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El hombre del traje gris

Catalina Yuste

Estoy cansado de mi vida, monótona, aburrida. De casa al trabajo y del trabajo a casa.
Vestido de gris. Solo, siempre solo. Mi mujer se cansó de esperar a que volviera a
quererla y un día recogió sus cosas, la mitad de mi vida, y se marchó. Todas las mañanas
a las ocho ficho en la oficina en la que quemo los días que me quedan, donde mis ideas
caen a la moqueta sin que nadie las aproveche. Café de máquina a eso de las once y
conversación anodina con dos tipos de administración de los que ni siquiera conozco sus
nombres. Y a las dos, a comer en la misma cafetería desde hace quince años, donde lo
único que cambia es la mesa en la que acabo sentado: dentro en invierno y en la terraza
en cuanto se abre la temporada. Cuando como fuera, me entretengo observando a la
gente que viene y va. Los que bajan del 43, los que entran en la boca del metro, los que
cruzan despreocupados la avenida. Ella apareció de repente. Un día me percaté de que
una joven rubia, esbelta y pálida se sentaba a unas mesas más allá a tomar café,
haciendo tiempo para que llegara el 43. Unas veces vestida de verde, otras de rosa,
lila,azul. Coincido con ella cada día, a la misma hora, apenas veinte minutos en esa
terraza; y en cuanto ve venir el 43, se levanta corriendo y sube apresurada al autobús,
hasta el día siguiente que vuelve a aparecer con sus vestidos de colores vivos: turquesa,
granate, añil. Sentado frente a ella, la miraba ensimismado, hasta que un día comenzó a
saludarme, sin más, sólo por el simple hecho de vernos a diario en la cafetería.
Es increíble cómo se ilumina la calle cuando ella dobla la esquina con esos vestidos
llenos de color. Y al pasar por mi lado, casi rozándome, su saludo sonriente consigue
arrancarme una tímida respuesta. Y al ver a lo lejos el 43 enfilar la avenida, se levanta de
prisa y me lanza un "hasta mañana". Entonces veo un vestido de color intenso correr a la
parada y perderse entre la gente. Todos los días espero, cada vez con más ansia, que
lleguen las dos ara ver de qué color iluminará mi día, ¿Naranja? ¿Malva? ¿Amarillo? He
decidido dejar de vestir de gris. Acabo de comprarme una camisa roja por ver si hoy
coincidíamos los dos en elegir el mismo color.
Cenaremos y pasearemos de la mano hasta su casa, donde nos despediremos con un
beso que invite a algo más. Por fin son las dos. He bajado a la cafetería con mi camisa
nueva de un intenso color rojo, pero hoy se retrasa. Quizá se encontró con alguien. Quizá
ha ido a otra cafetería con ese alguien. Quizá... Pasan los minutos pero ella no aparece.
Veo enfilar el 43 por la avenida. Me impaciento y miro ansioso el reloj...gris. Gris. Me doy
cuenta de que todo aquello es absurdo. Nunca nadie como ella se fijaría en alguien como
yo, un hombre gris que por un momento creyó lleno de color, pero en el fondo sigue
siendo gris. Lo sé. Ella no va a venir. Ni siquiera imagina que la estoy esperando, que
desde hace meses es lo único que me levanta de la cama. Sólo soy alguien a quien
saluda, a quien nunca ha prestado atención, por eso hoy no ha aparecido, ni va a
aparecer. Estoy convencido de que sí se hubiera acercado a mi habría acabado siendo
como soy, un pesimista amargado atrapado en un callejón sin salida. Veo inquietante a
los camareros dentro del local. Suben nerviosos el volumen de la televisión. El telediario
hablan de una joven que se ha arrojado al paso del 43. Sobresaltado corro al interior de la
cafetería. Apenas alcanzo a ver los últimos segundos de la noticia. No consigo distinguir
las imágenes, sólo un vestido de un rojo intenso que contrasta con el gris del asfalto.

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