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LA SOCIOLOGIA ENTRE UNA CRIMINOLOGIA

DEL PASO AL ACTO Y UNA CRIMINOLOGIA


DE LA REACCION SOCIAL

PH ILIPPE RO BER T

(Traducción: Ximena Rodríguez de Canestri

1. Planteamiento del problema


1. No intentamos presentar una obra enteramente nueva y
original. Tampoco pensamos en una síntesis exhaustiva. Se trata
solamente de organizar el material ya conocido por la mayoría con
el fin de mostrar que para el sociólogo se abren, al lado de las vías
habituales, nuevas vías en investigación criminológica. Esto lo pre­
sienten muchos y algunos ya se han comprometido en ello. Pero
quizás sea útil organizar sistemáticamente los contornos.

Sociología y crimen, sociología criminal, criminología sociológica


2. Muchos autores de tratados o de manuales de crimino­
logía 1 acostumbran presentar su disciplina como una síntesis com­
pleja que toma prestado a diferentes ciencias fundamentales para
fundir esos aportes en una nueva interdisciplinariedad. Así son pre­
sentadas a menudo las relaciones de la sociología con la criminolo­
gía. Recordando la evolución histórica, se distinguen tres fases.
Primeramente, los sociólogos tratan incidentalmente, en su obra,
cuestiones criminológicas, luego, algunos se especializan y es la
época de la sociología criminal; finalmente, ésta llega a ser una
criminología sociológica, parte integrante de esta nueva ciencia de
síntesis. Y es sobre este patrón, más o menos teórico, que se extiende
la trama histórica de las relaciones entre las dos disciplinas. Esto
figura detalladamente en los tratados de criminología. Recordare­
mos solamente algunas grandes líneas.
1. Ver, por ejemplo, Pinatel J., "Critninologie”, Bouzat P. & Pinatel J., Traité
d e droit pénal et de criminologie, Paris, Dalloz, 1970. Pinatel J., La
crim inologie, París, Spes, 1969. Szabo D., Crim inologie, Montréal, Les presses
de l’Université de Montréal, 1965.
32 PHILIPPE ROBERT

Aunque sea siempre difícil escoger un punto de partida, muchos


están acordes en fijarlo en la escuela cartográfica ilustrada por
Quetelet2 y A. M. Guérry.3 Se agrega una corriente "económica”
nacida de Marx y Engels, continuada por Colayanni, Turati, Batta-
glia y Loria y llevada a su punto extremo por Bonger,4 quien
encuentra un eco, olvidado ahora, en la tesis de Rozengart.5 El
origen de cuatro corrientes principales que van a irrigar la socio­
logía criminal se sitúa a fines del siglo xix y principios del xx.
Primeramente el movimiento durkheimiano,6 cuyos principios (la
normalidad de la delincuencia y la relatividad cultural) se van a
encontrar nuevamente en la obra de Sutherland,7 y en la de Sellin.8
Luego viene la tendencia llamada del medio social, iniciada por
Lacassagne9 y que va a florecer en Chicago en la obra de Shaw
y Me Kay.10 Puede estimarse que la interpsicología tardiana 11 inspi­
rará una buena parte de la sociología criminal americana de entre
las dos guerras y especialmente a Sutherland. En cuanto a E. Ferri,12
su influencia no viene quizás tanto de sus leyes criminológicas
(saturación, sobresaturación, paso de las formas violentas a las
formas astutas) como del hincapié que hace sobre el enfoque facto­
rial y sobre la voluntad de síntesis entre psicología y sociología; se
2. Quetelet A., Physique sociale ou essai sur le développm ent des facultes de
l’homme, Bruxelles, 1869 (Réédition).
3. Guerry A. M., Essai sur la statistique m orale d e la France, París, 1833.
4. Bonger W . A., Criminalité et conditions economiques, Amsterdam, Mas et
van Suchtelen, 1915.
5. Rosengart G., L e crime com m e produit social et économique, París, Jouve, 1929,
6. Se verá, especialmente: Durkheim E., L e suicide, París, P.U.F., 1960 (réédition)
Durkheim E., Les regles d e la m éthode sociologique, París, P.U.F., 1960
(8 l ed.). Durkheim E., D e la división du travail social, París, P.U.F., 1960
( V ed.).
7. Sutherland E. H. & Cressey D. R., Principies o f criminology, Philadelphia,
Lippincott, 1966, (7 ,J ed.).
8. Sellin T., Culture, conflict and crime, N. Y., Social Science research Council,
1938.
9. Los trabajos criminológicos de A. Lacassagne se encuentran sobre todo en la
colección de los Archives d'anthropologie criminelle.
10. Entre los diferentes trabajos de esos autores se verá especialmente: Shaw C. R.
et al., Delinquency áreos, Chicago, The University of Chicago Press, 1929.
Shaw C. R. & Me. Kay H. D., Social factors in juvenile delinquency. Washing­
ton U. S. Gov. Printing Office, 1931. Shaw C. R. & Me. Kay H. D., Juvenile
delinquency and urhan ureas, Chicago, The University of Chicago Press, 1942.
11. Tarde G., L a philosophie pénale, Paris, Masson, 1890. Tarde G., La criminalité
comparée, Paris, Alean, 1924.
12. Ferri E., La sociologie criminelle, Paris, Alean, 1930.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 33

manifiesta, menos fecundamente, en sus muy fieles discípulos como


Niceforo 13 o Grispigni14 y de una manera latente en toda la socio-
criminología del paso al acto. Respecto a la transición progresiva
de la sociología criminal a la criminología sociológica, Pinatel, por
ejemplo, la ve realizarse poco a poco a través de la obra de Suther-
land, de Sellin, de los miembros de la escuela de los gradients en
Chicago, de Merton15 cuando toma de nuevo el concepto de anomia,
de Cloward y Ohlin tratando las oportunidades,16 y finalmente, de
D. Szabo 17 hablando de una delincuencia nacida de las contradic­
torias solicitudes de la libertad, la cual viene a agregarse o a sus­
tituir parcialmente una criminalidad de inadaptación socioeconó­
mica y preconizando partir nuevamente de la sociología de la vida
moral. Podríamos agregar otros nombres, pero lo enciclopédico y
lo exhaustivo no son aquí necesarios ni útiles.
Observamos, sin embargo, que este esquema ideal de evolución
histórica no tiene nada de absolutamente sistemático. Como la señala
Szabo,18 hay por lo menos dos maneras de asumirlo. Una consiste,
para los sociólogos, en un reparto del trabajo donde ellos se reservan
la delincuencia pero se acantonan en ese nivel. Esta tendencia sería
manifestada por Sellin,19 pero también por Verkkho,20 Davidovitch21
y numerosos trabajos del Instituto de Criminología de la Universi­
dad de Cambridge. Yo había expuesto el principio escribiendo hace
algún tiempo:

13. Niceforo A., Crim inología, Roma, Bocea, 1940.


14. Grispigni F., Introduzione alia sociologie crimínale, Torino, Utet, 1928.
15. Merton R. K., Social ibeory and social structure, Glencoe, The free press,
1957. Merton R. K., Eléments d e tbéorie et d e m éthode sociologique, Paris,
Plon, 1965.
16. Cloward R. A. & Ohlin L. E., Delinquency and opportunity, Glencoe, The
free press, 1960.
17. Op. cit., nota 1 c ).
18. Szabo D. /Ed.,/ D éviance et criminalité, Paris, A. Colin, 1970, "introduction” .
19. Cit., in op cit., nota 1, N 9 115.
20. Cit., in op cit., nota 18.
21. Entre los trabajos de este autor se verá: Davidovitch A., "L ’escroquerie et
l’émission de chéque sans provisión”, L’année sociologique, 1955/56, Paris
P.U.F.,1957. Davidovitch A.,"Criminalité et répressionen France depuis
un siécle (1851-1952)”, R.F.S., 1961, 11. 30. Davidovitch A., "Les statistiques
criminelles descriptives” in Colin M. /Ed./, L ’équipem ent en crim inologie,
Paris, Masson, 1965, 232. Boudon R. & Davidovitch A., "Les mécanismes
sociaux des abandons de poursuite”, L ’année sociologique 1964, Paris, P.U.F.,
1965, 111. Davidovitch A., "Le ministére public: statistique de l’activité des
34 PHILIPPE ROBERT

"E l estudio científico del crimen puede efectuarse de dos maneras:


bien desde el ángulo del delincuente y se trata de la psicología crimi­
nal, o desde el ángulo de la criminalidad como problema social. . .
Así, hablar de sociología y continuar el estudio científico de los grupos
humanos desde un ángulo particular. . . Es ( . . . ) en la relación entre
el criminal y la sociedad donde se aloja la criminología que es psico­
lógica y se mira bajo el ángulo del delincuente, y sociológica si se
adopta el punto de vista del grupo” .22

Otros han querido sobrepasar ese estadio multidisciplinario


para desembocar en una interdisciplinariedad psicológica. A título
de ejemplo, podemos citar a J. Dollard23 o C. R. Jeffrey.24 El pri­
mero nota que toda agresión descansa sobre una frustración, por
lo tanto la criminalidad es la resultante de un equilibrio entre
frustración y anticipación de punición. El otro ve el fundamento
de la criminalidad en la personalización de las relaciones sociales.

¿Pero cuál criminología?


3. Parecería que abordamos un problema perfectamente dilu­
cidado. Las relaciones de la sociología con la criminología se orga­
nizan en una concepción de ésta como ciencia compleja de síntesis,
con una tendencia solamente multidisciplinaria y otra que tiende
a la interdisciplinariedad.25

parquets des tribunaux de grande instance en 1964 - essai de typologie”,


Compte general d e l’administration d e la justice pour 1967, I. A. Melun,
1969, R. 87.
En lo que respecta a este autor se verá, particularmente por el estudio
de los últimos textos citados, y esto será confirmado intra, que en efecto .se
trata de un sociólogo comprometido cada vez más en una criminología de la
reacción social.
22. Robert Ph., "Sociologie criminelle” in Merle R. /Ed./, Les mondes du crime,
Toulouse, Privat, 1968, 47.
23. Dollard J. et al., Frustration and aggression, New Haven, Yale University
Press, 1939-
24. Jeffery C. R., "An integrated theory of crime and criminal behaviour", Journal
o f criminal law, criminology and pólice Science, 1959, 49, 6, 533.
25. Sobre multi e interdisciplinariedad en criminología, ver Ellenberger H. F. &
Szabo D., "L ’approche multidisciplinaire des problémes de la criminologie” ,
Inform ation sur les Sciences sociales, 1967, VI, 5, 95. Ellenberger H. F.,
Crim inologie du passé et du présent, Montréal, Les presses de l’Université de
Montréal, 1969. Robert (P h .), "Une unité de recherche criminologique, le
Centre de Vaucresson’’, L'Année sociologique 1968, París P.U.F., 1970, 481.
Pinatel J ., "Apercu général de la recherche criminologique en France” .
Orientations actuelles d e la recherche crim inologique, Strasbourg, Conseil de
l’Europe, 1970, 161.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 35

Pero la cuestión resurge cuando preguntamos: ¿qué crimino­


logía ?
A decir verdad, la vuelta a la actualidad era latente desde el
principio. Colocamos las premisas en la querella sobre la norma­
lidad de la criminalidad. Habiéndola afirmado, Durkheim se encon­
tró expuesto a las críticas de Tarde (en nombre del principio de
adaptación) y de Ferri (en nombre de la diferencia entre constancia
y normalidad).26 Por otra parte, las críticas de Durkheim de hecho
caen por el motivo que expone en las reglas del método:

"Para que la sociología sea verdaderamente una ciencia de los fenó­


menos sociales, es preciso que la generalidad de esos fenómenos sea
tomada como criterio de su normalidad” .27

Para nuestros propósitos poco importa en realidad esta pun-


tualización. Recordar la querella conduce solamente a indicar que
existen dos criminologías posibles: una criminología del paso al
acto — ampliamente mayoritaria en el presente— y una criminología
de la reacción social, en cuyo favor escribimos este texto. En efecto,
sostenemos que la sociología vuelta hacia la investigación crimino­
lógica no tiene ningún interés en olvidar esta segunda oportunidad
donde la fecundidad de su aporte podría tener mejor curso.
Los criminólogos del paso al acto consideran que la cuestión
específica de la criminología es saber por qué tal persona pasa al
acto delincuente, en tanto que otro se abstiene. Es a justo título que
reconocen como acta de fundación la memoria de Manouvrier,28
donde esta interrogante se plantea como primordial. Podríamos
también referirnos a Grispigni,29 cuando asigna a la criminología
el propósito de saber por qué algunos no son retenidos por la ame­
naza penal. Los sociólogos que trabajan en investigación crimino­
lógica han abrazado a menudo esta concepción. Desearíamos abogar
contra el abandono bastante amplio de otra criminología posible
en la cual el acento se desplaza del paso al acto a la reacción social

26. Esta querella es citada por J. Pinatel op cit., cita 1, a) Ng 42, quien toma par­
tido contra Durkheim.
27. Op. cit., nota 6 b ).
28. Manouvrier L., "Questions préalables dans l'étude comparative des criminéis
et des honnétes gens” , Archives d’anthropologie crim indle, 1892, 557.
29. Op. cit., nota 14.
36 PHILIPPE ROBERT

que ese acto puede suscitar. (Decir reacción social es, por otra
parte, una manera de abreviar por qué una parte precede el paso al
acto por la incriminación o la actuación que se espera de la per­
sona). Algunos pensarán, quizás para alegrarse o para deplorarlo,
que actuando así se arruina la criminología al suprimir la especifi­
cidad de su objeto. Este no es nuestro sentimiento. Queremos decir
simplemente que restringiendo el objeto específico de esa disciplina
al estudio diferencial del paso al acto, se adopta una visión dema­
siado restrictiva y que la reacción social constituye todavía un objeto
específico de estudio.

2. La sociología y una criminología del paso al acto


4. Para mostrar que el sociólogo que trabaja en investigación
criminológica no tiene interés en encerrarse únicamente en una cri­
minología del paso al acto, conviene exponer primeramente las
grandes tendencias de la opción a favor de esta especie de inserción
así como las dificultades que encuentra.

Las diversas inserciones de la sociología en una criminología


del paso al acto
Factores
5. La primera en la cual se piensa, la más extendida en la
criminología europea, es el enfoque factorialista.
Conviene, sin embargo, no confundir con la investigación facto­
rialista aquella que es puramente fenomenológica o descriptiva.
Los trabajos evocados en los numerales 19 a 22 supra son a menudo
de este tipo. Asimismo, hemos mostrado30 que los trabajos del
Centre de Formation et de Recherche de l’Education Surveillée de
Vaucresson han tomado frecuentemente esa vía, por otra parte, con
éxito y fecundidad. Y nos adherimos a la opinión de Pinatel31
sobre la utilidad de esta forma de enfoque. Pero frecuentemente
el partido fenomenológico no está libre de todo sentimiento facto­
rialista, y aun pura y simplemente, etiológico. Un ejemplo claro es
suministrado en la literatura criminológica francesa contemporánea

30. Op. cit., nota 25 c ).


31. Op. cit., nota 25, d ).
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 37

por el estudio de V. V. Stanciu.32 Partiendo de una fenomenología


ecológica donde la pretensión descriptiva parece reinar, desemboca
luego en un monofactorialismo, de consonancia causal que relaciona
la criminalidad con la superpoblación del alojamiento.
6. Las investigaciones monofactorialistas en sociología llenan
bibliotecas enteras. Está fuera de lugar el retrazar acá siquiera los
lincamientos. Por otra parte, los interesados en esa revisión pueden
encontrar su exposición completa en diferentes obras básicas.33
Recordemos solamente que este vasto fresco comprende factores
físicos y geográficos, factores nacionales y raciales, la urbanización
o la ruralidad, factores económicos y profesionales, políticos y reli­
giosos, los niveles de instrucción, la influencia de los medios de
comunicación de masas (mass media), diversas desviaciones (alco­
holismo, uso de otros estupefacientes, prostitución. . . ) , en fin, crite­
rios como la nupcialidad, la edad o el sexo. Hace algunos años
mostramos 34 lo que podía esperarse de este enfoque colocándose
en su propio punto de vista. Primeramente, muchos pretendidos
factores deben, pura y simplemente, colocarse fuera de discusión
porque no tienen ninguna relación preferencial diferencialmente
significativa con la criminalidad en general o cualquier clase de
delito.
Para otros, una relación semejante no se revela exacta, más que
con tal o cual tipo de crimen y solamente como sintomatología de
una situación conflictiva (entre un individuo y la sociedad global,
entre un individuo y uno de sus grupos primarios de pertenencia
o, en fin, entre un grupo primario y la sociedad global).
7. Entre los trabajos que pueden entrar en una de las opor­
tunidades citadas se encuentran investigaciones muy importantes
y meritorias y no nos proponemos cubrir de oprobio tal o cual
trabajo, sino más bien tratar de definir el alcance de esta orientación.
Criminólogos firmemente atados a una concepción centrada en
el paso al acto han denunciado el anacronismo de una gestión mono-
disciplinaria y aislada.35 Se ha demostrado que limitar el interés a

32. Stanciu V. V., La criminalité á París, Paris, Ed. du C.N.R.S., 1^68.


33. Op. cit., nota 1 a ), b ), c) y nota 22.
34. O'p. cit., nota 22.
35. Op. cit., nota 25 d ).
38 PHILIPPE ROBERT

un factor no aportaría gran cosa para comprender el paso al acto.


Por una parte, podemos temer a menudo el llegar a postular la
hipótesis y verificarla por un proceso puramente circular; por otra
parte, no se controla nunca el grado de mediatez o de inmediatez
de la relación entre ese supuesto factor y la criminogénesis. Esta
última crítica, introducida hace ya mucho tiempo por Sutherland,36
ha sido retomada con vigor por ilustres sostenedores actuales de la
criminología del paso al acto.37 Más aún: los autores factorialistas
están ciertamente de acuerdo en hacer una reverencia a las distin­
ciones señaladas por H. von Hentig, entre causa, factor, condición,
móvil, etc.,38 pero ella es a menudo puramente formal y se vuelve
en seguida alegremente a un factorialismo totalmente etiológico.
Las críticas llueven entonces de nuevo: la de Sutherland, enunciada
arriba; la de Pinatel, que recuerda que un enfoque etiológico debe
ser diferencial,39 la de Szabo,40 que reprocha escotomizar el nivel
cultural intermediario obligado de un enfoque comprensivo y que
agrega, además, que hay diversidad y heterogeneidad bajo el término
delincuencia.
8. Sin embargo, sería errado pensar que el factorialismo es
solamente una tentativa primitiva de inserción de la sociología en
una criminología del paso al acto. Existe un aspecto mucho más
modernista y sofisticado que es multifactorialista. Una expresión
muy adecuada aparece en ciertos trabajos del C.F.R.E.S. de Vau-
cresson.41 Se trata de un descubrimiento progresivo. El punto de
partida es una ambición etiológica. Muy pronto el pilotaje reveló
la heterogeneidad de los delincuentes y de las delincuencias, así
como la necesidad de analizar los factores de manera multivariada.
Nace entonces una gestión compleja: por una parte, se recurre al
multifactorialismo y, por otra, se intercala en la investigación etio­
lógica una gestión intermediaria tipológica que reposa en el recurso

36. Op. cit., nota 7.


37. Frechette M., "Le criminel et l’autre”, Acta criminológica, 1970, 3, 11.
Mailloux N., Jeu nes sans dialogue, Paris, Fleurus, 1971, especialmente 98.
38. Hentig H. V., Crime, causes and condit’tons, N. Y ., Me. Graw Hill, 1947.
39. Op. cit., nota 1 a) N" 37.
40. Op. cit., nota 18.
41. Op. cit., nota 25 c ). 500 jeunes délinquants, Paris, Cujas, 1963, cpr. Chirol Y.
"Application de techniques d'analyse multivariée aux variables catégorielles",
Annales d e Vaucresson, 1967, 5, 155.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 39

al análisis de clases latentes.42 La dificultad de esta solución viene


de la necesidad de introducir el concepto de homología entre la
tipología de las conductas delincuentes y la de los delincuentes, por
lo tanto, entre tipología morfológica y tipología etiológica. Y no
sabemos si se trata de un postulado (sería preciso entonces evaluar
su probabilidad) o de una hipótesis. En un texto reciente (pero que
parece describir un trabajo antiguo), Y . Chirol43 trata este con­
cepto unas veces como postulado y otros como hipótesis. Parecería
que esta segunda versión sea la buena, puesto que parece consa­
grar un capítulo a su verificación.
Faltaría preguntarse si esta sofisticación del enfoque factoria-
lista — que por otra parte es muy interesante— puede dar satis­
facción a los sostenedores de una criminología del paso al acto
en la medida en que ella no asegura, en general, un examen dife­
rencial (como lo dice Chirol, nos apoyamos en un principio de cri­
terio intrínseco y él mismo plantea, in fine, la objeción diferencial
que encontramos en Pinatel, Sutherland, Frechette. . . ) . Pero es
tiempo de dejar allí el multifactorialismo para explorar ahora otras
inserciones de la sociología en una criminología del paso al acto.

Medios
9. Siendo considerado con frecuencia el estudio de factores
como limitado o decepcionante, se ha propuesto cambiar de enfo­
que y estudiar los medios en el seno de los cuales puede vivir el cri­
minal con el fin de intentar detectar los conflictos latentes entre
individuo y grupo o entre grupo primario y sociedad global. Se han
tomado entonces los tres medios propuestos por E. De Greeff: el
medio primario (familia de origen y su medio ambiente), el medio
ocasional (medio de formación escolar y profesional), y en fin, el
medio escogido o aceptado (familia creada, medio profesional y
cultural). Seguir aquí paso a paso los análisis posibles sería de
poco interés y hasta fastidioso.44 Nos limitaremos a algunas obser­
vaciones generales.
42. Cpr. Selosse J., "Les applications de la méthode d'analyse de structure latente
á quelques problémes de typologie d’adolescents délinquants’’, Armales de
Vaucresson, 1965, 3, 209-
43. Chirol, Y., Analyse typologique des conduites délinquants. París, E.P.H.E.,
1971, roneo.
44. Para una exposición rápida, ver op cit., nota 22.
40 PHILIPPE ROBERT

A menudo, el enfoque en términos de medio no es más que


un factorialismo disfrazado en el cual se trata de hacer surgir una
estructura de inter-relación entre diversos factores elementales. En
ese caso, no sobrepasamos el nivel del multifactorialismo antes ex­
puesto y el medio representa solamente un concepto a posterior!.
En los tipos más favorables se trata de una psicosociología dinámi­
ca en la cual se intenta aclarar la mayor o menor inmediatez de la
relación con la criminogénesis. Sin embargo, la dificultad aparece
de nuevo cuando se trata de obtener una traducción operatoria y
cuantificable: vuelve entonces al espíritu la crítica de M. J. Chombart
de Lauwe45 para quien el concepto de medio está siempre presto
a estallar y despedazarse. Y se corre el riesgo de recaer en un
factorialismo puro y simple. O entonces hay que razonar en tér­
minos de combinaciones de umbrales y de niveles, como lo mostra­
mos a propósito de las características individuales de los miembros
de las bandas de jóvenes,4'6 siguiendo a M. J. Chombart de Lauwe.
Pero este autor había señalado la complejidad, a menudo redhibi-
toria de los modelos que era preciso construir.47 En resumen,
el enfoque en términos de medio vacila, en nuestra materia, entre
el regreso al factorialismo y una gran complejidad de la tra­
ducción operatoria. . . a tal punto que a menudo ella parece más
apropiada, sea a la construcción teórica, sea a la clínica donde
se puede usar — como lo ha demostrado J. Guindon— de concep­
tos moleculares.48 Y además, nos arriesgamos a chocar siempre
con la exigencia de un enfoque diferencial del cual M. Frechette
ha dicho explícitamente que significaba la necesidad de situarse
en último análisis al nivel de la personalidad y de su dinámica.
Podemos dejar entonces allí el enfoque en términos de medio y
pasar a la vía real de los sociocriminólogos del paso al acto, en
términos de conflictos y de cultura.

Cultura
10. De los modos de inserción precedentes pueden extraerse
varias lecciones que ahora confluyen. Las investigaciones descrip­
45. Chombart de Lauwe M. J., Psychopathologie sociale d e l’enfant inadapté, París,
Ed. du C.N.R.S., 1959-
46. Robert Ph., Les bandes d ’adolescents, París, Ed. ouvriéres, 1966. Chap. 7 in fine.
47. Op. cit., nota 45.
48. Guidon J., Les étapes de la rééducation, París, Fleurus, 1970.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 41

tivas muestran que la criminalidad contemporánea tiene una mor­


fología que recuerda cada vez menos los "determinismos socio­
económicos” y cada vez más las "solicitudes contradictorias de la
libertad” (sin que podamos ver en ello más que una tendencia); de
allí la idea de una criminalidad cuya forma es cada vez más cultural.
Los trabajos factorialistas nos han enviado de nuevo a la noción
de conflicto. En cuanto al enfoque en términos de medios, evoca
la idea de aculturación dinámica, pero a ese nivel parecemos mal
armados para operacionalizarlos. ¿Qué tiene entonces de sorpren­
dente que la sociología haya buscado sobre todo su inserción en el
seno de una criminología del paso al acto en un enfoque cultural?
11. Sus versiones más antiguas descansan en la idea de tras­
misión cultural. Encontramos dos manifestaciones principales, una
debida a Sutherland, la otra a Shaw y Me Kay. La idea fuerte de
aquél es que la delincuencia constituye un comportamiento apren­
dido, y aprendido según un mecanismo de asociación diferencial.
Aunque ese texto sea muy conocido de los criminólogos, lo más
simple es citar las principales proposiciones de Sutherland y de
Cressey: 49
— el comportamiento criminal es aprendido (por lo tanto, no
es heredado ni inventado).
— al contacto con otras personas por un proceso de comuni­
cación verbal, pero sobre todo por el ejemplo.
— y esto especialmente en el interior de un grupo reducido
(las comunicaciones impersonales, especialmente por los
mass media, tienen entonces poca influencia).
— este aprendizaje se refiere tanto a las técnicas como a la
orientación de las actitudes, móviles, tendencias y razona­
miento.
— es función de la interpretación favorable o desfavorable de
las disposiciones legales.
— y un individuo llega a ser criminal cuando las interpreta­
ciones desfavorables superan a las favorables (asociación
diferencial).
49. Op. cit., nota 7, particularmente, capítulo 4.
42 PHILIPPE ROBERT

— las asociaciones diferenciales pueden variar de frecuencia,


de duración, de anterioridad y de intensidad.
— esta formación criminal pone en juego los mismos mecanis­
mos implícitos en cualquier otra formación.
— y el comportamiento criminal es la expresión de las mismas
necesidades y valores que los demás comportamientos.

Para Shaw y Me Kay,'50 las tradiciones de delincuencia se trans­


miten por contactos personales y de grupo, los específicos no son
los motivos y deseos sino los modelos culturales establecidos para
alcanzarlos. Agregan que esas tradiciones de delincuencia se desa­
rrollan en zonas de elevado porcentaje de ruptura de los controles
sociales. A menudo sólo se ha retenido este aspecto ecológico de su
teoría, pero una lectura atenta muestra que el núcleo es el proceso
de transmisión cultural.
Sin embargo, esas conceptualizaciones han sido sometidas a
severas críticas. A. K. Cohén 51 les ha reprochado, especialmente, su
importancia para explicar por qué existe una cultura delincuente a
transmitir, por qué tiene tal contenido y aun, pero esto es quizás
menos pertinente, por qué está distribuida de esa manera.
12. Pasando al recuento rápido de la teoría de los conflictos
de cultura, nos encontramos en presencia de una construcción con­
siderable. Podemos decir que toda la sociocriminología que cono­
cemos procede de alguna manera de Culture, conflict and crime.52
T. Sellin basó su teoría en ciertos aportes de la microsociología
informal: 53 todo grupo de pertenencia desarrolla una cierta cultura
que impone normas a los diferentes dotados de funciones (eviden­
temente, podemos decir esto en términos de expectativa de funcio­
nes). En un texto ulterior, T. Sellin vuelve sobre esto:

"A social group, small or large, possesses a vast number of beliefs,


traditions, customs and institutions which are implicitly accepted by

50. Op. cit., nota 10.


51. Cohén, A. K., D elinquent boys the culture o f the gang, Glencoe, The Free
Press, 1955.
52. Op. cit., nota 8.
53. Cronológicamente, Homans, C. C., T he human group, London, Routledge and
Kegan Paul, 1951, es, con certeza, posterior.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 43

its members as relatively immutable and as conductiva to their well-


being.
” Conduct which is belived to be in accord with these beliefs, tradi-
tions and institutions is praised and encouraged as socially beneficial,
while that which is believed to threaten or to injure them is concerned
as antisocial” .54

A partir de allí distinguía, desde su obra de la anteguerra, dos


posibles clases de conflicto de cultura. Algunos se denominan pri­
marios y proceden de la migración de normas de una cultura a
otra. Pueden desarrollarse en la frontera de las dos culturas en
ocasión de una colonización o por efecto de migraciones de un
grupoa otro. Los conflictos secundarios se deben a un proceso de
diferenciación social engendrado por la evolución de una cierta
cultura. Ulteriormente se ha querido 55 redefinirlos como conflictos
de normas para reservar la apelación de conflictos de cultura al
primer tipo. Pero estas precisiones terminológicas importan poco.
Más importante es la extraordinaria fecundidad de esta construcción
teórica. Y se lo prueba por numerosos argumentos, sin poder insistir
más allá de la alusión, so pena de deber desarrollar toda la socio-
criminología de los últimos treinta años.
— Primeramente, la teoría de los conflictos decultura (con­
flictos primarios) irrigó naturalmente todo elcampo de los
trabajos sobre migraciones y criminalidad.66
- Por otra parte, se mostró capaz de reintegrar los esfuerzos,
analizados antes, bajo el término de trasmisión cultural. La
asociación diferencial aparece como una especificación de
los conflictos secundarios en una vena puramente socioló­
gica. Las áreas culturales que aparecen a través de los tra­
bajos de Shaw y Me Kay dan una visión ecológica de esto.67
54. Sellin, T., "Crime”, in Encyclopaedia o f social Sciences, N .Y., Me. Millan,
1948, X X X X .
55. Cressey, D. R., "Epidemiology and individual conduct: a case from crimino-
logy”. Pacific Socio Rev 1960, 3, 47.
56. Una bibliografía de esos trabajos aparece en: Ferracuti, F., "La criminalité
chez les migrants européens", Etudes relativos á la recherche crim inólogique,
Strasbourg, Conseil de l'Europe, 1968, 44.
Se encuentran indicaciones complementarias en: Ribordy, F. X ., Conflict de
culture et criminalité dés italians a M ontréal, Montréal, Universite de Mon-
tréal, 1970. Thése de Ph. D. ronéo.
57. El cual será continuado particularmente por Lander.
44 PHILIPPE ROBERT

— A su lado, los conflictos secundarios han sido enfocados


desde un ángulo de sociología jurídica, especialmente por
P. Sorokin 58 y por el mismo T. Sellin en un texto de 1960:

"Se plantea la interesante cuestión de saber cuáles son los grupos


particulares de normas que se encuentran introducidas en la ley y que
reciben así un estatuto oficial. . . Todas las naciones han comprendido
grupos sociales que han desarrollado valores morales y normas de
conducta que están en desacuerdo con los valores y las normas de uno
o de varios otros grupos.

"Entonces es evidente que sólo son introducidas en la ley esas normas


que protegen los valores morales del grupo o de los grupos que poseen
el poder de imponer su voluntad a los demás y el modo de actuar sobre
el gobierno. N o es siempre fácil observar el desarrollo de ese proceso,
pero es a veces completamente aparente. Este proceso es oscurecido por
el hecho de que las normas de conducta que se introducen en la ley
a menudo pertenecen a todos o casi todos los grupos de la nación;59
y no se pone de manifiesto más que si las normas de diversos grupos
sociales son mutuamente incompatibles y, por lo tanto, entran en
conflicto” .60

— Un cuarto signo de fecundidad de la teoría de los conflictos


culturales aparece en la irrigación y la renovación de aspectos vana­
mente abordados anteriormente bajo una gestión factorialista: así
sucede con urbanización y ruralidad,61 industrialización,62 desorga­
nización familiar. . ,63
— Otro, y muy importante, tiende en su aplicabilidad al nivel
de la epigénesis psicosocial. Ciertamente, no se trata de desconocer
la regla de los niveles de interpretación64 entre criminalidad, cri­
minal y crimen, sino de poder desarrollar — a partir de un único
núcleo teórico— trabajos en los diferentes niveles. Ahora bien, la
58. Sorokin, P. A., Social and cultural dynamics, N .Y., American Book, 1937, al
cual se podría agregar Morris y Ginsberg.
59. Además de la razón enunciada por Sellin, habría que tomar en cuenta igual­
mente la colonización ideológica de los grupos dominados por los grupos
dominantes.
60. Sellin, T., Groupes d e pouvoir, législation et criminalité, 1960, 40, 875.
61. Principalmente Szabó, D., Crimes et villes, París, Cujas, 1960.
62. Referirse, por ejemplo, a los trabajos de Clinard.
63. Esto remite a ciertas publicaciones de los Glueck, especialmente Glueck, S.
& Glueck, E., 'Family environment and del'tnquency, Boston, Houghton, Mif-
flin, 1962.
64. Op. cit., nota 1 a ), N ? 34.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 45

pertenencia simultánea a varios grupos cuyas normas y valores no


siempre concuerdan, la existencia, concurrentemente a los grupos
de pertenencia, de grupos de referencia 65 imponiendo sus propias
normas y valores, todo esto puede traducirse en la coexistencia
bélica o contradictoria, en el seno del campo de representación de
un sujeto, de valores y normas incompatibles. A partir de allí han
podido desarrollarse trabajos que transponen el conflicto cultural
en el proceso de socialización,66 o lo explican por la coexistencia
de expectativa de roles incompatibles (o más exactamente de la
percepción de espera de roles incompatibles),67 o aun por el rechazo
por parte de los agentes socializantes y la inoculación del estigma
de chivo expiatorio.68
— El concepto de conflicto cultural ha sido objeto de aplica­
ción a diferentes niveles de estructuración social. Y, primeramente,
al de los grupos primarios — y a menudo informales— de sociali­
zación. Apoyándose en la definición que da Merton69 del grupo
de referencia, A. K. Cohén 70 resume así:

"Si pensamos en el comportamiento desviante como un comportamiento


guiado por creencias y valores que varían en relación a los de grupos
dominantes de la sociedad, la explicación de la desviación es entonces
un caso particular de la explicación de la transmisión cultural o de la
influencia de los grupos de referencia. Los individuos cometen actos
desviantes porque han aprendido las creencias y los valores que los
sostienen en las subculturas en las cuales han participado. mismoDel
modo, las gentes. . . son mantenidas en ese comportamiento por la
aprobación y el acuerdo de sus propios grupos de referencia” .

En este sentido, el paso al acto criminal es remitido a los meca­


nismos de aculturación en los grupos primarios, agregándole la
65. A propósito de los grupos de referencia se verá Stouffer, S. A., et al., American
soldier, Princeton University Press, 1949, op. cit., nota 15, y se podría com­
parar a ciertos elementos de la sociología de las aspiraciones refiriéndose a
Chombart de Lauwe, P. H., Pour une sociologie des aspirations, París, Denoél,
1969.
66. Erikson, E., Enfance et société, Neufchatel, Delachaux et Niestlé, 1959.
67. Nos referimos, por ejemplo, a los diferentes trabajos de ,A. M. Rocheblave-
Spenle.
68. Shoham, S. & Rahav, G., "Social stigma and prostitution', Annales Interna-
tionales d e Criminologie, 1967, V I, 2.479; ver también: Shoham, S., T h e mark
o f Cain, Jerusalem, Israel Universities Press, 1970, chap. 6.
69. Op. cit., nota 15.
70. Ibid.
46 PHILIPPE ROBERT

noción de conflictos entre grupos en el seno de la sociedad global.


Vold 71 se interesó particularmente en este problema, mostrando el
mecanismo que lleva a los miembros de los grupos dominados a
ser tratados como outlaws estigmatizados.
Nosotros mismos hemos hecho una aplicación de ese proceso
de conflicto cultural al nivel de grupos informales a propósito de
las relaciones entre las bandas de jóvenes y el out-group analizadas
en términos de segregación.72 Si quisiéramos generalizar a ese nivel,
sería probablemente posible enriquecer el esquema introduciendo,
por ejemplo, la noción de grupos asociados-rivales presentada en
su tesis por F. Bourricaud.73
Pero el concepto de conflicto cultural ha sido utilizado igual­
mente a. nivel de las clases sociales, si se toma este término en un
sentido suficientemente laxo, por Cloward y Ohlin,74 al tratar las
oportunidades diferenciales, y por A. K. Cohén.73
Erikson76 lo ha aplicado a las relaciones entre generaciones.
De todas maneras, en cada uno de los tres niveles, lo que se
utiliza para operacionalizar la teoría del conflicto cultural son los
conceptos de subcultura77 o de contracultura.78
En fin, debe hacerse mención del aporte específico de D.
Szabo.79 Apoyándose más o menos explícitamente en Riesman,80
pone el acento, a la vez, sobre la homogeneización de una sociedad
y de una cultura de masa sostenida por los mediatos correspon­
dientes y sobre la supervivencia de una fuerte heterogeneidad de

71. Vold, G. B., Theoretical criminology, N. Y., Oxford University Press, 1958.
72. Op. cit., nota 46.
73. Bourricaud, F., Esquisse d’une théorie d e l’autorité, Paris, Plon, 1961.
74. Op. cit., nota 16.
75. Op. cit., nota 51; add. Whyte, W . F.,Street com er society, Chicago, University
of Chicago Press, 1943; Miller, W . B., "Lower class culture as a generating
milieu of gang delinquency”, Journ al o f social issues, 1958, X IV , 3, 9.
76. Op. cit., nota 66.
77. Sobre este concepto, se insiste particularmente en Matza, D., Delinquency and
drift, London, Wiley, 1964; Wolfgang, M. E., & Ferracuti, F., T he subculture
o f violence, London, Tavistock, 1967.
78. Ese concepto es particularmente desarrollado por Yinger, M., "Contra culture
and subculture”, Am et. Socio. Rev., 1960, X X V , 625.
79. Op. cit., nota 1 c ), 155, 178, 214.
80. Riesman, D., L a fo u le solitaire, Paris, Arthaud, 1964.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 47

los grupos primarios de pertenencia y de referencia. Esto lo lleva


a subrayar la importancia de las formas psicoculturales de inadap­
tación y a proponer, metodológicamente, el insertar la vida moral
como concepto intermediario entre cultura y personalidad, con el
fin de llegar a una obra teórica capaz de aplicarse a los diferentes
niveles interpretativos de una criminología del paso al acto.
13. Una importancia particular debe concederse a una rama
desprendida del árbol plantado por T. Sellin y concerniente a las
teorías de la anomia.
Este último concepto había sido utilizado en dos oportunidades
por E. Durkheim. Por una parte, le ha servido para explicar las
contrapartidas de toda división creciente del trabajo social.81 La
ausencia de interacción bastante estrecha y continua no permite el
desarrollo del consensus y de un sistema normativo correspondiente
de manera que aparezcan imprevisibiiidad e incertidumbre. Desem­
bocamos en una normatividad caída y en una falta de regulación.
Por otra parte, explicó de manera semejante la especie de suicidios"
que se encuentra en período de prosperidad rápidamente creciente:
las reglas sociales que definen los atentados usuales de los grupos
humanos se encuentran entonces sin fundamento y no pueden ya
ejercer su función.
En un sentido un poco diferente, R. K. Merton83 ha retomado
la misma expresión para hablar de una disyunción entre objetivos
propuestos y medios institucionalizados, sea por efecto de una expan­
sión rápida de aquéllos, sea como consecuencia de una restricción
relativa de éstos. Sobre esta base, Merton construyó una tipología
en cinco modos de adaptación:

M edios
M odos O bjetivos institucionalizados

Conformismo + +
Innovación + —
Ritualismo — +
Evasión — —
Rebelión +

81. Op. cit., nota 6 c ).


82. Op. cit., nota 6 a ).
83. Op. cit., nota 15.
48 PHlLIPPE ROBERT

Conviene recordar netamente que, en el pensamiento de Mer­


ton, esos modos de adaptación están ligados, no a la personalidad
del autor sino al papel en situación. Y es por esta razón, precisa­
mente, que Srole propondrá completar la vertiente sociológica con
una contrapartida psíquica, la anomia!*
Conocemos la influencia de las tesis de la anomia. . . Los tra­
bajos como los ya citados de Cloward y Ohlin o de Cohén, tienen
un sorprendente parentesco con este pensamiento. . . y podríamos
citar muchos otros ejemplos, a tal punto que Szabo,85 analizando
la obra de H. Arendt,88 reprocha al concepto de anomia el haber
dejado de ser operacional por haber perdido su especificidad en un
laxismo sin límite donde la explicación se hace circular o trivial.
Sea como sea, al término de este periplo la sociología parece
haber logrado su brecha en una criminología del paso al acto:
salida de concepciones domésticas y poco seguras, progresivamente
edificó construcciones polivalentes que pueden servir a todos los
niveles de interpretación. . . respondiendo así a la eterna exigencia
de un enfoque diferencial.
Y sin embargo, consideramos que encerrarse en esta sola con­
cepción sería insuficiente. Ahora vamos a mostrar las dificultades.

Las dificultades de una criminología del paso al acto

En busca de la criminalidad
14. Toda la criminología del paso al acto tropieza con una
primera dificultad seria, que se refiere a su base de trabajo. En
efecto, en la medida en que el fenómeno que parece importante
de estudiar es la comisión de una infracción, conviene disponer de
un material constituido, sea por la población extensiva de las per­
sonas que actúan así en un marco tempoespacial dado, sea por una
muestra representativa. Ahora bien, una gran parte de las inves­
tigaciones que entran en la concepción de una criminología del paso
al acto descansan en la manipulación de series estadísticas o la

84. Srole, L., "Social integration certón corollarius: an exploratory study”, Amer.
Socio. Rev., 1956, 12.
85. Op. cit., nota 1 c ).
86. Arendt, H., T h e origins o f totalitarianism, N .Y., Harcourt & Bra. 1954.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 49

observación de poblaciones provenientes de las agencias oficiales


de control del crimen. ¿Qué representan esos datos en relación al
nivel anterior de paso al acto? Para responder a esta cuestión con­
viene resumir acá los resultados de cierto número de investigaciones
empíricas.
Descuidaremos momentáneamente el análisis de los diferentes
niveles de reacción social para contentarnos con algunas observa­
ciones. Muchos trabajos que se inscriben en una perspectiva de
criminología del paso al acto se basan en la observación de pobla­
ciones de detenidos. Ahora bien, actualmente en Francia, menos de
1 persona condenada entre 20 sufre una pena de prisión firme, y si
nos limitamos a los tribunales correccionales, la proporción es de
1 a 3, las multas representan las 9/10 de todas las penas pro­
nunciadas. Por otra parte, puede estimarse que los 4/7 de todos
los asuntos llevados a conocimiento de los órganos de persecución
penal no dan lugar a condena debido a no haber razón para pro­
seguir el juicio (classement sans suite).87 La misma pérdida existe
entre la policía y los órganos judiciales en un sistema anglosajón
donde la carga del procedimiento pesa particularmente sobre la
policía. Citemos solamente el ejemplo dado como particularmente
significativo por R. Hood y R. Sparks: 1024 declaraciones a la
policía producen 787 casos de calificación de los hechos, 593 arres­
tos y 120 procesos.88 En este estadio del razonamiento habría que
suponer que cada esclusa corresponde a la extracción de una
muestra representativa de la población del nivel precedente, o bien
a la selección de los casos que verdaderamente tengan una im­
portancia.
Pero el problema más serio es planteado por la diferencia entre
criminalidad registrada y criminalidad real. Durante largo tiempo se
postuló la constancia relativa de los porcentajes. Pero la plausibili-
dad de ese postulado era muy difícil de verificar en la medida
en que no disponíamos más que de una de las poblaciones a com­
parar. Es por ello que muchos trabajos buscaron aclarar esta cuestión
de la cifra negra.89

87. Compte général d e 1'administration d e la justice pour 1969, Paris, Min. Justice,
1971.
88. Hood, R. & Sparks, R., La délinquance, Paris, Hachette, 1970.
89. Sobre la cifra negra, además de los trabajos analizados en los primeros ca­
pítulos de la ob. cit, nota 88, remitimos a Me. Clintock, F. E., "Aspects crimi-
50 PHlLIPPE ROBERT

— En primer lugar podemos decir que las modificaciones en la


acción administrativa tienen repercusiones sensibles — en igualdad
de condiciones, por supuesto— , en el nivel de la criminalidad re­
gistrada. Por el solo efecto de una mayor eficiencia en ciertas agen­
cias se ha podido hacer aumentar de manera espectacular la crimi­
nalidad registrada, aun para las infracciones graves.90
— Por otra parte, existen infracciones bastante bien conocidas
de las agencias privadas, pero rara vez figuran en las estadísticas
oficiales y cuyos autores han tenido poco que hacer con los orga­
nismos de represión. El caso típico es el del robo en las grandes
tiendas. El monto económico global puede ser cifrado de una
manera bastante precisa: en un reciente trabajo sobre el costo del
crimen en Francia, se pudo estimar su valor en 177.500.000 en
1969, es decir, 0,94 o 1,44 por ciento de la cifra de negocios de
las sociedades en causa.91 Sin embargo, según un estudio de M.
Cameron,02 los servicios especiales de las grandes tiendas identi­
fican solamente el 10 por ciento de los autores y el 1 por ciento de
los casos es llevado a conocimiento de la policía. En Bélgica, R.
Moyson estima que el porcentaje de pérdida entre criminalidad de­
tectada y criminalidad denunciada a la policía es de 90 por ciento."
Para el Reino Unido, Prince y Gibbens afirman que la criminalidad
registrada de este tipo no da ninguna indicación sobre la crimina­
lidad real.94
— Finalmente, muchos investigadores se han dedicado, si­
guiendo a Porterfield, a encuestas de delincuencia autoinformada
donde se pedía a los sujetos indicar qué infracciones habían come­

nologiques et pénologiques du chiffre noir de l’activité criminelle”, R.I.P.C.,


1971, 248, Mai, 128 et Me. Clintock, F. H., "Le chiffre noir”, in Eludes
relatives á la recherche crim inologique, Strasbourg, Conseil de l’Europe, 1970,
7 et ref. cit.
90. Wolfgang, M. E., Crimes o f violence, U. S. President’s commission on law
enforceraent and administration of justice, "Washington, U. S. Gov. printing of­
fice, 1967. Shannon, L. W ., "Types and patterns of delinqueney referral in a
middlesized city”, British Journal o f criminólogy, 1963, 4, 24.
91. Robert, Ph., Bombet, J . P., "Le oout du crime en France", Anuales interna-
tionales d e crim inologie, 1970, IX , 2, 628 sq.
92. Cameron, M. O., T he hooster and the snitch, Glencoe, The free press, 1964.
93. Moyson, R., L e vol dans les grands magasins, Bruxelles, Ed. de l’Institut de
sociologie, 1967.
9 4. Gibbens, T . C. N . & Prince, J ., Shoplifting, London, I.S.T.D ., 1962.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 51

tido sin que hubiese continuación oficial.®5 Otros trabajos han pro­
cedido a la inversa investigando sobre la victimización oculta.®6 En
la mayoría de los casos se ha tomado la precaución de limitar la
lista de las oportunidades a conductas bastante graves (excepto
cuando se procede por entrevista) y de hacer designar a posteriori,
por expertos, todos los casos dudosos a eliminar con vistas a una
corrección. Por supuesto, esos métodos, especialmente los de de­
lincuencia autoinformada, exigen el recurrir a múltiples precau­
ciones. Las encuestas de victimización conducen generalmente a una
subestimación de las infracciones, sobre todo las menos graves y las
más antiguas. Además, son impotentes para informar sobre los
crímenes sin víctima directa o sobre las infracciones consensúales
o conspiratorias. Establecidas estas observaciones metodológicas,
podemos decir que dos conclusiones parecen ciertas. Por una parte,
la delincuencia registrada representa in globo una débil parte del
conjunto de pasos al acto denunciados o conocidos (y esto aun si uno
se limita a las infracciones serias). Por otra parte, el porcentaje de
registro varía de manera considerable según el tipo de infracción
(dicho sea de paso: de la misma manera que un cambio en la
eficiencia administrativa produce modificaciones estadísticas con­
siderables, si sobreviniese un cambio en la actitud de los poten­
ciales denunciantes, esto produciría una modificación notable en el
porcentaje de delincuencia registrada). Las variaciones del por­
centaje de registro, según las clases de infracciones, prueban que la
criminalidad oficial no es una muestra representativa desde ese
punto de vista. En lo que respecta a la representatividad con rela­
ción a los criterios de población, es muy difícil extraer consecuencias
extremadamente netas. Las categorías sobrerrepresentadas en la po­
blación criminal oficial tienen los récords de reiteración y de grave­

9 5. Porterfield, A., Youth in trouble, Fort Worth, Léo Portishman, 1946. Christie,
N., Andenaes, J. & Skirbekk, S., "A study of selfreported crime” , in Chris-
tiansen, K. O. (E d .)., Scandinavian síudies in criminology, London, Tavistock,
1965, vol. 1, 86. Elmhom, K., "Study en self-reported delinquency among
school children in Stockolm" eod. loe., 117. Erickson, M. L. & Empey, L. T.,
"Court records, indetected delinquency and decisión making”, Journ al o f
criminology, criminal lato and p ólice Science, 1963, 54, 456. Gold, M., "Inde-
tected delinquent behaviour”, Journal o f research in crim e and delinquency,
1966, 3, 27. Empey, L. T . & Erickson, M. L., "Hidden delinquency and social
status” , Social forces, 1966, 44, 546.
9 6. Ver los trabajos financiados por la Comisión Katzenback antes citada, nota 90
(task forcé: assessment).
52 PHILIPPE ROBERT

dad más elevados en las encuestas de delincuencia autoinformada


(los hombres más que las mujeres, los jóvenes más que los adultos y
los viejos, los miembros de categorías sociales desfavorecidas más
que los otros), pero los criminales profesionales aparecen poco en
un caso y nada en el otro. Estas distribuciones son aún más dese­
quilibradas en la población criminal oficial en la cual esas tenden­
cias toman un aspecto en cierto modo sistemático, sobre todo cuando
se pasa de un nivel a otro.
En resumen, la población criminal oficialmente registrada:
— Representa sólo una parte bastante débil de la población
que pasa al acto.
— No es una muestra representativa en lo que respecta a los ti­
pos de infracciones.
— No es tampoco una muestra representativa en lo que con­
cierne a las características de las personas, los desequilibrios de dis­
tribución van en el mismo sentido pero se encuentran acentuados
en un caso con respecto al otro.

Objeciones de los defensores del etiquetaje social


15. En este momento del razonamiento hay que referirse a
las teorías del etiquetaje social. Los fundamentos de esa corriente de
pensamiento, que se revela actualmente importante y prolífica, se
encuentran en trabajos como el de Becker97 o el de Goffman.98
Este ha estudiado sobre todo los procesos de estigmatización de los
desviados, subrayando que todos los desviados atípicos no se expo­
nen a este oprobio. Aquel ha puesto el acento en el papel repre­
sentado por los "empresarios morales” que "venden” nuevas dis­
posiciones represivas para las cuales fabrican especialmente una re­
lación con valores pretendidamente amenazados. Pero no necesitamos
pasar revista a toda esta literatura de la cual se hablará de nuevo
infra. Bastará mostrar aquí dos principales corrientes que la atra­
viesan, a partir de obras recientes.

97. Becker, H. S., Outsiders, N. Y ., The free press oí Glencoe, 1963; ver también,
Becker, H. S. (E d .), T he otber side, N. Y., The free press of Glencoe, 1964.
98. Goffman, E., Stigma, Englewood Cliffs. N. Y .. Prentice Hall, 1963; ver tam­
bién: Goofman E., Asiles, Paris, Ed. de minuit. Se podrá agregar, a los dos
autoces citados en las notas 97 y 98 los que figuran infra, nota 113.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 53

Una de las corrientes es muy bien ilustrada por D. Chapman."


El parte de la idea de que no hay ninguna diferencia entre los que
pasan al acto y los que se abstienen de hacerlo. O más bien, pro­
cede por extensiones sucesivas de la noción de crimen para probar
que todo el mundo pasa más o menos al acto, que ese umbral no
es realmente tal. Lo que hace la diferencia es que algunos son
estigmatizados como delincuentes y otros no, en razón de una serie
de inmunidades diferenciales (quienes viven en lugares más bien
privados están menos expuestos a la vigilancia policial que quienes
viven en lugares públicos, algunos pertenecen a grupos primarios
más protectores que otros, policía y justicia seleccionan su clientela)
y ese estereotipo es definido de manera circular, a partir del producto
terminado que es el delincuente encarcelado. Luego analiza ese
delincuente oficial como representando el papel de chivo expiato­
rio. Por último critica la función de refuerzo desempeñada por los
criminólogos que difunden el estereotipo, es decir, las características
de los que conocen, el producto terminado. Ni las teorías del
conflicto cultural escapan a su crítica.
Podríamos escoger la obra de Shoham 100 para caracterizar la
otra corriente. El también insiste en el papel del chivo expiatorio
representado por el portador del estigma (como válvula de segu­
ridad por proyección objetivada sobre el prójimo, de una culpabili-
zación) y muestra el papel disuasivo de la estigmatización social
(analizado como acto de poder) así como sus consecuencias (dis­
minución de oportunidades, cambios en los estatus y en los roles,
formación de subculturas desviantes). Su demostración se basa so­
bre todo en dos capítulos, uno donde echa por tierra todos los
sistemas etiológicos de las psicopatías, otro donde realiza una
"O.P.A.” sobre las teorías relativas a los grupos delincuentes mos­
trando que todas deben ser reinterpretadas recurriendo a la estig­
matización. Pero Shoham pone el acento, sobre todo, en la interiori­
zación del estigma, lo cual le permite analizar los factores predis­
ponentes y los procesos dinámicos de estigmatización, unos en
términos de probabilidad, otros de causalidad. Y aplica su cons­
trucción a dos casos ya largamente informados en sus trabajos ante­

99. Chapman, D. Sociology and th e >stereotype o f the deviant, London, Tavistock,


1968.
100. Op. cit., nota 68 b ).
54 PHlLIPPE ROBERT

riores: la prostitución y la historia de Jean Genet, donde reanuda y


prolonga el análisis sartriano.
En esta segunda tendencia, por una parte, el acento colocado
en la interiorización del estigma y su inoculación, y por otra, en los
efectos inducidos de la estigmatización, permiten permanecer muy
próximos de los resultados analizados en el N9 14 y utilizar nueva­
mente ciertas construcciones teóricas evocadas más arriba. Si el es­
tigma es interiorizado, se comprende que los criterios de la pobla­
ción criminal autoinformada y los de la población criminal regis­
trada, aunque distorsionados aquí por un efecto de refuerzo, no sean
totalmente diferentes, puesto que la reacción social de estigmatiza­
ción es parcialmente anterior al paso al acto. Por otra parte, ciertas
teorías del conflicto cultural pueden introducirse de nuevo — pero
en el segundo nivel— luego de tomar en cuenta el proceso de es­
tigmatización.
16. Es preciso saber ahora qué tomar en consideración de
las dificultades encontradas por la Criminología del paso al acto.
Muchos autores plantean la cuestión.

"H ay que interrogarse sobre el significado de un estigma social que


no resulta del crimen, sino de la condena” .101
"L a fe en la importancia determinante de la criminalidad como una
cosa en sí ha tenido ciertamente un efecto esterilizador sobre ese
tipo de investigación”.102

Y del mismo modo Kutchinsky resume así la historia de la


criminología: Hemos pasado de una concepción mitológica y teoló­
gica a una concepción psicosiquiátrica; el delincuente ha dejado de
ser un poseído o un degenerado y ha sido concebido como un en­
fermo. Luego, el fortalecimiento del papel de la sociología en cri­
minología, sobre todo del otro lado del Atlántico, lo ha hecho
considerar enseguida como un caso social. Pero agrega:

"Es interesante constatar, sin embargo, que esas teorías modernas man­
tienen la distinción entre los delincuentes y los ciudadanos respetuosos

101. Versele, S. C., La perception d e la déviance et d e la criminalité, aspect juridi-


ques, Strasbourg, Conseil de l’Europe, 1971, ronéo, DPC/CDIR 71, 13.
102. Wootton, B., Social Science and social pathology, London, Tavistock, 1959.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 55

de la ley: el delincuente era un inadaptado entre las personas bien


adaptadas, tenía valores antisociales mientras los demás tenían valores
sociales, cometía delitos mientras los otros no lo cometían. Conjunta­
mente con estas ideas sobre las características y el comportamiento del
delincuente, las teorías sociológicas modernas de la criminalidad acepta­
ban la descripción del delincuente tipo, tal como esa descripción se
desprende de las estadísticas criminales” .103

17. Para concluir que esta concepción ha sido singularmente


quebrantada por las encuestas sobre la cifra negra y las teorías del
etiquetaje social.
Decir que la criminalidad, como toda desviación, remite a la
forma de organización social donde se desarrolla, de la cual es una
consecuencia, que cada sociedad tiene su criminalidad que la sigue
como su sombra y la imita hasta en sus transformaciones y muta­
ciones . . . es en el fondo una afirmación tan evidente que dete­
nerse allí sería hundirse en la pereza intelectual y las explicaciones
triviales. Nos interesan acá las conclusiones prácticas que puede ex­
traer el sociólogo trabajando en el campo de la criminología.
Muchos, obnubilados por este pretendido descubrimiento, han
pensado que podían sumar de alguna manera, delincuentes regis­
trados y delincuentes ocultos. Pero esta amalgama no es muy
satisfactoria, aunque desemboque en tomas de posición humanita­
rias, por lo demás variables según el país del autor. Para los que
confiesan un paso al acto desconocido, las posibilidades de ser
estigmatizados como desviantes varían de manera considerable. En­
tre delincuencia registrada y delincuencia oculta, entre aquel que
pasa al acto y aquel que es estigmatizado como delincuente, hay
una barrera cualitativa, una solución de continuidad que aleja de
intentar la amalgama. Son diferentes. El umbral de diferencia no
está representado por el paso al acto sino por la reacción social.
La criminología del paso al acto debe escoger un material que
no está condicionado por la reacción social. Sutherland había mos­
trado la vía estudiando las reacciones de las sociedades.104 Otros

103. Kutchinsky, B., T h e p<erception o f deviance, a survey o f em pirical research,


Strasbourg, Conseil de l’Europe, 1971, ronéo, DPC/CDÍR 71, 16.
104. Sutherland E. H., W ite collar criminality, N. Y . Holt, Rinehart and Winston,
1949.
56 PHILIPPE ROBERT

han hecho la misma cosa en dominios tan diferentes como las bandas
de jóvenes,105 el enfoque económico de la criminalidad,106 etc... Pero
la mayoría hace una criminología del paso al acto con materiales
dependientes de la reacción social. Según la frase de Szabo, no es
más que una "criminología penitenciaria”107 y su axioma lleva a
una falsedad. Dicho de otra manera, hay incoherencia entre la pro­
blemática y los datos. La única conclusión válida que una crimi­
nología del paso al acto puede extraer de los trabajos que acabamos
de analizar se resume así: cuando se observa una población sometida
a la justicia de cualquier forma, los rasgos observados están sobre­
cargados por la perturbación de las expectativas de rol de que esos
sujetos son objeto. Entonces, generalmente somos incapaces de
distinguir lo que es nacido de la estigmatización de lo que ha
podido tener relación con el paso al acto. A medida que se avanza
en una carrera criminal actúa además un proceso de círculo vicioso
en el cual se hace imposible distinguir "el huevo” de "la gallina”,
y más allá de esa corrección necesaria, pensamos que la criminología
del paso al acto no puede ignorar la importancia, la naturaleza y
las repercusiones de la reacción social.108
Por otra parte, no podemos limitarnos a una criminología del
paso al acto y conviene ahora hacer lugar igualmente a una crimi­
nología de la reacción social, en la cual el sociólogo podrá hacer
carrera más cómodamente. El propósito de lo que desarrollaremos a
continuación será trazar algunas grandes líneas en forma de pro­
grama de investigación. Pero en esta criminología conviene igual­
mente mantener una homología entre la problemática que se adopta
y los datos sobre los cuales se trabaja, so pena de exponerse a las
mismas críticas que ciertos criminólogos del paso al acto.109

Las representaciones de la criminalidad y del criminal


18. Para comenzar, conviene justificar el préstamo hecho del
concepto de representación. El hombre orienta su conducta en fun­
105. Por ejemplo, op cit,, notas 46, 16, 51 y las referencias citadas en op. cit,
nota 46.
106. Op. cit., nota 91 y ref. cit. Add. Szabo, D. (E d .), h e cout d e l’administration
d e la justice et d e la criminalité, Ottawa, Solliciteur general du Cañada, 1971.
107. Op. cit, nota 18.
108. Robert, Ph., Rapport final de section au 12? congrés franjáis de criminologie,
Biarritz, 1971, s.p.
109- Op. cit., nota 68, b) p. 114.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 57

ción de representaciones que se hace, no solamente del futuro (lo


que probablemente será), sino también de la norma (lo que se
debe hacer), y en fin, de lo que él prefiere hacer habida cuenta
de su vivido personal (afectividad). Pero si los comportamientos
son plásticos y adaptativos, la vida social impone un mínimo de
unidad y de coherencia bajo pena de perderse en un universo de
contradicciones. Es todavía el concepto de representación — especi­
ficada como colectiva— que permite dar cuenta de la constancia de
las respuestas. La representación se compone de sentimientos, creen­
cias, valores y prácticas relativos a un objeto y caracterizados por
una tendencia a una racionalización que recubre una organización
afectiva subyacente. Está aún orientada hacia la acción y cargada
afectivamente en razón de la implicación (experimental o no) del
sujeto. Recordemos, por último, su carácter colectivo que toca a la
vez al grupo social y a los términos mismos del discurso.
Pero si la representación constituye un concepto adecuado a
nuestro propósito, no es directamente operacional. Es por ello que
debemos abordar las representaciones a través de las imágenes. Si
la representación es un proceso que guarda en estado potencial no
diferenciado todos los esquemas preformados de respuestas, todas
las acciones posibles de un sujeto, el nivel operacional para abor­
darlo es el de la imagen en sus tres componentes típicos, intelectual,
afectiva y conductual.110
Estas observaciones, expuestas brevemente, no dejan de tener
consecuencias prácticas. Primeramente, si no queremos permanecer
al nivel de la opinión expresada, de la espuma superficial y enga­
ñosa, conviene recurrir a gestiones complejas de investigación, al­
ternando fases cualitativas y cuantitativas que autorizan un encade­
namiento secuencial. Nosotros hemos construido un modelo para
nuestras investigaciones sobre la imagen de la justicia criminal.111
Agreguemos, aun, que si no deseamos encontrarnos ante una cosecha
informe de fragmentos gráficos cuya organización (corremos el
riesgo de confundir estructuras heterogéneas con motivo de una
homología parcial), ni dialéctica (de tal manera que ignoramos

110. Ferracuti, F. & Newman, G., Clinical and psychological perceptions o f déviance,
Strasbourg, Conseil de l’Europe, 1971, ronéo, DPC/CDIR 71, 15.
111. Robert, Ph., & Faugeron, C., U im age d e la justice criminelle, rapport axio-
matique, Paris, S.E.P.C., 1971, ronéo, N 9 49 s. Pro op. cit., nota 103.
58 PHILIPPE ROBERT

las tendencias), podemos reconstruir, conviene inferir, del material


recogido, las estructuras de actitudes colocando ese concepto en
posición intermediaria. Esto es aún más verdadero por cuanto el
discurso, necesariamente lineal, no puede jamás rendir directamente
la globalidad de la imagen.112
Conviene detenerse aquí un poco para examinar una objeción
de Kutchinsky.112 bis Según él, actitudes expresadas y comportamiento
pueden diferir mucho por la intervención de otras variables que se­
rían el carácter, el grado de realidad y el compromiso personal.
En lo que respecta al "carácter”, pensamos, por el contexto, que el
autor enfoca los valores, normas y componentes afectivos. En cuanto
a las otras variables invocadas, pueden calificarse de experimentales
y por lo tanto llegan al campo de representaciones bajo la forma
de percepciones. Estas precisiones semánticas permiten aclarar la
dificultad, sobre todo si se observa esta notación característica de
Kutchinsky: la distancia entre actitudes y comportamiento no pue­
de reducirse, afirma, más que definiendo aquellas de tal manera
que nos encontremos muy lejos de "la opinión expresada por la
gente”. He aquí el nudo del malentendido: denominamos actitudes
las construcciones de la variable dependiente inferidas del material
recogido pero no inmediatas. Normas y componentes afectivo-
normativos se toman allí en cuenta, como se verá en el informe
citado sobre la fase exploratoria cualitativa de la investigación
dedicada a las representaciones de la justicia criminal. Quizás la
divergencia entre Kutchinsky y nosotros venga de la orientación
muy cognitiva de los trabajos de que daba cuenta en ese momento
en su informe. Para justificarlo, hay que decir una palabra de las
variables experienciales por el hecho de que las percepciones son
filtradas y organizadas por la imagen que ocupa el campo de repre­
sentaciones (salvo la hipótesis de una brutal y masiva invasión).
Con experiencia podemos decir que en lo que respecta a la justicia
criminal, la carga afectivo-normativa es tan absorbente que deja
poco margen al juego de variables experienciales que parecen pre­
cisar solamente un poco las imágenes de agentes y agencias concer­
nidas, al menos si ellas no son perfectamente epónimas y ya
demasiado estereotipadas por ese hecho.
112. Robert, Ph., & Faugeron C., L ’im age d e la justice criminelle, rapport sur
la phase exploratoire quantitatwe, Paris, S.E.P.C., 1971, ronéo.
112bls Op. cit., nota 103, 2, 7.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 59

19. Si volvemos a la afirmación fundamental de Durkheim,


el delito no es otra cosa que lo que la sociedad define como tal.
Pero esto remite a la sociología de la desviación, cuyos principios
fueron establecidos por Becker, Lemert, Scheff, Erikson, Kitsuse,
Goffman, Basaglia. . . 113 Hay que hacer llevar la investigación sobre
el tipo de reacción social anticipada o suscitada por un acto. El
acento debe colocarse sobre el proceso de definición, sobre la reac­
ción de los grupos sociales concernidos. Esto es cierto no sólo por
el tipo de conducta sino también por su autor: el desviado es aquel
sobre el cual se colocó la etiqueta de desviado.
Estas observaciones conducen a colocar, como telón de fondo,
la sociología de la desviación, de la cual vamos a hablar rápida­
mente en un primer tiempo. Pero será imposible quedarnos allí y
deberemos consagrar desarrollos más específicos a las representa­
ciones del delito y del delincuente, aunque sólo sea por el motivo
de que puede haber criminalidad sin desviación resentida por un
grupo u otro o aun por un amplio consensus,114

Norma y desviación
20. Toda formación social requiere un consensus sobre las
finalidades y los medios apropiados, pero sólo hasta un cierto grado.
En efecto, existe un nivel tolerable de desviación que puede pro­
ducir efectos positivos. Antes de que D. Chapman, S. Shoham y yo
mostrásemos el papel del chivo expiatorio para reforzar la unidad
del grupo social,115 G. Simmel y E. De Greeff se habían encontrado,
a partir de enfoques muy diferentes, para señalar el papel unificador
de la desviación.116 Agreguemos aun que la desviación puede figurar
como válvula de seguridad, como señal de alarma, como medio de
escapar a una burocratización asfixiante y ritualista. . . En breve,

113. Op. cit., nota 97; Lemert, E., Social pathology, N .Y., Mac. Graw Hill, 1951;
Scheff, T. S., "The societal reaction to deviance”, Social problem s, 1964, X I,
401; Erickson, K. T., "Notes of the sociology of deviance”, Social problem s,
1962, IX , 308; Kituse, J . I., "Societal reaction to deviant behaviour, problems
theory and method", Social problem s, 1962, IX , 253, op. cit., nota 98; Basaglia,
F., Listituzion e negata, Torino, Einaudi, 1965; Basaglia, F., & Basaglia Ongaro,
F., La maggioranza deviante, Torino, Einaudi, 1971.
114. Op. cit., nota 101.
115. Op. cit., notas 46, 6 b ), 99.
1 1 6 . T h e sociology o f Georg Simmel, Glencoe, The Free Press, 1950; De Greeff, E.,
A ux sources d e l’humain, Paris, Plon, 1949.
(60 PHILIPPE ROBERT

desviación y desorganización social no son la misma cosa. Por otra


parte, la utilidad del crimen había sido mostrada en el plano econó­
mico por K. M arx117 y en el de reforzamiento de las normas por
E. Durkheim.118 En resumen, no hay organización social sin activi­
dad normativa, pero no por ello sin desviación y, por otra parte,
una cierta dosis de desviación no sienta mal. Si es así en el examen
del esquema simple de un microgrupo, cuanto más cierto será en
una sociedad compleja donde la multiplicación de los grupos de
referencia y de pertenencia implica la creación de una red de expec­
tativas de rol a menudo contradictoria, de manera que es muy difícil
no ser desviante por algún lado.11®
Pero no hay que descuidar las diferencias. Ciertos roles des­
viantes son indeseables pero admisibles. Se trata de desviaciones
objetivas como el hecho de ser jorobado. El desviante es entonces
considerado como infeliz pero no reprensible. Es diferente para otros
desviantes que se ven atribuir una intencionalidad que implica la
reprensión. Es que la desviación se define solamente en. relación a
la norma y existen por lo menos tres acepciones de ésta:
— como mediana o valor modal de la variable.
— como comportamiento más característico de un grupo social
(a nivel de las percepciones, opiniones y actitudes).
— como regla aceptada por los miembros de un grupo social.
De allí podemos deducir tres tipos de desviación:
— estar objetivamente en un estado desviante (por ejemplo,
ser ciego).
— adoptar un valor atípico.
— transgredir la norma.
Si ser desviante es ser lo que yo no soy, lo que de una manera
o de otra son los demás (maniqueísmo), al menos hay diferencias
no despreciables entre el desviante:

117. Marx, K., "Benéfices secondaires du crime”, in op. cit., nota 18.
118. Op. cit., nota 6 b ), pp. 65 y ss.
119. Para referir este análisis a una teoría de los roles, uno puede basarse parcial­
mente en Mead, G. H., Mind, self and society, Chicago, Univ. of Chicago
Press, 1934, conla trilogía de las funciones expresiva, sostenedora, protectora.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 61

— atípico, es decir, percibido como apartándose de la norma.


— atípico y desaprobado.
— atípico, desaprobado y considerado como punible.
Tomando en cuenta esas distinciones, vamos ahora a enfocar
sucesivamente tres niveles de representaciones que se encadenan en
la sucesión del tiempo. En primer lugar, hablaremos de la repre­
sentación de la norma cuya erección desencadena el proceso y que,
en materia de crimen, es la ley penal y sus sucedáneos. Luego habla­
remos de las representaciones de la criminalidad especificadas en
relación a las de la desviación en general. En fin, abordaremos las
representaciones del criminal que poseen una autonomía cierta con
respecto a las que se refieren a la criminalidad.

Las representaciones de la norma incriminalizante ( o incriminante)


21. Escogemos nombrar por ese sintagma toda norma insti­
tuida que implica erección de una incriminación penal.
A priori, es un nivel fundamental:
"Desde el momento en que la desviación depende tanto de la existencia
de una regla como de la supervención de un acto, puede ser engen­
drada o eliminada por el cambio a nivel de las reglas. Es por ello que
la explicación de la desviación debe apelar tanto a los orígenes y a los
cambios de las reglas como a los comportamientos que las reglas
prohíben” .120

De allí la importancia del estudio de la formación y de la


desaparición de las reglas, pero más aún de las representaciones
que uno puede hacerse. Abordaremos estos dos puntos separada­
mente.
22. En lo que respecta al primer punto, existen incertidum-
bres o contradicciones. P. Sorokin 121 afirma que en general el dere­
cho penal de una sociedad es muy consonante con los valores y
creencias dominantes en esa sociedad. H. Becker,122 por el contrario,
insiste en el carácter firme de las relaciones entre una norma incri-

120. Cohén, A. K., La déviance, Gembloux, Duculot, 1971, p. 50.


121. Op. cit., nota 58.
122. Op. cit., nota 97 a ).
62 PHILIPPE ro bert

minalizante y los valores a los cuales se hace referencia formal­


mente. Como se ha demostrado, esas dos posiciones son, de hecho,
más complementarias que contradictorias, puesto que una se refiere
a la orientación general de un código y la otra a ciertos textos
particulares. Sin embargo, sería erróneo descuidar el recensamiento
de los "empresarios morales” y de sus modos de acción. Se trata de
una clase de estudio que conocemos bien en politología y que con­
cierne a los grupos de presión. En efecto, la norma incriminalizante
es de un tipo bastante particular. Primeramente está formalmente
institucionalizada: no se trata de un regla informal. Por otra parte,
tiene, en principio, un valor apremiante muy general. Ciertamente,
existen normas incriminalizantes limitadas a un grupo profesional
o a una comuna. Sin embargo, su lugar es muy poco importante
con respecto a la ley y los reglamentos que la acompañan, cuya
pretensión es imponerse a todos los miembros de una sociedad
global.123 Y muy a menudo, las normas incriminalizantes de una pro­
fesión o de una comuna extraen su autoridad sólo del apoyo de la
ley. Por lo tanto, de todos los grupos en concurso y cuyas normas
a menudo son contradictorias, sólo aquellos que ocupan una posi­
ción dominante podrán hacer pasar sus sistemas de valores en fuerza
de ley e imponerlos a todos.124
23. Cuando dejamos los procesos de formación de la norma
incriminalizante para abordar las representaciones que de ellos
encontramos, llueven las puestas en guardia y las contradicciones.
La opinión pública, se dice, está a favor del statu quo , da prefe­
rencia a lo existente.125 Las actitudes reprobadoras no van a impo­
nerse al legislador y al juez de manera sistemática porque la ley
debe proteger a las minorías.126 Asimismo, se ha creído observar
que un cambio legislativo producía un desplazamiento de opinión
en favor de la nueva solución, lo cual no es más que un corolario
del axioma de Klineberg antes citado. Pero se observa igualmente
que una nueva ley tiene la desventaja, ante la más vieja, de ser mal
conocida.127 Todo esto viene del hecho de que a menudo nos situa­

123. Op. cit., nota 120.


124. Op. cit., nota 60.
125. Klineberg, O., La perception d e la déviance, conclusions préliminaires, Stras-
bourg, Conseil de l’Europe,1971, ronéo,DPC/CDIR, 71, 18.
126. Op. cit., nota 101.
127. Op. cit., nota 103.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 63

mos en un nivel de percepción cognitiva. En nuestra materia, sin


embargo, este nivel es pobre, estereotipado, sobrecargado por nive­
les de actitudes más fundamentalistas. La carga afectivo-normativa,
por el contrario, es rica, variada y muy instructiva. B. Kutchinsky128
ha resumido, en una notable síntesis, lo que se podía decir a partir
de los estudios sobre el conocimiento de la ley. Entre ésta y el com­
portamiento parece insertarse una variable intermedia latente que
podemos denominar aceptación de la norma. Conviene aun distin­
guir la consciencia vaga de la ley del conocimiento que uno tiene
de ella y que es generalmente limitado, sin que por esto el respeto
a la norma pase necesariamente por el conocimiento de la ley,
puesto que depende sobre todo de la aceptación. El elemento cogni-
tivo es generalmente limitado. Según los criterios, varía de manera
clásica (los hombres tienen mejor conocimiento que las mujeres, los
jóvenes que los viejos, las personas de alto nivel socioeconómico y
cultural que las otras, los citadinos que los rurales), pero muchas
de esas diferencias se atenúan y los criterios experienciales (haber
sido tratado como delincuente o como víctima) casi no co-varían
con un enriquecimiento notable del elemento cognitivo. De hecho,
tienen poca influencia sobre las actitudes y puede aun hasta supo­
nerse que la relación se establece en sentido inverso. Los resultados
de las investigaciones K.O.L. (Knowledge and opinión about law )
parecen acordes en mostrar que el encarnizarse en la exploración
de un nivel cognitivo casi no presenta ventajas.
Es preferible reintroducir la imagen de las normas incrimina-
lizantes en un enfoque de conjunto situado al nivel de las repre­
sentaciones, operacionalizado a nivel de la imagen con inferencia
de las estructuras de actitudes, tal como se ha dicho antes. En nues­
tras investigaciones sobre la imagen de la justicia criminal mostra­
mos un ejemplo de esto.129 Leyes e instituciones parecen referidos
tan pronto a uno como a otro de los dos polos de referencia, uno
esencial a la moral, otro existencial al orden. Si se trata de la moral,
esta relación es mediatizada por las costumbres, formas más o menos
cambiantes donde se deslizan los valores morales permanentes. Pero
leyes e instituciones no están necesariamente asociadas, uno puede
referirse a una o a otra, apareciendo la referencia a las leyes como

128. Op. cit., nota 103.


129. Op. cit., nota 111, N 5 54; add. op. cit., nota 112 a ).
64 PHlLIPPE ROBERT

un nivel de integración más elevado. La política puede aparecer


como el punto de paso de lo esencial (moral) a lo existencial
(orden). Pero leyes e instituciones, si están en la posición de pro­
ducto a productor respecto a lo político, no pasan necesariamente
por ese punto y pueden ser relacionadas directamente a la moral o
al orden. Así se esboza una tipología: referencia a lo esencial, a lo
existencial, a lo político. Podemos entonces colocar de nuevo la
imagen de las normas incriminalizantes, si ella aparece, en una
estructura de conjunto y luego relacionarla con las finalidades atri­
buidas al sistema de control de la criminalidad y al fundamento
que se le reconoce. Nos parece que un desvío de este género, que
sitúa nuevamente el estudio de las representaciones de la norma
incriminalizante en un enfoque englobante, es preferible a estudios
limitados a lo cognitivo y cuyo aporte sigue siendo escaso.
24. En resumen, a este primer nivel aparecen dos direcciones
de investigación. Una se refiere a la acción de los grupos de presión
en la génesis legislativa y reglamentaria en materia criminal; la otra
concierne a las representaciones de la norma incriminalizante, donde
el aspecto cognitivo importa poco y hay que reintegrarlo en el estu­
dio de conjunto de las representaciones de la función y del sistema
de justicia criminal.

Desviación y criminalidad
25. Después de haber enfocado rápidamente las direcciones
de investigación concernientes a ese soporte institucionalizado y
anticipador que es la norma incriminalizante, hay que detenerse un
poco más en el tema, más fecundo, es cierto, de las representaciones
de la criminalidad.
Si partimos nuevamente de lo que se dijo antes, a propósito de
la desviación, la mayoría de los autores están acordes en decir que
la criminalidad constituye una parte específica de la desviación.
Consideremos entonces con cuidado la pertenencia de este punto
de partida. Muchos hablan de un continuum entre desviación y
criminalidad.130 Generalmente, en el correcto sentido de una socio-

130. Op. cit., nota 120; Ribordy, F. X ., Reaction sociale á la déviance, Journées
internationales de sociologie du droit, Várese, 1971, ronéo; Szabo, D., et al.,
L a reaction sociale á la déviance, Montréal, Univ. de Montréal, 1969, ronéo;
op. cit., nota 101.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 65

logia de la desviación, ese cont'muum se instaura según la clase de


reacción social deseada. Así, S. C. Versele clasifica las desviaciones
según qué se les atribuya:
— una curiosidad indiferente
— molestia, incomodidad
— una reprobación
— intervenciones no penales
— una reacción penal de advertencia
— sanciones de retribución.
Lo mismo ocurre en una reciente comunicación de F. X .
Ribordy a un congreso de sociología del derecho. Y esas tentativas
son, en el fondo, especificaciones detalladas de la antes citada
gradación:
— desviación diferente de las normas
— desviación diferente de las normas y desaprobada
— desviación diferente de las normas y desaprobada y punible,
a esto, aproximadamente, le agregamos la exposición sobre un
continuum lineal cuya pertinencia habrá que discutir luego. Otros
autores desplazan un poco el proyector y establecen directamente
una escala de desviación que va del mal gusto al crimen pasando
por el vicio. Encuentran entonces la intuición de Durkheim,131 que
veía en el crimen una ofensa contra los estados fuertes y definidos
de la consciencia colectiva. En la gestión durkheimiana la desvia­
ción criminal era definida en primer lugar y la reacción social como
corolario: así, la pena aparece en su obra como una reacción pasio­
nal de intensidad graduada que se ejerce a través de los cuerpos
constituidos para mantener la cohesión social, de allí concluye que
los fines de intimidación y de corrección son, según él, secundarios
y poco eficaces. En fin, hay que prestar atención a la escala de
Cohén, para quien la distinción se opera a nivel de las estructuras
de control social que son latentes, luego manifiestas y, finalmente,
organizadas, según una división del trabajo social.
Todas estas construcciones llevan a tres series de reflexiones:
¿hay un continuum lineal donde clasificar todas las desviaciones,
constituyendo la criminalidad un extremo? ¿Hay una gradación de

131. Op. cit., nota 6 c ).


66 PHILIPPE ROBERT

gravedad entre las desviaciones en cuya cima figuraría la crimina­


lidad? ¿Cuál es el definidor adecuado y es necesario escogerlo por
referencia a la clase de medidas, a las características directas de cada
desviación, o a las de las diferentes agencias de control social?
26. Podemos postular la existencia de un continuum lineal132
donde clasificaríamos en el orden:
— no desviación
— desviación objetiva
— desviación por adopción de un comportamiento atípico
— ¿desviación criminal?
Aun si uno es sensible a la lógica de esta presentación,
hay objeciones a nivel dinámico o genético. Dicho de otro modo,
ese pretendido continuum no parece funcionar siempre en forma
de secuencia. Hay conductas que vemos pasar de la clase "no des­
viación” a la de "criminalidad” sin transitar por desviaciones sim­
ples y viceversa. Hay que preguntarse incluso si existe un continuum
lógico. ¿No habrá más bien soluciones de continuidad? Como vere­
mos luego, la binaridad maniqueica ocupa un gran lugar en la
imagen de la justicia criminal (es operacionalizada allí por la norma
"búsqueda de la verdad” imperante en el sistema social), la cual
aprobamos, de la cual tememos ser víctimas y ser así arrojados en
el grupo de los "otros”, o lo deploramos y lo criticamos, según los
tipos de actitudes. Encontramos también los hechos percibidos como
criminales y poco o no desviantes. Aquí debemos introducir una
distinción: quizás la conducta en cuestión no es percibida ni como
desviante ni como criminal por la mayoría de los grupos sociales,
aunque sea objetivamente incriminada. Tocamos entonces un límite
de la sociología de las representaciones. Hay que adjuntarles otras
informaciones complementarias concernientes, por una parte, a la
promoción de ideologías que les son favorables por poderosos
"empresarios morales” y, por otra parte, la medida de nocividad
social de ciertos actos (el enfoque económico es aquí un gran
auxilio, como lo vemos en materia de fraude fiscal). O bien la

132. Este pasaje toma mucho de: Robert, Ph., N ote N Q 2 sur la recherche: la
réaction sociale á la déviance, Paris, S.E.P.C., 1971, ronéo / communication
aux premiéres journées scientifiques franco-québécoxses de criminologie, Vau-
cresson, 1971.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 67

conducta es percibida como incriminada en general, pero despierta


poca desaprobación en la mayoría de los grupos sociales y es enton­
ces el postulado de continuidad lineal el que se cuestiona.
Podríamos acumular y refinar las objeciones, pero, para abre­
viar, preferimos el esquema propuesto en un congreso reciente por
Kutchinsky:

constatada

desaprobada

Desviación
constatada

■y Desviación
desaprobada

Criminalidad
68 p h il ip p e robert

Siempre es cuestión de fronteras, pero el postulado de base


es más elaborado, confiable y satisfactorio. Habiendo sido aclarado
este primer punto, podemos concentrarnos mejor en el estudio de
los umbrales de la criminalidad y su dinámica.
27. Hay una gravedad creciente entre las diversas clases de
desviaciones, marcando la criminalidad una cúspide, esto sin con­
siderar, por el momento, si tomamos un definidor directo (carac­
terísticas de cada clase de desviación) o un definidor indirecto
(pasando por la caracterización de tipos de medidas utilizadas o de
agencias discutidas).
Haremos dos críticas a este segundo postulado. Una es meto­
dológica: algunos de los modos de clasificación propuestos, espe­
cialmente los que se refieren a los principios psicofísicos, no pueden
ser empleados válidamente más que si existe una continuidad.
Ahora bien, hemos visto que la criminalidad se separaba de otras
desviaciones por un umbral cualitativo, una solución de continuidad.
Por lo tanto, tales métodos, probablemente fecundos en el interior
de un segmento limitado (la criminalidad, por ejemplo), 110 pueden
ser extendidos con razón a todo el campo de la desviación para
señalar umbrales más cualitativos que cuantitativos. La otra obser­
vación es sustancial: podemos muy bien encontrar una estructura
de actitudes en la cual una conducta considerada como criminal
(robo en una tienda, por ejemplo) es, sin embargo, tenida como
menos grave que otra percibida como desviación-enfermedad (uso
de drogas, por ejemplo).
De allí sigue que la medida de gravedad debe limitarse al
interior de un segmento como la criminalidad, y aun bajo el bene­
ficio de las observaciones que figurarán infra.
28. ¿Qué decir respecto al definidor? Durkheim mismo había
dado la pauta mediante una nota que figura al pie de página en
La división del trabajo social :

"Para simplificar la exposición suponemos que el individuo no perte­


nece más que a una sociedad. De hecho, formamos parte de muchos
grupos y hay en nosotros muchas consciencias colectivas. Pero esta
complicación no cambia nada a la relación que estamos estableciendo” .
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 69

.. . salvo, justamente, que operatoriamente no podemos escoger un


definidor directo de la criminalidad en razón de la pluralidad de
"consciencias colectivas” . . . por lo cual volvemos, por otra parte,
al famoso texto de Durkheim, tan cercano al artículo 1’ del Código
Penal, que hay que cuidarse de no confundirlo.
Para resolver el problema del umbral de la criminalidad habrá
que recurrir entonces a un definidor indirecto. Pensamos en la clase
de medida representada como adecuada para tal conducta, o más
raramente, a la clase de agencia. No se debe, con el fin de llegar
rápido a un instrumento simple, introducir de nuevo la noción de
gravedad lineal y mezclarla con la de adecuación de las medidas o
las agencias.
El problema del umbral de criminalidad debe entonces ser
dilucidado en términos de adecuación. Podemos hacerlo directa o
indirectamente. El primer procedimiento está muy bien representado
por un trabajo reciente de Kutchinsky.133 Un instrumento conte­
niendo ocho descripciones concretas de conductas sexuales (todas,
en efecto, incriminadas por la ley) fue administrado a una muestra
representativa de la población de Copenhague con la consigna de
decir si alguna de ellas debía o no, según la encuesta, ser conside­
rada como "delictuosa” Y ese término había sido escogido, después
de cierta práctica, como aquel que expresaba mejor la adecuación
de la intervención del sistema de justicia criminal a la conducta
descrita. En efecto, el autor constató una amplia discordancia entre
las incriminaciones y las respuestas observadas.
Pero tememos que este método directo se preste a la crítica
antes citada de Kutchinsky sobre la diferencia entre "actitudes”
expresadas y comportamientos. También sugerimos enfocar las repre­
sentaciones de adecuación entre tipos de sistema de control y tipos
de conducta, sobre todo por una combinación de la imagen de las
conductas con las finalidades atribuidas al sistema de justicia cri­
minal, por lo tanto, las expectativas de roles que le son atribuidas.
Más abajo daremos una apreciación. Baste recordar aquí que
ciertas investigaciones antes citadas sobre la victimización oculta
abordan ese punto implícitamente. Cuando se pregunta a la gente

133. Kutchinsky, B., Síudies o f pom ography and sex crimes in Denmark, Copenha-
gen, New social Science monographs, 1970.
70 PHILIPPE ROBERT

por qué ha preferido dejar en el campo de la cifra negra algún


perjuicio sufrido, en lugar de denunciarlo a la policía, avanzan
motivos (escasa importancia de la pérdida sufrida, supuesta inefi­
cacia del sistema de justicia criminal o molestias superiores a las
satisfacciones que puede dar el ejercicio de una acción.. .) que
empiezan a desdibujar en bajo relieve las expectativas de rol diri­
gidas a ese sistema y, por lo tanto, el problema de la reportabilidad
diferencial de tal o cual conducta criminal.
Aclarar el problema de la reportabilidad (es decir, de la ten­
dencia a llevar una infracción a conocimiento del sistema de justicia
criminal) podría entonces constituir una ganancia suplementaria de
este tipo de investigación. Sin embargo, veremos luego que la repor­
tabilidad depende sobre todo de las relaciones autor-víctima y que
está muy ligada al proceso de reenvío. Además, lo que entra en
juego es sobre todo la gravedad de las consecuencias del acto y esto
lo trataremos pronto.
Que se enfoque la adecuación directa o indirectamente, llega
siempre a la sugestión de F. Ferracuti y G. Newmann:

"L o que sugerimos no es que el público determine la gravedad de un


acto en el plano del tratamiento, sino más bien que defina el compor­
tamiento en función del tipo de control que estima necesario” .134

Pero, en una cierta medida, el umbral de criminalidad es fluc-


tuante. Por una parte, fluctúa necesariamente en el tiempo. Es el
problema de las tendencias a la criminalización de ciertas conductas
y a la decriminalización de otras. Klineberg ha destacado la nece­
sidad de despejar esas tendencias.135 Operatoriamente esto introduce
a dos maneras de proceder: bien a reotorgamientos frecuentes o
bien, a investigaciones suficientemente profundizadas para despejar
el grado de anclaje de cada tipo de actitudes. La primera manera
es costosa y hace correr el riesgo de sacrificar la calidad y la pro­
fundidad del trabajo. La otra es preferible, aunque no debe con­
ducir naturalmente a rechazar las réplicas ulteriores. Pero el umbral,
fluctúa igualmente según los tipos de actitudes. Esta observación
conduce, de nuevo, a no situarse a nivel de las opiniones expresadas

134. Op. cit., nota 110, 20.


135. Op. cit., nota 125.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 71

superficialmente sino a inferir, de las estructuras, las actitudes que


uno puede ordenar en tipología para un análisis diferencial. . . de
otra manera, los fenómenos de masa, a menudo debidos a una
promoción de ventas ideológicas de grupos de empresarios mo­
rales, oscurecerán la riqueza y la diversidad de las actitudes.
El consensus puede ser una hipótesis, no debe hacerse de él un
postulado. Finalmente, el umbral puede variar según el desviante
y no solamente según la desviación. Se trata especialmente del
estatus de aquél, de su inserción en grupos primarios, o al contrario,
de su visibilidad... Las investigaciones sobre la adecuación de una
agencia de control social y de una clase de conducta desviante (por
ejemplo, la criminalidad) sólo pueden dar indicaciones generales
y no fijar un umbral muy finamente determinado. Sin embargo,
no son superfluas. Pero hay que preguntarse entonces si debe estu­
diarse un campo de conductas tan vasto como sea posible o si es
mejor investigar sector por sector. Pensamos que esta segunda
manera de proceder tiene la ventaja de permitir una investigación
sobre la imagen global de una clase de conducta y aun de sus
autores. Proponemos por lo tanto, como orientación de investiga­
ción, a ese nivel, investigaciones sobre el umbral de criminalidad
por el enfoque global de imágenes de conductas-fronteras como el
consumo de drogas, la protesta en grupo 136 o las conductas sexuales.
29. Pero la noción de gravedad, impotente directamente para
indicar el umbral de criminalidad, debe ser reintegrada al interior de
ese único segmento como sector fecundo de investigación. Nuestros
trabajos sobre las representaciones sociales de la justicia criminal137
permiten resumir así la estructura de imagen del delito. La eva­
luación que se hace es resultado de dos factores: la intencionalidad
atribuida al autor y la gravedad reconocida a la conducta. Si los
dos son débiles o uno de los dos solamente, la imagen es de un
“pequeño delito”. De otro modo, es de un "gran delito”. La inten­
cionalidad es lo que clasifica al autor como "otro”, diferente, inca­
paz de identificación (mientras que la infracción a la cual no se
atribuye fuerte intencionalidad es el margen que el respondente

136. Normandeu, A.; Robert, Ph., et Sauvy, A., “Protestation en groupe, violence
et systéme de justice criminelle”, in Szabo, D. (E d .), h a crise d e l'administra-
tion de la justice dans les zones métropolitaines, Montréal, C.I.C.C., ronéo.
137. Op. cit., nota 112 a ).
72 PHlLIPPE ROBERT

se reserva, lo que él eventualmente puede cometer sin estar en


los "otros”) . Agreguemos, sin embargo, que este esquema corres­
ponde a tipos no extremos. Se encuentran también atípicos. Para
unos, toda infracción está automáticamente cargada de una inten­
cionalidad malsana de manera que todo delincuente es "otro” y
todo delito visto como importante (estos respondentes no perci­
ben la posibilidad de una identificación con un delincuente cual­
quiera, aunque sea benigno, de manera que pueden generalizar la
intencionalidad). Para otros, no hay nunca intencionalidad maligna
en el autor y el delito deriva de circunstancias exteriores al hombre e
incontrolables para él: entonces ningún delincuente es "otro” y la
categoría "delito” no tiene objeto (sólo el delito político está re­
vestido de una intencionalidad que, por otra parte, se alaba).
Dicho ésto, queda la posibilidad de investigar sobre el otro
componente, la gravedad de la conducta. Si es preciso describir las
conductas que se desea hacer juzgar de manera concreta, como lo
dice Kutchinsky en el trabajo antes citado, so pena de introducir
un serio bies que él pudo verificar sobre todo por las diferencias
de respuesta de las mujeres, continúa siendo posible, sin embargo,
limitar esta descripción a la conducta criminal sin introducir nada
que concierna al autor. Los respondentes captan tan bien esta con­
signa y hacen tan netamente la distinción entre los dos componentes,
gravedad e intencionalidad, si se les ofrece la oportunidad, que el
agregado de algunas notaciones diferenciales sobre los autores no
tiene repercusión sobre las respuestas, tal como lo han mostrado T.
Sellin y M. Wólfgang aprobados por G. N. G. Rose,138’ 139
Nos parece entonces muy interesante efectuar una investigación
únicamente sobre la ordenación de gravedad diferencial de las con­
ductas criminales. Kutchinsky ha recordado las diferentes tentativas
desde la comparación por pares hasta los métodos de gradación
por categoría o por orden de importancia. Por nuestra parte, damos
preferencia al sistema de índice de criminalidad elaborado por Se-

138. Sellin, T., & Wólfgang M. E., T he measurement o f delinquency, N. Y.


Wiley, 1964.
139- Rose, G. N. G., "Mérites d’un índex de criminalité sur le modéle congu par
Sellin et Wólfgang”, in L ’indice d e criminalité, nouvelles études; Strasbourg,
Conseil de l’Europe, 1970, 31.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 73

llin y Wolfgang, replicado por Akman y Normandeau,140 luego por


Christiansen y colaboradores.141 Sin embargo, nos parece que el
modelo inicial del otro lado del Atlántico debe sufrir serias mo­
dificaciones y, entre las proposiciones hechas de una parte y de
otra y aún fuera de ellas, hemos construido un modelo modificado
para responder mejor a nuestro propósito presente. Pero es impo­
sible detallarlo aquí, por falta de tiempo.142 El recurrir a métodos
psicofísicos nos parece legítimo en el campo de la criminalidad,
puesto que el umbral cualitativo "pequeño delito gran delito” es
informado por la componente "intencionalidad” y no por la com­
ponente "gravedad”. Con esta investigación esperamos saber si la
apreciación de gravedad diferencial de las conductas criminales
puede escalarse según un consensus satisfactorio para toda una
población nacional o si hay que observar los tipos de estructuras. En
ese caso, se podría preguntar si esta tipología coincide o no con la
que se ocupa de la intencionalidad.
He aquí entonces el segundo eje de investigación que podemos
examinar a propósito de las representaciones de la delincuencia.

La estigmatización del criminal


30. Razonando a nivel de la norma incriminante, se trabaja
sobre una anticipación eventual. El nivel de la criminalidad es aún
el de una potencialidad, puesto que lo que crea el criminal no es
que el crimen se realice sino que el autor sea etiquetado como
tal. Allí se sitúa, por otra parte, la crítica que R. Hood y R. Sparks 143
hacen a ciertas conclusiones extraídas de las encuestas de victimi­
zación oculta. No podemos decir que todos los autores de hechos
así revelados son criminales puesto que las posibilidades de sufrir
el adecuado etiquetaje por la agencia organizada a este fin, son muy
desiguales.
Llegamos ahora a un punto crucial de esta criminología de la
reacción social: ¿cómo se llega a ser delincuente? Dicho de otro mo­
do, ¿se pasa del contraviniente al criminal? A menudo nos contenta­
do. Akman, D. D. & Normandeau, A., "Towards the measurement of criminality
in Cañada”, Acta criminológica, 1968, I, 135.
141. Christiansen, K. O., et al., "Méthodes d’utilisation d’indicesde criminalité
établis selon le modéle congu par Sellin et Wolfgang”, op. cit., nota 139, 7.
142. Robert, Ph., L’index d e criminalité, Paris, S.E.P.C., ronéo, 1972.
143. Op. cit., nota 98, 79.
^74 PHILIPPE ROBERT

mos con decir: se llega a ser delincuente por la colocación de una


etiqueta que imponen los individuos o agencias especializadas. Pero
cuando el candidato a delincuente llega al sistema de justicia crimi­
nal, ha recorrido ya un largo camino. El sistema de justicia criminal
es autorregulador pero no self-starter.144 En la mayoría de los casos
no se autoaprovisiona. Si ciertas infracciones (crímenes sin víctima,
atentados a las reglas de circulación. . .) no son objeto de un envío
ante los tribunales sino dejadas a la diligencia de la policía, que
no puede contar más que consigo misma para conocer los autores,
el caso no es tan general como debe: analizando por diferentes
métodos el tiempo dedicado por las agencias policiales a tal o cual
actividad, percibimos que la búsqueda del crimen y del criminal,
por iniciativa propia, sin previo proceso de remisión ante un juez,
es extremadamente limitada.145
Por lo general, debemos entonces distinguir un proceso pri­
mario, la remisión ante un juez, y un proceso secundario, el eti­
quetaje.
31. Siguiendo a G. Newmann,116 podemos decir que la remi­
sión hacia el sistema de justicia criminal, o más ampliamente hacia
un control institucionalizado de la desviación, interviene cuando las
relaciones sociales con el candidato son juzgadas insoportables por
un grupo primario, cuando este grupo no se estima ya capaz de
regular por sí mismo sus interrelaciones.117 Debemos agregar otro
caso, recordando a Chapman,148 donde la impermeabilidad del gru­
po primario puede encontrarse hendida, traspasada y la visibilidad

144. Sobre este tema, confrontar: Grossman J. B., "A model for judicial poiicy
analysis: the suprem Court and the sit-in cases", in Grossman, J. B. and
Tanenhaus, J., (E d .)., Frontiers o f judicial research, N. Y . Wiley, 1969, 405
— y el análisis que doy en Année sociologique, vol. X X I. Igualmente: Robert,
Ph., "La recherche opérationnelle dans le systéme de justice criminelle”, in
Etudts relatives á la criminalité, vol. V III, Strasbourg, Conseil de l’Europe,
1971, 55, finalmente, op. cit., nota 111.
145. Por ejemplo, Etude pilote R.C.B. portant sur le budget d e program me du
commissariat d e sécurité publique d e Strasbourg, Paris, Ministére de l’Intérieur,
1971, ronéo.
146. Newman, G. R., D eviance and removal, Philadelphia, Univ. de Pennsylvania
Ph. D. Dissertation, 1971, ronéo Comp. Newman, G. R., "Normality and cri-
minality revisited”, British Journal o f criminology, 1970, vol. X . 64.
147. Como se dice en op. cit., nota 110, por incumplimiento de las reglas de adap­
tación, racionalidad, trabajo, sociabilidad y moderación.
148. Op. cit, nota 99.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 75

de la desviación puede sobrepasar ese marco. Y todos los grupos


sociales no tienen la misma capacidad de autorregulación interna
ni la misma impermeabilidad. Algunos, por su cultura y su modo
de vida, están más aptos para regular sus relaciones internas sin
recurrir a una agencia oficial; o dan a sus desviaciones una menor
visibilidad pública. Encontramos acá tres indicaciones provenientes
de investigaciones anteriores. Por una parte, todo lo que enseña la
victimización sobre la frecuente proximidad entre autor y víctima,149
por lo cual nos vemos devueltos a las características diferenciales
de los grupos primarios. Por otra parte, algunos de los motivos
evocados en las encuestas de victimización oculta para explicar la
ausencia de recursos a la policía (temor de contrapartidas desa­
gradables, voluntad de proteger al autor, sentimiento de inadecua­
ción del sistema de justicia criminal según las normas culturales
del respondente). Finalmente, el concepto de reportabilidad dife­
rencial de las infracciones, estudiado particularmente en la Universi­
dad de Pennsylvania:150 está ligado al sentimiento de adecuación
del sistema de justicia criminal (un homicidio tendrá una fuerte
consonancia de adecuación: será visible o será objeto de una remisión
al juez por parte de casi todos los grupos primarios: para otras
conductas será muy diferente). Esta idea de adecuación puede reti­
narse todavía: para la misma conducta puede dar resultados dife­
rentes de un grupo a otro. Uno se estima capaz de controlarla por­
que se integra bastante fácilmente en su cultura y casi no hay
visibilidad disonante; otro, considera que el control de esa conducta
compete al sistema de justicia criminal; otro, que estaría mejor tra­
tada por una agencia diferente, por ejemplo, un clínico.
En la medida en que el envío ante el juez juega un papel im­
portante en la iniciación del proceso de estigmatización como de­
lincuente, la construcción de tipologías de actitudes a propósito del
sentimiento de adecuación y de la gravedad de las conductas crimi­
nales puede suministrar preciosos elementos de información.

149. Entre las recientes obras de sociología, se verá, sobre todo: Fattah, E. A.,
"La victimologie, qu’est-elle et quel est son avenir? R.I.C.P.T. 1967, X X I, 2,
Fattah, E. A., La victime est-elle coupable?, Montréal, Presses de l'Université
de Montréal, 1971.
150. Sobre el concepto de reportabilidad, véase principalmente op. cit., nota 138 y
tef. cit.
76 PHILIPPE ROBERT

De todas maneras, cuando tal envío interviene, el proceso


puede resumirse así: el grupo primario se revela incapaz (y los gru­
pos favorecidos en el plano socioeconómico lo están también a este
nivel) de controlar una conducta de cuyo control se despoja como
consecuencia de una visibilidad muy grande. Se pone en movimiento
otro juego de relaciones sociales, otro set de actores sociales es en­
cargado de continuar las relaciones con el candidato a delincuente
cuyo rol va a sufrir una mutación.
El estudio de los procesos de remisión ai juez, mediante bate­
ría de investigación compleja y en términos diferenciales, constituye
entonces el primer punto, muy a menudo descuidado, de las inves­
tigaciones sobre la esigmatización del criminal.
32. Surge entonces un sistema secundario que es el etiquetaje
por el sistema de justicia criminal. Que haya habido envío previo
al juez o bien abastecimiento de iniciativa (las conductas que caen
únicamente bajo esta segunda oportunidad comportan, a menudo,
un débil riesgo de etiquetaje para su autor: así sucede con buena
parte de la delincuencia organizada), la acción del sistema será
compleja y se caracterizará por una selección en embudo. Antes
dimos la traducción estadística. Mas adelante volveremos sobre estos
puntos a propósito del análisis de la justicia criminal. Por el mo­
mento, señalemos solamente que existe toda una serie de umbrales
sucesivos donde aparecen funciones de autorregulación que permiten
mantener la carga del sistema en un nivel, evitando en lo posible los
desistimientos exagerados y los atascamientos insoportables. Dispo­
nemos de ciertos trabajos sobre el funcionamiento de cada estrato
de este embudo selectivo.151 En términos generales, es posible decir
que la decisión es la resultante de una anticipación de la capacidad
de absorción en aval y de ciertos criterios que dan importancia a la
representación de la gravedad atribuida a la conducta, de las po­
sibilidades de reiteración (estimación de la situación social) y del
comportamiento hacia la autoridad de control social. Sin que sea
posible insistir en este punto, vemos inmediatamente el interés que
hay en investigar sobre los sistemas de representaciones que cursan
entre los miembros del in-group. Por una parte, será posible compa­

151. Sobre los fenómenos de auto regulación, se verá para la policía, Skolnick,
J. H., Justice without trial, N. Y . Wiley, 1966. Para el Ministerio Público,
op. cit, nota 21, c ), d ), para las jurisdicciones, op. cit., nota 144 a ).
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 77

rarlos con los resultados obtenidos entre los miembros del out-group.
Por otra parte, en combinación con los enfoques sistémicos, se
podrá aclarar considerablemente el proceso de selección. Abogamos
en favor de un pareamiento de las investigaciones.152
33. Un último punto a examinar se refiere a las consecuencias
del paso a través del sistema. Podemos decir que varían según el gra­
do de compromiso (quien ha sido interpelado por la policía pero no
condenado, está menos comprometido en el sistema que quien ha
sido encarcelado, etc. aunque toda intervención comporta un
inicio de etiquetaje. También son diferentes, según ciertas investiga­
ciones, en proporción a la posición socioeconómica. Schwarz y Skol-
nick 153 han demostrado que la implicación de médicos, sean cuales
hayan sido las consecuencias, tenía poco efecto sobre su práctica
profesional porque su imagen era muy resistente. Por el contrario,
los candidatos a un puesto de peón se verán fuertemente discrimina­
dos por el solo contacto con el sistema de justicia criminal, aunque
luego fuesen reconocidos inocentes. Entonces, es interesante inves­
tigar sobre las representaciones diferenciales de personas que han
tenido relación con el sistema de justicia criminal. Sería necesario ver
más en detalle si las consecuencias varían únicamente en función de
la posición social del interesado o también según el grado de inter­
vención del sistema o según la importancia atribuida a su paso al
acto (tomando en cuenta la gravedad y la intencionalidad impu­
tadas).
Nuestras propias investigaciones sobre la imagen de la justicia
criminal llevan a decir que existe una variedad de finalidades. Si
tomamos de nuevo el esbozo de tipología que figura supra a propó­
sito de las conductas criminales, podemos hacer las distinciones si­
guientes:

— el tipo que generaliza la intencionalidad pondrá el acento
sobre la punición, el marcado social del delincuente, su aisla­
miento;
— el tipo que excluye toda intencionalidad no puede atribuir,
naturalmente, ninguna finalidad;

152. Como se ha hecho en la Universidad de Montréal.


153. Schwarz, R. D. & Skolnick, J . H., "Two studies of legal stigma” op. cit.,
nota 97, b ).
78 PHILIPPE ROBERT

— los tipos que establecen la distinción entre casos serios y


benignos por una combinación de la intencionalidad y de la
gravedad exigirán:
— una veces, una medida de reintegración social o una
advertencia, a menudo con obligación de reparar,
— otras veces, las mismas finalidades que el primer
tipo;
— otras, la intervención de instancias médicas si el caso
es percibido como grave, pero la intencionalidad como
enfermedad (el sujeto deberá entonces aceptar la
estigmatización de enfermo si quiere evitar la de
delincuente, y el médico será entonces el encargado
de las relaciones sociales).
Probablemente podremos encontrar una diversidad de finalida­
des en la gama de que dispone el sistema de justicia criminal y en
su ideología oficial. ¿Existirá una diferenciación semejante en la
imagen de quienes han más o menos pasado por ese sistema? ¿O no
subsiste más que una marca generalizada o aún un marcado diferen­
cial según criterios que no tienen relación con la conducta y la inten­
cionalidad imputadas? Actualmente es imposible dar respuestas a
todas esas cuestiones. Pero sería muy importante iniciar investiga­
ciones en ese dominio para hacer una especie de evaluación de la
política criminal.
Uno de los raros elementos de que disponemos hoy día es su­
ministrado por una encuesta de Peters:154 la imagen del delincuente
aparece como más negativa y más recargada de temor que la de
cualquier otro desviado. Si esta indicación fuese exacta, se compren­
dería la dificultad de una diferenciación eficaz de los resultados
de la justicia criminal en razón de la sobrecarga globalizante que
afecta la imagen del delincuente.
Otro elemento viene a complicar el problema de las consecuen­
cias a nivel del individuo mismo. Muchos teóricos del etiquetaje
social, en especial Shoham,155 recientemente, han sostenido que
la persona estigmatizada como criminal tenía buenas posibilidades

154. Peters, E. L., "Public school attitudes towards juvenile delinquants” Journal
o f research in crim e and delinquency, 1969, V I, 56.
155. Op. cit., nota 68 b ).
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 79

de interiorizar la imagen del chivo expiatorio (si no lo ha hecho


ya), de responder positivamente a la expectativa de función que le
es dirigida para así, por una parte, reducir su anomia en razón, por
otra parte, de la disminución de las oportunidades de que dispone.
Así se crearía un círculo vicioso por interiorización. Investigacio­
nes sobre la imagen de si contribuirían a dilucidar este punto.150
Función y sistema de justicia criminal
34. Hasta aquí hemos examinado un programa de investiga­
ción dedicado a la dilucidación de las representaciones de la norma
incriminante, de la criminalidad y del criminal. Nos hemos ocupado
en varias oportunidades del sistema de justicia criminal en razón
de la diversidad de posiciones que un individuo puede ocupar con
respecto a él o en razón del interés en investigar sobre sus propios
mecanismos y sobre las representaciones que tienen lugar en el seno
del in-group.
Estas simples indicaciones dispersas acá y allá hay que reinte­
grarlas ahora en un segundo programa de investigación, complemen­
tario del primero, dando por entendido, por otra parte, que entre
uno y otro existen espacios de recuperación.
En lo que sigue seremos muy breves, ya que la mayoría de los
puntos que van a figurar los hemos expuesto en otras ocasiones.
Nos parece que la comodidad de la exposición ordena rea-
grupar estos desarrollos en torno a dos temas:
— el análisis de los flujos y operaciones

—-las investigaciones sobre las representaciones del sistema
de justicia criminal.
El análisis sistemático de los flujos y operaciones
35. Toda esta gestión descansa sobre el concepto de sistema
de justicia criminal.157 Por una paradoja, son los politólogos quienes,

156. En Criminología, se verá, como trabajos sobre la imagen de sí: Bertrand.


M. A., "Self image and delinquency: a contribution to the study of female
criminality and woman’s image’', Acta criminológica, 1969, 2, 71. Alga, A. &
Nery, M., "L ’image de soi chez l ’adolescente délinquante, étude bibliographi-
que”, Annales d e Vaucresson, 1968, 6, 141.
157. Op. cit., nota 111. nota 1 4 4 b ). Ver también Sveri, K., "Aspects socio-
logiques et criminologiques de l’organisation de la répression pénale dans
un état modeme”, Etud.es relatives á la recherche crim inólogique, Vol. V,
Strasbourg, Conseil de l’Europe 1970, 61.
80 PHlLIPPE ROBERT

aplicando a la cosa judicial la gestión propia a su disciplina y si­


guiendo a C. H. Pritchett,158 han venido a acentuar la especificidad
de este sistema en la organización social. Pritchett decía del juez:
"juzga en un contexto social, pero juzga” y J. B. Grossman 153
consagrará varios trabajos a delimitar el problema. Tomaremos
algunos elementos de su enfoque. Un sistema puede ser definido
como una construcción hipotética contentiva de ciertos tipos de varia­
bles y de posiciones. Cada sistema tiene sus propiedades y sus carac­
terísticas que lo distinguen de los sistemas adyacentes. Un sistema
judicial también opera como un todo, como un conjunto de meca­
nismos. Asigna valores y recursos a grupos e individuos en com­
petencia. Pero lo hace según un proceso propio que lo distingue
de una vía administrativa o legislativa que opere una tarea similar.
Joel B. Grossman selecciona cuatro características propias:

—■actores especializados
— una antigua tradición de especialización a nivel de las
funciones
— un juego de rituales
— el concepto de stare decisis.
La especialización de los actores, real y evidente para el con­
junto del sistema en causa, no lo es, sin embargo, totalmente, puesto
que cada uno de ellos asume a menudo, al mismo tiempo, un rol
fuera de la justicia criminal en el plano administrativo (ejemplo:
policía, ministerio público) o de la justicia civil (ejemplo: tribu­
nales) . El concepto de stare dechis es más específico de una justicia
anglosajona que de una justicia continental; sin embargo, bajo
amplias diferencias aparentes, nos parece aplicarse con mayor o
menor relieve a toda justicia conocida y manifestar de manera
característica su modus operandi de elección.
Nuestro autor subraya igualmente la importancia que conviene
acordar al estudio de las fronteras del sistema, menos a un nivel
formal que en términos de funciones y de roles. Nuestras inves­
tigaciones, especialmente sobre el régimen de los jóvenes delincuen­

158. Pritchett, C. H., T h e Roosevelt Court, a study o f judicial polilics and valúes,
N .Y., Me. Millan, 1948. Pritchett, C. H., "The development of judicial
research’’, in op. cit., nota 144 a ).
159. Op. cit., nota 144 a ).
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 81

tes o predelincuentes,160 subrayan también la importancia de los


problemas de fronteras que es fecundo tratar en términos de 2onas
de recuperación, deslizamientos entre roles y/o entre funciones.
Finalmente, el sistema de justicia criminal no es self-starter y tiene
poca libertad de abastecimiento. A cada nivel se plantea entonces
un problema crucial de regulación. Por último, este tipo de sistema
no es tampoco productor de una verdadera política sino más bien
de out-puts que luego le escapan. Quizás podríamos agregar tam­
bién la regla del juicio binario enunciada por F. Ferracuti y G.
Newmann.161
La simple evocación de esta concepción sistémica de la justicia
criminal nos introduce en investigaciones posibles, particularmente
a nivel de las relaciones con los sistemas adyacentes, de las zonas
de recuperación, de la capacidad de adaptabilidad del sistema y de
sus actores (análisis organizacional), e tc .... A falta de poderlas
detallar, nos limitaremos a insistir sobre ciertos puntos.
36. El sistema de justicia criminal aparece entonces como
un embudo con una sucesión de órganos de selección que efectúan
una regulación y una repartición de los flujos. Este esquema puede
ser objeto de ciertas técnicas de análisis operacional.162
A nivel de las agencias policiales, podemos referirnos a los
trabajos financiados por la comisión Katzenbach 163 sobre los facto­
res del proceso de arresto y de elucidación, sobre las comunicaciones
en las operaciones policiales; a los de Bottoms y Nilsson sobre la
asignación de los recursos164 o a los de Greve105 y Skolnick160
sobre los factores de los procesos de selección. A nivel de los órga­
nos de persecución podemos citar dos investigaciones realizadas en

160. Robert, Ph., Traite d e droit des mineurs, Paris, Cujas, 1969.
161. Op. cit., nota 110.
162. Sobre la diferencia entre análisis operacional e investigación operacional y
sobre la oportunidad de reintegrar esos conceptos en una estructuración de
programas globalizantes, se verá op. cit., nota 144, b ).
163. Katzenbach, N. de B. et al., T h e challenge o f crime in a fr e e society (et les
volumes de rapport des task fo rces), Washington, U .S . Gov. Printing Office,
1967.
164. Bottoms, A. H., & Nilsson, E. K., "Operation research”, T he pólice chief,
1970, X X X V II, 5, 22.
165. Greve, V., Krim inalitet som normalitet, Copenhagen, Institute de criminologie,
1971, ronéo.
166. Op. cit., nota 151 a ).
82 PHILIPPE ROBERT

el Centro de Estudios Sociológicos, una por R. Boudon y Davidovitch


sobre los abandonos de persecución por el ministerio público,167 la
otra, de A. Davidovitch 168 sobre una tipología exploratoria de los
ministerios públicos por análisis de la repartición de los flujos de
negocios según las diferentes "salidas” a este estiaje.. . Estos tra­
bajos ameritarían ser fiabilizados y generalizados. A nivel de las
jurisdicciones hay que citar el estudio efectuado en Columbia sobre
los casos de jelony ,169 el de Kort, en 1957, sobre la predicción de
las decisiones de la Corte Suprema de los Estados Unidos en los
asuntos de right to counsel,170 los de Ulmer y Schubert sobre la
clasificación de los modelos predictivos 171 y hasta un trabajo de
Tanenhaus,172 sobre los certoriari ante la U.S.S.C. Debe concederse
una atención particular a las aplicaciones de la función discriminan­
te en análisis operacional judicial, sea por Ulmer, sea por Fischer,173
del álgebra de Boole por Kort,174 de un modelo psicométrico por
Schubert,175 por último, de un modelo por simulación que combina
probabilidades independientes y condicionales por Grunbaum.170
En lo que respecta al dominio penitenciario, Wolfgang y Smith 177
dan ejemplos, sea a nivel logístico, sea a nivel de la combinación
de los efectos de readaptación y de disuasión, sea, por fin, de la
determinación de tipologías de tratamiento y de sujeto. Nos acer­
camos mucho a la investigación evaluativa de la cual hablaremos

167. Op. cit., nota 21 c ).


168. Op. cit., nota 21 d ).
169. Op. cit., nota 163.
170. Kort, "Predicting Suprem Court decisions mathematically, a quantitative ana-
lysis of the «right to counsel cases»”, Amer. pol. se. tev. 157, 1, 12.
171. Ulmer, S. E., "Mathematical models for predicting judicial behavior”, in Bernd,
M athematical applications in political Science, Chariottesville, Univ. of Virginia
Press, 1967, 67; Schubert, Judicial behavior, Chicago, Rand Me. Nally, 1964.
172. Tanenhaus, et al., "The Suprem Court’s Certoriari jurisdiction: one theory”, in
op. cit., nota 171 b ).
173. Ulmer, S. S., "The discriminantfonction and a theoreticalcontení for its use
in estimating the votes ofjudges”, in op. cit., nota144 a ) ; Fischer, F. M.,
"The mathematical analysis of S. C. decisions: the use and abuse of quantita­
tive methods”. Amer. pol. se. rev. 1958, 52, 321.
174. Kort, F., "Simultaneous equation and boolean algebra in the analysis of judicial
decisions”, haw and contemporary problem s, 1963, 28, 143.
175. Schubert, G., "Prediction from a psychometric model”, in op. cit., nota 171 b ) .
176. Grunbaum, W . F., "Analytical and simulation models for explaining judicial
decisión making”, in op. cit., nota 144 a ), 307.
177. Wolfgang, M. E., & Smith, H. A., "Mathématiques et criminologie”, R.I.S.S.,
1966, X V III, 2.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 83

infra. En esta óptica podemos referirnos particularmente a la apli­


cación del método de los atributos dicotómicos por el grupo de
investigación penológica del Departamento de Criminología de
Montréal.178 Podemos igualmente considerar como muy fecundo un
análisis longitudinal a través de todo el sistema de los flujos y
caminos seguidos por el pensamiento. En las actas de las comisiones
de encuesta sobre la justicia criminal del otro lado del Atlántico
encontramos algunos lincamientos sobre e sto ...
En un trabajo reciente, al cual remitimos, hicimos una apre­
ciación de las ventajas e inconvenientes de esas investigaciones.179
37. Otra orientación, analizada igualmente en el trabajo antes
citado, es representada por el enfoque económico del problema
criminal.
Se encuentran trabajos que prosiguen ciertas metodologías inau­
guradas en las gestiones PPBS o RCB. Este enfoque permite deter­
minar los presupuestos-tiempo por análisis de las tareas organizadas
en programas, subprogramas y elementos de programa. Se llega
así a cifrar cada componente del funcionamiento de una agencia.
Ciertas investigaciones suponen la noción de sistema de conjunto,
como es el caso para nuestra segunda investigación sobre el costo
del crimen.180 Pero la mayoría mira solamente una agencia, con gran
frecuencia la policía.181 Otros trabajos se han ocupado de una clase
particular de conducta.182
Se encuentran también trabajos cuyo propósito es cifrar la carga
económica total de la criminalidad; en este caso, la dificultad radica

178. Cíale, J .; Landreville, P., et al., Recherche pénitentiaire, rapports annuels,


Montréal, Univ. de Montréal, Dep. de Criminologie, ronéo.
179. Op. cit., nota 144 b ).
180. Husson, F., & Laffargue, B., N ote sur la phase N° 2 d e recherche cout du
crime, Paris, S.E.P.C., 1971, ronéo. (Comunication aux premiéres journées
scientifiques franco-québécoises en criminologie, Vaucresson, 1971).
181. Tenzer, A. J., et al., Applying the concepts o f program budgeting to the N ew
Y ork City Pólice Department, Rand Corp., 1969, multig.; Fasciaux, R., R echer­
che sur les budgets tem ps des patrouilles d e p ólice dans la ville d e Montréal,
Montréal, C.I.C.C., 1970, ronéo, op. cit., nota 146.
182. Op. cit., nota 163, vol. Drunkeness\ Bombet, J. P., A lcoolism e et cout du
crime, Paris, S.E.P.C., 1970, ronéo. (Rapport au HautComité d’étude et
d’information sur l’alcoolisme); Gemme, R., Aspects économ iques d e la pros-
titution á Montréal, Montréal, C.I.C.C., 1970, róneo; Rizkalla, S., Les impii-
cations économ iques du phénom éne d e la drogue, Montréal, C.I.C.C., 1970.
(Rapport á la commision L e D aín).
84 PHILIPPE ROBERT

en precisar bien los conceptos según los agentes económicos toma­


dos en cuenta (estado, víctimas, sociedad, ganancia producida por
el delito).183
Nos parece que los dos modos de enfoque tienen su utilidad.
En revancha, tenemos reservas ante las tentativas totalmente “econo­
mizantes” que pretenden reducir todo el fenómeno criminal a un
razonamiento económico. La especificidad del sistema criminal no
puede más que encontrarse ahogada o limitada en una invasión
monodisciplinaria a la vez ambiciosa y muy poco operatoria en sus
conceptos.184
38. Deseamos hacer hincapié en la investigación preventiva.
Se trata de una gestión poco explorada aún, puesto que sólo ha dado
lugar a trabajos en Escandinavia, Reino Unido y Francia 185 y está
llena de áleas, de incertidumbres, pero también de interés. Si se
habla de previsión de la delincuencia, se trata, por supuesto, de
delincuencia registrada por una u otra de las agencias del sistema
de justicia criminal. Permanecemos entonces, en esto, en el seno del
análisis del sistema de justicia criminal.
Podemos clasificar esos trabajos, según la duración a prever,
en: extrapolación a corto plazo, perspectiva a mediano plazo y
prospectiva a largo plazo. También es posible distinguir los méto­
dos según la clase de elasticidad (temporal, social o espacial) a la
cual se recurre.
Habida cuenta de los mediocres resultados obtenidos por los
trabajos basados en una muestra de tiempo, finalizamos ahora una
investigación basada en la observación de una población de unidades
geográficas según una hipótesis estructural sobre las relaciones entre
perfiles de desarrollo demosocioeconómicos, de un lado y de delin­

183. Op. cit., nota 91 y ref. cit.


184. Becker, G. S., "Crime and punishment, an economic approach’’, Journ al o f
political economy, 1968, march; Roy, R. H., "An outiine for research in peno-
logy”, Operalion research, 1964, 12, 1; Blumstein, A., et al., A rational pro-
gram o f research developm ent test and evaluation on lau> enforcem ent and
criminal justice (R .T .D .E ), Arlington, Institute of defense analysis; y las
discusiones que figuran en op. cit., notas 144 b) y 106 b ).
185. Picea, G., et Robert, Ph., "Note sur une recherche prévisionnelle de l’évolution
de la criminalité", R. F. Socio, 1970, X I, 390 y ref. cit.; Toiser, J., N ote sur
la recherche prévisionnelle, Paris, S.E.P.C., 1971, ronéo. (Communication aux
premiéres joumées scientifiques franco-québécoises en criminologie, Vaucresson,
1971).
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 85

cuencia, del otro. Otros trabajos tendrán como objeto, luego, some­
ter a prueba ciertos métodos diferentes ( ratios, processus stokhasti-
kos [aleatorios]), derivar previsiones de estiaje de un sistema a
otro (modelo, entradas-salidas, problema de relleno con huida, for-
malización de los procesos de elementales), con vistas a intentar
la "apertura” del modelo y su enriquecimiento por la integración
de "variables de calidad”.
39. Para terminar, parecería lógico colocar aquí la investi­
gación evaluativa, cuyo objetivo es calibrar los resultados de tal o
cual modo de ejecución de las decisiones judiciales. No entra en
nuestro propósito el elaborar un cuadro, aun cursivo, de un sector
que llenaría bibliotecas enteras. Simplemente remitimos a algunos
trabajos principales o a lo que hemos dicho recientemente.186 Esta
parte ingrata pero muy importante de la investigación criminológica
es prácticamente inexistente en Francia: se encuentran algunos tra­
bajos en curso en el sector de la criminología juvenil,187 pero casi
nada válido en penología corriente.
La investigación evaluativa parece interesante únicamente si se
inserta en un enfoque global en términos de criminología de reac­
ción social. Practicarla aisladamente, sin el telón de fondo de los
trabajos citados, sería demasiado vano, incluso capaz de inducir
a error.
Una primera consecuencia figura a nivel de los datos: su selec­
ción implica, además de las dificultades analizadas clásicamente:

—■escoger una definición homogénea del umbral de delincuen­


cia que adoptamos (no se puede, por ejemplo, tomar tan pronto el
nivel del paso al acto, tan pronto el de la reacción social y sólo
éste tiene un sentido);
— tomar en cuenta los anteriores procesos de selección por los
cuales pasa el flujo para venir a alimentar la agencia cuyos resul­
tados se desea evaluar;

186. Cf. Hood, R., "La recherche évaluative de l'efficacité des sanctions et traite-
ments”, Etudes relatives á la recherche crim inologique, vol. 1, Strasbourg,
Conseil de l'Europe, 1967; op. cit., nota 88; Robert, Ph., Recherche crimino-
logiqu e et inadaptation juvénile, París, S.E;P.C., 1971, ronéo. (Rapport au
12’ Congrés franjáis de criminologie, Biarritz, 1971), y ref. cit.
187. Cf. ref. cit., in op. cit., nota 186 c ) .
86 PHILIPPE ROBERT

— no dejarse engañar por las polisemias semánticas que reinan


en el vocabulario de un personal de formación muy variable.

Una segunda consecuencia, la más importante, se refiere a la


dilucidación de las finalidades reales perseguidas por la agencia
cuyos resultados se desea evaluar. No tendría sentido proceder a
una evaluación según un criterio que no corresponda a las finali­
dades reales. Si una prisión, por ejemplo, tiene como única finalidad
real el aislar los detenidos, el criterio de investigación evaluativa
debía estar representado por las evasiones y no por la reincidencia.
Este ejemplo simple podría complicarse al extremo. Con gran fre­
cuencia se postula una finalidad de disuasión específica cuyo criterio
es la no reincidencia (reprimida de manera más o menos estricta).
Algunas veces se postula la reinserción social y el criterio es enton­
ces diferente. Algunos hasta postulan el cambio de personalidad,
lo cual conduce a construir otro tipo de criterio. Si se renuncia a
postular para saber cuáles son las finalidades perseguidas, habría
que distinguir las que se han anunciado de las que están latentes
y poder medir el peso real de cada una. Es este un prerrequisito
fundamental sin el cual la investigación evaluativa más sofisticada
tiene efectos nulos.
Particularmente, conviene poner en guardia contra las gestio­
nes circulares donde la fuerte unión entre un predictor profeta y
un resultado observado viene a ser simplemente una profecía que
apresura ella misma su propia realización.188 Podemos desembocar
en situaciones complejas en las cuales se acumulan finalidades de
pesos diferentes: ciertas fórmulas de análisis operacional serán
entonces bienvenidas. Consecuencias de esta observación se encuen­
tran aun en la toma en cuenta del "tratamiento”. Si es muy homo­
géneo, es posible operar una evaluación a posteriori de los resul­
tados. Pero si es heterogéneo y sus finalidades parecen confusas,
sólo una observación participante, ayudada eventualmente por una
investigación sociométrica permitirá desembocar en una evalua­
ción . . . que, por otra parte, no puede ser sino experimental. Una
de las clases de investigación evaluativa experimental podría ser,
reanudando una sugestión anterior, investigaciones sobre la imagen
188. Selosse, J., et al., L e role d e l’école dans la prévention d e la delinquance
juvénile, Strasbourg, Conseil de l'Europe, 1969, ronéo; Favard-Drillaud, A. M.,
Rapport en cours d e recherche, Toulouse, C.E.M.O., 1970, ronéo.
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 87

y la imagen de sí mismo de personas que han tenido problemas con


el sistema de justicia criminal, antes y después de esa experiencia.

Las representaciones sociales de la justicia criminal


40. Adjuntando, a las investigaciones que acabamos de pro­
poner rápidamente, las investigaciones sobre las representaciones
sociales de la justicia criminal, juntamos los extremos de los dos
programas de investigación de una sociología de la reacción social
por una playa común situada en la sociología de las representaciones.
Por no haber recurrido a ese nuevo conjunto de investigación
y hacerlo a un nivel satisfactorio, todo el edificio se disgrega en
enfoques parcelarios de interés frecuentemente mediocre o de con­
clusiones engañosas. Hemos subrayado esto anteriormente, propo­
niendo una nueva concepción en la investigación operacional en el
sistema de justicia criminal.189 Aquí alcanzamos la piedra angular
que sostiene todo el edificio.
Sin embargo, diremos muy poco de ello en estas páginas, puesto
que en otras partes lo hemos expresado ampliamente.190
41. La axiomática fundamental y sus principales conceptos
han sido expuestos antes. Deseamos situarnos, no en el plano de
los fenómenos superficiales de opinión expresada, sino en el de las
representaciones. Hay que escoger entonces, como nivel operacional,
la imagen, agregándole un nivel intermediario de inferencia de las
tipologías de estructura, las actitudes.
A ese precio, los trabajos que tengan relación con las imá­
genes de la justicia criminal son poco numerosos y los que existen
tienen una tonalidad de sociología jurídica bastante general o, más
liberalmente, se limitan con frecuencia a reunir manifestaciones de
opinión, favoreciendo al extremo los fenómenos cognitivos y de
experiencia que, para nuestro propósito, tienen menos peso que el
aspecto afectivo-normativo.
A pesar de todo, hay elementos muy interesantes que yacen
dispersos en un grupo de investigación financiado por la Comisión
Prevost, en el Departamento de Criminología de la Universidad de
Montreal, o en los trabajos belgas, italianos y escandinavos, coor­
189. Op. cit., nota 144 b ).
190. Op. cit., notas 111, 112, 114 b ).
88 PHILIPPE ROBERT

dinados a menudo por el grupo K.O.L. (cuya orientación principal


cubre, más que las investigaciones que ahora nos ocupan, las expues­
tas en 3 ) .191
42. Hemos intentado realizar una batería de investigación
que responda al campo que deseamos ver cubrir a propósito de las
representaciones de la justicia criminal.
Esas investigaciones se sitúan en dos niveles:
— Nivel A: función social de justicia criminal - nivel ope­
ratorio 1 inferido.
— Nivel B: sistema social de justicia criminal - nivel de defi­
nición - nivel operatorio 2 inmediato.
Las imágenes de agentes y de agencias no están destinadas a
ser analizadas en sí, sino como indicadores parciales o como espe­
cificaciones de imágenes de función y de sistema.
Se han planteado dos reglas metodológicas fundamentales:
— la necesidad de gestiones exploratorias, tanto cualitativas
como cuantitativas, con la finalidad de verificar la pertinencia del
trabajo teórico preliminar, asegurarse de la exhaustividad del re­
cubrimiento del campo, completar o traducir los conceptos seleccio­
nados, elaborar hipótesis de trabajo, perfeccionar instrumentos es­
pecíficos.
— la oportunidad de reunir todas esas investigaciones en una
secuencia encadenada alternando fases cuantitativas y cualitativas
como lo aconseja Kutchinsky y permitiendo operar un perfeccio­
namiento de los instrumentos y una recentración de las hipótesis
para cada fase a partir de los resultados de la fase precedente.
De esto deriva una batería de investigación en seis fases en
secuencia:
— preparación teórica (bibliográfica, axiomática, problemática,
de metodología general),
— exploración cualitativa en 43 entrevistas no directivas en
profundidad,
191. Estos trabajos son citados y analizados en op. cit., nota 111, y parcialmente
en op. cit., nota 144 b ) .
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 89

— exploración precuantitativa por administración de un cues­


tionario a una población experimental diversificada de 200 sujetos.
— cuantificación extensiva por administración de un cuestio­
nario a una muestra representativa extensiva de 1.800 sujetos,
— análisis del contenido de prensa sobre una población de
27 periódicos seguidos durante un año,
— fase extensiva cualitativa por administración de entrevistas
de recentración.
43. No queremos dar resultados, ni siquiera hipotéticos, sino
solamente mostrar las ventajas de cada fase y por lo tanto, el orden
de progresión.
La primera exploración ha permitido desmontar las estructuras
de actitudes a diferentes niveles, más allá de las homologías enga­
ñosas y parciales, a menudo fuentes de ambigüedades.
La segunda exploración ha autorizado la emergencia hipotética
de una variable dependiente construida bajo la forma de tipología
de actitudes, la cual descansa sobre dos niveles que informan la
representación del objeto de estudio trascendiéndolo, y otros dos que
le son específicos y permiten diferenciar la tipología de actitudes
más allá de apartar los tipos extremos.
La cuantificación extensiva tiene por objeto fiabilizar esta cons­
trucción de la variable dependiente y explorar sus modos de rela­
ción con criterios surgidos o latentes.
La quinta fase aspira a una exploración de las imágenes de
la justicia criminal a través de uno de los medios de comunicación
de masas, para sobrepasar una simple yuxtaposición de los resultados
y llegar a una verdadera comparación cuyos medios técnicos han
sido bien empleados en la fase precedente.
Finalmente, la última fase tomará de nuevo el objeto de la
primera para verificarla y ampliar sus resultados sobre las zonas
de sombra delimitadas al terminar la cuantificación extensiva.
44. Sería muy útil, y probablemente indispensable, proceder
enseguida a una campaña de investigación complementaria cuyo pro­
pósito sería una réplica de las vías y operaciones que se acaban de
exponer sobre poblaciones pertenecientes al sistema de justicia cri­
90 PHlLIPPE ROBERT

minal. Evidentemente, la ganancia con que se cuenta se alcanzaría


solamente si se observase el mayor paralelismo, mutatis mutandi,
entre esas dos campañas.

Declaración de etapa
45. Ante los inconvenientes de permanecer solamente en una
criminología del paso al acto, proponemos explorar igualmente otra
vía, la de una criminología de la reacción social. La apertura de
esta alternativa puede ser particularmente fecunda para los soció­
logos que trabajan en ese dominio.
Apertura es mucho decir, porque existen ya cantidades impor­
tantes de trabajos a los que nos hemos referido. Pero la organización
de esta gestión según los programas globales y sistemáticos daría
mejor peso a esta segunda criminología.
En resumen, sugerimos la organización siguiente:
1. Estudio del papel de los empresarios morales en la génesis
de la norma incriminante y de sus representaciones.
Examen de las representaciones del umbral de criminalidad y
de su dinámica, según los conceptos de adecuación de las clases de
reacción social, y de gravedad diferencial percibida en el interior del
campo de la criminalidad.
Investigación sobre los procesos diferenciales de remisión al
juez según los grupos de pertenencia y sobre la visibilidad, estudio
de los mecanismos de selección en embudo y de etiquetaje progresi­
vo; examen diferencial de las consecuencias (imagen e imagen de
sí del individuo que ha tenido problemas con el sistema de control
de delincuencia).
2. Estudio sistémico de los flujos y operaciones, particular­
mente a través del análisis operacional, el costo del crimen, la in­
vestigación preventiva, una investigación evaluativa reconstruida
después de dilucidación de las finalidades perseguidas.
Investigaciones sobre las representaciones de la justicia crimi­
nal, a la vez en el in-group y en el out-group.
46. Actualmente, la situación nos parece favorable para avan­
zar rápidamente. Lo que sabemos por la criminología de paso al acto
LA SOCIOLOGIA Y LA CRIMINOLOGIA 91

a nivel de los conocimientos y de la investigación fundamental, es


finalmente bastante limitado y fragmentario, se choca entonces
con objeciones que el sociólogo no puede descuidar por más tiem­
po. Nuestro propósito no es reemplazar una exclusiva por otra,
un imperialismo por otro. En absoluto deseamos la desaparición
de una criminología del paso al acto sino solamente una diversidad
de buena calidad donde la criminología de la reacción social podrá
también desarrollarse.
Y si nos volvemos hacia la política criminal asistimos a una
carrera de relevo basada solamente en conductas repetitivas y con
frecuencia ambiguas. La multiplicación, a veces compulsiva, de los
cambios de detalle, no impide que se desarrolle la idea de una crisis
global a propósito de los problemas de criminalidad y de justicia
criminal. A su vez, esta dramatización conduce a gestiones precipi­
tadas pero que con frecuencia parecen poco eficaces.
Puede uno entonces preguntarse si no ha llegado el momento
de modificar un poco la orientación en lugar de obstinarse en la
misma vía.
Juristas extranjeros, como Cornil o Hulsman,192 . . . subrayan
los inconvenientes de obstinarse en un callejón sin salida y la
oportunidad de modificar la política criminal adoptando un "perfil
bajo” que traduce muy bien el principio hulsmaniano de doble
subsidiaridad de la justicia criminal. Criminólogos de orientaciones
tan diversas como Cohén, Sveri y Pinatel se les unen parcialmente.103
Pero otros subrayan el peligro de una política criminal que se re­
duciría a una discriminalización a ciegas (el recurso a otros tipos
de control social puede a veces ser perjudicial a las libertades o pue­
de producir reacciones regresivas). La realización de trabajos cri­
minológicos en una nueva vía sería un soporte de investigación
bienvenido, más aún, puesto que hay consonancia entre una cri­
minología de la reacción social y una crisis de la función y del
sistema de reacción social.

192. Cornil, P., "Aspects administratifs, judiciaires et légaux de l’organisation type


de la répression pénale dans un état moderne”, in Etudes relatives a la cri­
minalité, vol. V, Strasbourg, Conseil Europe, 1970, 37, op. cit., nota 101.
Hulsman, L. H. C., "Le choix de la sanction pénale”, R.S.C., 1970, X X V ,
3, 497.
193. Op. cit., notas 120, 157 c ). Pinatel, L a societé criminogéne, Paris, Calmann-
Lévy, 1971, 242 s.

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