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Laura Velásquez
Rafael Robles
Diego Pedraza
Introducción
Como parte del equipo de investigadores, la experiencia en la Lindosa nos impuso una serie de
retos en relación con la definición de los sitios arqueológicos, la aplicación de disposiciones
legales en un contexto sociopolítico particular, y la articulación de las relaciones de los
habitantes locales con las pinturas rupestres. La formulación del Plan de Manejo Arqueológico
de la Serranía de la Lindosa hizo evidentes las tensiones entre la perspectiva normativa de las
categorías de patrimonio y la realidad compleja de un territorio de conexiones. Con base en
nuestro trabajo en la Serranía, argumentamos que la diferenciación de un patrimonio natural y
otro cultural reproduce el dualismo ontológico entre naturaleza y cultura, a la vez que impide el
reconocimiento de patrimonios conexos y de otras formas culturales de interpretar el entorno.
Desde nuestra perspectiva, la visión dicotómica de patrimonio no permite observar, realzar y
validar otras epistemologías y otras ontologías. Por ello, proponemos una definición de
patrimonio como múltiples versiones que construyen los actores sociales sobre lo que debe ser
heredado a las siguientes generaciones.
La Serranía de la Lindosa es reconocida por albergar un gran número de escarpes rocosos que
tienen en sus superficies dibujos plasmados por sociedades indígenas. La obligación
constitucional de protección y la sinergia entre el Instituto Colombiano de Antropología e
Historia, la Gobernación del Guaviare y la Universidad Nacional de Colombia, condujeron a su
declaratoria como un área arqueológica protegida, máxime cuando los afloramientos de la
Serranía conforman el segundo sitio rupestre más grande de Colombia, después de la Serranía
del Chiribiquete. Las investigaciones actuales en la Lindosa registraron cuarenta y seis paneles
rupestres que cubren dos mil metros cuadrados en los cuales se estima que hay hasta
cuarenta mil dibujos (Universidad Nacional de Colombia, 2018). Los motivos son de gran
diversidad y representan una multitud de seres, entre los cuales muchas personas han
interpretado imágenes de fauna, humanos, plantas, seres míticos, híbridos y figuras
geométricas. Se ha dicho, incluso, que en algunos murales aparecen animales traídos desde
Europa por los conquistadores, como los perros de guerra (Urbina, 2018).
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dijo haberlas descubierto en la búsqueda de caucho. Guiados por dos indígenas locales, el
etnólogo y su equipo hicieron una travesía por ríos y selvas para registrar en video las
manifestaciones pictóricas. Sus descripciones evocan la fascinación y las múltiples preguntas
que suscitó el hallazgo del llamado “arte primitivo” (Gheerbrant, 1997) en un contexto selvático
y para ellos hostil.
Desde Gheerbrandt las pocas investigaciones que antropólogos han realizado sobre las
manifestaciones rupestres de la Serranía se han centrado en ubicar y describir los paneles, a la
vez que en realizar excavaciones puntuales en los abrigos rocosos. En este contexto, nuestra
iniciativa buscaba ampliar el panorama y caracterizar un mayor número de yacimientos. En
este proceso, no encontramos solamente paneles rupestres y sitios aislados, sino una red de
asentamientos, cultivos, fuentes de agua y lugares rituales. Entre los hallazgos destacan un
asentamiento guayupe altamente nucleado que abarca al menos 8 hectáreas, llamado
‘Limoncillos’ y una malla intrincada de abrigos rocosos con ocupaciones longevas que se
remontan a períodos precerámicos, como Cerro Campanilla, La Pizarra y Los Túneles.
Además, detectamos suelos antrópicos y bosques modificados.
Para nosotros, la fascinación que producen las pinturas rupestres ha sesgado la comprensión
de una serie de sitios arqueológicos complejos que involucran paneles pictográficos, abrigos
rocosos, fuentes de agua, zonas de habitación, bosques, paisajes y conocimientos actuales.
Los estudios arqueológicos previos se han limitado a observar el contexto inmediato de las
pinturas de manera aislada, sin tener en cuenta el entorno. La formulación del Plan de Manejo
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Arqueológico permitió conocer las particularidades de la Serranía y así construir una nueva
manera de comprender los sitios arqueológicos a través de la conexión conceptual entre la
antropología social, la arqueología, la historia, la biología y la geología.
Nuestra apuesta fue alejarnos de la idea de que los sitios arqueológicos con pinturas eran el
único centro de interés en la historia compleja del norte del Guaviare. Para ello partimos del
supuesto de que los yacimientos arqueológicos deben ser entendidos como conjuntos de
muchos componentes que interactúan y no como unidades aisladas. Estos yacimientos son,
además, el resultado de interacciones sociales que cambian de manera constante y que dejan
rastros en la memoria del entorno y de los grupos humanos que viven en él. Es por lo mismo
que decidimos optar por delimitar áreas arqueológicas que no se restringieron al contexto
inmediato de las pinturas rupestres, sino que abarcaron fuentes hídricas, bosques, abrigos
rocosos y sabanas.
La Serranía de la Lindosa, así como muchas zonas del país, ha sido configurada como una
región periférica marginalizada por los centros de poder. Su historia está atravesada por
economías extractivas, ganaderas y, recientemente, por monocultivos de grandes extensiones.
Esto ha hecho que se imponga una forma unívoca de relación entre los seres humanos y los
ambientes, que reproduce relaciones asimétricas con la naturaleza. Los grupos indígenas y las
diferentes olas de colonización han hecho del norte del Guaviare una región en donde
coexisten diversas maneras de comprender el entorno.
Desde la década de 1960 el río Guayabero fue un eje de conexión para las guerrillas
campesinas de los Llanos, el Caquetá, el Tolima y Sumapaz. En este proceso se afianzó el
Guaviare como un refugio para grupos al margen de la ley, así como para expulsados,
desplazados y colonos. El final de la década de 1970 trajo la economía de la coca que
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dinamizó la región y la convirtió en zona de cultivo y procesamiento, así como en una ruta que
conectaba los sectores de producción con los centros de exportación y consumo.
El proceso histórico complejo del Guaviare ha influido en que, de manera permanente, los
colonos se enfrenten a la selva, la tumben y tomen posesión de ella. Esto ha propiciado formas
subalternas de tenencia de la tierra, que en algunos casos ha sido ilegal y, en otros, promovida
por algunos gobiernos. En ese sentido, un gran porcentaje de los habitantes de la Serranía son
poseedores de facto sin titulación, lo cual ha hecho que haya permanentes conflictos en cuanto
a los linderos y con entidades ambientales como Cormacarena, la Corporación para el
Desarrollo Sostenible del Norte y Oriente Amazónico (CDA) y la Corporación por la Defensa
Ambiental y el Desarrollo Sostenible del AMEM (Área de Manejo Especial de la Macarena).
Esta situación tuvo un impacto en nuestra investigación ya que el Plan de Manejo Arqueológico
implica la modificación de los usos del suelo y esto puede afectar directamente las actividades
que los grupos sociales llevan a cabo en el territorio. Por lo mismo, debimos generar un
proceso participativo que tuviese en cuenta la historia y las particularidades de la Lindosa, para
no ir en contra de las dinámicas del Guaviare. En este proceso las pinturas rupestres jugaron
un rol articulador del pasado y el presente, y permitieron abrir la discusión sobre la necesidad
común de proteger los contextos arqueológicos.
Además, la aceleración del deterioro de las pinturas por pérdida de cobertura vegetal, incendios
forestales y acciones humanas ha gatillado actitudes de conservación, tanto así que algunos
locales mantienen en reserva ciertos sectores con manifestaciones rupestres en los cuales no
permiten el acceso. En este contexto, el contacto con los pobladores era la mejor manera de
delimitar las áreas protegidas y armonizar los usos permitidos y prohibidos con sus
expectativas. Una muestra de ello es que, a raíz del proceso de formulación del Plan de Manejo
Arqueológico, surgieron varias iniciativas locales de reforestación, viveros de plantas nativas,
cooperativas y guías locales que comienzan a formar una manera diferente de ver el entorno.
Este conjunto de coordinaciones en torno a los sitios arqueológicos se funda en la comprensión
compartida del territorio de la Serranía como un sistema complejo.
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murales, desde sus creadores hasta los turistas que hoy los visitan. Además, como lo
enunciamos anteriormente, el norte del Guaviare ha sido el hogar de grupos indígenas desde
tiempos inmemoriales y también de colonos que lo han habitado desde la década de 1920. La
Serranía es, por lo tanto, una zona de confluencia en donde hay una gran diversidad cultural y
todas las sociedades que han visto las pinturas han generado relaciones con estos sitios. De
hecho, los colonos relatan con orgullo el haber hallado paneles rupestres de manera fortuita en
jornadas de cacería, luego de incendios y por exploraciones épicas. Antes de que la noticia de
las pinturas llegase a los escritos de Gheerbrandt, la Lindosa ya había sido descubierta muchas
veces. Las historias de los descubrimientos de los murales reflejan procesos de apropiación
que los han convertido en estandartes de la historia y del territorio del Guaviare.
Pero la relación va más allá: los locales han construido relatos sobre los significados de los
dibujos. Ellos los definen como representaciones de mapas con caminos, hitos del paisaje,
escenas míticas, actividades cotidianas, tejidos, bailes, rituales indígenas, y lugares donde
residen los dueños de los animales. Independientemente del origen y del contexto cultural en el
que fueron producidos los murales, coexisten reinterpretaciones cargadas de sentido, que no
difieren en mucho de algunas hipótesis antropológicas. Ante esta multiplicidad de visiones
sobre lo que representan las pinturas, la de la arqueología es solamente una entre muchas. A
pesar de que los pobladores escuchan con atención a los arqueólogos que visitan la Serranía y
asienten de vez en cuando en forma de aceptación, ellos mismos han creado sus propias
versiones a partir de su experiencia.
En suma, consideramos que las perspectivas de los locales sobre los sitios arqueológicos son
importantes en la gestión patrimonial porque 1) se basan en y generan apropiación del
patrimonio, la cual fortalece la conservación de los sitios y 2) han construido interpretaciones
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legítimas que se remiten a la manera cómo ellos comprenden el mundo en su experiencia
propia y en sus relaciones con el entorno.
Reflexiones finales
El proceso de investigación y gestión que inició con los murales rupestres de la Serranía de la
Lindosa nos invita a reflexionar sobre las definiciones de patrimonio en Colombia. Desde
nuestra perspectiva, las categorías impuestas por la segmentación de realidades complejas
pueden, en algunos casos, restringir los marcos de interpretación del pasado y del presente. A
lo largo de este escrito, hemos sostenido que, en el caso de la Serranía, la vistosidad de los
paneles pictográficos ha ocultado otros yacimientos y las conexiones entre sitios arqueológicos.
De igual manera, consideramos que en Colombia existe un gran vacío en la arqueología del
Amazonas, probablemente causada por un interés mayor en estudiar las tradicionales culturas
orfebres y por la marginalización de las “zonas rojas”. El hecho de que haya solamente dos
investigaciones arqueológicas previas a la nuestra en un síntoma de este fenómeno.
Para propiciar la discusión en torno a lo que hemos expuesto, formulamos tres reflexiones que
surgieron de la aplicación de la normativa colombiana en un territorio como el norte del
Guaviare. A través de esto, presentamos las tensiones entre las definiciones de patrimonio en
Colombia y sus contextos de aplicación.
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1- Hoy en día el patrimonio tiene también una perspectiva globalizada. El patrimonio de la
humanidad es el síntoma de una visión unívoca sobre qué es lo importante para heredar a las
futuras generaciones. Desde una perspectiva situada en el contexto mundial, podríamos
afirmar que esa categoría supone logros compartidos por la especie humana y permite que
sean administrados en el tiempo. No obstante, esta forma de concebir y priorizar los aspectos
pasados y presentes que deben ser protegidos puede ser un arma de doble filo, en especial en
territorios periféricos como la Serranía de la Lindosa. La reciente declaratoria de la Serranía del
Chiribiquete como patrimonio de la humanidad por la Unesco puso en tensión las expectativas
de los pobladores actuales y de los círculos académicos en relación con la práctica del turismo
en la Lindosa. Los pobladores reclaman una administración local del turismo, los académicos
buscan la investigación y conservación, y las empresas de turismo a gran escala persiguen el
lucro privado. La restricción del acceso a Chiribiquete posicionó a la Serranía como zona de
amortiguamiento que posibilita el encuentro de la sociedad con los paneles, sin embargo, para
nadie es un secreto que el turismo sin control puede afectar prácticas culturales en el entorno y
el estado de conservación de huellas de pueblos del pasado.
2- Como segundo punto para la reflexión, es importante aclarar que, cuando iniciamos la labor
en la Lindosa, la definición normativa de patrimonio arqueológico permitía comprender el
estudio del pasado con base en conjuntos amplios de vestigios, así como promovía la conexión
entre varias perspectivas del conocimiento. Antes del año 2019, el concepto legal de este tipo
de patrimonio abarcaba:
La definición del 2008 fue promovida por los expertos del Instituto Colombiano de Antropología
e Historia y en ella es visible un proceso académico de construcción conceptual. Actualmente,
patrimonio arqueológico es un conjunto de datos y de bienes muebles e inmuebles con o sin
información asociada y “que han perdido su vínculo de uso con el proceso social de origen”
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(decreto 138 de 2019, artículo 2.6.1.4.). La nueva definición es especialmente problemática ya
que las huellas que produce la actividad humana no se restringen a los objetos, sino que
abarcan, por ejemplo, transformaciones en la química de los suelos, en el paisaje, o en la
memoria de los grupos sociales.
Adicionalmente, creemos que es poco apropiado el reemplazo de “conocer los orígenes y las
trayectorias socioculturales pasadas” por “que han perdido su vínculo de uso con el proceso
social de origen”, ya que el decreto omite explícitamente la conexión del pasado con el
presente. Esto desconoce, por ejemplo, la producción alfarera actual basada en técnicas
heredadas, las actividades de hilado y tejido, o el uso de semillas domesticadas en América.
No creemos pertinente para la antropología ni para la normativa colombiana, basarse en
definiciones que excluyen la conexión entre el pasado y el presente, como si cada grupo social
fuese un deus ex machina.
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sentido, no es útil para la normativa declarar patrimonios separados, porque no logra asegurar
la preservación del patrimonio arqueológico. En la investigación se hizo evidente que los sitios
arqueológicos son sistemas con múltiples componentes que abarcan paisajes, agua, zonas de
ocupación, áreas de rituales, caminos, vegetación y relaciones con otros seres y lugares. Para
investigar este tipo de huellas del pasado es necesario tener una visión más amplia del
patrimonio arqueológico como un concepto que abarque múltiples vestigios y la conexión del
pasado con el presente.
Por otro lado, a nuestro modo de ver, la noción de patrimonio mixto reproduce esta misma
visión compartimentada. Para nosotros, el ideal es que la gestión del patrimonio esté
sustentada en un concepto que permita religar las diferentes maneras de ver el pasado y el
presente en un país diverso. Proponemos que el patrimonio también puede ser definido como
múltiples versiones construidas por los actores sociales, a partir de su experiencia individual y
colectiva, de aquello que debe ser preservado en la memoria social (Connerton, 1989; Fentress
& Wickham, 1992). El patrimonio se constituye de imaginarios que las personas crean y
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recrean en su cotidianidad sobre su pasado, su identidad, su afiliación grupal y lo que creen
que es importante para las siguientes generaciones. En este marco, coexisten muchos relatos
que no son necesariamente congruentes ni armónicos y que no se pueden resumir en una
única visión.
Bibliografía
Botiva, Á. (1986). Arte Rupestre Del Río Guayabero. Pautas de Interpretación Hacia Un
Contexto Sociocultural. Bogotá D.C.
Connerton, P. (1989). How Societies Remember. In Themes in the social sciences. Cambridge:
Cambridge University Press.
Correal, G., Piñeros, F., & Van der Hammen, T. (1990). Guayabero I: Un Sitio Precerámico en
La Localidad de Angostura II, San José Del Guaviare. Cadalsia, 16, 245–254.
Fentress, J., & Wickham, C. (1992). Social memory. Oxford: Blackwell Publishers Ltd.
Universidad Nacional de Colombia. (2018). Serranía de La Lindosa. Segunda Fase del Plan de
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Manejo Arqueológico. Bogotá D.C.
Urbina, F. (2018). Arte Rupestre Amazónico. Perros de Guerra, Caballos, Vacunos y Otros
Temas En El Arte Rupestre de La Serranía de La Lindosa (Río Guayabero, Departamento
Del Guaviare, Colombia). In P. M. Argüello (Ed.), Arte Rupestre En Colombia.
Investigación, Preservación, Patrimonialización (pp. 197–226). Tunja: Editorial Uptc.
Facultad de Ciencias de la Educación.
Fuentes normativas
Ley 2 de 1959
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