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en el encierro, que se relacionan, muchas veces, con el devenir de historias

truncas, marginales, cargadas de violencias. Sin embargo, cuando ellos


mismos hablan, pueden escucharse y ello contribuye, al menos
simbólicamente, a disipar el malestar y a producir el acontecimiento que
posibilita el despliegue del sujeto. El relato que a continuación queremos
compartir visibiliza la potencia del reconocimiento social y cómo el acceso a
derechos opera o puede operar, incluso en el encierro, como una cosmovisión
para interpretar la dignidad humana.

Mi experiencia personal es tan singular…

Septiembre de 2016

Estuve 19 años preso en distintas cárceles del Sistema Penitenciario de la


provincia de Córdoba (SPC), llegué a la cárcel sin haber terminado el
secundario y después de que me condenaron pensé que nunca más me
iba a ir de la cárcel. Ese era el conflicto existencial en el que me encontraba
cuando surge la propuesta, en el año 99, del Programa Universitario en la
Cárcel (PUC).

Fue a partir de ahí que, efectivamente, comenzó toda una aventura. En


principio, porque había una necesidad de dialogar y poder materializar la
propuesta del PUC en un contexto extremadamente hostil. Un diálogo
entre instituciones que son absolutamente contrapuestas y donde esa
tensión permanente cae sobre los cuerpos que están atrapados, los/as
presos/as. Pero también, allí, se inauguraron nuevas posibilidades de
pensarse a uno mismo en una institución en la que uno muchas veces no
puede ni siquiera proyectar la condición del mañana.

En el medio de ese cóctel, de todas esas condiciones, nos aventuramos (yo


y un grupo de compañeros) a tratar de hacer efectiva la propuesta, en un
contexto histórico coyuntural político de la Argentina muy particular.

En un contexto universitario también muy particular. La Facultad de


Filosofía y Humanidades (FFyH) estaba a cargo entonces de la Dra.
Carolina Scotto y, como vice decana, la Mgter. Correa (de la Escuela de
Psicología que pertenecía a la FFyH). Entre ambas arman una propuesta
que, yo siempre les digo, un poco descabellada y que era reproducir
puertas adentro de las instituciones del SPC; toman la experiencia que
había tenido la Universidad de Buenos Aires (UBA), que era el Programa
UBA XXI, por el cual la universidad se reconocía a sí misma como una
institución pública que tenía, entre otras obligaciones, la de garantizar el
derecho a la educación de las personas que demandaban el ejercicio
concreto de ese derecho. Y ahí comienza toda la aventura. Allí
aprendimos a resignificar nuestros derechos, aprendimos a demandarlos

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de un modo muy distinto a como se hacía históricamente y, en ese diálogo,
también nos fuimos re-apropiando valores que no son los propios de la
prisión.

Lo más paradójico fue que, cuando empezamos, las voces más opositoras
eran nuestros propios pares. Era como que había que resistir al "¿acá venís
a estudiar?", "¿ahora venís a estudiar?", "hubieras estudiado antes, no
estarías preso, hubieras sido más pícaro" y cosas por el estilo. En un
principio eran bastante hostiles, como decía, porque implicaba también
romper con ciertas representaciones que muchas veces tenemos quienes
estamos dentro de la prisión, con respecto a lo que es la universidad.
Empieza a fluir toda una serie de contrapuestos en esas representaciones
en las que uno va viendo cómo se idealizan, muchas veces a partir de
determinadas experiencias de vida, los conflictos añorados o los lugares
donde uno no puede acceder o están limitados.

Lo más difícil también fue sortear la no autonomía del cuerpo. Desde que
estábamos en prisión nos decían qué teníamos que hacer, cuándo lo
teníamos que hacer, cómo lo teníamos que hacer, dónde lo teníamos que
hacer y si podía o no podía ser. En ese primer momento creo que
efectivamente fue una aventura en todo sentido: una aventura para la
Universidad, una apuesta institucional por parte de docentes, no
docentes, centro de estudiantes, compañeros que también ponían en esta
experiencia… "ah, le vamos a ir a garantizar el derecho a la educación a
los presos". Entonces, el peso de esa pulseada, de esa tensión caía sobre
los cuerpos atrapados. Había que generar un circuito de condiciones para
las reuniones del Programa, era juntarnos con ellos, pero ellos se iban a
sus casas y nosotros nos quedábamos ahí. El malestar del Servicio y el
malestar del sistema recaían sobre nosotros.

Creo que eso también nos forzó a nosotros a un despliegue para


amalgamar voluntades en una resistencia política muy fuerte. Pues no
solamente te están reconociendo como una persona que tiene interés en
estudiar determinada carrera, sino que te están reconociendo como un
ciudadano universitario, te están reconociendo como un miembro de la
Universidad Nacional de Córdoba (UNC) en las condiciones y el trato
como a cualquier otro estudiante de la Universidad. Y eso no es poca cosa.
Cuando uno, como les decía al principio, está desvalorizado porque está
atrapado en un circuito impulsivo institucional que te dice todo el tiempo
“¿para qué vas a estudiar, negro? Ya está, vos estás en cana, este es tu
futuro, de esta no zafás nunca más”. Eso además va acompañado con
otros intereses, con certificados de buena conducta, expulsiones, todas
esas cosas que más o menos ya conocemos.

Entonces, otro desafío era repensar la identidad de uno, repensar la

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subjetividad de uno frente a todas esas adversidades o avatares y
reapropiarse uno mismo como sujeto de derechos, como sujeto que tiene
derechos, pero también una responsabilidad y unas obligaciones. Fue el
desafío más descabellado que tiene el Programa, no fue tanto garantizar
el derecho a tomar como estudiantes determinados contenidos y criterios,
sino a que nosotros nos empecemos a reconocer como sujetos de derechos,
que tenemos una identidad y que no había que renegar tanto de esa
historia de vida que nosotros teníamos porque, en definitiva, también era
la historia que queríamos empezar a reconfigurar. Nos puso en un lugar
bastante incómodo porque estábamos entre el antes y el después, el ahora
que uno tiene, en una apuesta institucional a la que también nos llevaban
un poco nuestras convicciones y nuestra ideología, pero que también nos
exigía ponerle el cuerpo.

Yo estuve mucho tiempo encerrado y por suerte también estuve mucho


tiempo en el Programa. También eso me permite hablar de distintas
cárceles porque cada vez que cambia un gobernador, cambian
determinadas finalidades, determinados objetivos, determinadas
intenciones institucionales. Quiere decir que los mismos edificios se
convierten en cárceles muy diferentes.

Es un proceso histórico que han ido escribiendo el avance del Programa


y, por otra parte, ha requerido también que uno se vaya posicionando y
se vaya apropiando del Programa. Habitando el Programa como si el
Programa fuese la casa de uno, y eso me parece que es lo más rico que nos
ha quedado a todos los que hemos transitado poco y mucho su espectro.

Tiene que ver esto con una cuestión de la transmisión de valores, no tanto
de contenidos. En esa transmisión de valores lo que uno va haciendo es
reconfigurar preguntas que están todos los días: ¿cómo resignifico mi
sexualidad cuando el sexo opuesto no está para que yo pueda definir mi
preferencia?; ¿cómo significo mi ser padre cuando no puedo tener
relaciones cotidianas y permanentes con mi hijo?; ¿cómo re significó ser
esposo, novio, tío, abuelo? ¿Cómo lo hago conmigo mismo, por un lado,
y qué horizonte de posibilidades se despliegan a partir de esa ajenidad en
el trato con los demás, con el otro?

Al apropiarme de ser un estudiante universitario he cambiado hasta la


forma en el trato con mi familia, de vincularme con mis compañeros, de
vincularme socialmente porque, bueno, también sabemos que no es lo
mismo decir que uno no está haciendo nada, a decir que uno está
estudiando en la UNC. Eso te pone subjetivamente en un lugar muy
dispar.

Después fuimos avanzando en la confección colectiva de este Programa

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que a mí también en lo personal me significó muchísimo, porque era
vencer muchos miedos y muchos impedimentos, yo pensé que la
universidad nunca iba a ser un lugar para mí. En ese momento histórico,
además, en el que los sectores excluidos y marginados estábamos
convencidos de que la universidad era un centro elitista al que solo venían
a estudiar las personas que tenían mucho dinero. Entonces también era
un desafío deconstruir esos prejuicios, esas representaciones que uno
tenía para empezar a apropiarse de un espacio como la universidad en
una institución como la cárcel. De hecho, tuvimos discusiones enormes
con la coordinadora porque había compañeros que ponían de manifiesto
todo el tiempo que eso era solo una virtualidad, que ese espacio o esa
significación como estudiantes universitarios solo se daba en el término
de algunas tutorías que eran dos horas y después se acababa el show.
Algunos de nosotros, realmente lo vivíamos de otro modo: era como que,
justamente, porque te vas, tengo que esperar hasta la semana que viene,
yo tengo un montón de cosas que hacer hasta la semana que viene cuando
vengas; mejoremos esta presencia. Eso dinámicamente te exigía poner la
cabeza en otro lugar que no era el lugar físico de la cárcel de todos los días
y que, como estamos presos, a bancar determinados rituales por parte de
la institución (que se van haciendo hábitos), sino justamente a ver cómo
podíamos no solamente nosotros romper esos hábitos institucionales, sino
también promover a que otros puedan verlos de una manera distinta.

Ahí empezó la segunda apropiación de los estudiantes universitarios.


Una forma de poder empezar a manifestar: “Che, pero yo te hablo de
esto”, discutamos con lucidez y capacidad, para saber cuándo uno tiene
que cambiar el chip de la cabeza. Porque no es lo mismo estar hablando
en un ámbito universitario donde uno tiene ciertas libertades que en otro
espacio no las tenías, ya que al estar hablando con el empleado que tiene
que abrir la puerta o reclamando que te atienda el médico, es siempre
disputa. Entonces, eso también fue haciendo que uno pueda resignificar
su propia historia.

Yo a partir de mi experiencia concreta cuando empezaba a ser un


estudiante universitario pude revisar mi propia historia, pude
apropiarme de mi propia historia, vencer la culpa, entender de alguna
manera aunque si bien habría que seguir discutiendo si la cárcel es el
mejor mecanismo que tenemos o que podríamos tener como sociedad
para las personas que son una falta del sistema porque han delinquido (y
lo pongo en esos términos), porque delinquir, delinquen un montón de
personas, la única diferencia es que nosotros hemos sido atrapados por el
sistema y el sistema nos tiene en un contexto de encierro.

Pero también enfrentar las tensiones de la subjetividad cuando uno está


prácticamente imbuido de una institución absurda. Pensamos en

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términos de: “bueno, cuál es la finalidad de la cárcel, qué pretende la
cárcel”, y lo contraponemos con qué es lo que pasa en la realidad, vemos
que tendríamos que repensar muchas cosas para que eso sea posible,
porque si no, volvemos a la distancia que hay entre lo teórico y lo práctico.

En lo profesional también fue toda una aventura y un desafío. Yo hablaba


recién con una de las profes y digo: de alguna manera yo siento que… yo
empecé el circuito de estudiar adentro de la cárcel, comencé el secundario,
comencé la carrera de filosofía, me recibí hace muy poco. Estoy muy
agradecido de haber llegado a ese lugar porque capaz que jamás en la vida
(vuelvo a decir) me lo hubiera imaginado, si no hubiera sido por la
experiencia de la cárcel, y eso también tiene algo paradójico cuando uno
piensa su subjetividad. Y es raro cuando uno empieza a pensar: “bueno,
no sé, despotrico todo contra el sistema”. Pero también en la cárcel me
pasaron cosas buenas, me pasaron cosas muy importantes de mi vida: me
reconcilié con mi papá, reconstruí mis lazos familiares, mis lazos sociales,
conocí nuevos compañeros, me convertí en un profesional que tiene un
título. Entonces hoy, “¿cómo se los cuento?” hace una semana que salí en
libertad. [Aplausos. Agradecimiento]

Digo, ¿cómo hace uno para expresar esa inconmensurabilidad que se


siente? En mis pagos se dice “chocho”. Cuando alguien está muy feliz, se
resume con la palabra “chocho”. Entonces, estoy chocho, eso es lo que
quise decir. Pero estoy chocho no solamente en lo personal (que exploto
de felicidad) sino también porque me hice parte de esta casa, me hice parte
de esta casa universidad y me hice más parte de esta casa Facultad de
Filosofía. Y, sobre todo, del Programa. Y es paradójico que uno pueda
retejer su propia historia apropiándose, incluso, de sus miserias: como me
enseñó Ana, hay que levantar la alfombra y sacar la basura. Y también
poder contarlo, volver a poder relatarlo. La cárcel es un lugar en el que se
enseña a no hablar, se te enseña a enmudecer. Porque somos muchísimas
personas que prácticamente estamos aturdiéndonos todo el tiempo y
nunca nos estamos escuchando. Entonces también que el Programa haya
inaugurado una posibilidad de: “me siento con vos cinco minutos
después de…”, esos cinco minutos son capaz que los cinco minutos más
felices de uno como persona que tenés. Hay un otro que te está
reconociendo como un otro absoluto, te está respetando como un otro
absoluto y es interesante… no confundir tolerancia con respeto. Digo, no
es que la facultad nos toleraba, porque también para la facultad implicaba:
“uh, mirá qué copado los presos en la facultad, son re progres y van a
venir de la cárcel a meterse ahí”. Ellos también estuvieron expuestos como
estoy yo hoy y mis compañeros, en un momento muy complicado de la
política argentina y pusieron su nombre y pusieron su cuerpo para que
esto fuera posible.

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Entonces en el relato y en la construcción de la subjetividad de uno eso
empieza a importar y muchísimo. Y entonces para concluir: ¿por qué no
mejor, como dice Mariano Gutiérrez, pensar en estas estrategias que lo
que hacen, en definitiva, es humanizar las cárceles nada más y nada
menos? Digo, no estamos hablando de cosas que haya que hacer y que
requieran millones de dólares de presupuesto ni setecientas cincuenta mil
cosas tecnológicas, sino, simplemente, un mate compartido, un té frío
muchas veces o esperar media hora para que te traigan del pabellón y
aprovechar para hablar de cosas que te interesan. Son, en definitiva, las
mismas cosas que hablamos en el pasillo, yo y los alumnos de la facultad;
son las mismas cosas que hablamos en el pasillo cuando salimos de clase
en clase con algún profe o con un compañero, en la cola de la cantina.

Por eso, a lo que los exhorto es a que se acerquen al Programa que le hacen
falta muchas manos, muchas voluntades para seguir construyendo esto,
para que esto siga construyendo también las subjetividades de
compañeros y compañeras que están en las cárceles de Córdoba.

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