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Guión de nuestra obra teatral "Aves sin nido"

AVES SIN NIDO.


Era una mañana sin nube, en que la naturaleza, sonriendo de
felicidad, alzaba el himno de adoración al autor de su belleza. En
aquella. mañana cruzaba la plaza una pareja de indios arreando su
yunte de bueyes. La mujer se dirigió a una casita blanca cubierta de
tejados, en cuya puerta se encontraba Lucía, la esposa de don
Fernando Marín, matrimonio que había ido a establecerse
temporalmente en el campo. La recién llegada habló sin preámbulos.

Marcela: En nombre de la Virgen, tenga piedad de mi y de mi marido


Juan Yupanqui. Hoy visita el reparto y nosotros no tenemos plata.
Lucía (con rostro comprensivo): Hablemos con calma. No se
precipite. Dígame su nombre.
Marcela (enjugándose las lágrimas): Soy Marcela, mujer de Juan
Yupanqui. Pobre y desamparada.
Lucía (con voz firme): No te exaltes más, querida Marcela. Nosotros
te ayudaremos.

Dicho esto, en cuanto Marcela se retira, Lucía aguarda la llegada de


su esposo, y habla con él.
Ya en el comedor...
Lucía (con voz temerosa): Amado mío, tenemos que ayudar a
Marcela; una mujer que vino a verme hoy y me ha pedido socorro. Su
familia está viviendo un verdadero suplicio por culpa de los notables.
Fernando (con rostro pensativo): Qué dices mujer. Es una
aberración. Esa familia contará con nuestro apoyo.
Al día siguiente, don Fernando se dirigió a la oficina de los notables
para hablar con ellos.
Al entrar, los encuentra charlando.
Fernando (con tono de voz pasivo): Buenos días, compañeros.
Disculpen la improvisada visita. He venido a pedirles un favor. Dejen
pasar la cuenta de don Juan Yupanqui. Sean misericordiosos. La vida
es injusta con esa familia.
Sebastián (notable) (con profunda molestia): Mi querido Fernando,
usted no puede ir en contra de nuestras costumbre. Le sugiero que
deje al indio resolver sus problemas.
Fernando (con evidente ira): ¡Ni hablar! Ustedes no se merecen ni el
perdón de Dios.Los ayudaré hasta el final de mis días.
Saliendo de la oficina, dejó a los notables tristemente ofendidos.
Sebastián (con una maliciosa sonrisa): ¡Son lo peor que puede
tener la raza humana! Preparemos un atentado que les quite las ganas
de seguir defendiendo a esos indios.
Y así fue. Pasaron dos días, y en la casa blanca se dio el último
suspiro de dos personas (Juan y Marcela Yupanqui.
Lucía (en el lecho de agonía de Marcela con lágrimas en los
ojos): Marcela, no desesperes, yo cuidaré muy bien de tus pequeñas.
Marcela (con pesar, dando sus últimas palabras): Gracias señorita,
Dios la bendiga eternamente.
Cerrando los ojos, Marcela acababa de volar a las serenas regiones
de la paz perdurable.
Lucía (dirigiéndose a las niñas) : Yo cuidaré de ustedes. Nada malo
les ocurrirá si confían en nosotros.
Pasó un tiempo y Manuel, hijo de Sebastián, visitó la casa de la familia
Marín.
Manuel (dirigiéndose a Lucía): Estas niñas no están solas, yo seré
como un hermano para ellas.
Lucía (con voz pesarosa): Todos estaremos con ellas.
Días después, Manuel descubrió que quería a Margarita con algo más
que una hermana
Manuel (con nerviosismo evidente): !Oh, Margarita! Me complace
verte a diario. He descubierto que te quiero mucho más de lo que te
imaginas. Quisiera ser tu esposo.
Margarita (un tanto asustada): ¿Esposo? Sí Manuel, desde ese día
te veo en mis alegrías y en mis tristezas.
Manuel (acercándose a ella): Me alegra ser correspondido.
Pasados unos años, se encontraron frente al padre, en una iglesia...
Mariano (pastor de la ciudad): Margarita Yupanqui, ¿acepta a
Manuel Pancorbo como su legítimo esposo?
Margarita (con una sonrisa enorme): Sí, acepto.
Mariano (pastor de la ciudad): Manuel Pancorbo, ¿acepta a
Margarita Yupanqui como su esposa?
Manuel (tiritando se alegría): Sí, acepto.
Mariano (pastor de la ciudad): Sin nada más que decir, los declaro
marido y mujer.
Aplausos de los invitados y los esposo fundiéndose en abrazos.

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