Está en la página 1de 3

MINISTRA VS.

DELEGADO

Las reciente declaraciones de la señora Martha Lucía Ramírez contra el delegado de la


ONU, me hicieron actualizar las razones por las cuales no soy feminista, a pesar de valorar
profundamente el logro del derecho a la palabra y la ocupación de cargos públicos para las mujeres.

Contrariamente a lo que se pregonaba por parte de activistas feminista el año pasado,


cuando se decía que las mujeres tenemos una posición diferente frente a la guerra, me parece que
una vez más se pone en evidencia que las mujeres sí participamos en la guerra como cualquier
combatiente y que dependiendo de las circunstancias, somos capaces de hacer tanto más daño que
el que se permita a cualquier hombre con un arma.

No es posible mantener esas “ilusiones de género” después de haber visto cómo una
ministra de cultura desaparece de un plumazo instituciones de más de 130 años, como la Orquesta
Sinfónica y la Banda Nacional, o a la ministra de Educación resquebrajar la credibilidad en la vía de
participación democrática en la dirección de la Universidad Pública más importante del país,
ratificando a un rector rechazado por la mayoría de la población universitaria, como consecuencia de
una administración anterior, que minó propiedades y servicios que la Universidad hubiese podido
reglamentar y cualificar, en vez de eliminar.

Quienes hemos seguido la causa feminista sin compartirla en ocasiones, otras con
admiración por sus logros, esperaríamos pronunciamientos que analicen lo que pasa con las
mujeres en el poder o lo que hace el poder con las mujeres. Pero lo que se pone en claro es que el
asunto de la anatomía, no tiene velas en el entierro de la ética y de la posición de cada sujeto. Por
eso, me sigue pareciendo un exabrupto que se haya propuesto algún día, una justicia diferencial
entre mujeres y hombres. Me parece más bien que tales propuestas desplazan la guerra al campo
de la diferencia sexual, como si los encantos que esa diferencia tenía en un pasado pudiera soportar
nuevas afrentas sin resentirse más y alejarnos, hacernos sospechar, odiarnos, como si no fuese
suficiente la soledad que todos vivimos, gracias a los efectos del discurso del “sálvese quien pueda”
del capitalismo salvaje.

Me pregunto cuántos seguimos creyendo en la fortuna que es la diferencia y la diferencia


sexual y no de género, porque lo sexual implica algo imposible de decir, pero indispensable para
hacer existir aunque sea temporal y fugazmente la magia de una aproximación entre hombres y
mujeres. El género puede ser dicho, en español con esa odiosa “a” que todo el mundo anda
poniéndole a todos los sustantivos para alargar las frases inútilmente y no pecar de exclusionista. Sí,
podrá decirse, pero no sirve de nada, ni para remediar los problemas de las mujeres, ni de los
hombres tampoco, porque somos parte de la misma humanidad, que como decía Foucault, combate
permanentemente en la guerra de todos contra todos.

Confieso mi creencia en la diferencia sexual y en sus consecuencias. Y hago esa profesión


de fe, porque la sexualidad a diferencia del género no es algo dado. Es una elección, como quien
dice una forma de aceptar que para tomar una determinación sobre el destino de la realización
propia del goce hay que perder algo, hay que renunciar a algo, a cambio de lo que se elige. El
género no implica tal cosa, se pertenece a tal o cual. Así la señor-a, Marth-a Luci-a Ramírez,
indudablemente pertenece al género femenin-o? O tendría que decir a l-a géner-a femenin-a?
Pero dejando el aburrido asunto de la “a”, creo que la operación que hace la Ministra de
Defensa contra el señor Lemoine revela algo mucho más de fondo, ya que su declaración de que
está defendiendo a las Farc, pone al delegado como opositor del gobierno, lo clasifica en el bando
contrario al gobierno colombiano. Y esa operación pone al descubierto algo que no por ser evidente
y reiterativo, es tan fácil de formalizar o de ser reconocido ante la opinión popular. Posiblemente
porque nos concierne a todos y confirma la tesis de la guerra de todos contra todos.

Existen dos bandos en el ámbito social y no creo que sea sólo a nivel nacional, ni que esos
bandos hagan diferencia entre partidos políticos, o entre clases sociales. La diferencia sin embargo
es neta y explícita incluso en discursos como el que pronunció el neurólogo Llinás en la Universidad
Nacional. Una idea en contra de las diferencias se cuela en las bocas sin premeditación, se confiesa
permanentemente, como cuando Rodolfo Llinás contesta a una pregunta que se le formula sobre las
diversas concepciones del mundo, cuando se le interroga qué piensa de concepciones como las de
las culturas indígenas. Él científico dice con mucha gentileza: “Hasta que no se UNIFIQUE la
concepción sobre la estructura del hombre, tendremos problemas porque no nos entendemos”.

Esa declaración habla por sí sola, pueden volver a oírla el domingo en retransmisión. O
como decía el médico Carlos Guerrero en un artículo publicado en la página web de bioética de la
UN: “Si esa verdad ya está (refiriéndose a los avances en la decodificación del ADN humano) por
qué se permite, por qué se acepta que existan otras opiniones?” Se trata de la unificación, del
pensamiento único, ese es el primer bando en la guerra actual. Puede ampararse en todo lo que la
ciencia ha esclarecido hasta ahora, en la racionalidad de Occidente.

El segundo grupo es amorfo, necesariamente. No puede organizarse fácilmente en virtud de


que el punto común entre los elementos de ese conjunto es precisamente la diferencia. En este
bando están quienes pueden compartir la idea de que los que opinan diferente tienen el mismo
derecho a compartir el espacio de la existencia. Es un grupo que podríamos llamar virtual pues se
compone y recompone permanentemente, en la medida en que las diferencias que pueden coexistir
son de órdenes diversos. Así, quien opina que en materia de religión no le importa la presencia de
sectas ajenas a la suya, puede pensar al mismo tiempo que le es imposible soportar a los
recicladores del barrio y que son un peligro y una plaga que debe desaparecer.

Sin embargo, aunque sea sólo en teoría, la idea del error, de lo defectuoso, de lo
incompleto, se propone como algo soportable, como parte de la vida y de la convivencia, en este
bando. Por eso coexistir toma un valor independientemente de las verdades que cada uno pueda
defender. La vida del diferente importa, porque cada vida es preciosa, en tanto única.

La guerra social actual se libra entonces entre las fuerzas que intentan la optimización, la
organización y la eficacia del ideal productivo que elimina los defectos y del otro lado las fuerzas que
intentan salvaguardar la existencia de lo nuevo, de cada vida, cada iniciativa. Al fin y al cabo el error
es la más frecuente fuente del hallazgo.

Cuando el Señor Lemoine hace sus observaciones sobre las FARC, para decir que aun allí
existen sujetos que defienden una ideología, sitúa que el fenómeno guerrillero en Colombia puede
tener una lógica, errada es posible, pero tiene explicación y mentes más despejadas podían intentar
comprender y oír en vez de disparar. Por eso se ha colocado en el bando contrario a la señora
Ministra, que prefiere disparar para no oír. Por el momento le dispara acusaciones y recurre a la
descalificación del delegado. Sabemos que esas declaraciones aquí son peligrosas, o mejor ponen
en peligro a la persona que tienen como objetivo.

Ante estos atropellos públicos me pregunto: ¿Por qué las feministas se callan esas
injusticias contra la diferencia y prefieren combatir los atributos físicos de Natalia París, desde la
columna de un diario capitalino? ¿Ven la pertinencia de que las mujeres tomemos la palabra y
protestemos sólo cuando el agresor es hombre?

Me quedo mil veces en el bando del señor Lemoine, por eso, sí creo en la diferencia sexual
y me abstengo de ser feminista.

Aída Sotelo C.
Mayo 21 de Mayo de 2003

También podría gustarte