Está en la página 1de 4

¿Qué significa en Juan 3:16 que Dios amó al mundo?

Juan 3:16 contiene una de las declaraciones más sorprendentes de toda la Escritura: “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna”. El amor de Dios es tan inmenso, tan sorprendente, que Él amó al mundo. Pero ¿qué
significa eso? ¿Cómo podemos medir el amor de Dios, tomando en cuenta que Él amó al mundo?

Muchos interpretan este grandioso versículo de la Biblia como si estuviera diciendo que el amor de Dios es
tan basto que Él envió a Su Hijo a morir en una cruz por todas y cada una de las personas que han vivido,
viven y vivirán en el mundo. Según algunas estadísticas, en el mundo han nacido hasta la fecha unas 70 mil
millones de personas. Y quién sabe cuántas más nacerán antes de que la historia humana llegue a su fin.
“Pero el amor de Dios es tan grande”, dicen algunos, “que Él envió a Su propio Hijo a morir por todas y cada
una de esas 70 mil millones de personas. Así de grande es el amor de Dios”.

Y aunque parezca sorprendente que Dios pueda amar a tantas personas a la vez, no pienso que esa sea la
medida que Juan está usando aquí para mostrarnos la grandeza del amor de Dios.

No olvidemos quién es ese Dios que amó de tal manera al mundo. Nuestro Dios no tiene límites de ningún
tipo en ninguna de Sus capacidades. Dice el profeta Isaías, hablando obviamente en lenguaje figurado, que
toda el agua de todos los océanos cabe en el hueco de Su mano y que Él puede tomar la medida del Universo
con Su palmo. Y por si todo esto fuera poco, Él conoce por nombre cada una de las estrellas de todas y cada
una de las galaxias. “Tal es la grandeza de Su fuerza, y el poder de Su dominio”, dice en Isaías 40:26.

Así que no podemos medir la grandeza del amor de Dios tomando como punto de referencia la cantidad de
personas que pueblan nuestro planeta. Eso sería tan sorprendente como el hecho de que un levantador de
pesas olímpico fuera capaz levantar un grano de arroz. Por otra parte, aquellos que interpretan la palabra
“mundo” de esa manera, sin darse cuenta, y estoy seguro que sin quererlo, terminan empequeñeciendo y
limitando el amor de Dios. Permítanme explicar a qué me refiero.

Es evidente que no todas las personas se salvan. Así que si la palabra “mundo” aquí señala a todos y cada
uno de los seres humanos que han vivido, viven y vivirán en el planeta, tenemos que llegar a la conclusión de
que lo único que Dios hizo a favor de todos esos individuos fue abrirles un camino de salvación y luego dejar
en sus manos la posibilidad de salvarse. Como si el texto dijera que Dios amó de tal manera a todos y cada
uno de los seres humanos que han vivido, viven y vivirán en este mundo, que dio a Su Hijo unigénito para
hacer posible que cualquier de ellos pueda salvarse, pero sin asegurar la salvación de ninguno.

Sin embargo, es imposible que interpretemos este texto de esa manera. Si Dios dejara en nuestras manos la
decisión final de aceptar a Jesús, nadie sería salvo, porque ningún hombre en su estado natural está inclinado
a creer en Él y someterse a Su autoridad. Escuchen lo que sigue diciendo Juan en Juan 3:19-20: “Y esta es la
condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no
sean reprendidas”.

Todo el que hace lo malo aborrece la luz y, por lo tanto, no viene a la luz. Y ¿cuántas personas del mundo
hacen lo malo? Todas y cada una de ellas, como dice Pablo en Rom. 3:12: “no hay quien haga lo bueno, no
hay ni siquiera uno”. De manera que si Dios el Padre se hubiera limitado a enviar a Su Hijo a morir por
todos los habitantes del planeta, y luego hubiera dejado en nuestras manos la decisión final de la salvación,
nadie hubiera sido salvo. Pero Cristo vino al mundo a salvar y no simplemente a crear la posibilidad de que
alguien se salvara.

¿Qué significa, entonces, que Dios amó al mundo? Cuando Juan usa la palabra “mundo” en su evangelio,
generalmente es para referirse al sistema de maldad imperante en este mundo y que se opone radicalmente a
Dios y a Sus caminos. Más adelante, en los capítulos 14 al 16 del evangelio de Juan, el Discurso del
Aposento Alto, uno de los temas prominentes de ese discurso es la oposición que el mundo levanta contra los
cristianos por el simple hecho de ser cristianos: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha
aborrecido antes que a vosotros” (Jn. 15:18). Es por causa del aborrecimiento que el mundo siente por
Cristo que el mundo aborrece a todos los que son de Él. Pero fue precisamente por amor a ese mundo que lo
aborrece, que Dios el Padre envió a Su Hijo.

Como dice el teólogo Benjamin Warfield, lo que Juan quiere mostrarnos en este texto no es “que el mundo es
tan grande que hace falta mucho amor para abarcarlo todo, sino que el mundo es tan malo que hace falta un
amor” demasiado grande para poder amarlo, y sobre todo cuando pensamos en el hecho de que ese amor le
costó entregar a Su Hijo.[i] Ese Dios, sigue diciendo Warfield, “cuya santa justicia se inflama de indignación
ante la visión de toda iniquidad, y cuya absoluta santidad se aparta con horror ante cualquier impureza, ama a
este mundo pecador a pesar de todo… de tal manera que ha dado a Su Hijo unigénito para que muera por él”.
[ii]

Bienaventurados los que…¿lloran?

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” Mateo 5:4.

Esta es la segunda de las ocho bienaventuranzas que nuestro Señor enseñó a sus discípulos en el conocido
Sermón del Monte. Ya que la palabra bienaventurado significa dichoso o feliz, es importante establecer que
las bienaventuranzas nos presentan un marcado contraste entre la felicidad según Dios y la felicidad según el
mundo. Asimismo, el otro aspecto a considerar en el estudio de las bienaventuranzas es que nos presentan las
diferencias entre un cristiano y un incrédulo. Es decir, son una descripción del carácter cristiano que
inevitablemente contrasta con el carácter del mundo.

Ahora bien, para entender esta segunda bienaventuranza debemos comenzar describiendo quiónes no son los
que lloran. Es importante descartar algunas ideas erróneas acerca de “los que lloran”. Los bienaventurados
que lloran NO son:

-Los incrédulos que sufren cuando pierden o fracasan.


-Los hombres del mundo que lamentan sus desgracias.
-Tampoco se refiere a los cristianos que sufren por causa de la obediencia y la justicia, porque de ellos se
refiere mas adelante en la última de las bienaventuranzas (Mat. 5:10).

Entonces ¿a quiénes se refiere “Bienaventurados los que lloran”?

Para entenderlo mejor, debemos mirar al contexto y seguir la línea de lo que el Señor ha venido hablando. En
el verso anterior nos dice que “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos” (Mt. 5:3). Estos son todos aquellos que entienden su miseria espiritual en la presencia de Dios, saben
que están arruinados espiritualmente y reconocen su total pobreza ante la santidad divina. Entonces si se trata
de una pobreza espiritual, se sigue que el “llorar” del verso 4 también es un llorar espiritual y moral. Por lo
tanto “los que lloran” son los mismos que han reconocido su ruina y bancarrota espiritual y por eso lamentan
su condición, se entristecen por su maldad y lloran por su pecado.

Por eso, en los días de Joel, cuando Israel se había acomodado a la inmundicia, deleitándose en la maldad y
gozando su pecado, el mismo profeta dijo al pueblo: ” dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón,
con ayuno y lloro y lamento, rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos…” (Joel 2:12-13).

Los hombres lloramos cuando nos fallan, cuando la familia sufre, cuando todo sale mal y llegan los
problemas, pero ¿cuánto lloramos por nuestro propio pecado? ¿Cuánto lamentamos por nuestra maldad?

El Salmo 51 es un ejemplo elocuente de esta bienaventuranza. El rey David había adulterado con Betsabé y
para encubrir su pecado, mandó matar a su esposo. Tiempo después, el hijo que Betsabé había concebido de
David falleció como castigo divino. En esas circunstancias, el rey escribe este Salmo en el que reconoce su
pecado, su maldad y rebelión, pero sobretodo reconoce con lamento que le ha fallado a Dios. Al leerlo, es
evidente que más que un llanto por el castigo, las palabras de David revelan una profunda tristeza por su
pecado.

No obstante, antes de verlo como algo negativo, esta tristeza es necesaria y provechosa para el hombre,
porque ella nos conduce al arrepentimiento. Por eso el apóstol Pablo decía que “la tristeza que es según Dios
produce arrepentimiento para salvación… pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Cor 7:10)

La tristeza del mundo es egoísta, orgullosa, sin fruto y te aleja de Dios, por eso “produce muerte”. Pero la
tristeza según Dios, es provocada por el Espíritu Santo, nos humilla, nos acerca a Él, nos lleva al
arrepentimiento y por eso produce salvación y vida eterna.

Este contraste lo podemos notar en Judas y Pedro quienes tuvieron reacciones diferentes cuando le fallaron al
Señor. Judas solo sintió remordimiento por haber entregado a Jesús (Mateo 27:3), pero Pedro lamentó y se
arrepintió de haberle fallado a su Señor (Mateo 26:75). Hay una gran diferencia entre llorar y lamentar un
mal que nos sucede y llorar y lamentar por el propio pecado.

Pero el texto concluye con la promesa: “porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). ¿Cómo entendemos
la consolación?

La idea de consolar en el Antiguo Testamento estaba ligada al concepto de perdonar los pecados. El profeta
Isaías dijo: “Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén; decidle a
voces que su tiempo es ya cumplido, que su pecado es perdonado; que doble ha recibido de la mano de
Jehová por todos sus pecados” (Is. 40:1-2). Y luego “alegraos juntamente, soledades de Jerusalén; porque
Jehová ha consolado a su pueblo, a Jerusalén ha redimido” (Is. 52:9).

Cuando hay lamento y tristeza por el pecado, entonces viene el arrepentimiento, y cuando viene el
arrepentimiento, llega el perdón y con este el gozo, el descanso y el consuelo. El llorar de las
bienaventuranzas se trata de un llanto santo y un lamento que es agradable a Dios, porque solo así los
hombres corren a Cristo y sus pecados les son perdonados. El llorar de las bienaventuranzas es una tristeza
legítima y grata ante Dios, porque también así los creyentes corremos a Cristo para alcanzar misericordia.
Por eso, lo que lloran pueden ser felices. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán
consolación”.
”…Cristo es todo”, Colosenses 3:11.

Este es un capítulo que nos habla de normas para considerar y al buscar vivir una vida santa. Incluye además
normas para la familia cristiana. Es entonces un pasaje bien práctico y de aplicación del evangelio a nuestra
vida diaria.

Sin embargo, en lugar de verlo solamente como una serie de cosas externas por hacer o tener en cuenta, veo
en el pasaje muy presente la parte interna y especialmente cuando lo vemos en el contexto de los capítulos
anteriores donde el apóstol ha hablado de la preeminencia de Cristo. No podemos “divorciar” esta parte
práctica de la parte espiritual, esta parte externa de la interna, esta parte “de nosotros”, de la parte “de Él”.

Sí, habla de la vieja y nueva naturaleza, de ponerse y quitarse este ropaje, de vestirnos y revestirnos de ciertas
cosas; pero las referencias a la persona de Cristo están por todo el capítulo: “con Cristo” (v.1) “donde está
Cristo” (v. 1) “con Cristo en Dios” (v.3) “Cristo es todo” (v.11) “el Señor” (v.13) ” la paz de Cristo” (v.15)
“la palabra de Cristo” (v.16) “el nombre del Señor Jesús” (v.17) “por medio de Él” (v.17) “en el Señor”
(v.18) “al Señor” (v.20-22) “Cristo el Señor” (v.24).

Es un capítulo acerca de las cosas externas, pero el punto principal es que Cristo sea preeminente y
prominente en nuestras vidas. El querer hacer solo lo de afuera sin considerar lo de adentro, o solo ver estos
versículos como algo qué aprender del ejemplo de Cristo es perder lo más importante que es que Cristo “es la
vida de ustedes” (v.4) y simplemente que, “Cristo es todo” (v.11).

Una vez que esto sea central en nuestra vida buscaremos vivir en consistencia a las implicaciones de esta
realidad. Las cosas prácticas no serán más una carga para nosotros ni las haremos religiosamente para tratar
de ganarnos el favor y la atención de Dios; vienen más bien “por añadidura” y representan libertad y
bendición.

Piensa en esto y encuentra tu descanso en Él.

También podría gustarte