los más altos límites de la
igualdad, y, además, higiénica. ¡Cuando uno piensa que durante el reinado de
Luís XIV, los grandes señores meaban en las escaleras de palacio…! ¡Al fin y
al cabo era una cosa natural en tiempos de la realeza!
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PIECHUT: Entonces, ni una palabra más. Fijaremos el día. Por el momento,
mutis. Creo que, por una vez, vamos a divertirnos.
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NARRADOR
ESCENA SEGUNDA.
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MADAME FOUACHE: Nada. Tras palpar el vientre de la Sidoni, duro y casi
tan voluminoso como un tonel, les dijo. “Tal como está, es lo mismo que si
estuviera muerta”.
MADAME BABETTE: ¡Pobre mujer! ¡Qué fatal destino! ¡Gases! ¿Qué ocurrió
después?
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MADAME BABETTE: ¡Qué tontería de pregunta! Aquí todo el mundo tiene
aceite de oliva en casa.
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MADAME BABETTE: ¿Un urinario? No puede ser. Serán habladurías de la
gente.
MADAME BABETTE: Sí, donde quiera… ¡Cálmese Justin y tómese una tila!
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HONORINE: Allí lo he dejado con las sagradas lecturas.
JUSTINE: Pues allá voy. No son momentos de lecturas, por muy sagradas
que sean, ¡es la hora del fuego purificador! (Sale)
HONORINE: ¿Qué le han hecho a la señorita Pitet para que salga de esa
manera?
MADAME FOUACHE: Nosotras nada. Ella que está enfadada con el mundo.
HONORINE: Bueno, lleva enfadada mucho tiempo pero nunca la había visto
así.
MADAME BABETTE: …que siendo el ama de casa del señor cura, usted no
sepa nada del asunto.
MADAME FOUACHE: ¡Espere! ¿Sabe que van a hacer en las obras que
están realizando al lado de la iglesia?
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MADAME FOUACHE: Ahora se va a enterar.
HONORINE: ¡No!
MADAME FOUACHE: Y yo para adentro, que entre una cosa y otra todavía
tengo sin abrir los paquetes que han llegado esta mañana. Hasta pronto.
(Sale)
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MADAME VOUJON: (Se ríe abiertamente) ¿Quién le ha contado semejante
cuento?
HONORINE: A mi más bien me da, que esto ha sido idea de Tafardel. Él y sus
teorías izquierdistas.
MADAME VOUJON: ¡Ah!, no permitirá que en este pueblo se haga nada sin
consultarla. Además en temas de moral pública, ya la conoce.
HONORINE: Sí, por desgracia. Algunas ven la paja en el ojo ajeno y no ven…
Mejor, en cuestiones de moral, cuidaba de las andanzas de su hijo. ¡Menudo
pájaro!
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MADAME VOUJON: Lo mira con ojos de madre.
MADAME VOUJON: Alguna ventaja tenía que tener no ser madre. Usted y yo
de la vista, fenomenal.
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NARRADOR.
TERCERA ESCENA.
BARONESA: ¡Hombre de Dios! ¡Cómo puede ser que estén haciendo una
obra delante de sus narices y ni siquiera haya pedido explicaciones!
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PONOSSE: Me juzga usted injustamente. Visito dicho establecimiento alguna
vez, porque la sed es humana. Pero sólo de vez en cuando.
PONOSSE: ¡No, por favor! Justine Pitet, no. El día pasado se presentó en mi
casa y no paró de hablar… mejor dicho de amenazar durante una hora. Al
final tuve que mandarla sin miramientos y me dejó de regalo un dolor de
cabeza que me duró tres días.
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BARONESA: Perdone, padre, estoy enterada del asunto. La cefalea fue a
causa de la melopera que se cogió donde usted y yo sabemos. Bien, mañana
nos reuniremos en mi castillo. Avise a todos. Adiós. (Sale)
PONOSSE: ¡Ah, usted! Me viene muy bien, para comunicarle que mañana,
las personas pías nos reuniremos en el castillo de la baronesa para urdir un
plan que evite la inauguración del urinario.
JUSTINE: Allí estaré. Y deje de llamarlo urinario. No es más que una garita
inmunda donde el infierno apostará a centinelas audaces para apartar de sus
deberes a la juventud femenina de Clochemerl.
ROSE: Sí. Lo sé. La baronesa ha mandado recado a casa para tal fin.
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ROSE: A menudo. Soy la Presidenta de las Hijas de María de la localidad.
Nosotras también queremos levantar nuestra voz.
JUSTINE: ¡Debéis tener cuidado! A vuestra edad se tiene vista de lince. ¡Si lo
sabré yo que sé donde les aprieta el zapato!
ROSE: Adiós.
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ROSE: He estado hablando con la Mlle. Pitet. ¿Le han avisado a usted para
una reunión, mañana, en el castillo de la baronesa?
ROSE: Al mismo.
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FRANCOIS: ¿Murmurar, de qué? ¿Murmurar de quién?
JUDITH: ¿Qué?
FRANCOIS: (Sin hacerle caso) Tenías que haberle visto la cara. Se llevó un
susto de muerte. Empezó a balbucear: “que yo…”
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JUDITH: Cerraré la tienda. Me va a dar un soponcio.
NARRADOR
Tal amplitud adquirió la cuestión del urinario que dividió a los clochermelinos
en dos encarnizados bandos. El partido del cura, al que llamaremos
urinófobos era presidido por el notario Girodot y Justine Pitet, bajo la
protección de la baronesa de Curtebich. Contaban en sus filas con Ros Vivaq,
presidenta de las Hijas de María, y con Fransua Tumiñon, dueño de la
Galerías. En el partido contrario, el de los urinófilos, destacaban Tafardel y
Babette Manapux, a las órdenes de Barthelemy Piechit. Entre sus
simpatizantes se encuentran, por puros intereses comerciales, el matrimonio
Torbayon y Judith Tumiñon. Esta última, más por contrariar a su marido que
por otra cosa.
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ESCENA CUARTA.
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Recibid el saludo de un corazón sincero.
(Todos aplauden)
PIECHUT: Pero…
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MADAME FOUACHE: ¡Señores, se levantó la veda! Ya pueden evacuar.
Y Jesús, al expulsar a los mercaderes del templo, les dijo: “Mi casa es
una casa de oración, y vosotros la habéis convertido en una casa de ladrones.
Pues bien, carísimos hermanos, la firmeza de Jesús nos servirá de ejemplo.
También nosotros, cristianos de Clochemerl, sabremos si es preciso expulsar
a quienes han sembrado la impureza en la proximidad de nuestra amada
iglesia. Sobre la piedra, sobre el muro infame y sacrílego descargaremos los
golpes de pico de la redención. Y yo os digo, hermanos míos, que hemos de
estar dispuestos a la destrucción. (Silencio)
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FRANCOIS: ¿Crees que te tengo miedo Tafardel? (Deja el estandarte en
manos de Ponoss y se remanga la camisa)
BABETTE: ¡Esto traerá cuerda para rato! ¡Tenemos chascarrillo hasta San
Roque! (Más entusiasta) ¡Dale fuerte, Tafardel!
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(Francois arremete el primero y los dos se enzarzan con una serie de golpes.
Judith acude a separarlos; también Justin)
JUDITH: En ese caso, espere usted, señorita. Conozco a alguien a quien esto
podría interesarle.
JUDITH: Es ella la que dice que te hago cornudo, supongo que con
Foncimañ, porque al parecer no se habla de otra cosa. En fin, Fransua, eres
un cornudo. Y esto es todo.
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FRANCOIS: (Palideciendo) En primer lugar, ¿qué hace esta rana? ¡Esta
chinche no hace más que meterse donde no le importa! ¿Por qué no se
preocupa de lo que pasa debajo de sus faldas? ¡No debe oler ciertamente a
rosas!
JUSTINE: ¡Señora baronesa, mesie Ponoss, mlle. Vivaq hagan algo! A este
hombre se le ha ido la cabeza
PIECHUT: ¡No siga, Tafardel! Dejemos que las aguas vuelvan a su cauce.
(Salen Piechut y Tafardel)
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JUSTINE: (Enfrentándose a Ponoss) ¡Está claro, padre, que es usted un
calzonazos!
ADELE: ¡Ha sido una pena! Nos han dejado con la diversión a medias!
JUDITH: ¡Déjala! Es tan perversa que sólo disfruta si hay sangre! Vamos.
(Saliendo Judith y Fransua)
JUSTINE: (Hace un gesto como de entrar al trapo, pero a última hora, desiste)
Me largo. No permitiré que me hieran más.
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NARRADOR
Como el urinario constaba de sólo dos piezas, en cuanto se juntaban más, los
hombres lo hacían en la pared contigua, que era la que daba a la casa de la
señorita Pitet. Ellos, conscientes de que la solterona siempre husmeaba
desde detrás de las cortinas, se mostraban indulgentes a la hora de
miccionar. Hasta hubo una vez, en que un numeroso grupo de jóvenes
colocados en fila, llamaron a Justine y, tras aparecer, ésta, tras los visillos, le
mostraron al unísono sus credenciales.
Así pasó el tiempo… hasta que un día ocurrió algo realmente escandaloso.
Les dejo, por ahí llega alguien.
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ESCENA QUINTA
BABETTE: (Llamando) ¡Mme. Fuach, Mme. Fuach! ¡Abra, abra, por favor!
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BABETTE: Tras los incidentes del día de la inauguración, siempre sospeché
que llegaría este día… (Silencio)
BABETTE: Tuve una corazonada y supe que se vengarían. Hoy lo han hecho.
MADAME FOUACHE: ¡Ande con cuidado!, no vaya a ser que con las prisas
se “escachufle” usted. (Sale, Babette))
(Llega Honorin)
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HONORINE: ¿A dónde va Mme. Babette que parece que la lleva el Diablo?
HONORINE: Pues no. ¿De qué habría de enterarme? ¿Ha sucedido algo?
HONORINE: ¡No!
MADAME FOUACHE: ¡Sí! Por eso me extraña que, estando tan cerca de su
vivienda, no haya escuchado, usted, nada.
HONORINE: No. No es eso. Lo que ocurre es que como el señor cura ronca
con tanto estrépito como una manada de bisontes, a las noches me tapono
los oídos. ¡Ya se puede caer el mundo, que no me entero!
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MADAME FOUACHE: Todavía, no. Pero Babett está convencida que han sido
los conservadores.
MADAME FOUACHE: Hola, Ros. Buenos días. ¿Cómo tan temprano, por
aquí?
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BARONESA: ¡Deje de decir estupideces y cómase el orgullo! No le pago para
ello. (A Ros) Vayamos a la reunión.
BARONESA: No.
ROSE: No. Ha sido un simple comentario. Estaba muy cansada con las
bromas de los chicos cada vez que pasábamos por ahí.
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MADAME VOUJON: Yo me callo, pero no otorgo. A mí no me engaña. Usted
ha mandado destruir el urinario. Y no porque le pareciera mal. Total usted
nunca baja al pueblo.
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BARONESA: Respecto a lo del urinario. (Adel muestra sorpresa) Por lo que
veo, no estás enterada. Esta noche han destruido el urinario.
ADELE: ¡No!
ADELE: De usted cualquier cosa. Una Curtebich puede hacer lo que quiera
que jamás el brazo de la ley osará, siquiera, tocarle.
ADELE: Una vez borrachos se pusieron a despotricar del urinario. Que vaya
porquería, que qué provocación, que si esto y lo otro. Decían que podía cundir
el ejemplo y que la vergüenza llegaría a todos los pueblos de la región y que
había que acabar con esa afrenta.
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BARONESA: ¿Entonces?
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NARRADOR
ESCENA SEXTA
En la plaza del pueblo, Adel se afana en preparar las mesas para la comida
popular encargada anualmente por el ayuntamiento. La vemos acarreando
mesas, sillas y banquetas. Llega Honorin.
ADELE: Buenos días, Honorin. ¿Cómo así tú tan temprano por aquí? ¿Cómo
no estás en misa?
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ADELE: Gracias. Muchas gracias. Te lo agradezco en el alma, pues este año
también, siguiendo una tradición no escrita pero sí debidamente observada,
mi marido, la víspera de la gran fiesta, se ha pillado una borrachera de la que
necesitará una semana para reponerse. Con él, no cuento.
ADELE: Son hombres. No les pidas que hagan más de una cosa a la vez. No
pueden. Dios los hizo así.
ADELE: Las mesas y los asientos están colocados. Ahora iba a empezar con
la vajilla.
(En ese momento, sale de su negocio Mme. Fuach, preparada para la faena)
HONORINE: Buenas, Mme. Fuach. Como siga calentando, hoy acaban con
todas las reservas de vino.
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MADAME FOUACHE: Un poco. Y me digo: “¿Vas a dejar que esa pobre
mujer se deslome sola y desamparada? A continuación, pienso en el sermón
de Ponoss y no tengo ninguna duda. Me cambio, me remango y a trabajar.
ADELE: …con el mazo dando. Gracias a las dos. Empecemos con la vajilla.
(Entra a por ella)
ADELE: (Sale con una jarra de vino) ¡Aquí traigo esta jarra de vino! El sol
aprieta y no vayamos a deshidratarnos. (Sale a por la vajilla)
HONORINE: Bien hecho, Adel. (Se sirve un vaso y lo bebe) ¡Uhmm, esto es
energía! ¡Adelante!
ADELE: (Entra con la vajilla) Vamos a colocarla para que llegue para todos.
HONORINE: Ya sabes que, aunque parece que se han amigado… aquí cada
cual tira para…
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ADELE: Yo había pensado hacerlo como todos los años. En el centro, a la
izquierda, el señor alcalde y a la derecha, la baronesa. A partir de ahí, los del
bando de Piechit a la izquierda y los de la Curtebich, a la derecha.
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JUDITH: ¡Ya basta! ¿Hasta cuándo me vas a odiar? ¿Qué culpa tuve yo si
Fransua se enamoró de mí?
ADELE: (Dejando lo que está haciendo, va a por ella) ¡Retira lo que has
dicho!
ADELE: (Ante la actitud de Judith, se echa para atrás y la observa) ¿No fuiste
desleal?
JUDITH: Te lo juro.
ADELE: Entonces, ayúdame con esto. (Se ponen las dos a trabajar) Con
mañas o sin ellas, menuda faena me hiciste. Desde entonces tengo que
apechugar con el inútil de Alfred.
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(Sale Mme. Fuach)
JUDITH: Gracias
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FRANCOIS: ¡Eso son habladurías! Ya sabe lo que dice el dicho:
“pueblo pequeño, infierno grande”. Foncimagne es un gran
amigo y mi mujer se divierte mucho con él.
(Llegando a la mesa )
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pero ponerlo junto a la iglesia fue una provocación supina.
Vamos, que se hizo a mala leche.
BABETTE: ¡Amén!
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ROSE: Lo que tengo que decir es una Buena noticia para usted,
señor alcalde.
PIECHUT: ¿Diputado?
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nuestro patrón y celebramos la reinauguración del urinario
público, cuya ubicación ha sido fruto del acuerdo y el respeto.
(Tras esto)
FIN
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