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&
L.A.xC.= NIHIL
Título: Pararrayos y extras & L.AxC.= NIHIL
Autor: Insurrezione
Año de publicación: 1980
Traducción: Kimün
Coedición:
Irrupción Ediciones
irrupcionediciones@gmail.com
Pensamiento y Batalla
pensamientoybatalla@gmail.com
Insurrezione
PRESENTACIÓN
7
acelerar los tiempos o quemar etapas, ni tampoco ayu-
dan a que el movimiento real que lucha por la supresión
de las condiciones de nuestra existencia avance sustan-
cialmente, es más, muchas veces lo empuja de lleno al
abismo. Los textos de “Insurrezione” que presentamos
en esta edición analizan y realizan un balance en torno
a este “problema” que tuvo consecuencias catastrófi-
cas para el potente movimiento proletario que emergió
explosivamente en la región italiana desde fines de la
década de los años 60 y que cerró definitivamente su
ciclo bajo una espiral de represión y violencia ciega a
principios de los 80.
Sin embargo, estas consideraciones preliminares no
tienen en ningún caso por objetivo llamar a la paz so-
cial y a una inmovilidad a todas luces suicida y re-
accionaria: la violencia revolucionaria es necesaria
en todo momento, pero lo central e importante es su
contenido social y ligazón con el movimiento antago-
nista, únicas garantías para calibrar esta actividad de
manera adecuada, evitando tanto su recuperación por
parte del enemigo, como el “sustitucionismo” de una
vanguardia elitista que opera en nombre de l@s explo-
tad@s: así, en el mejor de los casos el proletariado no es
más que un espectador pasivo que siente una simpatía
abstracta por las acciones de carácter espectacular que
realiza “la guerrilla”.
La revuelta que azotó la región chilena en todo el te-
rritorio desde octubre de 2019, fue un claro ejemplo de
una sintonía entre los elementos que señalamos: las ma-
nifestaciones combativas, la lucha callejera, el sabotaje,
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las tomas y ocupaciones, se volvieron masivas y difusas,
es decir, fueron asumidas colectivamente, paralizando al
aparato represivo y volviéndolo impotente al no poder
cortar ninguna “cabeza visible” o derrotar en su propio
terreno a ningún grupo específicamente “político-mili-
tar”. También la violencia ejercida por los weichafe del
movimiento mapuche autónomo quienes están ligados
orgánicamente a los lof en resistencia y recuperación te-
rritorial, es una experiencia digna de mencionar, ya que
ha suscitado un salto cualiativo importantísimo de la
perspectiva anticapitalista y de la guerra social en curso
en Chile. No obstante, el problema de “las armas” y su
degeneración en “violencia separada” en una cuestión
siempre latente.
La cuestión que se busca discutir y problematizar
aquí, en el fondo, es el papel que cumplen las minorías
activas —en palabras de Bakunin— en el desencadena-
miento de procesos de subversión social. No se trata de
negar la influencia de empuje que puedan tener ciertos
sectores minoritarios, los cuales a través de prácticas de
conflictividad y enfrentamiento directo logran instalar
e incitar a nivel social una ruptura con la reproducción
de la rutina y normalidad capitalista. No obstante, esta
consideración supone descartar de antemano cualquier
pretensión leninista de insertar “desde afuera la con-
ciencia a las masas” y a su vez que una vanguardia “deba
dirigir” aquellos procesos de subversión, como también
que una minoría armada pueda reemplazar la insurrec-
ción generalizada del proletariado. Ahora bien, este rol
de las minorías activas no puede ser ignorado o apartado
9
de cualquier reflexión al respecto, pues nuestro propio
presente histórico nos habla de ello.
De este modo, se hace bastante difícil comprender
el carácter generalizado, difuso y anárquico, que en
definitiva adquirió la revuelta de 2019 cuando estalló,
sin referirse expresamente al rol que cumplieron las ac-
ciones de la juventud más combativa del estudiantado
secundario en los liceos, como una fuerza germinal de
un proceso de subversión social que logró extenderse.
Estas acciones se venían expresando con ímpetu des-
de años anteriores —por lo menos desde 2016—, en
forma de enfrentamientos frecuentes con las fuerzas
policiales a las afueras de los colegios. Aquí cobra pre-
ponderancia el denominado fenómeno de los “overoles
blancos” y el escándalo que provocó en los medios de
comunicación dominantes, el cual lo comprendemos
como una respuesta por parte de la juventud proletaria
a los proyectos estatales tipo aula segura que buscaban
controlar a los sectores más combativos del movimien-
to estudiantil, en tanto que éste había operado como
factor crucial de desestabilización política del orden
capitalista, desde las experiencias de las movilizacio-
nes estudiantiles de 2001 hasta su punto culmine en
2011. La juventud combativa de los liceos fue capaz de
desplegar una violencia minoritaria y rudimentaria he-
cha artesanalmente en base a bencina y fuego, que tras
varios años de persistencia configuró en la práctica un
preludio innegable para el conflicto social descontro-
lado que llegó a desplegarse con alcances imprevisibles
en 2019.
10
Estas expresiones estudiantiles de violencia, desobe-
diencia y confrontación mencionadas anteriormente
fueron las que crearon una atmósfera de conflictividad
permanente dentro del ámbito de los liceos secunda-
rios, pero no hubieran cumplido un factor detonante
para una revuelta generalizada si se hubieran mante-
nido enclaustradas como un fin en sí mismas en sus
cuatro paredes. Fue cuando esta atmósfera intransi-
gente de conflictividad estudiantil logró conectarse
con la precariedad cotidiana capitalista que pudieron
efectivamente “prender” a nivel social y hacer sentido
en la vida de tant@s otr@s proletari@s. La ligazón con
lo social, los llamados a las “evasiones masivas” por la
subida en el pasaje del Metro, a saltar los torniquetes,
fueron cruciales para ir más allá de la pura mistifi-
cación del fuego y mutar en una subversión incon-
trolada y masiva, en una legitimación de la violencia
política como medio de lucha, colocando en cuestión
la propiedad privada y las relaciones mercantiles. En
definitiva, esto demuestra que las “condiciones obje-
tivas” no llegan por sí solas, pues las condiciones para
una revuelta deben ser creadas y la pasividad nunca
es y será una opción; desde algún lugar dentro de la
reproducción de la vida alienada deben necesariamen-
te surgir, siendo en un primer momento siempre mi-
noritarias. No obstante, si estas acciones minoritarias
logran generalizarse, es debido a una compleja y es-
pecífica interconexión con la coyuntura del conflicto
social, atravesada por múltiples factores e imposible
de prever con antelación fehaciente.
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Otras experiencias de violencia por parte de grupos
especializados en la historia reciente de la región chile-
na, muestran por el contrario que el poder de fuego de
ciertas organizaciones armadas no es lo determinante
para la expansión y profundización de la subversión
social en periodos de apertura en el enfrentamiento en-
tre las clases: acá se asoma el problema referente de las
“formas” y los “contenidos”. A principios de los años
80, las organizaciones de carácter marxista-leninista
que surgieron en medio de las llamadas “jornadas de
protesta nacional”, si bien en un principio tenían un
componente de legitimidad y base social importante,
su evolución como aparatos armados especializados, ni
lograron desviar el itinerario político de “transición de-
mocrática” previsto por la propia Dictadura acelerando
etapas, ni pudieron alcanzar por medio de las armas una
perspectiva de superación revolucionaria de la relación
social capitalista. Tomemos el caso del Frente Patriótico
Manuel Rodríguez —incluyendo su escisión autóno-
ma— y del complejo partidario MAPU-Lautaro. Por
una parte, por más que el FPMR tuvo la capacidad de
montar acciones de una envergadura realmente impor-
tante, realizando apagones en ciudades de manera coor-
dinada con amplitud territorial, efectuando un atentado
al propio Pinochet en 1986, por ejemplo, su perspectiva
de “liberación nacional”, su leninismo vanguardista y
por tanto su estatismo, y su búsqueda de una verdadera
“democracia popular”, en lo cualitativo no significó un
cuestionamiento radical que lograra superar la trampa
de elegir entre “dictadura o democracia”, por lo cual
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hay que preguntarse cuál es el contenido concreto de la
violencia desplegada. Su deriva autónoma (FPMR-A)
desligada del Partido Comunista desde 1987 y su pos-
terior “Guerra Patriótica Nacional” no hizo más que
acrecentar su aislamiento social y desmembramiento
por parte de las fuerzas represivas del Estado. El caso del
complejo partidario MAPU-Lautaro es aún más dramá-
tico. Teniendo un origen mucho más rudimentario y de
extracción popular, el camino armado que recorrió hacia
la clandestinidad creciente -con la creación en 1987 de
sus Fuerzas Rebeldes y Populares Lautaro- y su inevita-
ble aislamiento respecto a su base social, no tuvo un final
muy distinto. En plena victoria masiva de la “transición
democrática” sobre la subversión social de los años 80,
a partir de 1990 el MAPU-Lautaro le declara una literal
guerra al propio Estado Chileno, cuyas consecuencias
fueron cada vez más desastrosas: su militancia fue des-
ligándose paulatinamente, resultó encarcelada, o fue
asesinada por el Estado. La lección es clara: al aparato
estatal no se le puede pretender “vencer” en su propio
terreno militar.
Finalmente, reiteramos que no somos en ningún caso
partidarios de un pacifismo igualmente suicida, ni cree-
mos que hay una posibilidad de ruptura sin violencia
con las relaciones sociales capitalistas que nos están
destruyendo hoy como nunca antes. Estas líneas tienen
como objetivo incitar a la crítica y al cuestionamiento,
tal y como lo hizo la revista “Insurrezione” en la Italia
de los años 70, en torno a la mistificación “de los fie-
rros”, y hacer hincapié en la necesidad urgente de un
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cambio radical en nuestras formas de vida, lo cual sólo
puede realizarse de manera colectiva.
14
INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN CHILENA
DE PARAFULMINI E CONTROFIGURE,
NÚMERO ESPECIAL DE LA REVISTA
“INSURREZIONE” (1980)
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se crearon lugares de encuentro, revistas, radios libres
(o sea, no controladas por el Estado ni tampoco comer-
ciales), centros sociales, grupos de discusión, periódicos
murales. Se inventaron formas nuevas de comunicación
y, según las indicaciones de Lautréamont, la poesía dejó
de ser asunto de los poetas para volverse la necesidad
de todos.
Por primera vez en nuestro país se expresó claramente
la exigencia de subvertir los roles sociales, de abolir el
trabajo asalariado, de refundar la política, de crear nue-
vas relaciones y de explorar los múltiples campos de
la experiencia humana. Si bien ahora puede hacer reír,
en Italia aquella fue la época de lo posible. Una parte
minoritaria pero muy activa y ruidosa de la población
vivió como en un gran laboratorio social donde la gra-
tuidad estaba a la orden del día, así como el derecho a la
flojera y la felicidad. Y fue precisamente la inquietante
radicalidad de estos momentos lo que produjo el pánico
y el desconcierto en el campo enemigo.
Antes que la máquina de la reproducción social se
atascara, las fuerzas de la reacción encabezadas por
el PCI se reorganizaron para desatar el contraataque.
Golpearon con inteligencia, reduciendo la complejidad
del conflicto social en curso al terreno de la lucha ar-
mada donde sólo podían salir vencedores. Una parte
considerable del movimiento cayó en la trampa cre-
yendo que bastaba seguir las delirantes indicaciones del
así llamado partido armado para golpear “el corazón
del Estado” (este era uno de los eslóganes de las Bri-
gadas Rojas) y organizar sus funerales. Sin embargo,
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el Estado no tenía corazón y los resultados de aquel
malentendido fueron catastróficos.
El pequeño grupo de personas reunidas en 1977 en tor-
no a la revista Insurrezione (que llevaba como subtítulo
la frase “quién sea que hable de revolución sin referirse
a la vida cotidiana tiene en la boca un cadáver”), activo
sobre todo en Milán, se opuso desde el principio al en-
gaño, mereciendo por esto la acusación de oportunismo
e, incluso, de pusilanimidad. Irónicamente, muchos de
los que entonces pronunciaron aquellos drásticos juicios,
apenas apresados, aceptaron colaborar con las fuerzas de
la represión. Agreguemos que no éramos para nada paci-
fistas: apoyábamos la violencia de masas y las expropia-
ciones colectivas que se practicaban con singular alegría.
A diferencia, por ejemplo, de Guy Debord o Gian-
franco Sanguinetti (véase su escrito Sobre el terrorismo
y el Estado) nosotros no pensábamos que las organi-
zaciones como las Brigadas Rojas y muchas otras eran
una conspiración del Estado. Aun así, nos oponíamos
tajantemente a la lucha armada como dimensión espe-
cializada que tendía a autonomizarse y a imprimir una
aceleración ficticia al movimiento real.
Parafulmini e controfigure —opúsculo polémico y
de ocasión— salió en 1980, o sea con un cierto retraso
respecto a la propagación de la lucha armada que vi-
vía en aquel tiempo sus momentos más altos de fulgor
mediático. Ahora sabemos que, llegado a este punto, el
juego había terminado, aunque en ese entonces pocos
comprendieron que el movimiento estaba ya próximo
a colapsar y hundirse.
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De laboratorio de la revolución, Italia pasó a conver-
tirse en la fábrica de la contrarrevolución y de la re-
composición neocapitalista que se desplegó con enorme
vigor en el curso de los años ochenta para después cris-
talizarse en los gobiernos de Berlusconi de los años no-
venta. A nuestro entender, el origen del modelo italiano,
la clave de su (efímero) éxito, se encuentra justamente
en esta contrarrevolución total y generalizada iniciada
entonces con los gobiernos llamados de solidaridad na-
cional, de los cuales, cuatro decenios después, todavía
se viven las consecuencias.
Los textos aquí recogidos ofrecen una idea de la rea-
lidad italiana de aquellos años, no muy fácil de com-
prender para el lector latinoamericano de nuestros días.
Mientras los primeros dos fueron escritos ad hoc; los
otros fueron divulgados precedentemente a través de
la revista Insurrezione y en otros lugares. Se agregaron
también un par de escritos de Raúl Vaneigem y Giorgio
Cesarano (1928-75), quienes no fueron parte de nuestro
grupo, pero expresaron puntos de vista que compartía-
mos. La fecha de publicación de estos —muy anterior
a los hechos en cuestión— los hizo inmune a la acusa-
ción de oportunismo, tan irresponsablemente empleada
contra cuántos buscaban fugarse de la falsa dialéctica
valentía de las armas/vileza de la crítica.
Motivo ocasional fue la aparición de un nuevo grupo
clandestino, Azione Rivoluzionaria, que tenía un perfil
libertario, incluyendo entre sus propios inspiradores
también a quien, como Vaneigem, era apasionadamente
hostil a tales prospectivas. A nuestros ojos, todo aquello
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demostraba que el punto de no retorno ya había sido
alcanzado y que la política armada podía ya nutrirse de
cualquier ideología, sin alterar más su propia esencia.
Según nosotros, su naturaleza profunda se expresaba
en prácticas sacrificiales, conspirativas y de catacumba
que conducían al nihilismo o, peor, al colaboracionismo.
Releído en nuestros días, e incluso asumiendo una que
otra inevitable exageración, Parafulmini se presenta to-
davía como uno de los pocos textos críticos que, des-
de el interior del movimiento, señalaron con claridad
la necesidad de una toma de posición en estos temas.
Además, mostraba, a pesar del retraso y creemos, de
manera convincente, cómo el fetichismo de las armas
había devorado el único gran intento de cambio social
sucedido en Italia en la segunda mitad del siglo veinte.
Y no de manera generalizada, sino en la mejor tradición
de los opúsculos revolucionarios, practicando la crítica
ad hominem. Lamentablemente, justo porque iba contra
la corriente, el opúsculo pasó prácticamente desaperci-
bido. De nada, sirve repetir que teníamos razón: es un
amargo consuelo para quien, como nosotros, le apostó
todo a la revolución social.
Octubre de 2021
Claudio Albertani, Tito Pulsinelli
ex integrantes de Insurrezione
19
ADVERTENCIA A LA PRIMERA EDICIÓN
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san su posición del todo distante de la lucha armada,
a pesar del torpe intento de Azione Rivoluzionaria de
cooptarlo como el inspirador ideológico del terrorismo
más intelectualizado. Finalmente, incluimos algunas
tesis de Apocalisse e rivoluzione (1973) como contri-
bución a la comprensión y a la crítica del proyecto de
guerra civil in vitro, que efectivamente tuvo lugar al-
gunos años más tarde.
[Enero de 1980]
22
PARARRAYOS Y EXTRAS
23
tariado italiano con las organizaciones-racket4 que pre-
tendían controlarlo y representarlo. En este episodio se
manifestó un movimiento nuevo, imprevisto e incom-
prensible para los poderes constituidos.
En los años precedentes, el capital y sus experimenta-
dores habían construido, in vitro, dos modelos funda-
mentales, en los que estaba destinada a identificarse la
oposición que la alianza DC-PCI5, y sus programas de
24
carestía y sacrificio, [que] previsiblemente habría pro-
vocado. El primero, puesto en marcha con el congreso
de Rimini de “Lotta Continua”6 y la manifestación de
la contracultura de los círculos del proletariado juvenil,
tendía a canalizar hacia la reivindicación de carácter
esencialmente cultural a las masas de jóvenes y de des-
ocupados. El menor de los males para el sistema era que
los jóvenes se batiesen por ver reconocido su derecho
a una nueva identidad y a un estilo de vida alternativo,
en el que confluían la ideología del exceso, la auto-
complacencia de la droga, los llantos y lamentaciones
por la marginación y la “crisis de valores”, la reivin-
dicación del derecho a las costumbres más insensatas
y contradictorias. En el marco de tal ideología bien
podía entrar cualquier tipo de autorreducción7. Lo que
escandalizaba a los cronistas de “L’ Unitá” y del “Co-
25
rriere della sera”8 eran únicamente las expropiaciones
en las cuales la turba se abastecía de champagne y ca-
viar: demostrando así que rechazaban los “contenidos”
en cuyo nombre los jóvenes debían “reagruparse”: las
ideologías y las modas neocristianas de la miseria, de la
escasez y de la crisis. Dentro de estos “nuevos” ideales
las masas juveniles incluso se podían quejar y deba-
tir sin cesar, no para rebelarse ni destruirlos, sino al
contrario, para reivindicar con estos la dignidad de la
propia condición existencial, y la libertad de adornarla
con cuánta pluma y mascarada creyese mejor cada cual.
El otro tipo de oposición que el poder se preparaba a
neutralizar ventajosamente era la abstracta y especiali-
zadamente militar. De hace un tiempo ya que los soció-
logos aseveraban que, a la escalada de la crisis social y
económica, el aumento de la desocupación y la progre-
siva criminalización de los presupuestos opositores del
bloque DC-PCI, había que sumar también un aumento
del terrorismo. De buen grado el capital italiano podía
aceptar este desafío, siempre que se mantuviese sobre
un terreno exclusivamente militar. De hecho, este tipo
de conflicto (que bien o mal siempre es posible reducir
a un problema técnico, y que para resolverlo el capital
dispone, de antemano, fuerzas superiores a las enemi-
gas), si comportaba indudables inconvenientes para las
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filas de oficiales y policías, por otra parte, presentaba
ventajas tales que la convertían en un mal menor, in-
comparablemente preferible al peligro de un movimien-
to de oposición de masas, ilegal y violento. Primero que
todo, el carácter esencialmente espectacular de la mayor
parte de las acciones terroristas (en particular de los
homicidios: las plateas aman la sangre) proporcionaría al
sistema la posibilidad de convertir, incluso a las figuras
más magras de sus aparatos represivos, en importantes
sucesos propagandísticos; además, el desarrollo de una
guerra civil limitada, induciría a todos los enemigos del
poder a escapar, por medio de la clandestinidad, de la
verdadera guerra cotidiana, y daría al mismo Estado la
oportunidad de expresar al máximo su propio terro-
rismo, en un marco de estado permanente de asedio y
de enrolamiento generalizado. Sobre todo, congelaría
a la mayor parte —las masas, el pueblo, el proletaria-
do, a quienes recurren los clandestinos— en el rol de
espectadores, indignados o fanáticos (electrizados por
el golpe de escena, fascinados por vivir, en sueños, las
propias “aventuras”, reproduciendo en la realidad su
propia condición de impotencia), en cualquier caso,
participantes pasivos. Finalmente, la economía de los
campos atrincherados es por sí misma una economía de
racionamiento, en la que a cada uno se le pide la plena
identificación con la crisis distractora; mientras tanto,
no hay orden público más perfecto que el de los fran-
cotiradores y los toques de queda. Ya que el enemigo
puede estar en la esquina, hay que atrincherarse en casa
a la espera del momento oportuno para desencadenar
27
no ya la pasión revolucionaria, sino el rencor contenido
y la cadena de venganzas. En Europa el precedente de
Irlanda del Norte ya demostraba cómo la militarización
del conflicto —deseada tanto por el IRA9 como por
el ejército de ocupación— entregaba una salida eco-
nómica y operativa al capital, barriendo de la calle la
turba combativa de jóvenes desocupados y bloqueando
y dividiendo a los trabajadores afectados por la codicia
reivindicativa.
El movimiento del ‘77 contradice radicalmente todas
las predicciones de los expertos del capital italiano. El
asalto a Lama es la expresión de una violencia espon-
tánea y generalizada incontenible, que rompió abrup-
tamente todas las barreras culturales y generacionales
preestablecidas: indios10 y militantes de la Autonomía,
jóvenes drogados y obreros organizados se encontra-
ban en la acción, más allá de las respectivas identidades
sociológicas —que para los revolucionarios no se tra-
ta, por cierto, de reivindicar sino de abolir— en cuanto
proletariado, es decir, en cuanto movimiento histórico
que destruye y supera el capital y la sociedad demen-
te por él producida. La pesadilla de todos los poderes
toma cuerpo y realidad: los proletarios se encuentran
sin intermediarios, cada uno haciéndose cargo autó-
28
nomamente de la solución de sus propios problemas,
refutando a todos aquellos —sindicalistas, burócratas
estalinistas, militantes grupusculares o ideólogos con-
traculturales— que pretendían hablar en su nombre,
y comienzan a organizarse colectivamente. En este, su
movimiento, los obreros salvajes encuentran espontá-
neamente, al margen de los autoproclamados vanguar-
dia y de los especialistas de la política, en los jóvenes
desocupados —en la turba de los barrios y de las univer-
sidades— a sus aliados naturales y compañeros. El mar-
chito edificio del compromiso histórico vacila bajo los
golpes de un movimiento de masa, violento y armado.
Este movimiento —que un mes después del ataque al
comicio de Lama, se sublevaba el 12 de marzo en Roma
y en Bolonia— ha demostrado en su misma práctica de
la violencia su total ajenidad no sólo a la quejumbrosa
problemática del “personal” especializado y la previsi-
ble “ironía” de tantos aspirantes a intelectuales del “ala
creativa”, sino también a la lógica de las organizaciones
armadas clandestinas.
En las páginas del último número de la revista “Con-
troinformazione”, Azione Rivoluzionaria reprocha a la
revista “Insurrezione” el haber planteado la separación
irreductible entre los insurgentes de marzo y los espe-
cialistas de la lucha armada: “... el mismo movimiento del
‘77 no nace de la nada, tiene su propia historia detrás,
en la que han influido también, es difícil negarlo, las
acciones de la guerrilla. Si nos hubiéramos limitado a
la ironía, Lama habría celebrado su comicio en la uni-
versidad de Roma, y lo que ha sido un hecho histórico,
29
la expulsión de Lama de la universidad, habría sido un
comicio perturbado, quizá con inteligencia, pero siem-
pre un comicio, y, por lo tanto, una victoria de Lama y
sus acólitos. Es difícil separar el movimiento del ‘77 de
todo lo que se ha dicho y hecho en estos últimos años,
especialmente por los grupos armados y por la guerrilla
autónoma”. (Azione Rivoluzionaria, “Apuntes para una
discusión interna y externa”, en “Controinformazio-
ne”, n. 13-14, marzo 1979 P. 90). Lejos de limitarse a
la ironía, miles y miles de combatientes no dudaron en
tomar las armas cuando las encontraban, al saquear las
armerías el 12 de marzo, mientras los clandestinos sólo
se preocupaban de hacer llegar rápidamente su crítica a
estas acciones, en cuanto que “espontaneístas” y “aven-
tureras”, es decir, irreductibles a su control, y contrarias,
en la práctica, a cualquier delegación en la solución de
los propios problemas, incluidos los militares.
Así mismo, el poder no usó esquemas interpretati-
vos muy diferentes a los de los guerrilleros de Azione
Rivoluzionaria: englobando todo el ‘77, buscó contra-
poner un alma “creativa” a un alma “combativa” del
movimiento, intentando establecer nuevamente las dos
identidades preconstituidas —la contracultural y la mi-
litarista— que el movimiento había rechazado. De esta
manera, políticos y sociólogos, como siempre, no en-
tendieron nada de la realidad, pero, en compensación
intentaron, por un lado, maniobrar a los rebeldes cul-
turales —juveniles, indios, feministas, etc.— contra el
desarrollo de la determinación y coherencia del movi-
miento revolucionario, y por el otro, acreditar la idiotez
30
del complot urdido por ocultas organizaciones para-
militares. El movimiento ha sabido gritar a la cara de
todos sus observadores pagados lo que son en realidad:
¡ESTÚPIDOS!
Para el movimiento, ni las vanguardias culturales, ni
las vanguardias armadas saben distinguirse de los siervos
del poder por medio de su supuesto entendimiento de
la realidad.
Mucho menos se puede decir hoy que las críticas de
Azione Rivoluzionaria sean inteligentes: “...se puede
aventurar la hipótesis contraria: el movimiento ya ha-
bría sido desbaratado, en sus sedes, en sus periódicos, en
sus radios, si la guerrilla no hiciese de pararrayos, atra-
yendo hacia sí todo el aparato represivo”. (Texto citado,
P. 90). Si con la reciente ola de arrestos de militantes de
“Autonomía Operaia” acusados del secuestro de Moro
no bastase para despejar el campo de estas estupide-
ces, entonces vale la pena considerar, por un instante,
la más ambiciosa de todas las acciones de la guerrilla,
precisamente el secuestro de Moro. Según Azione Ri-
voluzionaria, la “sustancia” de esta empresa “está en la
capacidad del movimiento revolucionario en su conjun-
to de asestar un golpe al centro [y las Brigadas Rojas
se reconocen como parte de este movimiento]”. (Texto
citado, P. 88.). “El precio fue pagado por el movimiento
clandestino, por la guerra sicológica que se desató, los
sospechosos, la cacería de brigadistas, las vocaciones po-
liciales despertadas”. (Texto citado, P. 89). A parte del
hecho, por otro lado innegable, de que el poder moti-
vó cientos y cientos de arrestos, denuncias, encarcela-
31
mientos arbitrarios de compañeros del movimiento a
causa del secuestro de Moro, y limitándonos a recordar
que la única petición concreta de mayor rigor represivo
presentada por el PCI al gobierno democratacristiano
fue, en aquella ocasión, el cierre de las sedes y el arresto
de una serie de militantes —señalados con nombre y
apellido— de “Autonomia Operaia” de Roma, las BR,
en cambio, dirigieron su golpe “al centro” de la ten-
sión revolucionaria que persistía en Roma, aunque en
plena fase de reflujo, por más de un año, imponiendo
prepotentemente a la atención de todos el espectáculo o
el símbolo de la lucha revolucionaria. En la atmósfera
alucinante de aquellos días, inevitablemente percibida
como ajena, es decir indeseable, no vivida y no compren-
dida por los revolucionarios, se hizo posible clavar a las
masas en la pasividad de una situación de película, en la
que la suerte de cada uno, después de un año de lucha
determinada y conducida por sujetos que actuaban au-
tónomamente en la realidad cotidiana y común a todos,
volvía a estar en brazos de fuerzas ajenas, que se movían
más allá no sólo de la voluntad sino también del cono-
cimiento de todos. Entre estas fuerzas lejanas se estaba
obligado a elegir bajo la presión del verdadero chantaje:
se debía tomar partido, una vez más había que delegar.
Si el Estado podía imponer a todos su chantaje infame
(“o conmigo o con el terrorismo”), por otro lado, las BR
pedían a todos de soñar: o alentándoles como hinchada,
o, los más “radicales”, prometiéndose a sí mismos entrar
un día en el partido de los héroes. Este fue el mensaje
de las BR: enrólense —o también quédense en casa, en-
32
ciendan el televisor y aplaudan. Este fue desde siempre
el mensaje de las organizaciones clandestinas: la acción
Moro lo llevó a todas las casas y, de este modo, obligó
a rechazarlo radicalmente a todos los que querían per-
manecer fieles a su propia subjetividad revolucionaria.
33
a la mente, leyendo este pasaje infame, es la extorsión
directa del estalinismo, durante 50 años, contra toda la
oposición internacional (la misma que usó Lenin contra
Kronstadt12 y la Oposición Obrera13): “Rusia, patria del
socialismo, está amenazada por los imperialistas, y para
defenderla se han inmolado miles y miles de proletarios
de todo el mundo: por eso, los que critican a Rusia, obsta-
culizan la política interior o exterior etc., son funcionales
al imperialismo, incluso no son más que una fachada,
una máscara, agentes del fascismo internacional traves-
tidos”. Azione Rivoluzionaria lanza todo esto contra
quien critique la lucha clandestina, en un documento
en el que no hace, en cambio, ninguna crítica a los esta-
linistas de las BR; aliados ambiciosos en el proceso de
construcción de la guerrilla.
La complicidad de los anarquistas en la contrarrevo-
lución de España en 1936-37 demuestra con mil ejem-
plos que, así como quien anda con el cojo aprende a
cojear, quien va con los estalinistas aprende a calumniar
a los revolucionarios. Tal como en España, hoy existe
en Italia un Frente Popular, minoritario y clandestino,
es cierto, pero que aspira, como aquel de entonces, a
ser mayoritario y llegar al poder, a cobijar en sus filas
el ímpetu del proletariado revolucionario. Incluso un
34
mínimo conocimiento de las revoluciones y de las con-
trarrevoluciones del pasado deja claro que al interior de
cada frente popular existen jerarquías muy rígidas, que
se corresponden con el peso específico de las organiza-
ciones que lo componen. Por ejemplo, en la España de
1936-37, el minúsculo partido comunista tenía al inte-
rior del Frente Popular una autoridad inmensamente
superior en comparación con la de los anarquistas, que
incluso eran la fuerza mayoritaria, por mucho, del pro-
letariado español. A diferencia de esto, el frente actual
de las organizaciones clandestinas tiene un resultado
esencialmente espectacular: para este Frente Popular no
se trata de repartirse los ministerios de un gobierno con-
trarrevolucionario, sino sólo los roles en el espectáculo
de la revolución. También en este caso el Frente tiene su
propia jerarquía interna: mientras los roles de protago-
nista y actor principal son indiscutiblemente asignados
a los estalinistas, a los extraños libertarios de Azione
Rivoluzionaria no les quedan más que los roles de ex-
tras. A los brigadistas los títulos de los periódicos y el
aplauso de los admiradores pasivos; a los anarquistas las
caídas feas y las escenas rompe huesos.
35
con la conciencia de estar ya parcialmente fuera de las
tenazas del capital, puede dar inicio a este camino de
liberación. Pero incluso aquí, a nivel del sujeto operante
como a nivel social, es necesario cortar los puentes con la
normalidad cotidiana, crear una situación de no retorno,
clandestinizarse”. (Texto citado, P. 90). Así los guerri-
lleros de Azione Rivoluzionaria advierten la crítica de
la vida cotidiana. Ya hemos dicho cómo, en realidad, la
“elección estratégica de la clandestinidad” no ha lleva-
do a estos militantes más que a la “liberación” en el rol
catastrófico de extras. Por el contrario, la crítica radical
—desde la cual Azione Rivoluzionaria intenta recuperar
algunas posiciones, como por ejemplo la de Vaneigem,
en su citado documento (que, por otro lado, copia todas
las temáticas críticas de “Insurrezione” para después in-
sultar a la misma, atribuyéndole posiciones de la nada)—
jamás ha expresado alguna simpatía por el terrorismo
político, e incluso siempre ha combatido duramente las
posiciones de inmediatismo armado como la del docu-
mento de Azione Rivoluzionaria. En consiguiente, está
claro que cuando una práctica, que explícitamente plan-
tea su diferencia en la “elección estratégica de la clandes-
tinidad”, se apropia de determinadas posiciones, como
la de la crítica de la vida cotidiana, por ejemplo, lo hace
exclusivamente con fines de recuperación.
La única postura radical ante lo existente es, hoy por
hoy, la de quien enfrenta desde su lugar específico en la
sociedad (es decir en la situación en la que más espontá-
nea y sinceramente se desarrollan sus relaciones socia-
les, de comunicación, de amor y amistad) la verdadera
36
guerra —cotidiana y sin cuartel— contra el capital y su
interiorización. Esto significa, en primer lugar, luchar
contra la organización de la propia vida según el mundo
de las apariencias, de las imágenes, es decir, luchar contra
la interiorización de los códigos de comportamiento que
el capital constantemente produce, renueva y transmite.
Querer ser revolucionario, es decir, querer experimentar
la aventura posible de la vida según las propias pasio-
nes materiales y los propios sentidos, implica el rechazo
radical de la identificación con cualquier determinación
social del capital, con cualquier identidad, máscara pre-
concebida y ficticia, que esconde y mistifica la dinámica
de la vida. Es en el percibirse como cuerpo en movimien-
to, reconociendo las propias pasiones por lo que son,
es decir, irreductibles a la sociedad de los símbolos y su
organización, y armándose contra ésta, que a cada uno
le es posible reencontrar el sentido de una vida única y
específica. Y es sólo en este punto en el que se presenta
la necesidad, y con ello, se abre la posibilidad de vivir
el proyecto armado contra el capital en conjunto con la
comunidad que nos rodea. Cada praxis revolucionaria
coherente, reconoce la falsedad de todas las identidades
sociales propuestas por el capital y las combate todas,
sabe que es, en sus formas más violentas y sectarias,
absolutamente clandestina al espectáculo, sabe que está
otro lugar. Es cierto que quien vive este “otro lugar”, en
términos inmediatos o geográficos, no tiene la mínima
idea de dónde se encuentra: pues no hay otro campo de
batalla que el mundo dominado totalmente por el capi-
tal, tanto dentro como fuera de los individuos; y, de este
37
mundo, de esta batalla, no se escapa. Para quien combate
la verdadera guerra dentro y fuera de sí, estando cons-
ciente de que lo hace, la clandestinidad siempre es un
obstáculo más a superar en la batalla de la propia trans-
parencia y coherencia, aunque en algunos casos sea una
necesidad inevitable, mientras que quien rechaza ficticia-
mente la propia identidad social “normal” para escoger la
identidad heroica y espectacularmente hiperbolizada del
“guerrillero” —clandestino más para la policía que para
el movimiento real—, se ubica hoy en día, por una de las
bromas que juega la óptica espectacular, no sólo al centro
de los conflictos a fuego, sino también al centro de los fue-
gos de la máquina fotográfica, al centro del espectáculo.
Esta que debió ser la lucha contra el valor se convierte
en la última valorización posible de la personalidad del
militante, el último rito sacrificial capaz de producir va-
lor. Como declaran los extraños libertarios de Azione
Rivoluzionaria, es cierto que la prolongación de la prác-
tica militar clandestina democratiza esta posibilidad de
autovaloración: “cada barrio, cada ciudad, tiene ya su
teatrillo y sus actores; la violencia es un espectáculo al al-
cance de todos siempre y cuando estén provistos de buena
voluntad”. (Texto citado, P. 90). Del mismo modo, pero
desde un punto de vista opuesto, es cierto que la violen-
cia revolucionaria, la real, destruye cada teatrillo y cada
espectáculo, y sabe reconocer en todos los actores a los
enemigos naturales de la verdad y la superación.
[Mayo 1979]
38
L.A. x C.=NIHIL
39
quiere prolongar al infinito el juego de la revalorización
de la putrefacta democracia con la oposición forzada
de la “elección” entre el Estado o la lucha armada, in-
duciendo al abandono o el eclipse de los procesos de
autoorganización de base por la generalización de la
lucha autónoma.
Llegó el momento de comprender a fondo la dife-
rencia que hay entre golpear a algún jefe, a algún re-
presentante, a algún funcionario de la máquina social
capitalista, y la de detener —en cambio— el mecanismo
productivo, la acumulación, en suma, desencadenar la
revuelta contra la esclavitud del trabajo asalariado. En
el primer caso son más que suficientes los militantes
que creen haber devuelto dignidad a la política porque
han empuñado una pistola, y que, de este modo, espe-
ran candidatearse a la dirección del proletariado; la otra
perspectiva, es asunto sólo de los sujetos críticos —en la
teoría y en la práctica— de la alienación de este mundo y
de todas las ideologías que lo permean. Entre estas, urge
disolver aquellas ideologías del antagonismo ficticio y
de la oposición espectacular, porque a cada ideología le
es intrínseco un poder separado y burocrático que nie-
ga la subversión subjetiva y social, e impone “el eterno
retorno a lo idéntico”: ¡la representación, ser represen-
tante o representado!
La política-en-armas que cree que la pistola es la en-
cargada de regir el mundo y la trayectoria de los proyec-
tiles para “dar la línea” a los proletarios, no se da cuen-
ta que resbala en las arenas movedizas del terrorismo
(reflejo del estatal, aunque opuesto), y que allá donde
40
alcanzó un nivel estratégico para la lucha, no ha abierto
ningún horizonte, empatando a cero con el aparato re-
presivo estatal. Las luchas en Irlanda y Palestina, donde
la connotación nacionalista predomina en la ideología,
y el terrorismo (disuasivo) es el elemento prevaleciente
de la estrategia, muestran en modo claro el impasse, la
calle sin salida, la gangrena de una situación que aniquila
la emergencia de otras formas de subversión, y petrifica
el todo en el triunfo de la política que acepta, estoica-
mente, todos los roles y todas las alianzas con las fuerzas
más repugnantes.
¿Es posible recordar un solo caso en que el terrorismo
—y las organizaciones erosionadas por el fetichismo
militar y autonomizadas de la multiforme y “esponta-
neísta” subversión real— haya doblegado y derrotado
a un Estado?
Únicamente quien ha renunciado a las armas de
la crítica llega obtusamente a creer que sólo con la
espada puede cortar las hebras infinitas de la red de
dominación que nos envuelve a todos, o aún peor
imaginar masoquistamente que puede realizar una
revolución sustituyendo al proletariado, quien —de-
clinando la invitación de clandestinizarse y autobunke-
tizarse en la esfera militar— continúa en la subversión
anónima en alguna de las excursiones en las que se re-
produce el poder: la economía, la producción, la cir-
culación de la mercancía, las estructuras de adoctrina-
miento y condicionamiento psicológico de masas, el
marketing, la valorización impuesta por la publicidad,
el espectáculo, la información, la familia, respondiendo
41
con el saqueo, la crítica a la mercancía, el reconoci-
miento de las pasiones, etc.
La incesante práctica de la crítica a todas las aliena-
ciones y todas las jerarquías mina los fundamentos de
solidez de esta sociedad, y prepara concretamente las
posibilidades de la insurrección; a la inversa, el espec-
táculo de la revolución, que surge del amor-odio de los
profesionales de la violencia a sueldo de los gobernantes,
y de los que quisieran “representar” o “interpretar” las
necesidades proletarias, da vida solamente a una ilusión
óptica, auténtica parodia de la subversión. Tanto es así,
que los proletarios que debieran identificarse de entrada
—porque reconocen sus propios intereses— se alejan o
se quedan mirando, mientras los realizadores del espec-
táculo (periodistas, sociólogos, politólogos, disidentes,
“simpatizantes”, etc.) trabajan a ritmos estajanovistas16
por lograr crear el pathos indispensable para hacerles
sentir protagonistas épicos, pero de una dimensión de
conflicto artificial y artificioso: exorcizan el conflicto
real incipiente y potencian las líneas defensivas enemigas.
Quizás haya quien piense que la necesidad de actuar
implica necesariamente sacrificarse a la sociedad de la
desvitalización; desde siempre el poder ha ocultado, ca-
llado y eliminado de la memoria todo lo que realmente le
perjudica y todo lo que podría temer. ¿Entonces por qué
42
funciona como un amplificador, casi como una agen-
cia promocional y propagandística de la lucha armada?
¿Es ceguera o previsión? El poder mastica todo lo que
digiere, refuerza lo que evalúa como una calamidad
mucho más contenible que una subversión anónima,
multiforme, sin esquemas descontados, sin profesores,
pues esta obliga al enemigo a proceder sin orden, evita el
enfrentamiento en campo abierto e impide represiones
destructivas. Hay más inteligencia estratégica en el cere-
bro colectivo de la autoliberación que en el de cualquier
grupo de militantes.
Es el modelo histórico de la conspiración, moderniza-
do, el que se reutiliza, y que sabiamente es rechazado
—porque es el producto de otro momento histórico y
de otro movimiento que tenía buenas razones para creer
que el poder tuviera un corazón— en cuanto que ya ha
revelado sus límites y su debacle. La violencia liberadora
del proletariado —no fetichizada, no estetizada— ya no
puede vestir los atuendos del blanquismo17 o maquillar-
se mimando a la Organización de Combate de los so-
cialistas revolucionarios rusos o del Comité Ejecutivo.
La negación de lo existente es transparencia, claridad,
crítica en proceso, que inventa continuamente los mo-
dos con los que se manifiesta, y no revisita el museo de
cera del pasado.
43
Algunos comentarios al documento de Azione Rivo-
luzionaria aparecido en el n. 25 de “Anarchismo”.
Sensación de tener enfrente un retablo de colores vi-
vaces y polícromos, puesto al fondo como escenogra-
fía, para ennoblecer un discurso maníaco que reitera
apodícticamente la ineluctabilidad y la superioridad de
la lucha armada. Cuando los cultores absolutos de la
acción recurren a la “vacía ejercitación cultural”, por lo
demás, evidentemente recuperatoria, significa que sus
acciones no son inteligibles. Entonces, hacen su pirueta
como los pavos, pero dice Apollinaire en el Bestiario:
44
fortalece a medida que la protesta responde al restable-
cimiento del poder, recupera su ‘real’ oposición, y tiende
a tomar prestado del situacionismo la ideología de la
superación, creatividad e inmediatez, desde la que no
puede más que ofrecer, en la violencia vivida de la abs-
tracción y la coherencia concreta del vacío, una práctica
de juego terrorista”.
Es válido criticar a quien sibilinamente devela: “La
crítica crítica que tiende a aislar la guerrilla del movi-
miento, es perfectamente funcional al plano de represión,
el cual usa la violencia en contra la guerrilla y usa la
crítica (desde Asor Rosa a los cínicos sin pasión) para ais-
larla”. También el señor Josif Vissarionovic Dzugasvili18
sostenía que cuantos criticaban a su persona, su obra y
sus opiniones eran “perfectamente funcionales” al na-
cionalsocialismo y al señor Hitler. En suma, es la lógica
totalitaria del mensaje publicitario: ¡tómalo o déjalo!19
Tal seguridad debe ser natural en quienes están afecta-
dos de tanta modestia y credulidad como para rebauti-
zar como guerrilla aquello que en cambio es “el recurso
cada vez más frecuente de las armas en la lucha política”,
y que llegan al punto de afirmar que: “El movimiento
tiene el espacio de la guerrilla, si esta cae, lo arrastrará
con ella”, y a fantasear con que “¡el poder no puede
45
criminalizar el movimiento porque hoy le acoge una
sociedad subterránea en desarrollo!”. Esta es una misti-
ficación genuina, una inversión total de la realidad, por-
que si un sentido tienen los recientes ataques represivos
es justamente el de empujar hacia “la sociedad subterrá-
nea” y la clandestinidad. ¡Se debe sufrir de infantil ego-
centrismo como para creerse el ombligo del mundo, y
para inducir a creer que el lucharmadismo es el baricen-
tro de todo, pilar y centro neurálgico del movimiento de
la negación, o aún más, su paterno protector!
Nada menos que en Alemania la “guerrilla” fue una
mera cuestión de orden público, resuelta por especialis-
tas con potencial de guerra sicológica superior al “con-
trapoder”, y la redujeron a las condiciones que cono-
cemos; ¿quizás se tiene la imprudencia de pensar que
hoy en Alemania ha desaparecido el antagonismo de
clase? O éste, en cambio, tiene por protagonistas su-
jetos que no recurren al artificio de “cortar los puentes
con la normalidad cotidiana, crear una situación de no
retorno, clandestinizarse”, y que no han reconocido los
propios intereses en el reducirse a la “quinta columna de
los frentes de liberación del Tercer mundo, en el corazón
de las metrópolis imperialistas”, sino que hicieron del
sistema de producción y de vida allí reinante el objeto
de su lucha, y de su vida, el vehículo de ésta.
Es pueril imaginar a los proletarios sumergiéndose en
la dimensión de las catacumbas de la conspiración, o
creer que se dejen magnetizar por el heroísmo y por
la temeridad inútil, “por el momento perfecto de la ac-
ción y del sentido de la organización”, ¡porque no son
46
como los Tuareg del desierto que se dejan deslumbrar
por los relojes electrónicos que no les sirven de nada!
No hacen suya la audacia inútil separada de la eficacia,
en cambio, saben apreciarla cuando provoca cambios
en el vivir concreto, porque son conscientes de no “es-
tar ya parcialmente fuera de las tenazas del capital” y
no siendo reformistas-de-la-vida-cotidiana, continúan
recorriendo, por cuenta propia, el camino “que lleva a
no se sabe dónde”.
El estalinismo, pública y explícitamente reivindicado
por las BR (comunicado n. 19 del proceso de Turín, y
también en los sucesivos), en el documento se vuelve
“estalinismo” entre comillas, y más adelante nos viene
incluso explicado que: “La ideología, como se sabe, es
más lenta que la práctica, pero las ‘revisiones’ antes o
después no tardan en llegar”. De los nihilistas activistas
y de quienes están habituados a todo tipo de revisión
ideológica, con el fin de continuar reproduciendo la
nada, es posible esperar cualquier tipo de camuflaje,
porque en el fondo es importante lo que se hace y no
lo que se piensa, y no viendo alguna relación entre las
dos cosas, pueden reafirmar olímpicamente la solida-
ridad esquizofrénica entre servidores de la nada… y
después que cada uno rellene con la ideología que más
le agrade: primero el resistencialismo marca Secchia20,
47
después el tercermundismo frentista, el obrerismo le-
ninista y derivados, el consejismo libertario, y los des-
perdicios situacionistas.
Sin embargo, es suficiente con mirar a contraluz este
caldo y, como en un billete, es posible divisar el filigra-
na: “Construir ‘cabezas de puente’21 en la fábrica para
golpear en el corazón del capital y del naciente ‘Esta-
do-Partido’, es el objetivo primero de las organizaciones
combatientes [...] los compañeros insertos en las estructu-
ras que sostienen el capital se mueven en un agua muy
turbia, expuestos a la represión no sólo de las jerarquías
de fábrica, y su policía interna y externa, sino también
a la entera red de espionaje del partido y del sindicato;
empeñados en el trabajo de fábrica tienen escasas po-
sibilidades de procurarse los medios y estructuras y, en
ausencia de una estructura organizativa adecuada, son
conducidos a formas de autolimitación”.
Es el concepto de Lenin, que tuvo el mérito de expresar
con más claridad y con menor falsa conciencia: a los obre-
ros solamente les es posible desenvolverse con una con-
ciencia tradeunista22, sólo el Partido y los revolucionarios
de profesión pueden traer desde afuera (de las concretas y
dadas condiciones de alienación) la conciencia revolucio-
naria y su presunta praxis. Es la más obvia confesión de
48
desconfianza en la autonomía y en la autoorganización
de los obreros revolucionarios. Después de tantos giros
viciosos en los meandros de todas las ideologías, el punto
de apoyo es el núcleo de la doctrina leninista (sólo este
sentido es de efectivo “no retorno”). Así se logra explicar
la idiosincrasia resentida de la que está impregnada el
documento (y la cabeza) de estas personas, hacia la in-
surrección y hacia los que continúan viendo en Danzica,
Detroit, Stettino, y también en Bolonia, los momentos
más altos de insubordinación proletaria moderna, y de
subversión del mundo de la mercancía, del espectáculo,
de la alienación, de la jerarquía, y de sus patrones y ser-
vidores: partidos, sindicatos, politiqueros y especialistas
de todo tipo. Cuando los movimientos reales destruyen
algunas de las condiciones dadas en el mecanismo de
producción del dominio y de la paz social, precisamen-
te porque ignoran a todos los tutores políticos, racket e
ideólogos, a lo sumo son gratificados con alguna etiqueta
(espontaneísta, MPRO, etc.): pero ¿cuál era la praxis más
elevada y destructiva de las organizaciones combativas
durante la primavera del ‘77? Frente a un movimiento
que fue crítica práctica hacia el reformismo y su ideo-
logía —del cual el movimiento del ‘68 albergaba toda-
vía ilusiones y no fue suficientemente drástico—, estos
“profesionales” brillaron por su ausencia, y lo único que
destacó fue la vacuidad de uno que otro ritual de “disparo
en las piernas”, frente a las desencadenadas energías de
miles de rebeldes consumidos por sus propios roles en
la sociedad, creando un momento de ruptura y profunda
discontinuidad en el reino de la normalidad.
49
A pesar de las (auto) reconfirmaciones sobre la com-
patibilidad y multiplicidad de fines a los que serviría el
lucharmadismo, basada en su naturaleza “todoterreno”,
en realidad sucede que quienes rechazan o miran en me-
nos la perspectiva insurreccional, permanecen eterna-
mente enamorados de cualquier remanente de ideología
de la transición al socialismo. Una lectura atenta de la
parte final del documento lo demuestra. Inundado por
una cantidad notable de peticiones de principios de gran
efecto, pero de sustancia nula, emerge toda una serie
de problemas que evidencian la lógica tardo-tercerin-
ternacionalista y el modelo de la transición a un socia-
lismo realizado; la temática más delirante se da cuando
imaginan la revolución en el sólo país-Italia, que deberá
tener ¡“buenas relaciones con algunos países árabes re-
lativamente independientes del imperialismo americano
o soviético…”! Más adelante, después de haber procla-
mado que el “comunismo es finalmente la abolición del
trabajo, y que esto no será posible al inicio de la revolu-
ción más que sólo parcialmente”, se sostiene que “todos
deben estar involucrados en la producción en masa (sic)
para impedir que los ‘placeres’ de tal producción recaigan
siempre sobre las mismas espaldas”, y así sucesivamente.
Conocemos este lenguaje, conocemos esta lógica. Es
la del realismo político y la reforma de lo existente, pues
que cada fantasioso logra hacer resurgir de las cenizas
humeando —¡Mejorados!— los dictados de la economía
política. Son los infortunios de quien ha hecho del arma
50
una enfermedad. Ni siquiera son todavía Komeini23 en
París y ya razonan como Komeini en Teherán; no han
subvertido nada todavía y ya piensan legislar y regla-
mentar la negación que todavía debe desencadenarse y
realizar la transformación. Cuando se tiene la pretensión
de organizar el mundo, en realidad lo que se está orga-
nizando es su sufrimiento o su intervención anestésica.
El movimiento de negación del sistema de vida más
mísero en cuanto a pasión y placer que el hombre haya
conocido jamás en su historia —y que la clase dominante,
en su fase de declinación, quisiera fijar definitivamente—,
pasa a través de todos los retículos y telones en que el
mundo está artificialmente subdividido, y tiene motiva-
ciones mucho más densas y ricas, que se sitúan más allá
de la economía política y de las encíclicas de sus sacerdo-
tes. La miseria de este mundo no es la escasez de bienes,
sino una siempre más total insatisfacción y malestar, que
emerge de cada categoría sociológica y de cada rol en el
que la existencia humana está comprimida y fracturada,
y de la conciencia creciente de que ningún bien —y nin-
gún rol— puede mínimamente pagar o compensar las
renuncias y las abdicaciones cotidianas al placer. ¡Lo que
nosotros queremos, no nos lo pueden dar los poderes!
La subversión, por cuenta del individuo que se posi-
ciona en rigurosa antítesis con la comunidad constitui-
51
da, remitiéndose a aspiraciones profundas e inconfesa-
bles, antepondrá en el orden del día aquello que cada
ideólogo busca codificar con su lengua momificada: la
felicidad y el gusto por vivir, y la crítica vivida como
anticipación del devenir. La renuncia a cada modelo his-
tórico o incluye también la renuncia a los contemporá-
neos productos derivados del pasado, y esto es, a los que
imaginan un futuro que se moldea sobre el presente, y
que incluso más, preparan los moldes ideológicos con
los que darle forma, o es una mentira.
El devenir no puede ser separado de lo que se es hoy,
o es mejor callar, y dejar la proyección de la vida a la
inteligencia despierta y empoderada de la comunidad
arrancada de la cosificación. Además, así se evitaría la
eyección de otros excedentes de heces ideológicas.
[Mayo de 197824]
52
APÉNDICE I
OKTOBERFEST
55
2. La indignación que gritamos en las plazas contra los
mercenarios dementes que se ensañaron con Gudrun,
Jan Carl, Andreas e Irmgard, es yesca para el fuego que
arde y arderá dentro y fuera de nosotros. Mayor es la
determinación y la energía en nuestra lucha de siempre
contra el capital: la única y específica ayuda que pode-
mos dar a los compañeros alemanes, como a los suda-
fricanos o ecuatorianos, es la de combatir siempre más
firmemente el capitalismo italiano y su forma específica
de dominio democrático.
56
o carcelarias, y errores como el que salvó la vida de
Irmgard Moeller.
Pero, también en asuntos de suicidio la democracia
italiana está a la vanguardia: Pinelli29 cayó de la venta-
na de la comisaría de Milán gritando “¡Es el final de la
anarquía!” ocho años antes que el zurdo Baader pensara
su “zurdo tiro” contra el Estado alemán, disparándose
una bala en la nuca con una pistola de 18 cm de largo
empuñada con la mano derecha.
57
la máquina-capital y sus funcionarios. El Monstruo-au-
tómata de Marx es tan indiferente a la suerte de sus se-
cuaces como a la de sus enemigos. Incluso, más que la
tormenta propagandística posibilitada por las largas
negociaciones para el canje de Schleyer por prisioneros
de la RAF, la muerte de los rehenes de Mogadiscio30
hubiera sido una verdadera panacea para la humanitaria
democracia alemana.
Reflejo de la imagen de la revolución que el capital
mismo proyecta, el terrorismo “revolucionario” pone
en escena una serie de conflictos armados entre seres
humanos, individuos y organizaciones, reproduciendo,
bajo la apariencia de la lucha de clases, la competitiva
guerra permanente entre las facciones del capital. Esta
mistificación llega al punto de encarnar la calumnia que
el capital opone a la revolución cuando la pinta como
la guerra de pequeños grupos contra la sociedad civil y
democrática en su conjunto.
La verdadera guerra, la verdadera lucha de clases,
permanece inasible a los actores de la guerrilla perte-
necientes a grupos terroristas y escuadras especiales. Al
margen del espectáculo, el proletariado comunista com-
bate, anónimamente, al Monstruo-autómata, es decir, la
concretización impersonal y anónima de la muerte, que
devora la vida al punto destructivo de contraponerse a
la especie humana en su complejidad.
58
5. En Italia, las organizaciones clandestinas, como las
Brigadas Rojas, revelan su sustancial extrañeza al con-
flicto de clase en curso, y su incomprensión de los tér-
minos reales de las cuestiones, incluso militares, que el
movimiento subversivo debe plantearse hoy, repitiendo,
en modo ya demencial, la escena del ajusticiamiento de
los funcionarios del capital (elegidos entre las filas de la
derecha hostil al PCI y, a menudo, entre los que ocupan
las gradas más bajas en la jerarquía del espectáculo) y
criticando, en cuanto “aventuradas” y “espontaneístas”,
las manifestaciones y las formas organizativas, todavía
embrionarias, del naciente movimiento revolucionario.
Pretendiendo, más o menos abiertamente, haber sido
sus instigadores, los grupos clandestinos no se dan
cuenta de las características más relevantes del movi-
miento subversivo existente hoy en Italia: a saber, su
profunda carga antirreformista, y la dimensión masiva
de sus prácticas ilegales y violentas. De este modo las
organizaciones armadas no captan ni siquiera los térmi-
nos de las cuestiones estrictamente militares que el mo-
vimiento revolucionario se va planteando hoy en día,
organizando sus propias formas de autodefensa y de
ataque, a base territorial o a escala masiva. No se trata
de constituir comandos capaces de rivalizar en eficien-
cia con los servicios secretos, o de raptar al presidente
de los industriales, sino de contribuir a que todos los
que están involucrados en el proceso revolucionario se-
pan expresar, en cuanto sujetos autónomos, su propia
potencia destructiva.
59
6. La masacre de los militantes de la RAF ha provocado
también las protestas hipócritas de los grupos refor-
mistas como Lotta Continua, Democrazia Proletaria
y Movimento Lavoratori per il Socialismo, desde hace
tanto tiempo empeñados en la brutalidad represiva y
en la delación sistemática de los revolucionarios y los
militantes de las organizaciones clandestinas o armadas.
Súbitamente expulsados de sus posiciones de poder por
el viento de febrero31 (aparte de situaciones como la de
Milán, donde un grupo como Movimiento Lavoratori
per il Socialismo aún puede llevar a término sus odiosas
agresiones sin ser molestados), estos zombies se convir-
tieron en clandestinos en las situaciones de lucha, como
Democrazia Proletaria, o, más oportunamente, se “di-
solvieron” en el así llamado movimiento, como Lotta
Continua. El único argumento “político” que les queda
contra la insurgencia revolucionaria es el de su propio
miedo a la represión o a la violencia del aparato estatal
(véase el intento de Lotta Continua y de Radio Città
Futura32 de sabotear la manifestación romana contra la
embajada alemana). Con tal de calumniar la violencia
revolucionaria estos infelices hoy intentan apropiarse
60
de los restos de la crítica radical a la lucha armada; a los
ex-revolucionarios que, envenenados por su escepticis-
mo y por su cinismo, proporcionan conscientemente,
es decir, de mala fe, armas al rescate de la teoría revolu-
cionaria, sepan que con ellos seremos particularmente
severos. Así como severa fue la realidad en movimiento
que eliminó la “autonomía creativa” maodadaísta (A/
traverso33 y derivados) cuando, en la conferencia de Bo-
lonia contra la represión, no pudieron esconder su com-
plicidad objetiva con Lotta Continua, a la que el PCI
había, después de abiertas tratativas, dado el control de
la ciudad durante los tres días del encuentro.
Pero el miedo del cual se lamentan los modernos y
militantes refundados de Lotta Continua y Democrazia
Proletaria, a nosotros nos alegra. Es fácil reconocerlo: es
el miedo a la insurgencia revolucionaria, el miedo que da
el avecinarse real de la revolución, de quien creía poder
continuar jugando indefinidamente con su imagen en
los modos castos y puros de la ideología.
61
PUNTOS DE INACTUALIDAD
63
suficientes para desechar los contenidos con los que se
nutrían. Estos reviven en el lucharmadismo.
64
lucha contra la lógica de la mercancía que lo somete.
La política permanece prisionera en los imperativos
de la mercancía: sólo puede interferir en los ritmos de
producción, no se interroga sobre las razones de su
misma existencia.
65
cimiento… es la psiquiatría, el profesor universitario, la
medicina, el padre, el obrero, etc.
Existen, por lo tanto, contradicciones entre lo que se
está constreñido a hacer (y ser), y hacer surgir la esen-
cia humana negada por el Capital/Estado, aún capaz de
negarla. El movimiento revolucionario se afirmará si es
capaz de afrontar —y negar— todas las contradicciones,
en extensión y profundidad, es decir, cada momento de
reproducción de la dominación.
66
En Francia, donde la primacía es conferida a la teoría:
plétora de panfletos, folletos; alienación de escritura.
En Italia, país de la primacía de la práctica, secuela de
épica-acción repetidos obsesivamente (símbolos políti-
cos de la negación), generalizados en el tiempo y en el
espacio al paso de los ritmos de las cadenas de montaje,
se asume lo cuantitativo como valor guía: de ahí la alie-
nación de los cócteles Molotov.
Dos formas sustancialmente equivalentes de parciali-
dad: ideas que no se vuelven práctica, y práctica que no
sabe superarse por su desprecio a la teoría.
67
El debate sobre la conexión, y las recíprocas deter-
minaciones, entre función y funcionario es antiguo, y
siempre resurge de las cenizas. No hay duda que un
levantamiento social como el ruso, que logró eliminar
a todos sus funcionarios (los engranaje-hombre de la
máquina del poder), no logró superar la función, la for-
ma capitalista. Y esto, y múltiples motivos más, hace de
los leninistas los apologistas de la industrialización, y
los vehículos para la penetración del capital en Asia y
África, a través de los frentes de liberación.
Allá donde ha fracasado un movimiento social, aún
con sus parcialidades, ¿puede surgir una microburo-
cracia estalinista con su culto a la acción máximamente
espectacular? ¿Con su ideología entonces trágica, hoy
absurda, del estalinismo?
¿Con su constante negación de la socialización del
movimiento para desnaturalizarlo y asegurarse la
“representatividad política”? Para estos, el partido lo
es todo, el movimiento, en cambio, nada.
Disparar a un juez no es, todavía, una crítica al dere-
cho, sino véase cómo estos hacen “procesos populares”,
aplicando un “derecho revolucionario”, ejercitando la
“justicia proletaria”.
68
*Para los lucharmadistas no se sabe si es más impor-
tante la producción de un evento (disparar a las pier-
nas) o la gestión que hacen a través de los mass-media
para reforzar su “imagen política” entre los proleta-
rios. Seguramente, el acceso a los medios de comuni-
cación del poder es un modo alienado de comunicarse
con los proletarios.
Frente al evento espectacular, en el que pocos son los
sujetos activos, a los otros no les queda más que la fun-
ción pasiva, el grito a favor o en contra, la identificación
—o no— con los staff operativos. Que se trate de ges-
tores sindicales, culturales o de lucharmadistas es una
cosa secundaria y sin importancia.
La revolución es abandono del espectáculo que pa-
siviza, que nos hace objeto, ojos que ven imágenes; es
multiplicación de los sujetos críticos, capaces de reco-
nocer, cada vez más, en sí mismos (y siempre menos en
las vanguardias del espectáculo) la capacidad de actuar
en modo creativo.
69
El lucharmadismo termina por ser la miniatura de la
guerra civil, su continencia, su control pilotado. Sobre
todo, si se reduce a expresiones monovalentes de partido
combativo. Este produce efectos que, para el poder, son
equiparables a la bacanal de ferragosto36 en las calles.
70
Hasta ahora el movimiento revolucionario ha per-
manecido al interno de la lógica de la producción de
la mercancía: ha pedido más dinero y menos trabajo,
es decir, produzcamos menos, pero dennos más dinero
para consumir.
Hoy, un movimiento radical debiera plantear el pro-
blema: ¿Es útil la producción de estas mercancías? ¿El
hombre puede abastecerse de lo que necesita utilizando
sólo su propia inteligencia creativa? Es decir, quitando
al trabajador el carácter de mercancía que produce mer-
cancía, al trabajo el carácter de alienación, y al producto
el de mercancía.
Un movimiento capaz de imponer sus propios intere-
ses, y que se cuestiona a fondo las razones de lo que está
obligado a hacer, puede finalmente aspirar a liberarse del
trabajo, y de la destrucción que el capital ha hecho de la
naturaleza. Ante esto, toda ambición ecológica aparece
en toda su miseria.
71
Y si, violentamente se reapropia, pasa por primo her-
mano de éste.
72
ITALIA 1977: UN ASALTO AL CIELO
73
en acto a una pelea entre pandillas, se queda en un terre-
no que el capital siempre logra gestionar con éxito. Si,
por cuanto respecta a las BR, por ejemplo, no podemos
impedirnos de sentir un poco de simpatía por la medida
en que a veces logran ridiculizar y batir al Estado en
su mismo terreno, no nos olvidamos que su programa
neoestalinista y repleto de ideologías militaristas, nada
comparte con el proyecto de la revolución proletaria.
Es sobre la base del fracaso del movimiento del ‘68
que es posible comprender la presente oleada de te-
rrorismo. Cuando, al inicio de los años ‘70, la pers-
pectiva de una revolución total parecía alejarse, algu-
nos grupos creyeron posible destruir al Estado en un
enfrentamiento militar. La incapacidad de comprender
que ningún voluntarismo armado o algo similar puede
sustituir el paso del movimiento real, dio origen a una
curiosa ideología que mezclaba elementos de rebeldía
ingenua y trazos de ultrabolchevismo, en un hórrido
popurrí. Al inicio, los grupos armados lograron al me-
nos el objetivo de mostrar la vulnerabilidad del Estado,
pero la rápida racionalización del aparato policial hizo
inmediatamente más eficaz la represión y, bien pron-
to, su práctica se transformó en una guerra personal,
autonomizada de una lucha real. Por otra parte, el tí-
pico eslogan “golpear al corazón del Estado”, esconde
el verdadero objetivo, el capital, del cual el Estado es
sólo una manifestación fenoménica. Actualmente, los
grupos armados se han convertido en un obstáculo en
el desarrollo del movimiento que ellos (BR) critican
en cuanto espontaneísta y aventurado (!). Estas críticas
74
recuerdan los lamentos de la izquierda oficial, de la que
esta gente no constituye más que el ala radical.
Independiente de las intenciones y del ardor revolu-
cionario de los individuos singulares, nosotros vemos
en este tipo de lucha armada el germen de la recupe-
ración. No solo y no tanto en el sentido de la cani-
balización policial sino en la reducción absolutamente
funcional al poder, lo repetimos, de la revolución a una
mera cuestión militar. A esto nosotros oponemos la
verdadera guerra, guerra que atraviesa la totalidad so-
cial y no se deja reducir sólo al enfrentamiento armado.
Es cierto que los grupos autónomos no se identifican
con las BR, pero es también cierto que su impulso acrí-
tico hacia la militarización del movimiento presenta los
mismos problemas.
Claramente el Estado está tratando de empujar a un
gran número de personas a la clandestinidad. Así logra
reducir el movimiento a su dimensión militar, donde
todavía puede vencer, por lo menos en esta fase. Grupos
como las Brigadas Rojas creen encontrar en esto la con-
firmación de su estrategia. Sin embargo, es significativo
que el reciente periodo, caracterizado por una confusión
creciente y una suerte de vuelta al militantismo tradicio-
nal, esté marcado por el terrorismo más estúpido (Ca-
salegno y Acca Laurentia37).
75
Es evidente que los grupos clandestinos están jugando
con la ambigüedad entre crisis y revolución, entre ges-
tión neoestalinista y transformación radical en el sentido
comunista.
76
DE “NOTAS SOBRE EL MOVIMIENTO DEL ‘77”
77
Si Negri teoriza una desestabilización del sistema que
con la intervención artificiosa de las vanguardias comba-
tientes podría precipitar en anticipo y prevenir la explo-
sión de un movimiento revolucionario, significando, en
realidad, la repetición absurda de la tragedia del “tercer
período”, y dejando el embrión del movimiento y su
organización revolucionaria existente completamente al
descubierto frente al previsible contraataque del capi-
tal, en cambio, las Brigadas Rojas se preparan día a día
precisamente para esta eventualidad. Las BR han sabido
plantear, desde el punto de vista del estalinismo y de la
guerra civil, las mismas cuestiones que los revoluciona-
rios no han sido capaces de abordar concretamente (en
particular, el necesario enfrentamiento con las fuerzas
armadas del capital). Por otra parte, la manifestación de
formaciones clandestinas de extracción ideológicamen-
te libertaria, caracterizadas por el conciliador lenguaje
post-situacionista, no es una respuesta a estas cuestio-
nes: nos dice únicamente que los revolucionarios no han
podido hacer otra cosa más que perseguir a los estali-
nistas hasta su propio terreno, y que, una vez más, los
anarquistas han entrado en el frente popular.
15) El terrorismo es el enemigo privilegiado del siste-
ma: a quien reconoce su respeto, aquel con el que po-
lemiza en sus propios medios. El capital se proyecta en
él, y en él ve su propia imagen reflejada: en el desarro-
llo de aparatos terroristas “ve” una posible alternativa a
la revolución, y al más inofensivo de sus enemigos, de
quien está siempre dispuesto a realizar una extensión
mafiosa. En los militantes de la izquierda combatiente
78
“reconoce las máscaras del antagonismo político, el único
antagonismo que el capital siempre ha demostrado saber
integrar automáticamente a su propia realización”.
Más bien, en el universo del capital, el desarrollo de un
aparato clandestino se convierte en un obstáculo formi-
dable para la emergencia de la conciencia revolucionaria;
hoy día ya no se trata de hacer una guerra entre seres
humanos, sino de golpear y abatir un ser sensible-supra-
sensible, monolito de las mil caras, el capital, el mons-
truo-autómata y su valor en proceso, interiorizado en
cada uno, hecho sangre y carne en todos y contra todos.
16) Si es cierto que las Brigadas Rojas han planteado
a todos, a policías y revolucionarios, la cuestión militar
en todo su fundamental relieve, esta misma cuestión ha
sido planteada y se la han planteado, en otra escala y en
una dimensión bien distinta, miles de mujeres y hom-
bres, antes que nada armados con la certeza insurrec-
cional de ir al encuentro con las fuerzas militares del
Estado, y, en consecuencia, provistos en gran parte de
armas, con la mente despejada de moralismos contra
la destrucción y el vandalismo, ambos necesarios para
salvar el pellejo de la impiedad de los blindados que
la Democracia ha lanzado contra ellos, y que dejan en
evidencia la absoluta impotencia de un aparato infini-
tamente mejor armado, y que hace uso indiscriminado
de sus armas de fuego. En ocasiones como estas, miles
de individuos conscientes de sí empiezan a medirse en
el terreno de la insurrección, es decir, en el enfrenta-
miento armado de una amplia colectividad combativa
a escala metropolitana, enfrentamiento hoy limitado a
79
una acción cuyo fin esencial no puede ir más allá de
restaurar el entusiasmo, la confianza y el coraje de los
revolucionarios, pero ya tendiendo a lo que serán los
enfrentamientos directamente dirigidos a la conquista
de los centros neurálgicos de la ciudad y a la derrota de
las fuerzas militares del capital.
Por cierto, no será el enfrentamiento progresivamente
más amplio entre el Estado y los aparatos clandestinos
lo que permitirá desarrollarse a escala revolucionaria:
al contrario, la guerra civil no logrará más que la sobre-
vivencia convulsa de los campos atrincherados, donde
los ciudadanos fieles al Estado se identificarán cada vez
más con los policías y “al opuesto y simétricamente,
cada hombre que no se reconozca en el poder, se sentirá
atraído hacia la posición que está de parte de los fusiles”,
alistándose en este o en aquel aparato de la represión
religiosa de la “lucha armada”.
17) Al contrario, se trata para todos nosotros de re-
conocer los rasgos de la revolución tal como tienden a
manifestarse en el corazón del dominio real del capital:
de recoger y comprender las lecciones de las grandes
revueltas de nuestra época en el Occidente capitalista,
y de criticarlas para superarlas: retomar la iniciativa
que ya ha llevado a nuestros contemporáneos al ata-
que en el corazón de las metrópolis del capital: desde
las revueltas de las ciudades norteamericanas entre el
‘65 y el ‘68, al mayo francés (donde la eficacia militar
de los insurgentes fue insuficiente, y este quizás fue
el límite principal del movimiento, cuya extensión y
profundidad, sin embargo, permanecen significativa-
80
mente sin superar), desde la revuelta polaca del ‘70 a la
de Bolonia del año pasado [1977].
Estas experiencias no han dejado rastro en el proce-
so estratégico de las Brigadas Rojas, replegado sobre
la perspectiva de resistencia del tercermundismo, fasci-
nado por las victoriosas guerras nacionales de Argelia
y de Vietnam, posibles en una situación radicalmente
distinta a la nuestra, acrítico ante las sangrientas derrotas
de los movimientos guerrilleros de América Latina (y
a los modelos nacional-oportunistas de los Tupamaros,
del ERP y del MIR), y a la inevitable impotencia de
los Weather Underground y de las Panteras Negras en
USA, y siniestramente ligado a la pesadilla contrarre-
volucionaria de los terroristas, indiscutiblemente reac-
cionarios, del IRA en Irlanda del norte.
81
DE “RUSIA ESTÁ CERCA”
83
dicales y “extraparlamentarios” contra la legge Reale40
y el financiamiento público de los partidos, y pagando
a un alto precio la defensa indiscriminada del fenóme-
no de la “lucha armada”, criticada con anterioridad en
modo del todo insuficiente, en particular en el caso de
la masacre antifascista de via Acca Laurentia. El síntoma
“culmine” de la gravísima situación de desorientación
tras el secuestro de Moro, está constituido por las am-
bigüedades y la confusión que los Comités Comunistas
Revolucionarios, atribuyéndose el rol de “aclaradores”
de la situación, han difundido en sus intervenciones.
Exactamente al contrario de cuanto Scalzone41 y sus
amigos han sostenido, bien se puede decir que no solo la
acción de las Brigadas Rojas no puso, de hecho, en crisis
al Estado en su complejidad (de acuerdo a los hechos,
solamente golpeó una parte de sus funcionarios, y al
máximo reveló, una vez más, el rol de siervo fiel y celoso
del capital interpretado, también en esta ocasión, por el
Frente Popular desde el PCI a Lotta Continua), sino,
incluso que esta acción forma parte de una estrategia
84
del todo ajena y contraria al desarrollo del movimiento,
abruptamente arrinconado por un acto desprovisto de
toda utilidad y sentido con respecto a la apertura de una
perspectiva revolucionaria. Es del todo falso conside-
rar a las Brigadas Rojas, una organización desde hace
tiempo completamente autonomizada con respecto al
enfrentamiento de clase en curso (y, además, declara-
damente ajena y más bien hostil al mismo movimiento
del ‘77), como uno de los componentes del movimiento
comunista y, por lo tanto, proyectar una posible acción
común con ellos, si no es rígidamente subordinada a los
movimientos propios de las Brigadas Rojas, indudable-
mente del todo autónomas, pero de las exigencias del
movimiento revolucionario; así como indudablemente
patético fue el intento de meter en la discusión a la “lí-
nea externa”42, haciendo presión por la liberación del
“prisionero político” Aldo Moro.
85
EL CASO DE ALFA ROMEO
[de “Rusia está cerca”]
87
un lado, y “obreros sociales”44 revolucionarios del otro.
Es superfluo criticar el concepto de obrero “garantiza-
do” (en el caso del Alfa Romeo, garantizado de trabajo
esclavizado gratuito y de intervención policial en caso
de desacuerdo), pero es importante notar, en cambio,
cómo esta imagen de la lucha en Alfa Romeo coincide
precisamente con la que propone el PCI, y tiende a abrir
una fosa, cada vez más insuperable, entre la clase obrera
de las fábricas y los jóvenes desocupados, “criminales” o
neo-militantes leninistas que sean. He aquí que la teoría
de la “autovaloración” sostenida por Negri y por “Ros-
so” da sus frutos: las imágenes del “autónomo” y del
“vándalo”, instintivamente detestadas por los obreros,
serán aún más detestadas mientras los mismos obreros
tiendan cada vez más, y espontáneamente (como si no
bastara la propaganda especial del PCI), a contraponerse
en reflejo, oponiendo la propia imagen espectacular de
“trabajadores comunistas”, “actores del sacrificio” es
decir, asnos que se rompen la espalda por salvar el país
entero, y se vean tratados como rompehuelgas por un
tropel de chascones y delincuentes.
Es un hecho que, si bien la actitud y las justificaciones
teóricas de los autónomos pudieron haber tenido resul-
tados contraproducentes, la intervención de las Briga-
das Rojas fue, en cambio, incluso opuesta al sentido de
la lucha en curso, una vez más. Por otra parte, en uno
de sus volantes, reportado por “Black Out”, indicaban
como único objetivo, obviamente en un plano estric-
88
tamente militar, una lucha potencialmente generaliza-
da sólo contra las horas extras y la desocupación, los
hombres y la jerarquía, excluyendo categóricamente los
sabotajes y la destrucción de los productos terminados.
Por otra parte, el “terrorismo” ha sido, como siempre,
el caballo de batalla del PCI que, en un periodo en el
que se habla tanto de germanización, ha demostrado
cómo cuestiones similares se resuelven en Rusia, con-
duciendo al canto del “Bella ciao” a compactas legiones
de obreros stajanovistas contra el “invasor”, desocu-
pados y autónomos; los “terroristas”. A la Confindus-
tria45 y al PCI les gusta, más que una solución alemana,
una situación “a la rusa”: es decir, una situación en la
que al aparato estalinista le sean confiados la gestión y
el control, mientras que la intervención policial avie-
ne sólo desde la delación directa de los estalinistas, y
en estricta coordinación con las auténticas operacio-
nes represivas, conducidas “espontáneamente” por los
“obreros comunistas”.
Insurrezione, 1978
89
OTROS PUNTOS DE INACTUALIDAD
91
¡La brecha aumenta en proporción geométrica y se
mofa del voluntarismo aritmético! Es un juego que
tiene extrañas analogías con la carrera electoral por la
conquista del 51 por ciento de las balas…
El ataque en un único terreno, además realizado por
especialistas profesionales, ha llevado a una concentra-
ción y un reforzamiento del poder a nivel militar (los
mercenarios de la policía privada son ya más numerosos
que los cabos de la policía regular).
La crítica —y la práctica— sectorial y parcial exige
la racionalización y modernización del sistema militar
institucional; es la “negación anémica” que el poder
incorpora para seguir sobreviviendo. La crítica —y la
práctica— es unitaria (es decir, tiende a impregnar la
totalidad de las instituciones y de las ideologías que le
sostienen) o no es nada.
92
Los émulos contemporáneos, con sus cotonas de far-
maceutas y sus actitudes de auditores judiciales, no
son otra cosa que el eco tenue de un pasado que el
poder no se cansa de circunscribir, esterilizar y utilizar
para “actualizar” el espectáculo de la representación
invertida de la realidad, y para instituir un diafrag-
ma-bunker que separe una vez más al proletariado de
sí mismo y de la implosión de sus pasiones que son —
estas sí— destructivas y capaces de invertir la totalidad
de la sociedad.
93
transcurre entre la vida y las imágenes de celuloide que
intentan reproducirla.
En Morelos fue la población indígena de las antiguas
comunidades la que se rebeló, porque con la expro-
piación de sus tierras, para permitir la expansión de la
industria azucarera, era toda su vida la que se veía ame-
nazada; sus valores, sus ritmos cotidianos, su intensa
vida comunitaria. Fue la rebelión de una comunidad que
refutó el modelo de sobrevivencia del cual la industria
era portadora, que disgregaba las formas hasta entonces
vigentes en las que todos se reconocían. Y en esta rebe-
lión de todos, extendida a cada ámbito del cotidiano,
no había lugar para especializaciones, para roles pre-
establecidos que tienden a transformarse en oficio; en
una palabra, no se combatía al enemigo, que quería su
domesticación, adoptando sus esquemas y sus ideolo-
gías, sino negándolas radicalmente.
Refutaron el simile similia similibus y adoptaron la
doctrina de los contrarios; ya en los medios usados era
visible la negación de lo existente. Otro tanto hicieron
los makhnovistas rusos: no eran solamente un puñado
de hombres armados, sino una vasta comunidad que se
asoció según otros criterios, que produjeron labrando
la tierra con criterios distintos de los que se les había
impuesto hasta aquel momento, que instauraron rela-
ciones interpersonales e interfederativas entre grupos de
base, cada vez más socializados y que… combatieron a
bolcheviques y blancos.
94
*Los lucharmadistas contemporáneos ceden todavía
a equívocas teorizaciones sobre el “contrapoder”, ima-
gen miniaturizada e invertida de lo existente, de la que
constituye la otra cara de la moneda; no se dan cuenta
que ya han reproducido interiormente ese mundo que,
en los delirios del voluntarismo, creen negar.
El proceso de transformación de la realidad y del
hombre viene entendido como una ampliación pro-
gresiva del “contrapoder” hasta convertirse en Poder,
ampliación que se obtiene exasperando la parcialidad
mutiladora de la reducción esquelética de la subver-
sión social a su sombra de “forma militar”, operada por
tayloristas especializados, reunidos en las corporaciones
combatientes.
A los miopes cultores del “contrapoder” recorda-
mos lo que escribió G. Sadoul en “La revolution Su-
rrealiste” de diciembre de 1929: “Tomo aquí la ocasión
para saludar a la Ghepeu, contra-policía revolucionaria
al servicio del proletariado, necesaria a la Revolución
rusa tanto como el Ejército rojo”. Y Aragón en “Front
Rouge” (1931): “¡Viva la Ghepeu, figura dialéctica del
heroísmo!”
El hecho de que se puede ser solamente negación del
poder, anti-poder, y que para serlo no es suficiente, en
absoluto, con contraponerse a cualquier figurilla-fun-
ción-rol de la dominación en curso (policía, cabo, ca-
pataz) tomando, incluso, prestada su lógica, y que en
cambio, se necesita extender el alcance de la crítica a la
subjetividad colonizada por el capital, domesticada en
la objetividad de la mercancía interiorizada y devenida
95
“yo”, a la lógica del poder introyectada que se convierte
en un reflejo condicionado, representa el límite que el
lucharmadismo no quiere cruzar.
La “batalla” monovalente, unidimensional, de los lu-
charmadistas, está toda abocada a la obtención del po-
der en la producción de la mercancía, reevaluando su
objetividad; y, en particular, imprime una crítica-prác-
tica moralista en los jefecillos, donde se exime, en modo
maniqueo, de ejercitar la crítica contra sus propias sub-
jetividades que… reproducen más poder de cuanto des-
truyen.
96
venganza; quien se engaña con que corta la red, está
obligado a lanzarse en las aguas donde es el pescador el
que decide donde y cuando soltar los peces.
97
Viceversa, para el capital el hombre no es nada y las
mercancías lo son todo, y los sacrifica tranquilamente
a éstas. Esto hace del capital la fuerza más nihilista de
nuestro tiempo.
98
cuantitativa, repetición obsesiva. Lucharmadismo como
factor endémico, como cultivo bacteriano que solamen-
te tiene capacidad de auto-reproducirse; variable de la
política que deviene cada vez más predecible, controla-
ble, programable. ¡Variable que deviene constante! Un
precio que hay que pagar —contemplado en el balance
de predicciones— en el continuo reproducirse del poder.
En el juego de la subversión del ordenamiento deshu-
manizado es hora de introducir otras “variables”, otros
juegos.
La práctica subversiva expresada en los saqueos y en
la destrucción de la monstruosidad urbana avenida du-
rante el apagón de New York [del 1977], ha demostrado
que todos aquellos que son poseídos por una voluntad
de vida conocen sus necesidades, y saben satisfacerlas
apenas se presentan las condiciones mínimamente favo-
rables; y en hacerlo se destierra toda lógica de heroísmo.
Y se ha demostrado también la total extrañeza con estos
advenimientos de todo tipo de “vanguardia”, racket po-
lítico o corporación combativa.
Cuando la emancipación es —de verdad— obra de los
explotados mismos, todos los “segmentos organizados”
le son ajenos, ninguno reivindica, ninguno puede limi-
tarse a la reivindicación del espectáculo en la pasividad
de espectador o de fan.
Solamente puede lamentarse de no haber sido parte.
99
se obstina en permanecer en el limbo de la alienación,
es un politiquero mediador del presente con el pasado
remoto “revolucionario”.
Es un eternizador de la máxima cristiana “¡no hay
placer sin sufrimiento!” y no entiende que “Revolución
significa dar vuelta el reloj de arena. Subversión es otra
cosa: significa romperlo, eliminarlo” (Dubuffet).
La osadía no está en el decirlo sino en el hacerlo.
100
Esta absolutización de una parcialidad deviene posi-
ble en una estructura de carácter de tipo religioso que
no tiende a la autoliberación, sino que espera que algo
fuera de sí misma vaya a liberarla; revolución entendi-
da como escatología.
El mito es una fuerza combustible que empuja a la
parálisis, alimenta la esperanza “política” en el futuro
(forma moderna de religiosidad), que distorsiona los
contornos de lo real opacándolo, y vuelve incluso posi-
ble que la joroba de un Andreotti46 cualquiera pase por
el agujero de la aguja de un lucharmadista, mientras la
pierna poliomielítica de Agnelli47 continua esquiando…
101
En el momento en que los proletarios comienzan a
refutar la división de sus intereses en económicos y
políticos y toman en sus manos sus propios asuntos,
el lucharmadismo se alza como estructura capaz de
administrar el ejercicio de la venganza, dicha también
“justicia proletaria”. Es una estructura que representa
la esfera de los así llamados “bajos instintos”, y que
necesita, por lo tanto, de sus public-relations, de sus
delegados que recogen las instancias de “base” y las
transmiten a las “cúpulas” militares, que después pasan
a la ejecución.
Sustancialmente, la relación entre “base” llamada a
expresar sus opiniones, los delegados de masa solici-
tados para compilar los indicios-de-aceptación de las
acciones realizadas y los staff operativos, permanece
inmutable. No hace ninguna diferencia que se trate de
operadores políticos, sindicales, de animación cultural
o lucharmadistas.
Es un modelo que estructuralmente no presenta nada
nuevo. Incluso si la óptica invertida de los lucharmadis-
tas culpa a la “base” de su presunta inactividad, y ama
pensarse y representarse como el “bloque avanzado”
que expresa su antagonismo, incluso cuando todos están
mudos y ciegos.
102
das las formas hasta ahora realizadas de parcialización
de la praxis subversiva y de su degradación a submilita-
rismo que compite con el militarismo institucional. Solo
una práctica que combina todos los medios posibles de
lucha, en un concierto que atraviese todos los momentos
de la reproducción del poder, puede poner en práctica
fases de liberación.
Aunque se opongan MPLA, PAIGC, Frente argelino,
etc. como “victorias”, sabemos que son las victorias que
históricamente han significado el nuevo dominio de la
burguesía de Estado, que, además, ahora pueden optar
entre los varios “imperialismos” a disposición.
103
Aprendamos a reconocer la subversión cotidiana en
los términos con los que vivía Bakunin en el ‘48: “¡Pare-
cía que el universo entero estuviese invertido; lo increíble
era habitual, lo imposible posible, y lo posible el absurdo
habitual!”
104
APÉNDICE II
DE “TERRORISMO O REVOLUCIÓN” 1972
107
la violencia social retomará su curso. ¿No es quizás el
momento de penetrar a fondo en la teoría radical, de
comportarse sobriamente, trabajando en el avance de
la revolución internacional? Luego, si el partido de la
superación no logra liquidar las condiciones de sobrevi-
vencia, es la autodestrucción para todos. Si los Cosacos
son liberados, si los mercenarios y los desesperados del
nihilismo se ponen en marcha, no terminaremos jamás
de chapotear en la sangre.
No hay vuelta atrás. Si la sociedad de la sobrevivencia
ha jurado paralizarnos poco a poco, para evitar perecer
lentamente en las cloacas de la soledad, entre el abu-
rrimiento y la contaminación, más vale precipitar ale-
gremente el curso de las cosas y la muerte de los seres
cosificados.
Si la trampa se estrecha, muchos preferirán morir
otorgándose el placer de arrastrar consigo, con bombas,
machete y martillo incluido, todo lo que viene del rei-
no de la sobrevivencia: jueces, curas, esbirros, patrones,
jefes directos. Aquí están las condiciones que Coeurde-
roy, Maldoror, “Los Escitas” de Blok y Artaud invoca-
ban desde el fondo de la subjetividad oprimida. Éstas
esperan en la calle, donde los periódicos redistribuyen
la criminalidad, filtran los hechos por el tamiz que los
ubica en la cuenta del derechismo o del izquierdismo,
especifican los roles, alimentándolos según los estereo-
tipos de la cólera y la indignación.
Bellas almas del lenguaje dominante, son ustedes las
que incitan al asesinato, al odio, al saqueo, a la guerra ci-
vil. A la sombra del espectáculo cruel y ridículo resurge
108
la antigua guerra de los pobres contra los ricos, que hoy,
disfrazada y falsificada por la refracción ideológica, es
la guerra de los pobres que quieren continuar siéndolo
y de los pobres que quieren dejar de serlo.
Si la historia se tardase en pronunciar, con la viva voz
de los proletarios del antiproletariado, la orden de li-
quidar el sistema mercantil, lo cual son capaces de reali-
zar, las antiguas formas de violencia legalista e ilegalista
unificarían los dos campos en la misma y antagónica
autodestrucción.
En el ala extrema del izquierdismo situacionista y del
derechismo, el juego terrorista tiene ya la ventaja como
práctica ideológica del fin de las ideologías. Si nosotros
no salvamos el juego, se salvará en nuestra contra.
El derechismo ha desatado a sus miserables. El terror
blanco se anuncia con los habituales miasmas del pavor.
La cacería a la salvajada izquierdosa alinea a los jefes
abatidos en torno al rencor satisfecho por la impotencia
de gozar. Jóvenes insolentes, melenudos y harapientos
pagan la cuenta de las pasiones destrozadas en el espec-
táculo —el deseo de participar realmente—, el precio del
voyerismo, que alcanza la eficacia del reflejo policial de
reprimir, en aquello que ve y que quiere ver.
Gracias al juego de los antagonismos, bastará con que
a la cobardía de los pequeñoburgueses policial deje de
responder la cobardía de los amigos de las víctimas y de
las víctimas potenciales para que la táctica de las repre-
salias prevalezca en las manifestaciones de exorcismo y
en la agitación protestataria.
109
Un obrero dispara a su jefe de turno, falla, abate a
un policía por error. El fiscal de la corte de assise48 de
la Loira Atlántico49 exige y obtiene la pena de muerte
en su contra. Se cierra el círculo. Cuando se propague
el ejemplo de la banda Baader, como todo incita a que
suceda, el fiscal sufrirá a manos de un tercero el mismo
castigo que inflige, cada vez que reprime en los demás
su propio rechazo a la humillación. No pasa un mes sin
que el servicio de orden sindical y los comandos patro-
nales no intervengan contra los huelguistas salvajes, sin
que la policía no meta en prisión, no maltrate y no mate
por error. ¿Qué mejor incitación a la guerrilla urbana, a
la autodefensa salvaje? Hasta que no sea admitido por
todos y sin reservas que se necesita destruir el sistema
mercantil e incentivar las bases de la autogestión gene-
ralizada, ninguna represión, ninguna promesa, ninguna
razón podrá sacar de la autodestrucción general y de
la lógica en curso a los revoltosos de la sobrevivencia,
según la cual es mejor abatir a un policía que suicidarse,
matar a un juez que matar a un policía, linchar a un pa-
trón que matar a un juez, y saquear las grandes impren-
tas, incendiar la Bolsa, devastar los bancos, dinamitar
las iglesias que linchar a los jefes: porque las reglas del
juego terrorista son los policías, los jueces, los patrones,
110
los jefes, los defensores de la mercancía y de su sistema
de muerte, que imponen y multiplican la representación.
La exhortación ilegalista ya ha perdido su voluntaris-
mo obsoleto. La organización del espectáculo incita más
imperativamente a la violencia que los anarquistas del
pasado. El odio a la familia no sabe otra cosa más que
hacerse de apologistas luego de que el sistema mercantil
no sabe qué hacer de la familia. (…)
El señuelo del beneficio abstracto inmediato —la
destrucción ecológica no es más que un aspecto de
esto— expresa, en su supresión y en su derrocamiento,
la tensión individualmente experimentada por todos
hacia una vida pluripasional. Si el peso de una tal in-
versión social, objetivamente reforzada por la lógica de
la mercancía, bloquea el cambio de perspectiva, impide
el derrumbe global, desespera incluso a la conciencia
revolucionaria, aísla y destruye las tentativas de insu-
rrección, entonces no nos queda más que el juego de la
destrucción en todos los sentidos, el placer suicida del
terrorismo, el tiro al juez, en un western social en el que
todos habrán merecido la bala que los golpea.
Todo o nada, pero no la sobrevivencia. La revolución
o el terrorismo.
Ahora, hoy la estrategia del espectáculo no es que el
proletariado se disimule completamente a sí mismo.
Es en vano que la creciente proletarización, gracias a
la culturización y sus perros guardianes, se hace pa-
sar por nueva negritud, por una osadía de ser nada, es
decir, por cualquier cosa en la escala de la apariencia.
Ningún proletario se siente a gusto, es decir que no
111
tiene nada que lo reafirme frente a quien quiera per-
suadirlo de lo contrario.
Más aún; todo lo que evocan los sueños de la subjeti-
vidad y las esperanzas de la voluntad de vivir continúa
ejerciendo, en detrimento de las cáscaras ideológicas, un
poder de animación sobre la mayoría.
Así como las teorías situacionistas encontraron, antes
de 1968 y a pesar de la difusión restringida, la mejor
acogida en los espíritus espontáneamente dispuestos a
entenderlas y practicarlas, su falsificación ideológica no
ha perdido su atracción racional y pasional más que para
ganar en poder de fascinación.
Por absurdo que sea su empeño en los circuitos del
lenguaje dominante, palabras como sobrevivencia, es-
pectáculo, realización individual, crítica global, mues-
tran cómo el espectáculo recupera mal la teoría radical,
y peor aun los que la practican con la consciencia crítica
de la posible recuperación.
Si el situacionismo deviene en la panacea del izquier-
dismo, su pseudo unidad en la descomposición, también
significa que este constituye la última ideología, aquella
que no puede más que desaparecer, sea en la realidad
alienada por el juego terrorista, sea en el movimiento
de realización del proyecto situacionista.
La ideología crítica no puede más que devenir en ideo-
logía armada; y en pseudo unidad del residual frente de
delincuentes que conducen por separado la revuelta par-
cial en todas las trincheras de la opresión y de la mentira.
En su último estadio, una tal recuperación ilumina
también una separación esencial, principio de cada jerar-
112
quía, de cada sacrificio, de cada separación: la división
entre lo intelectual y lo manual.
Mientras la acumulación y la socialización de las mer-
cancías implican una disminución tendencial del poder,
la devaluación del rol y de la función del intelectual
coincide con la culturización del espectáculo. Absor-
biendo la cultura, el espectáculo tiende a reducir el rol
intelectual a una función burocrática, mientras la abs-
tracción del yo, en los roles a los cuales está sometido
el individuo, es entendida como promoción y regresión
hacia el intelectualismo.
El espectador se intelectualiza a medida que el espec-
táculo agota los depósitos de la cultura. De modo que,
rechazándose como espectador, como participante en
la pasividad general, como un conjunto de roles, cada
uno llega a criticarse a sí mismo en su intelectualización
forzada.
A diferencia de los viejos rencores de los autodidactas
y los ignorantes hacia los hombres de cultura patentada,
el rechazo espontáneo del intelectualismo responde a
una crítica confusa del espectáculo y de los roles. Así
de divertido es ver cómo en el antagonismo de las ideo-
logías de derecha y de izquierda, el intelectualismo de
los anti-intelectuales se alza contra los intelectuales del
anti-intelectualismo; como los piensa-bestias hacen la
guerra a las bestias pensantes.
El intelectual —aquel de la academia, del café del co-
mercio y de los grupúsculos— segrega ideología como la
ideología generalizada intelectualiza al más embrutecido
de los viejos combatientes. Los cambios sociales no han
113
sido suscitados, hasta ahora, más que por la agitación de
los intelectuales, bajo su control y con la mediación de
la cultura. Considerando que la radicalidad de Marx,
de Sade, Fourier podría haber desaparecido, cómo en
cambio comienza a revivir en el proyecto situacionista
y cómo se expone a convertirse, entre las manos de la
nueva universalidad intelectual, en un amasijo incom-
prensible condenado dos veces por la práctica terrorista
—como su fuente oculta y como su inútil dimensión
abstracta—, parece urgente transmitirla a quienes cono-
cen su uso, dado que viene de su propia práctica y dado
que sólo su práctica puede perseguirla sin fin.
R. Vaneigem
114
DE “APOCALIPSIS Y REVOLUCIÓN” 1973
115
ha salido nunca. Pero la sobrevivencia puede parecer
un filme solo a quien está de la parte del proyector. Los
muchos que se sientan en lo oscuro están comenzando a
entenderlo. Primero que todo: nada de héroes. Ni en la
cama, ni en la mesa, ni con las cartas, ni con la cara cor-
tada, ni falsos, ni tanto menos “verdaderos”. No se trata
de ser impotentes pacifistas o payasos hijos de las flores;
se trata de saber dónde comienza la lucha real y donde
continúa. Exactamente dónde comienza, y terminará, la
producción de sí mismo como figura, la administración
de sí como ente autónomo de la valorización interiori-
zada, la mercantilización de las relaciones humanas en la
colusión garantizada por el intercambio inauténtico. La
conjura del silencio sobre la simple, patente, omnipre-
sente imposibilidad de continuar fingiendo que se vive.
No atañe solo a los “obnubilados”. Ya que estamos “a la
vanguardia”, comencemos a mirar qué hay detrás de la
“belleza” del martirio político. ¿Cómo es que los “jus-
ticieros” se asemejan tanto a nuestros verdugos? (…)
Están viniendo años turbios y sangrientos. Esto lo de-
bemos saber tanto mejor cuanto más resueltamente re-
chacemos rendirnos a la última figura de la muerte, en-
rolándonos bajo su bandera. Capital iluminista y capital
terrorista, mezclando todas las cartas se enfrentarán en
una horrorosa confusión, también en nuestros mismos
cuerpos, en nuestras mismas vidas. Los partisanos de la
vida no se dejarán matar “pacíficamente”, pero tampo-
co consentirán a la muerte apropiarse de sus pasiones.
Dejemos que los suicidios sepulten a los asesinos.
116
Terrorismo: el leninismo en la sociedad del espectáculo.
Punto de intersección entre el nihilismo anarquista
“ruso” —o en verdad el resentimiento romántico-de-
cadente europeo— y la práctica política en la fase de
dominación formal del capital, el leninismo se sublima,
en la fase de dominación real, colocándose en la inter-
sección entre “instinto de muerte” —operante social-
mente a un nivel que ya se ha vuelto ontológico— y la
“necesidad de valorización” de cada militante nihilista,
que ya ha experimentado todos sus canales tradicio-
nales de sublimación como una mercancía obsoleta: la
abnegación política, la cultura, el arte, etc. En la fase de
dominación formal, el intelectual trajo “desde afuera”
la ideología-mentira al proletariado, transformándose,
según los niveles de su abnegación sacrifical, en un bu-
rócrata político y militar realmente operante a nivel de
organización social. En la fase de dominación real, cuan-
do no hay ninguna mentira ideológica más para llevar a
quien sea, ni mucho menos algo por organizar (todo ya
se ha hecho), para quien haya accedido al consumo del
rol —tardío— de intelectual de vanguardia y aquí quiera
detenerse, sólo le queda estar en una carrera desesperada
y biliosa con los omnipotentes centros de producción
de imágenes: ser contratado como actor o extra. Actor
o extra no remunerado y realmente hecho a un lado o,
de otro modo, liquidado: en esto consiste precisamente
la codiciada y beatificante diferenciación “cualitativa”;
la liturgia del sacrificio real y sangriento permanece
siempre como la estructura ancestral y prehistórica de
toda composición orgánica del valor (sacrum): el va-
117
lor hombre-cantidad, en los inicios de su “hazaña”, no
escapa a la lógica según la cual lo “nuevo” brota de la
sangre de los héroes del pasado. En el thriller de sus-
penso de los opuestos extremistas, guionizado por los
varios Ministerios de la Seguridad Nacional, en este es-
pectáculo especial proyectado en mundovisión, extrema
astucia de la contrarrevolución y última metamorfosis
de la “consciencia de clase” leninista, traída desde afue-
ra al proletariado en lucha contra las condiciones exis-
tentes (la “vida”), actúa el fin oculto de transformar la
emergencia de la revolución, bloqueándola en el infame
espectáculo de la guerra civil. Por lo tanto, un partido
leninista verdaderamente pseudo revolucionario hoy
puede subsistir solamente como “vanguardia arma-
da”: o traerá al proletariado el espectáculo especial o no
será. No existen otros roles: o reformistas o terroristas.
La ultraizquierda tradicional ya no tiene otro espacio.
Las recientes diatribas del izquierdismo europeo a este
propósito son la manifestación más completa de su
muerte real.
En su funcionalidad con la sobrevivencia y la revitali-
zación del diseño del capital, la identidad de las pandillas
de los “opuestos extremistas” se manifiesta, paradójica-
mente, más allá de la identificación cómoda e insistente-
mente propagandeada por el fascismo socialdemócrata:
la suma de las mentiras, a un grado suficientemente in-
tegrado de mistificaciones interactivas, da por resultado
la más execrable de las verdades. La ideología y la prác-
tica nazista se pueden encontrar fácilmente punto por
punto en la patología de los “terroristas rojos”. Véase
118
el libro del terrorista neonazi Freda: La desintegración
del sistema, auténtico manifiesto ecuménico del “parti-
do de la disolución”, en el que se contrapone a la con-
cepción economicista burguesa y socialdemócrata de
la vida, la concepción “guerrillera” y “heroico-sacral”;
concepción que reúne, según el autor, no sólo a nivel
“objetivo”, como dicen los reformistas, sino también
y sobre todo a nivel “subjetivo”, a los neonazis y las
“vanguardias armadas del proletariado”. Más allá de las
diferentes cronologías míticas a las que pueden referirse,
concluye Freda, no les queda a los “guerrilleros” más
que reconocer su propia identidad reaccionaria.
Los “nuevos mártires”, los únicos bolcheviques mo-
dernos posibles, deben ser desenmascarados y señalados
al proletariado revolucionario como sus más insidiosos
enemigos. Mientras todas las otras actividades “militan-
tes” caen en el indiferenciado pozo negro de la misma
pereza con la que son practicadas y percibidas, el “es-
pectáculo especial”, debidamente redondeado por los
órganos competentes, es efectivamente una de las últi-
mas chances del sistema para resucitar de la catalepsia a
la sensibilidad emotivamente indiferente de los usuarios
de los mass-media, galvanizándolos con el “contacto”
de una política concentrada en electroshock. Ningún
espacio, ni el terreno práctico, ni el teórico, puede ser
concedido a los comedidos viajeros de la fábrica de la
muerte: la restauración del “sacrum” auténtico y ances-
tral, que retrotrae hacia la prehistoria, la ideología y el
rito del sacrificio sangriento, que revitaliza la religión,
son desnudadas en todos sus detalles y colocadas en la
119
picota. Este es hoy en día un empeño de primer orden
para la dialéctica radical.
Perfectamente consciente de la puesta en juego, la
internacional contrarrevolucionaria juega todas sus
cartas en el ocultamiento todavía posible de los tér-
minos reales del conflicto. A ningún costo el cuerpo
proletario de la especie debe reconocer su dimensión
y potencia propia, a toda costa debe reinar y dominar
(en la imaginación subjetiva como en su matriz social:
la representación planificada de imágenes) el esquema
reductivo y opaco de la política, el perdurar mistifica-
do de todos los pasados perdidos. La guerra civil debe
continuar usurpando los lugares, los modos y los tiem-
pos de la revolución.
Donde las guerras civiles todavía son reales, en los
términos de un aplazamiento histórico que se justifi-
ca y se explica en el uso estratégico del aplazamiento
como arma defensiva de la internacional contrarrevo-
lucionaria, el conflicto tiene lugar entre dos aparatos
de poder alternativo, cada uno de los cuales represen-
ta un posible futuro inmediato, en todo y para todo
dependiente de las opciones estratégicas del capital.
Pacheco Areco-Tupamaros; Allende-Derecha mili-
tar-Izquierda MIR; Whitelaw-IRA Provisionals- IRA
Officials; Hussein-Al Fatah; como también De Gau-
lle-OAS, y así sucesivamente, son el anverso y el re-
verso de la misma carta: la carta de la conservación del
poder en cuanto aparato, para lo cual se presenta como
variable en juego exclusivamente la ideología de encu-
brimiento y las pandillas rivales de sus funcionarios.
120
Pero, como todo esto ya no es posible y pertenece a
un pasado histórico definitivamente superado por la
dinámica de disgregación de la ideología política (los
mitos putrefactos de las “resistencias”), la internacio-
nal contrarrevolucionaria despliega toda la triturada
inventiva de sus escenógrafos secretos para resucitar
artificialmente al espectro de la guerra civil. Sólo así
puede esperar retener en la política, y en el juego de
las contrapartes, la fuerza creciente de una revuelta
que, asumiendo como propia la negación definitiva de
toda política, tomando el partido de la vida, acerca cada
día al capital hacia la caducidad de su contradicción
con la vida. La guerra civil producida “in vitro” es el
narcótico al que el poder confía sus sueños: sustentar
su propia duración multiplicando las pesadillas de los
proletarios, hacer que sus áreas de dominio se definan
como campos atrincherados, que sus ciudadanos fieles
se identifiquen con sus policías y que, por contra y si-
métricamente, cada hombre que no se reconozca en el
poder se sienta empujado hacia la “posición” que está
de la parte de las pistolas. O de parte de otros gatillos:
es “su” elección.
O el termitero de Mao, o un gueto tan vasto como
para rodear los palacios de invierno como un océano, y
sobre estos el hierro y el fuego. Entretanto, también se
empieza a abrir fuego, apuradamente, contra los rehenes
(Attica 197150, Lod y Monaco 1972, etcétera). La so-
121
breabundancia de siervos desata las manos. Al terroris-
mo de los revolucionarios ingenuos que se ilusionan con
intercambiar la vida de cualquier guardia o espécimen
contrario a la “libertad” por volar a un “país no impe-
rialista”, el terrorismo capitalista responde coherente-
mente masacrando en el mismo lugar e indistintamente,
a rehenes y “bandidos”.
El proceso revolucionario ya no podrá tener nunca
más los rasgos exclusivos de la guerra civil, los rasgos
de la Comuna de París o de la Makhnochina. Pero siem-
pre es más probable que la producción “in vitro” de la
guerra civil, el espectáculo especial pirotécnico y sen-
sacional del terrorismo teleguiado, obtenga un relativo
éxito, y en consecuencia un involucramiento relativo de
una parte del proletariado revolucionario en su práctica
alienada. Y precisamente a través de la experiencia vivida
de esta alienación, aparecerá cada vez más claramente el
necesario pasaje a la fase última del proceso: la disgrega-
ción activamente perseguida, la liquidación armada (con
todas las armas necesarias) del universo concreto en que
el capital, absolutamente dominante, realiza su propia
valorización. La verdadera guerra civil se desencadena
desde el interior de cada ser: en la maduración acelerada
de una consciencia que arranca el ser a la apariencia,
lo verdadero a lo aparente, la realidad en proceso a la
122
representación en disolución, una consciencia que refu-
tando juntas la esencia salvaje de la guerra y la esencia
mortífera de la “civilidad” supere ambas en la afirmación
“incivil” de su propia extrañeza absoluta con el mundo
de las apariencias, y que lo combata para liquidarlo con-
cretamente de una vez por todas. La lucha será armada,
para que se sepulten para siempre los instrumentos de la
muerte. Distinguir revolucionarios armados de sicarios
de la falsa guerra parecerá a veces difícil, pero lo pare-
cerá solamente, y no para la dialéctica radical: el cuerpo
proletario de la especie se reconoce instantáneamente
en los hechos de Detroit, de Danzica, de Stettino, y,
del mismo modo, se reconocerá instantáneamente en
los rasgos inconfundibles de las insurrecciones vitales.
Concéntrate: tú también serás un pedazo de carne tri-
turada. Por una parte los tétricos soldados del terroris-
mo sangriento, tan absortos en la procesión fálica de su
momento futuro —cuando el falo hará fuego, explotan-
do en las bodas de los prometidos muertos— como para
soportarse a cualquier costo, travestidos, falsificados,
trasplantados, desarraigados, ya no importa vivir como
en un entretiempo, ya no importa compartir desgracias:
toda capacidad crítica se extingue en el crepúsculo de la
política clandestina, todo contorno real es un excedente
bajo la mirilla, así toda huella de su cotidiana vergüenza
como de su cotidiana y específica revuelta se pierde de
vista, en la obsesión deslumbrante del resentimiento
idolatrado, el tiempo reducido a la relojería que le se-
para de la inmolación. Por otra parte, los grises masti-
cadores de la nada, los frailes de la pasión arrepentida,
123
los resentidos de las alucinaciones agotadas, los viudos
de los mayos, los desertores de la pop-política, las fe-
ministas de la procesión fálica invertida: los castradores
castrados. Neo-cristianos todos, los primeros son los
soldados de una confirmación kamikaze, los segundos
los siervos de un señorío sin señor. Acorazados en ex-
tremo, cerebros de músculo e idiotas sin materia gris,
los primeros esconden dentro de sus armaduras una
rata asustada, tanto más asustada cuanto más grande
es el monumento al heroísmo que la nutre de balas; en
la palidez y en la delgadez de los segundos, espíritus
babosos y penes ácidos, memorias humilladas y vaginas
desmemoriadas, una rata de alcantarilla engorda, nutri-
da de orgasmos aplazados. Así en la rigidez cadavérica
de los distribuidores de muerte, como en la fatiga larval
de los ayunadores de vida, triunfa el mismo nihilismo:
la renuncia o fracaso o bajeza al proyecto cualitativo,
el sacrificio de toda certeza a un resentimiento suicida.
No existe comportamiento o línea de conducta que se
definan revolucionarios de por sí. Apenas se instituye
como mera estilización de la conflictividad, y por lo
tanto se convierte en “realización del arte”, todo com-
portamiento, cada línea de conducta va a situarse, en
relación con lo existente, como su accidente particular.
G. Cesarano y G. Collu
124
ÍNDICE
Presentación.....................................................................7
Introducción a la edición chilena de Parafulmini
e Controfigure, número especial de la revista
“Insurrezione” (1980) (Claudio Albertani
& Tito Pulsinelli).............................................................15
Advertencia a la primera edición..................................21
Pararrayos y extras........................................................23
L.A. x C.=NIHIL..........................................................39
APÉNDICE I
Oktoberfest....................................................................55
Puntos de inactualidad..................................................63
Italia 1977: un asalto al cielo.........................................73
De “Notas sobre el movimiento del ‘77”....................77
De “Rusia está cerca”....................................................83
El caso de Alfa Romeo [de “Rusia está cerca”]...........87
Otros puntos de inactualidad.......................................91
APÉNDICE II
De “Terrorismo o revolución”
1972 (Raoul Vaneigem)...............................................107
De “Apocalipsis y revolución”
1973 (Giorgio Cesarano & Gianni Collu).................115