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De evaluar, a evaluar-se, a ser evaluados.

Graciela Simari

Sabemos que hay tantos modos de ser maestro como escuelas haya.

El motivo de esta afirmación es porque el rol docente se encuentra atravesado por la cultura
institucional, pero ¿qué pasaría si la mirada se pudiera ampliar aún más? ¿Qué pasaría si nos
enfocáramos en la manera de ser maestro teniendo en cuenta una gran diversidad de escuelas?

Muchas veces miramos a las escuelas de manera totalmente deficitaria, pero ¿cuántas
conocemos para generalizar sin tener un diagnóstico educativo acertado y, en vez de buscar
carencias, encontrar otras experiencias pedagógicas que permitan que la mirada no quede
sesgada o, mejor dicho, parcializada?

Alberto Martínez Bloom, doctor en filosofía y ciencias de la Educación y profesor investigador de


la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá y consultor de la Organización de estados
Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) relata una experiencia llamada
“Expedición pedagógica”

En esta expedición, los docentes salían a recorrer escuelas del país durante 15 días. Fueron a
encontrar escuelas más allá de sus escuelas. Este intercambio pedagógico-cultural, permitió que
muchos maestros colombianos abandonaran la mirada deficitaria sobre la educación de su país
y comenzaran a ver lo positivo de lo que se disponía para crecer de ahí en más.

En la famosa propuesta de Sandra Nicastro sobre “lo que queda y lo que hay” (“Revisitar la
mirada sobre la escuela”,2006) esos términos no son sinónimos. En el primero, en “lo que
queda”, hay una situación de destitución (Lewkowicz 2004), como estar frente a las ruinas
después del apocalipsis, ruinas que sí conocieron otros, pero no nosotros. Por el contrario en “lo
que hay”, guarda en sí misma un dinamismo…Se trata de lo que se puede hacer con lo que hay
vivo, con lo que se puede contar, aún ante un paisaje desalentador, porque hay una promesa
oculta y a desentrañar si todavía corre el aliento de la esperanza… En esta experiencia hay algo
de eso.

Sea tal vez por eso que se trata de una expedición, como travesía, como descubrimiento donde
el docente explorador se reconozca como sujeto pedagógico, pero también como sujeto político
en la búsqueda de un tesoro escondido, una ruta que lleve a mundos inexplorados y recónditos.

Esta oportunidad de conocer otras culturas escolares, lugares geográficos, climas, tradiciones,
posibilitaron el armado de un recorrido, un proyecto colaborativo de investigación. No se trataba
de pasear como turista, sino aprender de otras formas de ser escuela y de otros modos de ser
maestro.

Sería maravilloso un proyecto tal vez menos ambicioso, pero fuertemente enriquecedor para
que los docentes de la Ciudad de Buenos Aires puedan conocer otras realidades de la propia
Ciudad de Buenos Aires.

Sería ético posicionarse ante las distintas realidades a la hora de evaluar, de evaluarse y sentirse
evaluado porque no es lo mismo trabajar en un barrio que en otro, en una comunidad diferente
a la nuestra, a trabajar con lo que queda, con lo que hay, con lo que se tiene y con lo que se
carece.
En el caso de la Expedición Pedagógica colombiana, se recuperaron las diversidades. De esta
experiencia nacieron nuevos maestros, los que se dieron cuenta de que los maestros no son
todos iguales, porque ya los maestros que partieron a esa experiencia no volvieron siendo los
mismos. Las conclusiones a las que arribaron quedaron compiladas en un atlas de la pedagogía.

Sería importante que los maestros de la Ciudad de Buenos Aires se convirtieran en


investigadores, que salieran a “descubrir” a otros docentes de la misma ciudad, pero que sus
conclusiones pudieran tomarse como posibles líneas de acción para la construcción de reformas
educativas imprescindibles, situadas y reales comprendidas por quienes saben de pedagogía y,
fundamentalmente, quieran recuperar los valores de la escuela pública redescubiertos por
docentes para todos los niños y niñas de nuestra Ciudad.

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