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El Testimonio Católico del Educador

Es un gran honor para mí, al desarrollar este tema, poder referirme al


valioso aporte que Juan Pablo II ha realizado al saber educativo a lo largo de
todo su magisterio; se observan no menos de treinta temas vinculados con la
esencia de la tarea educativa.

Desde el mensaje inaugural de su Pontificado, cuando nos exhortaba a


"no tener miedo de abrir nuestros corazones a Cristo", solicitud que
constituye todo un desafío educativo, - el configurar la vida del hombre con la
de Nuestro Redentor -, razón de ser de la verdadera educación; hasta su
encíclica sobre la 'Eucaristía Vida de la Iglesia', donde descubrimos "la
necesidad del alimento del Alma para acceder al camino de la
perfección, fin último del hombre"; todo su Magisterio está impregnado de
LA VERDAD, objeto singular de toda educación.

Será bueno ahondar en la reflexión sobre la naturaleza de la educación, Su


Santidad Juan Pablo II nos dice,

"¿En qué consiste la educación? Para responder a esta pregunta


hay que recordar dos verdades fundamentales. La primera es que el
hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. La segunda
es que cada hombre se realiza mediante la entrega sincera de sí
mismo. Esto es válido tanto para quien educa como para quien es
educado. La educación es, pues, un proceso singular en el que la
recíproca comunión de las personas está llena de grandes
significados. El educador es una persona que «engendra» en
sentido espiritual. Bajo esta perspectiva, la educación puede ser
considerada un verdadero apostolado. Es una comunicación vital,
que no sólo establece una relación profunda entre educador y
educando, sino que hace participar a ambos en la verdad y en el
amor, meta final a la que está llamado todo hombre por parte de
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo"1

Como podemos observar Su Santidad, nos ofrece tres cualidades esenciales


a todo proceso educativo: educar en la verdad, en el amor y en el servicio.

Educar en la Verdad, supone afirmar la existencia de la misma, y la


capacidad del hombre de alcanzarla. Cuando en esta pos-modernidad se
sostiene el llamado 'pensamiento débil' , desprecio de la razón; como
asimismo se confunde Verdad con Opinión, es imprescindible destacar que
sólo en la Verdad y sólo en ella se realiza el proceso educativo.
1
Juan Pablo II, Carta a las Familias nº 16 (1994)
Desde un ‘realismo filosófico’ hemos de afirmar que la 'Verdad es la
Realidad', lo que las cosas 'son'; y un conocimiento es verdadero cuando
nuestro intelecto se adecua a esa realidad, por ejemplo al afirmar 'la piedra
es un irracional', compruebo experimental y racionalmente que ello es así.
No solamente soy capaz de conocer los accidentes del 'ser' sino al 'ser' en sí
mismo, por eso puedo conocer la esencia de las cosas y no tan sólo su
apariencia. Esto supone una inteligencia cuyo objeto es la Verdad, capaz de
alcanzarla y transmitirla, cualidad propia del ser humano que lo distingue del
resto de las criaturas terrestres.
La Verdad no es mera opinión, que se emite sin fundamento y requiere
muchas veces del 'consenso' del 'número' para adquirir una supuesta validez
general. La Verdad vale por sí misma, es una, objetiva y universal; por lo cual
hemos de descartar esta visión del relativismo gnoseológico imperante que
otorga similar validez al error y a la verdad, o admite múltiples verdades,
incluso contrarias entre sí, sobre un mismo tema.
Sin búsqueda y transmisión de la VERDAD, no existe educación, sólo a
través de ella el ser humano se plenifica y alcanza su desarrollo.

Educar en el amor, supone la vivencia plena de la vocación de ser


'maestros', ya que ama quien busca el bien del tu, y el educar implica
necesariamente el anhelo de esculpir en el alma del alumno la imagen de
Cristo, el mayor bien al cual se puede aspirar.
Cómo no recordar aquí las enseñanzas de Eduardo Spranger acerca del
amor pedagógico, ese amor propio de quien encarna la tarea de educar, y
que busca la elevación, el crecimiento en la virtud del educando, ese amor
que se vuelve corrección fraterna ante el error, y es expresión viva de la
autoridad del maestro que es participación de la ‘Autoritas’ de Dios, que ‘ama
y sirve’ al hombre.
Amor que se reviste de mansedumbre ante la tardanza en el aprendizaje de
los alumnos, ante las incomprensiones de una sociedad que ha abdicado del
ejercicio de la autoridad y cuestiona toda firmeza en la fijación de límites al
comportamiento de niños, adolescentes y jóvenes, que deben crecer en
libertad con responsabilidad.

Educar en el servicio; como afirma el Papa Juan Pablo II, la auténtica


educación supone la entrega; la misma vocación de ser Maestros entraña
esta donación; y es, paradójicamente, en el desprendimiento de sí cuando la
persona alcanza su verdadera felicidad, es en este proceso de entrega
mutua donde el hombre va descubriendo el sentido de la vida; vale recordar
aquí, las palabras, que dicen: "Quien no vive para servir, no sirve para vivir",
analógicamente podemos aseverar que 'quien no educa para servir, no
sirve para educar'.

Cristo es el CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA, el supremo modelo


del AMOR y DEL SERVICIO, en la educación cristiana, es Él quien
debe ser esculpido desde dentro forjando el carácter de cada
hombre concreto. Y así Él es la Causa Ejemplar de toda verdadera
educación.

Crecer en la Virtud

En la Educación tendrá un papel central la adquisición y


perfeccionamiento de los hábitos operativos buenos, las virtudes, sin las
cuales no existe hombre educado. Por ello Su Santidad Juan Pablo II,
siguiendo al Aquinate, nos enumera una serie de virtudes que el maestro
debe encarnar ejemplarmente y procurar el desarrollo de las mismas en
quienes reciben educación, así nos dice:

"Se hace así necesaria la educación a amar la verdad, la lealtad, el


respeto a la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la
palabra dada, la verdadera compasión, la coherencia y, en especial,
el equilibrio de juicio y de comportamiento.
Un programa sencillo y exigente para esta formación lo propone el
apóstol Pablo a los Filipenses: «Todo cuanto hay de verdadero, de
noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea
virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta» (Flp 4,
8). Es interesante señalar cómo Pablo se presenta a sí mismo como
modelo para sus fieles precisamente en estas cualidades
profundamente humanas: «Todo cuanto habéis aprendido -sigue
diciendo- y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra» (Flp 4,
9).2

Amar la verdad; habíamos afirmado que la Verdad es el objeto de nuestra


inteligencia, de la razón; ahora el Papa nos invita a amar la verdad, a
desterrar de nuestra vida la mentira, como violencia hecha al prójimo.
Es lamentable comprobar que la sociedad toda, se halla inmersa en el
engaño y la falsedad, se miente en las promesas electorales, se miente en
los medios masivos de comunicación, se miente en los textos escolares, …
se miente,… Y la mentira destruye el amor, la confianza y toda posibilidad de
convivencia, por eso la sociedad se vuelve una yuxtaposición de individuos,
sin vínculos morales que los unan en la búsqueda de un Fin Común.
Viviendo la sinceridad volveremos a restaurar la unión y la solidaridad,
pilares de toda sociedad. Sinceridad que comienza en la vida familiar y se
debe afianzar en toda tarea educativa.
Sinceridad que se manifiesta en la fidelidad a la palabra dada, en los
compromisos, promesas o juramentos, en los cuales no sólo contamos con el
aval de nuestra dignidad personal, sino también con el testimonio de Dios, a

2
Ibid, nº 43
Él ponemos por Testigo de nuestros juicios; a Él daremos cuenta de nuestras
infidelidades.
Desde la más tierna educación debemos revalorizar el valor de la palabra
empeñada, para que cuando exista la necesidad de expresar un juramento,
no lo hagamos con liviandad, sino con la firme convicción de hacerlo en
nombre de Dios, cuyo ejemplo hemos de imitar, Él nunca defrauda a quienes
en Él confían.

La lealtad, rasgo característico de una sociedad fundada en los valores


evangélicos, donde el hombre asume compromisos y es fiel a ellos conforme
a la responsabilidad que emana de su voluntad libre.
Lealtad a Dios, que es fidelidad a Su Voluntad, en una continua y
permanente entrega de sí a sus mandatos, garantía de llevar una vida plena
y feliz, según aquella expresión del Señor: “Si quieres alcanzar la vida
eterna, cumple los mandamientos”
Lealtad a la Patria que es vivir conforme a las exigencias del Bien Común
buscando su desarrollo y su progreso, asumiendo con alegría los deberes
ciudadanos y los valores cívicos.
Lealtad a la Familia que nos cobija desde el momento de nuestra
concepción y en la que todos sus miembros reciben su ‘primera’ educación,
colocándose en ella los cimientos de toda comunidad organizada.
Lealtad que se comienza a modelar desde el hogar y que en la escuela debe
asumir una expresión integral. Toda la comunidad educativa, padres,
maestros, directivos, alumnos, deben manifestar lealtad, ante todo, al
proyecto educativo institucional, siendo coherentes en la búsqueda de una
formación virtuosa, para alcanzar el perfil que se anhela en todo egresado de
la educación formal; siendo conscientes que debemos contrarrestar todos
los anti-valores presentes en los medios masivos de comunicación social,
verdadera subcultura inhumana que aleja principalmente a niños,
adolescentes y jóvenes de una rectitud de vida, ante la ausencia en los
adultos de un sentido crítico y de la firmeza necesaria para evitar esta
auténtica avalancha de mediocridad y sensualismo que apunta a exacerbar
la concupiscencia desordenada del ser humano.

El respeto a la persona, desde el momento de su concepción; que apuntará


a valorar la vida como primero y principal derecho humano, sin el cual
carecen de sentido todos los restantes derechos. Vida que comienza en el
seno de la familia, se desarrolla y va reconociendo sus deberes y sus
derechos, principalmente en orden a su dignidad y la de sus semejantes,
cuyo respeto constituye un pilar fundamental para la vida en comunidad.
Ante tantas violaciones de la dignidad de la persona humana en el mundo,
Su Santidad el Papa Juan Pablo II, eleva su voz reiterando una y otra vez la
‘sacralidad’ de la vida, invitando a toda persona de buena voluntad a
enarbolar la bandera de la CULTURA DE LA VIDA, frente al desprecio
habitual de la misma en la cultura de la muerte, ésta última difundida e
incentivada por los organismos internacionales, supuestamente defensores
de la convivencia y la niñez, como son las Naciones Unidas, UNICEF, o la
Organización Mundial de la Salud. Verdaderas estructuras de muerte.
El respeto a la persona debe darse en toda instancia de educación, respeto
del niño, adolescente y joven, por parte de los padres y educadores, quienes
no deben confundir respeto con pérdida de la autoridad; la corrección es un
acto de verdadero amor, por la cual se busca preservar al educando de todo
mal.
Asimismo es una exigencia natural el respeto hacia quienes son los
responsables de la educación, de todo aquel que es un ‘superior’, es un
deber de justicia, dar respeto a quienes nos entregan desinteresadamente
todo su saber y su ejemplo.

El sentido de la justicia; quizás constituya uno de los anhelos más


largamente esperado en esta pos-modernidad, que alardea en los distintos
foros nacionales e internacionales, del respeto de los derechos del ser
humano, e hipócritamente los viola en forma sistemática, convirtiendo a la
justicia en un simple instrumento de dominación.
¿Qué es la Justicia?, con Joseph Pieper, podemos afirmar que es ‘Vivir en
la Verdad con el prójimo’, lo que naturalmente implicará dar a cada quien
según su derecho; como se percibe pues, el camino de la justicia se
comienza a recorrer desde el reconocimiento de la verdad acerca de uno
mismo, del prójimo y de Dios, a través del crecimiento en la libertad y la
madurez de juicio.
Todo acto humano moralmente concebido es un acto de justicia o injusticia,
ya que en todos ellos participa el hombre en relación con otros, consigo
mismo o con Dios. Aún en el acto interno inmoral, se afecta al Bien Común,
ya que la sociedad espera de mí, un ser humano noble y probo que sea
capaz de contribuir habitualmente al progreso espiritual y temporal de sus
semejantes.
Es restaurando el sentido pleno y habitual de la justicia donde hemos de
contribuir a recrear estructuras que sean capaces de impartir una justicia
verdaderamente imparcial y objetiva. Sin olvidar que la justicia sin
misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia lleva a la disolución y la
anarquía.
Y es aquí donde el Papa nos pide recrear la verdadera compasión, cuya
etimología nos recuerda que significa, 'padecer con', es decir hacer nuestro
el dolor, la tristeza, las carencias de nuestros semejantes, pero con la firme
decisión de buscar la restauración del bien perdido que lleva a esas
situaciones de fragilidad y privación, donde se manifiesta un rasgo singular
del verdadero amor: amar en el dolor. La Cruz, es quizás el signo más
elocuente del Amor de Dios, allí en el Dolor del Hijo, manifiesta el Padre su
predilección por el hombre, y el deseo de su redención.
La coherencia, en especial, el equilibrio de juicio y de comportamiento.
Quizás sea hoy la hipocresía la manera habitual de convivencia en la
sociedad hedonista e individualista en la que vivimos, en esa desenfrenada
búsqueda de uno mismo y de su propio bienestar se traiciona a la Verdad,
haciendo realidad lo que ya nos dice el refrán que "quien no vive como
piensa termina pensando como vive", es decir, acaba consintiendo el error, y
transformándolo en norma de conducta, excusándose en falsas razones que
hagan 'creíble' su comportamiento .

Se debe pues, recuperar las virtudes, educiendo todo lo que el hombre


es, pero también, hacerle crecer, perfeccionándolo en su propia naturaleza y
según su propia naturaleza.

La educación es el desarrollo de todo lo que el hombre es,


llevándolo hasta su máxima perfección posible.

Los Padres, primeros educadores

La persona adquiere su educación en relación con otros, y es a los


padres a quien les cabe una responsabilidad primaria e irrenunciable, como
nos lo recuerda Su Santidad Juan Pablo II en varios documentos de su
Magisterio:

"La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los


esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos,
engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene
en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso
mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir una vida
plenamente humana. … Este deber de la educación familiar es de
tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse.
Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado
por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que
favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La
familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que
todas las sociedades necesitan.

El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial,


relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como
original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la
unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos;
como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede
ser totalmente delegado o usurpado por otros.3

Como explícitamente se ha manifestado en los documentos del


Magisterio, el deber y derecho de los padres a educar a los hijos es originario
de su vocación al matrimonio, que es la unión permanente e indisoluble del
varón y la mujer, aclaración que no está demás, cuando observamos, que la
legislación de algunos estados equipara el matrimonio a la unión civil de
personas del mismo sexo, que constituye una violación al derecho natural,
fundamento del orden jurídico, que pretende dar legitimidad a aquello que
constituye un estado intrínsecamente desordenado desde su origen.
Sólo el matrimonio, fiel a su principio natural, puede fundar una familia
capaz de educar; sin embargo esta unión estable ha de resistir otros
embates; los de una cultura permisiva, que procura diluir la autoridad
originaria del padre y de la madre en fórmulas de 'consenso' con los hijos,
donde, sin lugar a dudas se desemboca en un estado de anarquía que
fructifica en erigir como norma de convivencia los 'caprichos' de quien
todavía no alcanzó la capacidad de discernir que es lo conveniente o
inconveniente al desarrollo y logro del bien común familiar.

Sin autoridad y sin ejemplo no hay educación posible. Será en el seno


del hogar, sobre todo en los padres, donde se ha de observar la práctica de
las virtudes humanas y sobrenaturales, que constituirán para los hijos la
motivación a cultivarlas y asumirlas como camino de perfección y felicidad.

Cuando las circunstancias, o la tentación desvíen a los hijos del camino


del Bien, allí ha de estar la palabra prudente y la acción rectificadora del
buen padre o la buena madre que concientemente corrige con un acto de
amor, al decir de San Juan Bosco, con firmeza y ternura. Como asimismo,
siempre atentos a premiar el esfuerzo, la dedicación , la paciencia, la
generosidad, la virtud,…, con el objeto de manifestarles, que hacer el bien es
una senda segura de felicidad.

Juan Pablo II, asocia el compromiso esponsal al ejercicio de la


autoridad de Dios, cuyos rasgos de amor y servicio, han de ser el fuego
abrasador del hogar cristiano; de igual manera nos invita a contemplar la
acción del Espíritu Santo y sus siete dones en aquellos que se consagran en
matrimonio.

Lo hace precisando la acción de los Dones de Sabiduría, Consejo y


Fortaleza para ayudar a los hijos en el crecimiento humano y cristiano. Por el
Don de Sabiduría, conocemos y gozamos de la verdad acerca de Dios y su
3
S.S. Juan Pablo II, Familiaris Consortio, 1981, nº36
Obra, ayudando a los niños, adolescentes y jóvenes a contemplar en las
cosas la 'huella' del Creador, educando en la trascendencia y en el amor a la
Creación.

Por el Don de Consejo, crecemos en la humildad, ya que sólo quien


reconoce su realidad de criatura, con limitaciones y carencias es capaz de
acercarse al hombre prudente, dejando de lado posturas individualistas y
egoístas, para dejarse aconsejar con docilidad, procurando encontrar los
más sabios consejos que nos ayuden a educar integralmente a nuestros
hijos. De igual manera será un desafío permanente crecer como padres, en
la virtud de la Prudencia que nos hará capaces de aconsejar con sabiduría,
haciendo memoria reflexiva del pasado, para vivir con intensidad y acierto el
presente, y proyectar el futuro.

El Don de Fortaleza viene en nuestro auxilio, para hacer frente a los


obstáculos que se presentan para la educación integral, en una sociedad
hedonista, consumista y relativista, como la que hoy vivimos; como nos dice
reiteradamente Su Santidad Juan Pablo II es un 'remar más adentro', 'un
remar contra corriente'. Don de Fortaleza; imprescindible para dar
testimonio aún en ambientes adversos, que procuran desviarnos del recto
obrar; hace falta que seamos testigos valientes de la verdad, viviendo con
gozo y alegría, ante la tristeza propia del error y el pecado, que sumergen en
la desesperanza al hombre contemporáneo.

Debemos implorar los Dones del Espíritu, para, enamorados de Cristo, ser
sus testigos en todo tiempo y en todo lugar; con el desafío de vivir creciendo
en Caridad, con aquellos más cercanos a nosotros, en primer lugar, nuestra
familia, y haciendo luego realidad un compromiso con la comunidad, en la
cual estamos llamados a vivir el compromiso bautismal.

La Mujer Educadora

La educación del hijo -entendida globalmente- debería abarcar en sí la


doble aportación de los padres: la materna y la paterna. Sin embargo, la
contribución materna es decisiva y básica para la nueva personalidad
humana."4

"La " mujer ", como madre y como primera educadora del hombre
(la educación es la dimensión espiritual del ser padres), tiene una
precedencia específica sobre el hombre. Si su maternidad,
considerada ante todo en sentido biofísico, depende del hombre,
ella imprime un " signo " esencial sobre todo el proceso del hacer

4
S.S. Juan Pablo II, "Mulieris Dignitatem", 1988, nº 18
crecer como personas los nuevos hijos e hijas de la estirpe
humana."5

"La experiencia confirma que hay que esforzarse por la


revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga unida a
ellas y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y
de afecto para poderse desarrollar como personas responsables,
moral y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas.
Será un honor para la sociedad hacer posible a la madre- sin
obstaculizar su libertad, sin discriminación psicológica o práctica, sin
dejarle en inferioridad ante sus compañeras- dedicarse al cuidado y
a la educación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de
la edad. El abandono obligado de tales tareas, por una ganancia
retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del
bien de la sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil
tales cometidos primarios de la misión materna."6

Necesidad de Dios, hacia una educación cristiana

En el acto inicial de contemplación o saber originario, descubre el


hombre su propia posibilidad de ser o no ser, es decir, su radical
contingencia.

El acto de ser o esse es siempre recibido (es puro don); en cuanto tal
es efecto propiamente hablando pues pide una causa del acto mismo de ser.
Y nadie puede existir antes de haber existido; de donde se sigue que la
contingencia de todo ente exige la existencia de la Causa que le confiere el
ser tal.

Es así que desde el mismo acto inicial de descubrimiento del ser, es un


momento teológico, puesto que apunta hacia la existencia de una
Interioridad Infinita, de un Absoluto personal, Causa incausada del acto de
ser del ente. Y tal es Dios.

Volviendo al ente finito autoconsciente, la relación ontológica originaria


es evidencia de que tal ente consiste en religación a Aquel que le hace ser.

Decir que Dios no existe, solamente puede 'decirse' ya que el sólo


hecho de poderlo decir es consecuencia del originario descubrimiento del ser
en el ente; y haberlo descubierto es ya haber puesto su religación radical.
Luego, solamente se puede ser ateo porque existe Dios

5
Ibid., nº 19
6
S.S. Juan Pablo II, Laborem Exercens, 1981, nº 19
Se puede ser efectivamente ateo en el orden práctico (negando a Dios en el
plano moral y hasta psicológico), pero no en el orden metafísico.
En consecuencia el hombre, no solamente es persona autoconsciente, sino
constitutivamente apertura al tú, y simultáneamente apertura a Dios.

Cualquiera de estas dimensiones del hombre que se niegue, implica la


negación de las otras dos, y por eso, es destructiva del hombre completo.

Por tanto el desarrollo de la integralidad del hombre conduciéndolo hasta la


máxima perfección posible no sólo debe ser personal y social, sino,
esencialmente, religioso, aun en el mero plano natural. Una educación atea
es un sin sentido, una suerte de imposible, que para colmo es des-
integradora del hombre.

La educación se encuentra ante un verdadero abismo, que es el mismo


hombre. En la conciencia, en la interioridad, se manifiesta el ser; pero el
mismo ente, en virtud de este acto primero de participación, se comporta
como un abismo, como lo que no tiene fondo porque, en él, no puede
agotarse el acto de ser.

En consecuencia el desarrollo del hombre en la educación es un


proceso ad infinitum, no tiene fin temporal. Y, a la vez, para que ese
desarrollo sea pleno, real, debe consistir en la educación de la totalidad del
hombre, no de una u otra de sus dimensiones, no en la absolutización de
alguna de ellas (la voluntad en el kantismo o el sentimiento en el naturalismo
roussoniano) sino de la integralidad de todas ellas. De lo contrario, la
educación sería, paradójica y contradictoriamente, des-integradora del
hombre.

Este proceso, como toda actividad se orienta hacia un Fin. Y el fin no es otro
que el hombre mismo, pero no sólo en cuanto a lo que él ya es, sino en
orden a su mayor perfección posible.

El fin del hombre es la posesión simultánea de todo cuanto le conviene, pero


este fin así enunciado requiere un ser objetivo en el cual sea alcanzado el fin
subjetivo del hombre que es su máxima perfección, ser objetivo que no
puede ser otro que Dios, ya que sólo en él se puede encontrar la plenitud.

Es así que el fin natural de la educación no es otro que Dios, porque


solamente en Él puede el hombre alcanzar su plena perfección que la
educación persigue para él.

Disponibilidad del Hombre para la recepción de la Revelación Cristiana


Este fin descubierto en la presente reflexión filosófica, no es alcanzable
naturalmente. La herida del hombre se lo impide, sin embargo la naturaleza
queda en estado de apertura, de disponibilidad para recibir la Palabra de
Dios, si Dios quiere hablar al hombre.

Por lo cual, ya no es formar al hombre natural, sino el hombre cristiano; luego


Cristo es el supremo modelo de la educación cristiana; es Él que debe ser
esculpido desde dentro forjando el carácter de cada hombre concreto. Y así
Él es la Causa Ejemplar de toda verdadera educación y el tiempo de la
libertad derivada es tiempo crístico, porque es el tiempo de crecimiento de
Cristo en el hombre.

Por ello toda la escuela deberá procurar una adecuada educación en la Fe,
es más ello debe constituir el corazón de todo programa de formación,

"El carácter propio y la razón profunda de la escuela católica, el


motivo por el cual deberían preferirla los padres católicos, es
precisamente la calidad de la enseñanza religiosa integrada en la
educación de los alumnos. … tienen el grave deber de ofrecer una
formación religiosa adaptada a las situaciones con frecuencia
diversas de los alumnos,."7

Junto a la tarea primera y principal de los padres, una sana dirección


espiritual contribuye a 'esculpir a Cristo' en el alma del hombre, labor
inacabable hasta el encuentro con Dios,

"Invítese a los niños, los adolescentes y los jóvenes a descubrir y


apreciar el don de la dirección espiritual, a buscarlo y
experimentarlo, a solicitarlo con insistencia confiada a sus
educadores en la fe. Por su parte, los sacerdotes sean los primeros
en dedicar tiempo y energías a esta labor de educación y de ayuda
espiritual personal. No se arrepentirán jamás de haber descuidado o
relegado a segundo plano otras muchas actividades también
buenas y útiles, si esto lo exigía la fidelidad a su ministerio de
colaboradores del Espíritu en la orientación y guía de los
llamados.·"8

María y la Educación

7
S.S. Juan Pablo II, Catechesi Tradendae, 1979, nº 69
8
Ibid., nº 40
La Virgen María, Madre de Cristo, así como su casto esposo San José, nos
muestran el camino en la docilidad a la Voluntad de Dios y a la acción del
Espíritu, educador por antonomasia

"Cada aspecto de la formación puede referirse a María como la


persona humana que ha correspondido mejor que nadie a la
vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra
hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre
para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del
único y eterno sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna."9

"La dimensión mariana de la vida de un discípulo de Cristo se


manifiesta de modo especial precisamente mediante esta entrega
filial respecto a la Madre de Dios, iniciada con el testamento del
Redentor en el Gólgota. Entregándose filialmente a María, el
cristiano, como el apóstol Juan, «acoge entre sus cosas propias» a
la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida
interior, es decir, en su «yo» humano y cristiano: «La acogió en su
casa». Así, el cristiano trata de entrar en el radio de acción de
aquella «caridad materna» con la que la Madre del Redentor «cuida
de los hermanos de su Hijo» , «a cuya generación y educación
coopera» según la medida del don propia de cada uno por la virtud
del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad
según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies
de la cruz y en el cenáculo."10

A los pies de María, que guardaba todo en su corazón, y siguiendo el


ejemplo de Cristo, un 'contemplativo en la acción', suscitemos en nuestra
Patria los Maestros que la sociedad y la Iglesia necesitan, fieles a la Verdad
y decididos, como el Cardenal Francisco Javier Van Thuan, a no ponerse
límites en el amor a Dios.

Mensaje del santo padre juan pablo ii


Jornada mundial de la juventud

9
Ibid, nº 82
10
S.S. Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 1987, nº 44
"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame" (Lc 9,23)

Jesús no pide renunciar a vivir; lo que pide es acoger una novedad y una
plenitud de vida que sólo Él puede dar.
El hombre tiene enraizada en lo más profundo de su corazón la tendencia
a 'pensar en sí mismo', a ponerse a sí mismo en el centro de los intereses y a
considerarse la medida de todo.
Quien sigue a Cristo rechaza este repliegue sobre sí mismo y no valora las
cosas según su interés personal. Considera la vida vivida como un don, como
algo gratuito, no como una conquista o una posesión: en efecto la vida verdadera
se manifiesta en el don de sí, fruto de la gracia de Cristo: una existencia libre, en
comunión con Dios y con los hermanos.

Una difundida cultura de lo efímero, que asigna valor a lo que agrada y


parece hermoso, quisiera hacer creer que para ser felices es necesario apartar la
cruz. Presenta como ideal un éxito fácil, una carrera rápida, una sexualidad sin
sentido de responsabilidad y, finalmente, una existencia centrada en la afirmación de
sí mismos, a menudo sin respeto por los demás.

Este no es el camino que lleva a la vida, sino el sendero que desemboca en la muerte

Con vuestra juventud, imprimid en el tercer milenio que se abre el signo


de la esperanza y del entusiasmo típico de vuestra edad. Si dejáis que actúe en
vosotros la Gracia de Dios, si cumplís vuestro importante compromiso diario, haréis
que este nuevo siglo sea un tiempo mejor para todos.

"Sean centinelas de la mañana


en la aurora del Tercer Milenio"

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