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Múltiples versiones del patrimonio, el caso de la Serranía de la Lindosa

En proceso de publicación. Ponencia presentada en el XVII Congreso Colombiano de


Antropología. Simposio: Estudios bioculturales en la era del Antropoceno.

Laura Velásquez
Rafael Robles
Diego Pedraza

Introducción

La Serranía de la Lindosa está conformada por un conjunto de afloramientos rocosos ubicados


al suroccidente de San José del Guaviare. Sus dieciocho mil hectáreas albergan cuarenta y
seis paneles rupestres conocidos hasta la fecha (Universidad Nacional de Colombia, 2018), y
este número crece a medida que locales, visitantes y académicos la exploran. La importancia
de los sitios arqueológicos de la Serranía y el creciente turismo hicieron que la Gobernación del
Guaviare promoviera la creación de un área arqueológica protegida en alianza con el Instituto
Colombiano de Antropología e Historia y la Universidad Nacional de Colombia. Estas
instituciones trabajaron en la formulación del Plan de Manejo Arqueológico para definir medidas
de protección sobre nueve polígonos con huellas de sociedades pasadas.

Como parte del equipo de investigadores, la experiencia en la Lindosa nos impuso una serie de
retos en relación con la definición de los sitios arqueológicos, la aplicación de disposiciones
legales en un contexto sociopolítico particular, y la articulación de las relaciones de los
habitantes locales con las pinturas rupestres. La formulación del Plan de Manejo Arqueológico
de la Serranía de la Lindosa hizo evidentes las tensiones entre la perspectiva normativa de las
categorías de patrimonio y la realidad compleja de un territorio de conexiones. Con base en
nuestro trabajo en la Serranía, argumentamos que la diferenciación de un patrimonio natural y
otro cultural reproduce el dualismo ontológico entre naturaleza y cultura, a la vez que impide el
reconocimiento de patrimonios conexos y de otras formas culturales de interpretar el entorno.
Desde nuestra perspectiva, la visión dicotómica de patrimonio no permite observar, realzar y
validar otras epistemologías y otras ontologías. Por ello, proponemos una definición de
patrimonio como múltiples versiones que construyen los actores sociales sobre lo que debe ser
heredado a las siguientes generaciones.

Patrimonio arqueológico de la Serranía de la Lindosa

La Serranía de la Lindosa es reconocida por albergar un gran número de escarpes rocosos que
tienen en sus superficies dibujos plasmados por sociedades indígenas. La obligación
constitucional de protección y la sinergia entre el Instituto Colombiano de Antropología e
Historia, la Gobernación del Guaviare y la Universidad Nacional de Colombia, condujeron a su
declaratoria como un área arqueológica protegida, máxime cuando los afloramientos de la
Serranía conforman el segundo sitio rupestre más grande de Colombia, después de la Serranía
del Chiribiquete. Las investigaciones actuales en la Lindosa registraron cuarenta y seis paneles
rupestres que cubren dos mil metros cuadrados en los cuales se estima que hay hasta
cuarenta mil dibujos (Universidad Nacional de Colombia, 2018). Los motivos son de gran
diversidad y representan una multitud de seres, entre los cuales muchas personas han
interpretado imágenes de fauna, humanos, plantas, seres míticos, híbridos y figuras
geométricas. Se ha dicho, incluso, que en algunos murales aparecen animales traídos desde
Europa por los conquistadores, como los perros de guerra (Urbina, 2018).

El trabajo que desarrollamos en este contexto tuvo como objetivo la delimitación y la


caracterización de los sitios arqueológicos para la planeación de las medidas de conservación,
investigación y divulgación. Nuestra tarea se limitaba, en un principio, a reconocer los sitios,
catalogarlos y pensar su futuro para crear un área arqueológica protegida. Desde el punto de
vista de la normativa, esta categoría de área protegida corresponde a “áreas que contienen de
manera excepcional cuantitativa y cualitativamente, bienes arqueológicos en el territorio
nacional y que son objeto de reconocimiento por alguna entidad territorial” (decreto 138 del
2019, artículo 2.6.3.1). Esta modalidad de plan especial incide en el ordenamiento territorial ya
que tiene el propósito de modificar los usos del suelo para promover la conservación de los
yacimientos y de sus contextos.

La primera referencia que encontramos de las pinturas rupestres de la Serranía figura en La


expedición Orinoco-Amazonas 1948-1950 del etnólogo francés Alain Gheerbrandt (1997). En
su libro relató una serie de visitas que hizo en 1948 con un grupo de exploradores a las
pinturas rupestres de los Túneles y del segundo Raudal del río Guayabero. La noticia de los
dibujos indígenas en las rocas llegó a Gheerbrandt por el testimonio de Jesús, su hospedero en
San José. Jesús había conocido la existencia de los murales por relatos de una anciana que

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dijo haberlas descubierto en la búsqueda de caucho. Guiados por dos indígenas locales, el
etnólogo y su equipo hicieron una travesía por ríos y selvas para registrar en video las
manifestaciones pictóricas. Sus descripciones evocan la fascinación y las múltiples preguntas
que suscitó el hallazgo del llamado “arte primitivo” (Gheerbrant, 1997) en un contexto selvático
y para ellos hostil.

Las investigaciones en el Raudal fueron retomadas en la década de los ochentas por el


antropólogo Álvaro Botiva (1986). En su estudio, Botiva volvió a registrar los paneles rupestres
y buscó ponerlos en relación con herramientas líticas y fragmentos cerámicos encontrados en
pozos de sondeo y en recolecciones superficiales. Posteriormente, Gonzalo Correal, Fernando
Piñeros y Thomas Van der Hammen (1990) excavaron un corte estratigráfico en el cual
encontraron lascas y raspadores del tipo abriense y cerámica con características de las
tradiciones Araracuara y La Pedrera (Correal et al., 1990, pp. 251–253). Según los autores, el
abrigo rocoso que excavaron estuvo ocupado de forma intensiva desde el 7250 ± 10 AP hasta
el 2235 ± 20 AP (Correal et al., 1990, p. 249). Las dataciones de Correal et al. (1990)
soportaron el hallazgo del que sería, en su momento, el primer sitio arqueológico precerámico
de la Amazonía colombiana. Después de Correal, Piñeros y Van der Hammen, surgió un
silencio en la investigación arqueológica de la Serranía de la Lindosa por el conflicto armado y
por la mentalidad generada en las ciudades centrales sobre las “zonas rojas” periféricas.

Desde Gheerbrandt las pocas investigaciones que antropólogos han realizado sobre las
manifestaciones rupestres de la Serranía se han centrado en ubicar y describir los paneles, a la
vez que en realizar excavaciones puntuales en los abrigos rocosos. En este contexto, nuestra
iniciativa buscaba ampliar el panorama y caracterizar un mayor número de yacimientos. En
este proceso, no encontramos solamente paneles rupestres y sitios aislados, sino una red de
asentamientos, cultivos, fuentes de agua y lugares rituales. Entre los hallazgos destacan un
asentamiento guayupe altamente nucleado que abarca al menos 8 hectáreas, llamado
‘Limoncillos’ y una malla intrincada de abrigos rocosos con ocupaciones longevas que se
remontan a períodos precerámicos, como Cerro Campanilla, La Pizarra y Los Túneles.
Además, detectamos suelos antrópicos y bosques modificados.

Para nosotros, la fascinación que producen las pinturas rupestres ha sesgado la comprensión
de una serie de sitios arqueológicos complejos que involucran paneles pictográficos, abrigos
rocosos, fuentes de agua, zonas de habitación, bosques, paisajes y conocimientos actuales.
Los estudios arqueológicos previos se han limitado a observar el contexto inmediato de las
pinturas de manera aislada, sin tener en cuenta el entorno. La formulación del Plan de Manejo

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Arqueológico permitió conocer las particularidades de la Serranía y así construir una nueva
manera de comprender los sitios arqueológicos a través de la conexión conceptual entre la
antropología social, la arqueología, la historia, la biología y la geología.

Nuestra apuesta fue alejarnos de la idea de que los sitios arqueológicos con pinturas eran el
único centro de interés en la historia compleja del norte del Guaviare. Para ello partimos del
supuesto de que los yacimientos arqueológicos deben ser entendidos como conjuntos de
muchos componentes que interactúan y no como unidades aisladas. Estos yacimientos son,
además, el resultado de interacciones sociales que cambian de manera constante y que dejan
rastros en la memoria del entorno y de los grupos humanos que viven en él. Es por lo mismo
que decidimos optar por delimitar áreas arqueológicas que no se restringieron al contexto
inmediato de las pinturas rupestres, sino que abarcaron fuentes hídricas, bosques, abrigos
rocosos y sabanas.

El contexto sociopolítico y el patrimonio arqueológico

La Serranía de la Lindosa, así como muchas zonas del país, ha sido configurada como una
región periférica marginalizada por los centros de poder. Su historia está atravesada por
economías extractivas, ganaderas y, recientemente, por monocultivos de grandes extensiones.
Esto ha hecho que se imponga una forma unívoca de relación entre los seres humanos y los
ambientes, que reproduce relaciones asimétricas con la naturaleza. Los grupos indígenas y las
diferentes olas de colonización han hecho del norte del Guaviare una región en donde
coexisten diversas maneras de comprender el entorno.

En la historia reciente esto se remonta a la expansión de la economía de la quina y del caucho


a comienzos del siglo XX, seguida por el auge de las pieles y de las maderas. Con la Ley 2 de
1959, las políticas de ocupación de baldíos promovidas por el Estado convirtieron a la región en
una zona de refugio de colonos y de expansión de la frontera agrícola. El norte de la Amazonía,
en los ríos Ariari y Guaviare, acogió numerosas oleadas de campesinos procedentes
principalmente de Boyacá, Santander, Cundinamarca, Tolima y Huila, departamentos marcados
por la Violencia.

Desde la década de 1960 el río Guayabero fue un eje de conexión para las guerrillas
campesinas de los Llanos, el Caquetá, el Tolima y Sumapaz. En este proceso se afianzó el
Guaviare como un refugio para grupos al margen de la ley, así como para expulsados,
desplazados y colonos. El final de la década de 1970 trajo la economía de la coca que

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dinamizó la región y la convirtió en zona de cultivo y procesamiento, así como en una ruta que
conectaba los sectores de producción con los centros de exportación y consumo.

El proceso histórico complejo del Guaviare ha influido en que, de manera permanente, los
colonos se enfrenten a la selva, la tumben y tomen posesión de ella. Esto ha propiciado formas
subalternas de tenencia de la tierra, que en algunos casos ha sido ilegal y, en otros, promovida
por algunos gobiernos. En ese sentido, un gran porcentaje de los habitantes de la Serranía son
poseedores de facto sin titulación, lo cual ha hecho que haya permanentes conflictos en cuanto
a los linderos y con entidades ambientales como Cormacarena, la Corporación para el
Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico (CDA) y la Corporación por la Defensa
Ambiental y el Desarrollo Sostenible del AMEM (Área de Manejo Especial de la Macarena).

Esta situación tuvo un impacto en nuestra investigación ya que el Plan de Manejo Arqueológico
implica la modificación de los usos del suelo y esto puede afectar directamente las actividades
que los grupos sociales llevan a cabo en el territorio. Por lo mismo, debimos generar un
proceso participativo que tuviese en cuenta la historia y las particularidades de la Lindosa, para
no ir en contra de las dinámicas del Guaviare. En este proceso las pinturas rupestres jugaron
un rol articulador del pasado y el presente, y permitieron abrir la discusión sobre la necesidad
común de proteger los contextos arqueológicos.

Además, la aceleración del deterioro de las pinturas por pérdida de cobertura vegetal, incendios
forestales y acciones humanas ha gatillado actitudes de conservación, tanto así que algunos
locales mantienen en reserva ciertos sectores con manifestaciones rupestres en los cuales no
permiten el acceso. En este contexto, el contacto con los pobladores era la mejor manera de
delimitar las áreas protegidas y armonizar los usos permitidos y prohibidos con sus
expectativas. Una muestra de ello es que, a raíz del proceso de formulación del Plan de Manejo
Arqueológico, surgieron varias iniciativas locales de reforestación, viveros de plantas nativas,
cooperativas y guías locales que comienzan a formar una manera diferente de ver el entorno.
Este conjunto de coordinaciones en torno a los sitios arqueológicos se funda en la comprensión
compartida del territorio de la Serranía como un sistema complejo.

Relación de los locales con los sitios arqueológicos

En los encuentros y desencuentros con la Serranía de la Lindosa, comprendimos que sus


habitantes han generado conocimientos e interpretaciones sobre las manifestaciones rupestres.
Los grupos sociales que convivieron y conviven en el territorio han tenido interacciones con los

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murales, desde sus creadores hasta los turistas que hoy los visitan. Además, como lo
enunciamos anteriormente, el norte del Guaviare ha sido el hogar de grupos indígenas desde
tiempos inmemoriales y también de colonos que lo han habitado desde la década de 1920. La
Serranía es, por lo tanto, una zona de confluencia en donde hay una gran diversidad cultural y
todas las sociedades que han visto las pinturas han generado relaciones con estos sitios. De
hecho, los colonos relatan con orgullo el haber hallado paneles rupestres de manera fortuita en
jornadas de cacería, luego de incendios y por exploraciones épicas. Antes de que la noticia de
las pinturas llegase a los escritos de Gheerbrandt, la Lindosa ya había sido descubierta muchas
veces. Las historias de los descubrimientos de los murales reflejan procesos de apropiación
que los han convertido en estandartes de la historia y del territorio del Guaviare.

Pero la relación va más allá: los locales han construido relatos sobre los significados de los
dibujos. Ellos los definen como representaciones de mapas con caminos, hitos del paisaje,
escenas míticas, actividades cotidianas, tejidos, bailes, rituales indígenas, y lugares donde
residen los dueños de los animales. Independientemente del origen y del contexto cultural en el
que fueron producidos los murales, coexisten reinterpretaciones cargadas de sentido, que no
difieren en mucho de algunas hipótesis antropológicas. Ante esta multiplicidad de visiones
sobre lo que representan las pinturas, la de la arqueología es solamente una entre muchas. A
pesar de que los pobladores escuchan con atención a los arqueólogos que visitan la Serranía y
asienten de vez en cuando en forma de aceptación, ellos mismos han creado sus propias
versiones a partir de su experiencia.

En efecto, la pregunta más común para la sociedad en general es justamente sobre el


significado de los dibujos. Ese cuestionamiento que tanto inquieta a quienes visitamos la
Serranía probablemente no tendrá una respuesta y, en todo caso, si la tuviere no sería
únicamente arqueológica. La respuesta tiene que surgir de religar perspectivas de esferas
aparentemente diferentes pero que diversifican los marcos de interpretación de los patrimonios
y visibilizan a los actores sociales del pasado (Brumfiel, 1992). Recalcamos que, desde hace
años, la arqueología ha aceptado que los grupos del presente aportan puntos de vista e
información indispensables para la interpretación de las sociedades desaparecidas. Asimismo,
los habitantes de la Lindosa tienen saberes y producen conocimientos igualmente válidos que
aquellos que aportan las ciencias.

En suma, consideramos que las perspectivas de los locales sobre los sitios arqueológicos son
importantes en la gestión patrimonial porque 1) se basan en y generan apropiación del
patrimonio, la cual fortalece la conservación de los sitios y 2) han construido interpretaciones

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legítimas que se remiten a la manera cómo ellos comprenden el mundo en su experiencia
propia y en sus relaciones con el entorno.

Reflexiones finales

El proceso de investigación y gestión que inició con los murales rupestres de la Serranía de la
Lindosa nos invita a reflexionar sobre las definiciones de patrimonio en Colombia. Desde
nuestra perspectiva, las categorías impuestas por la segmentación de realidades complejas
pueden, en algunos casos, restringir los marcos de interpretación del pasado y del presente. A
lo largo de este escrito, hemos sostenido que, en el caso de la Serranía, la vistosidad de los
paneles pictográficos ha ocultado otros yacimientos y las conexiones entre sitios arqueológicos.
De igual manera, consideramos que en Colombia existe un gran vacío en la arqueología del
Amazonas, probablemente causada por un interés mayor en estudiar las tradicionales culturas
orfebres y por la marginalización de las “zonas rojas”. El hecho de que haya solamente dos
investigaciones arqueológicas previas a la nuestra en un síntoma de este fenómeno.

Sumado a lo anterior, hacer antropología en el norte de la Amazonía implica abordar la


configuración de un territorio que ha sido puesto aparte por el poder central del Estado y
afectado por sucesivos extractivismos. Como mencionamos, el rápido ensanchamiento de la
frontera agrícola y ganadera, el narcotráfico y la presencia de guerrillas, fueron algunos de los
factores que incidieron en el surgimiento y consolidación de relaciones asimétricas entre grupos
humanos, y entre estos y su entorno. Desde nuestra perspectiva, esto supuso un reto en la
formulación del Plan de Manejo Arqueológico de la Serranía, ya que debimos construir de
forma conjunta otras maneras de entender los yacimientos arqueológicos y sus interacciones.
En ese sentido, fue fundamental reconocer la existencia de una multiplicidad de
interpretaciones sobre las pinturas, sus usos y significados. Nuestra apuesta por validar el
conocimiento que los habitantes locales han construido en torno a los murales y otros
elementos del paisaje permitió fortalecer actitudes de apropiación y conservación de estos
patrimonios.

Para propiciar la discusión en torno a lo que hemos expuesto, formulamos tres reflexiones que
surgieron de la aplicación de la normativa colombiana en un territorio como el norte del
Guaviare. A través de esto, presentamos las tensiones entre las definiciones de patrimonio en
Colombia y sus contextos de aplicación.

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1- Hoy en día el patrimonio tiene también una perspectiva globalizada. El patrimonio de la
humanidad es el síntoma de una visión unívoca sobre qué es lo importante para heredar a las
futuras generaciones. Desde una perspectiva situada en el contexto mundial, podríamos
afirmar que esa categoría supone logros compartidos por la especie humana y permite que
sean administrados en el tiempo. No obstante, esta forma de concebir y priorizar los aspectos
pasados y presentes que deben ser protegidos puede ser un arma de doble filo, en especial en
territorios periféricos como la Serranía de la Lindosa. La reciente declaratoria de la Serranía del
Chiribiquete como patrimonio de la humanidad por la Unesco puso en tensión las expectativas
de los pobladores actuales y de los círculos académicos en relación con la práctica del turismo
en la Lindosa. Los pobladores reclaman una administración local del turismo, los académicos
buscan la investigación y conservación, y las empresas de turismo a gran escala persiguen el
lucro privado. La restricción del acceso a Chiribiquete posicionó a la Serranía como zona de
amortiguamiento que posibilita el encuentro de la sociedad con los paneles, sin embargo, para
nadie es un secreto que el turismo sin control puede afectar prácticas culturales en el entorno y
el estado de conservación de huellas de pueblos del pasado.

En un contexto marcado por la coyuntura de la firma de los Acuerdos de paz, la declaratoria de


la Serranía de la Lindosa como área arqueológica protegida de seguro promoverá una
economía del turismo emergente. Las dinámicas propias del turismo, la complejidad de los
actores de la Serranía, su condición periférica y su historia reciente podrían conllevar al
establecimiento de nuevas lógicas extractivas.

2- Como segundo punto para la reflexión, es importante aclarar que, cuando iniciamos la labor
en la Lindosa, la definición normativa de patrimonio arqueológico permitía comprender el
estudio del pasado con base en conjuntos amplios de vestigios, así como promovía la conexión
entre varias perspectivas del conocimiento. Antes del año 2019, el concepto legal de este tipo
de patrimonio abarcaba:

“vestigios producto de la actividad humana y aquellos restos orgánicos e


inorgánicos que, mediante los métodos y técnicas propios de la arqueología y
otras ciencias afines, permiten reconstruir y dar a conocer los orígenes y las
trayectorias socioculturales pasadas” (ley 1185 del 2008, artículo 3).

La definición del 2008 fue promovida por los expertos del Instituto Colombiano de Antropología
e Historia y en ella es visible un proceso académico de construcción conceptual. Actualmente,
patrimonio arqueológico es un conjunto de datos y de bienes muebles e inmuebles con o sin
información asociada y “que han perdido su vínculo de uso con el proceso social de origen”

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(decreto 138 de 2019, artículo 2.6.1.4.). La nueva definición es especialmente problemática ya
que las huellas que produce la actividad humana no se restringen a los objetos, sino que
abarcan, por ejemplo, transformaciones en la química de los suelos, en el paisaje, o en la
memoria de los grupos sociales.

Adicionalmente, creemos que es poco apropiado el reemplazo de “conocer los orígenes y las
trayectorias socioculturales pasadas” por “que han perdido su vínculo de uso con el proceso
social de origen”, ya que el decreto omite explícitamente la conexión del pasado con el
presente. Esto desconoce, por ejemplo, la producción alfarera actual basada en técnicas
heredadas, las actividades de hilado y tejido, o el uso de semillas domesticadas en América.
No creemos pertinente para la antropología ni para la normativa colombiana, basarse en
definiciones que excluyen la conexión entre el pasado y el presente, como si cada grupo social
fuese un deus ex machina.

Para insistir en nuestra idea, argumentamos que la interpretación de contexto arqueológico es


particularmente restrictiva, ya que en la norma únicamente es la “conjunción estructural de
información arqueológica asociada a los bienes muebles e inmuebles de carácter arqueológico”
(decreto 138 de 2019, artículo 2.6.1.4.). En nuestra perspectiva, esto va en contra de lo que
concebimos en arqueología como contexto. En primera medida, limitar la definición a la
información deja de lado el contexto físico, social y cultural de los objetos y yacimientos
arqueológicos. Y, segundo, la información que producimos en arqueología tiene diversos
grados de confiabilidad, así como surge de la interacción mediada por investigadores entre
datos empíricos, teorías y metodologías. Aceptar que el contexto arqueológico se reduce a la
información implica admitir que su contexto físico, social y cultural puede ser destruido siempre
y cuando se lleve a cabo el registro de los datos de forma previa. De esta manera, las nuevas
definiciones limitan cualquier tipo de relación entre arqueología, pobladores actuales, saberes
locales y medio ambiente. Por eso creemos que el decreto 138 no se ajusta a las discusiones
sobre qué es la arqueología en nuestro país y reduce conceptualmente lo que entendemos por
patrimonio arqueológico.

3- El acercamiento a la historia y la actualidad de la Serranía hizo que la categorización de


patrimonio cultural y natural no fuese operativa. Una de las conclusiones del trabajo
arqueológico en el norte del Amazonas es que ambas esferas no deben estar separadas en la
investigación, preservación o realce de los patrimonios. A lo largo de nuestra investigación
observamos, por ejemplo, que los bosques, el suelo y la actividad humana, son factores sin los
cuales no se puede garantizar la conservación de los murales rupestres de la Lindosa. En ese

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sentido, no es útil para la normativa declarar patrimonios separados, porque no logra asegurar
la preservación del patrimonio arqueológico. En la investigación se hizo evidente que los sitios
arqueológicos son sistemas con múltiples componentes que abarcan paisajes, agua, zonas de
ocupación, áreas de rituales, caminos, vegetación y relaciones con otros seres y lugares. Para
investigar este tipo de huellas del pasado es necesario tener una visión más amplia del
patrimonio arqueológico como un concepto que abarque múltiples vestigios y la conexión del
pasado con el presente.

Postulamos que esta separación en la manera cómo se conciben patrimonios separados se


basa en una visión dicotómica que reproduce el dualismo entre naturaleza y cultura (Descola &
Pálssons, 2001). La división es notoria cuando abstraemos los tipos de patrimonio que abarca
la legislación y construimos un árbol taxonómico de los conceptos (figura 1). La primera
segmentación del patrimonio de la nación está justamente en la esfera natural y cultural. No
creemos que sea coincidencia encontrar la misma partición entre material e inmaterial y mueble
e inmueble en los siguientes escalones.

Figura 1 Esquema taxonómico del patrimonio nacional

Por otro lado, a nuestro modo de ver, la noción de patrimonio mixto reproduce esta misma
visión compartimentada. Para nosotros, el ideal es que la gestión del patrimonio esté
sustentada en un concepto que permita religar las diferentes maneras de ver el pasado y el
presente en un país diverso. Proponemos que el patrimonio también puede ser definido como
múltiples versiones construidas por los actores sociales, a partir de su experiencia individual y
colectiva, de aquello que debe ser preservado en la memoria social (Connerton, 1989; Fentress
& Wickham, 1992). El patrimonio se constituye de imaginarios que las personas crean y

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recrean en su cotidianidad sobre su pasado, su identidad, su afiliación grupal y lo que creen
que es importante para las siguientes generaciones. En este marco, coexisten muchos relatos
que no son necesariamente congruentes ni armónicos y que no se pueden resumir en una
única visión.

En conclusión, la normativa de patrimonio en Colombia se debe nutrir de las experiencias y


contextos en los cuales se aplican los conceptos que esta misma define. De esta forma
podemos construir marcos de acción más pertinentes en los procesos de gestión patrimonial.
Este diálogo de doble vía podría impactar de forma positiva el diseño de herramientas de
planeación tales como los planes de manejo, y de esta manera proponer criterios de valoración
que partan de los contextos propios. En futuros trabajos, creemos necesario implementar
definiciones que no impliquen un dualismo entre la naturaleza y la cultura, ni relaciones
asimétricas entre las diferentes versiones del patrimonio. De esta manera lograremos observar
la complejidad de la experiencia humana en torno a múltiples interpretaciones del pasado y lo
que debe ser legado a las siguientes generaciones.

Bibliografía

Botiva, Á. (1986). Arte Rupestre Del Río Guayabero. Pautas de Interpretación Hacia Un
Contexto Sociocultural. Bogotá D.C.

Brumfiel, E. M. (1992). Distinguished Lecture in Archeology: Breaking and Entering the


Ecosystem - Gender, Class, and Faction Steal the Show. American Anthropologist, 94(3),
551–567.

Connerton, P. (1989). How Societies Remember. In Themes in the social sciences. Cambridge:
Cambridge University Press.

Correal, G., Piñeros, F., & Van der Hammen, T. (1990). Guayabero I: Un Sitio Precerámico en
La Localidad de Angostura II, San José Del Guaviare. Cadalsia, 16, 245–254.

Descola, P., & Pálssons, G. (2001). Naturaleza y sociedad. Perspectivas antropológicas.


Mexico D.F.: Siglo XXI.

Fentress, J., & Wickham, C. (1992). Social memory. Oxford: Blackwell Publishers Ltd.

Gheerbrant, A. (1997). La Expedición Orinoco-Amazonas 1948-1950. Bogotá D.C.: Banco de la


República.

Universidad Nacional de Colombia. (2018). Serranía de La Lindosa. Segunda Fase del Plan de

11
Manejo Arqueológico. Bogotá D.C.

Urbina, F. (2018). Arte Rupestre Amazónico. Perros de Guerra, Caballos, Vacunos y Otros
Temas En El Arte Rupestre de La Serranía de La Lindosa (Río Guayabero, Departamento
Del Guaviare, Colombia). In P. M. Argüello (Ed.), Arte Rupestre En Colombia.
Investigación, Preservación, Patrimonialización (pp. 197–226). Tunja: Editorial Uptc.
Facultad de Ciencias de la Educación.

Fuentes normativas

Ley 2 de 1959

Ley 1185 del 2008

Decreto 138 del 2019

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