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EL MOZOTE

Ópera. Versión en dos actos

Libreto: Claudia Hérodier


Música: Luis Díaz Hérodier
Asesor dramaturgia: Baltazar López

RUFINA, campesina: soprano


DOMINGO, esposo de Rufina, campesino: tenor
GABRIEL, capataz: barítono
SEBASTIÁN, hermano de Rufina: tenor
ROSITA, novia de Gabriel: mezzo soprano
MARCOS, dueño de una finca: barítono-bajo
MONTENEGRO, oficial del ejército: bajo
RAMOS, oficial del ejército: tenor
SALAZAR, oficial del ejército, barítono
CAMPESINA, soprano
CAMPESINO, barítono
NARRADORA

MUJERES, HOMBRES Y NIÑOS DEL CAMPO.


SOLDADOS

Narradora:
Yo viví ahí. Yo estuve.
Era sólo una niña
y lo recuerdo.
Ah, qué fragancia de pino en los cabellos
y qué delicia el ondular de caña
en nuestras venas
cuando asaltábamos de pronto la panela!
Todos los Márquez, los Chicas, los Argueta
y hasta los Díaz y los Claros
salíamos corriendo,
saboreándola,
por aquellas tardes como hilos de piscuchas (cometas)
que dejábamos volar donde quisieran...
Y luego por las noches,
Leoncio Díaz esperaba
con cien años en un diente
que todos lo cercáramos
y así daba inicio a sus historias:
"Hace ya, muucho tiempo,
cuando yo era niño como ustedes
(aquí soltábamos la risa

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y su mujer la niña Leoncia se enojaba),
venía la Carreta Chillona
descargando sus pavores….
Viejas maderas carcomidas,
conducidas por nadie,
que jalaban la noche con sus dientes
y se oían los minutos
como presos que arrastraban despacio
las cadenas…

A lo lejos, siempre que ella venía,


zumbaba el viento….
y chocaban entre sí
las hojas desprendidas de los árboles…
¡Cada vez más fuerte mientras más se acercaba!
Y era tal el susto, que, al escucharla venir,
volaban despavoridos los pájaros
y corrían a más no poder los tacuacines,
las lagartijas y hasta los alacranes.
¡Ni las culebras se les plantaban delante!
─ya no digamos los de los pueblos─
pues, según decían,
se llevaba las almas de los que encontraba
y no se les volvía a ver nunca.

Contaba mi abuela que tres hijos, de los dieciséis que tuvo,


se fueron para siempre en la Carreta Chillona
y por más que gritaba pidiendo auxilio
¡nadie la escuchó!

Aquí don Leoncio se callaba y se estiraba…


y tomaba unos sorbitos de un chocolate ralo
que su mujer le hacía,
mientras ella se acercaba
y se sentaba en una banca.

Después de un rato, era ella la que proseguía


con El Justo Juez de la Noche
─que nos mantenía pálidos y quietos─
hasta que la Siguanaba (Patasola) sacaba sus uñitas
y era el desparpajo
y temblorosos
veíamos entrar al Cipitío (especie de El Sombrerón) debajo del sombrero.
Ahí salíamos hechos un chipuste (despavoridos)
y no había alma de Dios que nos parara.
Ja ja ja....
Era la edad de rascar en la alegría,
de aventurarnos más que una melcocha

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y sentir que crecer costaba tanto,
que era mejor ser niño para siempre
y saltar los cercos de los patios...
¡Cómo se enojaba la Florinda del Cid
por sus gallinas cacareando como locas
y nosotros detrás
con las plumas caídas en las manos...
y Eugenio Vigil, que vigiaba sus jocotes (ciruela costeña),
y la Rufina Amaya por las flores de su patio...!
Ya no digamos Cayetano Argueta,
el músico del pueblo
que siempre nos arriaba por si acaso
"pues la guitarra es como una mujer -decía-
y hay que cuidarla como a una niña".
Ah, ¿cómo olvidar, pues, la infancia
en que jugamos
a aprender el nombre que calzamos,
los rostros a diario repetidos,
las risas, las lágrimas, los pleitos,
las calles de polvo retocadas,
las pobres paredes de la ermita,
la escuela con muros que cayeron
y sobre todo, esa historia tendida en el paisaje
de tantos rostros como fueron...?
Pero, vengan.
Vengan a ver cómo fue todo.
Por ahí venían...

PRIMER ACTO

ESCENA 1 Campo de Trabajo

Con los últimos compases de la introducción musical, sube el telón. Los


campesinos están en escena.

Campesinos y campesinas:
Vamos en cuadrillas a los campos
a limpiar las siembras de maleza.
No nos detendrá el sol aunque nos queme,
ni el aire, que todo lo reseca
ni el sudor que pega en nuestras ropas
lo que las manos levantan de la tierra.
Nosotros vamos con el sol hacia los campos
a levantar para todos las cosechas.

Rufina:
Jamás, dije un día,
y es mentira.

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No se puede evitar el amor
cuando éste llega;
es tan alto su clamor
que el alma no podría
ascender en silencio
hacia otro día.
¿Mas se habrá dado cuenta
que ya no hay vallas que le impidan?
Ayudarle es mi deber:
así que tendré que moverme
para prender con mi lumbre
esos carboncitos que me miran.

Gabriel, el capataz, ordena parar para comer sonando una campana. Todos
hacen filas para que Rufina y otras mujeres les sirvan la comida. Domingo se
coloca en la fila de Rufina.

Domingo:
¡Ay!, cómo ardo en deseos de decirle
que hermosas son sus manos,
que me sirven,
y más sabrosa la comida
si está hecha
con la sal de la alegría
-bien medida-
y el sabor de su cuerpo
por pimienta;
que me encanta su color,
su aroma, su presencia,
y ese saber acercarse con humor
y mantenerse lejana por discreta.
...Mas, no puedo. Así que
lo mejor es resignarme
e invitarla a comer conmigo en esa mesa.

Llegando a su turno con Rufina

Rufina:
¿Te sirvo, Domingo?

Domingo:
Sí, gracias. Rufina

Rufina: (Le sirve. Al verlo vacilar, sin moverse del sitio)


¿Te falta algo?

Domingo:
No. Nada.

Rufina:

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¿Entonces?

Domingo:
Es que te veo tan seria que...¿Vas a comer conmigo?

Rufina:
Pues... no sé. Falta mucho todavía.

Domingo:
Tengo mucho qué contarte, ¿te espero?

Rufina:
Bueno. Voy enseguida. (Domingo va donde Sebastián, quien come solo. Rufina
le pide a una mujer que la sustituya y se va donde están Domingo y Sebastián.

A Domingo
¿Te decidiste al fin? ¿Vas a Gotera? Dicen que hay trabajo en abundancia y
hasta yo quisiera ir si se pudiera.

Domingo:
¿Por qué no te venís? Después de todo
no hay nada que te amarre. Sos soltera,
y además no hay futuro sin su riesgo
y sin riesgo no hay gane... ¡No hay manera!

Sebastián:
Seguro conseguís que te contraten pues en labores siempre has sido la
primera.

Rufina:
Ya me veo yendo con ustedes
¡y trabajar a lo grande
en esa hacienda!
Seguro aprendería muchas cosas
y hasta haría mejor las que supiera.

Rufina, Domingo y Sebastián:


Quien no arriesga, no gana. Eso es bien cierto
¡y yo apuesto a ese gane ahí en Gotera!

Gabriel: (llegando de improviso).


Amigos míos hoy comeré con ustedes.
Que mañana más preciosa nos hizo, ¿no creen?
casi tan bella como tus ojos Rufina,
como tus ojos Rufina.
Descansen, coman tranquilos
que su amigo Gabriel los acompaña.
Ustedes saben que cuentan conmigo
y yo con ustedes,
y yo con ustedes.

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¿Se acuerdan hace cinco años
cuando trabajábamos juntos
donde se podía?
¡No, si se ve que mi diosito me quiere!
Mírenme ahora, ¡capataz!
y hombre de confianza,
mucha confianza,
total confianza de don Marcos.
Por eso estoy extrañado, pues...
escucho que te vas, Rufina.
¿Hay mejor jefe ahí en Gotera?
Pronto empezaremos la otra finca
y te quiero allí de cocinera.
Amigos míos, hoy
yo les ayudo a ustedes.
Tengo amistades, tengo influencias,
tengo un gran futuro.
Muchachos, ya saben
cuenten conmigo y yo
contaré con ustedes.
¡No, si se ve que mi diosito me quiere!

Gabriel: (acercándose maliciosamente a Rufina)


Por eso no sería conveniente que te fueras.
Tendrás mejor paga, te aseguro
y poco que hacer aunque no quieras.
Lástima sería que te vayas
cubriéndote yo de esta manera.
¿Qué decís? ¿Te quedás?

Un grupo de campesinos llama a Domingo quien va hacia ellos. Desde allí


mira receloso a Gabriel cuando éste le habla a Rufina

Rufina: (a sí misma)

Hoy que vamos los tres hacia otra vida,


viene éste con su oferta inesperada.
Dejarlos ir sin mí, ¿cómo podría?
sobre todo a Domingo que me aguarda.
¿Cómo estar sin su voz, sin sus consejos,
sin su mano que siempre me respalda?
Además la tristeza sin su aliento
y el riesgo de perderme su mirada...

Sebastián:
Hermana, aceptá,
acordate que nuestros padres
ya están viejos y nos necesitan.
Requieren nuestro apoyo,

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los padres que nos dieron:
el canto de la vida
el ala de los sueños

Rufina:
Palabras con su luz
ternura en el silencio

Sebastián:
el cuido permanente
sus brazos y sus besos

Rufina:
Nos dieron de su amor
y tiempo de su tiempo

Rufina y Sebastián:
De niños en sus manos
los cielos se crecieron
y a jóvenes llegamos
alegres y dispuestos.
Por eso los caminos
colmados o desiertos
regresan con sus pájaros
a ellos, siempre a ellos!

Gabriel: (a Rufina)
¿..Y entonces ?

Sebastián: (Animándola a aceptar).


No te preocupés. Todo saldrá bien. Ya verás.

Rufina: (a Gabriel. Resignada y algo apesadumbrada)


Seré tu jefa de cocina. Es un trato.

Sebastián:
Bueno, pues a trabajar se ha dicho. ¡Vamos!

(Rufina, Sebastián y los demás campesinos regresan a sus labores.)

Domingo: (acercándose a Gabriel)


Ya que estamos en confianza
y ateniéndome a tus palabras,
¿crees que podés pagarme aquel trabajo?
¿Podrías pagarme antes del sábado?
Es que lo necesito porque...

Gabriel: (interrumpiéndolo con brusquedad y petulancia):


Mirá, Domingo,
lo que yo necesito es que te vayás

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a Gotera a trabajar por un mes
como te hablé hace unos días.
Cuando terminés te pago todo ... ¡y un poco más!

Domingo:
Pero... es que...

Gabriel:
¿Qué? ¿Aceptás o contrato a otro? Vos decidís...

Domingo: (a sí mismo)
¿No era acaso ese lugar con
el que hace poco soñábamos...
con ella?
Revuelve todo el azar
y la vida se me enreda
al poner a preguntar
¿paso yo y éste se queda?
Tendré que tener cuidado
pues no sé qué es lo que veo,
Gabriel no es sólo faldero,
sino tramposo y taimado.
De ella no puedo dudar,
es la flor de castidad,
y aunque no hemos conversado,
yo sé que puedo confiar
en que al fin me la he ganado.
Pero acepto la ocasión
de ganar un poco más...
para casarme con ella.

Domingo: (dirigiéndose a Gabriel):


Acepto. ¿Cuando me iría?

Gabriel:
El sábado, así empezás pronto. Bueno, te dejo porque Rosita me espera para
comer. Salú

Gabriel se aleja pero se detiene a hablar con un grupo de campesinos.


Domingo busca a Sebastián y a Rufina, para contarles lo de su trabajo en
Gotera. Está feliz y temeroso al tiempo.

Domingo:
Amigos, me voy para Gotera el sábado. Gabriel me dio trabajo por un mes. Me
pagará un poco más.

Sebastián:
Está de buenas Gabriel, ¿verdad? ¿Vos creés que si le pido trabajo, me lo dé?

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Domingo:
Seguro, hombre, andá decíle. Ahí vas a ver que te contrata rapidito.

Sebastián:
Pues voy a probar suerte. Nos vemos.

Sebastián camina hacia donde está Gabriel. Entra Marcos ofuscado y muy
enojado con Gabriel.

MARCOS:
¡Gabriel! ¡Ah, de capataz a incapaz
en vos ciertamente no hay más que un paso!
En vez de estar hablando tan tranquilo,
debiste mandar por los insumos.
No se produce suficiente, no hay ganancia
Todo se pierde y vos... ¡sólo sos humos!
Si seguís así te voy a quitar;
así que a moverse y a trabajar
y si no querés, ya bien Sebastián
te reemplazaría ¡hoy mismo en verdad!

Gabriel (para sí mismo):


Mal hombre es don Marcos, sin dudarlo.
En vez de estar agradecido
me humilla en grande frente a todos.
¿Qué cree que soy? ¿Un mal nacido
que ha de aguantar sus malos modos?
Mas contendré la rabia entre los dientes
y el veneno veloz entre los ojos.
Conviene más, por hoy, mostrarme humilde,
que ya mañana iremos ¡codo a codo!

Gabriel (respondiéndole a Marcos):


Pero...Don Marcos, créame, por favorcito. Debe haber una equivocación.
Déjeme explicarle...

Marcos:
Explicar... ¿qué? ¿Tu ineficacia? Mejor calláte y seguíme.
(Dirigiéndose a Sebastián):
A ver, vos hacéte cargo...
(Marcos y Gabriel se alejan hablando -sin cantar- y salen de escena.)

Campesinos:
Llegamos al final de la jornada,
suda el sol en manos de la tierra,
más lo verde se yergue y va cimbroso,
y se mira la siembra cual muchacha
que ondula cadenciosa las caderas.
¡Hey, cuadrillas, falta poco,
terminemos entre todos la faena!

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Nuestras cumas (instrumento de corte) y machetes tienen callos,
nuestra piel: hondonadas y laderas...
ya están limpios los surcos de rastrojos
y María se acerca con el agua
y Rufina nos da las cebaderas.
¡Hey, muchachos, ya nos vamos,
que mañana nos darán otras tareas!

Con los últimos compases, los campesinos salen de escena.


Domingo medita y decide que debe declararle su amor ya mismo a Rufina,
pues necesita estar seguro de ser correspondido.

Domingo:
Amar a una mujer
y no saber si soy correspondido,
¡qué sinsabor de noches sin astros
de apretarme en la almohada
deseando su latido...!
¿Qué hacer? ¿A qué atreverme,
si hasta hoy sólo somos amigos?
Si yo tuviera alas fuera un palomo
que la buscara donde estuviera
revoloteando sobre su cabeza...
Palomo insomne fuera el vigía
de sus ensueños y fantasías,
de día y noche, de noche y día
de día y noche, de noche y día...
¡Si se pudiera!
Si alas tuviera fuera un palomo
paradito en sus brazos o en sus hombros,
paradito en sus brazos o en sus hombros...
Del brazo al seno no hay más que un trecho
y yo fuera un palomo tibio entre sus dos pechos,
fuera un palomo tibio entre sus dos pechos.
¿Querría ella?
Si ella quisiera fuera un palomo
de alas abiertas sobre sus hombros
y en sus oídos hablara quedo
e hiciera nidos con sus cabellos
e hiciera nidos con sus cabellos...
¿Le hablaré yo?
Si yo le hablara, ¿qué le diría?
¿Serás mi novia? ¿Serás mi vida?
Paloma dulce: ¿me aceptarías?
Paloma dulce: ¿me aceptarías?

Domingo, ya decidido, se acerca a Rufina

Domingo:

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He estado pensando que... a lo mejor, nos iría bien a los dos. ¿Aceptás,
Rufina? (aclarando un poco azorado). Me refiero a vivir en la misma casa,
despertar juntos todos los días, tener hijos... Soy hombre formal, como sabés, y
si yo te doy mi palabra de que nunca te faltaré, sabés que así será. Yo te
respeto y te quiero, Rufina. ¿Querés ser mi mujer?

Rufina:
Ay! Domingo... no sé qué decirte... yo...

Domingo:
Miráme a los ojos. Yo te quiero con toda el alma, Rufina. ¿Vos, me querés?

Rufina:
Claro que te quiero, sos un buen hombre, pero...

Domingo:
Pero... ¿Aceptás?

Rufina:
Sos necio...

Domingo:
El amor es necio siempre, Rufina, y si se le sabe tratar, dura toda la vida.
¿Aceptás?

Rufina:
Sí, sí... acepto. Te has ganado mi corazón a punta de tenerlo en tus manos
todos los días sin lastimarlo. Ya no puedo decirte que no. Y yo también soy
mujer de palabra.

Domingo:
Por ser como eres, paloma mía,
la vida entera me faltaría,
para adorarte, para tenerte,
para besarte, para ofrecerte
cosas sencillas, mas verdaderas:
las flores blancas, las primaveras,
mi pecho ardiente, mi fe sincera,
¡la vida misma si tú quisieras!

Rufina:
Por ser como eres, ruiseñor mío,
te ofrezco el agua de un hondo río,
para saciarte, para sorberte,
para mirarte, para ofrecerte

Domingo y Rufina:
mi pecho ardiente, mi entraña entera,
la risa alegre, mi fe sincera,
la entrega diaria, las mil quimeras,

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¡cosas sencillas mas verdaderas!

ESCENA 2. Interior de una cocina. Domingo se fue a Gotera. Rufina, lee una
carta de Domingo. Afuera se ve el campo y a Rosita que se aproxima a la
cocina.

Domingo: (hablado en off)


“Rufina, querida mía. Más querida con cada día que
pasa... No sabés lo que te he extrañado.”

Rosita:

Vienes surgiendo por mi cintura


creciendo en vida junto a la mía;
ya eres persona aunque no te veo
y eres la luz que me trajo el día.

Serás gran árbol. Serás montaña.


No serás sueño. Serás vigilia...
pues despertaron nuestras entrañas
por ver a amor, el que te traía.
Gabriel, tu padre, ya sabe todo
y está contento con tu venida.

Soy tan amada, tan bendecida


que amor no quiero mas de este modo...

Domingo: (hablado en off después de una ligerísima pausa)


“…Por eso, decidí que este sábado iré a verte. Ya arreglé todo lo
del trabajo y no habrá inconveniente. Estaré ahí como
a eso de la una, en lo que tarda el bus, justo a la
hora que vos salís. Aguardáme. Te llevo un
recuerdito que espero te agrade. Es para tu pelo, que
me gusta tanto. Si puedo, también te llevaré unos
aritos bien galanes para que te veás más bonita.
Para mientras, pensá en mí... y no dejés de quererme.
Tu Domingo que te adora.”

Gabriel se acerca por el lado contrario de donde está Rosita.

Rufina: (pensando en Domingo)


Voy a encontrarte, amor, tal como quieres,
con mis cabellos ebrios de ternura,
para tus manos, toda la locura
que has puesto en mí tal vez sin que supieres.

¡Apresúrate, amor! Que te aligeres


desea el corazón sin armadura.
Hazme soñar y entre mis brazos jura:
¡que ni el futuro cambiará quién eres!

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Pese al destino incomprensible, avieso,
―al que impone la vida su grandeza
otorgando a lo póstumo su beso―

¡tendrás amor!, mi amor, con tal certeza


humana, que serás su siempre preso
ávido entre sus labios y belleza.

Gabriel: (haciéndose visible del lado contrario donde está Rosita, ha


escuchado a Rufina y cree que la ha conquistado.

No hay mujer
que resista al buen cortejo
con palabras de pasión
-dichas de frente-
y luego un silencio cortés
indiferente.
Y eso las asusta. Indagan. Se preguntan
y caen por curiosas en las redes.
Veo entonces que la llama está encendida,
pues si Domingo no está
¿a quién espera,
con esa luz de ilusión entre los ojos
acrecentando su belleza? (Rosita comprende y reacciona)
Es a mí al que reclama. No lo dudo.
Y acudo a su llamado con presteza.

Rosita, al escuchar a Gabriel, cree que se dirige a ella.

Rufina:
Ah!! De dónde saliste que ni te sentí llegar?

(En un arrebato, Gabriel se lanza sobre Rufina intentando forzarla.


Ella se resiste. Rosita, estupefacta observa desde una ventana)

¡Soltáme!
No sé qué te has creído,
¡pero a mí me vas a respetar!
¡Soltáme!

Gabriel:
Todas dicen lo mismo
y después... hasta suspiran...
¡No te hagás!

Gabriel intenta forzar a Rufina de nuevo.

Rufina (resisténdose):

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¡Que me dejés, te digo!... o grito.

Gabriel:
¿Y quién te va a oír
si ya no hay nadie?

Rufina:
¡Sos un canalla! ¡Socorro! ¡Auxilio!

Domingo: (entra corriendo por el mismo lado donde entró Gabriel)


¿Cómo te atrevés, desgraciado?

Gabriel:
¿Qué hacés aquí?
¿Acaso no te mandé a Gotera?

Domingo:
¡Vas a pagar caro por esto!
¡Bastardo!

Gabriel:
Sin insultos, que soy tu jefe,
y si lo hacés por ésta,
tenés que saber que…

Domingo se arroja sobre Gabriel sin dejarlo hablar y lo derriba. A los gritos
entra Rosita y llega Marcos con un par de campesinos que logran separarlos.

Rosita: entrando a la cocina, queda petrificada


Un paso atrás y yo era la escogida
de amor traidor sin que supiera,
hoy me duele el amor de tal manera
que ardo y estoy sobrecogida.
Amable fue la luz que le dio vida
y amargo es todo lo que espera...
Me allegaré al futuro sumergida
para ser siempre su ribera.
¿Qué más puede pensar quien así emprende
juventud ciega ante la vida?
Mas seré el fuego que se enciende
¡consagrado a ser madre redimida!

Domingo:
Cobarde que te atrevés con la rosa
a llenarla de oprobio con tu aliento.
Sos un reptil ¡canalla!... -¡poca cosa!-
rata infeliz parida en el infierno.
Pobre de vos, si atisbo tu figura,
porque te mato yo ¡Te lo prometo!

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Rufina:
Horror hubiera sido si sucede:
perdería a un gran hombre sin remedio
¿Qué de mi vida casta, sin futuro...?
¿Qué del amor, destruido por un necio?
Válenos más la calma en mi Domingo
y a ambos velar por nuestro hogar y sueños...

Rosita:
Pensar que no hace mucho eras mi vida
y esperaba de vos tu cumplimiento.
Hoy te tengo asco, lástima, recelo,
puerco traidor, mal hombre, ¡mal engendro!
¡Terminamos aquí!, no dude nadie,
pues lo cierto es que yo... ¡ya no te quiero!

Marcos:
Jamás había pensado qué tan bajo
puede un hombre caer cuando es soberbio.
No merecés lo bueno de la vida,
ni confianza, ni amor... ¡más que el desprecio!
Alzá tus pies y andáte... ¡Andáte pronto!
¡Despedido quedás, ya no hay remedio!

Gabriel:
Se atreven a injuriarme y no merezco
estas piedras que lanzan con veneno.
Pierde usted, Don Marcos, y lo sabe:
para buen capataz ¿tomará a éstos?
Después de todo, yo les di el trabajo...
¿páganme así el logro de mi esfuerzo?
¿Y tú te crees, Rosita, que me importa,
los insultos de cuatro analfabetas?
Superior soy a todos... mas les juro:
¡que me habrán de pagar!
La venganza está en pie aunque yo me vaya...
¡No habrá tregua ni habrá perdón!
No habrá perdón!

Fin primer acto

SEGUNDO ACTO

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ESCENA 1: Plaza del pueblo. Al fondo, la fachada de una ermita. Se ve a los
novios y un pequeño grupo, en el que están Sebastián, Rosita y Marcos, entrar
por un lado del escenario y dirigirse hacia la ermita. En todo momento, la
acción es la que describe el texto.

Campesinos y campesinas:
Las campanas de la ermita
tañen alegres al aire
anunciando a los del pueblo
que vienen dos a casarse.
Se allegan los pobladores
uniendo sus palomares,
tendiéndoles bien las alas
como si fueran de encaje.
Suben las gradas los hombres,
dejan fuera sus alfanjes
y entran detrás del novio
silenciosos a sentarse.
Las mujeres tiran flores...
Para la novia, azahares
y ofrecen un cinto blanco
que enrrollan sobre su talle.
En el fondo del pasillo
la mira el novio acercarse
como paloma torcaz
que canta desde la sangre.
Bendice el cura el altar
y pide al amor jurarse,
que serán uno por siempre
hasta que muerte separe.
Las campanas de la ermita
tañen un ritmo insondable,
pregonando que los novios
ya son sólo uno en la carne.
Los pobladores de prisa,
detrás de los novios salen
a buscar unas guitarras
y marimbas para el baile.

De la ermita salen los novios, Rosita, Sebastián Marcos tres hombres (uno
viejo) y tres mujeres (una vieja).

Campesinos y campesinas:
Brindemos por los casados,
porque el amor no los deje
y se expanda victorioso
sobre todos los presentes.

Hombre viejo (con picardía):


Y que el tiempo lo pongan ellos

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de acuerdo a su leña verde.

Campesinos y campesinas:
¡Vivan los novios!
¡Vivan!
¡Viva el amor candente!
¡Viva! ¡Vivaaaaa!
¡Y se alce siempre victorioso
sobre todos los presentes!

Marcos:
A ver, señores,
la música
y un par de varas de cohete,
Para que estos dos tórtolos bailen
hasta que el amor reviente.

Campesinos:
A ver … ¡la mesa,
los platos, los vasos y el agua fuerte!

Campesinas:
Por aquí las señoras,
allá los niños que jueguen…

Campesinos:
y nosotros, los varones,
esperando a que ellas se alleguen.

Campesinas:
Pero…Melesio, no pensarás que nosotras
iremos donde están ustedes, ¿verdad?
Si quieren bailar, nos buscan
y si no…
¡no habrá chompipe en sus bocas
y tampoco habrá pasteles!

Sebastián y campesinos:
Qué graciosas, las señoras,
qué chistosas las mujeres:
quieren que baile Domingo
y que la Rufina espere…
Ja ja ja ja ja

Campesinos:
Ya va el novio en su busca,

Campesinas:
Ya ella sus brazos le tiende

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Campesinos y campesinas:
Mejor formemos la ronda
y hagamos que esto comience
pues amor tiene una cita
entre todos los presentes.

Sebastián, Rosita y Marcos:


Amor que vas feliz en lo que tocas
Como incendio voraz y enardecido,
impides razonar en lo vivido,
y la armonía es sujeción que invocas.

¿Porqué entre tus costumbres no colocas


la ternura rigiendo tu latido,
leña crujiente, plena de sentido,
y así ser dueño de eso que sofocas?

No me asombran tus fuerzas ni tu hoguera


Letal, menos tus artes hechiceras.
Asombra tu ser vidrio en la frontera
Pues hieres siempre, amor, aunque no quieras

Pero inútil sería si advirtiera:


que fuera el mar nostalgia si te fueras

Narradora:

Para noviembre de 1981 ya tenían cuatro hijos, y aunque la guerra ya había


comenzado y había mucho sufrimiento por su causa, los niños, ilusionados con
la Navidad, soñaban con ir a Gotera, a ver los juguetes en las tiendas.

Cristino, el hijo mayor, les pidió una pelota y unos caballitos plásticos para que
sus hermanitas tuvieran unas muñecas y la tiernita una frazada. Rufina y
Domingo, aunque no eran ricos ni mucho menos, les prometieron que se los
darían.

Por eso, aquella noche de finales de noviembre, ¡los niños se fueron a dormir
felices soñando con los regalos!

ESCENA 2
Interior de un rancho campesino. Media mañana

Rufina:
Domingo, tengo miedo. Me quiero ir con los niños a la capital.

Domingo:
¿Y qué vas a ir a hacer ahí?

Rufina:

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Trabajar, supongo.

Domingo:
Encontrar trabajo no es fácil y menos con cuatro niños.
Dónde vivirás si ahí no tenemos parientes que te socorran
y mucho menos dinero?
¿Y yo? ¿Qué haré yo sin ti, Rufina?
¿Sin la risa alegre de mis hijos?
¿Sin esos ojos tuyos que brillan al mirarme?
¿Y qué harás vos sin mis labios sobre tus senos?
¿Cómo han de encontrarse mis manos con tus cabellos?
¿Quién besará tu frente si triste estás,
quitará los agobios de tu cuerpo,
y cogerá tus manos para besarlas?
Si te vas, cuando salga la luna
y se cuelen sus rayos juguetones por la ventana,
¿quién escogerá los mejores
para pasártelos por la espalda?
Es verdad que hay una guerra, Rufina,
que somos muy pobres...
pero este amor es lo único que tenemos.
Queriéndote como te quiero,
no me dejés solo, Rufina.
Quedáte. ¡Te lo ruego!
¿Qué haría yo si en la capital no te hallo?
¿Si luego no te encuentro?

Rufina:
Pero, Domingo...
¿Es que no ves lo que pasa?
Tenemos cuatro hijos a los que adoramos
Yo también te quiero pero
¿Por qué no te venís con nosotros, Domingo,
y así...

Domingo:
Queriéndote como te quiero,
no me dejés solo Rufina,
Quedáte te lo ruego...

Rufina:
Veníte con nosotros. Vámonos.
Tengo miedo...

Domingo:
Esto va a pasar pronto mujer;
ya otras veces ha ocurrido lo mismo
sin que nos pase algo malo.
Estamos todavía aquí y encima, discutiendo.
¿Por qué discutimos, Rufina?

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¿Pueden más tus miedos que mi amor?
¿Es acaso mi amor, menos?

Rufina:
No me hablés así, Domingo, por favor,
que sabés que sin vos no viviría...
que no puedo dejarte.
Pero si vos lo querés y decís que no habrá peligro,
quedémonos.
Pero… ¡tengo miedo! Te podría pasar algo a vos
¿y qué sería de mí, queriéndote como te quiero?
¿Qué haría en las madrugadas
cuando te busque y no te halle,
cuando no sienta tu peso y tu calor en mi cuerpo?
¿Cuando no me cantés canciones
ni bajés estrellas para mi pelo?
¿Cómo voy a poder vivir si sólo querré verte
y estrecharte en mis brazos…?
Si te pasa algo a vos…

Rufina:
Este rumor de buitres
subiendo por mis entrañas
latir de hielo en los pulsos
vidrios en la garganta...

ESCENA Afuera, en la Plaza de El Mozote, Marcos –sonando una campana -


convoca a los pobladores a la pequeña plaza. Estos se acercan poco a poco a
escuchar. Mediodía

Marcos:
Señores, señores, es casi mediodía
y lo que tengo que decirles
es muy importante.
Ayer, en Gotera,
un oficial me advirtió
que han montado un gran operativo
contra la guerrilla ─"Operación Rescate" le dicen─
y añadió que si nos quedamos
en El Mozote
no nos pasará nada.

Rufina:
Marcos Díaz,
¿quién nos garantiza
que lo que decís es verdad?

Marcos:
Me lo ha confiado el oficial,
que es mi amigo.

20
Sebastián:
Yo no le creo a tu amigo
El ejército anda nervioso.
Yo tengo miedo.

Rosita:
Yo también tengo miedo.

Campesinos:
Y yo… Y yo..
Y yo...Y yo…
Y yo también.

Campesinos:
¿Qué haremos?

Marcos:
El oficial dijo que no nos pasará nada.

Sebastián:
¡No! Yo me voy ahorita mismo del pueblo.
Mi mujer muy pronto dará a luz.

Sebastián, hace el intento de irse, pero Rufina lo detiene. Él se queda a su


lado, mientras muchos empiezan a desplazarse hacia una esquina del
escenario, aunque se les ve indecisos.

Campesinos:
Yo también me voy. ¿Y vos?
Me voy… Me voy… ¿Y vos?
Me voy… Me voy… Me voy… ¿Y vos?

Domingo:
No. Yo no me voy a ninguna parte.

Campesinos:
Ni yo. Ni yo. Ni yo.
Ni yo, ni yo, ni yo.

Domingo:
Aquí estaremos bien.
Me quedo.

Campesinos:
Y yo. Y yo. Y yo me quedo.
También nosotros nos quedamos.

Marcos:
Bueno. Hay que avisarles a los de alrededor para que vengan aquí con
nosotros. Eso es lo que dijo el oficial.
21
Campesinos:
Sí. Sí...
Eso es lo mejor...
Vayámonos pronto
que ya viene la noche.

Los campesinos salen de escena por diversos puntos.

ESCENA 4

Madrugada en la misma plaza. Llegan los soldados bajo las órdenes de Gabriel
y otros oficiales. Estos (los oficiales) se ponen una máscaras ó pasamontañas
y se dispersan por las calles. Hasta el final de la escena, mediante luces, hay
que hacer notar que pasa un día completo, desde el amanecer hasta el ocaso.

Soldados:
Salgan. Salgan de ahí, ahora!.
Que es hora de ajustar las cuentas.
Vamos. ¡Salgan!
¡A la plaza! ¡en silencio!
¡Sin hablar he dicho!

Los campesinos salen de sus casas. Mientras caminan a la plaza

Campesino 1:
No hemos hecho nada.

Salazar:
¡Cerrá tu boquita, que nadie te ha preguntado nada todavía!

Ramos:
Hombres y jóvenes por este lado.
Mujeres y niños pequeños, al otro.
¡¡¡Vamos, vamos, apúrense!!!
(los campesinos hacen caso a las órdenes)

Soldados:
¿Quiénes son guerrilleros en el pueblo?
Mirá que traemos listas y puede pasarte algo si mentís.

Campesino 2:
Yo no sé nada. No sé nada. Aquí no hay guerrilleros.

Ramos:
¿Quién les vende las armas? ¿Quién se las consigue?
¿Dónde tienen escondidas las armas?
Tu marido es guerrillero. ¿Dónde guarda las armas?
Tomando a la mujer del brazo con fuerza

22
Campesina 1:
Yo no soy casada. No tengo marido y aquí no hay guerrilleros. Ay, ay,
suélteme. Suélteme.

Salazar:
No sos más que una perra colaboradora. Decí la verdad.

Campesina 1:
Ay, Ay. Aquí no hay armas. Lo juro. Ay, Ay

Ramos:
Al suelo todos! Con la cara contra la tierra. Vamos. Vamos, ¡abajo! (los
campesinos obedecen)
Y ahora van a decir la verdad. A ver, vos ¿dónde esconden las armas?
¿dónde? (tomándolo del pelo)

Campesino 3:
Ay, no sé. Yo de eso no entiendo. No sé nada. Aquí no hay guerrilleros.

Ramos:
¡Decí la verdad, cabrón, o te saco los sesos!

Salazar:
¿Y esas mujeres?

Ramos:
A ver, mujer, (señala a Rufina) ¿dónde tienen éstos escondidas las armas?

Rufina:
No, señor. Si todos decimos la verdad. Aquí no hay armas.
Sólo instrumentos de labranza.
(en tono molesto y bravía):
Si quiere encontrar guerrilleros, váyanse a la montaña.
Aquí no hay guerrilla.
(Ramos se enfurece. Al notar que Ramos hará daño a Rufina, Marcos
intercede)

Marcos:
¡Espere! Se lo ruego.
Me prometieron que nada le iba a pasar a la gente.
El oficial de Gotera me lo prometió.
¡Me lo prometió!

Montenegro:
¡Los mataré a todos por mentirosos!

Campesinos y campesinas:
No. No nos mate. Por favor. ¡Por Dios, no nos mate!
No sabemos de armas.

23
Salazar:
Ya basta! Todos colaboran con la guerrilla y se hacen los pendejos.

Montenegro:
Aquí no hay inocentes y van a pagar por eso. ¿Oyeron?
Esto es justicia. ¡La justicia que merecen!

Campesinos y campesinas:
¡No, por el amor de Dios! ¡No nos maten!

Montenegro:
¿Ya terminó la requisa?

Ramos:
Si mi Capitán

Montenegro:
¿Encontró algo?

Ramos:
No, mi Capitán.

Montenegro:
Bueno. Levántense ya y váyanse para sus casas.
Sin embargo desde aquí vamos a vigilarlos
y si vemos algún movimiento sospechoso,
ya saben...
¿Me han entendido?

Campesinos y campesinas:
Sí. Sí. señor...
Los pobladores comienzan a retirarse a sus casas, hablando entre sí en
pequeños grupos. Marcos, Domingo, Rufina, Sebastián y Rosita van en un
grupo y se quedan de últimos.

Rufina:
¿Qué hacemos?

Marcos:
Esto es para meternos miedo.
A lo mejor no pasa nada.

Domingo:
¡Claro! Al fin y al cabo si nos han mandado a las casas
es porque nos creyeron. ¿Verdad?
No somos guerrilleros.

Marcos:
Seguro que cuando amanezca se van del pueblo.

24
Ya van a ver.
Bueno, mañana nos vemos.
Marcos se dirige a su casa. Los demás salen de escena
En una esquina se ve a Gabriel hablando con Marcos:

Gabriel:
Esta es mi venganza.

Se ve a Gabriel acuchillar a Marcos.

NARRADORA:

Al amanecer del siguiente día, los soldados obligaron nuevamente a los


pobladores a salir, concentrándolos en la plaza donde estuvieron horas y horas
mientras eran interrogados; luego los distribuyeron por grupos: los hombres y
los muchachos fueron metidos en el templo, y las mujeres, las jóvenes y los
niños pequeños en la casa vacía de Alfredo Márquez.

ESCENA 5 Interior de una casa vacía. Tarde

En el interior las mujeres se abrazan, lloran y rezan. Rufina se sienta en una banca
que está enfrente de una ventana pequeña y alta, con sus niños. De repente, se
para sobre la banca para asomarse a la ventana: ve que los soldados sacan un
grupo de hombres y los llevan al monte. Lo relata. Las mujeres oyen gritos y
disparos (que en realidad nunca se escucharán sino se sabrá por los movimientos
y gestos de las mujeres). Se santiguan y siguen rezando abrazadas. Rufina
continúa pegada a la ventana...

Rufina y mujeres:

Encerradas aquí. Aquí encerradas.


Lo incierto nos aprieta la cintura
Y enreda nuestras vidas en un nudo

¿Qué mano es tejedora del destino?


¿Qué infame voluntad urdió la suerte?
¿Es que acaso ser pobre es un delito?

Somos tantas. ¡Ay, niños! Y tan solas...


Indefensas estamos, ya perdidas.
¿Qué será de nosotras? ¿No hay mañana?

¿Termina todo aquí con nuestros hijos?


Son todos tan pequeños, ¡tan pequeños!
¡No!. Carne somos: viva y hay un alma.

De la iglesia salen algunos grupos de 3-4 hombres acompañados de dos


soldados c/u.

25
¿Gana quién con su muerte, quién la gana?
¡Ni a pensarlo me atrevo, me estremezco!
Me acongojo hasta el fondo y me rebelo.
¡Debe haber un escape! ¡¡Debe haberlo!!
¡Debe haberlo! ¡Debe haberlo!

En el último grupo va Domingo quien, al verse llevado a una posible muerte, se


rebela.

Domingo
¡Maldita la hora en que estos nacieron!
¿Qué mujer los trajo al mundo?
¿Qué perra salvaje les tendió los senos?
Nos obligan a pagar libertad
con lo único que tenemos: ¡la vida!

¿Qué será de nuestras mujeres y nuestros hijos?


¿Qué, de nuestras historias de amor
que hoy se las lleva el viento…?

¡Maldigo nuestra ignorancia,


nuestro ser mansos como borregos,
y condeno al porvenir a humillarse bajo la luz
sobre cada uno de nuestros huesos!

¡Que sea mi amor, entonces,


un gallo cantando sobre la cresta de mis cabellos!

Domingo y otro campesino corren. Rufina percatándose de Cristino, lo abraza.


Afuera se ve a Gabriel, (apoyado por soldados) dispararle a Domingo quien cae
herido de muerte. (nunca se escuchan los disparos)

Rufina: dando gritos, con las manos en la cabeza y bajándose de la banca.


¡Domingo! ¡¡Domingo!! ¡¡¡¡Domingo!!!

Un grupo de mujeres se acerca a Rufina intentando calmarla, mientras otras


suben a ver por la ventana. Soldados entran a la casa de concentración de las
mujeres y empiezan a separar a las niñas y jovencitas de sus madres.

Narradora:
Montenegro, al mando de los soldados, les dijo:
- Llegó su turno, mujeres.
A los hombres ya los liberamos.
Sólo quedan ustedes.
Van a ir saliendo por grupos, en fila,
y podrán irse a sus casas.
Primero las niñas y las más jóvenes.
Luego vendremos por las demás.

26
Inmediatamente, los soldados empezaron a separar a las niñas grandes de las
mujeres, lo que provocó una gran resistencia, hasta que los soldados las
encañonaron y así las obligaron a salir.

En fila, llorando y volteando a ver a sus madres desconsoladas, salieron


custodiadas las niñas y las adolescentes, mientras las mujeres lloraban y
apretaban contra sí a sus hijos pequeños.
Pocos minutos después, regresaron los soldados y Ramos les ordenó a las
mujeres salir en filas de cinco. Todas Salieron. Hasta Rufina, quien salió al final en
el penúltimo grupo, viendo hacia atrás ─a medida que caminaba─ a su niña recién
nacida y a sus otras dos hijas chiquitas que había dejado a cargo de Cristino, el
mayorcito, que sólo tenía doce años.

Caminaron un trecho y al llegar al frente de la casa de Israel Márquez, la que


encabezaba la fila dio la voz de alarma: Todas las mujeres que habían salido
antes estaban muertas apiladas sobre el piso.
Al oír aquello, las mujeres empezaron a rebelarse de tal forma que pese a que
al fin fueron sometidas y obligadas a entrar a la casa y correr la misma suerte
que las anteriores, le dio tiempo a Rufina de deslizarse y esconderse detrás de
un manzano montés.
Afortunadamente, unos soldados que estaban cerca no la vieron…

ESCENA 6 Crepúsculo. Gabriel y un grupo de soldados, sentados descansando


muy cerca de donde se esconde Rufina:

Salazar:
Bueno... Ya terminamos de matar viejas y viejos. No queda ni uno. Pero todavía
hay un montón de niños ahí encerrados. Si no matamos niños, ¡con nosotros van a
cumplir

Gabriel:
Es cierto. Pero yo no quiero matar niños.

Soldado 2:
Ni yo.

Ramos:
Hey, Mayor... aquí dicen que no quieren matar a los niños.

Montenegro:
¿Quién fue el bastardo que dijo eso? Señores, lo que hicimos ayer y antier... se
llama guerra. ¡Eso es lo que es la guerra! ¡La guerra es el infierno! y, si yo les
ordeno matar a su madre, ¡eso es exactamente lo que harán! ¿Entienden? No
quiero oír después que van a estar gimiendo y lamentándose de lo que terrible
que esto fue. ¡No quiero escuchar una palabra más! Soldado, tráigame al primer
niño que encuentre. Es una orden !

El soldado hace el intento de cumplir la orden, pero Gabriel lo detiene


sorpresivamente. Queda la acción congelada.

27
Gabriel (para sí)
Guerra será y yo la he aprovechado en mi venganza,
pues en río revuelto el agua es siempre turbia
¿y quién puede saber en una guerra
quién se muere cómo y las razones?
Esperé con paciencia diez años la ocasión propicia,
mientras me labraba un porvenir brillante,
y hoy la vida me la ha brindado en la mejor bandeja.
Ya Marcos y Domingo por mis manos saldaron
la deuda con su sangre,
al igual que aquellas pérfidas mujeres.
Del resto no me hago responsable
pues cumplí con mi deber y fueron órdenes.
Pero... ¿niños?
¿Por qué? ¿Ellos qué han hecho?

Gabriel (a Montenegro, pero todavía sujetando al soldado)


Mayor ¡son sólo niños!

Montenegro:
¡Son lepra! Los guerrilleros son como el cáncer: si uno deja que crezcan ¡te
comen! Por eso a estos bastardos desde que nacen hay que agarrarlos.
¿Entendiste? Pero... ya que vos los defendés... ¡andáte con ellos!

Montenegro saca su pistola y mata a Gabriel. Los soldados van a sacar a los
niños de la casa de concentración de las mujeres y los trasladan a la ermita.

Niños:
¡Mamáa! ¡Mamáaaaa! ¡Mamáaaaaa!

Rufina: (desde su escondite)


¡Virgen María! ¡Ayudálos, no los desamparés!

Niños:
¡Mamáaaaa!

Rufina:
¡Oh, Dios, ayudálos! ¡Ayudálos, te lo suplico!

Niños: Canto de los ángeles (Boca Cerrada, sin texto)


Los soldados matan a los niños (no se verá en escena ninguna acción. Los
niños, van cayendo uno a uno al piso…ó, mejor, bajando la cabeza y brazos
uno a uno mientras cantan, hasta que solamente queda uno cantando quien, al
final, también baja la cabeza). Simultáneamente al canto de los niños la escena
se va oscureciendo hasta quedar en penumbras al final del canto de Rufina.

Rufina:
Oh Dios, ayudáme,

28
Oh Dios, te lo suplico, guiáme
A través de esta noche !
Oh Madre mía, no me dejés sola,
Oh madre mía, no me desamparés !

NARRADORA:

Sola. Terriblemente adolorida y sola, viéndose perdida si no intentaba escapar


de aquella carnicería, Rufina aprovechó que los soldados terminaban su tarea y
daban fuego al caserío y arrastraban y apilaban los cuerpos…
Era tal el barullo y el trajín por un lado y por otro, que pensó rápidamente que a
lo mejor no se fijaban en ella.
Poco a poco se fue deslizando del árbol y se dejó caer suavemente en la
hierba. Sabía –porque los veía y escuchaba– que varios soldados andaban
cerca, que las luces de las llamas en cualquier momento la delatarían, pero
pudo más el miedo. Y así, reptando como culebra por el camino, sigilosa,
deslizándose apenas por el polvo, pasando frente a unos soldados que
afortunadamente no la vieron, logró llegar a un borde desde donde se arrojó al
magueyal…
Ahí, dejando pedazos de piel y de ropa en las espinas, estuvo hasta el
amanecer, escuchando aterrorizada el movimiento incesante del ejército en los
alrededores.
Fue entonces que otros soldados la divisaron y comenzaron a dispararle.
“Yo la ví –decía uno–“.
“No. –Le respondía el otro–. Son los fantasmas. Los fantasmas de los que
mataste anoche”.
Al cabo de un rato de rafaguear el área, al no escuchar ni ver más nada, los
dos soldados se fueron diciendo: “Muerta la perra se acabó la rabia. Ja ja ja
ja…. Ja ja ja ja ja…”
Rufina, escondida en el hoyo adonde se había tirado al escucharlos venir,
había salvado por segunda vez su vida.
Luego corrió despavorida hasta llegar a un ranchito abandonado en donde
encontró alguna ropa. Con ella en mano, temerosa de ser descubierta,
bordeando temblorosa el rancho, llegó a un riachuelo cercano en donde al fin
pudo beber agua, lavarse las heridas y medio limpiar sus pechos que
chorreaban leche. La leche de su Marta Isabel.

Luego fue el monte. El monte por el que anduvo aturdida días y días,
deteniéndose por ratitos sólo a llorar. Sin comer. Ni beber.

ESCENA 7. Un bosque. Luz plena de día.

Entra Rufina, harapienta y con un bulto en brazos, mirando hacia atrás a niños
imaginarios.

Rufina:
Arrurrú mi niña
cabeza de ayote
si no te dormís

29
te come el coyote.

¿Has oído? Zumbas como avispas.


Me pican por todas partes.
Me aguijonean los ojos.
Cristino, vení aquí... en silencio.
¡Silencio, que estoy durmiendo a tu hermana!

Arrurrú mi niña
cabeza de ayote
si no te dormís
te come el coyote.

Que no te coma nadie.


que no se te acerquen.
¡Que no se te acerquen!

Yo les voy a sacar los dientes con un cuchillo.


¡Con un cuchillo!

Pero... No tengo cuchillo.


No tengo nada.
¡Ay, no tengo nada con qué defenderlos!
¡Ay, con qué defenderlos!
¡Con qué defenderlos!

(Rufina llora amargamente ─por su impotencia, por su miedo, por las


circunstancias─ y queda desmadejada).

Rufina: (incorporándose rápidamente, asustada porque escucha gente que se


aproxima y cree que son los soldados) :
¿Quién se acerca?
¿Qué son esos gritos que vienen de lejos?

(Ligera pausa…)
... ¡Pero si es gente huyendo!

Identificando a Sebastián y a Rosita, se abalanza a ellos

Rosita, Sebastián, Campesino:


Del cerro El Chingo, los alaridos
perforan aires, siembras y tiempo...

Campesinos y campesinas: (desde fuera de escena)


¡Ay, no nos maten! ¡No!
Por dios, la vida. ¡Por Dios!

Rosita y Sebastián:
Los de La Joya, Los Toriles, y Ranchería

30
Se unen a ellos.
Los gritos, los alaridos...

Sebastián, Campesino:
Nuestras mujeres, madres e hijas,
¡Ay, nuestras madres!

Rosita, Sebastián, Campesino


Ay nuestras madres, padres y abuelos
Niños, niños, niños !
Todos los que ahí estaban...

Campesinos y campesinas:
¡Ay, no nos maten!
¡Por Dios la vida! ¡Por Dios!

Campesino:
En Cerro Pando y Jocote Amarillo...
nuestras familias.
nuestras mujeres, madres e hijas...
¡Ay, nuestras mujeres!

Campesinos y campesinas, Rosita, Sebastián, Campesino:


En Tierra Colorada, todos...
En el Cerro la Cruz, mujeres.
Jóvenes soñando con el amor...

Rufina, Rosita:
Niñas aún, soñando con ser mujeres.
¡Ay, ay, ay, ay!

Campesinos y campesinas:
¡Ay nuestras mujeres!
¡Ay de las jóvenes, nuestras hijas!

Rufina
La Cruz del cerro avienta sus alaridos
como pedradas.

Campesinos y campesinas, Rosita, Sebastián, Campesino:


¡Ay de las jóvenes, nuestras hijas!
sus faldas ruedan por las laderas...

Rosita, Sebastián, Campesino:


¡Ay de las jóvenes, nuestras hijas!
sus blusas ya no las cubren. Ay ay ay ay

Campesinos y campesinas:
Tienen sus piernas martirizadas y sus corolas.

31
Rufina:
Soldados hay que se ríen

Campesino:
─¡ Ay de las jóvenes, nuestras hijas!─

Rufina:
y otros que las desgarran.

Campesino:
¡Ay, ay, ay, ay!

Rufina:
Una joven reza cantando mientras la violan...

Campesinas:
¡Ay! La joven evangelista canta mientras la violan...

Rosita y Sebastián:
Después de muchos, un soldado se acerca
y le descarga en el pecho su pistola.

Rufina:
La niña sigue cantando:

Rufina y Rosita:
<Dios es fuerte. Dios es Santo. Dios es mi roca>.

Campesinos y campesinas:
<Dios es fuerte. Dios es Santo. Dios es mi roca>.

Rufina y Rosita:
¡Ay, la joven evangelista sigue cantando
mientras la inmolan!
¡Hasta que la degüellan! ¡Ay!

Campesinos y campesinas:
La Cruz del cerro ya no respira.
¡Ay, La Cruz del cerro ya no respira...!
¡¡Por la boca le salen vírgenes masacradas...!!!
¡Ay, ay, nuestras niñas!
Nuestras jóvenes y nuestras hijas.

Campesinos y campesinas, Rosita, Sebastián, Campesino:


Nuestras hijas, las niñas.
Ya no respira la Cruz del cerro.
Quedó tendida
con sus piernas martirizadas y sus corolas.

32
Narradora:
Después de varias semanas de esconderse en el monte, Rufina y los demás
sobrevivientes de los caseríos cercanos, decidieron aventurarse y cruzar la
frontera. Sólo de esta forma se pudo salvar la vida.

Yo estuve ahí. Y aunque sólo era una niña, lo recuerdo. Más, aún, cuando,
años después, hilvanando con unos y con otros la memoria, y hablando con mi
mamá, la Rosita de esta historia, de todo lo que había pasado, ella me aclaró
algunos pasajes ya para esa hora confusos, al tiempo que, llorando, me contó
cómo me había concebido y lo que había sufrido a causa de que yo había sido
engendrada por Gabriel.

(mientras la Narradora habla, van entrando los campesinos, Rosita, Rufina,


Sebastián, campesino y campesina. Todos se dirigen hacia el mismo lado, a
veces volteando hacia atrás)

Rufina:

¡Ah, noble tierra,


con tu siempre cielo azul
y tus campos labrados!
¡Tierra de nuestras maternidades
y nuestras nupcias truncadas!

Rufina y campesinas:
Cunas vencidas. Manos inertes.
Hoy el amor pesa ... desgarradamente.
¡Ay, tierra de nuestras nupcias
y maternidades truncadas!
¡Truncadas!

Rufina, campesinos y campesinas:


¿Qué mano es tejedora del destino?
¿Qué infame voluntad urdió la suerte?
Vacíos han quedado los campos
de la vida…
como nosotros…

Campesinos y campesinas:
que hoy vamos hacia otras tierras
mientras tú permaneces
inmensamente viuda,
multiplicadamente huérfana.

Rufina:
Inmensamente viuda…

Campesinos y campesinas:
Inmensamente viuda…

33
Rufina:
Multiplicadamente huérfana...

Campesinos y campesinas:
Multiplicadamente huérfana...

Campesinos y campesinas:
Inmensamente viuda...
Multiplicadamente huérfana.

Rufina:
Turbada el alma niega.
duele el aliento y la razón falta...

Campesinos y campesinas
... pero el recuerdo será el abono
de días nuevos, de otro destino,
pues no es con muerte que se construye
el país éste en el que nacimos.

Rufina:
Dulces amores, ruiseñor mío:
de la memoria nazca esperanza
para otros niños....

Los demás:
Ya la memoria de este tormento
arde en nosotros y nos da bríos,
para extenderlos en otra historia
como agua fresca de los caminos.
¡Venga la vida!

FIN

34

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