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En este artículo, abordamos esta experiencia etnográfica, que con la Teoría del Actor-Red

(ANT) (Latour, 1994) se ha dado entre medios (Marras, 2018), en una proposición
cosmopolítica (Stengers, 2014). Cosmopolítica significa que no hay política que no considere el
cosmos, el público asociado a cada tema de disputa. Esta composición se justifica cuando, en
un mundo tejido por la mezcla, seguimos produciendo conocimiento sobre la realidad a partir
de los recortes que separan el saber de las cosas, y el poder y la política de los hombres
(Latour, 1994). Habiendo estado investigando cuestiones ambientales en comunidades rurales
de la región de Espinhaço desde mediados de 2015, aquí hemos recuperado información de
diversas fuentes, pero ahora con el objetivo específico de seguir el rastro de estas plantas.
Viendo, oyendo y aprendiendo de diferentes interlocutores, analizando notas de campo,
documentos y revisitando memorias, estamos componiendo un cosmograma (Latour, 2016).
La ordenación de asociaciones de conveniencia, coexistencia, oposición y/o exclusión entre los
mundos de los actores sobre los que ellas agencian.

Para ello, fue indispensable el relevamiento documental realizado a fines de 2017 en


repositorios digitales y herbarios virtuales, donde tuvimos acceso a revistas, artículos
científicos, imágenes, planes de conservación y legislación sobre la flora brasileña; libros raros
de la Biblioteca Pública del Estado y del Archivo Público Mineiro de Belo Horizonte, de las
Bibliotecas de la Universidad de São Paulo y de las exposiciones de la Casa da Gloria de
Diamantina, donde obtuvimos algunos registros de la producción científica de los naturalistas
en Brasil; así como material audiovisual (como documentales) y de sitios web y redes sociales
que nos permitieron abonar nuestro conocimiento de los pueblos y comunidades tradicionales
locales.

Conectadas al estudio documental estuvieron nuestras incursiones en el Espinhaço,


especialmente en su porción sur -en la región de Serra do Cipó- y en su parte meridional -en la
región de las ciudades de Diamantina, Serro, y las comunidades rurales circundantes (como
Milho Verde, Capivari y São Gonçalo do Rio das Pedras)-. Sin embargo, como el trabajo de ANT
busca necesariamente romper con la jerarquía sujeto-objeto o investigador-investigado,
retomando lo que Roberto Cardoso de Oliveira (1996) nos enseña sobre mirar, escuchar y
escribir, en nuestro trabajo optamos por no solicitar entrevistas ni distribuir cuestionarios.

Como los relatos son el laboratorio del científico social y en el interior de Minas Gerais el
"dedo de la prosa" o el "causo" son elementos de interacción que surgen espontáneamente, a
través de la observación y la escucha atenta pudimos conocer la vida local en el día a día,
participando de fiestas, ferias y asambleas científico-políticas. Tales como el I Festival de
Colectores Siempreverdes, que tuvo lugar en Diamantina en 2018, y el 39º Encuentro Regional
de Botánica (ERBOT) celebrado en la Universidad Federal de los Valles de Jequitinhonha y
Mucuri en 20196.

Así es como estamos describiendo esta red socio-técnica fluida que involucra el presente, el
pasado y el futuro, porque, como veremos, con las plantas hemos aprendido que la etnografía
es menos definir un universo, sino recoger y componer un cosmos (Latour, 2016). Esto es lo
que intentamos hacer en diálogo con las montañas de Minas Gerais, sus plantas, aguas,
piedras, animales, cosas y personas. Así como con las ciencias y técnicas de arqueólogos,
naturalistas, biólogos, agrónomos, ambientalistas, científicos sociales, gestores públicos,
recolectores de flores, etc. Todo ello visualizado en el mismo plano.

Primeras huellas: el hombre y las plantas del Espinhaço


El Espinhaço es un extenso macizo que cubre la porción oriental de la Plataforma
Sudamericana. Se extiende en dirección N-S a lo largo de más de 800 kilómetros, desde el
paralelo 20ºS, cerca de la Serra do Cipó, en Minas Gerais, hasta el paralelo 12ºS, en el estado
de Bahía (IBGE, 2006).

Los nombres utilizados para la sierra tienen en cuenta el área en que ocurren sus diferentes
segmentos, a saber: (i) Espinhaço Meridional, que se extiende desde las proximidades de Belo
Horizonte hasta la región de Olhos D'Água (Minas Gerais); (ii) Serra do Cabral, el segmento
occidental de la cadena en Minas Gerais, incluyendo la Serra da Água Fria; (iii) Espinhaço
Setentrional, que comienza en el paralelo 17º 30'S en Minas Gerais, donde la cadena
montañosa se separa y se desplaza aproximadamente 30 km en dirección NNE de la parte sur,
con una extensión continua del flanco oriental hasta el estado de Bahía; (iv) Chapada
Diamantina, distribuida enteramente en la porción centro-oriental de Bahía (Chemale Jr. et al,
2011, p. 173).

Forma la gran cuenca hidrográfica entre las cuencas de drenaje del río São Francisco, al oeste,
y el río Doce, el río Jequitinhonha y otras cuencas menores, al este. En términos
fitogeográficos, se sitúa entre los dominios de la Mata Atlántica y el Cerrado. El tipo de
vegetación predominante es el pastizal rupestre. La fisonomía de su relieve, modelado por
cizallas y fracturas, presenta formaciones de abrigos rocosos en los que se pueden observar
huellas que revelan relaciones prehistóricas7 e históricas entre los seres humanos y las plantas
del lugar (Horta, 2009; Solari; Isnardis; Linke, 2012).

Al norte de Belo Horizonte, la región de Lagoa Santa y las laderas de la Serra do Cipó poseen
importantes colecciones para el estudio biológico de las primeras poblaciones americanas.
Muy similares entre sí, forman la llamada "raza de Lagoa Santa" (Prous, 2006). Allí, hace entre
11.000 y 8.000 años, un gran número de abrigos y entradas de cuevas fueron utilizados como
cementerios por grupos humanos.

Las excavaciones realizadas en estos yacimientos han revelado cuerpos depositados en


pequeñas fosas, acompañados de collares y semillas. Pinturas rupestres atribuidas a una fase
tardía de la Tradición de São Francisco, localizada a lo largo del río del mismo nombre
(PEREIRA, 2013), y depósitos de material vegetal como concentraciones de paja, cocos,
fragmentos de mazorcas de maíz y semillas atestiguan la práctica del cultivo de plantas
domésticas y la creación de reservas alimentarias por parte de las poblaciones prehistóricas
(Horta, 2009).

Junto a uno de estos yacimientos también se encontró una flor seca (Horta, 2009, p. 231), de
hoja perenne.

Ante estas pruebas de la relación ancestral entre los humanos y este grupo de plantas, las
seguimos a través de las montañas de piedra, a veces como águilas, a veces como hormigas
miopes (Latour, 2012). Ya sea desde arriba o cerca del suelo, las siemprevivas nos hablan de un
pasado siempre presente en la vida de los habitantes de Minas Gerais, o de cómo la historia
del Espinhaço se entrelaza con la historia del colonialismo en Brasil.

Hasta mediados del siglo XVI, Minas Gerais era el Sertão8 de los cataguases; a los ojos de la
metrópoli, un vacío demográfico con presencia de poblaciones llamadas "precivilizadas". Con
el descubrimiento del oro, a principios del siglo XVII, se inició un proceso de esclavización y
exterminio de las poblaciones originarias, así como la ocupación del interior de Minas Gerais
por los exploradores, con la construcción de ciudades y aldeas coloniales. Como Tejuco,
pequeña aldea célebre en la época por ser el lugar del descubrimiento de diamantes y que hoy
lleva el nombre de Diamantina.

Durante el Brasil colonial, se desarrollaron actividades mineras privadas en varias partes del
Espinhaço. Con la caída de la recaudación de impuestos a finales del siglo XVIII y principios del
XIX, la Corona contrató al ingeniero alemán W. L. Eschwege para realizar estudios sobre las
riquezas del distrito de Diamantino.

Eschwege llegó a Brasil en 1810 como director del Real Gabinete de Mineralogía de Río de
Janeiro, encargado de mejorar las técnicas mineras. Su estancia en Minas Gerais dio lugar a
varios informes publicados, especialmente en Alemania. En uno de estos artículos, nombró por
primera vez Espinhaço (Eschwege, [1822] 2005) al grupo de sierras que apuntan de norte a sur
o Minas-Bahía.

Una de estas sierras principales, llamada Serra da Mantiqueira en algunos lugares, contiene los
puntos más altos de Brasil, como el Pico do Itacolumi, cerca de Vila Rica, la Serra do Caraça,
cerca de Catas Altas, y el majestuoso Pico do Itambé, cerca de Vila do Príncipe, y atraviesa las
provincias de Minas Gerais y Bahía hasta Pernambuco, al norte, y São Paulo hasta Rio Grande
do Sul, al sur. La llamé Serra do Espinhaço ("Rückenknochengebirge"), no sólo porque forma la
cadena montañosa más alta, sino que también es notable, especialmente para los naturalistas,
porque constituye una importante línea divisoria no sólo desde el punto de vista geognóstico,
sino también desde el punto de vista de la fauna y la flora. [...] Las regiones al este de esta
cadena, hasta el mar, están cubiertas de los bosques más exuberantes. La parte occidental
forma un terreno ondulado y presenta colinas desnudas y paisajes abiertos cubiertos de hierba
y árboles retorcidos, o campos cuyos valles sólo contienen vegetación espesa de forma
esporádica. El botánico encuentra plantas completamente diferentes en los bosques vírgenes
que en los campos y el zoólogo encuentra una fauna diferente, especialmente aves, tan pronto
como pasa de los bosques, a través de la Serra do Espinhaço, a los campos (Eschwege, [1822]
2005, p. 99).

El relato de Eschwege es importante porque difumina las fronteras entre los campos del
conocimiento y entre la ciencia y la política. Porque va más allá de la información que hoy
contendría un informe mineralógico y pone de relieve las relaciones políticas que permitieron
financiar las primeras investigaciones científicas en la región. Estas relaciones fueron decisivas
para que un séquito de científicos austriacos y bávaros acompañara a Leopoldina a Brasil
cuando la princesa se casó con el emperador Dom Pedro I en 1817.

Entre ellos estaba el botánico Martius (1794-1868) que, junto con el zoólogo Spix (1781-1826),
viajó de Río de Janeiro a la Amazonia, describiendo en sus cuadernos de campo aspectos que
hoy clasificaríamos como biológicos, antropológicos, sociológicos, geográficos y geológicos. A
través de estos registros, que trataban de las relaciones que supuestamente regían la vida
cósmica (Kury, 2001), nos encontramos con un Espinhaço que creemos que es un mundo entre
muchos. Veremos un multiverso inundado por el pasado, pero que ya no es el mismo.

Tras los siemprevivas: En las montañas de Minas Gerais se hace ciencia

Durante sus tres años en Brasil, la principal tarea de Martius fue estudiar las plantas tropicales,
tratando de comprender la expansión del reino vegetal en la Tierra. Fruto de este empeño fue
la Flora Brasiliensis, una obra de 40 volúmenes en la que se identificaron más de 22.000
especies y que contiene las primeras descripciones científicas de las siemprevivas de la sierra
de Espinhaço (Figura 1).

En cierto modo, la vegetación del distrito de Diamantino es la flora de pradera más peculiar y
bien formada que puede verse en la meseta. Las Liliáceas arraigadas, Velózias y Barbacênias,
son más abundantes aquí que en otras partes de Minas Gerais, e incluso son consideradas por
la población local como un indicio de la existencia de diamantes. Entre las hierbas peludas, de
color verde grisáceo, que cubren en grandes extensiones las llanuras de este distrito, son sobre
todo las Eriocauláceas las que abundan, con sus umbelas de diminutas flores blancas (Spix;
Martius, [1824] 1981, p. 43, énfasis añadido).

En cuanto al trabajo de este naturalista y de otros que estuvieron aquí, es importante destacar
cómo su material se obtenía siguiendo una serie de requisitos para garantizar su conservación
e identificación. En el caso del material botánico, debía conservarse en forma de exsiccata. Una
exsiccata es una muestra de planta o alga prensada y desecada, fijada a un papel, que contiene
información sobre el espécimen, su recolector, el identificador del material, la fecha de
recolección y la ubicación. Observar uno de estos especímenes vegetales -que, para los
botánicos, sólo tiene valor en sí mismo cuando va acompañado de una etiqueta que informa
de los humanos que lo recogieron y en qué lugar concreto- sugiere cómo hemos sido alienados
de nuestras plantas, o incluso alienados de las huellas que deja la producción de conocimiento
sobre ellas. Al fin y al cabo, "las ciencias no hablan del mundo, sino que construyen
representaciones que a veces parecen alejarlo y a veces acercarlo" (Latour, 2001, p. 46).

La contribución de los viajeros naturalistas al conocimiento de la flora brasileña es incalculable.


Sin embargo, aun reconociendo la inseparabilidad entre el espécimen recogido y la planta que
permanece en las montañas, las colecciones y publicaciones resultantes de sus estudios siguen
guardadas en archivos extranjeros. Muchos de los cuales están inexplorados y/o contienen
especies que probablemente ya se hayan extinguido.

En este sentido, si en un curso de producción de conocimiento la referencia circula de ida y


vuelta (Latour, 2001), cuando las siemprevivas se transforman en un signo inscrito en una
cadena de mediaciones ligadas a la historia y a las prácticas de la botánica, es posible decir que
nos hemos alienado de ellas por diferentes razones.

En botánica, la producción de conocimiento es acumulativa, es decir, está aliada a prácticas de


comparación que introducen una relación de dependencia entre los investigadores y sus
inscripciones. Para cada especie, existe un único espécimen -una única inscripción- designado
por el autor de la primera descripción como tipo nomenclatural. Esta inscripción (exsiccata o
ilustración) es el documento de referencia válido para los investigadores que trabajen con esa
especie en el futuro. Por lo tanto, como en el caso presentado el signo está geográficamente
separado de los investigadores brasileños, cuando ellos no tienen acceso a esta inscripción no
saben si lo que fue descubierto aquí más tarde es la misma u otra especie. Si el valor del
exsicto local depende del valor dado al tipo encontrado en los archivos, no tenemos la libertad
de producir conocimiento o de continuar la cadena de mediaciones - como ha ocurrido
durante siglos - y esto caracteriza una forma de alienación.

Por otro lado, es importante destacar cómo estas investigaciones científicas reforzaron las
posibilidades de Europa de explotar los "recursos" de Brasil. Como América aún era
desconocida en términos de Historia Natural entre los siglos XVIII y XIX (Lopes et al., 2011),
produjeron un levantamiento de informaciones aún inéditas, que además se basaban en
descripciones que inevitablemente llevaban la mirada eurocéntrica.
Como en las academias científicas europeas del siglo XIX también era importante estudiar a los
seres humanos para comprender la naturaleza, Martius retrató el modo de vida en las aldeas y
pequeños asentamientos que se formaron a lo largo de la ruta del oro y los diamantes. Al
mismo tiempo, el naturalista se esforzaba por conocer el interior de Minas Gerais. Regiones
consideradas desérticas, menos por estar deshabitadas y más por estar ocupadas por
indígenas y mestizos, clasificados como humanos en estado primordial según los estándares de
categorización científica de la época. Así, en su obra, el sertão es representado unas veces
como tierra que podría ser mejor aprovechada si se tratase adecuadamente, y otras como
naturaleza intacta.

Casi parece como si la naturaleza hubiera elegido los campos más espléndidos para la región
de donde proceden estas piedras preciosas y los hubiera adornado con las flores más
hermosas. Todo el distrito Diamantino parece un jardín artísticamente plantado, cuyos
románticos paisajes alpinos, colinas y valles se combinan con idílicos paisajes de mimosas. (...)
En la región por la que ahora cabalgábamos, parecía que todas estas formas se habían
armonizado en un todo encantador. Las colinas y los valles serpenteantes, interrumpidos por
montañas aisladas, estaban bordados a lo largo de sus estribaciones y en los valles, animados
por claros arroyos con denso follaje de árboles de hoja perenne; a lo largo de las laderas se
extienden continuos campos verdes, interrumpidos por matorrales de todo tipo de arbustos, y
en las colinas de suave pendiente se extienden los más bellos prados, en los que se distribuyen
liliáceas, arbustos bajos y arbolitos aislados, adornados con una variedad de flores, tan
encantadores que uno camina por ellos como si estuviera en un parque artísticamente
plantado. El propio suelo de este jardín natural está cubierto de fragmentos de itacolomita de
una blancura deslumbrante, donde pequeños manantiales susurran de forma serpenteante
aquí y allá. Finalmente, las últimas cimas de las espinas aparecen muy fragmentadas y
agrietadas, vestigios del tiempo que se renueva sin cesar, como ruinas singularmente
románticas, mostrando arbustos y líquenes aislados. En estos deliciosos jardines, el viajero se
siente atraído por todas partes por nuevos encantos y sigue embelesado los vericuetos del
sendero que conduce de una belleza natural a otra. Desviando la mirada del apacible y
abigarrado entorno hacia la lejanía, el espectador se ve rodeado de altas montañas rocosas
que, iluminadas por los cegadores rayos del sol, reflejan una luz resplandeciente desde sus
vértices blancos, recortados en formas maravillosas (Spix; Martius, [1824] 1981, p. 27, cursiva
añadida).

Estos informes de importancia interdisciplinaria (Figura 2) han contribuido a la historiografía


brasileña y nos permiten recuperar la construcción narrativa de una región que, una vez
delimitada en función de los intereses de explotación de sus riquezas minerales (el Distrito
Diamantino), hoy es considerada un centro de diversidad vegetal por la Unión Internacional
para la Conservación de la Naturaleza (UICN) debido a su riqueza florística (Kury, 2001; Meyer;
Franceschinelli, 2010). También está reconocida como Reserva de la Biosfera (REBIO) por el
programa "El Hombre y la Biosfera" de la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Proyectos que siglos después siguen reflejando
una visión de la naturaleza en los trópicos separada de la vida humana.

Interesadas por la flora de las Oreades o Cerrado, como se conoce hoy en día, instituciones
gubernamentales y no gubernamentales y centros de investigación han realizado estudios en
el Espinhaço. Estos destacan la diversidad biológica de la sierra, principal centro de ocurrencia
de siemprevivas del mundo, con cerca del 70% de todas las especies. Sin embargo, teniendo en
cuenta que los pastizales rupestres serán una de las principales regiones afectadas por el
cambio climático y considerando la destrucción de las llamadas reservas naturales en la
actualidad, sus investigaciones se justifican por la necesidad de conocer las especies
amenazadas y producir técnicas para su preservación y conservación.

Hoy en día, la mayoría de los estudios taxonómicos sobre la flora local son realizados por
brasileños, pero siguen produciéndose en el ir y venir entre la recolección en el campo, la
herborización y los análisis de laboratorio. Estos últimos, para escuchar lo que tienen que decir
las siemprevivas, utilizan los instrumentos más diversos. Desde lupas hasta los microscopios
más sofisticados, pasando en los últimos años por análisis genéticos. Los ojos inanimados y los
materiales que les permiten observar el mundo, construyen y reconstruyen descripciones que
relacionan el nombre de "siempreviva" con un grupo que incluye especies de las familias
Eriocaulaceae, Xyridaceae, Cyperaceae, Rapataceae y Compositae. Sin embargo, popularmente
se aplica a la mayoría de las especies de la familia Eriocaulaceae.

En general, las siemprevivas se caracterizan por ser plantas con una roseta de hojas dispuestas
en espiral. De esta roseta salen los escapos, o tallos, que soportan las inflorescencias en su
ápice. Las flores miden uno o dos milímetros de largo y hay de docenas a cientos de ellas por
inflorescencia (Echternacht et al., 2012). Las inflorescencias son capítulos a veces esféricos, a
veces aplanados y conservan el aspecto de estructuras vivas, incluso después de haberse
desprendido y secado (Giulietti et al., 1988).

Las investigaciones sobre su distribución geográfica indican que habitan terrenos que varían de
secos a inundados. Y a pesar de su aparente plasticidad, no sobreviven fácilmente fuera de su
área de distribución nativa, por lo que muchas especies se encuentran seriamente amenazadas
(Costa; Trovo; Sano, 2008). Esta amenaza ha llevado a la red sociotécnica de siemprevivas a
investigadores interesados en desarrollar estudios sobre la gestión ex situ controlada, con el
desarrollo de protocolos de germinación in vitro para diversas especies, así como técnicas para
sistemas de cultivo (Oliveira et al., 2014, 2015). También están los que buscan desarrollar
parámetros para la conservación de especies in situ, como los que tratan del uso del fuego
como técnica de manejo controlado (Neves; Bedê; Martins, 2011).

Al igual que en otras sabanas, las especies del cerrado evolucionaron con el fuego, y los
incendios naturales son responsables del ciclo de nutrientes, estimulando la reproducción, el
rebrote y estructurando las comunidades vegetales (Neves; Bedê; Martins, 2011; Sarmiento,
1992; Simon et al., 2009). Estudios realizados en Minas Gerais relacionan la gestión del fuego
con un probable aumento de la germinación de las siemprevivas. Esto se debe a que sus
semillas son muy pequeñas y positivamente fotoblásticas, y su comportamiento germinativo se
ve favorecido por estímulos luminosos.

Por lo tanto, al interferir con la penetración de la luz en el suelo, la cubierta vegetal


competidora inhibiría el crecimiento de sus plántulas. Cuando se elimina la cubierta herbácea,
la floración de los campos es más pronunciada (Neves; Bedê; Martins, 2011; Nunes, 2008).

Acompañando el zigzag de preocupaciones de las que estos investigadores dan cuenta, cuando
hablan del fuego hablan de sí mismos y de la voluntad de la ciencia moderna de "apropiarse de
otras formulaciones ontológicas poniéndolas en relación con las nuestras" (Sá, 2015, p. 43).
Derivada de la técnica indígena de la coivara, la quema se utiliza tradicionalmente en el
Espinhaço. Tanto en las prácticas agrícolas como para renovar los pastos naturales y los
campos siempre verdes. Así, en esta maraña de relaciones en la que las siemprevivas hablan
de científicos, los científicos hablan del apocalipsis y las prácticas agrícolas locales, estas
plantas nos remiten a los humanos del lugar.
Como hemos comentado antes, durante el Brasil colonial la región del Distrito Diamantino fue
objeto de explotación minera. Sus tierras baldías eran un refugio para quienes no tenían
acceso a tierras formales. A lo largo del siglo XX y principios del XXI, estos lugares siguieron
siendo un espacio de gestión colectiva. Dicho esto, la relación entre humanos y no humanos
que actualmente ocupan las montañas de la porción sur del Espinhaço es un reflejo no sólo de
esta ascendencia, sino de la coadaptación y la diversidad que se mueven a través del espacio y
el tiempo.

En las diferentes comunidades rurales alrededor de Diamantina viven hombres y mujeres que
se reconocen como recolectores de siemprevivas y que, en su relación con estas flores,
conforman una red en la que se asocian con todos los actores humanos y no humanos que
hemos tratado hasta ahora, así como los que describiremos a continuación

Cerca de sus casas hay animales domésticos. Los caballos, las mulas y el ganado vacuno son sus
aliados como medio de tracción, transporte de carga y personas, y cierta producción de leche.
Perros y gatos les hacen compañía. Las gallinas y los cerdos se encargan de convertir la materia
orgánica sobrante en proteínas.

La agricultura se lleva a cabo en los patios traseros y los huertos, terreno en el que se conserva
gran parte de los conocimientos locales sobre la siembra de subsistencia. Los patios traseros
albergan huertos y jardines, donde se encuentran multitud de plantas alimenticias,
condimentarias y medicinales. Como col, papaya, achicoria, lechuga, chayote, taioba, limón,
mostaza, jiló, tomate, papaya, sandía, maxixe, naranja, mandarina, calabaza, achiote, boldo,
melisa, romero, capim santo, hinojo, etc.

Las "roças" son áreas más grandes que se trabajan principalmente durante la época de lluvias,
de noviembre a marzo. Cultivados según las fases de la luna, pueden estar en las zonas bajas o
en las colinas, en tierras más húmedas o más secas, y se desplazan utilizando las técnicas de
rotación de cultivos y barbecho, es decir, la alternancia de especies vegetales en una misma
zona agrícola y el reposo de las tierras cultivables después de la siembra durante tres años
sucesivos.

Pasear por estos huertos es mezclarse con infinidad de hortalizas de distintas variedades y casi
siempre sembradas en asociación. Arroz, maíz, quingombó, judías, mandioca, caña de azúcar,
boniatos, ñames, plátanos, ajos, etc., son algunos de los cientos de plantas con las que los
agricultores del Espinhaço se han relacionado durante incontables generaciones. Y han
producido ciencia y técnicas para almacenar y seleccionar semillas, hibridar especies en
cultivos intercalados, procesar productos agrícolas, etc.

Entre abril y octubre llega la estación seca, cuando el trabajo en los campos se ralentiza y el
ganado se traslada a los pastos de los campos nativos, donde tiene lugar al mismo tiempo la
mayor parte de la "panha " de flores (Imagen 1). Durante este periodo, las familias de las
distintas comunidades se reúnen en lo alto de las colinas. Viajando por este multiverso, los
recolectores han establecido relaciones con todo lo que "sucede en la meseta".

En este cosmos de relaciones entre humanos, plantas y otros-que-humanos, la ciencia


producida por los recolectores y sus flores también está impregnada de técnicas. Para las
plantas, como seres sésiles, el encuentro con el otro es posible a través de la metamorfosis del
yo. Las flores son los apéndices, los atractores cósmicos o el espacio de mezcla. Este agregado
de diferentes órganos modificados -donde el organismo y la especie se descomponen y
recomponen- contiene todos los procedimientos técnicos y materiales necesarios para
producir otros individuos. Son, por tanto, la coincidencia absoluta entre vida y técnica, materia
e imaginación (Coccia, 2018).

Además, dado que, más allá de los intercambios energéticos, los organismos se sitúan en
historias entrelazadas, estas flores muestran cómo determinadas formas de vida "en toda su
resplandeciente diversidad, surgen de patrones entrelazados de vivir y morir, de ser y devenir,
en un mundo más amplio" (Van Dooren; Kirksey; Münste, 2016, p. 41).

La íntima relación entre una flor y su abeja polinizadora es una relación en la que ambas
formas de vida se forman y se hacen posibles a través de un patrimonio común, un
entrelazamiento que Isabelle Stengers caracteriza como "captura recíproca". Como tales, no se
encuentran sin más -esta abeja y esta flor-, sino que su relación surge de historias que
evolucionan conjuntamente, de ricos procesos de transformación conjunta (Van Dooren;
Kirksey; Münste, 2016, p. 41).

En este sentido, las siemprevivas como lugar de indiferenciación entre lo biológico y lo cultural
son flores que también llevan en sí la imposibilidad de purificar la presencia humana. Por eso,
en sus nombres, en la forma de describirlas, desherbarlas, sembrarlas, etc., se singulariza esta
transformación mutua.

El término "flores" se refiere a las inflorescencias blanquecinas en forma de margarita. Las que
tienen otras formas y colores se denominan "capullos". Entre las flores, las más citadas son la
flor de enero, el pie de oro, la carrasqueira, la sapatinha y la chapadeira. En cuanto a los
capullos, el blanco de enero o capoeira, el blanco de noviembre o capoeira bordado, la jazida
amarilla, la sedinha o capim-dourado, la espeta-nariz, el cebolão, el amarelinho, el mundial y la
cabeça de nego, etc. Nombres que singularizan asociaciones entre la historia de la minería del
oro, los hombres y mujeres que vivieron y viven allí, la morfología, el tiempo (ciclo de vida) y la
distribución geográfica de las plantas. A este respecto, es interesante

cómo, según el mes del año, los recolectores saben qué variedad está floreciendo y en qué
lugar de las montañas. Hay especies que crecen en grutas, cerca de rocas o en zonas más
húmedas, así como otras que se reproducen en suelos más secos y arenosos.

La panha, al igual que el trabajo en el campo, es una actividad colectiva que reúne a ancianos,
adultos y niños. Suele hacerse por la mañana, cuando los tallos aún están húmedos de rocío y
es más fácil desprenderlos del tallo, y las flores, ya secas por los primeros rayos de sol, están
abiertas.

Hay que ser hábil para que, al manipular las flores y los capullos, no se arranquen las plantas
enteras de la tierra, ya que pueden volver a florecer, en menor cantidad el mismo año y en la
misma proporción al año siguiente. Un porcentaje de las flores no recogidas -el rastrojo- sigue
siendo responsable del mantenimiento de la población.

Mientras se recogen con una mano, las siemprevivas se guardan en la otra, formando un
pequeño ramillete. Éste se arregla simultáneamente con las puntas de los dedos y retirando
algunas de las flores que aún están cerradas o tienen los tallos rotos. Los ramos, que poco a
poco se van aglomerando en el suelo, se recogen finalmente y se atan en grandes fardos a los
lomos de caballos y burros, y se transportan a los ranchos -construidos en madera o adobe y
cubiertos con hojas de especies locales- y a las lapas -refugios rocosos de los que hablábamos
antes-. Allí, los restos arqueológicos prehistóricos coexisten con las huellas de la ocupación
contemporánea: cocinas hechas con bloques de cuarcita, colchones de hierba nativa, jiraus, así
como tallos de hierba y otros residuos de la recolección de flores (Horta, 2009). Como las
semillas, que son recogidas y devueltas a los campos.

Cuando están en las montañas, la dieta de los recolectores incluye algunos de los alimentos
traídos de sus casas y se complementa con alimentos nativos. Araçá, mangaba, caju do campo,
panã, pequi, jaboticaba do mato, gabiroba, coco do mato, etc., cada uno de los cuales saben
dónde, cómo y cuándo fructifica. Conocimientos resistentes transmitidos en la experiencia del
contacto con el lugar, reconstruidos en el presente e inundados de pasado, traen el modo de
vida del prospector, del indígena, del negro que se adentraba en el monte y vivía de él.

En el mestizaje de estos hombres y mujeres, de sus huertos, parcelas, campos y flores, aunque
el bateo no sea la única actividad que realizan, las siemprevivas son el vínculo que los une y
deja claro cómo los recolectores han aprendido del monte a favorecer la diversidad. Así, en la
experiencia de la pluriactividad, han producido y siguen produciendo conocimientos y técnicas
que han sido y siguen siendo fundamentales para la supervivencia humana en condiciones a
menudo adversas. Esto demuestra que la relación entre recolectores y siemprevivas no es sólo
una actividad extractiva, sino un cosmos. Sin embargo, son las asociaciones económicas que
establecen con las plantas locales13 las que ocupan un lugar central en el sentido común e
impregnan la producción de políticas públicas ambientales para el Espinhaço.

Tras la recolección de las siemprevivas, las flores, que se recogen en ramos, se secan al sol y se
venden in natura a intermediarios -que actúan de enlace con revendedores y exportadores14 -
o se tiñen y se utilizan para producir artesanías que se venden localmente (Imagen 2).

Como la extracción de flores con fines comerciales fue considerada en décadas pasadas como
uno de los factores responsables de la recolección excesiva, de la quema indiscriminada de la
vegetación nativa y de la disminución de las poblaciones perennes de Espinhaço (Giulietti et
al., 1988), en los últimos años varias comunidades rurales locales han visto suspendido o
restringido su acceso a los campos de recolección. Especialmente dentro de los límites de las
unidades de conservación (UCs) creadas en la región15, donde la quema y la recolección de
especies nativas son vistas como una amenaza que debe ser intensamente combatida, a pesar
de que, como vimos anteriormente, estudios experimentales señalan las controversias
inherentes al uso del fuego. Y los recolectores señalan la expansión de los monocultivos
agroindustriales sobre las montañas como uno de los principales factores de degradación.

Entre estas UC destaca el Parque Nacional Sempre-Vivas, una unidad de protección integral
gestionada por el Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio).
Creado por decreto presidencial en 2002 sin la debida consulta a las comunidades locales y
demarcado mediante un sobrevuelo, abarca zonas de los municipios de Olhos d'Água,
Bocaiúva, Buenópolis y Diamantina. Se superpone a numerosas comunidades rurales. Desde
entonces, muchas familias han empezado a denunciar haber sido amenazadas, multadas y
perjudicadas por la destrucción de sus ranchos dentro del parque.

Como se desprende de las diversas declaraciones de los habitantes de la Mata dos Criolos,
Raíz, Galheiros y otras comunidades, tras las denuncias y la apertura de procedimientos ante el
Ministerio Público, casi dos décadas después de la creación del parque la cuestión sigue sin
resolverse. Persiste un proyecto de conservación de la naturaleza en la región, basado tanto en
los planes de manejo de las UCs como en la matriz de planificación del Plan de Acción Nacional
para la Conservación de las Eriocauláceas en Brasil (PAN Sempre-Vivas)16, y en ambos se
destaca que casi no hay propuestas que incluyan a los pueblos del Espinhaço.
Estos hechos podrían llevarnos a reducir la controversia ecológica sobre la sobreprotección o
sobreexplotación de estas plantas a un doble conflicto entre conservacionistas y recolectores.
Sin embargo, el conflicto en sí no nos interesa, ya que ambos tienen la misma preocupación:
las siemprevivas. Así pues, en un momento en que parecemos vivir entre el apocalipsis
medioambiental y la salvación a través de las técnicas, nos dejamos afectar por las plantas. Y,
al optar por considerar la anarquía del rizoma en lugar del árbol del conocimiento (Deleuze;
Guattari, 1995; Stengers, 2017), nos hemos preguntado por las posibilidades de imaginar un
mundo común.

Reflexiones finales: sobre la necesidad de pensar con las plantas

En biología, el rizoma es un tallo más o menos cilíndrico, como los bulbos y los tubérculos, que
crece horizontalmente cerca de la superficie del suelo y tiene todas las características de un
sistema de tallo común, pero se ramifica lateral y circularmente de múltiples maneras, a
diferencia de las raíces que tienden a crecer mediante divisiones binarias. Este modelo inspiró
la teoría de Deleuze y Guattari (1995) de un sistema epistemológico a-centrado en el que no
hay primeros principios, ni líneas jerárquicas de subordinación de las que se derive la
estructura del conocimiento. Frente al modelo arbóreo de organización del conocimiento con
vínculos trazables entre puntos y posiciones, el "rizoma ni empieza ni acaba, está siempre en el
medio, entre las cosas, inter-ser, intermezzo. El árbol es filiación, pero el rizoma es alianza,
sólo alianza" (Deleuze; Guattari, 1995, p. 37).

Si la forma en que producimos conocimiento sobre la realidad está directamente vinculada a la


forma en que hacemos política, cuando el árbol y la raíz dominan el pensamiento occidental,
estamos componiendo este relato sobre la red sociotécnica de las siemprevivas, atentos al
pensamiento rizomático que la sabana brasileña tiene que enseñarnos. Porque es en la
relación con los objetos, las cosas y los seres diversos que revivimos (Stengers, 2017).
(Stengers, 2017), admitir que no estamos solos en el mundo tiene que ver tanto con
descolonizar nuestras relaciones con los no humanos como con descolonizar nuestras
relaciones con otros humanos y sus ontologías.

Aún nos queda mucho camino por recorrer en el laberinto en el que las siemprevivas hablan
de las humanidades, y los humanos hablan de sí mismos cuando hablan de las plantas.Sin
embargo, viendo y escuchando a estos múltiples actores -inseparables, en una gran mezcla,
como nos proponen estas mismas flores-, vinculando la noción de cosmopolítica a la de
diplomacia, seguiremos trabajando en el ejercicio de ampliar nuestra capacidad de producir
acuerdos sin anular los desacuerdos (Stengers, 2018). Una vez más, y en definitiva, si hay
tantas formas de cultivar la diferencia, lo que nos mueve es la necesidad de panificar y
componer un mundo donde quepan muchos mundos (De La Cadena, 2018).

Si el Antropoceno está marcado por las lógicas extractivas del capitalismo y el poder
destructivo del colonialismo, nuestro interés es documentar las ecologías afectivas que se
forman entre plantas y personas, renovando lo que la ecología y la política nos han enseñado.
Después de todo, al tejer nuestro cosmograma pudimos comprender cómo las siemprevivas -
en particular- como las plantas -en general- están en muchas partes/cosas, conformando
objetos, formas de vida y de trabajo, legislación ambiental, artículos científicos y la narrativa
de la opinión pública. Están en mucho de lo que sabemos sobre agricultura; están en el origen
del mundo tal como lo conocemos, en el origen del acto de respirar
Estas plantas -su historia, evolución y capacidad de fundar nuevos mundos sin violencia- nos
invitan a pensar en el mundo como un todo de lo que fue, es y será. Su cosmogonía, flores y
semillas que guardan como la planta debe ser y a la planta propiamente dicha -concepto y
contexto, sin discontinuidad ni distinción- obligan a la biología, la ecología, la antropología, la
filosofía, etc. a repensar la relación entre el mundo y los seres vivos, la epistemología y la
política. Del mismo modo, su vida híbrida, enraizada en el multiverso del Espinhaço y
consagrada al cielo, nos muestra que es necesario discutir la renuncia consciente y voluntaria
al conocimiento de los demás. Pues si se mezclan cosas, seres e ideas, debemos concluir que
en este mundo donde nada está ontológicamente separado del resto, es inevitable que el
conocimiento transforme cualquier materia, objeto o acontecimiento en idea, del mismo
modo que las plantas son capaces de transformar cualquier trozo de tierra, aire y luz en vida.
Esta sería la forma más radical de la actividad especulativa, una cosmología proteiforme y
liminal, indiferente a los lugares, formas y maneras en que se practica (Coccia, 2018, p. 115).

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