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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Ciencias Sociales


Carrera de Sociología
Teoría estética y teoría política – Cátedra Rinesi
Celeste Durán
Fecha de entrega: 10/07/2019

Estética, arte y política

El objetivo de este ensayo es responder qué relación hay entre la estética y la


política de acuerdo a dos pensadores que tienen perspectivas diferentes:
Walter Benjamin y Jacques Rancière.

Walter Benjamin introduce la conceptualización de aura para poder caracterizar


– y diferenciar- la obra de arte anterior a la época de la reproductibilidad
técnica, de la modernidad. El aura representa la autenticidad de la obra de arte,
lo que la hace única y la liga a un aquí y ahora – a un momento determinado
vinculado con una historia y tradición particular-. La introducción de la
tecnología rompe con esa autenticidad porque la obra de arte ya no está más
ligada a una tradición, a un culto, se desvaloriza el aquí y ahora. La producción
y reproducción masiva de obras de arte provoca que esos objetos dejen de
tener valor cultual, ya no son intocables ni dignos de admiración. De esta
manera, Benjamin introduce el problema principal al que quiere llegar: la
técnica provoca que el arte sólo se base en lo estético sin un valor que esté
anclado a la tradición (Benjamin, 1989).

La obra de arte de la modernidad tiene como característica principal su


masividad, la reproducción técnica que se logró con los avances tecnológicos
hicieron que el arte deje de ser para unos pocos y comience a ser parte de la
cotidianeidad de la gente. Walter Benjamín sostiene que incluso en la mejor
reproducción a esa obra de arte le falta algo de su esencia: el aquí y ahora, su
existencia irrepetible en el lugar que se encuentra. La técnica reproductiva
provoca que se atrofie el aura de la obra de arte dado que la distancia de la
idea de irrepetible y pasa a ser masiva, desligada del aquí y ahora de su
creación, “en dicha existencia singular, y en ninguna otra cosa, se realizó la
historia a la que ha estado sometida en el curso de su perduración” (Benjamin,
1989:2).

Es importante destacar que se produce una secularización del arte, ya no está


más ligada al ritual en el que tuvo su primer y original valor útil. La obra de arte
en la época de la reproductibilidad técnica se convierte en una obra dispuesta
para ser reproducida según parámetros estéticos. Benjamin sostiene que al
mismo tiempo que la norma de la autenticidad fracasa en la producción
artística, se “trastorna la función íntegra del arte”. Ya no encuentra su
fundamentación en un ritual sino en una praxis distinta, en la política (Benjamin,
1989).

“El arte por el arte” es una frase que introduce Benjamin en la cual se
concentra la relación entre el arte autorreferencial y la estetización de la
política. Es un arte autónomo que no tiene en consideración elementos extra
estéticos, no tiene en cuenta el contexto histórico, ético o social. Importa la
obra en sí misma, por ejemplo, si la guerra es bella estéticamente no importa
que en ella hayan fallecido y sufrido miles de personas. La estetización de la
política sucede cuando el criterio de la total autonomía del arte se traspasa al
ámbito de la política. La guerra “le sirvió al fascismo para organizar a las
masas, pero, además, su exaltación, en términos estéticos, fue una importante
herramienta para fijar la atención exclusivamente en el valor estético y excluir
cualquier otro tipo de juicio” (Paredes, 2009).

La fundamentación de la obra de arte en la época de la reproductibilidad


técnica es pertinente para comprender el fascismo. Bajo las nuevas
condiciones de producción, el fascismo organiza a las masas, les permite
expresarse sin modificar el régimen de la propiedad privada (Paredes, 2009). El
objetivo del fascismo en la utilización del arte es que esa masa que cada día
está más proletarizada y busca suprimir la propiedad privada, se centre en
poder expresarse libremente pero que mantengan intactas las condiciones de
la propiedad. “A la violación de las masas, que el fascismo impone por la fuerza
en el culto a un caudillo, corresponde la violación de todo un mecanismo
puesto al servicio de la fabricación de valores cultuales. Todos los esfuerzos
por un esteticismo político culminan en un solo punto. Dicho punto es la guerra”
(Benjamin, 1989:19).

La guerra es fundamental para entender el riesgo que tiene la utilización de la


obra del arte por la política fascista. Logran con ella que las masas tengan una
meta y utilicen todos lo que esté a su alcance para cumplir con el objetivo, sin
alterar las condiciones de la propiedad. Benjamin insiste en que la exaltación e
idealización de la guerra es el claro ejemplo de lo que él llama una
transferencia de criterios estéticos al campo de lo político, es decir, que
desemboca en un esteticismo de la vida política (Benjamin, 1989) (Paredes,
2009).

Podríamos decir que en el pensamiento de Benjamin, la masa es pasiva y


manipulable por el artista-gobernante. Al concebir a la obra por sobre cualquier
consideración ética o social, se entiende a los ciudadanos como parte de ese
material en bruto que el artista moldea a su conveniencia y gusto. Así, el arte
autorreferencial lleva a la autodestrucción humana porque es ajena a los
criterios éticos, sociales, el arte se deshumaniza. La estetización de la política o
el arte al servicio de la política fueron centrales para que los gobiernos
totalitarios formen a las masas, el arte autorreferencial fue aprovechada tanto
por el fascismo como por el nacionalsocialismo (Paredes, 2009).

Al esteticismo de la política del fascismo -dice Benjamin- el comunismo le


contesta con la politización del arte. Podríamos entender por politización del
arte, la utilización de lo estético con parámetros sociales, culturales e
históricos. El comunismo encontrará en las obras de arte una forma de poder
expresar su ideología y transmitirles a las masas su conciencia de clase. Ya la
moral no sería únicamente basada en lo estético, sino que tendría fines
sociales para luchar contra el fascismo.

Luego de este análisis de Benjamin, hubo un pensador que resignificó la


relación del arte y la política, entendiendo que ambas son formas de organizar
los espacios y está en su naturaleza estar vinculadas entre sí. Desde la
perspectiva de Rancière, deberíamos hablar de una estética de lo político más
que de una estetización de la política. Esto es así porque el autor introduce un
nuevo concepto de lo político, diferencia lo que comúnmente se conoce como
política -lo que él llama policía- y la política entendida como “una configuración
de un espacio específico, la circunscripción de una esfera particular de
experiencia, de objetos planteados como comunes y que responden a una
decisión común, de sujetos considerados capaces de designar a esos objetos y
de argumentar sobre ellos” (Rancière; 2005:14).

Rancière sostiene que la relación entre la estética y la política no tiene que


entenderse como dos ámbitos absolutamente separados que se conectan una
vez que los criterios de uno empiezan a estar en el campo del otro. Además,
plantea que en la definición de ambas se encuentra intrínseco el vínculo entre
ellas, entonces la relación entre el arte y la política debe entenderse como:
política de la estética y estética de la política (Paredes, 2009). En la base de la
política hay una estética que no tiene nada que ver con la estetización de la
política.

Según el pensamiento de Rancière, la práctica del arte está ligada a la cuestión


de lo común por la constitución tanto material como simbólica de un
determinado espacio. El autor hace algunas aclaraciones de por qué el arte no
es político: el arte no es político por los mensajes y los sentimientos que
transmite sobre el orden del mundo, ni por las estructuras de la sociedad que
representa. Pero en la siguiente cita explica el porqué el arte es político:

“El arte es político por la distancia misma que guarda con


relación a estas funciones, por el tipo de tiempo y de espacio
que establece, por la mane-ni en que divide ese tiempo y puebla
ese espacio. Son en realidad dos transformaciones de esta
función política lo que nos proponen las figuras a las que me
refería. En la estética de lo sublime, el espacio-tiempo de un
encuentro pasivo con lo heterogéneo enfrenta entre sí a dos
regímenes de sensibilidad. En el arte relacional, la creación de
una situación indecisa y efímera requiere un desplazamiento de
la percepción, un cambio del estatuto de espectador por el de
actor, una reconfiguración de los lugares. En los dos casos lo
propio del arte consiste en practicar una distribución nueva del
espacio material y simbólico. Y por ahí es por donde el arte tiene
que ver con la política” (Rancière; 2005:13).

El autor insiste en alejarse de la idea de política estetizada dado que considera


que tanto el arte como la política entran en relación en la configuración de los
espacios. Ambas son dos formas de división de lo sensible, es decir, aquello
que es aprehendido por los sentidos y que tiene determinadas delimitaciones
de acuerdo a la distribución de sus lugares. El autor no entiende a la estética
del arte como una esfera independiente y autónoma, ni autorreferencial, sino
que es un régimen que implica en sí mismo una determinada política. Desde la
perspectiva de Rancière no podremos hablar de una política estetizada ni de un
arte comprometido políticamente, sino que el arte en sí mismo tiene una
relación con la política en la medida que reconfigura el espacio público y visible
(Paredes, 2009).

La propuesta de Rancière trasciende la conceptualización de la estetización de


la política ya que no se define a la estética desde una perspectiva
autorreferencial, sino que incluye la experiencia sensorial que tiene una base
en la política. “En el fondo, Rancière apunta a que la estética se encuentra, de
hecho, inmiscuida en uno de los problemas centrales de la filosofía política
desde la Antigüedad: el problema de la definición de lo común. La división de lo
sensible en la cual interviene la estética no es más que la delimitación de los
bordes de lo común y lo propio” (Paredes, 2009:6). Gracias a la división de lo
sensible cada individuo es parte de una comunidad según diferenciadores
como la actividad que realiza, el espacio y tiempo en el que realiza esa
actividad.

Es importante destacar como diferencia con Benjamin, que siguiendo el


pensamiento de Rancière, el arte no traslada sus criterios estéticos al ámbito
de lo común, sino que va cambiando la configuración de los modos de ser,
hacer y decir. El arte y la política comparten esa incertidumbre
relacionada con las experiencias de lo sensible. En la política entra en conflicto
el escenario común y los modos de inclusión de los sujetos en la comunidad –
y los desacuerdos que pueda haber con esa configuración-. El arte cuando
configura un nuevo espacio de relaciones modifica lo habitual y las
distribuciones de lo sensible, cambia el orden establecido para dar lugar a otro
reordenamiento simbólico (Paredes, 2009).

A modo de cierre, podemos concluir que de acuerdo a la perspectiva y visión


que se tenga respecto a qué es la estética, se podrá definir de una u otra
manera cuál es la relación del arte con la política. Si se entiende el arte como
autónoma y autorreferencial, con parámetros únicamente estéticos y sin
función social entraría en conflicto con la política a medida que ésta la utilice
para moldear a las masas. En cambio, si se tiene una visión de que tanto el
arte como la política son las diferentes formas de configurar el ámbito social y
público es más visible lo que las une dado que tienen la misma base, pero con
diferentes motivos.

Lo central del pensamiento de Benjamin es cómo el ve en la época de la


reproductibilidad técnica una amenaza a los derechos sociales en manos del
fascismo pero, a su vez, se puede volver en su contra: si el comunismo politiza
el arte. Para ello debe lograr a través del arte transmitir el espíritu emancipador,
la conciencia de clase, y hacer que tenga una función revolucionaria. El
comunismo debe hacer que el arte cumpla con una función social utilizando la
tecnología para su reproducción masiva.

Biografía
Walter Benjamin (1989): “La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica”, Walter Discursos Interrumpidos I, Taurus, Buenos Aires.

Jacques Rancière (2005): “Sobre políticas estéticas”, Museu d'Art


Contemporani de Barcelona

Diego Paredes (2009): “De la estetización de la política a la política de la


estética”, Revista de Estudios Sociales N°34, Bogotá

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