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V.

La Iglesia y el Estado

El ser humano es el centro de todo teniendo en cuenta el bien comun de la sociedad politica y
el bien comun intrínseco y en donde la Iglesia además es no solo una parte sino un todo que se
extiende al mundo entero, y que está por encima de todo cuerpo político. Por tanto, el mismo
ser humano, perteneciente a una sociedad no es solo es miembro de la iglesia sino también
forma parte del cuerpo político eso significaría que ha de estar cortada en dos teniendo en
cuenta los caracteres sociales, políticos y jurídicos como a los morales e ideológicos que tienen
que seguir, dominantes en la vida temporal de la comunidad humana y que sirven de
referencia para las maneras de aplicar en la existencia humana los principios que tienen bajo
su ley.

En este dominio, el cuerpo politico, somo dijo el Papa León XIII, es pe plenamente autónomo;
El Estado Moderno no está, en su orden propio, bajo el control de autoridad superior alguna.
Pero el orden de la vida eterna es en sí superior al orden de la vida temporal. Si una nueva
civilización ha de ser inspirada cristiana, si el cuerpo político ha de ser vivificado del evangelio
de su existencia temporal misma, será porque los cristianos habrán sabido hacer que revivan
en elpueblo sentimientos cristianos que permanecen inconscientes en muchos de ellos y las
estructuras morales que actúan en la historia de las naciones nacidas de la antigua cristiandad

Así pues, los principios son absolutos, inmutables y supratemporales. Y las particulares
aplicaciones concretas, que son las vías por las que han de ser realizados y que están
requeridas por los diversas sucesos en la historia humana, cambian según las formas
especificas de civilización, cuyos rasgos deben reconocerse como propias de tal o cual edad de
la historia.

La superior dignidad de la Iglesia tiene, así, en nuestros días, a hallar sus vías de realización en
el pleno ejercicio de su poder de inspiración superior y capaz de penetrarlo todo.

Entonces en ese sentido una sana aplicación de los principios pluralistas y el principio del mal
menor exigiría del Estado renacimiento jurídico de los cogidos morales propios de las minorías
incluidas en el cuerpo político, cuyas reglas de moralidad, serian reconocidos como un
elemento realmente positivo en la herencia de la nación y en su movimiento común hacia una
buena vida humana.

La situación histórica con la que se enfrenta esta definitivamente clara. El drama de nuestro
tiempo es la confrontación del hombre contra el Estado Totalitario, que no es más que el
antiguo Dios mentiroso del imperio sin ley que reclama para él la adoración de todas las cosas.
La causa de la libertad y la causa de la Iglesia son una sola en defensa del hombre.

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