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Infancia y adolescencia de antaño en las obras de don Tomás Carrasquilla

En el artículo se hará referencia a la edición de las Obras Completas de Tomás Carrasquilla de 1958,
de Editorial Bedout1

El nombre de Tomás Carrasquilla hace evocar el aroma de libros de texto del


bachillerato, y la lectura de obras como La Marquesa de Yolombó y En la Diestra de
Dios Padre, entre algunos de sus títulos más editados y analizados, donde se
perfilan sus dotes de narrador y cultor de la oralidad. Precisamente el placer de leer
a este antioqueño ilustre, pasa por degustar el hablar sabroso de los personajes y
la riqueza de la descripción de su contexto histórico y social.
El maestro Carrasquilla nació en 1858, en Santo Domingo, municipio del
oriente antioqueño, y su infancia transcurrió allí, con algunas temporadas en
Concepción, donde sus familiares tenían una mina. A la edad de quince años se
traslada a Medellín para estudiar bachillerato y proseguir la carrera de Derecho en
la Universidad de Antioquia. Este empeño se vio interrumpido por una de las
muchas guerras civiles que asolaron el país en su época, por lo cual decidió
regresar a su pueblo natal, donde desempeñó varios oficios, entre ellos sastre y
funcionario municipal, hasta que en 1904 pierde sus ahorros en la quiebra del Banco
Popular. Su situación económica lo lleva a trabajar en Sonsón como administrador
de minas durante tres años, al cabo de los cuales regresa a Medellín. Entre 1914 y
1919 trabaja en Bogotá en el Ministerio de Obras Públicas. Luego vuelve a la capital
antioqueña, donde vivirá y continuará su fértil creación literaria hasta su muerte en
19402,3
Fue un prolijo observador de indumentarias, gesticulaciones y costumbres de
las gentes de su región, de todas las condiciones sociales, y de su pluma se guarda
una descripción de la Medellín de los años veinte, propia de un cicerone
enamorado4. Adicionalmente, el escritor fue pudo haber recibido un título honoris
causa en psicología o psiquiatría, en una época en que estas disciplinas se
encontraban en la cuna. La construcción de sus personajes demuestra maestría en
la penetración de los entresijos de la mente humana, a la par que una capacidad de
empatía asombrosa. Este concepto, tan en boga en estos días, y que hace
referencia a la habilidad de “ponerse en los zapatos de otra persona” deriva
originalmente del alemán einfühlung, “sentirse dentro de alguien” y empezó a
utilizarse en la estética alemana de finales del siglo XIX, en la misma época histórica
del autor, aunque sólo posteriormente llegaría a nuestro idioma5.
Los zapatos que Carrasquilla suele calzarse al tomar la pluma resultan
sumamente impredecibles. Entre sus protagonistas encontramos principalmente a
niños y adolescentes de ambos sexos, a quienes retrata con agudeza y cariño,
siguiéndolos a lo largo de los necesarios dramas de su historia vital, en un trasfondo
doméstico y de aparente poca trascendencia. En esto se diferencia de sus
contemporáneos, ya que sus dramas afectivos no revisten la sublimidad del amor
entre María y Efraín ni la épica de La Vorágine, y tampoco están contados desde el
punto de vista de un hombre adulto, como éstas obras. En lugar de ello, su
producción literaria se constituye en una especie de fotografía animada de la vida
cotidiana de individuos concretos, que bien podrían ser antepasados de alguno de
los lectores, ya que don Tomás mismo consigna aspectos biográficos, algunas
veces propios y otras de terceros, de varias de sus creaciones.
Es común que se circunscriba la obra de Carrasquilla a la corriente
costumbrista, o que se quiera observar en ella algunos visos de realismo. Sin
embargo, una aproximación cuidadosa y desprejuiciada, que otorgue menos
relevancia a la forma, es decir al léxico y los adornos del mismo, y considere los
personajes, las dinámicas entre ellos y su devenir, encontrará temas y
apreciaciones éticas y estéticas que denotan un profundo humanismo e inquietudes
sociales y filosóficas: por ejemplo, la relación entre política, educación y religión, la
inequidad social y sus causas, la intolerancia de los extremistas, y finalmente lo que
nos ocupa, la importancia de la infancia y el impacto de las prácticas de crianza en
la formación de un sujeto6,7.
Al abordar a los personajes niños y adolescentes de Carrasquilla llama la
atención la frescura en la descripción de las emociones, los conflictos y las
relaciones interpersonales, sobre todo en el ámbito de la familia. La posición social
y la dinámica familiar se entreveran con el mundo interior del pequeño o la jovencita
dando lugar a situaciones que podríamos encontrar en nuestra experiencia actual:
por ejemplo, en El Zarco y Hace Tiempos, los protagonistas, Juan de la Rosa y Eloy
Gamboa, respectivamente, son niños adoptados que luchan por reconciliarse con
su origen (y tienen éxito), en Simón El Mago, Toñito descubre en los cuentos de su
niñera negra un mundo invisible que va en contravía de las creencias católicas de
sus padres, en Frutos de mi Tierra, Josefina Pepa Escandón es una “chiquilla
desaforada” que, a pesar de su elevada posición social, insiste en cargar leña y
ayudar a ordeñar vacas con los obreros de la finca, propiedad de su padre. Menos
luminoso es el destino de Tista Arana, de El Rifle, quien a los once años es huérfano
y recibe maltratos de parte de la única adulta a su cargo 1.
Más allá de estas representaciones, hay algunos personajes en los cuales
podemos encontrar aspectos de interés clínico. Para algunos de los niños de sus
historias, el malestar emocional es de tal magnitud que los lleva a ser examinados
por un médico, y en otros casos lo que causa alarma es el comportamiento poco
acompasado a las expectativas del entorno familiar y social.
No sería exagerado entonces decir que podríamos tener verdaderos casos
de consulta entre sus personajes. Teniendo siempre en cuenta los matices de las
circunstancias históricas y sociales que se hallan minuciosamente descritas, se
puede hacer un ejercicio de observación y descripción con varios entre ellos. En
este artículo se presentarán tres que se consideran muy ilustrativos, los dos
primeros de trastornos internalizantes representados por un cuadro depresivo y otro
ansioso, y el último por un caso de tipo externalizante, similar a trastorno por déficit
de atención.

Regina, la tristeza mortal del amor contrariado.


Salve, Regina es una novela publicada en 19031, y una de las
producciones más apreciadas por el autor, quien afirma que, entre toda su obra,
sólo esta novela “le parecía buena”8. Su personaje principal es una adolescente de
diecisiete años, Regina, hija de una familia acomodada, la segunda de cuatro
hermanos. Vive en un pueblo ficticio, denominado La Blanca, situado
indudablemente en Antioquia, bautizado en honor a la bella caída de agua que
preside el paisaje. La joven posee características casi ideales para la época: es
hermosa, prudente, piadosa, disciplinada en sus estudios, solidaria con los
pobres… Su único casi defecto viene a ser la timidez, reflejada en su escaso interés
en las relaciones sociales con gente de su misma clase social. En lugar de ello pasa
las tardes con sus hermanos pequeños y en obras de solidaridad con los pobres.
Desde la infancia ha estado enamorada de Marcial Rodríguez, pero él ha suscitado
el escándalo en el pueblo, debido a sus amoríos con otra mujer con quien vive en
concubinato en La Remanga, una finca de su propiedad. El cura del pueblo ha
predicado en contra de este hecho, un secreto a voces entre los vecinos,
pronosticando el castigo divino. Por esta razón, los padres de Regina se oponen a
que él la siga cortejando. Ella obedece, estableciendo como prioridad su virtud
cristiana. Como nota que acentúa su conflicto, ella sabe que su amado hace algo
reprochable, pero como señorita decente desconoce la naturaleza de la falta, ya
que debía mantener “la inocencia” es decir, un completo desconocimiento de todo
lo referente a la sexualidad, mientras fuese soltera. Entre la pérdida y la frustración,
rápidamente se hacen evidentes los síntomas de una depresión mayor, percibidos
por su entorno familiar:

“-Está verde y consumida- murmuró la madre no bien Regina hubo


salido-. Parece una asombrada. Ni come ni duerme: no tiene más vida que
estudiar y vivir en la iglesia, como si fuera una vieja, ¡le aseguro que el perdido
aquél me la tiene enyerbada!...”

También los podremos notar en los pensamientos de la chica, rumiativos y


decididamente pesimistas:
“Enredada en una maraña de contradicciones y de ‘malos pensamientos’
–que decía ella-, pasaba horas y horas, para venir a sacar, al fin y al cabo, las
mismas pecaminosas conclusiones… la vida sólo era posible en la niñez, que
es como un llano barrido y sombreado. De allí en delante de volvía un
despeñadero de barro, fétido y negro. Asomaban por ahí puntas de piedra
pequeñas y apartadas. Lo buenos se sostenían en las piedras, los malos se
caían; pero con el lodo que levantaban, de tanto caer y chapuzar, los buenos
también se iban poniendo sucios y repugnantes… La vida, en fin, era un camino
obscuro que la aterraba”.

Con el pasar de los días llega una epidemia a la región. Los rumores de otros
pueblos describen la enfermedad como rápidamente mortal. El párroco convoca a
actos religiosos para obtener la misericordia divina y el pronto fin de la peste, a la
que llaman El Rayo. Regina asiste, acompañada de Laura, su hermana mayor y
casada, a una procesión. Esta última expresa su temor de enfermarse, a lo cual
Regina le replica: “El Rayo no puede hacerme a mí sino un beneficio”. Durante el
recorrido ve a Marcial y experimenta tanto su afecto y atracción como una intensa
culpa, mixtura de sentimientos que exacerba su desprecio por la vida:
“La joven está turbada y sobrecogida: ha estado a poca distancia de
Marcial. Le ha dicho él con los ojos cosas tan dulces y terribles que ella no ha
resistido a tanta elocuencia: a su vez lo ha mirado con ojos más amorosos que
lo fueron siempre… No, no. ¡Imposible! Estimular amor en ese hombre era un
delito, estimularlo en ella, otro mayor. ¡Qué amargura! ¡Qué despotismo del
destino! Ni ser buena, ni tener aspiraciones altas, ni amar lo digno le era ya
posible en este absurdo de su vida”

Ya en la misma procesión, y al llegar a casa, se empieza a manifestar un


malestar físico: un “desaliento” que desemboca en “estremecimiento”, cefalea, y
luego en fiebre de varios días que hace confirmar el diagnóstico al “cuerpo médico
de La Blanca”, constituido por “don Hermógenes, el boticario, Mano Esteban, el
yerbatero insigne y la tía Juana, especialista en tabardillos y descensos”. Regina ha
contraído la enfermedad temida, y sólo emergerá del delirium de la fiebre para
mostrar alegría por única vez en toda la narración, por el cumplimiento de su deseo
de morir:
“−Sí que estás aliviada, mi reina- le dice Laura al cumplir lo ordenado
−Sí, estoy muy bien, porque voy a morirme.
−¡No diga eso!
−Sí, Laura, ¿no ve qué tan contenta estoy? Me voy al cielo. Ayer… no sé
cuándo, sufría, sufría mucho; pero hoy… ¡me siento tan feliz!”

Antes que finalice la noche habrá fallecido:


“se quedó poco a poco, como un niño que se duerme”

Hay una considerable distancia entre Regina y nuestras adolescentes


contemporáneas, en cuanto al ambiente de exigencias morales y las metas que se
espera que logren en las puertas de la adultez legal: hoy nadie espera de una joven
que escoja a su esposo a los diecisiete años, ni que ignore todo en materia de
sexualidad. Sin embargo, no es infrecuente observar el recurso a la muerte como
única salida ante el amor contrariado debido a prejuicios sociales: ¿quién no ha
tenido que atender en su consulta a una adolescente enamorada de otra chica, para
espanto de su mamá de opiniones conservadoras, que intenta suicidarse después
de la crisis donde ambas se confrontan? A pesar del salto histórico, la situación
guarda varias semejanzas: hay una elección de pareja ante la cual la familia puede
reaccionar con rechazo, porque contradice sus valores morales. La joven, sin
embargo, no puede renunciar a la misma, ya que hacerlo significa coartar su
desarrollo afectivo individual. El papel de los profesionales de salud es establecer
un espacio donde se pueda reconocer el derecho del adolescente a ejercer su
afectividad y sexualidad, sin transformarse en otra víctima propiciatoria.
En este sentido es interesante revisar la investigación de Pineda Roa (2013)
acerca de cómo el evento de la revelación de la identidad homosexual ante la familia
puede constituirse en un momento de riesgo de ideación o conducta suicida entre
los jóvenes con orientación sexual diversa. Así mismo describe la importancia de
otras variables socioculturales como las creencias religiosas y la presión social
ejercida por los amigos y coetáneos9.

Paquito y los fantasmas familiares


Entrañas de Niño se titula la novela corta que refleja algunas vivencias de
Francisco de Paula Santos Solsona, quien tiene ocho años y ocupa el octavo lugar
entre diez hermanos. Habita en un caserón antiguo en otro poblado ficticio, Santa
Cruz de Badillo, junto con ambos padres, la abuela materna y sus hermanos. La
vivienda solariega ha pertenecido a la familia de la madre, doña Beatriz Solsona,
por varias generaciones, y según los mismos dueños, las personas del servicio e
incluso las visitas, algunos antepasados “espantan” en ella. Tales son el tío abuelo,
padre Villalares, un sacerdote a quien la Inquisición condenó por independentista, y
el tatarabuelo, Taita Gori, quien azotaba a los esclavos con crueldad. Ambos están
penando por estos pecados y necesitan oraciones para redimirse:
“La leyenda, la conseja y los espantos se ciernen en este ambiente. Mi
tío, el sacerdote, sale en altas horas de la noche y hace sonar con tañido
pavoroso la vajilla de plata, repleta de oro y pedrería, que dejó soterrada al partir
a Cartagena. En el Corredor de las Argollas, junto al pozo de la alberca, óyense
al amanecer quejumbres lastimeras, mezcladas con resoplos de coraje. No es
para menos. Taita Gori solía, en tales días y a tales horas, desayunar a la
cuadrilla de esclavos con una azotaina que daba la sangre a la rodilla” p 199
tomo primero

El niño está esperando el momento de su primera comunión, pero como un


requisito para esta debe demostrar que posee uso de razón, lo cual estaría
evidenciado en la adquisición de un criterio moral acorde a las creencias católicas
de su entorno, y por lo tanto un comportamiento intachable. Paco, sin embargo, se
entretiene en matar y empalar sapos, y luego arrojarlos a las empleadas
domésticas, y en escupir a quien le parezca feo o indigno de entrar en su casa.
Tales hazañas no se quedan sin castigo, en forma de correazos, de parte del papá,
don Ignacio, quien se pregunta de dónde habrá sacado Paquito ese temperamento
tan difícil. Se le ocurre responderse a sí mismo en voz alta que con seguridad se
debe a la familia materna. Esto lleva a la indignación de la mamá, doña Beatriz, con
la consiguiente discusión conyugal, que motiva la preocupación de la abuelita Elvira,
expresada en síntomas cardiacos. Al revuelo familiar reacciona Paco con un
episodio con claras características de crisis de pánico, reuniendo síntomas
emocionales, cognitivos y neurovegetativos:
“En uno de los aleros de la ventana… dio su queja al aquilón un búho
aleve. Aquel ¡cu-rru-cutú! se me fue hasta las entrañas. Di un chillido y me fui
sobre la negra. Cuando vuelvo en mí, me rodean papá, mamá y Lucía… Siento
que no es soñando, pero parece. No sé; no puedo explicar; tengo frío y me
sofoco; me duele, me duele mucho, pero no sé dónde, por el pecho me sube y
me baja algo que me raspa y me arde, siento náuseas y ‘fatiga mortal’… el sudor
se me vuelve granizo por la frente, por la nuca, por todo el cuerpo… el resuello
me sale con trabajo… me ponen en la boca tazas de agua caliente… De pronto,
me reviento por dentro, me voy de bruces sobre alguna y la ensopo. Es un
chorro espeso, ácido, amargo, pero no sale todo”. p 219

Al sentirse injustamente castigado, suele alejarse de la casa permaneciendo


dentro de la propiedad, la cual es muy amplia y comprende áreas boscosas. Desde
allí se pone a contemplar la arquitectura de la construcción, haciendo cavilaciones
de niño introvertido, las cuales describe con detalles de tipo obsesivo:
“La planta del edificio señorial tenía forma de E, y de L, la de sus
dependencias. Estas dos letras, L E, tan juntas, a la vez que inarmónicas entre
sí, querían decir mucho, contenían una cosa muy grande y muy profunda. Y eso
no lo habían hecho aposta, eso había salido así… ¡Ah! Y a las cosas que salían,
que resultaban, yo les tenía un recelo, un temorcito allá.” p. 205

“Las cosas que salían solas” eran percepciones en la cuales Paco creía ver
premoniciones de tragedias futuras y esto lo angustiaba sobremanera, así, al
compartir la habitación con la abuelita Elvira y su niñera negra Tula, las vigila
durante la noche:
“Vira, con la cara vuelta a la orilla, dormía como un niño… No le
sentía la respiración, su pelo no se distinguía de la almohada, pero ¡qué
horror! Una mariposa negra se le había asentado. Comprendí, en medio
del espanto, que era la cinta de terciopelo con que se ataba la moñita;
mas, por eso mismo la situación apuraba: aquello ‘salía sin que nadie lo
sacara’… ¡Vira se iba a morir! ¡Tal vez estuviese ya muerta! ¡Tal vez no
sería ella sino yo! El terror se me fue a la boca del estómago, y era tal,
que aunque quería gritar, yo no podía. Sin saber cómo ni cuándo me vi
en el suelo, frente a la cama. Las piernas me bailaban y sudaba frío. Me
agarré de una columna para no caerme.
−¡Qué es¡- exclama la difunta incorporándose. ¿Por qué se levantó?
−Es… que yo… ¡toy viendo cosas! - pude articular entre acecido y
acecido” p 217
Paco, por su edad, está concluyendo la etapa del pensamiento mágico
religioso, pero no es el único en su familia que procesa la realidad de esa forma.
Entre sus allegados este se refleja en las narraciones orales de espantos y
aparecidos, así como en como en su acentuada religiosidad:
“En casa, a más de cumplirse al pie de la letra todos los preceptos de la
madre Iglesia, practicábanse cuantas devociones puede inspirar la piedad más
arraigada y monástica; como que era ella la característica y la consigna de la
familia”

Este ambiente constituye un factor propicio para que su temperamento


neurótico desarrolle el cuadro clínico magistralmente descrito por Carrasquilla en
los fragmentos señalados. Varios autores han descrito la asociación entre el
pensamiento mágico religioso y la aparición de trastornos del tipo obsesivo y
ansioso. Las cogniciones comunes a ambos fenómenos incluyen la creencia
distorsionada de que pensar algo equivale a que esto ocurra, o lo hace más
probable, llamada fusión pensamiento-acción10,11.

El azogado: Teodorete Moncada


Teodoro tiene ocho años y es el menor de los dos varones, de cuatro hijos que
componen la prole de don Miguel Moncada, administrador de minas. Su familia
habita, otra vez, en La Blanca, localidad imaginaria en cuya descripción se reconoce
claramente la región del noroccidente antioqueño, cuya dinámica social y
económica gira en torno a la extracción aurífera. Es un personaje secundario pero
muy importante de la novela Hace Tiempos, una obra que tuvo que ser dictada en
la ancianidad por don Tomás, estando su visión muy limitada por padecer cataratas.
Relata la vida de Eloy Gamboa, un preadolescente de origen familiar “blanco y
limpio” cuyo papá ha venido a menos en lo económico. Luego de varias tragedias
familiares, como la muerte de la madre y el fusilamiento del padre convicto por
homicidio, es adoptado por la familia Moncada. Al ser acogido dentro de esta conoce
primero a su nueva madre, doña Elisa, y a quien será su hermano adoptivo y
compañero de crecimiento. Eloy será en lo sucesivo un ejemplo de conducta
mesurada, lo cual contrasta con la incesante movilidad de Teodoro:
“A esas divisamos a Teodorito montado en la baranda del corredor de la casa
grande: Salta al patio como una pelota. Trasiega, brinca que brinca, en torno de
las eras… Da vueltas de carnero, camina en las manos y hace no sé cuántas
micadas y cabriolas…
[Dice la madre:] Véalo, Eloy… ¿no le digo que es un azogado? Parece un
lagarto, una ardilla, un muñeco de caucho. Por eso se acuesta rendido. Pero ni
dormido tiene sosiego. Se cae de la almohada, se enreda, se resbala como una
sabaleta. Si no fuera por la tabla que se le pone delante de la cama, ya se habría
desnucado en alguna caída”

La palabra azogado se refiere a aquel que ha inhalado vapores de azogue,


es decir, mercurio, elemento de sobra conocido en labores de minería, que se usaba
entonces y se sigue empleando en la extracción del oro 12. Los intoxicados con este
material presentan temblores e inquietud motora, por lo cual el adjetivo se aplica por
extensión a quien es inquieto y nervioso13. Teodoro bien podría ser un niño
problema, etiqueta muy comúnmente endilgada a quienes padecen trastorno por
déficit de atención e hiperactividad (TDAH), y a lo largo del relato veremos
interacciones con su familia donde esto se pone de relieve. En cierta ocasión se
aproxima a su hermana mayor, Raquel y ella lo detiene:
“−Este Tiodorete vino más necio y más mentiroso… ¡No me toqués los
cachumbos que me dañás la cinta!”

El mismo Teodoro, que se caracteriza por su franqueza, confiesa su


costumbre de meterse en las conversaciones de adultos, diciendo a su mamá:
“−Este Eloy sí te va a dar gusto: ni toma la palabra como yo, ni es payaso
como Marto”

Como era de esperar, la señora Elisa defiende a Teodoro hijo de las críticas
de algunas familiares quisquillosos que predicen un futuro poco halagador al crecer
el niño. El pasar del tiempo le dará la razón a la madre, pues más adelante, su
familia se mudará a la Villa de la Candelaria, es decir Medellín, y allí tanto Teodoro
como su hermano adoptivo Eloy adelantarán estudios de Derecho en la Universidad
de Antioquia, bajo la rectoría del doctor Pedro Justo Berrío. En adelante la vida de
nuestro pequeño héroe, ya adulto, será la de un profesional respetado en el entorno
social de la capital.
Es destacable el que la vida de este personaje niño de finales del siglo XIX,
describa características de un trastorno cuya relevancia histórica está comúnmente
asociada a la segunda mitad del siglo XX. Martínez-Badía y Martínez-Raga (2015)
precisan que la primera descripción de una constelación sintomática claramente
reconocible como TDAH se debe a George Still en 1902. Sin embargo, hacen un
recuento de los personajes en la literatura –incluyendo la Biblia- y en otros tipos de
arte, como la pintura, en donde los rasgos de distraibilidad, inatención e
hiperactividad nos sugieren que efectivamente no se trata de un invento de la
modernidad14.
Otro aspecto interesante de la historia de Teodoro es que refleja su transición
del ámbito vital del campo a la ciudad. La inquietud por la relación del ambiente en
su dicotomía urbano-rural y la aparición de enfermedad mental en niños se refleja
en la Encuesta Nacional de Salud Mental de 2015, en la cual se entrevistaron 2727
cuidadores de niños entre 7 y 11 años, resultando que en el 4,7% de la población
se encuentra algún trastorno mental, de los cuales el 85,1% se encuentra en el área
urbana y 14,9% en la rural15. No hay información específica para cada trastorno. En
otros países, como en EEUU, estado de Maine, Anderson y colaboradores
encontraron una mayor prevalencia de diagnóstico de TDAH y prescripción de
estimulantes entre los niños del área rural 16. En contraposición, un estudio
prospectivo de Donovan y otros, con la cohorte de niños nacidos en Nueva Zelanda
en el año 1998, encontró que los niños que vivieron de forma permanente en un
área rural después de la edad de dos años tenían un riesgo significativamente
menor de desarrollar TDAH, con un OR de 0,67017.

Conclusiones
Se ha expuesto una pequeña muestra de los personajes infantiles y
adolescentes de Carrasquilla. Según Cogollo (2009), don Tomás “dio a luz a catorce
niños como protagonistas de sus obras”. La misma autora pone en duda el valor de
una aproximación nosológica, o de “clasificación psiquiátrica”18, lo cual puede tener
validez desde un punto de vista exclusivamente literario. No obstante, al
aproximarnos esta obra considerando su valor integral de documento histórico y
cultural, como propone Gómez-García19, encontramos una valiosa comprobación
de que los problemas nucleares a los cuales se enfrentan el niño y el adolescente
en su tránsito evolutivo son similares a pesar del radical cambio de escenario que
plantea la posmodernidad: el configurar una individualidad modelada y coloreada
por la relación con los padres y hermanos, la escuela y el mundo más allá de la
puerta de la casa.
Puede ser provechoso para el quehacer médico el ejercicio de acercarse a la
historia clínica como a una forma de literatura, según lo propone Velásquez, quien
la compara con un cuento: como este, comprende un inicio, un nudo y un desenlace.
Identifica el nudo con el problema clínico y propone que el médico debe estar en la
capacidad de desentrañar el cuadro clínico hasta su inicio (etiología) para dar un
desenlace o intervención terapéutica que pueda llevar a un final lo más feliz
posible20.
Desde un abordaje ético, Rosas plantea una reflexión sobre cómo el ejercicio
del papel de lector, y también de narrador, es capaz de ir formando en el profesional
de la salud actitudes y valores como el silencio, la atención y la escucha, que lo
lleven a transcender de una práctica rutinaria y mecánica en una vivencia de
compasión activa, capaz de adentrarse sin juicios en los pasajes de la narración de
la experiencia vital, donde la persona se siente vulnerable21 .
No es reduccionista esta aproximación desde el interés clínico, si se
comprueba que sólo es posible comprender cabalmente a Regina, Francisco y
Teodoro sin practicar esa escucha y observación delicadas y pacientes que
permitieron a Tomás Carrasquilla, cercano al final de su vida, plasmar fielmente la
vivencia de un niño. Este descubrimiento puede servir de guía y aliento para quienes
trabajan con pacientes pequeños y muy jóvenes.

BIBLIOGRAFÍA
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Editorial Bedout.

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