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Leyendas de México en tiempos de la

Colonia
El fraile que no se mojaba:
Esta historia comienza en 1700 con el nacimiento de quien se
convertiría en fray Agustín de San José, un monje castellano que fue a
parar a México, donde predicó y ayudó a los más necesitados durante
más de sesenta años hasta su muerte en 1778. Se decía de él que no
había mal que no sanara ni pena que no espantara; si a la puerta del
convento se acercaba alguien a pedir, fray Agustín daba cuanto tenía, y
jamás obtuvo nada más allá de alguna olla que los vecinos más
apegados le llevaban para que calmara el hambre. Fue, en verdad y a
tenor de lo que de él todavía se cuenta, un hombre santo.

Tan santo era aquel monje español, que se cuenta que acudió en una
ocasión a sanar a un vecino de un pueblo cercano para quien el médico
no hallaba remedio, y que lo sorprendió una fuerte tormenta como
pocas en las región. Al llegar el buen hombre a casa del médico, éste
comprobó, y así lo registró, que el fraile estaba completamente seco.
Tal era su fervor, que Dios lo protegía incluso de la lluvia.
La campana encantada:
La gente de Concá cuenta que la actual campana de Jalpan fue hecha a finales
del siglo XVIII en una provincia de España con oro y plata llevados de México.
Los sonidos que emitía eran tan armónicos y dulces que el rey mandó colocarla
en la torre de la Catedral de Madrid; permaneciendo ahí por muchos años.
Pero ocurrió un día de septiembre de 1810 que la campana repicó sola y más
alegre que antes.
Tiempo después su tañer se escuchaba algunos días con júbilo y otros,
sumamente triste. La gente no comprendía este suceso, hasta que un navío
español llegó de México para informar de la lucha de Independencia en la
Nueva España.
Las fechas que dieron los marineros coincidieron con el extraño tañer de la
campana; comprobando que se manifestaba entusiasta cuando los españoles
perdían una batalla. Enfurecido por esto, el rey mandó que la empacaran
rellenando su interior para que el badajo no hiciera contacto con su cuerpo,
pero ni así lograron callarla.
Cansados de esta situación, optaron por embarcarla para después arrojarla en
medio del océano. Pero durante la travesía, la campana cobró vida y voló hasta
caer frente al templo de Concá. Los vecinos que la vieron alojarse en el suelo la
subieron al campanario donde permaneció para beneplácito de la población.
Pero su historia no quedó ahí. En 1940, Don Gregorio Olvera la solicitó para
que repicara en Jalpan con motivo del aniversario de la Independencia. Al no
devolverla como se había pactado, la campana perdió su sonoridad y un día no
amaneció. Se dice que regresó sola a Concá recobrando su agradable sonido.
Don Gregorio intentó llevársela nuevamente pero la campana se resistió y fue
sumiéndose en la tierra.
Los vecinos dijeron que estaba encantada y sólo los niños podían sacarla y
trasladarla a Jalpan. Así se hizo y una vez colocada en el campanario de esta
población, enmudeció y voló otra vez hacia Concá. La gente mayor instó a los
niños para regresarla y sentenciaron a la campana que la fundirían si volvía a
irse. Nunca más lo hizo, pero tampoco volvió a emitir sus melodiosos sonidos.
Se dice que únicamente los auténticamente patriotas e incorruptos pueden
escuchar, el día 15 de septiembre, la belleza de su tañer.

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