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LAS ARMAS DE DIOS

Juan Rivera Saavedra

PROLOGO

En una calle cualquiera de una ciudad, una mujer pide limosna.


DON GUILLERMO.— (apareciendo. Viste elegante y con un collar de pitos o
silbatos, alrededor del cuello. Feliz, al descubrir a la Mujer) ¡Oh...!
(Cortés) Señora Mendiga, permítame presentarme. Soy Guillermo
Chaparro Alfonso... (Se rebusca los bolsillos, saca un papel y se lo
enseña) Mis documentos para que vea usted que no miento. Que soy
un ciudadano honrado.
MUJER.— (Tímida) Señor... el papel es bonito, pero no sé leer. ¿Qué desea?
DON GUILLERMO.— Darle una limosna.
MUJER.— ¿Una limosna...? ¡Oh, oh, oh, muchas gracias señor... señor...!
DON GUILLERMO.— Señor "Guillermo Chaparro Alfonso", según consta en el
Registro Civil... Ahora bien, si no es demasiada molestia le rogaría que
me acompañe a la Plaza Principal de la ciudad. ¿Sí? ¡Gracias!
MUJER.— (Con repentina duda) ¿Ala Plaza? ¿Para qué'? ¿Qué hice...?
DON GUILLERMO.— No tema. No ha hecho usted nada.
MUJER.— (Asustada) ¡No tengo mis papeles! Mejor dicho... no tengo papeles de
ninguna especie.
DON GUILLERMO.— No se preocupe. La necesito sólo para hacerle entrega de
una limosna. Porque como comprenderá, no le puedo dar una limosna
sin testigos porque usted bien podría pensar que estoy loco, chiflado, en
vista que ningún millonario sale a la calle -a pie- a regalar nada, salvo
que lo mueva algún interés mezquino, el cual no es mi caso. Así que
por favor, sígame. Se lo ruego. (Toma uno de los pitos o silbatos que lleva
colgado al cuello, empieza a tocar, y marchar corno las waripoleras,
seguido de la Mujer)
MUJER.— (Con curiosidad) Señor... señor Chaparro, ¿le puedo hacer una
pregunta tonta?...¿Qué me va a regalar?
DON GUILLERMO.— (Deteniéndose y subiendo en una de las bancas del
parque) ¿Qué cantidad? Qué importa eso, señora. Lo que interesa es la
acción. (A la gente que ha empezado a aglomerarse a su alrededor)
¡Amigos?... ¡Amigos, acérquense?... ¡No teman!... ¡Amigos, soy
Guillermo Chaparro Alfonso, Gobernador de la ciudad de Anticucho y
dueño de los Embutidos Tribilín, Sociedad Ilimitada... Los he reunido
aquí porque voy a darle una limosna a esta pobre mujer porque su
mirada llena de miseria ha llegado a calar hasta los más profundo de
mi ser... Y si me he permitido llamar la atención de ustedes, es porque
sería muy, pero "muy doloroso", si pensaran un momento que lo hago
movido por intereses publicitarios mezquinos -como el de las
elecciones que se nos avecina-, aprovechando que soy dueño de la
mejor fábrica de embutidos del país y, ¿por qué no decirlo? ¡DE
AMERICA?... El mundo está lleno de gente envidiosa que tergiversa los
actos de uno. Esto ¡lo sé? Y si yo, don Guillermo Chaparro Alfonso -
propietario de los Embutidos Tribilín Sociedad Ilimitada, las conservas
de mayor calidad de esta nación, con medallas y menciones de honor-,
le voy a hacer entrega de una limosna a esta pobre y triste mujer en

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presencia del heroico pueblo que me rodea, es porque no quiero que
nadie piense que me mueve otro interés que la de cumplir mi deber,
como cristiano que soy... (Carraspea) Debo aclarar -antes de llevar
a cabo este acto maravilloso- que con esta señora que ven aquí, no nos
une ningún lazo familiar, ni amistad. Dicho con otras palabras: NO LA
CONOZCO. Es más: que le voy a dar una limosna sin pedir recibo
como indica y manda la ley. Con lo que queda demostrado "no me
beneficio absolutamente en nada". Que lo hago, porque yo: Don
Guillermo Chaparro Alfonso, Gobernador de ustedes, y dueño de la
mejor fábrica de embutidos del país, es una persona sensible al dolor
ajeno, y que los ama, por... por su inmaculado espíritu religioso. (Ala
Mujer, en tono solemne) ¡Señora pobre, reciba esta moneda de un sol, de
todo corazón!... (Sorpresa de la Mujer al mirar la moneda. Don
Guillermo se pone de pie y aplaude frenéticamente, se baja de la
banca, coge su pito o silbato y se aleja tal como llegó).
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Casa-hacienda de Amanda. De noche.
Amanda, sentada en el porche, tejiendo, y mirando el cielo de cuando en
cuando.
FELIPE.— (Apareciendo. Se detiene, mira el cielo y a su mujer. Preocupado)
Me cansé de escuchar las noticias por la televisión. Todos los días lo
mismo: si no matan a un policía, matan a un terrorista. Si no invaden
un país, lanzan una bomba nueva —sean los norteamericanos, rusos
o franceses— en cualquier parte del mundo, menos —¡claro está! en
Rusia, Estados Unidos o Francia...Cuándo acabará esto, me pregunto!
¡Cuando! (Observando a Amanda) ¿Qué miras, mujer...?
AMANDA.— (Serena) El cielo...No encuentro la estrella que cuida a la luna.
FELIPE.-- Debe estar escondida detrás de alguna nube. Ya apare cerá.
(Pausa. Mientras contempla el cielo) Resulta hasta desagradable
prender el televisor... Gracias a Dios que no estamos en la capital y
vivimos en un paraíso. No nos falta nada.
AMANDA.— (Aclaratoria y con una leve sonrisa) Hasta ahora.
FELIPE.— (Pensativo) Tratas de decirme algo, ¿verdad...?
AMANDA.— Sí... que mientras haya amor, no hay problema.
FELIPE.— Nosotros nos amamos...
AMANDA.— Hablo de amor Felipe. Recuerda que no vivimos solos, en una
isla...
FELIPE.— (Pensativo) Nunca me he metido en política... jamás hice mal
a nadie... Tengo mi conciencia tranquila. ¡No tengo nada que temer!
AMANDA.--- (Pausa significativa) ¿Y los demás...?
FELIPE.— Qué pasa con los demás...
AMANDA.— ¿Pensarán igual...?
FELIPE.— Por supuesto! ¡Ni locos que fueran, ¿verdad?!... (Con duda)
Amanda... ¿tu crees que estén locos?
AMANDA.— (Señalando) ¡Mira!... ¡mira la luna...!
FELIPE.— (Leve sorpresa) ¡Parece un eclipse...!
AMANDA.— (Pausa) No lo es... Los eclipses son bellos.
FELIPE.— Qué es entonces...
AMANDA.— (Con duda) No lo sé... Sólo sé que no me gusta. Ambos se
quedan mirando el cielo, y congelan.

En la chacra. De día.
Felipe, recogiendo la cosecha, revisando, o podando las plantas.
MATEO.— (Apareciendo) ¡Hola, Felipe!
FELIPE.— ¡Mateo, qué milagro...!
MATEO.— Pasaba por aquí. Bajo a la ciudad.
FELIPE.— ¿De compras?
MATEO.— A hacer unas averiguaciones. Las aguas que pasan por la casa-
hacienda han empezado a disminuir. Deben estar haciendo unos
arreglos y no nos han avisado.
FELIPE.— Que extraño...
MATEO.— ¿Por qué lo dices?
FELIPE.— Porque no tenemos ese problema. Debería afectarnos también por
vivir en la parte baja. ¿No te parece?
MATEO.— (Pensativo) No lo había pensado. Ahora entiendo menos...

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El eclipse, ¿no tendrá algo que ver con este asunto?
FELIPE.— ¿Eclipse?
MATEO.— Esta mañana escuché por la radio que... (Arrepentido) ¡Bah,
tonterías!
FELIPE.— Qué pasa.
MATEO.— Nada. No he dicho nada.
FELIPE.— ¡Habla! ¿Qué oíste?
MATEO.— (Pausa) Que... que pasó un corneta por... no me acuerdo por qué
parte de Europa, y... que éste había provocado un eclipse.
FELIPE.— Debe haber estado dormido ese comentarista. Se levanta tan
temprano... Lo que sí escuché fue que... por culpa de unas bombas
lanzadas por los norteamericanos —o no me acuerdo quien—, los
bosques de Austria han empezado a desaparecer.
MATEO.— (Pensativo) Muy interesante... ¿Qué tiene que ver América Latina
con esa bomba...?
FELIPE.— Bueno... A lo mejor las nubes... el aire...
MATEO.— Felipe, creo que empezaste a temar temprano.
FELIPE.— Tú no crees en los vientos, Mateo, pero yo, sí. Los vientos, ni las
nubes, tienen fronteras, y... y...
MATEO.— Felipe, te veo otro día. (Se dispone a partir) Amanda, ¿cómo
está?
FELIPE.— Bien.
MATEO.— Me alegro. Salúdala. Es una estupenda mujer.
FELIPE.— Gracias... Saludos a la tuya.
MATEO.— ¡Adiós! (Sale)
FELIPE.— (Pensativo. Reaccionando) ¡Qué hice...! ¡Su mujer murió la
semana pasada! Debí preguntar por el suegro... (Gesto de sospecha, y
disponiéndose a ingresar a la casa) ¡Amanda!... ¡Amanda!

Casa de Amanda, durante la cena. De noche.


Aparece Fax, hija de Amanda y Felipe, Viene de la cocina con dos platos.
Unos para Felipe y el otro para ella. Toma asiento, ambos bendicen la
comida y empiezan a comer.
FELIPE.— (Sin mirarla) ¿Qué tal te fue en el colegio...?
PAX.— Bien, papi... Bien.
FELIPE.— ¿Pax, seguro...? ¿Seguro, hija?
PAX.— (Con rodeos) ¿Qué... qué te contaron, papi? No he hecho nada malo.
¿Qué te dijo mami?
FELIPE.— Las preguntas las hago yo. Qué hiciste, hija.
PAX.— ¿Yo...? Nada. Casi nada... Es decir: un poquito.
FELIPE.— Qué tanto "un poquito".
PAX.— Un poquito chiquito... Un chico, es decir Tony... me quiso dar un
beso.
FELIPE.— ¿Un beso...?
PAX.— (Rápido) ¡Sí papi! ¡En el patio en la hora de recreo sin que la señorita
Roxana, ni las niñas, lo vean!
FELIPE.— Hm, eso está mal. Y tú, ¿qué hiciste?
PAX.— ¿Yo? ¿Yo...?
FELIPE.— Sí: tú.
PAX.-- Bueno... le dije "eso está mal, Tony".

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FELIPE,— ¡Qué interesante! Muy bien dicho! Qué más.
PAX.— No es la primera vez que me arrincona, papi. No es la primera vez.
FELIPE.— ¿No...?
PAX.— No, papi. Todas las veces que puede, me roba un beso.
FELIPE.— ¿Se puede saber qué edad tiene ese caballerito...?
PAX.— ¿Tony? ¿El flaquito...? Unos ocho años, papi. Abusa porque es hijo
de don Guillermo Chaparro Alfonso.
FELIPE.— ¿Qué Guillermo...?
PAX.— El señor de los silbatos, papi. El que anda haciendo obras de caridad
con su silbato.
FELIPE.— Ya lo recuerdo. (Con intención) Supongo hija, que no te
quedaste con los brazos cruzados. Que le diste su merecido...
PAX.— (Feliz, pícara) ¡Sí, papi! ¡Claro que sí! ¿Sabes que hice...?
FELIPE.— Infórmame. Te escucho.
PAX.— ¡Lo levanté y lo senté en la copa de un árbol! ¡Qué te parece papi!
(Cara de sorpresa de Felipe) ¡Vieras cómo gritaba el pobre!
¡Gritaba como un loco! ¡La directora tuvo que llamar a los bomberos
porque no lo podían bajar del árbol...!
FELIPE.— (Preocupado) ¡Pax, Pax, Fax! ¿Cuántas veces te he dicho que no
me gustan esas clases de juegos? ¿Te olvidas que... que eres distinta?
PAX.— (Con inocencia) ¿Por qué, papi? No entiendo. ¿Por qué?
FELIPE.— Porque... porque a la gente no le agrada la gente "diferente". No le
agrada la gente que hace algo. No les agrada, hija, que nadie se escape
del redil. Pax... Pax... no debiste hacerlo!
PAX.— (Arrepentida) ¡Papi, nadie le creyó! ¡Nadie me vio!... "Tony pesa
mucho para una niña tan chiquita", dijeron, papi. Además, el árbol
era muyyy alto,... y... y...
FELIPE.— (Más sereno) Hija, por favor... te lo suplico... te le ruego... no lo
vuelvas a hacer más... ¿De acuerdo?
PAX.— (Arrepentida) Sí, papi... No lo volveré a subir a la copa de ningún árbol.
FELIPE.— Nunca más... Nunca.
PAX._ (Para sí) Parece que tendré que dejar que me bese ese niño altote... lleno
de pecas... orejas grandes y... y...

Asamblea en casa de don Guillermo Chaparro Alfonso. De noche.


ANCIANO 1°.— (Confidencial) Don Gregorio, ¿se puede saber a qué se debe
esta reunión?
ANCIANO 2°.— Parece que van a hablar sobre el agua. ¿Cómo lo sé? Por don
Mateo. Don Mateo dice que alguien le está robando el agua para
quedarse con sus tierras. Si no es esto, es algo más serio: un problema
mundial, y que don Guillermo ha tenido el deber de comunicárnoslo.
ANCIANO Muy cierto. Sólo que... me pregunto: ¿nosotros qué mono
pintamos en este asunto si sólo tenemos un par de metros de tierra, en la
tierra?
ANCIANO 2°.— "Pintar ese par de metros", don Estaquio"... Don Mateo
dice que si los diarios callan esta noticia, don Guillermo tiene que
conocer la verdad. Está obligado a saber algo. Por ese motivo, lo hemos
citado en su propia casa para que no diga: "No estoy".
ANCIANO 1°.— ¿Citado? ¿En su casa? ¡Yo no he citado a nadie...!
ANCIANO 2°.— Cierto, muy cierto. Pero "mayoría manda".
ANCIANO 1°.— Mejor me callo.
ANCIANO 2°.— ¡Silencio que ahí llega don Guillermo...!

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DON GUILLERMO.— (Aparece tocando sus silbatos. Silencio total) ¡Amigos, se
les saluda!... Como el tiempo es oro, el oro: dinero... y el dinero:
trabajo, ¡vayamos al grano! ¿Cuál es el problema de los pobladores de
Anticucho? ¿Quién me pide la palabra...? ¡A la una... a las dos... y a
las ...!
MATEO.— (Poniéndose de pie) Pido la palabra, don Guillermo.
DON GUILLERMO.— ¡Concedida don Mateo! El gobernador de este pueblo y
dueño de los Embutidos Tribilín, le concede a usted la palabra.
MATEO.--(Pausa) Acabo de regresar de la capital... Fui a averiguar por qué a mi
casa-hacienda -al igual que muchas otras-, llega poca agua en vista que
aquí nadie sabe nada ni da razón. Y cuál sería mi sorpresa al enterarme
que en la capital ha empezado a escasear el agua y... que el Congreso
anda más preocupado de la "posible cantidad de bombas atómicas que
está produciendo Rusia, del tráfico de drogas, y de los derechos
humanos pisoteados" que del agua!... Bien, don Guillermo, como es
usted nuestro representante, persona allegada al gobierno de turno...
UNA VOZ.— ¡Y de todos los gobiernos...! (Risas)
MATEO.— ¡Silencio, amigos!„. Decía que como persona allegada al gobierno,
pensamos que tendrá algo, o mucho que informar a los pobladores de
esta ciudad. Estamos reunidos, como ve, para que se nos dé una
explicación. (Alguien le pasa un papel por lo bajo) Parece --por lo que leo
en el papel que me acaban de alcanzar- que empezamos ya a tener
problemas en la cosecha...
DON GUILLERMO.— Bueno, bueno, amigos... Cierto que hemos tenido mala
suerte esta primavera... que no hemos tenido mucha lluvia por culpa de
la Corriente del Niño, pero para tranquilidad de todos les informamos
que... este verano, el gobierno tiene resuelto el problema.
AMANDA.— (Poniéndose de pie) Don Guillermo...
ANCIANO 1°.— ¡Silencio, muchachos! ¡Va a hablar Amanda, la esposa de
Felipe, mi amigo.
DON GUILLERMO.— (A Amanda) La escucho, señora.
AMANDA.— (Pausa. Como quien lee el futuro) Don Guillermo... no vamos a
tener lluvias... en todo el año.
DON GUILLERMO.— ¿Qué no vamos a tener...? (Desconfiado) Por qué lo
dice, doña ¿Quién le dijo eso, Amanda...?
AMANDA (Pausa) El río... (Murmullos de temor en la sala)
FELIPE.— (A su esposa, confidencial) ¡Amanda, no has debido decir eso! ¡Van
a creer que estás loca...!
ANCIANO 2°.— ¿Me permite una palabra, don Guillermo?
DON GUILLERMO._ ¡Permitido! ¡Claro que sí! ¡Permitido!
ANCIANO 2°.— Don Guillermo... no ha contestado la pregunta. ¿Cierto que
no vamos a tener agua por mucho tiempo...?
DON GUILLERMO.— ¡Esas son especulaciones, don Mateo! ¡Especulaciones!
¡Lo que usted dice no tiene ninguna base científica! ¡No es cierto! Así que
hace mal en dejarse llevar por palabras... por las palabras de doña
Amanda. Ella habla así porque... de seguro que le gusta la poesía.
MATEO.— ¡Don Guillermo, en la capital, se dice lo mismo! ¡¿Podría decimos
qué hay detrás de todo esto ... ?! ¡¿Decirnos por qué calla ... ?!
DON GUILLERMO.—(Acorralado) ¿Saben...? Parece que no saben...
Creo... creo que la culpa de todo... la tienen los rusos.
Caras de sorpresa. Todos congelan.

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Casa de Amanda. En el porche. De noche.
FELIPE.— (Apareciendo) Amanda... ¿escuchaste la radio?
AMANDA.— (Mientras contempla las estrellas) No...
FELIPE.— Estados Unidos lanzó la primera bomba bacteriológica. Fue
algo terrible... Afirman que los rusos no tienen una bomba que se
le compare en nada.
AMANDA.— Qué dicen los rusos.
FELIPE.— Ni una palabra... ¿Por qué será que siempre callan?
PAX.— (Apareciendo) ¡Mami... papi! ;Nuestro presidente se presentó en la
televisión! ¡Y a que no sabes... a que no sabes qué habló! ¡Dijo que hay
escasez de caucho y gasolina, y pidió, ¿sabes qué pidió? Pidió al pueblo
que no viaje tanto! ¿Eso está bien, o mal, mami...? Mal, ¿no, papi?
FELIPE.— ¿El Presidente dijo eso, hija...?
AMANDA.— (Pensativa) Debe estar muy preocupado... No quiere que la
gente sepa qué pasa en el país.
PAX.— También dijo, papi, que si descubre a alguien conduciendo un
vehículo, sin permiso... será castigado. ¡Estaba bien serio, mami!
FELIPE.— (A Amanda) Me parece una medida absurda. Los hechos no se
resuelve tapándose las orejas. Basta que se prohíba algo para... para...
AMANDA.— (Con intención) Pax, ¿terminaste tu leche?
PAX.— Esta recontra caliente, mami. Ya la termino. (A Felipe) Papi, ¿qué es
el progreso? (Sorpresa de Felipe)
AMANDA.—(Intercambiando miradas de sorpresa con su marido)
Hija, deja tranquilo a tu padre.
FELIPE.— No, no me molesta, mujer... (A Pax) ¿El progreso, dices? El
progreso... bueno... es el símbolo de la ambición y la envidia, Hasta
ahora, sólo nos ha traído guerras... destrucción... miseria... hambre.
AMANDA.— En lugar de paz, seguridad y amor.
PAX.— (Pensativa) Hm... Así que eso era el progreso.
FELIPE.— ¿A quién escuchaste esa palabra?
PAX.— A Garlitos. Un niño de la escuela que se quiere casar
conmigo... (Felipe y Amanda cambian miradas, divertidos) ¿Y Dios
tiene armas, papi? ¿Tiene armas...?
FELIPE.— (Sorprendido) ¿Cómo dices? ¿Armas, dices? ¿Dios...?
AMANDA.— Yo le respondo, Felipe... Sí, hija. Dios tiene sus armas. Claro
que distintas a las del hombre porque es más inteligente... Las armas
de Dios son... el agua, el aire, los vegetales y los animales que pueblan la
tierra... La naturaleza es el arma que Dios tiene contra la soberbia. La
ambición y el desamor.
PAX.— (Pausa) ¿Por qué a nosotros no nos falta nada, mami...?
AMANDA.— Porque somos distintos. Porque somos... esencia, hija.
FELIPE.— (Nervioso) Pax... hija... hay muchas cosas que debes aprender a
callar.
PAX.— ¿Por qué, papi?
FELIPE.— Por... por la gente mala que habita en nuestro planeta tierra.
PAX.— ¿Sí? ¿Por qué?
FELIPE.— Por... ¿Por qué me haces preguntas tan difíciles, hija? Algún día
lo sabrás.
PAX. ¿Por qué no lo sabes? ¿Siempre fueron así las cosas en la tierra,

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papi?
FELIPE.— (Recordando) No... No siempre... Cuando mi padre vivía, la gente
era verdaderamente feliz. Los hombres producían... Producían
alimentos. No construían armas. Leían mucho.
PAX.— ¿Conocían la televisión?
FELIPE.— No... Claro que no. (Pax se queda pensativa)
AMANDA.— Hija, la tierra vivirá a pesar del hombre. Dios es
poderoso, pero también magnánimo.
FELIPE.— (Con duda) ¿Seguro, Amanda? (Reaccionando) ¡Lo dije pensando
en Pax! Es tan pequeña que... Tú me entiendes.
AMANDA.— (En tono de sentencia) Vivirá. Pax salvará su mundo.
FELIPE.— (Con leve sonrisa) Siempre y cuando encuentre a su pareja, se
entiende.
AMANDA.— ¿Acaso no lo encontré yo...?
FELIPE.— ¡Yo fui el que te encontré! ¿O lo olvidaste? Estabas herida,
recuerda.
AMANDA.— Me encontraste porque te sentí bueno... Porque quise
encontrarte... porque me enamoré. De lo contrario no me hubieses
descubierto.
PAX.— (Pensativa) Papi... ¿por qué cada día mis amigos tiene menos agua?
FELIPE.— ¿Eh...? ¡Oh, sí, claro! Este... (Mira a su mujer)
AMANDA.— (Reparando en algo que flota en el espacio) ¿Huelen...?
FELIPE.— ¿Decías...? Qué cosa.
AMANDA.— ¿Perciben algo? Que si huelen algo... Algo en el espacio.
FELIPE.— (Haciendo lo indicado) Para ser sincero... no. No, mujer.
PAX.— (Pausa) Yo, sí, mami... Un olor desagradable... feo.
FELIPE.— (Se dirige a la ventana, la abre y atisba a través de ella) Nada. No
huelo nada. Lo que pasa es que ustedes dos tienen m u y
desarrollados los sentidos, en cambio yo...
AMANDA.— Viene de la ciudad, Felipe... De las afueras de la ciudad.
PAX.— (Sentada, como quien percibe una visión) Papi... veo gente huyendo.
FELIPE.— ¿Gente huyendo? De dónde. ¿De aquí...?
PAX.— (Pausa) Sólo gente huyendo, papi... Gente huyendo... Los tres se
quedan pensativos, y congelan.

En el parque. De día.
El Anciano 22, cabizbajo, sentado en una de las bancas.
ANCIANO 1.— (Apareciendo) ¡Buenas! ¿Tomando aire, don Gregorio...?
ANCIANO 22.— ¿Aire? ¿Qué aire? Reponiéndome del susto.
ANCIANO P.— ¿Del susto? Qué le pasó...
ANCIANO 22.— Si toma asiento, se lo cuento. Si no: no.
ANCIANO 12.-- Tomo asiento. (Hace lo que se indica) Cuente. Lo escucho.
ANCIANO 22.— (Pausa) Dormía anoche y... ¿Le conté que duermo con
las ventanas abiertas por el calor insoportable que hace?
ANCIANO 12.— Recién me entero. Publicado, no ha salido publicado.
ANCIANO 22.— Pues duermo con las ventanas abiertas. Esta mañana despierto
y cual sería mi sorpresa al ver unas flores monstruosas, de hojas
puntiagudas, asomándose por mi ventana y tratando de llegar a... a mi
cama. Le juro que un poco más y pego un tremendo grito. Un grito
como cuando era joven y fuerte.
ANCIANO 12.— ¿Una planta monstruosa? ¿No habrá tenido una pesadilla de
película...?
ANCIANO 22.— (Molesto) ¿Don Eustaquio, las ramas se enroscaron en una
de las patas de la silla que estaba cerca a la ventana y la hizo añicos en

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un abrir y cerrar de ojos! ¿Lo duda? ¿Se la muestro en estos momentos!
¡Sígame! (Se dispone a levantarse)
ANCIANO 12.— ¡Don Gregorio, no se ponga trágico, por favor...! Le creo. Lo
que pasa es que su historia parece un cuento de ciencia-ficción.
ANCIANO 22.— (Alcanzándole el diario que tiene en la mano) Como usted no
ve televisión, no revisa, ni lee nada, ¡entérese!... Los periódicos afirman
que se ha extendido por todas partes la hierba mala y se ha empezado
a podrir en forma misteriosa.
ANCIANO P.— (Tras leer los titulares) ¿Podrir...? ¡Ahora me explico el olor
nauseabundo que decía percibir mi familia! ¡Y yo que pensaba que
estaba loca...! (En sospecha) ¡Dios Santo...!
ANCIANO 22.— ¿Qué mala idea se le ha cruzado ahora por esa cabeza suya,
don Eustaquio? ¡Suéltelas! A lo mejor pensamos lo mismo...
ANCIANO 12.— (Breve pausa) Bien... Si hay escasez de agua... y las plantas
y frutos han decidido morir... es posible que... que nuestros granjeros
codiciosos empiecen a guardar sns productos para... para...
ANCIANO 2 2.— Pensamos igual. Con una diferencia: que no sólo puede
pasar con nuestros granjeros, si no con todos.
ANCIANO 19.— (Dramático) ¿Usted cree...?
ANCIANO T.— Estoy mas que seguro. (Se pone de pie bruscamente y
disponiéndose a salir) No nos podemos quedar a calentar asientos,
viejo. Tenemos que hacer algo. ¿Me sigues...?
ANCIANO 12.— (Haciendo lo propio) ¡Por supuesto! Tendremos que hallar
una salida, "por nuestras familias".

En la tienda o bodega. De tarde.


Felipe, haciendo compras.
FELIPE.— Don Armando, un paquete de harina y... una lata de café.
MATEO.— (Apareciendo, cabizbajo) ¡Buenas tardes, Felipe!
FELIPE.— ¡Mateo, qué milagro es éste! Tiempo que no te dejas ver.
¿De compras?
MATEO.— (Con rodeos, lleno de dudas) Vine por... A mirar... A dar unas
vueltas.
FELIPE.— (Observándolo) Que pasa. (Al almacenero) ¿Hay azúcar? Medio
kilo, por favor... (A Mateo) Se te nota preocupado.
MATEO.-- ¿Te parece poco lo que está pasando?
FELIPE.— Sé que hay problemas, pero...
MATEO.— Por si no te enteraste, los animales se están muriendo por falta de
agua. Envenenados por una maldita hierva que ha aparecido...
FELIPE.— ... "en cierta zonas". Sí, lo escuché por la radio esta
mañana.
MATEO.— (Furioso) ¡"Ciertas zonas" es lo que ellos dicen! ¡Pero yo les digo
que es falso! ¡Es en todo el país, para que lo sepa! ¡En todo el país! (Mas
calmado) Disculpa, Felipe... Es que acabo de recibir una noticia triste.
Daniel, mi ahijadito.. el hijo de los Amaya... murió y...
FELIPE.— Lo siento... ¿Estaba enfermo?
MATEO.— (Pausa significativa) Se pinchó con una de esas malditas espinas
y...
FELIPE.— (Pensativo) ¿Está enterado de esto el gobernador?
MATEO.— Dice no sé nada, pero está asustado... Pasé por su casa

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temprano. Cientos de tractores trataban de acabar con el hierbajo que
rodea su enorme mansión.
FELIPE.— ¿El hierbajo...? ¿Por qué no le -mete fuego? Es más fácil...
MATEO.—Son resistentes. No le hace nada. Los Amaya lo intentaron
(Disponiéndose a partir) Felipe tienes una hija muy linda. Cuídala... no la
dejes salir. ¡Sé por qué lo digo!
FELIPE.— (Pausa) Gracias... (Sale Mateo. Felipe se queda pensativo) ¿Por
qué lo diría...? ¿Sabrá que...? (Congela)

Casa de Amanda. Interior. De noche.


Amanda, mirando a través de la ventana, de espaldas al público.
FELIPE.— (Dando vueltas como fiera enjaulada) Tengo... tengo la terrible
sospecha que la tierra se... se hubiese propuesto acabar con la
especie humana. (Se detiene corno quien espera una respuesta
consoladora) ¿Estoy equivocado Amanda, o...?
AMANDA.— (Breve pausa) La hierba mala está avanzando hasta
nuestra casa.
FELIPE.— ¡¿Eh...?! (Corre hacia la ventana y atisba por ella) ¡Dios
Santo... ¿Y ahora? ¡Que hacemos! ¡Amanda, contesta, por favor!
AMANDA.— (Serena) Tenemos un pequeño huerto en el interior de la casa que
nos permitirá vivir. Claro está que... mientras no perdamos la fe. Es
importante que nuestra hija permanezca en casa. Lo hago por
seguridad... Las dos somos distintas... Ignoro las limitaciones de los
poderes de Pax.
FELIPE.— ¿Y si la muerte llega a nuestro huerto, Amanda?
AMANDA.— ¿Tan pronto perdiste la fe, Felipe...?
FELIPE.—(Reaccionando) Quién. ¿Yo'? ¿No puedo hacer una pregunta?...
Disculpa. No sé ni lo que digo. Perdona mujer.
AMANDA.— (Tomándolo del brazo) Ven. Es tarde. Será mejor que nos
acostemos. Mañana nos espera harto trabajo. (Salen ambos. Las luces
empiezan a bajar)
PAX.— (Apareciendo. Pasea la vista a su rededor tratando de no ser
descubierta. Detiene la vista en la ventana, se dirige a ella y atisba. Leve
sorpresa) ¿Eh...? ¿Qué es eso?... ¡Cuántas plantas! ¡Parece un
bosque! ¡Y qué feas que son...! Debo estar soñando. (Limpia el vidrio con
la manga de su vestido) ¡Cielos, el bosque se mueve...! ¿Estarás
soñando, Fax...? Mejor cerciórate, Pax. (Da unos pasos y se detiene. Con
duda) ¿Y si mi papi se molesta por salir de casa a estas horas...?
(Agudiza el oído) Mi papi no se puede molestar porque es muy bueno, y
porque está dormido.. Y mami no me puede percibir porque soy una
extraña y, sus poderes son distintos a los míos. (Abre la puerta y sale.
Da unos pasos y se detiene. Pasea la vista a su rededor) ¿De dónde
saldrían estas plantas...? (Una rama, de pronto, se extiende rápidamente
y se le enreda en una pierna) ¡¿Eh...?! ¡Me amarró la pierna!...
¡Carlitos, qué hago!... (Trata de librarse de ella, inútilmente)
¡Suéltame planta mal, o...! ¡Es... es demasiado fuerte!... (Otra rama,
le aprisiona la pierna libre) ¡Oh, no! ¡Mi otra pierna! ¡Qué es lo
que pasa!... ¡Qué puedo hacer, Dios mío ! ¿Grito, o no grito...? (Una
rama la coge del brazo derecho, y otra, del izquierdo. Al ver que le resulta
imposible soltarse trata de serenarse) Pax... Pax, mami te enseñó
que lo mejor es no perder la calma... no hacer resistencia... no
desgastarse y... respirar profundamente... muy profundamente.

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(Observa algo con sorpresa) Esa... Una rama negra está
avanzando hacia mí... Leí tu intención, planta mala. Quieres
enroscarte en mi cuello para... (Cierra los ojos y cae de rodillas con
los brazos en cruz) Carlitos... ¿me perdonas? Parece que papi tenía
razón... No me voy a poder casar contigo. Lo siento. ¿Me perdonas?
Gracias. (Levantando la cara al cielo) ¡Señor... gota de agua en el
desierto... en tus manos encomiendo mi cuerpo y mi espíritu... Haz de
mí, tu voluntad! ... ¡Amén! (Como por arte de magia las ramas la van
soltando ante el asombro y alegría de Pax, hasta quedar completamente
libre) ¡No... no lo puedo creer!... ¡Me soltaron!... ¡No lo puedo creer!
(Disponiéndose a salir) ¡Mami!... ¡Papi...! (Congela)

En casa de Amanda, en el porche. De día.


Felipe, recoge las hojas sueltas del suelo y las echa en el bote de basura.
DONGUILLERMO.— (Apareciendo, cabizbajo) ¡Buenos días, don
Felipe...!
FELIPE.— (Leve sorpresa) Buenos días, señor gobernador. ¿Se siente
bien...?
DON GUILLERMO.— Por favor, don Felipe... Puede llamarme "Don
Guillermo Chaparro Alfonso", a secas. Elimine los títulos de
gobernador, doctor, o rey de las mejores conservas del país. Le doy
permiso... Hace calor, ¿o me equivoco? (Paseando la vista a su
rededor) Lo felicito. Tiene usted un jardín muy lindo y... limpio. (Para
sí) Lo que me resulta extraño y sospechoso.
FELIPE.— (Con intención. Un tanto cortante) Para qué vino, don
Guillermo.
DON GUILLERMO.— (Sorprendido en falta) ¿Eh...? No entiendo. Qué
insinúa. De qué me acusa, ahora.
FELIPE.--A qué debo su presencia, pregunto. ¿Recibió alguna orden de la
capital...?
DON GUILLERMO.— ¡No! ¡Sí!... Bueno... me hablaron tanto de su bello
jardín que... Mejor dicho... Un helicóptero enviado por el gobierno,
pasó por aquí y me pidió que lo felicitara.
FELIPE.— "Gracias". Así que un helicóptero... Así que el país está en
dificultades...
DON GUILLERMO.— (Descubierto) ¿En dificultades? Recién me
entero. A lo mejor... Donde el río suena...
FELIPE.— Bien. Ya vio el huerto. Qué otra cosa desean los señores del
gobierno.
DON GUILLERMO.— Nada... Bueno... estudiar la tierra. Quieren que
les lleve un poco de tierra de su jardín para estudiar la causa.
FELIPE.— (Pausa significativa) ¿Aún no comprenden que su ciencia no
es capaz de descubrir nada?
DON GUILLERMO.— No soy un intelectual nato. La verdad que no
entendí ni media palabra.
FELIPE.—(Solamente) Le diré lo que pasó aquí, don Guillermo. Pax, mi
hija pidió, y... le fue dado. ¡Es todo!
DON GUILLERMO.— (Desconcertado) ¿Pidió, dice? ¿Oró...?
FELIPE.— (Pausa) Lo ignoro. Es posible.

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DON GUILLERMO.— ¿Por qué no se lo pregunta...?
FELIPE.— No recuerda nada.
DON GUILLERMO.— (Pensativo) A lo mejor no insistió lo suficiente. Hay
formas modernas de persuadir a una persona, don Felipe...
FELIPE.— (Clavándole la mirada) No acostumbro a maltratar a
nadie.
DON GUILLERMO.--(Reaccionando) ¡Igual que yo! La violencia sólo trae
violencia. ¿Puedo... puedo llevar un poquito de su tierra? Sólo un
puñado. Un puñado es más que suficiente.
FELIPE.— Tome lo que quiera, señor Gobernador. Es suya.
DON GUILLERMO.-- Gracias... (Ambos congelan)

Casa de Amanda. Interior. De noche.


Pax, sentada en el suelo, jugando. Amanda, leyendo un libro.
FELIPE.— (Dando vueltas. Pensativo) Hace calor... ¡si al menos
lloviera un poco... ¡Ustedes tienen calor?
AMANDA.— ¿Calor? (Tratando de no hacerlo sentir incómodo) Un poco.
PAX.— (Inocente) No tengo calor, papi.
AMANDA.— Los niños se desgastan menos que los adultos. Ese es el
motivo.
FELIPE.—Ya lo sé. (Pausa. Se dirige ala ventana) Hoy fuí al almacén. No
encontré nada... Los estantes era un desierto. Todo vacío.
AMANDA.— El gobernador debe haber dado alguna orden...
FELIPE.— (No muy convencido) Sí... seguro. (Sigue dando vueltas. Se
detiene. Observa a su hija, pensativo) ¿Que haces, Pax...?
PAX.— (Que ha dejado el libro a un costado) Jugando con los rayos de luz,
Papi.
FELIPE.— ¿Jugando? ¿Con los rayos de luz...?
PAX.— Sí, papi. La luz me obedece. Hace todo lo que le digo. ¿Quieres que te
haga una demostración...?
AMANDA.— ¡Pax...! Deja la luz, tranquila. Papá está cansado. No
juegues con la luz.
FELIPE.— (Pausa larga) Pax... hija, ¿que hiciste para que nuestro
pequeño huerto sanara?
PAX.— (Inocente) No lo sé, papi... Tú dijiste que recé. No sé rezar, pero debo
haber hecho eso.
FELIPE.— (Pausa) Amanda... ¿crees que Dios existe?
AMANDA.— (Pausa) ¿Quién piensas que creó el universo? ¿El hombre...?
Felipe, el hombre con toda su sapiencia ¿ha sido capaz de crear un
poco de agua...?
FELIPE.— (Leve sorpresa) ¿Agua...? ¿El hombre? Nunca se me cruzó por la
cabeza, no siquiera la pregunta... No, pienso que no. (Reaccionando)
Dime... si Dios es tan grande, ¿por qué entonces desea acabar con la
especie humana?
AMANDA._ (Pausa) Tú debes conocer la respuesta. No conozco a la especie
humana como tú. Recuerda: soy una extraña.
PAX.— (Aparentemente distraída) ¿Como yo, mami...?
AMANDA.— (Con sonrisa maternal) Tú naciste aquí, hija.

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FELIPE.— (Mirando a Pax, intrigado) Hija... Pax, sé que te hecho la pregunta
mil veces, pero... ¿qué fue lo que hiciste, qué fue lo que rezaste, me
podrías decir?
PAX.— Sí, papi. No lo recuerdo, papi. ¡En serio!
FELIPE.— (Suspira y empieza a dar vueltas) Esta mañana escuché decir
que han aparecido entre el hierbajo, escorpiones con diez tenazas...
¿Sabes qué pienso, Amanda? Que algo malo hemos hecho, y que
esto... es un castigo de Dios.
AMANDA.— Dios no castiga. Enseña a reflexionar, que es otra cosa. FELIPE.
— (Pensativo) Es lo que quise decir. (Alguien toca la puerta) Debe ser
Carlos. ¡Sí, Carlos!
PAX.— (Inocente) ¿El chico que se va a casar conmigo, papi...?
AMANDA.— No, hija. Un amigo de tu padre.
FELIPE.— (Se dirige a la puerta, abre y aparece Anciano 1 2) ¡Don
Eustaquio! ¡Adelante...!
ANCIANO 1 2.— Buenas noches, Felipe... Buenas noches, Amanda... Hola,
Pax..
FELIPE.— (Tratando de mostrarse alegre) ¿Nos trae buenas noticias,
don Eustaquio? Lo felicito... A ver si nos da la receta.
ANCIANO 12.— (Con cara trágica) Les traigo "de las otras"... Llegó mi nieto. Me
cuenta que el mal es general. Empezaron a racionar el agua en la capital,
porque —agárrense bien, por favor-, están muriendo como lo que son
por olvidarse de nosotros: como ratas.
AMANDA.— ¿Los niños también, don Eustaquio...?
ANCIANO 12.— (Pausa) Increíble... No... Los niños están bien. La cosa es con los
mayores de 15 años. Así que estamos —como se dice— "jodidos" los
mayores de 15 años.
FELIPE.— ¿Qué dice de esto el gobierno?
ANCIANO 12.— ¡Vuélvanse a agarrar para escuchar algo increíble: que "los
norteamericanos están dispuestos a reducir su producción de armas".
¡¿Quién piensa en estos momentos en esas tonterías cuando estamos con
el agua —digo "el polvo"— al cuello?! ¡Quién! ¡Quién! (Apagón total) ¿Eh?
¡¿Quién apagó la. luz, se puede saber ... ?!
FAX.— (Feliz) ¡Papi, logré atrapar la luz! ¡Qué lindo! ¡Papi, estamos a
oscuras...!
FELIPE.— ¡Amanda, las velas, por favor! ¡No veo nada!
PAX.— ¿Papi, quieres luz...?
FELIPE.— ¡Pax, por favor, que no estarnos para bromas!
PAX.— ¡Papi, no es broma! ¡Tengo la luz encerrada en mis manos!
¡Mira...! (Regresa la luz) ¿Ves? Te lo dije. Atrapé la luz con mis manos,
FELIPE.— (Al Anciano, que mira perplejo a Pax) Pura coincidencia, don
Eustaquio... Ha sido apagón total. A lo mejor... Por culpa de la
disminución de las aguas.
ANCIANO 12.— (A Pax, intrigado) Niñita linda... ¿puedes repetir nuevamente
tu número de magia? (Se rebusca los bolsillos) Si lo repites te regalo... te
regalo...
PAX.— (Señalando a don Eustaquio. Sin miedo) ¡Papi... don Eustaquio tiene
una cosa rara en el hombro!
FELIPE.— (Observando al Anciano) ¡Un alacrán...! (Al Anciano) ¡No se
mueva!... (De un golpe, tira al animal al suelo y trata de matarlo con el
pie)
AMANDA.— (Aterrorizada y señalando) ¡Se escapa! ¡Se escapa, Felipe!

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¡No lo deje huir... ! (Felipe coge una horca que yace en un rincón alcanza
al animal y lo remata) ¡Listo!... Pasó el peligro.
ANCIANO 1°.—(Asustado) ¡Pero no el susto!... Dios Santo... Gracias, Pax...
Gracias, Felipe... ¿Y ahora cómo regreso? ¡No veo bien, de noche, y...! ¡El
camino debe estar plagado de esos bichos!... ¡Don Felipe. ¿Podría
devolverme a mi casa...?
FELIPE.— (Preocupado) Si la ciudad está plagada de esos bichos, creo que va a
ser imposible. Al menos, por ahora... Amanda, ¿me ayudas? Quiero ver
si encuentro en el jardín otro de estos animales...
AMANDA.— (Serena) El jardín está limpio. Pax lo limpió. Llegó con... don
Eustaquio, Felipe.
ANCIANO V.— ¿Conmigo...? (Todos congelan)

Casa de Amanda. En el porche. De día.


Felipe, serruchando y clavando una maderas.
FELIPE.— ¡Qué calor...!
OFICIAL.— (Apareciendo) ¡Buenos días! ¿El señor Ronceros...?
FELIPE.— (Leve sorpresa) Felipe Ronceros, a sus órdenes... Adelante.
OFICIAL.— (Paseando la vista a su rededor) Gracias... Soy el capitán Zapata...
¿Me podría decir, señor ¿qué sucede en este pueblo? Le pregunto porque
acabo de llegar y estoy sorprendido... Está lleno de hierbajos. ¿Cultivan
ustedes esas cosas? Si es así: no entiendo.
FELIPE.— Lo hay en todo el país, capitán. Así que ¿de qué se sorprende?
OFICIAL.— Para mí es una novedad. Es la cosa más espantosa que he visto.
Me enviaron, junto con un grupo de soldados a controlar los víveres
de este pueblo, pero... no me imaginé encontrarme con semejante
espectáculo. Lo que sucede aquí es "terrible".
FELIPE.-- ¿No ha llegado el hierbajo, ni esos bichos parecidos al alacrán, a
su cuartel...?
OFICIAL.— Los cuarteles en la capital son de cemento y acero, señor. FELIPE.
— (Pausa) ¿Las noticias no pasan los muros...?
OFICIAL.— Para ser sincero... Antes nos permitían escuchar la radio, ver la
televisión, pero de un tiempo a esta parte: no. No se nos permite.
FELIPE.— (Pausa) En el fondo, ustedes son más esclavos que nosotros.
OFICIAL.—Debe haber alguna razón, de seguro. ¿Me permite revisar su
depósito de víveres, señor Ronceros...?
FELIPE.— (Resignado, señalando) Ahí lo tiene... ¡Adelante!
OFICIAL.— Gracias... (Hace lo indicado) Hm... ¿Qué cantidad de verduras
hay almacenada?
FELIPE.— Lo suficiente para vivir.
OFICIAL.— (Sorprendido) Nos dijeron que los hacendados están acaparando
para obtener mayores precios en el mercado, y...
OFICIAL.— (Pausa. Con rodeos) Acaban... acaban de dar la Ley Marcial...
Deseo que hable con el pueblo. Dígales que oculten sus semillas...
Sugiérales que los entierren en cajas de acero, o cemento, para salvar el
planeta... Que esta no es una guerra para matar gente, sino... para salvar a
la humanidad. ¡Pronto, don Felipe, no hay tiempo que perder!
FELIPE.— (Pausa) Capitán, no lo entiendo. ¿Por qué lo hace? ¿Sabe a lo que se

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expone...?
OFICIAL.— (Pensativo) No lo sé, así que no me pregunte nada. No entiendo
nada, excepto que... tarde acabo de descubrir la fuerza y poder de Dios.
Don Felipe... me siento avergonzado de mi arrogancia. (Ambos congelan)

Casa de Mateo. En el porche. De noche.


Aparece Pax, cabizbaja, y toma asiento en el suelo.
AMANDA.— (Aparece, se detiene y contempla a su hija) ¡Vamos, Pax, no te
pongas así... Levanta esa carita, hija... Hiciste lo posible para salvarle la
vida... Pax. el suegro de don Mateo no tuvo fe... era un egoísta y... un
orgulloso... ¡Eso fue lo que pasó! Por eso no pudiste hacer nada.
PAX!— (Conteniendo las lágrimas) ¿Y Carlitos, mami...? Carlitos era bueno. Se
iba a casar conmigo, mami. Mami, a él también lo pude salvar...
AMANDA.— Hija, no sabíamos que estaba herido. Tarde nos enteramos: al día
siguiente. Tú no tienes la culpa... Pax, trata de entender, por Dios.
PAX.— (Pensativa) ¿Entonces, mami... no soy mala? ¿No he perdido mis
poderes?
AMADA.— ¡Por supuesto que no, hija! ¡Claro que no! Heredaste los poderes de
tu abuela -que era un ángel-, y esas cosas no se pierden, ni desaparecen
nunca.
PAX.— ¿Y cuándo sucede eso, mami...?
AMANDA.— (Pausa) Cuando... cuando se abandona la tierra, o se actúa mal.
PAX.— (Pensativa) ¿Y tú pudiste salvarlo, mami...?
AMANDA.-- Mis dones son diferentes a los tuyos. El nos hizo distintos a todos
para que dependamos los unos del otro con el fin de estar unidos.
PAX.— (Pausa) Mami... ¿algún día me enseñarás a hacerme invisible?
AMANDA.— (Pensativa) No lo sé, hija... Quizás, quizás. Depende de él.
PAX.— ¿Qué él?
AMANDA.— ¡Silencio que ahí viene el padre Mojica!
PADRE MOJICA.— (Apareciendo del interior de la casa) ¡Pobre...! Murió en
su ley. Hablando mal de todo el mundo... A mí, me lanzó una
tremenda lisura. ¡Pobre! Menos mal que la familia ha tornado la cosa
con resignación y valentía. (Pasando la vista por su rededor) ¡Qué lugar
para horrible y tétrico! ¿Cómo llegué aquí...?
AMANDA.— Don Mateo y su tractor hicieron el milagro, padre Mojica.
PADRE MOJICA.— (Pausa) ¿Con el tractor? ¿Y tan rápido creció esta odiosa
hierba...?
AMANDA.— Padre... no diga eso. No reniegue.
PADRE MOJICA.— Siempre es bueno renegar su poquito, hija. Es bueno
botar la cólera, la energía negativa. Recuerde que soy sacerdote y no
"un santo". Los santos nunca sacan la madre, y yo, sí. (Abanicándose)
¡Qué calor! ¡Esto parece el infierno mismo...!
AMANDA.— ¿Un refresco de hierbas, padre...?
PADRE MOJICA.— Si tienes un sorbo de vino, te agradeceré el doble. Toda la
niñez me la pasé tomando refrescos.
AMANDA.— Lo siento, padre.
PADRE MOJICA.— Lo cual es una desgracia irreparable. No te preocupes,
Amanda (Toma asiento y se pone a mirar el cielo) Es curioso...
Estamos cada día más pobres y si embargo estarnos más unidos que
nunca. ¿Sabes? La gente anda preocupada por los demás... Antes no

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había tiempo ni para eso. La gente ahora pregunta por la salud de
uno. Si puede ayudar a alguien, ayuda. ¡En fin...!
MATEO.— (Apareciendo) ¡Padre Mojica! Pensé que se había ido.
PADRE MOJICA.— ¿Sí? ¿Por qué camino? ¿Volando, don Mateo? Mire su
hierba, o lo que se llame eso.
MATEO.— Crece rápido. No somos nada. (A Pax) Pax... gracias. Gracias
por ayudar a mi suegro... (Al padre Mojica) No podía morir. Estaba
sufriendo mucho, padre, y Pax lo ayudó. (Levantó la vista al cielo)
¡Miren la luna...! ¡De color naranja! Hm, no me gusta... Padre, ¿podría
explicarnos este fenómeno.
PADRE MOJICA.— Reconozco que en astronomía no fui un alumno muy
brillante. Eso no impide —por supuesto— que saque algunas
conclusiones... En primer lugar, que esa luna no es de color naranja,
sino "roja". En segundo lugar, me pregunto si los comunistas no serán
culpables... Hijos, me doy cuenta que se trata de un mal pensamiento
el que se me acaba de cruzar por la cabeza, pero ya aclaré que no soy
ningún santo. (Pausa significativa) Temo hijos que empezó el Juicio
Final y no nos avisaron.
MATEO.— (Reaccionando. A Amanda) ¡Casi me olvido!... Doña Amanda,
llamó su esposo. Me dio la noticia que los fabricantes de armas del mundo
decidieron cerrar sus fábricas...
AMANDA.— (Gesto de alegría) ¡Vaya! ¡Al fin! ¡Hasta que escucharon a Felipe!
PADRE MOJICA.— Me alegro. Sí, me alegro... Lo malo está que aumentará el
desempleo y mucha gente quedará en la calle...
PAX.— (Que yace jugando) ¿Quiénes, mami...?
MATEO.— Los fabricantes de la muerte, Fax.
AMANDA.— Si no damos las manos, si somos unidos, nada malo puede
pasar, padre Mojica.
PADRE MOJICA.— Ese pensamiento es socialismo puro, hija. ¿Sabes'? Yo
pienso lo mismo.
PAX.— (Señalando el cielo) ¡Estrellas! Volvieron a aparecer las estrellas,
mami...!
MATEO.— (Incrédulo) ¡Se está cubriendo el cielo de estrellas...!
PAX.— (Saltando de alegría) ¡Yupíii...!
PADRE MOJICA.— ¿Estrellas, dicen...? No veo nada... ¿Dónde?
PAX.— ¡Mami, las estrellas parece que estuviesen jugando... ¡Corren como
loquitas!... ¡Mami, mira! ¡Se están... se están juntando!
AMANDA.— Observa hija, mira... La estrella más grande está dirigiendo a las
pequeñas, y...
PAX.— ¡Oh!... ¡Mami, están formando una figura!... ¿Ves lo que yo veo, mami?
PADRE MOJICA.— (Haciendo lo mismo) ¡Qué cosa!... ¡Don Mateo, ¿qué está
pasando?... ¡No veo nada! ¿Perdieron ustedes la razón?
PAX..— ¡Padre, ¿no ve? ¿No ve?... ¡Mire!... ¡Mire!
PADRE MOJICA.— Ya lograron intrigarme... ¡Qué estrellas! ¡Dónde!... No veo
nada.
PAX.— (Emocionada) ¡Las estrellas!... ¡Se están juntando, Padre Mojica! ¡Y
están formando... UNA CRUZ...!
MATEO.— ¡Cierto! ¡Una cruz!... ¡Sí: una cruz! (Cae arrodillado y se persigna,
emocionado)
PADRE MOJICA.— (Descubriendo el signo, en el cielo) ¡Cierto!...

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¡Increíble... pero cierto!
PAX.— (Corriendo en círculo) ¡Recordé, mami!... ¡Lo recordé! ¡Lo recordé...!
AMANDA.— ¡Pax, que haces! ¡Detente, hija! ¡Deja de dar vueltas!
PAX.— (Emocionada) ¡Recordé, mami!... ¡Lo recordé!... Recordé la oración!
PADRE MOJICA.— ¿La oración, hija?
PAX.— ¡Sí, padre! ¡La oración! (Se arrodilla, junta sus manos y reza) ¡Señor...!
¡Oasis en el desierto... en el desierto de nuestras almas...! Señor, por
favor, haz que los malos sean buenos... y los buenos, simpáticos... (La
voz empieza a perderse)
AMANDA.— (Contemplando el cielo y su hija) Señor, perdona a los hombres
que olvidaron para qué fueron concebidos". a los hombres que son agua
de tu agua... a los hombres que piensan sólo en destruir y en convertir la
tierra en un desierto, como el desierto de sus almas desiertas.
MATEO.— (Emocionado) Perdona Señor... la soberbia del hombre -- ínfima gota
de tu mar—, que no sabe que el que posee los mayores bienes es el que
sufrirá más grandes pérdidas... el que sabe contentarse por decisión
propia... es el único que subsistirá.
AMANDA.— Señor... permítenos creer en tí... como uno somos todo, y todos:
¡uno!
TODOS.— ¡AMEN!
PADRE MOJICA.— (Breve pausa) ¡Amén!... (Mirando a su rededor, sorprendido)
¡No... no puede ser! ¿Estoy viendo mal?... ¡La noche se vuelve día...!
AMANDA.— (Serena y feliz) Y la mala hierba empieza a desaparecer,
padre Mojica.
PADRE MOJICA.— (Dirigiéndose a la puerta de salida y contemplando el
horizonte) Cierto... Empieza a desaparecer... Esto es sin lugar a dudas:
un milagro... Lo dije: Dios existe.., Amigos, les pido que me disculpen...
Creo que debo llevar la nueva al pueblo. Es necesario que el mundo se
entere... Que Dios lo acompañe (Sale)
MATEO.— Gracias, padre. (Pensativo) ¡Bien... creo haber aprendido la lección.
Espero que los demás, también, y que no se vuelva a repetir!
PAX.— (Con leve sonrisa e inocencia) Es fácil, don Mateíto.
MATEO.— ¿Fácil?
PAX.— Sí. Mi mami cuando está bien triste, dice lo siguiente: "Dios lindo, agua
cristalina, remanso de mi alma, cataratas de amor... lava las penas
y temores de -mi corazón, que en tus. aguas estoy"... y vuelve a sonreír.
Es fácil, ¿verdad Mateíto...?
MATEO.— (Con leve sonrisa) Fácil, pero... Lo que pasa es que el hombre
es un tonto, Pax... ¡Un tonto! (Ambos congelan).

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(*) Esta obra ha sido escrita para ser interpretada por dos actores.

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