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Lynsay Sands - Familia Argeneau 02 - Mordisco de Amor
Lynsay Sands - Familia Argeneau 02 - Mordisco de Amor
MORDISCOS DE AMOR
Lynsay Sands
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Índice
Prólogo ................................................................................................................................................3
Capítulo 1............................................................................................................................................5
Capítulo 2 .........................................................................................................................................17
Capítulo 3 ........................................................................................................................................ 27
Capítulo 4 ........................................................................................................................................ 37
Capítulo 5 ........................................................................................................................................ 45
Capítulo 6 ........................................................................................................................................ 56
Capítulo 7 ........................................................................................................................................ 69
Capítulo 8 ........................................................................................................................................ 80
Capítulo 9 ........................................................................................................................................ 89
Capítulo 10 .................................................................................................................................... 100
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Prólogo
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Minuto de ángulo (1 MOA o 1 pulgada a 100 yardas-2,54 cm a 91 metros)
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Capítulo 1
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era casi siempre después de que esos dos se hubiesen ido. Este paciente debía haber
muerto en el camino.
—¡Hola, Rachel! Te ves… bien.
Ella cruzó la sala para reunirse con ellos, ignorando cortésmente la vacilación de
Dale. Tony había sido bastante más obvio.
—¿Qué nos traéis aquí?
Dale le entregó un sujetapapeles con varias hojas de papel.
—Herida de bala. Creímos notar un latido antes de llevárnoslo de la escena, pero
debemos habernos equivocado. Para el registro, murió de camino. El doctor Westin lo
declaró muerto cuando llegamos aquí y nos pidió que lo trajéramos abajo. Ellos querrán
una autopsia, recuperación de la bala, etc.
—¡Hum! —Rachel dejó el papeleo en el lugar, luego se dirigió al fondo del cuarto
para coger una camilla de acero inoxidable especialmente usada para autopsias. La hizo
rodar hacia los técnicos médicos de emergencia—. ¿Podéis trasladarlo mientras firmo?
—Seguro.
—Gracias —Dejándolos, fue hacia el escritorio de la esquina en busca de una
pluma. Firmó los papeles necesarios, luego regresó cuando los técnicos médicos de
emergencia terminaban de cambiar el cuerpo. La sábana que lo había cubierto para el
viaje al hospital ya no estaba. Hizo una pausa y lo miró fijamente.
La última adquisición de la morgue era un hombre atractivo, de no más de treinta
años, con el pelo rubio sucio. Rachel contempló sus rasgos cincelados, pálidos, deseando
haberle visto mientras estaba vivo y saber como se veía con sus ojos abiertos. Raras
veces pensaba en su trabajo como habían sido esos seres cuando estaban vivos,
respirando. Haría imposible su trabajo si consideraba que los cuerpos sobre los que
trabajaba eran madres, hermanos, hermanas, abuelos... Pero no podía ignorar a este
hombre. Se lo imaginó sonriendo y riendo, y en su mente tenía unos cálidos ojos
plateados, como nunca había visto.
—¿Rachel?
Parpadeó con confusión y levantó la mirada hacia Dale. El hecho de que ahora
estuviese sentada era un poco alarmante. Los hombres al parecer habían traído la silla
de escritorio con ruedas y la habían empujado a sentarse en ella. Ambos técnicos
médicos de emergencia se cernían sobre ella, con preocupación en sus caras.
—Casi te desmayaste, creo —dijo Dale—. Te balanceabas y te pusiste pálida.
¿Cómo te sientes?
—Oh —Ella soltó una risa avergonzada y agitó la mano—. Estoy bien. En serio.
Sin embargo creo que agarré algo. Frío, después fiebre —Se encogió de hombros.
Dale colocó el dorso de una mano sobre su frente y frunció el ceño.
—Tal vez deberías irte a casa. Estás ardiendo.
Rachel tocó su cara y se alarmó al notar que él tenía razón. Cruzó por su mente
que la velocidad y la fuerza con la que este bicho la había golpeado podría ser un
presagio de cuan malo sería. Y si era malo, esperaba que se extinguiera tan
rápidamente como había llegado. Odiaba estar enferma.
—¿Rachel?
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e intentar quitarle la ropa de la parte inferior. Con suerte, Tony debería haber
regresado para entonces y la ayudaría.
Dejando la tijera a un lado, avanzó hasta ubicar la oscilante luz elevada y el
micrófono directamente sobre su pecho. Luego encendió la grabadora.
—El sujeto es… ¡Oh, espera! —Rachel apagó la grabadora. Rápidamente recuperó
el papeleo que Dale y Fred habían dejado, exploró la información en busca de un
nombre. Frunció el ceño. No había. Era John Doe. Bien vestido, pero sin identificación.
Se asombró de que el robo fuera la razón tras los disparos. Quizá le habían disparado
y quitado la billetera. Su mirada fue hacia el hombre. Parecía una verdadera vergüenza
que lo mataran nada más que por un par de dólares. Qué mundo tan loco.
Dejando los papeles, Rachel encendió la grabadora.
—Doctora Garrett, examinando a la víctima de disparo John Doe. John Doe es
un caucásico, masculino, aproximadamente 6’4 pies —adivinó, dejando las medidas
reales para más tarde—. Es un espécimen muy sano.
Apagó la grabadora otra vez y se tomó su tiempo revisándolo.
—Muy sano —eso era poco decir. John Doe tenía la constitución de un atleta.
Poseía un estómago plano, un amplio pecho, y brazos musculosos a juego con su
atractivo rostro. Tomando un brazo y luego el otro, levantó cada uno para examinar su
cara inferior antes de retroceder con un ceño. No tenía ni una sola señal de
identificación. Nada de cicatrices o marcas de nacimiento. No había nada que podría
ser considerado un rasgo de identificación en el hombre. Aparte de la herida de bala
en su corazón, el hombre era completamente perfecto. Incluso sus dedos eran
perfectos.
—Extraño —murmuró Rachel. Por lo general había al menos un par de cicatrices...
una cicatriz de apendicitis, alguna pequeña en las manos por heridas pasadas, o algo.
Pero este hombre estaba completamente intacto. Sus manos y dedos ni siquiera tenían
callos. ¿Un rico ocioso?, se preguntó y miró detenidamente su cara otra vez.
Clásicamente hermoso. Nada de bronceado, sin embargo. Los de la jet set por lo
general lucían bronceados de los lugares que visitaban o del salón de bronceado.
Decidiendo que perdía el tiempo en tales suposiciones, Rachel sacudió la cabeza
y volvió a encender la grabadora.
—El sujeto no tiene ningún rasgo de identificación o cicatrices sobre el cuerpo
superior delantero excepto la herida de bala. La muerte, a primera vista, parece ser
debida a una hemorragia causada por la herida ya mencionada.
Ella dejó el micrófono y se estiró para alcanzar los fórceps a fin de extraer la
bala. La grabadora se activaba por sonido, así que de todos modos sólo registraría lo
que dijese. Más tarde usaría la cinta para escribir su informe, dejando fuera cualquier
comentario murmurado que no fuera pertinente al caso.
Rachel midió y describió el tamaño de la herida de bala, así como su ubicación
sobre el cuerpo, luego se puso a trabajar cautelosamente en el orificio con sus
fórceps, moviéndolos despacio y con cuidado para estar segura de que seguía el camino
de la bala y no se abría camino por el tejido intacto. Poco después había alcanzado y
aferrado el proyectil y tiraba con cuidado hacia atrás. Murmurando un triunfante
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¡Aja!, se enderezó con la bala cogida en la cuchara de los fórceps. Girándose hacia la
bandeja, hizo una pausa con irritación cuando comprendió que no había ningún
contenedor para la bala. Tales cosas normalmente no se necesitaban, y no había
pensado coger uno. Refunfuñando por lo bajo por su falta de prudencia, se alejó de la
mesa hacia la fila de armarios y cajones para buscar uno.
Mientras buscaba, reflexionó sobre a donde habría ido Tony. Su viaje de cinco
minutos en busca de bebidas había llegado a ser una ausencia bastante larga. Sospechó
que cierta pequeña enfermera que trabajaba en el quinto piso era la causa. Tony se
había enamorado con fuerza de la muchacha y conocía su horario como el dorso de su
mano. Por lo general arreglaba sus descansos alrededor del suyo. Si estaba en la
cafetería cuando él llegó, Rachel podría deducir que se había tomado su descanso
completo ahora. No es que a ella le importara. Si realmente se iba a casa después de
quitar esa bala, él no tendría a nadie para relevarlo por el resto de la noche.
Encontrando lo que había estado buscando, Rachel guardó la bala y luego lo llevó
a su escritorio para pegar una etiqueta de identificación. Eso haría que la evidencia no
se extraviase o fuese abandonada por ahí sin una etiqueta. Por supuesto no pudo
encontrar las etiquetas enseguida y pasó varios minutos buscándolas. Luego estropeó
tres antes de acertar. Era una buena indicación de que no estaba bien esta noche, y
que irse a casa era una buena idea. Era una perfeccionista, y errores tan pequeños
eran frustrantes, incluso vergonzosos.
Exasperada consigo misma y su debilidad, alisó la etiqueta sobre el contenedor y
se detuvo cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo. Se giró, esperando que
Tony hubiese vuelto, pero la sala estaba vacía. Sólo estaban ella misma y John Doe en
la camilla. Su mente febril comenzaba a jugarle malas pasadas.
Rachel sacudió su cabeza y se levantó. Se alarmó cuando notó que sus piernas
estaban inestables. Su fiebre subía como un cohete. Era como si un interruptor de
horno se hubiese encendido, llevándola de frío y húmedo a quemarse en un latido del
corazón.
Un crujido atrajo su atención hacia la camilla. ¿Esa mano derecha estaba dónde
estaba la última vez que miró? Rachel podría haber jurado que había dejado la palma
hacia abajo después de examinarlo en busca de cicatrices de identificación, pero
ahora la palma estaba hacia arriba con los dedos relajados.
Su mirada viajó del brazo a la cara, y miró con ceño fruncido su expresión. El
hombre había muerto con una mirada en blanco, casi de asombro, la cual había quedado
congelada con la muerte. Pero ahora él tenía más bien una mueca de dolor. ¿La tenía?
Tal vez se imaginaba cosas. Debía estar imaginándose cosas. El hombre estaba muerto.
No había movido su mano y no había cambiado su expresión.
—Llevas demasiado tiempo en el turno de noche —se murmuró Rachel a sí misma.
Regresó con lentitud a la camilla. Todavía tenía que quitarle el resto de la ropa al
cadáver y examinar la parte inferior delantera de su cuerpo.
Desde luego, necesitaría la ayuda de Tony para darle la vuelta al hombre y
examinar su espalda. Su mitad inferior podría esperar hasta que Tony volviese
también, pero se decidió en contra. Cuando más pronto saliera de allí y se fuera a casa
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a la cama, mejor. Era mejor hacer todo lo que pudiese ahora, antes de que su ayudante
volviese. Lo que significaba cortar los pantalones de la víctima del disparo. Para tal
efecto, tomó la tijera y luego comprendió que no había comprobado las heridas de la
cabeza.
Era dudoso que le hubiesen pegado un tiro en la cabeza. Al menos, no había visto
ninguna evidencia. Fred y Dale lo habrían mencionado también. Y a pesar de sus
afirmaciones de que habían notado un latido del corazón y luego lo habían perdido, el
hombre habría muerto al instante cuando la bala golpeó su corazón. De todos modos
tenía que comprobarlo.
Dejando la tijera en su lugar, Rachel se dirigió a la cabecera de la camilla e hizo
un examen rápido de la cabeza de la víctima. El hombre tenía un encantador pelo rubio,
el más sano que alguna vez había visto. Deseó que sus propios mechones rojos
estuvieran la mitad de sanos. No encontrando nada, ni siquiera una pequeña abrasión,
colocó la cabeza con cuidado hacia atrás y volvió al lateral de la camilla.
Recuperando la tijera, Rachel las abrió y cerró mientras miraba la cinturilla de
los pantalones del hombre, pero no empezó a cortar inmediatamente. Por extraño que
pareciera, dudaba de hacerlo. No se había sentido tímida por cortar los pantalones de
un tipo desde la facultad de medicina, y no tenía idea de por qué ahora sí.
Su mirada se deslizó por encima de su pecho otra vez. ¡Jesús!, realmente estaba
bien formado. Sus piernas probablemente eran musculosas, supuso, y le disgustó notar
que sentía algo más que simple curiosidad. Lo que probablemente era la causa de su
vacilación, decidió. No estaba acostumbrada a sentir nada como esto al examinar un
sujeto y se sintió avergonzada. Realmente esta fiebre hacía estragos en su mente.
Incluso pálido y sin vida, John Doe era un hombre atractivo. Ni siquiera parecía
lo bastante pálido y sin vida como la clientela habitual. Parecía como si simplemente
estuviese dormido.
Sus ojos regresaron al rostro. Lo encontró realmente atractivo, lo que era
alarmante. Sentirse atraída por un muerto le pareció un poco enfermizo. Pero Rachel
se tranquilizó pensando que eso era apenas un reflejo de cuan árida había sido su vida
social. Su horario de trabajo le complicaba el tener citas. Mientras la mayoría de la
gente salía y se divertía, ella trabajaba. Sí, el turno de noche había dado un verdadero
vuelco a su vida amorosa.
Bueno, a decir verdad, su vida amorosa nunca había sido muy apasionante. Rachel
había dado un estirón cuando era una pre-adolescente y había permanecido más alta
que todos los otros niños de su edad a lo largo de toda la época del instituto. Esto la
había vuelto tímida y cohibida, y había crecido convirtiéndose en la típica fea del baile.
Coger el trabajo del turno de noche en el depósito solamente había aumentado sus
dificultades. Pero eso también había sido una excusa práctica cuando la gente
preguntaba sobre su inexistente vida amorosa. Fácilmente podía culpar a su trabajo.
Las cosas se ponían bastante mal, sin embargo, cuando comenzaba a sentirse
atraída por cadáveres. Probablemente era mejor que intentase dejar el turno de
noche. Todo ese tiempo sola no podía ser sano.
Obligándose a apartar la mirada del rostro demasiado atractivo del cadáver,
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momento tendría que ignorar su necesidad y debilidad lo mejor que pudiera. Había
cosas que tenía que hacer.
Etienne apartó el pelo de la cara de la mujer y notó su palidez. Su cabeza había
golpeado el piso con un audible crujido. No se sorprendió al encontrar allí un golpe y
una abrasión. Tendría un terrible dolor de cabeza cuando se despertase, pero estaría
bien. Tranquilizado porque estaba relativamente ilesa, se concentró en intentar
asegurarse de que no recordara su llegada... sus recuerdos, combinados con su
desaparición de la morgue, podría levantar todo tipo de preguntas que no necesitaba.
Buscó su mente con la suya, pero la encontró extrañamente evasiva. Al parecer, no
podía penetrar en sus pensamientos.
Frunció el ceño ante el giro de los acontecimientos. La mayoría de las mentes
eran libros abiertos para él. Nunca se había encontrado con este problema antes.
Excepto Pudge, admitió con un poco de pesar. Nunca había sido capaz de pasar por el
dolor y la confusión de la cabeza de aquel muchacho para alcanzar sus pensamientos y
eliminar su conocimiento de la especial naturaleza de la familia de Etienne. Si hubiese
sido capaz, las cosas nunca hubiesen alcanzado este punto crítico.
Se culpaba a sí mismo. Etienne consideraba su incapacidad de pasar a través del
dolor y la pérdida en la mente de Pudge como un fracaso personal. Pudge había sufrido
enormemente durante los pasados seis meses: la pérdida de Rebecca, la mujer que
amaba y al que estaba prometido. Etienne la había conocido. Era una negociante de alto
nivel y tan dulce como un soleado día de verano. Alguien especial. Su muerte en un
accidente de coche había sido trágica. Para Pudge, había trastocado todo su mundo. La
subsiguiente muerte de la madre del hombre había terminado de empujarlo hacia un
mundo de dolor.
Etienne sencillamente no era lo bastante fuerte para sufrir con el muchacho. La
única vez que lo había intentado, la pérdida que desgarraba los pensamientos de Pudge
había tocado a Etienne en formas que ni siquiera admitiría. No sabía como alguien
podía soportar el dolor de corazón que Pudge sufría sin perder su mente. Etienne
apenas había rozado aquellos sentimientos y se había retirado a la vez triste y
terriblemente deprimido. Pudge lo experimentaba veinticuatro horas al día, en dosis
diarias. Etienne entendía completamente porqué el otro hombre aprovechaba el
conocimiento que había obtenido en cuanto al estado sobrenatural de Etienne y lo
utilizaba para darle un objetivo a su vida. Le procuraba al muchacho algo parecido a un
escudo entre su pérdida y él.
Etienne había experimentado tal dolor y compasión por el muchacho, que había
rechazado intentar revisar sus pensamientos y eliminar los recuerdos más peligrosos.
Pero eso lo había dejado expuesto a los ataques del hombre, lo cual no había sido la
táctica más ideal, tal como demostraba su última tentativa de asesinato. Era hora de
intentar una táctica diferente. El problema era que no sabía cual debería ser. La
eliminación del problema parecía lo más fácil, pero tal solución era siempre el último
recurso. Además, Etienne no podía aceptar la idea de matar a alguien que sufría tan
horriblemente. Sería como patear a un perro cuando éste estaba caído.
Dejando a un lado sus tristes cavilaciones, reflexionó otra vez sobre la pelirroja,
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la otra colgaran a sus costados, el hombre continuó avanzando hasta que estuvo ante
Etienne.
—Necesito un poco de tu sangre. Necesito mucha sangre, pero sólo tomaré un
poco de ti —explicó Etienne. No era que realmente importase o que esperase permiso;
el hombre permanecía quieto y en silencio, con la mirada desenfocada.
Etienne vaciló. No había mordido a nadie desde hacía mucho tiempo. Años,
realmente. Hacerlo no estaba bien visto entre los de su gente, ahora que existían los
bancos de sangre. Pero era una emergencia. Había perdido mucha sangre, y eso lo
había dejado sumamente débil. Tenía que alimentarse para recuperarse lo bastante
como para llegar a casa.
Dirigió una mirada llena de disculpas a su víctima, luego puso una mano detrás del
cuello del hombre para inclinar su cabeza, exponiendo con gentileza la garganta. El
hombre se puso rígido e hizo un sonido leve de protesta cuando los dientes de Etienne
perforaron su piel, pero se relajó con un gemido cuando comenzó a beber. La sangre
era caliente y rica, nutritiva. Era también mucho más sabrosa que la fría sangre
empaquetada a la que se había acostumbrado. Le hizo recordar a Etienne los tiempos
pasados, mientras tomaba un poco más de lo que pensó. No fue hasta que su donante
se recostó débilmente contra él que se obligó a detenerse. Dejando al muchacho en la
silla con ruedas al lado de la mujer desparramada en el suelo, lo examinó para verificar
que no le había hecho ningún daño perdurable. No lo había hecho.
Aliviado al encontrar los latidos del hombre estables y fuertes, se tomó el
tiempo para borrar su memoria, luego mientras se enderezaba su mirada captó un
contenedor sobre el escritorio. Reconoció inmediatamente el objeto que contenía: una
bala. Su mano se movió hacia su pecho para frotarse distraídamente la herida todavía
a medio curar, después extendió la mano para coger el contenedor y comprobó la
etiqueta.
Era la bala que había detenido su corazón. La extracción de la mujer le había
permitido a su cuerpo curarse. Si no, todavía estaría sobre la mesa. Era una prueba de
su existencia y no podía ser olvidada.
Metiéndose la bala en el bolsillo, realizó un rápido examen de la habitación. Al
encontrar los papeles dejados por los técnicos médicos de emergencias, comprendió
que tendría que encontrarlos, borrar el recuerdo del incidente de sus mentes, y
conseguir sus copias de los papeles. Supuso que habría informes de policía y otras
cosas de las que igualmente tendría que ocuparse. Iba a ser un proyecto más grande
de lo que le hubiese gustado, y necesitaría ayuda. Pensar en ello le provocó una mueca.
Tendría que pedírselo a Bastien, lo que significaba que la familia lo averiguaría, pero no
había otro remedio. Este incidente tenía que ser borrado de la memoria pública.
Con aplastante resignación, recogió su camisa destrozada y su chaqueta, y echó
otro vistazo a la habitación para asegurarse de no dejar nada olvidado. Luego tomó
prestada una de las batas de laboratorio colgadas de un gancho en la puerta. Se la
puso, encontró una bolsa de basura para la bala y su ropa arruinada, y abandonó
rápidamente la morgue.
Tendría que llamar a Bastien para que le ayudara a limpiar. Etienne sólo
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—No. Estoy seguro de que no lo era —la tranquilizó, luego intentó eludir otro
sermón—. Vosotros dos esperad aquí, traeré el coche.
Se marchó antes de que pudieran discutir el asunto. El teatro no disponía de
ningún aparcacoches, pero Etienne había tenido suerte al haber encontrado un sitio
vacío a media calle de distancia. Dio gracias por eso ahora, al poder escapar, de un mas
que seguro sermón, para precipitarse a través de la lluvia. Inclinó la cabeza ante el
vigilante que había en la cabina y luego corrió hacia el coche, apretando el botón de su
mando para abrir las puertas. Después apretó el segundo botón para arrancarlo, un
pequeño e ingenioso artilugio que había instalado justo la semana anterior, como
previsión para el invierno que se avecinaba. Los inviernos en Canadá podían ser
verdaderamente fríos, y no había nada peor que entrar en un vehículo helado.
Se encontraba a tan sólo un metro cuando esa noche encendió el coche. Estaba a
punto de aferrar el picaporte cuando el coche arrancó, y eso le salvó la vida. Si
hubiera estado dentro del vehículo, la explosión muy bien hubiera podido matarle. Pero
lo que ocurrió fue que le golpeó la onda expansiva, una ola caliente que le cogió y le
lanzó varios metros hacia atrás. Etienne olió la carne quemada y sintió el dolor
irradiándose por todo su cuerpo. Después ya no sintió ni supo nada.
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—He oído que has estado bastante enferma. Esto no es una verdadera
bienvenida. Lo siento —le dijo Dale a Rachel, cuando ésta agarró una mesa y la llevó al
lado de la camilla.
—¿Qué es esto? —preguntó curiosa.
—Un bicho crujiente —Fred retiró la sabana para revelar los restos
carbonizados.
—¿Un incendio? —preguntó Rachel con una mueca.
—Explosión de coche. La onda expansiva le alcanzó de lleno —contestó Dale.
—Sí —Fred miró fijamente al cuerpo, luego sacudió la cabeza. —Lo extraño es
que creímos captar un latido. Lo metimos en la ambulancia, nada de latidos. Después,
viniendo hacia aquí, otro latido. Luego de nuevo nada. Como si el tipo no pudiera decidir
si está muerto o no. El médico dictaminó que estaba muerto cuando lo trajimos aquí.
Rachel echó un vistazo con curiosidad al cadáver y luego tomó el portapapeles
que le ofrecía Dale.
—¿Dónde está Tony? —preguntó el técnico mientras observaba como ella
firmaba los impresos necesarios.
—Está de baja. Enfermo.
—Se le pegó tu bichito de la gripe, ¿verdad? —dijo Fred riéndose entre dientes.
—No de mí. De su amiga, la enfermera —Rachel les observó pasar el cuerpo a la
mesa de acero y devolvió el portapapeles.
—Así que, ya no vamos a ver tu sonrisa por aquí ninguna noche más —dijo Dale—.
Felicidades.
—¿Felicidades? —Rachel le miró inexpresivamente.
—Por conseguir el trabajo de asistente del forense jefe. Tony nos habló de ello
la última vez que vinimos.
Rachel dejó caer la mandíbula.
—¿Qué?
Fred y Dale intercambiaron miradas, pero fue Fred quien finalmente dijo:
—Er… Tony dijo que Bob te lo iba a decir tan pronto volvieses al trabajo. Bob te
lo ha dicho, ¿verdad?
Rachel simplemente se quedó mirándole. Bob era Robert Clayton, el médico
forense jefe. Trabajaba en el turno de día, pero a menudo se pasaba a primera hora
de la noche para dar instrucciones y recibir informes. No lo había hecho esa noche.
—Jenny me ha dicho que también se ha puesto enfermo hoy. Me imagino que le
ha tocado su turno de tener la gripe —contestó ella.
—Ah, vaya, arruinamos la sorpresa.
Rachel continuó con los ojos clavados en él, pero se encontró sonriendo. Tenía el
puesto de ayudante del forense jefe. Pronto dejaría el turno de noche. ¡Lo había
conseguido!
—¡Chicos! —comenzó Rachel excitada, luego vaciló y preguntó—. No es una
broma, ¿verdad? ¿No me estáis engañando?
Ambos hombres sacudieron las cabezas, pero la miraron como disculpándose.
—No. Conseguiste el puesto. Sólo intenta parecer sorprendida cuando Bob te lo
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—Lo siento —dijo su atacante cuando se giró con una expresión torturada— De
verdad que lo siento. Nunca quise hacerla daño. La ayuda está en camino, pero tengo
que irme. Aguante. —Le pidió mientras se tambaleaba alejándose—. Haga lo que haga,
no se muera. No podría vivir con eso.
Rachel le observó irse, queriendo gritar, pero no tenía fuerzas. Un gemido tras
ella la hizo intentar darse la vuelta instintivamente. Se las arregló para hacerlo, pero
en ese momento sus energías la abandonaron. Se encontró cayendo sobre el rostro de
la víctima de la explosión.
Sangre, dulce y caliente. Etienne suspiró al tragar. Eso alivió la agonía que
agarrotaba su cuerpo. Necesitaba el fluido que se introducía en su boca, y ni siquiera
la culpabilidad que sentía por lo que le había sucedido a esta mujer, detenía el placer
que le producía. Necesitaba su sangre desesperadamente y estaba agradecido.
—¡Etienne!
Reconoció la voz de su madre, pero no podía ver de donde procedía. Entonces, de
pronto, el cálido cuerpo que yacía atravesado sobre su cuerpo fue alzado, y abrió los
ojos en protesta para ver a su madre inclinada sobre él.
—¿Estás bien, hijo? —La preocupación marcaba su cara mientras acariciaba su
mejilla—. Dame una de esas bolsas de sangre, Bastien —ordenó. Se giró nuevamente
hacia Etienne—. Bastien insistió en parar en la oficina de camino hacia aquí para
recoger un poco. Gracias a Dios que lo hizo —Pinchó la bolsa con una larga uña y luego
la sostuvo sobre su boca abierta. Repitió la operación con tres bolsas más antes de que
él se sintiera lo bastante fuerte como para sentarse.
Haciendo muecas al ver como se desprendía su carne carbonizada y caía a su
alrededor, Etienne pasó sus piernas fuera de la mesa y quedó sentado sobre sus
propios restos. No había perdido sangre en la explosión, pero su cuerpo había utilizado
mucha para reparar la carne. Un par de bolsas más y estaría bien. Aceptó la siguiente
bolsa que le ofrecía su madre con un suspiro. Cuando ella le abrió la última, vio a
Bastien arrodillado sobre la mujer.
—¿Se va a poner bien?
Su hermano mayor frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Se muere.
—No puede morir. Me salvó la vida —Etienne no hizo caso de la sangre que le
ofrecía su madre y se levantó de la mesa.
—Siéntate. Aún no estas lo suficientemente fuerte —dijo Marguerite tajante.
—Estoy bien —Etienne se arrodilló junto a la muchacha, ignorando los murmullos
de su madre.
—Seguro que estás bien. Y Pokey no es una verdadera amenaza, todo esto es sólo
una diversión. Todo es diversión y entretenimiento hasta que a alguien le clavan un
hacha en el pecho.
—Pudge, no Pokey —corrigió Etienne, extendiendo la mano y comprobando el
pulso de la muchacha moribunda. La reconoció de su última visita al depósito de
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cadáveres. Era hermosa y tan pálida ahora como la otra vez , aunque entonces su
palidez estaba causada por la enfermedad. En esta ocasión, sufría por la pérdida de
sangre. Etienne era muy consciente de que un poco de su sangre había bajado por su
garganta. La mujer le había salvado la vida. Estaba débil, pero había visto su salto
interponiéndose entre él y el hacha que Pudge manejaba.
—Intenté parar la hemorragia, pero me temo que es demasiado tarde —dijo
Bastien quedamente—. Nada puede salvarla.
—Una cosa puede —contestó Etienne. Intentó subirse la manga. La frágil tela se
deshizo entre sus dedos, así que simplemente se la arrancó.
—¿Qué crees que haces? No puedes transformarla —dijo su madre.
—Ella me salvó —repitió Etienne.
—Tenemos reglas sobre estas cosas. No puedes transformarla, quieras o no, y no
puedes hacerlo sin permiso.
—Se me permite transformar a una compañera de vida.
—¡Una compañera de vida! —Su madre parecía más excitada que trastornada.
Bastien parecía preocupado.
—Etienne, ni siquiera conoces a esta mujer —le advirtió su hermano—. ¿Qué pasa
si no te gusta?
—Entonces no tendré una compañera de vida.
—¿Dejarías de lado una posible compañera de vida por esta mujer? —preguntó
Bastien.
Etienne hizo una pausa, entonces simplemente asintió.
—Sin ella, no tendría vida.
Inclinó la cabeza y se mordió él mismo la muñeca. El líquido rojo emergió a la
superficie, y al instante extrajo sus dientes y presionó su sangrienta carne contra la
boca de la moribunda muchacha.
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Ya era por la mañana cuando despertó. Se sentía como nuevo y cien por cien
recuperado. Yaciendo en la quieta oscuridad, podía sentir la presencia de su madre y
de su hermano en la casa. También podía sentir su presencia. Estaba viva.
Saliendo del ataúd, se quitó el dispositivo intravenoso del brazo, reunió todo el
mecanismo y se lo llevó arriba con él. Lo guardó en uno de los armarios de la cocina
para casos urgentes o las visitas de su hermana, después continuó hacia arriba, a
través de la oscura y silenciosa casa.
Encontró a su madre y a su hermano en su dormitorio, cuidando de la mujer.
Ella se retorcía y gemía sobre la cama. Su cabello estaba enredado y húmedo
alrededor de su enrojecida y febril cara. Etienne frunció el ceño.
—¿Qué le ocurre? —preguntó inquieto.
—Está cambiando —contestó su madre con sencillez.
La tranquila actitud de Marguerite le calmó de alguna forma, entonces Etienne
vio las bolsas vacías amontonadas sobre la mesita de noche. Al menos había una
docena. Mientras observaba, su madre se levantó y comenzó a quitar otra bolsa vacía
del soporte del dispositivo intravenoso. Como si lo hubieran hecho ya varias veces, lo
cual era obvio, Bastien también se levantó y se dirigió hacia la pequeña nevera de bar
que Etienne había colocado en uno de los rincones de su habitación. Regresó con
sangre fresca.
—¿Por qué necesita tanta? —preguntó Etienne.
—Había mucho daño, hijo. Perdió mucha sangre por la herida, y también había
treinta años de vida que tenían que ser reparados.
Etienne se relajó un poco más.
—¿Cuánto más va a necesitar?
Marguerite se encogió de hombros.
—Depende.
—¿De qué?
—De cuanto daño se necesite reparar.
Etienne frunció el ceño.
—Se la veía bastante sana, tal vez un poco anémica, pero…
—Podría tener algo en su sistema, hijo —dijo Marguerite con delicadeza—.
Cáncer, leucemia, cualquier cosa. No siempre te puedes fiar de la apariencia externa.
Más tranquilo, Etienne se situó en una de las esquinas de la cama.
—Se te ve mejor —comentó Bastien—. ¿Cómo te encuentras?
—Muy bien —Etienne se miró las manos. Toda la piel negra había desaparecido;
piel fresca, sana y rosada cubría sus brazos y sus manos. Sabía que todo su cuerpo
estaba igual. Aunque tendría que pasar la aspiradora al ataúd más tarde, ya que había
dejado la mayor parte de la piel dañada en su interior—. ¿Has podido ponerte en
contacto con Lucern?
Bastien asintió.
—Vendrá esta noche; entonces se nos ocurrirá algo. Mientras tanto, hay muchas
cosas que arreglar.
Las cejas de Etienne se elevaron.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—¿Qué ha pasado?
—Ella ha salido en las noticias. Al parecer, alguien vio a Pudge en la oficina del
forense y fue a buscar ayuda. Esa ayuda debió llegar después de que os sacáramos de
allí, porque en las noticias han dicho que sospechan que este “hombre armado vestido
de camuflaje” la ha secuestrado. Han mostrado un dibujo y una descripción de Pudge.
No saben quién es, pero le buscan.
—Eso podría trabajar a nuestro favor —dijo Etienne.
—Sí. Si la convencemos de que mantenga la historia del secuestro, podría
solucionarte el problema de Pudge.
Etienne asintió y después miró a su madre. Estaba dando cabezadas en su
asiento. Era bien entrada la mañana, más allá de la hora a la que generalmente solían
acostarse.
—Yo puedo vigilarla ahora. Vosotros dos deberíais descansar.
—Sí. —Bastien se puso de pie, animando a su poco dispuesta madre a hacer lo
mismo—. Volveremos esta noche —dijo mientras la acompañaba a la puerta.
Marguerite giró sus soñolientos ojos hacia Etienne.
—No creo que necesite mucha más sangre. Quizás una o dos bolsas más. La
fiebre debería ceder pronto. Creo que falta poco para que termine su transformación.
Su herida está prácticamente curada. Probablemente se despierte en algún momento
de la tarde.
—Sí, madre. —Etienne los siguió hasta la puerta.
—Y deberías quitarle las correas pronto. No querrás que la pobre muchacha se
despierte y se encuentre convertida en una prisionera.
—Sí. Desde luego.
—Etienne —añadió Marguerite en un tono solemne que indicaba que lo que estaba
a punto de decir era importante—. Nunca has sido testigo de una transformación y
debería advertirte… la mente de Rachel no estará muy clara durante un tiempo,
después de que se despierte la primera vez.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Etienne.
—Los transformados a menudo están confusos y obcecados tras el despertar.
Tienen problemas para aceptar la evidencia de su nuevo estado y luchan contra ello… y
su mente tiene tal alboroto, que lanzan su raciocinio por la ventana. Suelen buscar
todo tipo de excusas para aceptar explicar lo que ocurre, muchas de ellas extrañas.
Sólo sé paciente con ella, hasta que su mente se despeje y sea capaz de aceptarlo.
Intenta no agitarla demasiado.
Etienne afirmó despacio, digiriendo las palabras de su madre.
—De acuerdo. Lo haré lo mejor que pueda.
—Sé que lo harás, hijo. —Su madre le palmeó la mejilla con afecto y después
siguió a Bastien hacia la puerta—. Volveremos temprano para ayudar. —Fueron sus
últimas palabras antes de que la puerta se cerrara detrás de ella.
Etienne sonrió. Era bueno tener familia, pensó, mientras se volvía hacia su
paciente.
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Capítulo 3
A Rachel le dolía todo. Su cuerpo era una masa de dolor y, durante un momento
estuvo segura de que aún sufría la gripe que la había dejado hecha polvo. Pero cuando
abrió los ojos, Rachel vio inmediatamente que no estaba arrebujada en su cama en
casa. De hecho, nunca antes había visto la habitación en la que se encontraba.
Estaba luchando por comprender cómo había llegado allí, y donde exactamente
era allí cuando la memoria la abrumó, recuerdos aleatorios y confusos, un hombre de
cabello rubio inclinándose sobre ella, sosteniéndola e impulsándola a beber, aunque no
hubiese ningún vaso para beber. Todavía recordaba el fluido caliente y espeso sobre su
lengua. Rachel también tenía un destello de un loco en uniforme caqui y una chaqueta
de guerra manejando un hacha. Recordó un horrible dolor en su pecho, que fue seguido
por un recuerdo de Fred y Dale contándole que había conseguido el trabajo de
asistente y que pronto dejaría el turno nocturno. Los recuerdos parecían
desordenados, pero el último era bueno y la hizo sonreír mientras flotaba fuera y
dentro de la consciencia. Entonces Rachel recordó una conversación confusa que había
escuchado, una que había tenido muy poco sentido para ella en aquel momento y
todavía no lo tenía, sobre compañeros de vida y transformación. Transformarse en qué
y cómo, no podía recordarlo. En general, los recuerdos eran dispersos y no tenían
sentido.
Rachel abrió sus ojos otra vez y echó un vistazo alrededor del cuarto. Era azul,
con una decoración moderna y de buen gusto, pinturas abstractas y lámparas de plata
en ambos lados de la cama. Rachel todavía no estaba segura de dónde estaba o cómo
había llegado allí, pero estaba tan débil y agotada que decidió que no se preocuparía y
descansaría. Aunque en el momento en que sus ojos se estaban cerrando, captó el
destello de un hacha balanceándose hacia ella.
Rachel abrió los ojos de golpe, y el horror la consumió. Había sido abatida por un
golpe de hacha, y había estado segura de que era un golpe mortal. Al menos, sin auxilio
lo habría sido. Pero Rachel tenía un vago recuerdo de su atacante y después de un
hombre con ojos de plata inclinándose sobre ella, diciéndole que descansara y
conservara sus fuerzas mientras comprobaba su herida. Se parecía al hombre que
había rondado sus sueños mientras había tenido la gripe, pero el cabello de este
hombre era oscuro mientras que el del hombre de sus sueños era rubio.
Obviamente, el auxilio había llegado. Rachel solamente deseaba que sus
pensamientos estuviesen un poco menos turbios. Mientras que el recuerdo del golpe
del hacha explicaba el dolor en su pecho, no explicaba el dolor en el resto de su
cuerpo. Tampoco explicaba dónde estaba. Realmente debería estar en un hospital. Y
esto decididamente no era un hospital.
Rachel miró hacia las persianas que cubrían las ventanas. Los bordes brillaban
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
indicando la luz del sol que intentaba entrar. Obviamente era de día. Deseó que las
persianas estuviesen abiertas para quizá adivinar donde se encontraba.
Echando a un lado las mantas que la cubrían, Rachel se esforzó por sentarse y
luego miró hacia abajo para examinarse a sí misma. Estaba completamente desnuda.
Eso era interesante. Nunca había dormido desnuda, y en los hospitales generalmente
te ponen aquellos horribles vestidos. Bueno, esto era una pista, y no tenía ninguna idea
de qué deducir con ello.
Se removió inquieta sobre la cama y bajó la mirada con curiosidad cuando algo
tiró de su brazo. La vista de una intravenosa cerca de la curva de su codo la hizo
detenerse. Su mirada siguió el tubo transparente que llegaba hasta la bolsa que
colgaba del soporte. La bolsa estaba desinflada y vacía, pero todavía quedaban una o
dos gotas de líquido, lo suficiente para que Rachel lo reconociese como sangre.
Evidentemente había necesitado una transfusión.
El pensamiento la hizo bajar la mirada hacia su pecho otra vez buscando la
herida. Recordaba claramente el hacha golpeando su cuerpo, pero no había ningún
vendaje, y ninguna señal de herida excepto una delgada cicatriz que atravesaba su
pecho desde el hombro hasta un poco más arriba de uno de sus pezones. Sus ojos se
abrieron de par en par con incredulidad ante la cicatriz, y se quedó muy quieta cuando
se dio cuenta de lo que aquello significaba. Habían pasado semanas, quizá incluso
meses, desde el ataque.
—Dios querido —jadeó Rachel.
¿Cuánto tiempo había dormido? ¿Había estado en coma? ¿Se encontraba en una
instalación especial para casos de coma? Esto casi la tranquilizó, hasta que recordó el
ascenso que acababa de conseguir en el trabajo. Si había estado en coma durante
meses, seguramente había perdido el puesto a favor de algún otro. Infiernos,
probablemente había perdido su trabajo del todo. ¿Pero entonces por qué la sangre?
se preguntó, y echó un vistazo a la bolsa vacía. Podía entender la necesidad de una
transfusión justo después del ataque, pero si había ocurrido hacía meses, seguro que
ya no la necesitaba.
Las preguntas giraban en su mente. Rachel tiró del tubo, dejando el dispositivo
de la intravenosa clavado en su brazo, y después deslizó los pies fuera de la cama
intentando ponerse de pie. Le costó un gran esfuerzo hacerlo. Una vez que lo
consiguió, Rachel permaneció de pie débil y agotada, intentando buscar nuevas ideas.
Su sesión mental fue muy breve. Así como su cuerpo parecía querer arrastrarse de
regreso a la cama para descansar y recuperarse, también anhelaba algo que el
descanso en la cama no le podía procurar. Ella no sabía qué era, solamente que sentía
un ansia que necesitaba satisfacer. Incluso si hubiera sido capaz de ignorar aquella
ansia, aunque Rachel sospechaba que no podría si lo intentaba, su mente también sentía
ansia. Quería averiguar dónde demonios estaba, qué le había pasado al hombre que la
atacó y si el hombre que yacía sobre la mesa de acero realmente estaba vivo como
había sospechado o había arriesgado su vida por un hombre muerto.
Sería típico de su suerte que hubiese sido herida, se hubiese pasado meses en
coma y ahora luciese una encantadora cicatriz, por un muerto. Sintiéndose un tanto
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irritable y reforzada por ello, Rachel comenzó a acercarse a la puerta, pero se detuvo
de pronto cuando recordó que estaba desnuda. No podía andar desnuda paseándose
por ahí.
Un registro del cajón de la mesita de noche más cercana no reveló más que un
par de libros que Rachel ya había leído. Alguien tenía buen gusto, o al menos un gusto
similar al suyo.
Su mirada se deslizó por la habitación en sombras hasta las tres puertas que
conducían al exterior. Había una a su derecha en la pared donde se apoyaba la cama, y
una justo delante de la pared paralela a la cama, ambas de tamaño normal.
Directamente en frente del pie de la cama, sin embargo, había un doble juego de
puertas que probablemente pertenecían al ropero. Parecían estar a una distancia
terriblemente larga, y aunque Rachel estuvo segura de que podría alcanzarlas, se
habría sentido avergonzada de que la atrapasen desnuda a medio camino de ellas.
Además, no tenía ninguna garantía de que habría ropa dentro.
Tras pensar un instante, aferró la sábana y la envolvió a su alrededor como si
fuese una toga. A continuación se dirigió hacia la puerta de la pared paralela a la cama,
considerándola como la que más probablemente conduciría a un pasillo y a algunas
respuestas.
Como había esperado, la puerta conducía a un vestíbulo, pero decididamente no
era el vestíbulo de un hospital. Parecía encontrarse en una casa, y bastante bien
decorada. Su mirada recorrió apreciativamente los tonos tierra neutros del vestíbulo.
Ella había utilizado los mismos colores en su apartamento y los había encontrado
cálidos e invitadores.
Pero la decoración no era su principal preocupación en este momento, se recordó
Rachel. El cuarto que acababa de abandonar estaba al final del pasillo. Varias puertas
se destacaban a lo largo del vestíbulo que se extendía ante ella, pero no se veía
ninguna señal de que hubiese alguien más. Rachel se balanceó sobre sus pies en la
entrada, considerando qué hacer, pero las opciones eran escasas. Podía quedarse
donde estaba y esperar a que alguien apareciese, o podía salir y buscar a alguien que le
diese respuestas a sus preguntas.
Esa ansia que estaba sufriendo decidió por ella. Rachel salió por la puerta y se
encaminó a lo largo del pasillo. No pensó en comprobar las puertas ante las que pasaba.
La casa estaba tan silenciosa, parecía gritar de vacío, al menos en este piso.
Las cosas no parecían mucho más esperanzadoras cuando alcanzó el descansillo.
Mirando detenidamente abajo hacia la entrada, frunció el ceño hacia la oscuridad y el
silencio que se extendían hacia ella. Seguro que no estaba sola en esta casa. Alguien
tuvo que estar cambiando la bolsa de la intravenosa.
Sus piernas estaban todavía algo inestables, pero Rachel fue capaz de bajar la
escalera sin incidentes, después permaneció de pie en la entrada y observó a su
alrededor. Cada ventana estaba cubierta. Esta parte de la casa estaba tan cerrada
contra el sol como el dormitorio. Rachel instintivamente probó el pomo de la que
parecía ser la puerta principal, pero la encontró cerrada. Era una cerradura antigua y
se necesitaba una llave para abrirla. No había ninguna llave cerca, aunque registró la
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silla del escritorio con el pie, y antes de que Rachel pudiera tomar suficiente aliento
para protestar o gritar, la sentó en ella. Después se alejó para apoyarse contra el
escritorio con forma de L—. Háblame un poco de ti —sugirió él en un tono informal—.
Sé que tu nombre es Rachel Garrett y que trabajas en la morgue del hospital, pero…
—¿Cómo sabe eso? —espetó Rachel.
—Estaba en tu tarjeta de identificación del hospital —le explicó.
—Oh —Sus ojos se estrecharon—. ¿Cómo llegué de allí hasta aquí?
—Te trajimos.
—¿Por qué?
Él pareció sorprendido.
—Bueno, ellos no podían ayudarte, y nosotros sabíamos que necesitarías tiempo
para adaptarte.
—¿Adaptarme a qué?
—A tu cambio.
—¿Cambio? —chilló ella. Rachel empezaba a tener un mal presentimiento. Antes
de que él pudiese contestar, ella dejó escapar—. Un loco me golpeó con un hacha.
Su anfitrión asintió solemnemente.
—Salvaste mi vida recibiendo aquel golpe. Gracias. Yo no podía hacer menos a
cambio.
—¿No podía? —Ella frunció el ceño ante su declaración, a punto de preguntar
cómo la había salvado, pero ella de pronto no estuvo segura de querer saberlo. Después
de todo, el hombre no había negado ser un vampiro.
Reconociendo la ridícula naturaleza de sus pensamientos, Rachel sacudió la
cabeza. No existían los vampiros, y siquiera tomarlo en consideración… bueno ese
camino conducía a la locura. En su lugar, preguntó:
—¿Cuándo ocurrió? El ataque, quiero decir.
—Anoche.
Rachel parpadeó confundida.
—¿Anoche, qué?
—Anoche fue cuando fuiste herida —explicó él pacientemente.
Rachel comenzó a negar con la cabeza. Eso era imposible. La herida se había
curado convirtiéndose en una cicatriz. Bajó la mirada y apartó su improvisada toga lo
justo para asegurarse de que no se lo había imaginado, y se quedó helada con los ojos
abriéndose de par en par. La cicatriz había desaparecido. Metiendo la mano bajo la
sábana, palpó la intacta piel con incredulidad, como si tocarla pudiese hacer que la
cicatriz reapareciese, pero se había ido.
—Nos curamos más rápidamente que los mortales.
—¿Nosotros? —repitió Rachel—. ¿Mortales? —Su lengua parecía hinchada y
seca. Difícil de manejar. Pero de algún modo formó las palabras. Al menos, él pareció
entenderlas.
—Sí. Me temo que era el único modo de salvarte, y aunque por norma general
preferimos recibir permiso antes de convertir a alguien, tú no estabas en situación de
tomar la decisión. Además, yo no podía dejarte morir después de que habías
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http://spanish.imdb.com/title/tt0091203/
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Etienne observó como el rostro de Rachel se relajaba con el sueño. Era una
hermosa mujer, casi tan alta como él mismo, lo cual le gustaba, pero su vida
obviamente había sido estresante. Había vagas líneas de tensión alrededor de sus ojos
y boca. Desaparecerían en cuanto hubiese obtenido suficiente sangre, pero eran
señales de que su vida no había sido fácil. Apartó un ardiente rizo rojo de su mejilla,
sonriendo cuando la irritación se reflejó en el rostro de ella y apartó su mano como si
fuese una molesta mosca.
Sí, Rachel era una mujer interesante. Mostraba signos de tener mucho carácter.
Eso le gustaba, y siempre disfrutaba con los desafíos.
Su sonrisa se evaporó cuando recordó la reacción de Rachel. Al principio se
resistiría al cambio. Obviamente tenía todo tipo de ideas preconcebidas sobre su raza.
¿Caras repletas de bultos? ¿Demonios chupasangre? Tendría que aclararle eso cuando
despertara. Vampiro no era una etiqueta que le gustara, pero era oportuna, y además
una que la mayoría de la gente al menos podía comprender. Serviría como punto de
partida de la conversación por venir.
Sofocando un bostezo, Etienne echó un vistazo alrededor de su cuarto. Le
habría gustado permanecer aquí, no quería dejarla sola, pero el sueño se apoderaba de
él. Teniendo en cuenta su palidez, estimó que ella necesitaba otras dos o tres bolsas
de sangre, o los calambres la despertarían otra vez cuando esta bolsa se agotase. No
quería que vagabundease por ahí débil e inestable, podría caer y hacerse daño.
Tras una breve vacilación, Etienne se estiró sobre la cama. Cruzó los tobillos y
juntó las manos detrás de su cabeza, después se giró para observarla. Se quedaría,
echaría una cabezada, y cambiaría las bolsas cuando hiciese falta. Los inquietos
movimientos de ella cuando la bolsa quedase vacía lo despertarían para la tarea.
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Capítulo 4
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levantado de un ataúd.
Definitivamente un sueño, decidió.
Incapaz de verse a sí misma en la oscuridad, Rachel recorrió con sus manos la
parte superior de su cuerpo. No llevaba ropa, y no había señal de heridas, tal y como
había ocurrido en su sueño. ¿De verdad había sido herida? ¿Qué era sueño y qué
realidad?
—Oh, Jesús —sintiéndose un poco asustada, Rachel apartó las sábanas a un lado,
notando apenas como la intravenosa se arrancaba de su brazo. Se detuvo lo suficiente
como para cubrirse con la sábana, sobre la que había permanecido tendida, más que
bajo ella. Sacándola de la cama, se la colocó como si fuera una toga. ¿Otra vez? Estaba
sufriendo una definitiva sensación de déjà vu.
Ni siquiera lo pienses, se ordenó Rachel a sí misma con firmeza, repentinamente
desesperada por encontrar a alguien, cualquiera, que le confirmase lo que había
ocurrido. Tenía un vago recuerdo de la disposición del cuarto, pero ya que había
decidido que era un sueño lo que recordaba, no podía hacerle caso. En lugar de eso, se
movió desde la cama hacia la pared que debería estar detrás, extendiendo los brazos.
Una vez que tocó la pared, Rachel relajó su paso a lo largo de ella en busca de
una puerta.
La primera cosa que encontró fue un mueble. En realidad, fue su rodilla la que lo
encontró, con un golpe en la espinilla. Rachel hizo una pausa para frotar su dolorida
pierna antes de sentir por el contorno del objeto que era una silla.
—Bonito lugar para ponerla —murmuró irritada, para luego obligarse a detenerse
y tomar aire profundamente. Debería haber encendido la lámpara de la mesilla. Pero,
en realidad, no había notado ninguna, ni siquiera una mesilla. Por supuesto, había tenido
los brazos extendidos y probablemente se le hubiera pasado por eso. Todas las
habitaciones tenían mesillas, ¿no?
Rachel consideró brevemente volver por donde había venido, pero parecía un
camino terriblemente largo hacia atrás. Al final decidió seguir hacia delante y pasó
alrededor de la silla para continuar. Contuvo la respiración al sentir madera bajo sus
dedos. Entonces encontró un pomo y rápidamente lo giró. Empujó la puerta para
abrirla. La negrura se extendía ante ella, más absoluta que la de la habitación en la que
había estado. Tras una duda, Rachel tanteó a lo largo de la pared hasta que encontró
un interruptor. Lo pulsó.
La luz irrumpió desde arriba, obligándola a cerrar los ojos. Cuando pudo abrirlos
de nuevo, Rachel se encontró a sí misma de pie en la entrada de un baño. Un gran
jacuzzi estaba justo delante de ella. También había un retrete y un bidé. El
propietario de este establecimiento obviamente tenía gustos europeos, lo que le
demostró más que nada que definitivamente no estaba en un hospital. A menos que
fuese un hospital en Europa.
Lo que era una posibilidad, supuso Rachel. Podría estar en una clínica especial
para pacientes en coma. Salvo que el baño era más grande y más lujoso que la mayoría
de los baños de hospital, y ella no creía que las clínicas europeas —ni siquiera las más
caras clínicas europeas— gastasen todo este espacio en pacientes en coma. Además, el
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seguro médico de Rachel no cubriría unos cuidados tan caros, y su familia era de clase
media, incapaz de pagar tan extravagante alojamiento.
Más confundida que antes, Rachel comenzó a girar para irse, pero se detuvo
mientras miraba su reflejo en el espejo. Cautivada, se acercó más hasta que el tocador
la detuvo.
Se quedó de pie algunos minutos, mirando. Tenía buen aspecto. Muy bueno. Su
pelo estaba brillante y vital, de un rojo oscuro con sus ondas naturales y no el habitual
liso rojo anaranjado que necesitaba un buen tratamiento de aceite. No había estado
tan bien desde que era una adolescente. El rápido paso lleno de estrés de su vida en la
Universidad, y luego el mundo laboral, que no había sido amable. Su cara estaba
sonrosada y saludable ahora, desde luego no tenía el aspecto de alguien que se
estuviera recuperando de una herida en el pecho. No como el pálido no muerto. Una
sonrisa sardónica estiró sus labios. Los vampiros no se reflejaban. Ella no era un
vampiro.
No es que hubiera pensado que lo era, se aseguró a sí misma. Sonrió, y luego
admitió:
—Vale. Por un minuto temía que esos recuerdos del sueño de un hombre con ojos
plateados diciendo que me habían «cambiado» para salvar mi vida fueran ciertos. Niña
tonta —se regañó. Pero también alzó sus labios en una mueca para verse los dientes.
Eran normales, y Rachel podría haber sollozado de alivio—. Gracias, Dios —dijo en voz
baja.
Inspirando profundamente para darse valor, desató la sábana que vestía para la
prueba final. Encontró la parte superior de su pecho y los montes de sus senos lisos e
impecables. Mierda. No es que hubiera querido estar herida, pero hubiera sido lo
mejor para refutar la validez de sus sueños.
Fue también entonces cuando Rachel se dio cuenta de que la sábana que vestía
era del mismo color azul que había soñado. Un momento de pánico la hundió, pero se
obligó a controlarse.
—Ok. Mantén la calma —se ordenó a sí misma—. Tiene que haber una explicación
perfectamente sensible y cuerda a todo esto. Sólo debes encontrarla.
Un poco más tranquila gracias al sonido de su propia voz, Rachel se apartó de su
reflejo. Volviendo a la habitación, supervisó los muebles ahora visibles por la luz. Su
corazón se hundió. Era de hecho el cuarto de su sueño.
Su mirada se dirigió al soporte de la intravenosa. La bolsa estaba casi vacía,
pero todavía quedaban una gota o dos de líquido rojo. Sangre.
—Oh, Jesús —Rachel se balanceó de un pie al otro, luego caminó hacia la otra
puerta y salió del dormitorio. Tenía que saber que había más allá. No podía ser el
vestíbulo de su sueño.
—Maldición —exhaló cuando la puerta se abrió justo a eso, el largo y vacío
vestíbulo que recordaba tan bien. Esto se estaba volviendo espeluznante. Respirando
profundamente, trató de pensar racionalmente. De acuerdo, así que el pasillo y el
dormitorio habían estado en su sueño. Eso era fácil de explicar. Quizá ella no había
estado del todo en coma cuando fue trasladada allí. Quizá hubiera estado
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Rachel miró hacia quien hablaba, Etienne. La mujer se había dirigido a él como su
hijo. Imposible. Deslizó su mirada sobre su perfecto rostro y su cabello leonado. Era
el hombre de sus sueños, sexy, rubio y fuerte. Si su sueño había sido real, él la había
llevado en brazos durante dos tramos de escaleras como si no pesara nada. Sí,
definitivamente era fuerte.
—Y ella tiene nociones negativas de lo que somos, por supuesto —continuó
Etienne.
—Por supuesto que las tiene —dijo el segundo hombre. Era una versión morena
de Etienne, aunque los dos hombres aparentaban la misma edad—. La mayoría de la
gente las tiene.
—¿Cómo de negativas? —la mujer sonaba cautelosa.
—Creo que la frase que usó fue «demonios chupasangre» —dijo Etienne.
—Oh, querido —suspiró la mujer.
—Y cree que nuestras caras se retuercen como en la serie Buffy Cazavampiros.
El hombre moreno hizo una mueca.
—Repugnante serie. Nos da mal nombre.
—¿La has visto, Bastien? —Etienne parecía sorprendido.
—No, pero he oído de ella. Hay un par de fans en la oficina. ¿Tú la has visto?
—Sí. Es bastante entretenida, en realidad. Y Buffy es una oferta interesante.
—¿Podemos volver al tema que nos ocupa? —preguntó la mujer, un poco
maliciosa—. Etienne, ¿cómo vas a explicarlo?
—Simplemente le diré que era la única manera de salvarla. Y lo era. No podía
dejarla morir después de que salvase mi vida.
La mujer carraspeó y luego se giró hacia Bastien.
—¿Te ocupaste de los trabajadores del hospital?
—No tuve que hacerlo —anunció el hombre—. No nos vieron. Tuvimos suerte de
que decidieran que Pudge se largó con ella.
—¿Y qué hay de los papeles del hospital sobre el cadáver de Etienne?
—Los cogí antes de irnos, mientras Etienne estaba convirtiendo a la chica. Todo
lo que tuve que hacer esta mañana fue ayudar a los técnicos de emergencias para que
olvidaran su nombre y coger los informes que tenían. Oh, y coger los informes sobre el
coche de Etienne de la comisaría de policía.
—¿Eso es todo? —preguntó la mujer.
Bastien se encogió de hombros para su diversión.
—Pudo haber sido peor, madre.
La mujer hizo una mueca y luego se giró de nuevo hacia Etienne.
—Realmente debes encargarte de ese tipo, Pudge.
—Lo sé —el hombre rubio sonaba triste—. Si tienes alguna idea, estaré feliz de
oírla.
La expresión de la mujer se aplacó algo. Dio unos golpecitos en la rodilla de él en
un gesto tanto calmante como afectivo.
—Bien, pensaré en ello. Todos lo haremos. Daremos con la solución.
—Sí —asintió Bastien—. Y Lucern vendrá aquí más tarde. Entre los cuatro,
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f. Impr. Prueba de impresión de una obra, sin ajustar, que se saca para corregirla antes de
su edición definitiva.
♣ 42
MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Etienne frunció el ceño mirando hacia las escaleras. Rachel no parecía estar
tomándoselo demasiado bien. Más bien parecía un conejo asustado escapando a su
madriguera, una reacción de ella que no había esperado. Las pelirrojas eran por lo
general guerreras. Al menos no estaba sollozando histéricamente o algo tan molesto
como eso.
—No está tan asustada como confusa y avergonzada —dijo su madre.
Etienne lanzó una irritada mirada en su dirección, y ella se reunió con él en el
vestíbulo. Odiaba cuando ella leía sus pensamientos. También le preocupaba el hecho
de que ella evidentemente podía leer los de Rachel. Él no podía.
—Tendré que encontrarle algo de ropa y explicarle la situación —dijo,
distraídamente—. Tengo algún chándal que podría servir por ahora.
—Difícilmente deseará vestirse con uno de tus chándals —dijo Marguerite
secamente—. Necesita sus propias ropas. Algo familiar que la haga sentirse más
cómoda. ¿Bastien? —se volvió para mirar al hermano de Etienne—. Cogiste su bolso
cuando dejamos el hospital, ¿no?
—Sí —él se unió a ellos en el vestíbulo—. Lo he dejado en la cocina.
Marguerite asintió.
—Coge sus llaves entonces, e intentaremos encontrar algunas ropas apropiadas
para la chica.
Etienne se sintió relajar. La sugerencia de su madre le daría un poco más de
tiempo a solas con Rachel, ojalá lo suficiente como para al menos explicarle las cosas.
Sería menos difícil que con su madre y Bastien allí.
Cuando Bastien regresó con las llaves, Etienne acompañó a su madre y a su
hermano a la salida. Después se giró para contemplar las escaleras.
♣ 43
MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Rachel. Rachel Garret. Enderezó sus hombros y se encaminó hacia arriba para
explicarle la situación. Estaba seguro de que una vez que ella se diera cuenta de que
había sido la única manera de salvarle la vida, y una vez que él le explicara los
beneficios de esa nueva vida que él le había dado, ella estaría agradecida por lo que
había hecho.
♣ 44
MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
Capítulo 5
—¿Tú qué?
Rachel se quedó mirando boquiabierta a su atractivo anfitrión, con las manos
estrujando la esponja con mango que tenía escondida bajo las mantas. Era un arma
bastante patética, pero era lo único que había logrado encontrar. Pensando que un
arma patética era mejor que ninguna, se había arrastrado de vuelta a la cama
esperando que una esponja combinada con un ataque sorpresa fuese suficiente para
salvarla de algo peor. Se había acurrucado bajo las mantas hasta que un golpe resonó
en la puerta.
Su «¿Sí?» había tenido un tono asustado. Eso había revelado su sorpresa ante la
cortesía de él por no irrumpir en la habitación.
El hombre rubio, Etienne, había entrado y Rachel le había observado con cautela.
Para su alivio, había venido solo. Y entonces él se había embarcado en una larga
historia acerca de cómo en efecto era un vampiro, así como también la víctima de la
herida de rifle. Ella había permanecido sentada, manteniendo un silencio lleno de
estupor, mientras él explicaba que en efecto había resultado herida cuando trataba de
salvarlo del loco con el hacha, Pudge, y que él la había salvado a su vez, convirtiéndola
en un vampiro como él y el resto de su familia.
—Te convertí para salvarte la vida —repitió Etienne, con una expresión de
esperanza en el rostro.
¿Esperaba palabras de gratitud? Rachel lo contempló sin expresión durante un
momento y luego dejó su acurrucada postura bajo las mantas, saliendo con irritación
de la cama.
Etienne Argeneau, como nuevamente se había presentado, dio un paso cauteloso
hacia atrás, pero Rachel no tenía ninguna intención de acercarse a él. Evidentemente el
hombre estaba loco.
Atractivo pero chiflado, pensó ella con gravedad mientras cruzaba la habitación
hacia el doble juego de puertas que esperaba fuese el armario. Y ella no era un
demonio chupasangre ahora.
—No eres un demonio chupasangre —estuvo de acuerdo el hombre mostrando
una exagerada paciencia, lo que hizo que Rachel se diese cuenta de que volvía a
murmurar sus pensamientos en voz alta—. Un vampiro.
—Los vampiros son muertos. Muertos sin alma que siguen existiendo —espetó
Rachel. Tiró de las puertas dobles para ver que su interior era en efecto un armario.
Inspeccionó su contenido mientras continuaba—. Son demonios chupasangre sin alma. Y
son de ficción. No son reales.
—Bueno, la parte de «sin alma» es ficción. Somos… ¿qué estás haciendo? —se
interrumpió él para preguntar.
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♥
La primera transfusión humana con éxito fue probablemente la que realizó en 1667 Jean-
Baptiste Denis.
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boca. Rachel jadeó con horror cuando sus dientes se extendieron y los clavó en la
bolsa.
La sangre comenzó a desaparecer al instante como si fuese absorbida a través
de los dientes.
Sin dejar de beber, Etienne alcanzó otra bolsa y se la ofreció.
—¿Uhn?
Ella supuso que eso era una invitación. Rachel quiso reírse. Quería aullar
histéricamente ante esta locura, no hacerle caso y continuar con el registro de su
armario, pero aquel ansia sin nombre de antes volvía a apretar y acalambrar sus
entrañas. Incluso peor, porque cuando el olor metálico de la sangre flotó a su
alrededor pudo sentir que algo raro ocurría dentro de su boca. Era una extraña
sensación de cambio… no dolorosa, sino más bien una especie de presión, algo difícil de
explicar. Entonces sintió un agudo pinchazo en el borde de la lengua. Asustada, Rachel
abrió la boca y la exploró.
—Oh, Dios —jadeó cuando sintió que sus colmillos sobresalían por entre sus
otros dientes. Dando tumbos se alejó del armario, precipitándose hacia el cuarto de
baño para mirarse en el espejo. El horror la invadió ante lo que veía.
—Tiene que ser un truco —dijo con desesperación.
—No es ningún truco —le aseguró Etienne, quien la había seguido al cuarto de
baño—. Hoy Bastien investigó al respecto, y dijo que a veces la transformación es
relativamente rápida. Los dientes son el primer cambio significativo. Pronto serás
capaz de ver mejor en la oscuridad, oír mejor, y tal… —terminó con ligereza.
Rachel pasó su mirada hacia el reflejo de él en el espejo, y se quedó quieta
distraída por el hecho de que pudiese verle. Etienne estaba de pie justo detrás de ella,
y sus hombros, cuello, y cabeza eran claramente visibles.
—Los vampiros no tienen reflejo —alegó ella. Era una observación bastante
desesperada, pero Rachel estaba desesperada.
—Un mito —la informó él, después sonrió—. ¿Ves? Puedes maquillarte.
De alguna manera aquello no parecía muy alentador. En lugar de relajarse, Rachel
se sintió tristemente deprimida.
—Estoy muerta.
—No estás muerta —le dijo Etienne pacientemente—. Te transformé para
salvarte la vida.
—Oh… muchas gracias, amigo. Matarme para salvarme. La perfecta lógica
masculina —Maldijo ella—. Supongo que el viaje a Hawai está descartado. ¡Maldición!
Justo ahora que había encontrado un bañador que no me hacía parecer Godzilla.
—No te maté —repitió Etienne—. Pudge…
—¿Pudge? ¿El tipo con ropa del ejército? —interrumpió ella. La imagen del
hombre manejando su hacha se materializó en su mente y Rachel frunció el ceño.
Fulminó con la mirada a Etienne a través del espejo—. Jesús, tendría que haber dejado
que te cortase la cabeza. Entonces al menos yo no estaría muerta y sin alma.
—No estás sin alma —insistió Etienne. Era evidente que su paciencia comenzaba
a desvanecerse—. Pudge te hirió mortalmente. Para salvar tu vida, tuve que
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transformarte.
—No me siento sin alma —Rachel se inclinó acercándose al espejo, echó los
labios hacia atrás con un gruñido y comenzó a darle golpecitos a sus nuevos dientes.
—No estás sin alma.
Rachel le ignoró y comenzó a registrar el lavabo. Lo que ella quería eran unos
alicates, pero por supuesto, no tenía ninguna esperanza de encontrar unas. Lo más
parecido que podría conseguir era un cortauñas. Encontró uno pequeño y otro un poco
más grande. Rachel eligió el par grande y se inclinó hacia el espejo.
—¿Qué haces? —chilló su anfitrión. Le arrebató el cortauñas en el momento en
que ella intentaba aferrar la punta de uno de sus colmillos para arrancárselo.
—¡No quiero ser un vampiro! —espetó ella. Intentó recuperar el cortauñas, pero
él lo mantenía fuera de su alcance.
Girándose, Rachel registró nuevamente en el cajón, encontrando una lima de
uñas. Se volvió hacia el espejo e intentó comenzar a limar uno de los dientes.
—Eso se regenerará solo —le dijo Etienne con irritación—. Y no es tan malo ser
un vampiro.
—¡Ja! —gruñó Rachel y continuó limando.
—Nunca envejecerás —observó él con esperanza—. Nunca enfermarás, nunca…
—Nunca veré la luz del día —le interrumpió ella bruscamente. Dándose la vuelta
para fulminarle con la mirada, le preguntó—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo intentando
dejar el turno de noche? Tres años. ¡Durante tres años he estado trabajando por las
noches sin ser capaz de dormir durante el día, y cuando por fin me ascienden al turno
de día, tú me conviertes en un ser de la noche! —Su voz se elevaba con cada palabra
hasta que Rachel chillaba—. ¡Tú me has condenado a un turno de noche eterno! ¡Te
odio!
—Puedes salir a la luz del día —dijo Etienne. Pero no sonaba como si estuviese
seguro de ello y Rachel dedujo que solo trataba de calmarla. No se molestó en llamarlo
mentiroso. Su mente ya se había desviado hacia otro de los pros y contras de los
vampiros.
—¡Ajo! —Sus ojos se agrandaron con incredulidad—. Me encanta el ajo y ahora
no podré…
—Puedes comer ajo —la interrumpió—. En realidad, eso sólo es otro mito.
Ella no podría decir si estaba mintiendo o no, por lo que le observó con atención.
—¿Y qué hay de las iglesias?
—¿Iglesias? —Él pareció no comprender.
—¿Puedo ir a la iglesia? —le preguntó lentamente, como si él fuese idiota—. Mi
familia ha asistido a misa juntos cada semana durante toda mi vida, pero los vampiros…
—Puedes ir a la iglesia —le aseguró, aparentemente aliviado—. Eso es otro mito.
Los artículos y lugares religiosos no tienen ningún efecto nocivo sobre nosotros.
Era obvio que él esperaba que esas noticias la complacieran. No fue así. Los
hombros de Rachel se hundieron otra vez.
—Genial —dijo ella—. Esperaba tener una buena excusa para perderme la misa
de ahora en adelante. El padre Antonelli es en cierto sentido interminable, pero
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detuvo de nuevo. Ella se soltó y él luchó por ignorar las manos que recorrían su pecho
mientras se afanaban por soltar los botones de su camisa.
—No, en serio. Yo… Oh, esto se te da bien.
Rachel ya había terminado de soltar los botones y la camisa estaba abierta. Sus
frías manos recorrían con avaricia su pecho.
—Tengo mucha experiencia —explicó ella—. A menudo sólo cortamos la ropa,
pero a veces tenemos que desnudar nuestros cadáveres. Tienes un cuerpo espléndido
—comentó ella.
—Bueno, gracias. El tuyo también es muy hermoso — dijo Etienne. Sus ojos se
fijaron en el tenso pecho de ella mientras le recorría con las manos. Los primeros tres
botones se habían soltado y una buena porción de escote quedaba a la vista. Un bonito
escote. Muy bonito. Su lengua se deslizó hacia fuera y recorrió sus labios, cuando lo
que realmente deseaba hacer era recorrer la turgencia de aquellos senos.
—Bueno, no sé si tienes un pecho tan hermoso en la vida real —comentó ella—,
pero en mi sueño definitivamente te di uno perfecto.
Etienne se estaba felicitando a sí mismo por el hecho de que ella opinase que su
pecho era perfecto, cuando sintió el movimiento de las manos de ella en su bragueta.
—También debes estar bien dotado. Comprobémoslo.
—¡No! —Soltó sus hombros y le aferró las manos.
Rachel lo miró detenidamente con desilusión.
—¿No? ¿No estás bien dotado? Pero yo quiero que lo estés. Y es mi sueño —
gimió ella.
—No, quería decir —parecía tan decepcionada que Etienne decidió
tranquilizarla—. Los hombres de mi familia están todos bien dotados.
—Oh, ¡qué bien! —Rachel liberó sus manos y se puso a trabajar en sus
pantalones.
—Pero no podemos hacer esto —logró decir él. Era casi doloroso decirlo.
—Pues claro que podemos. Es mi sueño y quiero hacerlo —dijo ella
razonablemente.
—Sí, pero... verás, mi conciencia no me permite que hagas esto mientras creas
que es un sueño.
Rachel se detuvo y le contempló, luego hizo girar sus ojos soltando un fuerte
suspiro.
—Sólo yo tendría un sueño erótico donde el tipo me rechaza.
—No es un sueño —repitió Etienne—. Y si tan solo aceptases que todo esto es
real, podríamos…
—Ok —convino Rachel—. No es un sueño —Sonreía abiertamente.
Etienne la observó con cautela.
—¿Qué?
—No es un sueño, es una pesadilla. Pero es la maldita mejor pesadilla que he
tenido en mucho tiempo.
—No, no es una pesadilla.
—Ya lo creo que lo es —discrepó ella—. Es la pesadilla de toda mujer. Despertar
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Capítulo 6
—Se suponía que tenías que convencerla de que no estaba soñando, hijo.
—Lo sé —dijo Etienne con suavidad. Nunca había visto a su madre tan enojada.
Se había portado de forma dulce y agradable con Rachel, ignorando el comentario del
sueño erótico y actuando como si no hubiese entrado en un momento tan inoportuno.
Entregándole a Rachel una mochila llena de ropa tomada de su apartamento,
Marguerite le había sugerido que estaría más cómoda así que con la ropa de Etienne.
Luego le había pedido a Rachel que bajase cuando estuviese lista.
A continuación había acompañado a Etienne fuera de la habitación. Su silencio a
lo largo del pasillo y mientras descendían la escalera, le había advertido que estaba
bastante más que un poco molesta. Ahora, en la sala de estar, él intentaba defenderse.
—Intenté convencerla de que no era un sueño. En serio.
—Bueno, pues al parecer fallaste —espetó Marguerite—. ¡La muchacha piensa
que está teniendo un sueño erótico, por Dios!
—¿Un sueño erótico? —repitió Bastien. Su tono era a medias divertido y a
medias horrorizado.
—Fascinante —Lucern, una copia casi idéntica a Bastien sólo que más alto, sacó
un bolígrafo y una libreta de su bolsillo y apuntó algo.
Etienne lanzó una mirada de odio a sus hermanos mayores y después inspiró
profundamente para calmarse. Volviéndose hacia su madre, dijo:
—Ella se resiste a la idea de ser un vampiro. Quiero decir, se resiste muy en
serio, madre. Se exprime el cerebro y retuerce sus pensamientos de los modos más
intrincados para evitar aceptarlo.
—Quizá tú no se lo has mostrado correctamente.
Aquella profunda voz masculina atrajo la atención de Etienne hacia el bar, y alzó
una ceja sorprendido hacia la pareja que se encontraba allí. Había sido el hombre quien
había hablado, pero la mirada de Etienne se topó con su hermana primero. Excepto por
el hecho de que era rubia, Lissianna era una réplica exacta de su madre. Siempre
estaba hermosa, pero ahora, mientras cruzaba el cuarto hacia él con una bebida,
estaba resplandeciente. Evidentemente estar comprometida le sentaba bien.
Etienne echó un vistazo al hombre que la seguía. Gregory Hewitt. Alto, de
cabellos morenos y apuesto, el prometido de Lissianna le sonreía a modo de saludo.
—No esperaba que vosotros dos vendríais —dijo Etienne—. Pensaba que
estaríais ocupados con los preparativos de la boda.
—Nunca se está demasiado ocupada para la familia —murmuró Lissianna, dándole
un abrazo—. Además, tenía que conocer a tu compañera de vida.
Etienne se deprimió. Su compañera de vida luchaba contra él con uñas y dientes,
eso cuando no estaba haciendo cosas completamente extrañas como insistir en que
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—Umm, estos no son… er… —Rachel se movía sobre sus pies, tirando
nerviosamente del borde de la camiseta en un esfuerzo por ocultar su vientre—.
Supongo que no habrán traído otra ropa de mi apartamento, ¿verdad?
—Lo siento. No, querida. ¿La ropa está mal? —preguntó Marguerite. Poniéndose
de pie, se acercó—. ¿No es tuya? La cogí de tu armario. Era la única ropa informal que
pude encontrar.
—Sí. Sí, es mía —dijo Rachel rápidamente—. Pero es vieja. Quiero decir, no he
usado vaqueros desde que terminé la Universidad y obviamente se me han quedado
pequeños —Frunció el ceño mirándose y volvió a tirar de la camiseta—. Tendría que
haberlos tirado en realidad, pero suelo guardarlo todo.
—No, estás maravillosa —Marguerite tomó su mano y la llevó al sofá. Una vez
que estuvo sentada, la mujer palmeó su mano y dijo—. Por lo que Etienne nos ha
contado, parece que estás un poco confusa.
—Yo no soy la que está confusa —dijo Rachel, aunque ya no estaba segura de que
ese fuese el caso. Este sueño había dado un giro surrealista. No estaba segura de lo
que estaba pasando. ¿Sueño? ¿Pesadilla? ¿Imaginaciones febriles? ¿Era todo producto
de una mala droga?
—Ah. Bien —Marguerite sonrió ampliamente—. Quizá si me contases lo último
que recuerdas antes de despertar, podríamos comenzar por ahí.
—Lo último… —meditó Rachel. La lógica era consoladora. Marguerite no afirmaba
ser un vampiro y tampoco insistía en que Rachel también lo era. Tal vez todo esto se
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no fuese piel quemada sino algo que le hubiese caído encima por la explosión. Entonces
creí ver que su pecho se movía. Así que intenté tomarle el pulso, pero mientras lo
hacía… —Ella vaciló. Aquí era donde las cosas se volvían turbias. No porque no pudiese
recordar, Rachel nunca olvidaría el hacha entrando en su cuerpo, sino porque ahora no
había ninguna herida y nada tenía sentido.
—Pero mientras lo hacías… —la instó el hombre de la libreta.
—La puerta de la morgue se abrió de golpe —se obligó a proseguir—. Había un
hombre, vestido de caqui con una trinchera larga. Se la abrió y llevaba un rifle colgado
del hombro por una correa y un hacha colgando del otro. Me gritó… —Su mirada vagó
con incertidumbre hacia Etienne otra vez y después la apartó—. Me gritó que me
apartase, que la víctima quemada era un vampiro. Entonces se precipitó hacia adelante,
levantando el hacha mientras se acercaba. Comprendí que pensaba cortarle la cabeza a
mi víctima, pero yo no podía permitirlo. No estaba segura de que el hombre estuviese
realmente muerto. Me interpuse entre ellos, esperando detenerle, pero estaba
verdaderamente decidido. No pudo parar, y el hacha… —Su voz se apagó, y se frotó
distraídamente la zona por debajo de su clavícula. El silencio reinó un momento,
entonces Rachel se aclaró la garganta y terminó—. Él estaba horrorizado por lo que
había hecho. Intentó ayudarme, pero yo estaba en shock y aterrorizada, entonces
creo que alguien venía hacia la morgue. Él se asustó, me dijo que la ayuda pronto
llegaría, me dijo que aguantase, se giró y escapó.
—Bastardo —jadeó Etienne. Se giró hacia los demás—. Definitivamente digo que
llamemos a la policía y afirmemos que él la secuestró. Dejemos que lo encierren.
—Pero él no me secuestró —dijo Rachel.
—Eso no importa —afirmó Etienne—. Será tu palabra contra la suya, y alguien lo
vio entrar en el hospital llevando armas. Te creerán.
—Pero él no me secuestró —repitió ella.
—No, sólo intentó matarte —contestó él sarcásticamente. Volviéndose hacia los
demás, agregó—: Podemos hacer que llame a la policía desde una cabina próxima a la
casa de él y les diga que acaba de escapar, entonces...
—No haré eso —interrumpió Rachel—. Le contaré a la policía que me golpeó
accidentalmente con el hacha al ir a por ti, y que pareció lamentarlo inmediatamente,
pero no afirmaré que me secuestró. Eso sería mentir.
Su anfitrión resopló con exasperación.
—Rachel, intentó matarte.
—En realidad, no, no lo hizo —sostuvo ella—. Eso fue un accidente.
—Ok. Entonces intentó matarme a mí —espetó él.
—Bueno, si eres un chupasangre sin alma como afirmas, ¡quién podría culparle por
intentar matarte!
Todos jadearon. Entonces Marguerite se echó a reír.
Etienne la miró boquiabierto.
—¡Madre! ¿Cómo puedes reírte de eso?
—Es tan encantadora, querido —se disculpó, luego se giró para palmear la mano
de Rachel—. Él no carece de alma, pequeña. Ninguno de nosotros carece de ello. Y
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tampoco tú.
Rachel adoptó una expresión de rebeldía. Marguerite decidió no convencerla,
sino tomar un camino distinto. Le dijo:
—Déjame presentarte a mis hijos. Ya conoces a Etienne, por supuesto.
Etienne le ofreció una sonrisa de aliento, pero dudó que Rachel lo notara. Su
mirada se deslizó nerviosamente hacia él y luego se apartó mientras asentía y se
ruborizaba.
—Y esta es mi hija Lissianna y su prometido Gregory —Marguerite sonrió
mientras señalaba a la pareja, luego esperó a que Lissi y Gregory le estrecharan la
mano a Rachel y le diesen la bienvenida. Después se giró hacia sus hijos mayores—. Y
estos son mis hijos mayores, Lucern y Bastien. Dejad de sonreír así, muchachos.
Conseguiréis que Rachel se sienta incómoda.
La cabeza de Etienne giró al instante. Una expresión feroz cubrió su rostro
cuando vio la manera lasciva en que ambos hombres la miraban.
—Umm, perdóname —interrumpió Rachel, mirando confusa a Marguerite—.
¿Dijiste tus hijos?
—Sí —Marguerite sonrió.
—Pero eres demasiado joven para…
—Gracias, querida —la interrumpió Marguerite con una sonrisa—. Pero soy
mucho mayor de lo que aparento.
Los ojos de Rachel se estrecharon.
—¿Cuánto más mayor?
—Tengo setecientos treinta y seis años.
Rachel parpadeó y luego se aclaró la garganta.
—¿Setecientos treinta y seis?
—Sí, querida —asintió Marguerite.
Rachel asintió.
Todos asintieron.
Entonces Rachel sacudió la cabeza, cerró los ojos, y Etienne claramente escuchó
las palabras.
—Todavía estoy soñando. Pero esto se ha convertido en una pesadilla otra vez.
Para sorpresa de Etienne, su madre se echó a reír otra vez y palmeó la mano de
Rachel.
—Esto no es un sueño. O una pesadilla. Ni siquiera un sueño erótico —le explicó—
. Esto está pasando de verdad. Somos, aunque el término no nos gusta demasiado,
vampiros, y realmente tengo setecientos treinta y seis años.
—Ya veo —asintió Rachel de nuevo, luego cerró los ojos y sacudió la cabeza.
Sus ojos se abrieron con un parpadeo y gritó sorprendida cuando Marguerite se
inclinó y la pellizcó.
—No estás soñando —dijo la mujer—. Ese pellizco te habría despertado. Esto
está ocurriendo de verdad. Somos vampiros. Y ahora tú también lo eres.
—Lo dices como si fuese algo bueno —murmuró Rachel. Entonces añadió— La
familia entera está chiflada.
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heridas, como cirujanos microscópicos que trabajan desde el interior, por así decirlo.
Pero una vez que estos nanos fueron introducidos en el torrente sanguíneo de nuestros
antepasados, se descubrió que no sólo reparaban los tejidos, sino que también lo
regeneraban y luchaban contra las enfermedades.
—Ya veo. ¿De modo que reparan y regeneran tu cuerpo, manteniéndolo joven y
sano, y a cambio se alimentan de sangre? —preguntó lentamente.
—Exactamente —Bastien sonrió.
Rachel pareció considerarlo un momento, y después comentó:
—Imagino que se necesita mucha sangre para reparar y regenerar el tejido
constantemente.
—Sí —admitió él—. Más de la que un cuerpo humano normal podría producir.
—De ahí la necesidad de chupar cuellos —supuso Rachel.
Etienne se aclaró la garganta, y todos en la habitación se sobresaltaron.
—Bueno, a mí no me miréis —dijo él irritado cuando se giraron hacia él—. Esa
frase no es mía.
—Ya no chupamos cuellos —dijo Lissianna dijo con suavidad. Se acercó para
sentarse al otro lado de Rachel—. Es verdad que en el pasado existía la necesidad, y
ocasionalmente temas de salud o… er… fobias —miró a Gregory y la pareja intercambió
sonrisas— han provocado que uno o dos de los nuestros hayan vuelto a las viejas
costumbres. Sin embargo, los que muerden a las personas no están bien vistos desde la
creación de los bancos de sangre.
—Bancos de sangre —los ojos de Rachel se ensancharon—. Jesús, deben ser
como restaurantes de comida rápida, McDonalds para vampiros.
—Más como un delicatessen que un McDonalds. Todo platos fríos —Lissianna
hizo una mueca de desagrado. Hasta hacía poco se había visto obligada a chupar
cuellos debido a un caso serio de hemofobia. No existía nada más debilitador para un
vampiro que desmayarse a la vista de la sangre, algo que Lissianna había sufrido desde
la niñez. Ahora estaba curada, pero Etienne sabía que todavía intentaba
acostumbrarse a la fría sangre empaquetada.
Rachel permaneció callada con una clara expresión de repugnancia en el rostro.
—¿Y ahora yo soy como vosotros?
Lissianna tomó su mano de modo que tanto ella como Bastien sostuviesen una.
—Sí —dijo ella solemnemente—. Etienne te convirtió para salvarte la vida. Ahora
eres un vampiro.
Los hombros de Rachel se hundieron.
—Pero si ni siquiera me gustan el budin de sangre o el filete crudo. Si tiene una
mínima pizca de rosado, tengo arcadas. Nunca seré capaz de…
—Eso puede arreglarse —le aseguró Lissianna—. Si es necesario, puedes
continuar tomando la sangre por intravenosa tal como has venido haciendo.
Rachel no parecía muy impresionada.
—Mi dentista va a adorar esto. La primera vez que me haga una radiografía,
alucinará.
—Eso no será una preocupación. Ya no necesitarás ir al dentista —le aseguró
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Bastien.
—¿No?
—No —contestó Lissianna—. Ni tampoco a un doctor. Ahora eres a prueba de
caries y enfermedades. La sangre se ocupará de eso.
—¿No más vacunas contra la gripe ni tornos de dentista? —preguntó Rachel.
Lissianna le dedicó una sonrisa de triunfo a Etienne.
—Sabía que no lo habías presentado correctamente. Apuesto a que tampoco le
hablaste de los orgasmos.
—Le dije que viviría siempre y que nunca envejecería. Eso debería tener más
peso que las visitas al dentista o al doctor —contestó Etienne irritado.
—Tal vez para alguien que nunca ha tenido que sufrirlos —dijo Rachel con aire
distraído. Entonces preguntó—: ¿Orgasmos?
—Bueno, esa es mi señal para marcharme —Gregory recogió su vaso y se volvió
hacia la puerta—. Cuando las mujeres empiezan a hablar de sexo…
Bastien palmeó la mano de Rachel y también se levantó.
—Sí, esta parte es mejor dejársela a las mujeres.
—Hmm —gruñó Lucern asintiendo, aunque en realidad daba la impresión de que
prefería quedarse y tomar apuntes. De mala gana se puso en pie y se dirigió a la
puerta, acercándose a Etienne al mismo tiempo que Bastien. Como si fuese un
pensamiento compartido, lo que probablemente era así, cada uno le tomó de un brazo y
le arrastraron hacia la puerta.
—Vamos, hermanito. Enséñanos las últimas actualizaciones de tu juego nuevo —
dijo Bastien.
Etienne no protestó. Sería inútil hacerlo. Ni siquiera ser un vampiro le ayudaba a
tratar con dos hermanos autoritarios como Lucern y Bastien.
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—Más bien como veinte veces más. De algún modo la sangre aumenta la
sensibilidad. Tu olfato será diez veces mejor que nunca, serás capaz de oír más, verás
más lejos, y serás extrasensible al tacto.
—¿Sexo, veinte veces mejor? —Rachel trató de hacerse a la idea pero no pudo.
Tal vez ayudaría haber tenido más experiencia para comparar. Rachel no había
invertido mucho tiempo o esfuerzo en su vida social durante los últimos años. Había
estado comprometida en la Universidad, pero después de encontrar a su prometido en
la cama con su compañera de habitación, había concentrado la mayor parte de su
atención en el trabajo.
—Ser más experimentado no ayudaría, querida —dijo Marguerite con
comprensión—. Lo entenderás una vez que hayas experimentado de que hablo.
Rachel miró fijamente a la mujer, insegura, luego aclaró su garganta y preguntó:
—¿Me leíste la mente ahora mismo?
—Me temo que sí —Marguerite se mordió el labio—. Lo siento. Es un mal hábito.
Intentaré no meterme en tus pensamientos en el futuro.
Rachel se encogió de hombros. Sólo tenía que proteger sus pensamientos. Y
estaba más interesada en otras cosas en ese momento.
—¿Yo también puedo leer mentes ahora?
—Aún no. Tendrás que aprender a hacerlo. Hay muchas cosas que tendrás que
aprender.
—¿Cómo cuáles? —preguntó curiosa.
Marguerite reflexionó. Rachel sospechó que intentaba decidir cuales cosas no la
abrumarían. Al fin, le dijo:
—Comprobarás que eres mucho más fuerte de lo que solías ser. Más rápida,
tanto de cuerpo como de mente. También serás capaz de ver mejor en la oscuridad.
—Como los depredadores nocturnos —dijo Rachel.
—Sí. Tus ojos brillarán en la oscuridad cuando la luz les llegue, como los de un
animal nocturno.
Rachel levantó su mano con timidez hacia su cara y pasó la mirada de Marguerite
a Lissianna. Ambas tenían los ojos de color azul-plata. Etienne también los tenía así.
—¿Mis ojos son ahora como los vuestros? —No se había fijado cuando se miró en
el espejo del cuarto de baño.
—Más de un color verde-plata, querida —estimó Marguerite—. ¿El color original
era verde?
—Sí —Ahora Rachel sentía curiosidad por comprobarlo.
Apenas había tenido el pensamiento cuando Lissianna se levantó y se dirigió
hacia un bolso situado en el bar. La rubia rebuscó brevemente en él, y se giró con una
polvera en la mano. Abriendo la polvera, regresó junto a ellas.
—Tengo doscientos dos años —le dijo a Rachel mientras le tendía el espejo.
Rachel compuso una sonrisa avergonzada ante la respuesta a una pregunta no
dicha, recordándose que debería tener cuidado con sus pensamientos en medio de esta
familia. Entonces se miró detenidamente en el espejo para examinar sus ojos.
—Wow —jadeó. La preocupación sobre guardar sus pensamientos fue
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—Lo hará.
—No es un perro perdido, Etienne —dijo Marguerite secamente, entrando en la
habitación—. No puedes tenerla como te apetezca a ti.
—No, no es un perro perdido —reconoció él—. Pero ahora es uno de los nuestros.
—¿Y? —dijo Lissianna—. Que sea uno de los nuestros no significa que puedas
mantenerla encadenada. Es muy probable que quiera volver a su propia vida.
—Pero necesitará alimentarse —protestó él.
—Así es —estuvo de acuerdo Bastien—. Y nuestro banco de sangre estará
abierto para ella si lo necesita.
La cabeza de Etienne giró en la dirección de su hermano.
—¿Cómo que si lo necesita? Por supuesto que lo necesitará.
—No necesariamente —comentó Gregory—. Trabaja en un hospital.
Probablemente puede cuidar de sí misma.
Etienne no dijo nada pero sintió su boca apretarse de disgusto. No le agradaba
en absoluto la idea de perderla, y luchó brevemente contra los motivos que había tras
ello. Estaba confundido por su pasión, ya que apenas conocía a la mujer y no debería
sentir algo tan fuerte sobre esto… pero lo hacía. Le gustaría pensar que no tenía nada
que ver con la apasionada respuesta de su cuerpo cuando ella lo había besado, o el
placer que había sentido cuando se había arrastrado lentamente sobre él.
Su mirada vagó hacia la puerta y la escalera que se veía más allá mientras su
familia seguía hablando. Rachel estaría dormida en su cama en aquel momento; su
madre se habría ocupado de esto. Era lo mejor. Su cuerpo había sufrido mucho —la
herida mortal, la conversión, la curación—. Y su mente también había estado al borde
del colapso. No era fácil aceptar que tu vida entera hubiese cambiado tan
bruscamente.
Etienne frunció el ceño. Su propia vida había tomado un repentino giro junto con
la de ella, y él mismo se sentía bastante traumatizado. De pronto, debía afrontar el
cuidado y la preocupación por otro ser. Lo más cercano a esto que había sentido era la
naturaleza protectora de un hermano mayor cuando Lissianna era una niña, pero no
había sido tan fuerte. Sentía una conexión con la mujer que dormía en su cama que no
podía definir o siquiera comprender. Quizás era porque la había convertido, y eso
había creado un vínculo del que no había sido advertido. Fuese como fuese, sentía que
ahora su vida estaba entrelazada con la de ella a muchos niveles.
Por otro lado, quizá simplemente necesitaba tener mayor vida social. No podía
ser bueno para él haberse mantenido célibe durante tanto tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Dos o tres décadas —contestó Etienne antes de poder contenerse. Entonces la
fulminó con la mirada—. Es grosero leer los pensamientos de los demás, madre.
Ella sólo le sonrió con dulzura. Marguerite mantenía un vínculo especial con cada
uno de sus hijos, quizás desde su nacimiento. Siempre había sido capaz de leer sus
mentes y tal talento no era recíproco a sus niños. Cada uno de ellos podía leer los
pensamientos de los humanos… o por lo general podían, se corrigió Etienne, recordando
que la mente de Rachel parecida sellada para él. También podían leer pensamientos de
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cada uno cuando descuidaban sus barreras, lo que ocurría a menudo. Pero ninguno de
ellos podía leer la mente de Marguerite.
—Se hace tarde y tengo cosas que hacer —anunció la mujer, poniéndose de pie—.
Además, deberíamos dejar a Etienne para que piense en como convencer a Rachel para
que lleve el plan adelante. Podemos encontrarnos mañana por la noche para discutir
más sobre el asunto.
Para el alivio de Etienne, todos estuvieron de acuerdo. Les acompañó a la salida,
cerró la puerta con llave y subió a su dormitorio, incapaz de evitarlo.
Su invitada dormía con la inocencia de un bebé. Tal como yacía allí, acurrucada
bajo las sábanas de su cama, no había absolutamente nada en ella que hiciese pensar en
la traviesa, incluso lujuriosa mujer que se escondía debajo. Etienne sonrió ligeramente
ante el recuerdo. Rachel era como unos fuegos artificiales, tal como sugería su pelo
rojo, y Etienne disfrutaba muchísimo del espectáculo. Apenas podía esperar para que
la puesta del sol llegase y comenzase una nueva noche.
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Capítulo 7
Los números rojos del reloj digital sobre la mesita de noche señalaban las 12:06.
Todavía era plena noche. Esta vez no había dormido mucho. A pesar de su aversión al
turno de noche, llevar tanto tiempo en él había afectado sus patrones de sueño, y
Rachel supo al momento que no volvería a dormirse. Normalmente a esta hora estaría
en el trabajo… y deseando trabajar durante el día.
Incorporándose deslizó los pies hasta el suelo y se estiró para alcanzar la ropa
situada a los pies de la cama. Tenía un vago recuerdo de Marguerite prometiéndole
recoger más, y recordaba claramente haber murmurado su asentimiento, pero no podía
imaginar por qué había estado de acuerdo. No tenía ninguna intención de permanecer
en esa casa un día más. Se volvía a su hogar.
Aunque no sabía lo que la vida la depararía a partir de ahora, las explicaciones de
Bastien la noche anterior la habían convencido de que su vida había cambiado
definitivamente.
Gracioso, aunque estaba dispuesta a admitir que había cambiado, no sentía
ninguna diferencia. Todavía amaba a su familia, y sus objetivos y ambiciones eran los
mismos. No estaba realmente segura de cómo se sentía siendo un vampiro, pero
sospechaba que iba a tener problemas. Una cosa era fantasear sobre no envejecer
nunca y vivir para siempre, aunque por lo que ellos le habían dicho no necesariamente
era «para siempre jamás», y otra cosa era verse enfrentada a ello.
Rachel había pasado la noche soñando que el mundo se movía a su alrededor a un
ritmo acelerado. En su sueño, gente sin rostro se arremolinaba. Nacían, crecían, y
envejecían mientras ella se mantenía igual, con los Argeneau a su espalda, ninguno de
ellos cambiando jamás; observando como aquellos que les rodeaban se convertían en
polvo. Y siempre había otros que nacían para ocupar sus lugares y morir también.
Dejando a un lado el sombrío sueño y las preocupaciones que había traído a la
luz, Rachel terminó de vestirse. Abandonó la habitación para descubrir que, como
había ocurrido la primera vez que había despertado, la casa estaba silenciosa y
tranquila. Para su alivio, habían dejado la luz del vestíbulo encendida, facilitándole el
descenso de la escalera. No había nadie en la planta baja cuando la alcanzó,
aparentemente la familia de Etienne había marchado a su casa. Guiada por su instinto,
se dirigió a la cocina, y no se sorprendió al ver la línea de luz bajo la puerta del sótano.
Rachel abrió la puerta y se encaminó hacia abajo, decidida a encontrar a su
anfitrión. Iba a marcharse. Ahora. Aunque su paso se aminoró cuando llegó al pie de la
escalera y los recuerdos de sus anteriores encuentros con él regresaron a su mente.
Su comportamiento la hizo retorcerse por dentro. ¿Cómo podría mirarle a la cara?
Pensó brevemente en irse pero no podía ser tan grosera. El hombre había salvado su
vida después de todo. Rachel todavía no estaba segura de que le gustase cómo la había
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salvado, pero el hecho era que la había salvado. Como mínimo le debía su
agradecimiento y hacerle saber que se iba.
Habiéndose convencido de que en buena conciencia no podía marcharse sin más,
Rachel se forzó a continuar. La puerta no estaba cerrada con llave, y mientras la
empujaba, notó que estaba construida totalmente de metal con al menos seis pulgadas
de espesor. Le recordó la bóveda de un banco. Seguridad de alta tecnología, pensó
distraídamente, y entonces vio a Etienne sentado ante el escritorio. Hacía rodar su
silla giratoria de un monitor a otro, realizando ajustes y después volviendo atrás. Esa
noche no estaba durmiendo en su ataúd.
La mirada de ella fue hacia aquella caja larga y frunció el ceño, preguntándose si
también tendría que dormir en uno. La idea no le agradaba. Rachel tenía un poco de
claustrofobia.
—Ah, estás despierta.
Ella miró a su anfitrión. Él giró su silla colocándose de frente a ella, luciendo una
brillante sonrisa. Tenía aspecto de sonreír mucho, pensó Rachel. Evidentemente era un
tipo feliz. Y, ¿por qué no? Era rico, apuesto, eternamente joven, y al parecer con pocas
responsabilidades a su cargo. Percatándose de que se había quedado allí parada
mirándole fijamente, Rachel se obligó a sonreír y dar un paso hacia delante.
—¿Qué haces?
—Trabajar —Él se volvió hacia sus monitores y tras pulsar algunas teclas cambió
la imagen. Los ojos de Rachel se abrieron de par en par con incredulidad cuando
reconoció lo que se mostraba en la pantalla.
—¿Lujuria de Sangre? —preguntó suavemente. Sus ojos se abrieron aún más
cuando la imagen terminó de formarse. El título estaba compuesto por letras rojas que
goteaban como si fuesen sangre—. ¡Lujuria de Sangre 2! —exclamó—. Me gustó mucho
la primera versión. No sabía que había salido la segunda.
—No lo ha hecho. Aún.
—¿Aún? —Su mirada se mantuvo fija en la pantalla cuando la página de
introducción dio paso al logo de la empresa de producción; entonces sus ojos volaron
hacia Etienne—. ¿Me estás diciendo que eres el creador?
Él asintió y sus labios se abrieron con otra sonrisa.
—Wow —Ella volvió a mirar el monitor—. Había oído que lo había diseñado
alguien de Toronto, pero… —Pero más conmocionada estaba por descubrir que era un
vampiro. El juego era sobre vampiros: unos malvados y una cazadora solitaria que les
destruía.
—Casi he terminado Lujuria de Sangre 2, a excepción de la batalla final —
contestó él—. Estaba a punto de probar el juego en busca de defectos o por si
necesitase algún retoque. ¿Te gustaría acompañarme?
Rachel dudó, aunque no por mucho tiempo. Le daría las gracias y se marcharía…
más tarde. La oportunidad de jugar con un prototipo de la segunda versión de su juego
favorito era demasiada tentación.
—Bien, si diseñaste Lujuria de Sangre, supongo que no debes ser malo del todo
—dijo medio en broma. Acomodándose en la silla que él hizo rodar a través del cuarto,
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encontrarles el suficiente sentido como para hacer algo con ellos. Mientras que
contigo, simplemente no puedo leer tus pensamientos.
—Hmm —Rachel lo consideró, no muy segura de si le creía—. Tu madre no parece
tener ningún problema.
—No me lo recuerdes —Él pareció irritado.
—¿Por qué ella puede y tú no? —preguntó Rachel, aunque no estaba segura que
ese fuese el caso. Habría sido menos embarazoso creer que su comportamiento de
antes se debió al control mental de él. Lamentablemente, no podía convencerse a sí
misma.
Etienne no contestó.
—Allá vamos —dijo él, atrayendo la atención de ella hacia la pantalla del juego—.
Nivel uno.
Rachel observó fascinada la secuencia de inicio, una sonrisa de expectación
curvó sus labios. Era una adicta en secreto de los videojuegos, y su horario de trabajo
hacía que una vida social fuese algo difícil, por lo cual se pasaba horas jugando. El
hecho de que Etienne fuese el creador de su juego favorito lo elevó en su estima.
¿Atractivo y brillante? Él parecía mejorar por momentos, y ya había parecido bastante
bueno desde el principio. Incluso como un cadáver.
Jugaron. Etienne era muy exigente. Ningún truco o clave oculta estaban
permitidos, y ni siquiera le daba pistas de lo que vendría a continuación. También
insistió en no jugar en el nivel Fácil, con lo cual comenzaron a jugar en el nivel Experto,
trabajando como un equipo para cazar y estacar a varios vampiros.
Rachel decidió no analizar el hecho de que el juego se basaba en acabar con un
grupo de vampiros malvados. Sin embargo, no podía evitar estremecerse cada vez que
conseguía convertir en polvo a uno de los villanos. Al fin Etienne acabó notándolo, y le
explicó que eran vampiros malvados, no como ellos. A esos tipos les gustaba
alimentarse según las antiguas costumbres y matar mientras lo hacían. Ella se relajó un
poco entonces y se concentró verdaderamente en el juego, al punto de que cuando
Etienne se alejó durante un minuto, apenas se dio cuenta hasta que él depositó una
taza a su alcance.
Consciente de pronto de que tenía sed, Rachel alcanzó a ciegas la taza y se tragó
su contenido. Al instante lo escupió.
—¡Ewwww! —El gusto metálico de la sangre fría y espesa cubrió su lengua.
—Lo siento —Etienne no parecía sentirlo en realidad. Se reía entre dientes al
coger la taza y acercar una caja de Kleenex del final del escritorio. Ella limpió la
sangre que no había caído en la taza—. Es un gusto que se adquiere. Debería haberte
advertido.
Rachel hizo una mueca y se limpió la boca.
—No creo que vaya a adquirirlo en algún momento próximo.
—¡Hmm! —Él pareció preocupado mientras bebía de su propia taza. Entonces,
dejándola a un lado, le dijo—: Bueno, si es necesario podemos alimentarte por
intravenosa.
Rachel dejó escapar un bufido de rechazo.
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♥
Un bocadillo caliente de pan de centeno con carne de ternera, queso suizo y chucrut.
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evidente que sus planes para marcharse estaban estancados a no ser que pudiera
llevarse las bolsas de sangre fría, pero la sola idea la hizo estremecerse.
—¿No puedo simplemente morder a alguien? —preguntó. Por alguna razón, la idea
tenía más meritos que una fría bolsita, aunque no mucho más—. Por supuesto deberá
ser alguien que no me guste.
Etienne miró hacia atrás, con la boca abierta, pero se detuvo cuando la cogió
mirando su cuello.
—¡¡Eh!! Creé Lujuria de Sangre, ¿recuerdas? Tu videojuego favorito.
—Sí, pero también eres el que me transformó, para empezar —le recordó ella.
Al parecer, Etienne no entendió que ella estaba bromeando. La culpa cruzó su
cara, y parecía arrepentido.
—Lo siento por eso, pero no podía dejarte morir.
No había ninguna diversión en absoluto en bromear con alguien tan atormentado
por los remordimientos de conciencia. Obviamente él se sentía mal por los
acontecimientos. Encogiéndose de hombros, Rachel pasó por su lado y subió la
escalera.
—Lo superaré. Supongo que esto es realmente mejor que la muerte, ¿verdad?
El pesado suspiro de Etienne hizo que Rachel se detuviera y se girara. No le
gustó verle tan serio e infeliz. No había tenido intención de hacer que se sintiese mal.
Animarle parecía el mejor modo de arreglar las cosas, así que sonrió ampliamente y le
dijo:
—Pues… ya que no quieres que te muerda, tal vez puedo ir a buscar a mi jefe y
morderle. Él fue quien me puso en el turno de noche durante tres años.
Etienne parecía indeciso.
—Es de día.
Rachel arqueó las cejas.
—Creía que habías dicho que podíamos salir a la luz del día.
—Podemos, pero entonces necesitarás más sangre para reparar el daño que la
luz del sol te haga. Además, morder es algo que de verdad intentamos evitar cueste lo
que cueste.
—Sabes —dijo Rachel con ligero disgusto—, a veces pareces carecer por
completo de sentido de humor —Se volvió para continuar subiendo la escalera—.
Estaba bromeando un poco sobre lo de morder. Si no tengo estómago para morder una
bolsa, seguro que no me irá mucho mejor con una persona viva.
—Oh. Pensé que podrías estar bromeando, pero no estaba seguro.
Rachel se rió, sin creerle ni por un minuto. Realmente no importaba, pensó; sólo
había bromeado en un esfuerzo por distraerse de la idea de tener que pasar por el
asunto intravenoso otra vez.
Siempre le había asombrado a la familia de Rachel que pudiese trabajar en el
ámbito médico y aún así actuar como un bebé cuando se trataba de jeringuillas o cosas
parecidas. Pasados los años empezó a llevarlo mejor. Por ejemplo, ya no lloraba como
una niña mientras la pinchaban. De todas formas, las inyecciones seguían siendo una
experiencia terrible para ella. Pero tenía demasiado orgullo para mostrar miedo ante
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si la erección que tenía era una prueba de ello. Obligándose a ignorar el clamar de su
cuerpo, empujó la tapa del ataúd y se sentó. Al momento, cruzó la habitación para
coger el teléfono.
—¿Hola? —ladró, incapaz de ocultar su disgusto.
Silencio. Etienne escuchó un momento, sus ojos se estrecharon mientras el
silencio se prolongaba, malévolo y furioso. Entonces conjeturó:
—¿Pudge?
Un click al cortarse la línea fue su respuesta. Etienne colgó el teléfono con el
ceño fruncido. El techie♥ no le había llamado desde que Etienne le había dicho en
términos inconfundibles que no le iba a contratar; entonces habían comenzado las
tentativas de asesinato. Pero Etienne estaba seguro de que era Pudge. No sabía por
qué le había llamado, pero sospechaba que no era por nada bueno.
Se giró estudiando el ataúd con irritación. La idea de volver a él no le apetecía.
El sueño le había trastornado. Ahora se encontraba demasiado agitado para dormir, al
menos solo en la limitada oscuridad del ataúd. De pronto, no le parecía acogedor y
consolador, un lugar donde podía pensar y hacer planes, tan solo parecía frío y oscuro.
Y solitario.
Con un suspiro, Etienne abandonó su oficina y se encaminó escaleras arriba.
Verificaría a Rachel y cambiaría la bolsa de sangre, después tal vez trabajaría un rato.
No creía que pudiese volver a dormir durante un tiempo.
Su invitada estaba profundamente dormida cuando llegó. Ella también fruncía el
ceño. Era una expresión que había visto en su rostros en varias ocasiones mientras
estaba despierta, pero nunca había esperado verlo mientras dormía. ¿Qué significaba?
Se acercó al costado de la cama. La expresión parecía de insatisfacción, y la cama era
un revoltijo de sábanas y mantas enredadas, medio pateadas aparte, medio torcidas
alrededor de su cuerpo. Obviamente Rachel estaba tan agitada como él. Entonces se
percató de que sus manos descansaban encima de su cabeza… en la misma posición en
que él las había atado en su sueño. El sueño que había parecido tan real.
La comprensión lo golpeó. Sin embargo, la duda la siguió inmediatamente, por lo
que Etienne decidió comprobar su hipótesis. Cerrando los ojos, extendió su mente… y
al instante replegó sus pensamientos cuando, en lugar de la pared en blanco que solía
encontrar, vislumbró los pensamientos de Rachel. Al parecer su mente, que le estaba
firmemente vetada cuando ella estaba despierta, se encontraba abierta de par en par
mientras dormía. Lo que significaba que el sueño o la fantasía que había experimentado
probablemente había sido un momento compartido. Él había sido atraído a los sueños
de Rachel, o ella había sido atraída a los suyos.
En realidad no importaba quién hubiese empezado el asunto. Lo más importante
era que, a pesar de todo, Rachel todavía se sentía atraída por él. No se podía
confundir sus pequeños gemidos o su respuesta a él, al menos en sueños, con algo como
la repulsión o la repugnancia. Eso era bueno. Él ciertamente se sentía atraído por ella.
♥
Un técnico que es altamente competente y entusiasta en algún campo específico
(especialmente ordenadores).
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Le dio esperanzas a Etienne. Quizá no tendría que pasar la eternidad sin una
compañera. Quizás las cosas saldrían bien. Sin embargo, se tardaría algún tiempo para
asegurarlo, y para conseguir ese tiempo debería convencer a Rachel para que se
quedase allí con él.
Supuso que lo mejor sería hacer las cosas como un mortal normal haría: invitarla
a salir, llevarla a cenar a algún restaurante, seducirla. Pero existían complicaciones.
Pudge era una. Después estaba el hecho de que ella debía aprender a vivir su vida de
una forma diferente. Controlar las respuestas de su cuerpo era una de las lecciones
más importantes que necesitaba aprender.
Acercándose a la mini nevera, Etienne tomó una bolsa de sangre fresca, después
se volvió para sustituir la que ya estaba casi vacía en el soporte de la intravenosa. Una
vez lo hubo hecho, miró nuevamente a Rachel y estiró la mano para apartar un mechón
de cabello rojo de su rostro, sonriendo cuando ella suspiró en sueños y se volvió hacia
su toque. Encontraría un modo de hacer que permaneciese con él. Quería protegerla,
aunque ella no parecía del tipo de las que se tomarían bien que la mimasen.
Tras alisar las mantas y tirar de ellas hasta cubrirla, abandonó silenciosamente
el dormitorio. Debía ordenar sus pensamientos y dar con un argumento convincente
para asegurar su permanencia durante un par de semanas. Y debía pensar en como
convencerla para que aceptase la sugerencia de la familia de que afirmase que Pudge la
había secuestrado. Pudge todavía era una gran amenaza, y Rachel aún tenía mucho que
aprender.
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Capítulo 8
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hacer mucho.
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espesa sangre con coágulos de fumadores, así como también la apestosa sangre de
fumadores de mariguana y un poco de sangre de unos pacientes medicados con Valium.
Servía como alimento y realmente no le haría daño, pero era repugnante y provocaba
desagradables efectos secundarios como mareos y náuseas.
Sin tener conocimiento de lo que le estaba dando, Rachel creía que su respuesta
física se debía a su aversión psicológica ante la idea de beber sangre. Etienne no la
sacó de su error. También insistió en que bebiese de un vaso en lugar de la bolsa,
diciéndole que debía estar preparada para cualquier circunstancia antes de estar lista
para marchar y salir al mundo. Durante los dos últimos días desde que habían
entregado la sangre desechada, Rachel había intentado consumir la repugnante mezcla
tres veces al día, sólo para terminar escupiéndola. Tras cada intento jugaban con la
última creación de Etienne, conversaban o simplemente leían juntos en la biblioteca.
A pesar de los desagradables intentos con la sangre, habían sido un par de días
agradables. Lamentablemente, para evitar sospechas, Etienne se vio obligado a beber
la asquerosa sangre también. No supo cómo había sido capaz de hacerlo sin vomitar.
—Bueno, supongo que es suficiente por hoy —dijo él comprensivamente—. Lo
hiciste bien. Tal vez mañana…
—Mañana va a ser igual que hoy —predijo Rachel con tristeza—. Nunca me
acostumbraré a esto.
Etienne estaba buscando en su mente algún modo de animarla —y quizá hasta de
distraerla para evitar tomarse la taza que se había servido—, cuando sonó el timbre de
la entrada.
No se sorprendió al encontrar a su madre en la puerta. Se sorprendió cuando las
primeras palabras que salieron de su boca no fueron un saludo.
—¿Dónde está Rachel? —le preguntó.
—Aquí.
Etienne miró sobre su hombro para ver a Rachel acercarse.
—¿Algo va mal? —preguntó con expresión de ansiedad.
—No, no. Solo pensé que podrías estar un poco aburrida y quisieras salir —
contestó Marguerite con ligereza. Recorrió con la mirada el atuendo de Rachel—. Así
vas bien, querida. ¿Te apetecería venir?
—No creo… —empezó Etienne.
Rachel se puso a su lado y le interrumpió.
—¿A dónde exactamente? —preguntó.
—A la despedida de soltera de Lissianna, querida. Nuestro lado de la familia
solamente. Te dará la oportunidad de conocer a otras jóvenes como tú.
Etienne sintió sus esperanzas para la tarde disolverse en una punzada de
soledad.
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perfectamente encantadora.
—Oh —asintió Rachel. Comenzó a comer en silencio, con la mente consumida por
el pensamiento de que personas como su familia y amigos eran ahora su principal
fuente de alimento. Que asqueroso era eso. Definitivamente era uno de los puntos en
contra de este asunto. Se sintió aliviada por el hecho de que morder ya no estuviese
permitido. Morder gente podría ser más fácil y supondría menos ingestas, pero al
menos el empaquetado le permitía pretender que no se estaba comiendo a nadie.
Suponía que era como la diferencia entre comprar carne en una tienda y matar tu
propia vaca.
Lissianna abrió sus obsequios después de que terminaron de comer. Le regalaron
algunas cosas encantadoras y pareció verdaderamente complacida con el negligé color
crema que Rachel había escogido para ella.
Sirvieron las bebidas, bebidas que no sorprendieron a Rachel. Altas copas para
vino llenas de sangre. Rachel tomó la suya, pero se limitó a sostenerla, no queriendo
atragantarse o avergonzarse delante de estas personas como solía ocurrirle. Todas
eran mujeres adorables, y demasiado amables como para hacer algún comentario
acerca de la forma en que sus dientes se asomaban y se escondían cada vez que olía la
sangre. El olor metálico no la atraía, pero sus dientes pensaban de manera distinta.
Obviamente necesitaba trabajar en ese problema. Etienne había insistido que no era
tan importante como aprender a consumir la sangre, pero Rachel lo encontraba
bastante embarazoso y decidió hablar con él cuando regresara a casa esa noche.
Ese pensamiento la tomó por sorpresa y la hizo detenerse. ¿Casa? Se refería a
la casa de Etienne, la cual no era su casa. Se estaba sintiendo demasiado cómoda allí.
Quizá incluso demasiado cómoda con el propio Etienne. Le salvó la vida por haber
salvado la suya, pero hasta donde sabía, esa era la única relación que tenían.
Ciertamente no le había mostrado nada más que amistad y bondad.
Bueno la primera noche lo había hecho… pero fue ella quien lo atacó. Y, para su
desilusión, desde entonces no había parecido interesado en ella de ese modo. Al menos
mientras estaba despierta. En sus sueños, acudía cada noche y la torturaba. Le daba
sensuales besos y caricias, y todo eso la dejaba nerviosa e insatisfecha porque
siempre terminaba bruscamente antes de que Rachel pudiese encontrar satisfacción.
Parecía que aún no le había pillado el truco a los sueños eróticos. Sabía que los sueños
no dejaban a Sylvia frustrada y ansiosa, así que obviamente estaba haciendo algo mal.
Por alguna razón su mente se escudaba de la culminación.
—Ha sido un placer conocerte, Rachel. Espero que te veamos en la boda. ¿Vas a
ir? —le preguntó Jeanne Louise.
Rachel salió de sus pensamientos al instante y echó una mirada sorprendida a su
alrededor. Todas recogían sus cosas preparándose para irse. Al parecer la despedida
había terminado.
—Por supuesto está invitada —anunció Lissianna mientras se acercaba a ellas—.
Y espero que asista.
—Eso depende de si tenemos resuelto aquel otro asunto —dijo Marguerite. Con
aspecto pensativo, añadió—: Aunque si cambiásemos su aspecto de alguna forma y la
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llamásemos R.J. en lugar de Rachel, no creo que corramos el riesgo de que la familia de
Greg la pudiese reconocer por las imágenes de las noticias —asintió con la cabeza—.
Sí, podríamos arreglarlo.
—Bien —dijo Lissianna con firmeza. Abrazó a Rachel—. Me gustaría que fueses.
Creo que seremos grandes amigas. Como hermanas.
Rachel sonrió, aunque no se perdió el intercambio de miradas entre Marguerite y
Lissianna. Realmente debía lograr que Etienne le enseñase la parte de leer las mentes.
Estaba segura de que esas conversaciones silenciosas eran mucho más importantes que
las verbales.
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Capítulo 9
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Ahora no tenía ni idea de lo que hacían las personas de la pista de baile. Parecía como
si la mitad de ellos sufriese algún tipo de ataque.
—¡Ey! ¡Primo!
Etienne miró a su alrededor y una sonrisa cariñosa se dibujó en su rostro al ver
a su primo Thomas. Levantándose abrazó al joven y palmeó su espalda.
—¡No puedo creer que estés aquí, tío! —dijo Thomas—. ¡Hablando de un
sinvergüenza! ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Un siglo?
—No tanto —le respondió Etienne con irónico humor.
—Casi —insistió Thomas. Después miró a Rachel con interés—. Tú debes ser
Rachel. Jeanne me ha hablado de ti. Soy su hermano Thomas. Puedes llamarme Tom.
Rachel sonrió y aceptó su mano.
—Debes referirte a Jeanne Louise. Disfruté mucho conversando con ella en la
despedida de soltera de Lissianna. ¿Es tu hermana? —Sus ojos tomaron nota de su
peinado a la moda, su ajustada camiseta negro y sus pantalones de cuero. Con
diversión, esperaba Etienne—. Déjame adivinar, ¿eres su hermano menor? Sobre
veintiocho o veintinueve por debajo de sus noventa y dos.
—Error —sonrió él—. Soy el mayor. Doscientos seis. Mamá quiere tener otro
bebé, pero aún tiene que esperar otros diez años más.
—Ah, sí —Rachel hizo una mueca—. Olvidé la regla de los cien años.
Thomas rió y después recorrió a Rachel con la mirada de la misma manera en que
ella lo había examinado, aunque su atención fue atraído por las manos y los pies de ella
moviéndose al ritmo de la música. Casi estaba bailando en su asiento.
—Acabarás bailando encima de la mesa en un minuto si alguien no hace algo al
respecto —se burló—. Pareces una mujer que necesita divertirse.
Rachel soltó una carcajada.
—Que astuto eres al notarlo.
—Que puedo decir. Soy un tipo astuto —bromeó él. Tomando su mano le dijo—:
Vamos, seré tu caballero en pantalones de cuero y te llevaré a la pista de baile.
Etienne hizo una mueca cuando Rachel se fue con su primo. Ni siquiera había le
había mirado. Él debería haber dudado a la hora de sacarla a bailar, se dijo con
irritación. Debería haberlo hecho nada más llegar. Era lo que ambos necesitaban.
«Si te duermes, pierdes, primo». Esas palabras burlonas le recordaron que se
encontraba en un local para vampiros, donde algunos de los más poderosos podían leer
sus pensamientos. Incluyendo a su primo. Era evidente que se había acostumbrado
demasiado a la única compañía de sí mismo, donde esconder sus pensamientos no era
algo necesario.
Irritado consigo mismo, Etienne cerró con firmeza su mente a fin de impedir
que otros sondearan sus pensamientos. Luego se recostó en su asiento, observando con
irritación cómo Rachel y Thomas comenzaban a moverse sobre la pista de baile.
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—Permíteme —le sugirió él. Rachel se habría sentido aliviada, excepto por el
hecho de que el hombre sonreía ampliamente—. Dos «Dulce Éxtasis» y una «Virgen
María».
—¿Que es una «Virgen María»? —preguntó Rachel con recelo cuando la camarera
se retiró. Supuso que los «Dulce Éxtasis» eran para los hombres y la «Virgen María»
para ella. La respuesta de Thomas la sacó de su error.
—Sangre, salsa Worcestershire♥ y tabasco con una pizca de limón. Me gusta
picante y caliente —dijo él con una sonrisa burlona.
—Oh —musitó Rachel levemente. Parecía asqueroso. Casi temía preguntar que
contenía el «Dulce Éxtasis».
—A veces es mejor no saber —Thomas se inclinó para no tener que gritar.
Obviamente había leído sus pensamientos. Era bastante molesto no poder
mantener los propios pensamientos en privado, con gente escuchando todo el tiempo.
Rachel solamente se sentía cómoda con Etienne, quien afirmaba no ser capaz de leer
su mente. Si mentía y realmente podía leer sus pensamientos, al menos era lo bastante
cortés para no hacer comentarios.
—No importa —le respondió a Thomas—. Debería haberte advertido que no te
molestaras si todo lo que sirven aquí es sangre. Aún no he dominado la técnica para
ingerirla —se estremeció solo de pensarlo.
Thomas pensó en ello un momento. Rachel sospechó que estaba examinándole
cuidadosamente su cerebro en busca del problema, y después asintió.
—No te preocupes. Mi cuñada tenía el mismo problema. Le encontramos un
arreglo. Te lo mostraré cuando la camarera traiga las bebidas.
Rachel sintió por un instante la esperanza de que él realmente tuviese una
solución; después sus pensamientos retornaron a la cuestión del contenido de los
«Dulce Éxtasis» que había encargado.
—Aquí tienen toda clase de bebidas —dijo Thomas, obviamente leyendo sus
pensamientos de nuevo—. Algunas son mezclas como la «Virgen María», que es sangre
directa con algo adicional, y otras son sangres especiales. Como el «Diente Dulce».
—¿«Diente Dulce»? —preguntó Rachel.
—Mmm… —asintió—. Sangre de diabéticos. A la tía Marguerite le encanta —
añadió antes de continuar—. Después tenemos sangre con alto contenido en hierro y
potasio. Oh, y «Subidón» que es de sangre de fumadores de maría.
—¡No puede ser! —Rachel se quedó boquiabierta.
—En serio. Consigues un buen viaje sin dañar tus pulmones fumando —él se rió
de su expresión.
Rachel lo miró un momento con incredulidad y después preguntó:
—Entonces…¿tienen algo con alto contenido de alcohol?
—Ah, sí. Se llama «Wino Reds». El padre de Etienne siempre tomaba esa bebida.
En realidad, demasiado.
La manera en que lo dijo hizo que Rachel preguntase.
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Salsa picante formada por vinagre, soja y especias. También llamada salsa inglesa Perrin.
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—¿Un alcohólico?
—Sí —asintió solemnemente—. Tenemos alcohólicos y drogadictos como la gente
normal. Solo que lo consumimos a través de la sangre.
—Vampiros alcohólicos —murmuró Rachel apenas capaz de creerlo.
—Te contaré un secreto —Thomas se inclinó hasta que sus cabezas casi se
toparon—. Por un tiempo les preocupaba que Lissi siguiera los pasos de su padre.
—No —Rachel se echó hacia atrás conmocionada—. La hermana de Etienne.
—Sí —asintió él solemnemente—. Era hemofóbica desde la niñez.
—Sí. Etienne mencionó eso. Así que bebía para sobrellevarlo, o…
—No. Ella no bebía. Al menos no de la manera que piensas. Lissianna tuvo que
vivir en casa y tomar su sangre mediante intravenosa durante los primeros doscientos
años. Lo llevaba tan mal que ni siquiera podía pincharse ella misma. Marguerite tenía
que controlar su mente y obligarla a dormir para hacerlo. Pero cuando el viejo Claude
murió…
—Claude… —interrumpió Rachel.
—El esposo de Marguerite. Había bebido demasiados «Wino Reds», perdió el
conocimiento con un cigarrillo encendido en su mano, y ardió hasta morir.
—¿Así que el fuego puede matarnos? —preguntó Rachel.
—Sí. Fuego. Decapitación y también destruyendo o parando el corazón —la
informó. Tras un momento, para asegurarse de que ella no tuviese más preguntas,
retomó la historia—. Cuando Claude murió tan de repente, Lissianna estaba realmente
conmocionada. Sabes, la muerte es tan poco común entre nosotros que cuando sucede
nos conmociona a todos. El caso es que ella decidió que debía ser más independiente.
Que necesitaba “vivir su vida”, según dijo. Así que estudió Asistencia Social en la
universidad, consiguió un trabajo en un refugio local y se fue a vivir sola.
—¿Cómo se alimentaba si ella…?
—Ahí estaba el problema. Por lo general está prohibido morder a alguien, pero
en algunos casos de emergencia está permitido. Y debido a su hemofobia, a Lissianna
se lo permitieron —Lanzó un vistazo al baño de hombres, pero no había rastros de
Etienne. Thomas continuó—: Su preocupación era elegir a la víctima oportuna. Escogía
clientes del refugio. Estaban a mano y eran presas fáciles. El problema era que la
mayoría eran alcohólicos o drogadictos. Lissi trataba de evitarles, pero a veces… —Se
encogió de hombros.
—Su familia se preocupó, lógicamente —murmuró Rachel.
Thomas asintió.
—Aproximadamente hace un año, Marguerite decidió que ya era suficiente y
secuestró a un psicólogo humano para que tratase su hemofobia.
—¿Secuestrado? —jadeó Rachel.
Thomas lanzó una carcajada.
—Acabó bien. Lissianna lo liberó… con el tiempo. El psicólogo era Gregory
Hewitt.
—Su prometido —Rachel sacudió la cabeza.
—¿Contando secretos de familia, Thomas?
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En realidad no era una petición. Tomó su mano y tiró de ella hasta ponerla en pie.
Rachel casi tuvo que correr para mantenerse junto a él cuando se lanzaron a la pista
de baile. Esta vez, había una música suave sonando. Etienne la tomó entre sus brazos,
la sostuvo cerca y comenzó a moverse. Empezó sosteniéndola a una distancia
respetable, pero con cada canción la acercaba más y más hasta que sus cuerpos
estuvieron pegados. Rachel aceptó de buena gana y permitió que su cuerpo se fundiese
con el de él dejando escapar un pequeño suspiro. Apoyó la cabeza en su hombro. Gimió
de placer cuando las manos de él recorrieron su cuerpo, acariciándola y acercándola a
él a la misma vez.
Rachel se sintió increíblemente… increíble. Pequeñas corrientes de placer la
atravesaron por donde Etienne la tocaba, seguidas por pequeños temblores de
excitación. Cuando la mano de él se movió a su cabello y lo acarició con suavidad, dejé
caer la cabeza hacia atrás y sus ojos se abrieron somnolientos observando como sus
labios descendían sobre los suyos. Lo que empezó como un lánguido beso enseguida se
convirtió en una excitante busca de placer. Antes de darse cuenta, habían dejado de
pretender que bailaban y simplemente estaban parados en la pista de baile besándose
como adolescentes.
—Te deseo —gruñó Etienne, interrumpiendo el beso para deslizar los labios por
su garganta.
—Gracias a Dios —suspiró ella con alivio. Estaba segura de que moriría si no le
hacía el amor cuanto antes.
—Ahora.
—¿Ahora? —Sus ojos se abrieron para encontrarle mirando a su alrededor con
irritación.
—Sí. Ahora. Pero no aquí —Manteniendo un brazo alrededor de ella, se apresuró
a salir de la pista de baile. Rachel creyó que regresarían a la mesa al menos lo justo
para darle una excusa a Thomas, pero parecía que él no quería esperar. En cambio,
salieron del club y se dirigieron directamente al coche. La dejó en el asiento del
pasajero, se subió del lado del conductor y puso el automóvil en marcha. Eso fue todo
lo que aguantó. En el instante en que el coche cobraba vida, Etienne se giró y tiró de
ella para envolverla en sus brazos.
Rachel fue gustosa, casi subiéndose a su regazo, su boca abierta y lista cuando
él bajó la cabeza para reclamarla. Nunca se había sentido tan excitada en toda su vida.
Dondequiera que tocaba, cada pulgada de piel que su aliento acariciaba, estaba en
llamas. La pasión golpeó y humedeció su entrepierna.
—Te necesito —jadeó Rachel cuando él interrumpió el beso.
La respuesta de Etienne fue algo parecido a un gruñido. Tiró de su blusa
sacándola fuera del pantalón. Definitivamente ella no era la única experimentada
desvistiendo a la gente…, la blusa de Rachel se abrió de pronto y él desabrochó rápida
y eficientemente el sujetador.
—Oh —gimió ella cuando sus pechos se liberaron y él los atrapó entre sus manos.
Rachel soltó otro pequeño gemido mezcla de dolor y placer cuando él acarició y
chupó ambos pezones alternativamente. Al sentir sus manos en la cintura intentó
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ayudarle pero sus cuerpos estaban demasiado cerca, el espacio era demasiado
estrecho.
Maldiciendo, Etienne la devolvió al asiento e hizo avanzar al coche
—Casa —eso fue todo lo que dijo y todo lo que tenía que decir.
Rachel se mordió el labio y se aferró al salpicadero mientras salían a bandazos
del aparcamiento. Consideró brevemente abrocharse el cinturón, pero Etienne
conducía a tanta velocidad que estaba segura de que llegarían antes de que sus manos
terminasen la tarea.
Los dos estuvieron fuera del coche antes de que el motor se hubiese detenido
del todo. Etienne se reunió con ella delante del coche, aferró su mano y echó a correr
hacia la puerta principal. Se las arregló para abrirla, entrar y cerrar la puerta antes
de arrastrarla a sus brazos de nuevo. Rachel se encontró de pronto aplastada contra
la pared del pasillo, la boca y las manos de Etienne parecían estar en todas partes al
mismo tiempo. Ambos daban tirones a la ropa del otro.
—No puedo esperar hasta llegar arriba —dijo él excusándose mientras le
deslizaba los pantalones por las piernas.
—Pues no lo hagas —sugirió Rachel. Tampoco quería esperar. Lo necesitaba
ahora, allí mismo.
Era todo el permiso que Etienne necesitaba. Le arrancó las bragas con un rápido
tirón, la aferró por las nalgas levantándola y después la colocó sobre él. Se deslizó
dentro de ella y ambos gimieron cuando la llenó por completo. Gracias a esos sueños
eróticos parecía que se hubiesen preparado para esto desde hacía semanas.
Etienne se detuvo, y luego se retiró. Temiendo que de nuevo fuese un sueño y
que éste se interrumpiese como siempre lo hacía, Rachel enterró sus uñas en el
hombro de Etienne y le animó.
—Más —suplicó.
Etienne la sentó sobre algo —ella pensó que debía ser la mesa del pasillo—, y
comenzó a moverse dentro de ella. Retirándose, embistió de nuevo, solamente para
retirarse otra vez.
Rachel nunca hubiese pensado que era de las que gritaban. Nunca había gritado
antes. Pero Rachel no solamente gritó cuando llegó al éxtasis, sino que también
enterró sus dientes en el cuello de Etienne, bombeando sangre del cuerpo de él al suyo
mientras su propio cuerpo se estremecía y latía rodeándole. Fue el mejor sexo de toda
su vida.
— Hola.
Rachel parpadeó somnolienta y miró con confusión al hombre que se inclinaba
sobre ella. Etienne. Le reconoció, desde luego, pero el cambio de posición la dejó fuera
de juego. Lo último que recordaba era su cuerpo explotando y haciéndose añicos con el
orgasmo más poderoso que hubiese experimentado. Ahora, de alguna forma, Rachel se
encontraba acostaba de espaldas sobre una superficie suave, en el dormitorio según
pudo notar confundida.
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♥
Insecto coleóptero de la especie Lytta Vesicatoria. El extracto de cantárida se presentaba en polvo
(obtenido mediante desecación y triturado), tintura o aceite y emplasto. Uno de sus efectos
secundarios era la erección espontánea del pene. Este efecto secundario convirtió a la cantárida en el
afrodisíaco de referencia hasta el siglo XVII cuando cayó en desuso dado el número de
envenenamientos, con consecuencias mortales, que produjeron tales prácticas.
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alcanzó un punto febril y explotó a su alrededor. Rachel estaba al borde del desmayo
con el mundo oscureciéndose sobre ella, pero se sostuvo apretando los dientes y
sintiendo como una ola de energía y entusiasmo la atravesaba. Era como una droga. Era
una droga. Se sintió sobrecargada y soltó el cuello de él con un gemido mientras su
cuerpo temblaba y se estremecía. La oscuridad la inundó de nuevo.
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Capítulo 10
Etienne se había ido cuando ella despertó. Rachel bostezó y se estiró en la cama,
sonriendo feliz. Se sentía genial. Quizá un poco hambrienta, pero de todas formas,
genial. Estaba segura de que la pasada noche había sido mejor que cualquier sueño
erótico. Sylvia realmente debía tener una vida sexual triste si creía que cualquier
sueño podía superar a la realidad.
Etienne le había hecho el amor toda la noche. Sus relaciones sexuales habían
continuado por la mañana, y ya era mediodía cuando se derrumbaron juntos, exhaustos
y al fin satisfechos.
Rachel sonrió ante el desorden de la cama, después se sentó y apartó las
enredadas sábanas. El tipo era un autómata. Tenía más energía que cualquier hombre
que hubiese conocido y trescientos años de experiencia para respaldarle. Etienne le
había hecho cosas que al recordarlas la hacían temblar y sonrojarse. Temblorosa y
ruborizada, se apresuró hacia el baño y entró directamente en la ducha.
Probablemente necesitaba una ducha fría en ese momento —lo que era difícil de
creer tras el maratón de sexo— pero era verdad. Sin embargo eligió tomar una ducha
cálida y permaneció de pie bajo la alcachofa, disfrutando durante unos minutos de la
sensación de la caída del agua sobre su cabeza y espalda, antes de comenzar a
enjabonarse el cabello con champú. Su cuerpo todavía estaba tembloroso y sensible.
Rachel no estaba segura de si el «Dulce Éxtasis» todavía la afectaba o simplemente
eran los recuerdos del placer que Etienne le había dado, pero cada pasada de la
esponja por su carne húmeda la hacía temblar y anhelarle de nuevo. El hombre era
realmente como una droga. Una droga buena.
Saliendo de la ducha, Rachel se secó, se vistió y pasó un cepillo por el pelo. Se
detuvo un momento para mirarse en el espejo del baño y luego salió corriendo de la
habitación en busca de Etienne. Sentía una profunda necesidad de verle de nuevo, sólo
para estar más cerca de él. Quizá para abrazarlo, quizá para más.
Rachel sonrió ante sus caprichosos pensamientos mientras corría escaleras
abajo. El silencio de la casa no la sorprendía ni la preocupaba, y se dirigió
directamente hacia el sótano donde sabía que encontraría a Etienne. Sin duda estaba
trabajando en su ordenador.
Él estaba en su despacho, pero aunque estaba sentado en su escritorio, los
ordenadores estaban todos apagados. Estaba hablando por teléfono. Rachel caminó
hasta detenerse tras él y apoyó tentativamente las manos en sus hombros mientras él
hablaba por el auricular. Cuando él alzó inmediatamente su mano libre para cubrir una
de las de ella, se relajó y sonrió, dándose cuenta sólo entonces de que no había estado
completamente segura de su recibimiento. Etienne había afirmado que la deseaba
desde hacía días, pero eso no significaba mucho. Podrían ser simples palabras. Incluso
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podría haber perdido el interés por ella ahora que su pasión estaba satisfecha. Pero no
había ocurrido.
—¡Genial! Estaré pendiente, entonces —dijo Etienne y colgó el teléfono. En el
momento en que lo colocó en su lugar, se levantó y se giró para atraerla a sus brazos
para un beso de bienvenida. Gruñó—. Buenos días, preciosa. ¿Cómo te sientes?
Rachel se sonrojó y besó la punta de su nariz.
—Hambrienta.
Etienne rió.
—Eres insaciable.
—Sí, lo soy. Pero quería decir hambrienta de comida.
—Ah —él dejó escapar un pequeño suspiro y la abrazó, luego cogió su mano y la
condujo fuera del despacho—. Sí, yo también. Desgraciadamente no tenemos sangre.
Precisamente ahora le estaba pidiendo a Bastien que nos enviara un poco más. Debería
estar aquí pronto, pero mientras tanto… —se detuvo cuando llegaron a la cocina, sus
ojos dirigidos hacia la ventana de la puerta trasera y buscando en la oscuridad del
exterior.
—¿Qué pasa? —preguntó Rachel, curiosa. Dando un paso para colocarse a su
lado, examinó el patio trasero de la casa. Lo había visto tanto a la luz del día como de
noche, y era adorable en ambas ocasiones, con una gran fuente, un jardín de piedras y
muchos árboles.
—Creí haber visto a alguien ahí fuera —murmuró él, apretándole la mano—.
Espera aquí. Sólo quiero echar un vistazo rápido.
Salió por la puerta antes de que Rachel pudiese decir algo. Ella dejó la puerta
abierta para poder ver algo, y lo observó mientras caminaba hacia el patio. Intentó
examinar a su alrededor para ver si podía ver a alguien acechando, pero su mirada
quedó capturada en las partes traseras de él, y al parecer deseaba quedarse allí.
Decidió no luchar. De cualquier modo, él poseía mejor visión nocturna que ella. Y
realmente era una vista agradable. Una vista muy agradable. Rachel nunca se había
dado cuenta de lo atractivo que podía ser el trasero de un hombre. Deseaba apretarlo
y pellizcarlo y…
—Deben ser los efectos de esa bebida —murmuró y sacudió la cabeza. Pero su
mirada regresó a su trasero en cuanto volvió a mirar en su dirección, así que decidió
que lo mejor sería reunirse con él antes de quedarse allí con la lengua colgando.
Dejando que la puerta se cerrase tras ella, caminó en silencio hacia él.
—¿Has visto algo? —preguntó ella en un susurro, un poco distraída por su aroma.
Olía realmente bien. Yum yum. Rachel había notado que olía bien en las pocas veces en
las que había tenido su cara en el cuello de él y había inhalado su aroma, pero ahora
podía olerle casi tan bien con solo estar de pie a su lado. Sus sentidos debían estar
fortaleciéndose, según notó, y se sintió complacida. Tal vez pronto sería capaz de
controlar sus dientes. E incluso beber sangre. El truco de la pajita que Thomas le
había enseñado funcionaba bien. Pero ella preferiría ser capaz de beberla
directamente del vaso como los demás. Hasta que lo hiciese, Rachel se iba a sentir
como un niño bebiendo té con la mitad de la taza llena de leche.
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Inundaba su mente como si fuese la suya propia, llenando cada rincón con las
sensaciones que él estaba experimentando, sensaciones de un placer casi insoportable.
La sensación de su propia boca cálida y húmeda deslizándose por su sexo era un
placer que nunca había experimentado como una simple humana. El roce de sus dientes
sobre su glande los hizo gemir a ambos, y Rachel apretó los muslos cuando un nuevo
dolor se asentaba allí. Era una sensación de tal dolor y placer que repitió la acción
varias veces hasta que estuvo segura de que ninguno de los dos lo soportaría de nuevo
sin hacerse pedazos.
Consciente de que esos pensamientos reflejaban el estado de Etienne tanto
como el suyo propio, y no queriendo que el placer terminara tan pronto, Rachel cambió
el ritmo de sus caricias. Percibió la decepción de Etienne del mismo modo que su
placer, y sonrió a pesar de ello. Deslizando su mano libre por los muslos cubiertos por
los vaqueros, apretó con la otra mano la base de su masculinidad al tiempo que retorcía
la lengua sobre su carne.
—Rachel —era una súplica de liberación, pero ella se sentía despiadada. Estaba
hambrienta, tanto de sangre como de placer. Quería hacer de esto una experiencia
que él nunca olvidara, y dado que ella lo estaba experimentando con él, sabiendo
exactamente cómo se sentía y cómo le estaba afectando, podía hacerlo.
Todas las mujeres deberían disfrutar de esta unión de mentes, pensó
vagamente. Nunca dudarían de su habilidad para dar placer a un hombre, o
dependerían de que él les dijese lo que les gustaba o no. Simplemente lo sabrían y
harían lo que les gustase. Y también compartirían el placer de la experiencia de una
manera que normalmente no sería posible.
—Dios, Rachel.
Ella ignoró su súplica. Estaba sintiendo lo que él sentía, y sabía que estaba listo
de nuevo para explotar. Ella también lo estaba, así que esta vez Rachel no cambió de
táctica o de ritmo. Esta vez su hambre no sería negada.
Él gritó y se corrió en su boca un segundo antes de que su propio cuerpo llegara
al clímax. La mente de Rachel se inundó del placer de él y el propio; en ese momento,
sus nuevos instintos tomaron el control y hundió los caninos en la vena con la que su
lengua había estado jugueteando. Sintió la sorprendida reacción de Etienne y luego
sintió su propio placer golpearle mientras la sangre fluía por sus dientes. Las dos
sensaciones se mezclaron, fluyendo atrás y adelante entre ellos de una mente a la
otra, pareciendo fortalecerse cada vez que se intercambiaban hasta que pareció que
nada podría refrenarlas.
Cuando Etienne comenzó a balancearse ante ella, Rachel permitió que sus
dientes se retrajeran, liberándole. Entonces se sentó débilmente mientras él caía de
rodillas ante ella.
Su mente luchaba por aceptar el sobrecogedor placer, pero ahora estaba
inundada de debilidad. ¿Era suya?
Etienne la atrajo a sus brazos, pero su sostén era suave, apenas existía. Cuando
habló, sus palabras fueron pronunciadas tan mal y tan débilmente que ella no pudo
entender lo que decía. Entonces comenzó a caer hacia atrás. Rachel intentó agarrarle
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Etienne consiguió soltar una maldición con la bolsa en su boca, lo que Rachel
encontró bastante impresionante. Ella no creía poder hablar inteligiblemente mientras
estaba ingiriendo, aunque luego supuso que Etienne había dispuesto de un par de
cientos de años de experiencia. Se preguntó, sin embargo, si no se consideraba de
mala educación hablar mientras se comía. A ella la habían educado creyendo que así
era. Para los humanos, al menos.
—Ahora eres una de nosotros, Rachel —indicó Bastien con tranquilidad. Como
ella permaneció en silencio, se giró para mirar a Etienne—. Así que crees haber visto
antes a Pudge aquí fuera.
Esta vez, Etienne apartó la bolsa de su boca antes de decir:
—Deja de leer mi mente, Bastien. Es grosero.
—El pensamiento estaba descansando en los bordes de tu mente —dijo su
hermano con un encogimiento de hombros—. Aunque es de tontos entretenerse en…
eh… cualquier cosa si pensabas que Pudge estaba acechando. Podía haber saltado sobre
vosotros mientras estabais distraídos.
—He debido estar viendo visiones —gruñó Etienne—. Comprobé el patio y no
había rastros de él. Entonces se cerró la puerta y nos quedamos encerrados fuera.
Estábamos esperando a que llegase Thomas para poder llamarte y que trajeses mi
juego de llaves extra.
—Y decidisteis compartir el calor y los fluidos de vuestros cuerpos mientras
esperabais —adivinó Thomas. Rió, ganándose una mirada acerada de Etienne. El joven
se encogió, dedicando a Rachel una mirada de disculpa—. Lo siento, Dudette. No he
podido evitarlo.
—¿Has tomado suficiente sangre como para entrar en la casa y terminar de
recuperarte? —preguntó Bastien con brusquedad.
—Sí, sí —Etienne le pasó la última bolsa vacía y se sentó, poniéndose de pie a
continuación con la ayuda de Bastien.
Rachel aceptó la mano de Thomas y se puso de pie también. Un poco de la
vergüenza e incomodidad que había sufrido se calmó cuando Etienne reclamó su mano y
la sostuvo mientras se encaminaban hacia la puerta. Había sido una nueva experiencia
para ella, pero parecía que tendría muchas como esta. Definitivamente su vida había
dado un vuelco.
—¿Entonces qué? —preguntó Bastien cuando entraron en la cocina—. ¿Le has
hablado de Rachel sobre…?
—No —le interrumpió Etienne.
—Bueno, y vas a…
—Lo haré —le interrumpió Etienne nuevamente—. Pronto.
Bastien suspiró pero aparentemente decidió dejar el tema, cualquiera que fuese.
Colocando una mano sobre el hombro de Thomas, le guió hacia la puerta, anunciando:
—Necesitaréis más sangre pronto. Probablemente consumiréis esta pronto para
reparar el daño que os habéis hecho mutuamente. Enviaré más tarde a Thomas con
más. Tratad de no mataros el uno al otro mientras tanto.
La respuesta de Etienne fue un gruñido.
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para acercarla. Cuando sus senos rozaron el pecho de él, éste se puso de espaldas en el
agua arrastrándola con él de modo que la mitad superior de su cuerpo quedó fuera del
agua apoyándose sobre el pecho de él, mientras que la mitad inferior permanecía
sumergida a su lado. Él comenzó a nadar de espaldas hacia la playa.
Rachel deslizó los brazos alrededor de su cintura y se dejó llevar por él,
ayudándole con desganadas patadas en el agua. Por fin Etienne se detuvo
incorporándose. El agua le llegaba a Rachel a la altura de los senos cuando también se
enderezó, pero apenas tuvo tiempo de notar este detalle antes de que él la tomase
entre sus brazos. Ella fue de buen grado y alzó el rostro cuando él reclamó sus labios.
Rachel frotó sus piernas por un instante contra las de él bajo el agua y después las
enroscó alrededor de sus caderas al tiempo que sus brazos se aferraban a su cuello.
Se arqueó contra él, su cuerpo apretándose y aplastándose contra él con abandono.
Ella era consciente de varias sensaciones: el aire de la noche ahora ligeramente frío
sobre su húmeda piel; la misma agua, caliente y sedosa a su alrededor ahora que se
había adaptado a su temperatura; su cuerpo caliente en todos aquellos lugares que
estaban en contacto con él; su febril pasión que se acrecentaba en su interior.
Ya habían hecho el amor varias veces, pero cada vez era más explosiva y mejor
que la anterior, tan rápida la excitación que Rachel se sentía dominada. Había sentido
esto antes, esta hambre por él, este placer por él, este deseo, pero este encuentro
sería aún mejor. Sus mentes se abrieron la una a la otra, y sus deseos se unieron en
uno. La primera oleada de deseo fue casi tan insoportable que sobrecargó sus nervios,
haciendo sentir a Rachel un momento de desmayo.
Oyó el sonido, mitad gruñido, mitad ronroneo, que salió de la garganta de
Etienne cuando deslizó sus manos a través de su pelo arañando con las uñas el cuero
cabelludo de él. Respondió con un ronroneo propio cuando sintió que las sensaciones
reverberaban a través de ella. La sensación era tan agradable, que lo repitió una y otra
vez, hasta que finalmente bajó las manos por su cuello para deslizar las uñas por sus
hombros hasta su trasero. Rachel no sabía que un acto tan simple pudiese ser tan
erótico, pero los propios músculos de su espalda y trasero ondularon con la misma
compenetración y deseo.
Las manos de Etienne recorrían también el cuerpo de ella, acariciando su
espalda, siguiendo la curva de sus caderas, ahuecando sus nalgas con las manos para
después apretarlas suavemente, antes de seguir su camino a lo largo de las piernas. La
combinación de sus caricias y el placer que sentía hizo temblar a Rachel. Etienne
también se había desnudado, dejando sus ropas sobre la arena de la playa, y ella podía
sentir su erección, dura y excitante, atrapada entre sus cuerpos. Rachel apretó las
piernas alrededor de sus caderas y se elevó. Comenzó a frotarse contra él,
deteniéndose y soltando un gruñido desde lo más profundo de su garganta cuando la
urgencia de él por el orgasmo inundó su mente.
Recordando todas las veces que habían hecho el amor, y la manera en que ella
siempre se desvanecía al terminar, Rachel deseaba desesperadamente interrumpir el
beso y sugerir que volviesen a la manta sobre la arena, pero parecía suponer demasiado
esfuerzo e interrumpir el beso parecía imposible. Era como si lo necesitase para
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respirar.
—Rachel —Su nombre sonó como un gruñido en su mente, ya que Etienne todavía
la besaba y no estaba hablando. Esto provocó que le llevara un momento comprender
que le estaba hablando mentalmente. Con sus excitadas mentes abiertas de par en par
no necesitaban hablar para poder comunicarse—. Te deseo.
Rachel suspiró e intentó responder mentalmente que ella también le deseaba,
pero no estaba segura de si recibía el mensaje. No tenía idea de si ya había logrado
esa capacidad. De todas formas no repitió el pensamiento en voz alta cuando él
interrumpió el beso y se propulsó de espaldas sobre el agua. Rachel estaba segura de
que la tomaría en brazos y la llevaría a la manta, pero él se detuvo cuando todavía
estaban en el agua, y tiró de ella hasta que quedó flotando de espaldas sobre la
superficie con las rodillas ligeramente flexionadas. Él la aferró por las piernas y la
sorprendió al separárselas de pronto de par en par.
Rachel casi se hundió en el agua por el asombro, por lo que abrió los brazos para
mantenerse a flote. Pero no tenía necesidad de ello; sus brazos golpearon la arena casi
al instante y comprendió que Etienne les había acercado a la orilla, lo suficiente para
que ella pudiese mantener la parte superior del cuerpo fuera del agua. Él se colocó
entre sus piernas e inclinó la cabeza para acariciar su cálida carne con la lengua.
Rachel saltó en el aire, sus pies golpeando y salpicando agua por todas partes
cuando él se dedicó a su cometido. Su mente pasó por una miríada de emociones:
sorpresa, vergüenza y un loco deseo de escapar del deleite que él le estaba
ofreciendo. Todo la atravesó en rápida sucesión, pero el placer ganó la batalla.
Gimiendo, colocó las plantas de los pies sobre sus hombros y se apoyó para hacer
girar sus caderas. Sus piernas se abrieron aún más facilitándole el acceso. Esto era…
Bueno, Rachel nunca había experimentado un placer tan intenso. Casi temió poder
morir debido a ello, pero ¡vaya forma de morir! pensó, mientras sentía las oleadas de
su primer orgasmo golpearla, extendiéndose hacia Etienne y retornando hacia ella con
aún mayor intensidad.
Una suave risita la devolvió a la conciencia, y observó a Etienne bajándole las
piernas de sus hombros para a continuación subir lentamente por su cuerpo. Se colocó
sobre ella, quien estaba acostada sobre la arena húmeda. Obviamente, la había movido
alejándola del agua, lo cual probablemente había sido una buena idea. Se habría
ahogado si no lo hubiese hecho, ya que se había desmayado de nuevo, y ni siquiera tenía
fuerzas para tener su cabeza derecha. Incluso era un esfuerzo mantener los ojos
abiertos, pero lo hizo, mirándole fijamente con ojos aturdidos.
—¿Cómo? ¿Cómo supiste…? ¿Cómo? —preguntó ella de forma incoherente.
Etienne dejó asomar una gran sonrisa a su rostro, apartando un húmedo mechón
de cabello de su cara.
—¿Recuerdas el jardín?
La mente de Rachel todavía estaba tan aturdida que tuvo que pensar durante
unos momentos antes de comprender por fin. Recordó con nitidez las sensaciones que
él había experimentado cuando ella le había lamido, besado y acariciado. Obviamente él
había experimentado lo mismo esta noche, permitiéndole acertar en los lugares
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y le comentó:
—No creo haberte visto comer jamás comida de verdad.
Él encogió los hombros de nuevo con una sonrisa.
—No lo hago muy a menudo. Sólo en ocasiones especiales. Pero creí que una
cesta de picnic llena de bolsas de sangre no tendría mucho sentido.
Rachel hizo una mueca mostrándose de acuerdo.
—No. Ni por asomo tan romántico.
Etienne rió ante su expresión y le sugirió:
—Bueno, quizá si la bebiésemos de la misma copa de champán…
Rachel arqueó las cejas y se miraron de forma cómplice el uno al otro. Etienne
negó con la cabeza y al mismo tiempo dijeron:
—Nah…
—Ah, bien. Supongo que intentar impresionarte con mi naturaleza romántica ha
quedado fuera de lugar —dijo él con cordialidad. Apartando la cesta y las fresas,
añadió—: Así que supongo que mis habilidades sexuales serán suficientes —Rachel
rompió en carcajadas.
Etienne se dejó caer sobre ella y cubrió su boca con la suya. Su risa pronto se
convirtió en gemidos de placer. Entonces Rachel cambió las tornas logrando ponerle de
espaldas. La única razón de que ella lograra esto fue porque le tomó por sorpresa. Poco
dispuesta a perder esa ventaja, se colocó rápidamente sobre él. Afianzando las manos
sobre su pecho, sonrió de forma pícara al ver su expresión de asombro.
—No tendrás ningún problema con que yo esté encima, ¿verdad?
La sorpresa de él cedió paso lentamente a la pasión y negando con la cabeza,
preguntó:
—¿Y ahora que estás ahí, que piensas hacer?
Rachel lo consideró y luego le sugirió:
—¿Montarte como a un pony salvaje?
Los ojos de Etienne se abrieron con incredulidad. Dando un aullido de alegría, la
tiró sobre su espalda y cogiéndola de las manos se las puso por encima de la cabeza,
sujetándole ambas con una de las suyas. Arqueando siniestramente una ceja le dijo:
—Debería haber traído mis esposas.
—¿Esposas? —gritó Rachel—. Eso suena pervertido.
—Hmm —murmuró Etienne bajando la cabeza para tomar un pezón entre sus
labios, y chuparlo con delicadeza. Levantando la cabeza, le informó—: Dentro de unos
cien años o así, cuando nos hayamos cansado del sexo convencional, apreciarás mi lado
pervertido.
Rachel sacudió la cabeza divertida. Suspiró cuando él bajó de nuevo la cabeza
sobre su seno, le observó lamer el pezón con la lengua y después mordisquearlo
suavemente. Se arqueaba, gemía y retorcía debido a lo que él hacía, cuando de pronto
sus palabras parecieron repetirse en su mente. «Dentro de unos cien años o así,
cuando nos hayamos cansado del sexo convencional, apreciarás mi lado pervertido.»
¿Realmente quería decir eso? ¿Realmente esperaba que ella estuviese en su vida
dentro de cien años? ¿Esto era algo más que una aventura? No llevaban juntos mucho
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tiempo, y ella sabía que era demasiado pronto para preguntarle por sus intenciones, si
es que realmente podía existir un momento adecuado para hacer una pregunta así, pero
ese pensamiento comenzó a acosarla. ¿Hacia dónde se dirigían? ¿Qué significaba ella
para él aparte de la mujer que le había salvado la vida y a la que él había salvado, la
mujer con la que se había acostado debido a los engaños de su primo?
—¿Qué estoy haciendo mal?
Rachel echó la cabeza hacia atrás y se encontró con la mirada de Etienne.
—¿Qué? —preguntó confusa.
—Tu mente está cerrada para mí —le explicó en voz baja—. Lo que significa que
no estás excitada. Algo estoy haciendo mal. ¿Qué es?
Una dulce sonrisa asomó a los labios de Rachel mientras negaba con la cabeza.
—Nada. Sólo estaba pensando.
Antes de que él pudiera preguntar cualquier cosa, ella alzó su cabeza y reclamó
sus labios. No tenía ningún deseo de que él supiese sobre lo que había estado pensando.
Si él tenía intenciones y promesas para su futuro juntos, no quería ponerlo en situación
de que se sintiera obligado a anunciarlos antes de estar realmente preparado. Y si no
tenía ninguna intención, no quería estropear el momento sabiéndolo. La vida no ofrecía
ninguna garantía, ni siquiera a los vampiros.
Retozaron e hicieron el amor sobre la arena de la playa hasta bien pasada la
medianoche y luego decidieron volver a casa para alimentarse. La casa de Etienne, se
corrigió Rachel mientras recogía la manta y la doblaba. Etienne aclaró la fuente de las
fresas y las dos copas de champán en la orilla del mar. Se habían comido cada fresa y
cada gota de chocolate, incluso habían utilizado algunas partes del cuerpo del otro
como platos. Después Etienne había sacado el champán y dos copas. Rachel había
sentido curiosidad por saber como le afectaría la bebida ahora que era un vampiro.
Nunca había sido muy buena bebedora; normalmente dos copas habían sido bastantes
para hacer que terminara la noche debajo de la mesa. Pero eso de hacer el amor en la
playa era una actividad que provocaba sed, y logró acabar con la mitad de la botella
que había llevado Etienne sin que le hiciese mucho efecto.
Etienne terminó de guardar todo en la cesta, la cogió por el asa y
enderezándose, extendió la mano.
—Déjame llevar eso.
Rachel le entregó la manta y le observó mientras la colocaba encima de la cesta
por debajo del asa. Ella cogió su mano cuando volvió a extenderla y comenzaron a
caminar hacia el aparcamiento.
El camino era estrecho y tenían que caminar uno detrás del otro. Ya que él
conocía el camino mejor, Rachel se quedó detrás, permitiéndole tomar la delantera.
Habían caminado un buen tramo cuando él se detuvo y girándose un poco, le susurró:
—Mira.
Rachel se colocó a su lado y miró detenidamente hacia donde él le señalaba,
conteniendo el aliento cuando lo vio. El aire estaba repleto de pequeñas luces
relucientes.
—¿Qué son?
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—Luciérnagas.
—¿Luciérnagas? —preguntó ella con incredulidad. Esas no se parecían en nada a
las que había visto con anterioridad. Eran mucho más brillantes, en realidad como
diminutas estrellas. No podía creer que esas luces brillantes fuesen pequeños insectos.
Etienne al parecer comprendió su incredulidad.
—Tu vista es distinta —le explicó—. Te parecerán un poco diferentes ahora a
como eran antes del cambio.
—Oh —susurró ella, su mirada todavía centrada en las diminutas luces. Rachel
estaba tan cautivada con el espectáculo que apenas notó cuando Etienne deslizó su
mano alrededor de la suya para estrecharla. Tiró un poco para inclinarla contra él, y se
quedaron simplemente en silencio por unos minutos cautivados por la visión. Al fin
Rachel suspiró y dijo:
—Es hermoso.
—Sí —asintió Etienne. Apretó su mano y le dio un suave beso en su frente.
Rachel le miró con expresión de sorpresa, pero él estaba observando otra vez a
las luciérnagas. Le miró fijamente en silencio, preguntándose qué había significado eso.
La había besado en medio de la pasión, incluso le había hecho el amor, pero este beso
había sido distinto. Había sido cariñoso, casi como una caricia amorosa. Era la primera
señal de que él pudiese sentir por ella algo más que deseo, y de pronto se encontró
acariciando la idea. Ella misma sentía una mezcla de sentimientos confusos y
desordenados, pero sabía que iban más allá del deseo. A Rachel le gustaba Etienne
Argeneau. También le respetaba y estaba aprendiendo a confiar en él. Comenzaba a
pensar que las cosas podían ponerse serias, al menos por su parte. Pero no estaba
segura de si los sentimientos de él iban por el mismo rumbo, y francamente, eso la
puso nerviosa.
—Deberíamos irnos —murmuró Etienne—. El sol pronto hará su aparición, y no
traje nada de sangre.
Rachel asintió y se enderezó, colocándose un paso tras él. Continuaron
caminando a lo largo del boscoso camino. Esta vez ella no se molestó en no intentar
mirar su trasero mientras caminaban. El hombre tenía un trasero digno de una
exposición.
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Capítulo 12
♥
Encargados de asignar los asientos de los asistentes a la ceremonia.
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muy segura de por qué; simplemente lo había intuido, y supuso que era otro instinto
que nadie se había molestado en mencionarle. No había duda de que resultaba una
habilidad útil. Después de todo, alimentarse de otros vampiros podía debilitar
bastante, como ya había comprobado.
Rachel había permanecido en silencio y había dicho que sí a todo mientras se
probaba un vestido caro tras otro y desfilaba bajo la inspección de Marguerite. La
madre de Etienne había insistido en pagar la cuenta de la excursión, diciendo que era
un placer. Además, estaba segura de que a Rachel no le apetecería asistir a algo tan
aburrido como una boda si no fuese necesario para que Etienne acudiese.
Rachel había intentado discutir el asunto de la factura hasta que Marguerite
señaló que no podía usar sus tarjetas, ya que eso conduciría a la policía hasta su
paradero, y aún no era capaz de controlar sus colmillos, así que que la encontrasen no
era una opción en ese momento. Prometiéndose a sí misma que devolvería el dinero a la
mujer una vez que su vida volviera a la normalidad, Rachel había consentido. Y ya que la
mujer iba a pagar por todo —aunque sólo fuera de modo temporal—, le parecía justo
que Marguerite tuviera la última palabra en lo que iba a llevar.
Por suerte, el vestido que la madre de Etienne escogió era el favorito de Rachel.
Confeccionado en encaje azul oscuro sobre un bajo-vestido largo de seda, mostraba
los hombros, con un corpiño ajustado y largas mangas ajustadas de encaje. Rachel se
veía preciosa con él, aunque la falda era un pelín larga. Compraron unos zapatos a
juego. Por suerte, el tacón era de la altura justa para que el vestido no le quedase tan
largo.
—Ya llegamos —La chica de las pelucas se detuvo y abrió una puerta, y la
mantuvo abierta para que pasaran Rachel y Marguerite. Rachel entró primero. Había
una mujer joven sentada ante una mesa llena de cosméticos, esperándolas. Se puso en
pie de un salto cuando entraron y se adelantó para saludarlas, indicándoles que
tomasen asiento. Tras asegurarse de que ninguna quería tomar nada, la chica preguntó
qué querían, y Marguerite le habló de la boda, el color del vestido, y demás. En unos
momentos la chica estaba trabajando sobre el rostro de Rachel, murmurando algo
acerca de la pureza y el saludable color de su cutis.
Rachel no dijo nada en respuesta a los elogios de la muchacha, distraída por la
imagen de su propio rostro. Ya había supuesto que no volvería a necesitar maquillarse,
pero aún no se había mirado detenidamente. Ahora, en el espejo ampliado que sostenía
la chica, Rachel se contemplaba boquiabierta. Su piel era tan lisa y suave como el culito
de un bebé. Siguió mirándose, maravillada, mientras la chica trabajaba sobre su
rostro, respondiendo de modo ausente y asintiendo a casi todo lo que proponía la
mujer.
Marguerite sugirió que le colocasen un lunar para disfrazarla mejor, y Rachel se
encontró de pronto con que lucía uno sobre el labio superior, a la izquierda. Aquella
pequeña adición, combinada con la destreza de Vicky y la peluca, resultaban un
verdadero cambio. Para cuando terminaron, incluso Rachel se encontraba exótica. No
podía dejar de mirarse cuando se trasladaron a otro cuarto lleno de espejos donde les
limaron y pintaron las uñas a Marguerite y a ella.
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ignoró y dijo:
—Tengo un asunto que resolver contigo, primo.
—Oh, oh —Thomas no pudo ni reprimir su sonrisa. Era evidente que no estaba
muy preocupado—. ¿Qué he hecho ahora?
—¿Dulce Éxtasis? —preguntó Etienne, frunciendo el ceño—. ¿Qué clase de
montaje fue ese?
—Bueno, estaba claro lo que ambos necesitabais —dijo su primo sin el menor
rastro de disculpa—. Y funcionó, ¿no?
Al ver que Etienne permanecía silencioso, Thomas se rió y le dio una palmada en
la espalda.
—De nada. Estoy seguro de que al final te las hubieras apañado sin las bebidas.
Sólo estás un poco oxidado, así que decidí darte un empujoncito.
—Bueno, ¿y si ella no hubiese querido...?
—Ni hablar, tío. Leí sus pensamientos. La nena estaba calentísima por ti —Movió
la cabeza—. Hasta yo, a pesar de ser el crápula que soy, estuve a punto de
ruborizarme con los pensamientos que tenía.
—¿En serio? —preguntó Etienne.
—Vaya que sí —sonrió abiertamente, y luego arqueó una ceja—. Pero, ¿a qué
viene la bronca ahora? No dijiste nada cuando llevé la sangre a tu casa. ¿Acaso ya hay
problemas en el paraíso?
—No —Etienne echó un vistazo hacia Rachel, sus ojos devorando su cuerpo
envuelto en el vestido azul, con calor y reconocimiento. Después se volvió hacia su
primo y añadió—: Hubiese discutido el asunto contigo el día que trajiste la sangre y
nos quedamos encerrados fuera, pero no me encontraba en forma.
—No, supongo que no —estuvo de acuerdo Thomas—. Estabas casi seco. En todos
los sentidos —Soltó una carcajada, y luego se alejó, dejando a Etienne con el ceño
fruncido.
—Deberías interrumpir.
Etienne se volvió y vio a su madre luciendo una leve sonrisa en los labios. Ignoró
el consejo por el momento y comentó:
—Pareces feliz.
—Lo estoy —convino ella—. Ya tengo uno de mis niños casado y sentando cabeza.
Por fin.
Etienne se rió por lo bajo ante el énfasis. Había oído a los humanos quejarse de
que sus hijos tardaban siglos en casarse y sentar la cabeza. No sabían lo que decían.
—Bueno, ¿vas a ir allí o no? —inquirió Marguerite—. Ella lo está deseando.
—¿Sí?
Marguerite se concentró por un momento, con los labios curvados en una sonrisa,
y luego asintió y dijo suavemente:
—Oh, sí, hijo. Rachel ha disfrutado la cena y lo está pasando bien, pero
preferiría estar en tus brazos. Preferiría bailar contigo. Bastien también lo sabe y su
ego está sufriendo por ello. Deberías ir y salvarle.
Etienne dejó que su mirada vagase hasta Rachel y asintió.
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—Gracias —Sin una palabra más, cruzó la pista de baile hasta la pareja, que se
movía lentamente.
—Hermano —Bastien saludó a Etienne solemnemente cuando llegó hasta ellos y
después soltó a Rachel, le dedicó una inclinación cortés, y abandonó la pista de baile.
—Hola —dijo Rachel con suavidad.
—Hola —Etienne abrió sus brazos en ademán de invitación y respiró aliviado
cuando ella se entregó a su abrazo. Allí era donde debía estar. Podía sentirlo. En
trescientos años ninguna otra mujer le había hecho sentir que era la adecuada. Había
acertado al transformar a Rachel. Estaba hecha para él.
—Estás absolutamente impresionante —le murmuró al oído—. Nunca he visto a
una mujer más hermosa en toda mi vida.
Él captó su rubor por el rabillo del ojo. Ella se apretó más contra él y dijo:
—Me resulta difícil de creer, Etienne. Habrás visto a muchas mujeres…
—Pero ninguna de ellas me ha parecido tan encantadora —le aseguró
solemnemente—. Ni siquiera como rubia.
Rachel dejó de bailar y le miró detenidamente a la cara como si dudase de él.
Sonriendo ligeramente, solamente dijo:
—Gracias —Luego sonrió abiertamente y añadió—: Tú tampoco estás mal.
—¿Eso crees? —preguntó Etienne.
—Oh, sí —le aseguró Rachel—. Eres muy guapo. Terriblemente sexy, en realidad.
Tienes ojos malvados, una sonrisa traviesa, y eres muy inteligente. Siempre he tenido
debilidad por los hombres inteligentes, Etienne.
—¿Sí? —Él sonrió abiertamente—. Te gustan los tipos inteligentes, ¿eh?
—Ajá —asintió ella con la cabeza, sonriendo divertida—. La inteligencia me
excita.
—¿Sí? —Etienne alzó las cejas y sonrió traviesamente—. Onomatopeya.
Rachel parpadeó.
—Endorfina.
La perplejidad de Rachel creció. ¿Qué estaba haciendo? Gracias a sus propios
conocimientos médicos, ella sabía que la endorfina era una sustancia similar a la
morfina que se producía en el cerebro y que se suponía que ayudaba a controlar la
respuesta al dolor. Pero no tenía ni idea de por qué él decía aquello. Antes de que
pudiese preguntar, él añadió:
—Oxímoron.
—Esto... ¿qué estás haciendo? —preguntó.
—Soltar palabras grandilocuentes para impresionarte con mi inteligencia —
Sonriendo, preguntó—. ¿Ya estás excitada?
Rachel se quedó tan sorprendida que se le escapó una carcajada, llamando la
atención de todos los que tenían alrededor.
Etienne sonrió y movió la cabeza a los otros bailarines, antes de volverse a ella.
Arrugó la nariz y fingió fruncir el ceño.
—No deberías reírte de un chico cuando intenta cortejarte.
—¿Es eso lo que haces? —preguntó.
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
—Sí. ¿Funciona?
Rachel rió por lo bajo y apoyó la cabeza contra su hombro.
— No estoy segura. Tal vez. ¿Por qué no pruebas con otro par de palabras
difíciles?
—Más, ¿eh? —Le apretó más fuerte entre sus brazos—. Hmmm… veamos.
Descomunal. Gurriato.
—¿Qué es eso? —Rachel levantó la cabeza para preguntar. Esa era la primera
palabra que no conocía.
—Un gorrión de seto.
—Ah.
—¿Sigo? —preguntó él.
—No, por favor.
Tanto Rachel como Etienne se enderezaron, sorprendidos ante la seca petición
de Lucern. El hombre moreno estaba junto a ellos en la pista de baile, con una
expresión dolorida en su solemne rostro.
—Me han enviado para informaros de que el tío Lucian quiere hablar un momento
con Rachel.
Consciente de la forma en que Etienne se tensó, Rachel le miró con curiosidad.
—¿Tienes un tío?
—Sí —Soltó el aliento, resignado—. Y además es un viejo canalla.
—Puede ser, pero también es el jefe del clan —comentó Lucern—. Y quiere
hablar con Rachel.
—Y lo que quiere, lo consigue —adivinó ella.
—Me temo que sí —dijo Etienne en tono de disculpa. Le pasó el brazo por los
hombros en ademán protector.
Rachel sonrió de modo tranquilizador.
—No pasará nada, Etienne. Se me da muy bien tratar con las personas.
—El tío Lucian no es una persona normal —dijo él con tono sombrío. Pero retiró
el brazo y la condujo por el codo a través de la pista de baile. Al instante, Lucern se
colocó a su otro lado.
Rachel sonrió ante aquella muestra de lealtad. Se sintió muy protegida mientras
la conducían ante el jefe de su clan. Aunque estaba segura de no necesitarles
realmente. Rachel no bromeaba al decir que se le daba bien tratar con la gente. Estaba
bastante convencida de poder manejar a aquel maldito canalla fácilmente... y siguió
pensándolo justo hasta que llegaron a una mesa donde había un hombre rubio y muy
apuesto sentado junto a la madre de Etienne.
Fue la expresión tensa y nerviosa de Marguerite lo que finalmente hizo que su
confianza se tambalease. Nunca le había visto aquella expresión, y no parecía augurar
nada bueno. Rachel cuadró los hombros y se obligó a sonreír con cortesía al hombre
que supuso que era el tío de Etienne.
Lucian Argeneau era un hombre muy atractivo. Era sin duda el hombre más guapo
presente en la boda. Con su cabello rubio casi blanco y sus rasgos cincelados, podría
personificar la imagen que cualquiera pudiese tener de un dios griego. Pero cuando
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MORDISCOS DE AMOR LYNSAY SANDS
contempló a Rachel, su expresión era tan fría como el ártico, sin rastro de ninguna de
las emociones humanas. Si aquel hombre había sentido alguna vez algo parecido al amor
o al cariño, aquellos sentimientos habían muerto o habían sido destruidos hacía siglos.
Los ojos que volvió hacia Rachel estaban tan vacíos como negras simas.
Ella respondió a su mirada y esperó algún saludo cortés, pero no hubo ninguno. Le
bastó un momento para entender por qué. Aquel hombre le estaba leyendo la mente.
Por decirlo de modo suave. En realidad, estaba revolviendo en su mente, escrutando
cada pensamiento y cada sentimiento tan despiadada y cruelmente que se quedó sin
aliento. Podía sentirle realmente allí, hurgando y moviéndose a través de sus
pensamientos. Y a él no le importaba hacerlo.
—Aún no le has dicho nada —Las primeras palabras de Lucian Argeneau fueron
para Etienne, aunque no apartó la mirada de Rachel.
—No —confesó Etienne con la misma frialdad.
—No quieres enfurecerla —prosiguió el hombre—. Has intentado seducirla para
atraerla a tu lado con la esperanza de que acceda a tus deseos.
Rachel dio un respingo, y su mirada se dirigió a Etienne con la rapidez del rayo,
para encontrar tan sólo su expresión cerrada. Sin embargo no negaba la acusación, y
Rachel sintió que todo el placer de la tarde se escapaba de ella como el aire de un
globo. ¿Es que todas las risas y la pasión no habían sido nada más que el medio para
lograr un objetivo?
—Ya eres una de nosotros.
Rachel volvió la vista a Lucian. Aquel comentario era para ella, y asintió
sombríamente con la cabeza.
—Sí, lo soy.
—Si quieres seguir siendo de los nuestros, harás lo mejor para el clan —la
informó.
—¿Ah, sí? —preguntó Rachel con malicia—. ¿Se trata de algo reversible,
entonces?
—La Muerte es la única liberación.
—¿Es una amenaza? —preguntó.
—Es una declaración de la realidad —dijo él simplemente—. Se te ha concedido
un don. Si lo entiendes así, actuarás en consecuencia.
—¿Y si no? —inquirió ella, con los ojos entornados.
—Y si no, se te consideraría una amenaza.
—¿A eliminar?
—Si fuese necesario —No había ni azoramiento ni disculpa en aquella
declaración. Era un simple hecho, comentado en el mismo tono que podría utilizar para
decir que el sol saldría por la mañana. Sus palabras resultaban mucho más aterradoras
precisamente por ello.
—Ya veo —dijo Rachel lentamente, y luego preguntó—: ¿Y qué se supone que
debo hacer?
Marguerite posó repentinamente una mano sobre el brazo de Lucian, y aunque
Rachel no podía oírlo, supo que una conversación silenciosa estaba teniendo lugar. Lo
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que la madre de Etienne decía debió ser muy convincente. Lucian Argeneau asintió una
vez y luego anunció:
—Etienne te lo dirá. Y, si sabes lo que te conviene, le escucharás.
—¡Aquí estás!
Rachel se sobresaltó cuando sonó aquella alegre exclamación, interrumpiéndoles.
Fue seguida de la llegada de una esbelta rubia que apareció junto a Lucian Argeneau y
comenzó a acariciarle el hombro como si él fuese un gato. Rachel no pudo evitar notar
que, sin embargo, era la mujer la que ronroneaba.
—Lissianna —dijo la rubia—, deberías habernos dicho lo apuestos que son los
hombres de tu familia. Tus hermanos son muy atractivos, y tu primo es absolutamente
guapísimo.
Rachel se sorprendió al oírla referirse a Lucian Argeneau como primo, hasta que
recordó que todos los familiares de más edad habían sido relegados a parentescos
similares para ocultar sus edades a la familia de Greg. Habría habido demasiadas
preguntas si Marguerite hubiese sido presentada como la madre y Lucien como el tío.
En lo que se refería a los Hewitt, los Argeneau sólo estaban compuestos por la
generación más joven, como si ninguno de los parientes mayores siguiese vivo.
A Rachel no le sorprendió demasiado que varias de las mujeres solteras de la
familia de Greg suspiraran por los Argeneau de un modo casi penoso de contemplar.
—Crecí rodeada por ellos, Deeanna. Apenas me fijo en su aspecto. Sólo reparo
en ellos cuando se comportan como unos bastardos desalmados.
Rachel miró sobre su hombro y vio que Lissianna y su recién estrenado esposo
junto a Bastien, se habían unido al grupo y se encontraban de pie a su espalda. No les
había oído acercarse. El rostro de la novia estaba embargado de una cólera fría.
Lissianna no estaba muy contenta con su tío, y no tenía el menor problema en darlo a
entender.
—Vamos —murmuró Etienne, aprovechando la distracción. Tiró de Rachel y se la
llevó de allí.
Ella le siguió en silencio, dándole vueltas a la cabeza. Etienne la estaba
cortejando para conseguir que hiciera algo. Aquel pensamiento siguió fluyendo por su
mente mientras él la acompañaba fuera de la sala. Si había algo que Rachel detestase
en este mundo, era que la utilizasen.
Entró en el coche cuando Etienne abrió la puerta. Se puso el cinturón de
seguridad mientras él rodeaba el vehículo para entrar, y permaneció sentada en un
silencio absoluto mientras él arrancaba el motor y empezaba a conducir.
Se dirigían a su casa, por supuesto, para discutir aquello que él quería que
hiciese. Rachel lo sabía. también sabía que la conversación que iban a tener al llegar a
la casa iba a ser desagradable, sin duda terriblemente dolorosa. Aunque no sentía
ningún deseo de ello, Lucian Argeneau se había asegurado de que no habría modo de
evitarla. Estando así las cosas, Rachel sólo podía esperar que al menos su orgullo
siguiese intacto al final de aquella conversación. Dudaba mucho que su corazón
sobreviviese.
Etienne estuvo maldiciendo en silencio a su tío durante todo el camino. Aquel
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Capítulo 13
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—No vas a ir a ninguna parte. Tenemos que resolver esto. También tenemos que
hablar de Pudge.
—¡Ajá! —Se volvió hacia él con fría satisfacción—. Sabía que todo esto tenía que
ver con eso. ¡Pudge! Quieres que mienta y diga que él me secuestró.
—Es la mejor manera de tratar este asunto —dijo él con seriedad.
Rachel resopló con mofa.
—Querrás decir que es lo más conveniente para tu gente. Pero no me raptó. En
realidad ni siquiera intentó matarme. Sólo me metí en medio.
—Es peligroso, Rachel.
—Oh, por favor. Tu tío acaba de amenazarme con eliminarme. Acabaría con
Pudge en un latido.
—Sí, lo haría —asintió Etienne—. Pero mi familia prefiere utilizar la muerte
como última instancia. Y en este caso no es necesario, con una simple mentira dejaría a
Pudge vivo pero encerrado ya que es una amenaza. ¿O preferirías verlo muerto?
Él sintió un poco de satisfacción ante la culpa que cruzó por su rostro. Se había
anotado un punto. ¡Bravo por él!
—No puedo mentir, Etienne. Lo digo en serio. Soy una malísima mentirosa. Hago
muecas y me sale una risilla tonta y nerviosa.
—Al menos podrías intentarlo. Sostienes la vida de ese hombre en tus manos.
Puedes mentir y verlo vivo, o puedes negarte y provocar su aniquilación.
Rachel le miró atónita.
—¿Ahora soy responsable de su vida? ¿Como si fuese culpa mía? Lo próximo será
culparme por iniciar el Apocalipsis.
—Bueno, si vives lo bastante, seguro que podrías ser la causa de ello —sentenció
él.
—¡Oh! —Ella se volvió para echar de golpe un poco más ropa en su bolso—. Eres
tan encantador. Es asombroso que no fueses capaz de seducirme para que hiciese lo
que querías.
—Nunca te he pedido que hagas lo que yo quiero —Etienne pasó una mano por su
pelo con frustración—. Y sabes exactamente por qué. No quería arruinar lo que pasaba
entre nosotros.
Eso llamó su atención, y Rachel dejó de hacer las maletas. Se giró para mirarle
fijamente.
—¿Qué?
—Me gustas, Rachel. Y te deseo. Constantemente —agrego él secamente—. No
me acosté contigo para conseguir que hicieses lo que yo quiero con respecto a Pudge.
De hecho, nuestra… relación fue la razón de no presionarte con el asunto de Pudge. Mi
familia continuaba incitándome. Bastien incluso lo hizo delante de ti el día que
quedamos encerrados en el jardín, pero no pude. No quise. Seguí aplazándolo.
Lamentablemente, lo aplacé tanto tiempo que el tío Lucian ha tomado cartas en el
asunto, y ahora sí es una cuestión muy seria.
Rachel se movió sobre sus pies, con la mente dando vueltas. Recordaba con
claridad la pregunta de Bastien a Etienne sobre si ya había hablado con ella de… Nunca
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Haciendo una mueca ante la idea de cómo sería, Rachel salió de la cama y
comenzó a coger su ropa. Daría un paseo por el jardín o algo por el estilo. Eso
significaría que tendría que consumir más sangre, pero podría hacerlo fácilmente
ahora que podía usar una pajita.
Preferiría irse a casa. Era donde más segura se sentía en el mundo, donde
siempre podía pensar con tranquilidad. También le habría gustado llamar a su familia,
al menos para que no continuasen preocupados por ella, pero todavía no estaba
dispuesta a arriesgar a nadie. No antes de que todo esto se hubiese resuelto.
Rachel se las arregló para coger su ropa e ir al cuarto de baño sin despertar a
Etienne. Una vez que la puerta estuvo cerrada, se relajó un poco y se vistió con
rapidez. Pasó un cepillo por el pelo, se lavó la cara, y clavó los ojos en el reflejo del
espejo.
—Pudge me secuestró —dijo ella probando. Sus labios se torcieron al instante en
una mezcla de mueca y sonrisa burlona. Una risita tonta salió de su garganta.
Los hombros de Rachel cayeron. Siempre había sido una mala mentirosa. Era algo
molesto a veces, pero hacía la vida más sencilla. Si nunca mientes, nunca te pillan. La
honestidad era la mejor política. Aquellas eran frases que se había repetido en su
cabeza desde niña. Rachel siempre había creído en ellas. Pero ahora, enfrentada al
problema de Pudge, no podía menos de pensar que en este caso una mentira sería lo
mejor para todos. Y eso tambien incluía a Pudge.
Volviendo la espalda al espejo, Rachel caminó hacia la puerta y la abrió despacio.
Su mirada se desvió hacia la cama. Etienne permanecía en la misma posición que cuando
ella se había marchado. Sonriendo ante lo adorable que se le veía allí con el pelo
revuelto, el pecho desnudo, y las sábanas enredadas alrededor de su cintura, apagó la
luz y salió de la habitacion, caminando de puntillas por el pasillo.
Se sentía como un ladrón saliendo a hurtadillas de la habitacion, casi
deslizándose, pero continuó de puntillas mientras descendía las escaleras. Acababa de
alcanzar la puerta de la cocina cuando escuchó un suave sonido de chasquido contra
madera. Se detuvo en la entrada de cocina, examinando cuidadosamente el cuarto.
Enseguida notó un movimiento en la ventana y entonces se congeló como un ciervo ante
unos faros. Habían abierto la ventana y alguien comenzaba a trepar por ella. Ya había
entrado una pierna y estaba empezando a meter el resto del cuerpo.
Sintió un calor abrasador subiéndole por la nuca, la adrenalina bombeando en su
interior, e hizo lo que se le ocurrió por instinto… esconderse en el primer lugar a
menos que se le ocurrió, el armario del pasillo. Aliviada cerró la puerta antes entender
lo que estaba haciendo. No fue hasta que se sintió relativamente segura en su
escondrijo cuando su cerebro empezó a funcionar, y se percató de que ella, Rachel
Garrett, una extraordinaria vampira ahora se estaba escondiendo de un vulgar ladrón.
Rachel sintió el miedo saliendo de ella como el agua de un vaso. ¿Qué diablos
estaba haciendo? Era una vampira. Podía manejar a ese cretino. Joder, le daría un
susto que nunca olvidaría. Le enseñaría una lección que tampoco olvidaría, pensó con
diversión. Empezó a abrir la puerta lentamente pero sólo la había entreabierto unas
pulgadas cuando el ladrón se enderezó y pudo verle la cara. Rachel se detuvo cuando el
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Para Rachel era asombroso que su amante pudiese estar allí sentado con una
profunda herida en el pecho y aún así parecer tan amenazador. Miró a Pudge para ver
si él estaba igualmente impresionado, y se sintió aliviada al notar como el sudor se
formaba sobre su frente. Aunque no podía estar segura de si eso resultaría ser algo
bueno o malo.
—Arriba.
Rachel se puso en pie con dificultad, muy consciente del largo cuchillo que
presionaba su garganta. Pensó en intentar algún elaborado juego de pies para intentar
liberarse, pero su tentativa y fracaso para salvar a Etienne habían debilitado bastante
su confianza. Temía convertirlo en un caos como había hecho antes.
Una vez que ambos estuvieron de pie, Pudge se colocó tras ella, utilizándola
como el escudo que había mencionado Etienne.
—Quédate ahí —le ordenó Pudge.
Su voz al emitir la orden comenzó firme, pero acabó con una nota que revelaba
su miedo. Y no es que Rachel necesitase escucharla. En realidad podía oler como el
miedo se desprendía de él. No sabía como reconocía el olor pero supuso que era una
nueva habilidad. La mayoría de los depredadores lo poseían, los perros podían sentir el
miedo, así como los gatos. Supuso que los nanos aumentaban las habilidades más útiles
para sus portadores, y para un depredador era bastante ventajoso poseer este.
—Déjala ir —ordenó Etienne.
—No te muevas —Pudge comenzó a moverse lentamente, arrastrando a Rachel
con él.
—No vas a llevarla contigo.
—Permanece ahí, o le cortaré la cabeza —advirtió Pudge.
—No le hagas daño. Fue culpa tuya que tuviese que transformarla. Habría
muerto por la herida del hacha que le provocaste si no la hubiese convertido.
Eso hizo que Pudge se detuviese. Rachel contuvo el aliento cuando él la miró.
—Eres la doctora del hospital —él pareció sorprendido. Ella supuso que en aquel
momento había parecido bastante menos sana, ya que estaba recuperándose de la
gripe. Estaba segura de que habría estado pálida y ojerosa. Notó que la culpa cruzaba
el rostro de él y sintió un instante de esperanza. Él continuó—: Realmente siento
haberle clavado el hacha, pero no debió interponerse. Intenté decirle lo que él era.
—Suéltala —repitió Etienne.
Rachel sintió morir la esperanza cuando Pudge se tensó. Su expresión se volvió
sombría mientras presionaba el cuchillo en su garganta con más fuerza. Al parecer su
sentimiento de culpa era escasa.
—No le haré daño si te quedas donde estás —Él pareció haber recuperado un
poco el control. Rachel no pudo decidir si eso significaba que su confianza había
aumentado o si las repetidas advertencias de Etienne le habían hecho sentirse más
seguro del hecho de que tenía ventaja.
—Si le haces daño, te cazaré y te mataré con mis propias manos.
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Los ojos de Rachel volaron hacia Etienne. Parecía capaz de hacerlo. La fachada
de despreocupación había desaparecido, así como el simpático adicto al ordenador.
Cada pulgada de Etienne parecía la de un peligroso depredador.
Los tres permanecieron en silencio durante varios minutos mientras aguardaban
a lo que Pudge decidiría hacer a continuación. Rachel no tenía ni una pista de lo que
podría hacer. No podía dejarla ir, lo cual le limitaba. Su mirada se deslizó hacia
Etienne. La hemorragia se había detenido, pero estaba apareciendo un poco de gris
alrededor de los labios. Supuso que la mayor parte de la sangre que quedaba en su
interior estaba siendo utilizada para reparar la herida. Por lo que ellos le habían
contado cuando esto ocurría, él debía estar sufriendo una horrible necesidad de una
transfusión. Su cuerpo estaría acalambrado por esa necesidad, y estaría
terriblemente débil y vulnerable.
La única ventaja era que Pudge no era consciente de eso.
—Sería mejor que decidas lo que vas a hacer cuanto antes. Su cuerpo casi ha
terminado de repararse y quien sabe cuanta fuerza tendrá entonces —Rachel lanzó el
pequeño farol sin demasiada confianza, pero si Pudge veía las típicas películas, en la
televisión o en el cine, probablemente se lo creería. Al menos así lo esperaba. A juzgar
por la forma en que las manos de Pudge se apretaron sobre ella, adivinó que había
acertado.
Rachel no podía verle la cara, pero notó el aturdimiento que Pudge sentía. Él
preguntó con desconfianza:
—¿Debo creer que intentas ayudarme?
Rachel se obligó a relajarse y encogió los hombros con indiferencia intentando
no decapitarse.
—Cree lo que quieras. Yo salía a hurtadillas cuando entraste por la fuerza —dijo
ella sin mentir. Iba a salir a dar un paseo, pero no se molestó en mencionar eso. Cuando
sintió la aguda mirada traicionada de Etienne, casi sintió no hacerlo. Rachel lamentó
disgustarle, pero se obligó a continuar—. Me han obligado a quedarme aquí desde
aquella noche en el depósito de cadáveres. Quería que mi familia y amigos supiesen que
estoy bien, pero llamarles fuera de toda cuestión.
Lo cual era cierto, se aseguró a sí misma cuando notó que le subía la risilla
nerviosa por la garganta. La habían obligado a quedarse, al menos hasta que hubiese
aprendido a controlar sus dientes y todo eso, y llamar a cualquier persona hubiese sido
inadmisible. No tenía por qué especificar que había sido ella misma la que había tomado
esa decisión.
—Así que me porté bien y esperé hasta que Etienne estuviese dormido, ya
estaba en la cocina cuando te oí entrar —aseguró ella—. Has arruinado mi plan.
Etienne parecía trastornado, pero Rachel le ignoró. Esperó mientras Pudge
asimilaba sus palabras.
—Si eso es verdad, ¿por qué no te limitaste a irte? —preguntó Pudge con
incredulidad—. ¿Por qué te quedaste y le salvaste?
Rachel se encogió de hombros.
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Por otra parte, pensó Rachel de pronto, su cólera podría deberse a otra razón.
¿Y si no había hecho una copia de seguridad de su trabajo con la posibilidad de perder
todo el material que tenía hecho? Podría perderlo todo por culpa de la sugerencia que
ella acababa de hacer. Pero su principal preocupación había sido dejarle vivo y a salvo
en algún lugar donde tuviese sangre a mano.
Jesús, si él no había sido lo bastante cauto para grabar su último juego, Etienne
podría realmente desearle la muerte. Pero mejor vivo y furioso que muerto con un
juego intacto.
Pudge se movió, pasando el cuchillo de su garganta de una mano a la otra. Ella no
estuvo segura de por qué lo había hecho hasta que él balanceó el rifle de su hombro
para señalar con él a Etienne.
—Sé que esto no puede detenerte, pero apuesto a que te dolería —dijo—. Y sé
que te haría más lento. Así que haz lo que te diga y no tendré que pegarte un tiro.
Venga, vamos a tu oficina.
Etienne sintió una mezcla de alivio y horror. Había sangre en la nevera del
despacho. Podría reponerse y recuperarse rápidamente con ella, una vez que le
encerrasen en el cuarto. Después podría escapar y cazar a Pudge. Su pánico se debía a
que mientras este plan le salvaba a él, dejaba a Rachel en peligro. No tenía ninguna
idea de lo que el hombre haría con ella una vez que tuviese la oportunidad, pero supuso
que sería algo desagradable. Rachel era diez veces más fuerte de lo que solía ser, pero
no era invulnerable. Etienne temía que intentase algo arriesgado por su cuenta después
de que a él quedase encerrado a salvo.
—¡Muévete! —gritó Pudge, añadiendo un toque de énfasis al dispararle.
Etienne gruñó y saltó hacia atrás desde donde estaba sentado. La bala le había
perforado el músculo y el hueso. Vio a Rachel comenzar a luchar, sólo para detenerse
bruscamente casi al momento. Entendió por qué cuando notó la línea de sangre bajando
por su garganta. El bastardo la había cortado, no lo bastante profundo como para que
fuese una herida seria, pero igualmente la habia cortado.
Etienne sintió que la rabia le atravesaba, lo suficiente para ayudarle a ponerse
de pie. Deseaba volar a través de la habitación hacia el hombre, pero podría ser inútil
una vez que le alcanzase debido al estado en el que se encontraba. Además cabía la
posibilidad de que a Pudge le entrase el pánico y cortase la cabeza de Rachel,
eliminando así una amenaza. Etienne no podía permitirlo.
Rachel apretó los dientes y dijo:
—Te dije que no te dejaría matarle. Si le vuelves a pegar un tiro, me arriesgaré
a perder la cabeza para matarte.
—Cállate —siseó Pudge, aunque un poco de su confianza le abandonó. Hizo un
gesto a Etienne con su rifle, apoyándose en la puerta a la vez que arrastraba a Rachel
con él—. Fuera.
Etienne se movió diligentemente hacia la puerta, intentando no parecer tan débil
como se sentía. Sufría una severa necesidad de sangre en ese momento, gracias a la
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nueva herida. Sus procesos mentales se habían vuelto agotadores y borrosos debido a
que su cuerpo estaba perdiendo cada vez más sangre. Poner un pie delante del otro le
costó toda su concentración mientras encabezaba el descenso hacia el sótano. Etienne
intentaba pensar en una salida a la crítica situación al mismo tiempo que se movía, pero
no se le ocurría nada, al menos nada que dejase a Rachel fuera de peligro.
—¡Wow! —Pudge estaba evidentemente impresionado por la zona de trabajo de
Etienne. Etienne se detuvo en el centro del cuarto y se giró para observar como se
iluminaban los ojos del hombre al pasearse sobre su equipo de trabajo.
—Tío, si yo tuviese un equipo como éste, también sería el rey de los videojuegos
—dijo con resentimiento. Entonces su mirada cayó sobre el ataúd que estaba junto a la
puerta y algo más se añadió a su expresión. A Etienne le costó varios minutos
comprender que era envidia.
—Métete dentro —le ordenó.
Etienne vaciló, pero hizo lo que le ordenaban cuando el hombre levantó el rifle.
Rachel se tensó con un gruñido de advertencia. Pudge bajó el arma inmediatamente y
controló a Rachel causando otra línea roja de sangre donde la anterior acababa de
curarse.
—Ya voy —espetó Etienne, jurándose a sí mismo que pronto haría que ese
hombre pagase todas aquellas heridas.
—Cierra la tapa —ordenó Pudge una vez que estuvo sentado dentro.
Etienne obedeció, reclinándose en el ataúd y tirando de la tapa de mala gana
hasta cerrarla. Entonces se sobresaltó ante la repentina explosión de disparos. Al
principio pensó que el muy idiota le estaba disparando a través del ataúd, pero cuando
no hubo madera astillada ni sintió la aguda quemazón de las balas, supuso que el
hombre estaba disparando por la habitación. El sonido de los monitores y los
ordenadores al explotar se lo confirmó, y Etienne hizo una mueca ante el olor a
circuitos quemados y plásticos fundiéndose.
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Capítulo 14
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de luz solar, pero temía poder necesitar ese conocimiento más tarde.
—Vamos a movernos rápido —Él la empujó hacia delante, supuestamente en
dirección a la puerta—. No quiero que estalles en llamas, así que intenta mantener el
ritmo.
—¿Crees que podrías quitarme el cuchillo de encima? —preguntó ella, pero la
pregunta fue ahogada por el chasquido y chirriar de la puerta. Entonces Pudge la
empujó hacia adelante. Consciente de que cualquier error podría costarle la vida,
Rachel inició la marcha arrastrando los pies aunque moviéndose tan rápido como podía.
Tropezó a pesar de sus esfuerzos y gruñó cuando el cuchillo se deslizó por su
garganta. Antes de que él lo apartase, le provocó un corte más profundo que los
anteriores. Ella escuchó lo que pudo ser una disculpa, amortiguada tanto por el paño
que llevaba sobre la cabeza como por el zumbido en sus oídos. Entonces él la obligó a
detenerse.
—Entra.
El cuchillo se apartó de su cuello y Rachel sintió que la empujaban hacia delante
y hacia abajo. Algo presionó sus espinillas y cayó hacia delante. Agradecida porque el
cuchillo ya no la amenazaba, Rachel comenzó a quitarse el paño de la cabeza. Recibió un
golpe por sus esfuerzos.
—No. La luz del sol —la advirtió Pudge. Entonces Rachel sintió algo en su muñeca
y escuchó un chasquido. Tiró, frunciendo el ceño al notar que estaba sujeta, luego
maldijo cuando le esposó la otra muñeca.
—Son de acero galvanizado —anunció Pudge—. Cuatro pulgadas de grosor.
Probablemente podrías romperlas, pero no sin armar jaleo. Si lo intentas, te pegaré un
tiro desde mi asiento. Y no con un arma de fuego… con un lanza-estacas que te
atraviese el corazón.
—¿Un lanza-estacas? —musitó Rachel. Escuchó como se cerraba la puerta, y
después silencio. Se estaba preguntando si sería seguro apartar el paño y arriesgarse
a echar una mirada a su alrededor cuando oyó como se abría otra puerta. Se
encontraba a su derecha, hacia el frente de lo que debía ser una furgoneta, dedujo. El
suelo bajo ella se meció un poco cuando Pudge entró en el vehículo.
Rachel se obligó a tranquilizarse y se maldijo por no haber escuchado con más
atención lo que Etienne había intentado explicarle. No tenía ni idea de cuáles eran sus
habilidades como vampiro, excepto que era más fuerte y más rápida que un humano
normal y podría sufrir más daño sin llegar a morir. Por lo que ella había entendido,
excepto el fuego y que le cortasen la cabeza nada más podría matarla. Aunque ser
atravesada por una estaca podría pararle el corazón y forzar a los nanos a una
condición de estasis hasta que le quitasen la estaca.
Era genial saberlo, desde luego, pero Rachel no tenía ninguna pista de lo fuerte
que era exactamente, o cuan rápida. No sabía si podría romper sus ataduras, y aunque
pudiese, si ahora era lo bastante veloz para conseguir escapar de la furgoneta antes
de que Pudge pudiese coger su lanza-estacas o lo que fuese para dispararle. La idea de
intentarlo era tentadora, pero la idea de que le disparase —dejando aparte el hecho
de que probablemente fallaría el tiro a su corazón— la desalentaba. Rachel odiaba el
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dolor. Si ya pensaba que una bala era malo, ¿cómo sería con una estaca? Era una gallina
en lo que concernía al dolor, en realidad una gran llorona. Decidió no correr el riesgo.
El trayecto fue corto. Rachel pasó el tiempo intentando discurrir un plan de
fuga. Ella no tenía ninguna idea de por qué Pudge la había llevado con él. Al principio
necesitaba un escudo, o eso creía, pero una vez que encerró a Etienne, ya no lo
necesitaba. En realidad le sorprendía bastante que él no hubiese aprovechado
entonces la oportunidad para clavarle una estaca.
Rachel supuso que la culpa podría ser la razón de que no lo hubiese hecho
todavía, después de todo fue su ataque el motivo de que la hubiesen convertido. Pero
eso la dejó preguntándose que tenía pensado hacer con ella si clavarle una estaca no
era el plan. Nada bueno acudía a su mente. La fuga seguía siendo su mejor opción.
Solamente debía maquinar cómo.
Presumiblemente él la llevaría a algún lugar, aparcaría y después vendría de
nuevo a por ella con el cuchillo. Esa vez temía que tendría que correr el riesgo de que
la cortase.
No lo buscaba, pero podría sufrir aún más si no lo hacía.
El sonido de la furgoneta se detuvo. Era hora de escapar. Sintió como su cuerpo
se tensaba cuando la furgoneta se balanceó. Notó como Pudge se apeaba y luego el
sonido de la puerta al cerrarse. Rachel dio un tirón de prueba a sus esposas,
sorprendiéndose cuando el crujido del metal al estirarse alcanzó sus oídos. Estaba a
punto de dar un tirón más fuerte cuando se abrieron las puertas traseras.
Maldiciendo su propia timidez, se detuvo y aguardó, sobresaltándose cuando de
pronto retiraron el paño de su cabeza.
—En este garaje no hay ninguna ventana. Estás a salvo del sol —anunció Pudge.
Como si hubiese comprado este garaje y la casa, y la hubiese acondicionado
expresamente para su seguridad.
Rachel apenas estaba impresionada. Su mirada se clavó en el arma que él
sostenía entre sus manos. Su pistola lanza-estacas parecía ser una ballesta con una
estaca de madera en lugar de una flecha. No es que eso importase. Según Etienne, una
flecha, una estaca o algo parecido, clavado en su corazón y dejado allí demasiado
tiempo, podría matarla. Mucho peligro para intentar la fuga. Al menos por ahora.
—Vamos —Pudge se apartó, manteniendo el arma cuidadosamente apuntada a su
corazón. Gesticuló con su mano libre para que saliese de la furgoneta.
Rachel levantó las cejas ante la orden y se limitó a agitar las cortas cadenas que
la sujetaban a la pared de la furgoneta.
—Oh —Pudge dudó un momento y después pareció decidir que no quería
acercarse demasiado y correr el riesgo de que le venciese, así que simplemente le
arrojó las llaves.
Rachel se las arregló para atraparlas entre un brazo y su seno, después las
recogió y comenzó a abrir las cerraduras. Echó un primer vistazo en condiciones a las
esposas y la vista fue desalentadora. Él no bromeaba cuando dijo que tenían cuatro
pulgadas de grosor, aunque no eran tan pesadas como deberían. Rachel supuso que eso
se debía a su fuerza aumentada. Tenía que haberse arriesgado a romperlas y habría
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sido libre, se dijo a sí misma mientras soltaba una muñeca y después la otra.
—Ok, vamos —repitió Pudge. Recordando la forma en que le había disparado a
Etienne cuando éste no se había movido lo bastante rápido, Rachel se arrastró al
borde de la furgoneta y saltó fuera quedando de pie sobre el suelo de cemento del
garaje. Ofreció las llaves a Pudge, pero él negó con la cabeza.
—Las necesitarás para abrir la puerta —dijo él señalando hacia la izquierda.
Rachel se giró para mirar en la dirección que él señalaba, descubriendo la puerta
de la casa. Era un garaje para un solo coche, y la furgoneta dejaba apenas un espacio
de metro y medio por donde moverse. Rachel avanzó a lo largo del costado de la
furgoneta, deteniéndose cuando descubrió la corona de ajos con una cruz en el centro
que colgaba sobre la puerta.
—Lo siento. Retrocede un poco —Pudge se movió rápidamente para quitar toda la
parafernalia.
Ella no le dijo que eso era inútil. En lugar de eso, pensó en lo paranoico que debía
estar el tipo para colocar semejantes cosas sobre su puerta.
—Ok —Acarreando la cruz y el ajo con él, se apartó del paso y señaló hacia
delante, diciéndole—: Es la llave ancha de plata.
Rachel buscó hasta que encontró la única llave de plata, dio un paso hasta la
puerta y la insertó en la cerradura. Cuando la cerradura se abrió, se giró arqueando
una ceja interrogativa hacia su captor.
—Continúa —ordenó Pudge, gesticulando con su ballesta. Rachel abrió la puerta,
dio un paso entrando en la cocina, y se quedó de piedra. Nunca había visto una pocilga
semejante. La encimera y el fregadero estaban abarrotados con platos asquerosos, y
no había una pulgada del horno, frigorífico, encimera, alacenas o suelo que no estuviese
cubierto por rastros de comida derramada o simple suciedad. Por encima de todo ello
había una capa de grasa que hablaba de toda la comida que se había freído allí.
—Muévete —Un fuerte empujón en la espalda de Rachel hizo que diese un rápido
paso adelante, luego continuó a través de la cocina evitando tocar algo. Ya era
bastante malo que tuviese que pisar el suelo; sus zapatillas se pegaban al linóleo con
cada paso. Era asqueroso. Y el comedor era igual de malo, según pudo ver cuando pasó
a través del arco.
—Siéntate.
—Preferiría no hacerlo —Rachel miró la mesa con su pila de platos sucios.
Desafortunadamente no solamente era comida lo que había en ellos. Varios bichos se
arrastraban por encima, dándose un banquete con una pizza que debía tener al menos
un mes y otros restos. En cuanto a las sillas al menos no tenían platos encima, pero a
cambio estaban cubiertas por viejos periódicos, folletos publicitarios y otras
propagandas.
—Sabes, Pudge, una señora de la limpieza no estaría mal.
—¡Siéntate! —Al parecer se sentía bastante confiado ahora que se encontraban
allí dentro. Se acercó lo suficiente a ella como para aferrarla del hombro y empujarla
hasta la silla más cercana. Rachel hizo una mueca cuando el borde de un folleto
arrugado la pinchó en el trasero, pero no dijo nada mientras él se movía alrededor de
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Aferró otra bolsa de sangre de la nevera, notando que ésta comenzaba a estar
templada. Al parecer Pudge se las había arreglado para darle también a la nevera. De
todos modos eso no era realmente algo preocupante. Ya había obtenido suficiente
sangre y no le importaba que estuviese un poco caliente.
Se dispuso a trabajar en su equipo.
—No voy a morder a Muffin —Rachel miró airadamente a Pudge cuando éste la
tentó con el pequeño terrier. Ni siquiera podía creer que lo hubiese sugerido. El tío era
un psicópata.
Aprovechando el diplomático silencio anterior de ella como estímulo, Pudge le
había explicado que en realidad él deseaba ser un vampiro. Creía que sería genial vivir
para siempre y recorrer las noches con hermosas vampiras entre sus brazos. Parecía
verse a sí mismo como la estrella de su propia película de vampiros de serie B. Su
propio yo flaco, grasiento y cretino convertido en el atractivo chico malo de la noche.
Como si ser convertido pudiese cambiar de algún modo su imagen y también su
personalidad.
Cuando Rachel emitió un murmullo esperando que lo interpretase como acicate
en lugar de la burla que en realidad era, él se había animado bastante, explicando lo
mucho que había fantaseado al respecto desde que se dio cuenta de que Etienne era un
vampiro. Uno de sus planes era matar a Etienne, acudir al funeral, elegir a alguna
vampira —«ya sabes, seguramente muchas irían al funeral»— y entonces atrapar a la
que más le gustase y traerla a esta casa. Allí ella le chuparía y le convertiría
mordiéndole su…
Rachel le interrumpió en ese punto para informarle de que si esperaba o
intentaba obligarla a morderle allí, tendría que pensárselo mejor. Él había inclinado la
cabeza y había dicho:
—Pero tengo la estaca. Tengo el poder. Tienes que hacer lo que te diga.
Rachel había entrecerrado los ojos observando a la pequeña cucaracha y con
calma le había contestado:
—Sí. Tienes la estaca y por lo tanto el poder… por ahora. Pero si intentas
obligarme a morderte ahí, te lo arrancaré del mordisco. Como si fuese un chicle
sangriento —Le dedicó una malévola sonrisa, esperando que su rostro no reflejase su
repugnancia.
A juzgar por la forma en que Pudge había palidecido y cruzado las piernas,
Rachel dedujo que su advertencia había tenido el poder disuasorio apropiado. Desde
luego dejó de insistir para que le mordiese, pero también la había obligado a
levantarse y le había ordenado que encabezase el camino al sótano.
En ese momento, Rachel había temido que pudiese haber ido demasiado lejos y
perder su utilidad para él, firmando así su propia sentencia de muerte. Sin embargo,
no la había matado. Se limitó a encadenarla a las paredes del sótano. Realmente lo
tenía todo montado para traer una vampira a su casa, y al parecer no esperaba que ella
fuese a cooperar al comienzo. Por lo visto, creía que podría hacerla cambiar de idea
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con un poco de tiempo. Quizás contaba con el síndrome de Estocolmo o algo que
contribuyese y ayudase con el asunto.
Fuese como fuese, la había ordenado que caminase hasta la pared y se colocase
las esposas de acero alrededor de los tobillos, muslos, cintura y cuello. Se había
acercado con cautela una vez que las tuvo puestas, manteniendo la ballesta apuntada
hacia su pecho, y añadió otras a sus hombros y muñecas. Después la había dejado allí y
había vuelto arriba. Rachel inmediatamente se había puesto a trabajar intentando
soltar sus grilletes, pero éstos eran aún más gruesos y fuertes que los de la furgoneta,
y él los había sujetado a la pared de forma que ella se encontraba con las piernas y los
brazos separados, lo cual hacía más difícil utilizar toda su fuerza.
Todavía estaba luchando con ellos y maldiciendo cuando la puerta de arriba se
había abierto hacía unos momentos. Él había regresado abajo para ofrecerle el
pequeño terrier blanco colgando de su correa ante ella exclamando la palabra «cena».
—No voy a morderle —repitió Rachel. Entonces, incapaz de ver al pobre animal
luchando y ahogándose, tiró inútilmente de sus esposas y espetó—: Deja ese pobre
animal en el suelo. Le estás ahogando.
—Pero debo alimentarte —se quejó él, aunque bajó el animal al suelo y enrolló la
correa alrededor del pasamanos de la escalera mientras murmuraba—: De otro modo,
¿cómo vas a aprender a confiar en mí?
Rachel observó con interés mientras él hablaba consigo mismo. Parecía evidente
que el tipo llevaba demasiado tiempo solo. Obviamente estaba bastante acostumbrado
a ello, ya que masculló:
—Sólo es el molesto perro de mi vecina. Siempre deja cagadas en mi césped, el
pequeño ladrador. No sé por qué no puedes comerte esta maldita cosa y quitármelo de
encima. Yo…
—No me como la mascota de nadie —Rachel interrumpió las divagaciones de su
mente al instante.
Él la observó con interés.
—¿Qué me dices de una rata? Cada semana me entregan algunas para mi
serpiente, pero…
Él hizo una pausa cuando Rachel se estremeció y negó con la cabeza. Ni siquiera
podía dar una respuesta a ese comentario. ¿Comer ratas? Dios Santo.
—Vaya, eres una comedora quisquillosa —dijo él con exasperación—. Si hubiese
sabido que eso supondría tanto problema… —Sus palabras irritadas se apagaron cuando
una campanilla sonó a través de la casa.
Rachel miró alrededor, insegura de qué sonido era hasta que Pudge se movió para
encender una televisión colocada en una esquina. La imagen de la puerta principal de
una casa, presumiblemente de esa misma, apareció en la pantalla. Pudge también tenía
artilugios de alta tecnología como Etienne, notó Rachel mientras observaba al gigante
barrigudo con camiseta que se apoyaba contra el timbre con una mano y aporreaba la
puerta con la otra.
—Mi hermano —Pudge pareció disgustarse al principio, entonces se animó de
pronto y se volvió hacia ella—. Podrías alimentarte de él. En realidad no le soporto. Y
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gente era mejor alternativa que beber la sangre como si fuese vino. Ah, sería un gran
vampiro. Uno de esos sin escrúpulos que Etienne había mencionado. Definitivamente no
iba a morderle. Dejarle suelto entre los humanos era muy mala idea.
—Bueno, vamos a cambiar eso. Tú… —se detuvo antes de decir algo que ella
sospechaba no quería oír, y dirigió la mirada hacia la pantalla de televisión cuando el
timbre de la puerta volvió a sonar. Rachel también dirigió su mirada hacia allí para ver
a una pequeña y regordeta señora de pelo gris, que gritaba a la puerta mientras
pulsaba el timbre y golpeaba la madera con los nudillos.
Esta vez Pudge aferró el mando a distancia y subió el volumen para escuchar lo
que la mujer gritaba. Sus entrecortadas palabras irrumpieron en el cuarto llenas de
indignada cólera.
—Abra la puerta ahora mismo, Norman Renberger. ¡Sé que estás ahí, y que
tienes a mi Muffin! Te vi cogerlo del patio trasero. Abre la puerta en este instante o
volveré derechita a mi casa para llamar la policía.
—Mierda —murmuró Pudge y se puso de pie para subir la escalera a zancadas.
Rachel volvió su atención a la televisión, un poco preocupada mientras aguardaba
a que Pudge abriese la puerta. No había llevado al perro con él y ella sospechó que eso
no significaba nada bueno.
Vio como se abría la puerta y a Pudge dedicándole una zalamera sonrisa a la
enfurecida mujer.
—Hola, Sra. Craveshaw.
—¡Déjate de holas, Norman! ¿Dónde está mi Muffin?
Rachel se estremeció cuando Muffin oyó la voz de su ama y comenzó a ladrar.
Pudge había dejado abierta la puerta de escalera, y al parecer el sonido llegó hasta
arriba, ya que al momento siguiente la Sra. Craveshaw gritó:
—¡Muffin! —Y apartó a Pudge de un empujón, entrando en la casa. Quedó
inmediatamente fuera de la vista de la cámara.
—¿Dónde está? ¿Dónde está mi bebé? ¿Muffin? ¡Muffin! —Ahora la voz no
provenía de la televisión sino de arriba mientras la mujer seguía el sonido de los
ladridos—. ¡Muffin!
La voz alcanzó la cima de la escalera y la mujer llenó la entrada. Sus ojos
brillaron cuando descubrió a Muffin atado al pasamanos de la escalera, ladrando como
un loco.
—¡Rápido! ¡Llame a la policía! —gritó Rachel, pero era demasiado tarde. La mujer
sólo tenía ojos y oídos para su Muffin. Se lanzó escalera abajo a una velocidad de
vértigo, insultando a Pudge quien iba tras ella. Ya había llegado al último escalón y
estaba intentando desatar la correa del pasamanos cuando Pudge la golpeó en la
cabeza con la ballesta. El acto disparó la estaca con la que estaba armada. Rachel se
sacudió y se echó a un lado cuando se dirigió hacia ella. Desafortunadamente no tenía
ningún lugar al que ir para evitar la estaca. Sus esposas la mantuvieron en el sitio.
Gritó de dolor cuando la estaca golpeó su corazón.
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Capítulo 15
—Bienvenida de vuelta.
Rachel se estremeció ante aquellas palabras mientras parpadeaba abriendo los
ojos. Por un momento no supo donde se encontraba, pero entonces enfocó la cara de
Pudge y su memoria regresó. Siguiendo la mirada de él sobre su pecho, hizo una mueca
ante la vista de su camisa abierta revelando su sujetador de encaje manchado de
sangre.
—Saqué la estaca —explicó Pudge, mientras su mirada fascinada recorría la lisa
piel—. Te curaste como si nada. Primero se detuvo la hemorragia, después se cerró el
agujero y entonces hasta la cicatriz desapareció. ¡Eso sí que fue magia!
Rachel giró la cabeza con cansancio apartándose de su excitado rostro. Magia.
Pero ahora necesitaba desesperadamente más sangre. No podía recuperarse de una
herida semejante sin una gran cantidad. Su cuerpo se encontraba sufriendo una agonía
de necesidad, acalambrado y clamando por el fluido de vida. Ahora mismo podía oler la
sangre dentro del hombre que estaba de pie junto a ella, e incluso creyó poder oírla
corriendo por sus venas. Si él se acercaba más, Rachel no confiaría en sí misma para no
morderlo a pesar de sus mejores intenciones. Con su cuerpo clamando por ello,
decididamente se sentía capaz de hacerlo.
Rachel sacudió la cabeza y mentalmente se reprendió por siquiera pensarlo. Ella
no era ningún demonio chupasangre sin alma que no podía controlarse. Etienne le había
asegurado que no lo era. Podía luchar. Tan solo tenía que convencer al pequeño e
incompetente cretino “viva la estaca” para que fuese a atracar un banco de sangre y le
trajese su alimento. No le mordería.
Un gemido procedente del fondo del cuarto provocó que Pudge mirase detrás de
él y después se movió en esa dirección. Rachel sintió tanto alivio porque hubiese
llevado lejos su olor impregnado de sangre que cerró los ojos y no prestó atención a lo
que estuviese haciendo hasta que volvió. El olor regresó con él, más fuerte aún que
antes.
—Aquí tienes. Pensé en limitarme a matarla, pero decidí mantenerla viva para ti.
Necesitas la sangre. Muérdela. Dale el beso del vampiro.
Rachel gimió y apartó la cabeza con desesperación cuando Pudge empujó a una
pálida y todavía mareada Sra. Craveshaw hacia ella hasta que estuvo prácticamente
bajo su nariz. Al parecer la mujer había estado inconsciente todo el tiempo, lo cual
sólo podía ser bueno, supuso Rachel. Por lo menos la mujer no había sido testigo de su
curación “mágica”. El problema ahora era que la anciana tenía un corte en lo alto de su
cabeza donde Pudge la había golpeado. La sangre se había deslizado a través de su
cabello formando un reguero que había descendido por su cuello hasta empapar el
hombro de su floreada blusa. El aroma era embriagador, tentador, inevitable. Sintió
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♥
Juego de palabras con el apellido de la anciana. Crabby = malhumorado/a, hosco/a
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Etienne frunció el ceño y miró hacia la puerta. No estaba seguro, pero creía
haber oído algo. Dejando el lío de circuitos quemados con los que había estado
trabajando durante lo que parecían haber sido horas, se puso de pie y se acercó a la
puerta para presionar la oreja contra ella.
—Etienne —El nombre se escuchó bastante tenue a través de la puerta, apenas
audible, sin embargo pudo oírlo. Habían llegado. El alivio fluyó por él pero rápidamente
fue seguido por la confusión cuando se preguntó por qué su hermano no había utilizado
sencillamente la telepatía para hablarle. Al momento de preguntarse eso, captó varios
pensamientos diferentes entrando en su mente a la vez y comprendió que
probablemente habían intentado llegar a él mentalmente, pero él había estado
concentrado en el ordenador e inconscientemente había cerrado su mente a
pensamientos exteriores.
¿Etienne? ¿Estás bien?
¿Qué pasó?
No podemos abrir la puerta.
Los pensamientos inundaron su mente y a pesar de que eran algo confusos, supo
que Bastien, Lucern, y su madre se encontraban al otro lado de la puerta.
Pudge destrozó el panel —contestó mentalmente—. Estoy bien, pero se llevó a
Rachel. Tenéis que abrir la puerta.
¿Cómo?
La palabra era clara, pero iba acompañada por pensamientos desagradables
acerca de Pudge y preocupación por Rachel. Etienne analizó la pregunta brevemente. Si
él estuviese allí fuera probablemente podría conseguir abrir la puerta pero al resto de
su familia no se le daba tan bien la tecnología. Podría darles indicaciones si pudiese ver
el panel y comprobar los daños, pero sin esa opción, el camino más rápido era…
Necesitaréis un soplete de acetileno. Tendréis que cortar el acero alrededor de
la cerradura —Esperó hasta estar seguro de que le habían entendido y que uno de ellos
había marchado en busca del soplete necesario, y preguntó—: ¿Qué hora es?
Poco más de las seis —le contestaron. Etienne cerró los ojos. No estaba seguro
pero calculaba que Pudge había entrado por la fuerza más o menos al mediodía.
Eso significaba que hacía más de seis horas que tenía a Rachel. Dios, esperaba
que estuviese bien.
La estruendosa música rock fue lo que despertó a Rachel. Abrió los ojos en la
implacable oscuridad. Su respiración se volvió instantáneamente más difícil, como si
todo el aire en el ataúd se hubiese ido. El pánico volvió a dominarla. Esta vez eso
trabajó en su favor; la subida de la adrenalina que lo acompañaba le otorgó la fuerza
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necesaria para empujar la tapa del ataúd. Rachel estaba tan débil que apenas logró
levantarla un par de pulgadas; y tuvo que dejar su mano entre la tapa y el borde del
ataúd para evitar que se cerrara. Hizo una mueca ante el dolor cuando la tapa presionó
su mano, pero valía la pena por disponer del aire extra que iba entrando. Haciendo
acopio de fuerzas se levantó y empujó la tapa hacia arriba hasta poder ver la
habitación.
Lo primero que vio fue a la Sra. Craveshaw atada y apoyada contra la pared. La
mujer estaba despierta y miraba fijamente con los ojos muy abiertos hacia algo que se
encontraba al fondo del cuarto. Rachel intentó ver qué era, pero todo lo que pudo
vislumbrar fue una puerta abierta. La posición del ataúd no le permitía ver mucho de la
otra habitación, tan solo un resquicio. No veía a Pudge por ninguna parte. Medio a
rastras y medio tirando de sí misma, Rachel comenzó a trepar por el borde del ataúd.
De pronto recordó su primera mañana en la casa de Etienne y la forma en que él se
había sentado y saltado suavemente de su ataúd. Deseó tener la fuerza para hacer eso
ahora mismo, pero se consideraría afortunada si era capaz de salir aunque fuese
arrastrándose. Era pura determinación lo que la movía, sospechaba Rachel. Necesitaba
sangre. Tenía que salir de allí.
Un gruñido resbaló de sus labios cuando Rachel consiguió pasar su cuerpo sobre
el borde lo suficiente como para que la gravedad ejerciese su efecto haciéndola caer
al suelo. El traqueteo y el sonido metálico de la cadena atada a su tobillo le pareció
increíblemente ruidoso a pesar de la música que sonaba desde el otro cuarto. Se tomó
un momento para recuperar el aliento, esperando que en cualquier momento Pudge
acudiese a zancadas y arruinase su fuga.
Rachel abrió los ojos y miró a la Sra. Craveshaw. La mujer paseaba su mirada con
los ojos muy abiertos de Rachel al fondo de la habitación. Rachel no sabía si la
expresión del rostro de la anciana era de miedo de ella o miedo por ella, pero sabía que
tenía que moverse.
Sin levantarse, Rachel se acercó a gatas a la mujer, arrastrando la cadena tras
de ella.
—¿Está usted bien?
La Sra. Craveshaw le dirigió una sonrisa vacilante.
—Sí, querida. Pero temo que Norman se ha vuelto loco. Parece que se cree un
vampiro.
Rachel siguió su mirada hacia la puerta justo a tiempo de ver pasar a Pudge. La
larga capa que había visto colgando de la pared ahora ondeaba alrededor de su cuerpo.
Falsos colmillos blancos destellaban en su boca.
—Totalmente chiflado —dijo la Sra. Craveshaw con repugnancia, al tiempo que
Pudge se detenía y se giraba en la dirección por la que había venido, levantando el
borde de la capa hasta su barbilla con una mano mientras miraba de soslayo a lo que
Rachel supuso era un espejo que no alcanzaba a ver.
—Quiero chuparte la sangre, nena —ella apenas podía oírle por encima de la
música, mientras realizaba una pésima imitación de Drácula.
—Sí —asintió Rachel—. Totalmente chiflado.
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Rachel luchó con la cuerda atada alrededor de las muñecas de la Sra. Craveshaw,
su atención distraída por los pavoneos del idiota de la otra habitación. Éste continuaba
pasando una y otra vez por delante de la puerta, posando y bailando lo que ella
sospechó era la banda sonora de la película Jóvenes Ocultos♥. Por suerte, él estaba
muy ocupado exhibiendo sus colmillos y probando ser un vampiro realmente pésimo al
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http://spanish.imdb.com/title/tt0093437/
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todo, y este no es ni el tiempo ni… —Paseó la mirada alrededor con la nariz arrugada—.
Ni evidentemente el lugar.
—Lo siento, señora —Etienne le ofreció una sonrisa encantadora.
—Tenía problemas para desatarla —le informó Rachel.
—Está terriblemente débil, pobre niña —le dijo la Sra. Craveshaw a Etienne
mientras él comenzaba a desatar sus cuerdas—. No sé durante cuanto tiempo la ha
tenido aquí, pero evidentemente la ha estado privando de comida. Porque no dejaba de
llamarla vampiro e intentaba hacerle beber mi sangre y la de Muffin. Está claro que
Norman ha perdido la cabeza.
—¿Norman? —Etienne hizo una pausa ante la sorpresa—. ¿Quiere usted decir
Pudge?
—Pudge —La mujer emitió un chasquido de repugnancia—. Él insiste en que la
gente le llame así. Su madre odiaba ese apodo, Dios acoja su pobre alma. Era una mujer
adorable, sabe. Y una buena vecina también. Fue un mal día cuando murió y Norman
quedó viviendo aquí solo. Norma, su madre, le mantuvo a raya mientras estaba viva,
pero yo supe desde el momento en que ella se fue que él se descarriaría. Yo esperaba
que él se mudase, pero no, tuvo que quedarse. Su hermano no quedó demasiado
contento y no le culpo. La casa tendría que haberse vendido y las ganancias divididas
entre ellos, pero no podría venderse en el estado en el que Norman la mantiene. Creo
que la tiene así a propósito. Y su hermano, él…
—Er… ¿señora? —interrumpió Etienne—. Ya está libre. Tal vez podría ir a llamar
a la policía mientras suelto a Rachel.
—Oh, me temo que nunca lo conseguirá sin la llave. Pero sí, desde luego, voy a
avisar a la policía.
La mujer había permanecido atada durante mucho tiempo así que necesitó ayuda
para levantarse. Rachel observó como Etienne la ayudaba a ponerse en pie y la
apresuraba hacia el perro, a quien ella insistió en llevarse. Él la vio subir la escalera y
después volvió rápidamente junto a Rachel.
—¿Estás muy mal? —preguntó una vez que estuvo arrodillado a su lado—. Noto
que sientes dolor. ¿Te volvió a lastimar?
Rachel asintió.
—Fue un accidente. La ballesta se disparó cuando golpeó a la Sra. Craveshaw en
la cabeza con ella, y la estaca me dio en el pecho.
Una maldición se deslizó de los labios de Etienne mientras sacaba una bolsa de
sangre de su camisa.
—Estará caliente y no será suficiente, pero al menos debería aliviar un poco el
dolor.
A ella no le hubiese importado ni aunque estuviese llena de bacterias; se llevó la
bolsa a los labios y cerró de golpe sus dientes en ella. El líquido se agotó tan
rápidamente que Rachel apenas podía creer que lo hubiese ingerido. Aunque se sintió
un poco mejor, fue apenas un leve alivio del dolor y tal vez un poco más de fuerza. Al
menos ya no se sentía como si no fuese a sobrevivir si no mordía a alguien
inmediatamente.
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Rachel chupó las últimas gotas que quedaban en la bolsa, la arrugó y se la metió
en el bolsillo mientras Etienne rompía la esposa que rodeaba su tobillo. Lo hizo con
tanta facilidad como si estuviese hecha de papel. Él se encontraba pletórico de fuerza
gracias a la sangre de su nevera.
—¿Cómo saliste de la oficina? —le preguntó ella mientras la ayudaba a ponerse
de pie.
—Mi madre, Lucern y Bastien —contestó él—. Tuvieron que agujerear la puerta
con un soplete de acetileno. Nos esperan en la furgoneta —añadió—. Me costó un poco
convencerles para que esperasen. Tuve que prometer que no le mataría.
Etienne la apretó contra su pecho cuando ella se balanceó. La preocupación se
reflejó en el rostro de él, pero no ocultó la furia que irradiaban sus ojos, y ella pensó
que sería buena idea sacarle de allí antes de que Pudge notara su presencia y ocurriese
la inevitable confrontación. Promesa o no, ella no confiaba en que no matase al
hombre… o acabar muerto en el intento.
—Hay más sangre en la furgoneta de Bastien. Te llevaré allí, después volveré y
me ocuparé de Pudge.
—No. Deja que la policía se ocupe de él, Etienne —ella dijo con insistencia.
—Tengo que…
—¡Mierda santa!
Rachel y Etienne se volvieron hacia el otro lado del cuarto. Pudge se encontraba
congelado en la entrada, el sobresalto en su cara mientras miraba fijamente a Etienne
y Rachel.
Etienne avanzó inmediatamente hacia él, pero Rachel se colgó de su brazo con
desesperación intentando contenerle. O quizá tan sólo quería recordarle su presencia.
Fuese como fuese, él se detuvo y bajó la mirada hacia ella, después la empujó
colocándola tras él y se volvió para enfrentar a Pudge. Pero ya no había ningún Pudge
con el que enfrentarse. Mientras Rachel le distraía, el otro hombre había
desaparecido.
—Dónde demon… —comenzó Etienne, luego hizo una pausa y se tensó un poco
más. Empujó a Rachel hacia la escalera, bloqueando su cuerpo con el suyo cuando Pudge
reapareció, ballesta en mano. Estaba cargada con una nueva estaca y apuntaba
directamente al corazón de Etienne.
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Capítulo 16
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—Conviérteme.
Rachel se movió un poco hacia un lado para mirar a Pudge por encima del hombro
de Etienne. Tras el tenso silencio transcurrido tras su reaparición con la ballesta, ésas
no eran las palabras que hubiese esperado oír.
—Vamos —lloriqueó Pudge cuando ambos, Etienne y Rachel, le miraron
inexpresivamente—. ¿Por qué deberíais tener vosotros toda la diversión? Conviérteme.
¿Por favor?
Etienne miró a Rachel, pareciendo preguntarle si la petición de Pudge era real.
—Conviérteme y te concederé el descanso —prometió Pudge.
—¿Descanso? —repitió Etienne con sorpresa.
—Los vampiros siempre desean el descanso —anunció Norman solemnemente y
después frunció el ceño—. Bueno, la mayoría lo hacen. Una vez que les clavan la estaca
aparentan estar en paz en las películas. Algunas veces incluso dan las gracias a quien se
la clava. Excepto Drácula. No creo que él desee la paz, aunque haya vivido para siempre
—observó a Etienne con curiosidad—. ¿Has conocido a Drac?
—Pudge, ¿entiendes la diferencia entre ficción y realidad? —preguntó Etienne.
—Por supuesto que sí —respondió ceñudo. Luego añadió impaciente—. Limítate a
convertirme y te concederé el descanso.
Etienne dejó escapar una corta risa.
—¿Has pensado siquiera en lo que estás sugiriendo? Me estás pidiendo que te dé
la vida eterna… ¿y a cambio acabarías con la mía? Hooolaaaaaaaaa. Tú deseas una vida
eterna. ¿Qué te hace pensar que yo no?
—Oh, venga. Ya tienes que estar cansado. ¿Cuántos años tienes? ¿Quinientos,
seiscientos? —conjeturó—. Tienes que ser muy viejo. He investigado el apellido
Argeneau y se remonta muy atrás. Existe una referencia a un Lucern Argeneau en la
Edad Media, y ése es tu hermano, ¿no? Y también había una Lady Marguerite casada
con un tal Claude. Y sé que esos son tu mamá y tu papá.
Rachel captó la expresión de asombro de Etienne. Al parecer no se le había
ocurrido que Pudge pudiese investigar. Era obvio que no se había preocupado por ese
hecho o por la posibilidad de que su familia también pudiese estar en el punto de mira.
Sacudió la cabeza con disgusto. La desgracia caería sobre el muy idiota por meter a la
familia de Etienne en el asunto.
Él era alguien afable y tranquilo la mayor parte del tiempo, pero también poseía
una naturaleza protectora y ese lado comenzaba a destacar. Su usualmente sonriente
rostro se había convertido en una fría y dura máscara.
Etienne se movió tan rápidamente que cruzó la habitación y aferró a Pudge por
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el cuello en el tiempo que dura un parpadeo… demasiado rápido como para que Pudge
pudiese detenerle con su ballesta. Ésta se disparó cuando la dejó caer, pero la estaca
golpeó inofensivamente en la pared. Rachel notó que Pudge intentaba llegar al bolsillo
delantero de sus vaqueros negros pero no comprendió por qué hasta que sacó un
control remoto y pulsó varios botones. La luz explotó inmediatamente en la habitación
mientras un sonido chirriante llenaba el aire.
Rachel jadeó cuando las lámparas solares vertieron una cálida iluminación sobre
ella, después su cabeza giró hacia un lado cuando la causa del chirrido quedó explicado
al deslizarse una gran cruz desde un hueco en la pared balanceándose a través de la
habitación como si fuese un péndulo. Su mirada volvió a Etienne y notó que él también
se había sobresaltado a causa de la repentina explosión de luz, ya que también estaba
jadeando. Pero no había advertido la cruz de seis pies que caía hacia él.
Rachel gritó para avisarle, pero fue demasiado tarde, sólo logró que él se
volviese hacia el enorme objeto a tiempo para sufrir un fuerte golpe frontal. Gritó de
nuevo cuando él cayó hacia atrás y chocó contra la pared. Comenzó a correr hacia él,
pero cambió de dirección y corrió hacia Pudge cuando notó que éste se había
levantado. Al quedar Etienne fuera de combate, Pudge se había inclinado recogiendo su
ballesta. Sacó una estaca nueva de su bolsillo.
A pesar de su velocidad, Pudge ya tenía el arma cargada cuando le alcanzó. Le
daba la espalda así que no la vio llegar, ella aprovechó la ventaja y saltó sobre su
espalda. Él se enderezó con un chillido y trató de quitársela de encima, pero Rachel se
sujetó como un mono mientras una rabia animal la atravesaba. Con un brazo alrededor
del brazo de él y sobre su pecho, pasó el otro alrededor de su cuello y le aferró la
mandíbula. Rachel ni siquiera razonaba cuando tiró de su cabeza inclinándolo hacia un
lado. Era puro instinto animal lo que la hacía actuar así, inclinando su propia cabeza
hacia el cuello de él con la total intención de morder a la pequeña comadreja y dejarle
seco.
—¡Quietos!
Rachel escuchó el grito y rápidamente apartó la boca del cuello de Pudge sin
haber llegado a morderle. Echó la cabeza hacia atrás mientras Pudge trastabillaba
hacia las escaleras, con la ballesta agitándose salvajemente. Los ojos de ella se
abrieron asombrados ante la vista de dos policías uniformados de pie junto a la base
de las escaleras, con las armas desenfundadas y apuntadas en su dirección. Entonces la
ballesta se disparó.
—Oh —jadeó Rachel mientras los oficiales saltaban intentando apartarse de la
trayectoria del zumbante proyectil. Se escuchó una maldición, seguida de un ruido
sordo cuando el policía rubio sufrió el impacto. Al principio ella creyó que le había dado
en el brazo, pero cuando él comenzó a tirar del mismo, vio que la estaca había evitado
carne y hueso y tan solo había atravesado su manga, la cual ahora estaba fijada a la
pared.
Rachel aún estaba mirando al forcejeante hombre cuando Etienne se movió.
Estuvo a su lado, apartándola de la espalda de Pudge y colocándola fuera de la línea de
fuego antes de que ella siquiera pensara en la necesidad de moverse. Pero los oficiales
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su sentido común? Con seguridad tenía que darse cuenta de que nadie le creería. No se
sorprendió en absoluto cuando los dos oficiales comenzaron a acercarse a Pudge
moviéndose de una forma bastante cautelosa.
—De acuerdo, amigo —dijo el moreno—. Lo hemos entendido. Ellos son vampiros
y tú eres el bueno. Pero ahora ya estamos aquí. Estás a salvo. Así que tira el arma y
levanta las manos, ¿eh?
Pudge frunció el ceño, paseando la mirada de su arma, a la policía y a Rachel y
Etienne.
—¿Pero qué pasa con ellos? Deberían apuntarles a ellos —dijo finalmente.
—Bueno, a ver —dijo el rubio, arrastrando las palabras—, las pistolas no
funcionan con los vampiros, ¿verdad? Pero estoy seguro de que se entregarán
pacíficamente —Miró hacia Rachel y Etienne—. ¿Lo harán?
Los dos asintieron.
—¿Lo ves? —dijo el primer oficial con suavidad—. Saben que están atrapados.
Ahora tú sólo tienes que darnos tu arma, amigo.
Como Pudge dudaba, el segundo oficial añadió:
—No hemos venido preparados para una llamada como ésta. Ya sabes, los
vampiros no abundan en estos días. No estamos adecuadamente armados. ¿Por qué no
nos das tu arma para que podamos ponerles bajo custodia?
—Oh, sí. Sí —Pudge pareció aliviado—. También deberían estar armados —
comenzó a moverse de costado aproximándose al oficial más cercano, asegurándose de
mantener la ballesta apuntada hacia Rachel y Etienne—. Tengo más armas detrás.
Pueden mantener ésta apuntándoles mientras voy a por más. Las cogeré mientras
ustedes les vigilan.
—Bien pensado —dijo el rubio con tono afable, bajando su arma un poco y
alzando su mano libre para coger la ballesta.
—No la aparte de ellos —advirtió Pudge mientras se la entregaba—. Son súper
rápidos, ya sabe. Y súper fuertes. Yo… ¡Eh!
En el momento en que el arma cambió de manos, el oficial arrojó la ballesta a un
lado y levantó la pistola apuntando a Pudge. Ignorando su expresión dolorida, el policía
gesticuló con ella.
—Contra la pared. Vamos, contra la pared y separa las piernas.
—Pero… —la protesta de Pudge fue cortada cuando el segundo oficial corrió
hacia delante y le cogió por el brazo.
—Separa las piernas —vociferó el oficial moreno, todo rastro de afabilidad
había desaparecido. El rubio mantuvo la pistola apuntada hacia Pudge mientras su
compañero enfundaba la suya y procedía a registrarle. El maníaco tenía otro par de
estacas en el bolsillo trasero de sus vaqueros que el policía sacó.
—Bueno —dijo el oficial rubio mientras su compañero desaparecía escaleras
arriba con Pudge. Entonces se giró para mirar a Rachel y Etienne, con su atención
concentrada en Rachel—. Supongo que aquí es donde ha estado desde que desapareció
del trabajo hace una semana.
Rachel miró a Etienne mientras le sentía tensarse a su lado. Sabía lo que él
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deseaba que dijese. Él y toda su familia querían que ella afirmase que Pudge la había
traído aquí aquella noche una semana atrás. Sin embargo no era cierto, y ella era una
pésima mentirosa. Dudó brevemente, considerando sus opciones. El hombre la había
secuestrado. Ciertamente no había venido desde la casa de Etienne de buena gana. Por
otra parte, no podía explicar dónde había estado la pasada semana sin que hubiese
preguntas de difícil respuesta. Rachel decidió ser sincera pero cautelosa.
—Pudge me secuestró, me trajo aquí y me mantuvo prisionera contra mi voluntad
—admitió solemnemente, y notó cómo Etienne se relajaba a su lado. Casi se giró para
preguntarle por qué se relajaba; aún no estaban a salvo de problemas. Pero se contuvo
mientras el oficial asentía.
—¿Cómo la trajo aquí, señora?
Rachel dudó, y luego dijo:
—Llegó a la morgue vistiendo un abrigo encima de un traje militar. Llevaba un
rifle y un hacha bajo el abrigo y gritaba algo acerca de vampiros y cosas parecidas y…
—dudó y miró a Etienne de nuevo. Parecía estar conteniendo la respiración. Tragando,
se giró de nuevo y continuó—. Lo siento pero mi memoria se ha vuelto un poco borrosa
después de eso. Lo siguiente que puedo contarle es que me desperté hoy aquí
encadenada a la pared. Él continuaba divagando sobre vampiros y cretinos, y parecía
estar obsesionado con el juego de Etienne.
—¿Juego? —el policía les miró confundido.
—Etienne es el diseñador de Lujuria de Sangre —explicó Rachel—. Es un
videojuego de vampiros.
—Oh —dijo el hombre, aunque todavía parecía estar perdido—. De acuerdo,
estaba obsesionado con su juego —repitió mirando a Etienne y después volvió la mirada
a Rachel—. Pero en ese caso, ¿por qué la secuestró a usted y no a él?
—Porque ella es mi novia —dijo Etienne con calma.
Rachel añadió:
—Es bastante confuso. La mitad del tiempo él creía yo era un vampiro y Etienne
otro, luego pensaba que él era uno o quería serlo. El muchacho parece estar bastante
loco.
—Sí, eso parece —dijo el rubio secamente, y asintió con la cabeza. Luego dijo—:
Cada uno de los policías de la ciudad la está buscando, señora. Y a él —señaló hacia las
ahora vacías escaleras—. La chica que se suponía que iba a sustituir a su ayudante llegó
mientras ese tipo asaltaba la morgue del hospital. Salió a buscar a Seguridad, pero
estaban ocupados con otra cosa en ese momento y llegaron tarde a sus oficinas. La
habitación estaba vacía cuando llegaron, y se dio por hecho que el tipo se la había
llevado —Sacudió la cabeza—. Ella hizo un buen trabajo describiéndole.
Confeccionaron un retrato robot y lo sacaron en las noticias de la televisión. No
entiendo como nadie le reconoció. Es el vivo retrato del dibujo.
Rachel asintió pero se mantuvo en silencio, temerosa de provocar más preguntas
por parte del hombre. Afortunadamente, él desvió su atención a Etienne para
preguntar:
—¿Y cómo acabó usted aquí, señor? La vecina dijo que usted entró y la liberó,
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hiciesen el trabajo.
—Tienes que contarnos qué ha pasado. No te dejes ningún detalle —dijo Lucern
desde su asiento.
Rachel miró al hombre, con la bolsa todavía fijada a sus dientes, mientras él
sacaba una pequeña libreta y un bolígrafo de su bolsillo. Evidentemente tenía intención
de tomar notas, y ella se dio cuenta de que ya lo había hecho las otras veces que había
estado en casa de Etienne. Cuando le había preguntado a Etienne qué estaba haciendo
su hermano, él había murmurado algo acerca de que Lucern era un escritorzuelo, fuese
lo que fuese lo que eso significara.
—Más tarde, Lucern —dijo Marguerite suavemente—. Deja a la pobre chica que
se recupere un poco antes de bombardearla con preguntas.
—¿Debo suponer que vamos al hospital? —preguntó Bastien, girándose en su
asiento para encender el motor.
—Conduce despacio, Bastien. Rachel necesita mucha sangre y tiempo para
consumirla —dijo Marguerite a manera de respuesta—. Tienes que ir al hospital para
ayudar a Etienne. Todos debemos. Entre el hecho de que allí es donde ella trabaja y
que se ha convertido en noticia de primera plana, va a atraer muchísima atención.
Etienne necesitará toda la ayuda que pueda conseguir.
—¿Ayuda con qué? —preguntó Rachel mientras apartaba la ahora vacía bolsa de
sus dientes y aceptaba la siguiente que Etienne le tendía.
—Ellos querrán examinarte —explicó Etienne.
—Y nosotros simplemente no podemos permitirlo, querida —apuntó Marguerite—
. Bastien, Lucern y yo entraremos para asegurarnos de que los doctores y las
enfermeras crean que te han examinado y te han encontrado deshidratada y
desnutrida, tal como deberías estar tras haber sido secuestrada y mal alimentada. Te
ayudaremos para estar seguros de que todo va como la seda.
Rachel asintió, permitiendo que sus dientes insuflasen la sangre que su cuerpo
necesitaba tan desesperadamente. Estaba lo bastante agotada como para permitirles
manejar el asunto en la forma que creyesen mejor. Rachel incluso comenzaba a pensar
que debería haberles hecho caso en cuanto al tema de Pudge y haber estado de
acuerdo en mentir, se le diese mal o no. Todos habían vivido durante un tiempo
asombroso largo. Sin duda la sabiduría que habían cosechado a lo largo de los siglos
era monstruosa. El mero pensamiento de lo que podría haberle pasado a la vecina de
Pudge, por no decir a Etienne y a sí misma, por su cabezona insistencia en decir la
verdad era aterrador. Quizá había ocasiones en las que la honestidad no era la mejor
opción, y una pequeña mentira podía evitar una mala situación.
—Aprenderás —dijo Marguerite en voz baja, obviamente leyendo sus
pensamientos—. El tiempo no es el gran maestro. Lo es la experiencia. Un hombre
puede vivir una vida completa, pero si nunca sale de su casa para experimentar esa
vida, morirá no sabiendo nada. Un simple niño que haya sufrido y vivido puede ser el
más sabio de los dos.
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Capítulo 17
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había aplastado y lo examinaba con aparente fascinación. Rachel hizo una mueca de
disgusto cuando se metió la aplastada criatura en la boca y lo masticó a modo de
experimento. Tras un momento, encogió ligeramente los hombros y masculló:
—No está mal. Sabe un poco a nuez.
—Tenemos aquí a un joven muy confundido —dijo el Dr. Smythe—. Ya he hablado
con su hermano, y él dice que últimamente Norman se había vuelto obsesivo y extraño.
Cree que deberían encerrarle por su propia seguridad. Tendré que hacerle muchas
pruebas desde luego, pero Norman ya ha probado ser una amenaza no sólo para sí
mismo, sino para cualquiera; específicamente cualquiera que él decida que supone una
amenaza.
El psiquiatra deslizó significativamente una mirada hacia ella y Etienne antes de
proseguir.
—Eso ya es suficiente para internarle durante setenta y dos horas de modo
preventivo.
—Gracias por venir, doctor —dijo el capitán—. Tenemos que preparar el papeleo,
pero opino que podremos entregar al Sr. Renberger a su custodia en muy poco tiempo.
—Tendré lista una cama cuando esté todo arreglado —aseguró el Dr. Smythe
solemnemente. Se estrecharon las manos y el caballero les dejó solos. El capitán echó
un vistazo al cuarto de interrogatorios y negó con la cabeza cuando Pudge golpeó la
mesa otra vez, recogiendo después lo que fuese que hubiera aplastado para
examinarlo.
—Como una cabra —masculló el policía cuando Pudge se metió el bicho en la boca
y comenzó a masticar. Pasándose una mano a través de su escaso cabello, el capitán
movió la cabeza, luego suspiró y se dirigió a la puerta cuando sonó un suave golpe.
Habló brevemente con alguien que Rachel no pudo ver, y entonces se volvió hacia ellos.
—Sus declaraciones están listas para firmar. Si hacen el favor de seguir a la
oficial Janscom, ella los acompañará para que puedan hacerlo.
—Bien. Gracias —Etienne tomó a Rachel del brazo y la guió hacia la puerta. Ella
marchó en silencio, consciente de que el resto del clan Argeneau iba detrás.
La firma de los papeles fue una molestia relativamente rápida, al menos para
Rachel. La habían separado de los Argeneau para llevarla a un cuarto distinto al de
Etienne y su familia para firmar los papeles ante un testigo. Rachel se sintió un poco
perdida cuando acabó y salió al pasillo para encontrarlo vacío. Los Argeneau habían
estado protectoramente cerca de ella desde que la fueron a buscar a la casa de Pudge.
Sintió un poco de desconcierto al encontrarse sola de pronto.
Se detuvo en el vestíbulo, pensando en lo que debería hacer. ¿Debería esperar?
¿Debería irse? El oficial había dicho que era libre de marcharse ahora que su
declaración había sido firmada. Rachel estaba sopesando su próximo movimiento
cuando de pronto se le ocurrió que podría no haber nadie a quien esperar. Etienne
podría haber terminado ya con el papeleo. Podría haberse marchado ya. Después de
todo, ahora no existía realmente ninguna necesidad de que estuviesen pendientes de
ella. Había aprendido a alimentarse y a controlar sus dientes, y trabajando en un
hospital difícilmente tendría problemas para obtener sangre. No sería sencillo pero
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podría arreglárselas, y probablemente ellos se habían dado cuenta de esto. Quizá ellos
se sentían aliviados al verse libres de su responsabilidad hacia ella.
Aquel pensamiento era inquietante. Rachel casi jadeaba a causa del impacto que
tenía sobre ella. Era sorprendentemente doloroso.
—¿Rachel?
Ella se giró rápidamente al oír su nombre. El alivio la recorrió cuando reconoció a
Lissianna apurándose por el pasillo en dirección a ella, con Gregory Hewitt pisándole
los talones.
—¿Estás bien? —preguntó Lissianna preocupada—. El mensaje que mi madre me
dejó en el contestador era más bien confuso. Todo lo que entendí fue que habías sido
secuestrada.
—Estoy bien —Rachel forzó una sonrisa.
—Ah, genial —sonrió Lissianna, pero la preocupación no abandonó del todo sus
ojos—. ¿Dónde están todos? ¿Etienne también está bien?
—Sí. Está bien. Aunque no estoy segura de dónde están —admitió Rachel—Hasta
donde sé, pueden haber terminado con su papeleo y haberse ido ya.
Lissianna frunció el ceño ante esas noticias y después echó un vistazo alrededor.
—Iré a preguntarle a alguien.
Se marchó tan rápidamente como lo dijo, apresurándose por el pasillo en busca
de alguien que pudiese contestar sus preguntas.
—Estoy seguro de que Etienne no se marcharía sin ti —dijo Gregory con voz
solemne.
Rachel se volvió hacia él y forzó una sonrisa.
—Bueno, no hay ninguna verdadera razón para que no lo haga. He conseguido
controlar mis dientes y ahora puedo alimentarme por mí misma. Él ya no tiene que ser
mi niñera.
Gregory frunció el ceño ante sus palabras, con preocupación en su atractivo
rostro
—Rachel, ¿alguien te ha hablado de la regla del compañero de vida?
Rachel parpadeó confusa ante la pregunta. Le pareció que no tenía relación
alguna con lo que estaba pasando en ese momento.
—Yo… No. Lo siento. Nadie ha mencionado esa regla.
Él asintió lentamente.
—Suponía que no. Pero siento que es importante que la conozcas. Te ayudará a
comprender tu relación con Etienne.
Las cejas de Rachel se elevaron. Sería un alivio tener alguna idea de a qué
atenerse. Comenzaba a darse cuenta de que sus sentimientos por Etienne eran
profundos y que podrían ser potencialmente dolorosos.
—Como nuestra gente se alimenta de la población normal —comenzó él—, es
importante, por supuesto, que nuestro número se mantenga controlado para no superar
la capacidad de nuestra fuente de alimentación.
Rachel asintió. Aquello tenía mucho sentido.
—Así que existen ciertas reglas. Por ejemplo, cada pareja sólo puede tener un
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Había vivido cientos de años y viviría cientos de años más sin amor. O encontraría ese
amor, sólo para verse obligado a mirar como envejecía y moría mientras él se mantenía
joven para siempre.
Etienne firmó la última copia de la declaración que tenía ante él y la empujó con
impaciencia a través del escritorio para que el testigo también firmase. Estaba ansioso
por terminar con todo eso y salir de allí. Nadie había ido con Rachel. Todo había sido
tan rápido que no habían tenido oportunidad. Les habían conducido a todos a ese
cuarto y entonces la oficial Janscorn había pedido a Rachel que la siguiera y se la
había llevado de ahí. No le gustó la idea de que estuviese sola. No era que le
preocupara que algo pudiese ocurrirle, Pudge ya no era una amenaza por lo que estaría
bastante segura. Pero, ¿y si alguien le hacía una pregunta incómoda y no había nadie allí
para borrar el recuerdo en la mente del que la hiciese? Rachel era una pésima
mentirosa. Además, él sentía un insistente temor de que se pudiese marchar. Ahora
ella podía alimentarse por sí misma. Hasta se había alimentado directamente de la
bolsa en la furgoneta. También podía controlar sus dientes. Y con Pudge fuera del
camino, se había ido la última excusa que le quedaba para mantenerla en su casa. ¿Y si
decidía irse, o se negaba a volver a su casa con él? Él no quería que ella se marchara.
Etienne se había acostumbrado demasiado a su presencia. Disfrutaba con ella.
Deseaba pasar el resto de su vida a su lado.
—Eso es todo, señor —dijo la oficial Janscorn mientras apilaba las copias de la
declaración en un ordenado montón—. Todo listo. Alguien se pondrá en contacto con
usted si necesitamos algo más, pero ahora es usted libre de marcharse.
Etienne ya había salido por la puerta casi antes de que ella hubiese terminado de
hablar. Tenía que encontrar a Rachel. Debían hablar. Necesitaba saber lo que sentía
por él. Si creía que algún día podría llegar a amarle tal como él comenzaba a amarla a
ella.
—¡Etienne!
Se volvió rápidamente ante la exclamación al llegar al pasillo, pero sólo era su
hermana. Etienne la saludó con la cabeza, volviéndose luego para mirar expectante a su
alrededor. Desafortunadamente no había señal alguna de Rachel por ninguna parte.
—¿Has visto a Rachel? —preguntó Etienne a su hermana cuando ella le alcanzó y
le envolvió en un abrazo.
—Sí. Estaba aquí con Gregory cuando me fui a preguntar sobre tu paradero —
Lissianna retrocedió y miró hacia su marido interrogativamente cuando él se acercó a
ellos lentamente—. ¿Adónde fue, querido?
—Llegaron sus padres. Se marchó con ellos —explicó él, aunque su mirada
preocupó a Etienne.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
Gregory vaciló un instante y después dijo:
—Creo que pude haber cometido un error.
—¿Qué clase de error? —preguntó Lissianna, deslizando su mano de modo
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tranquilizador en la suya.
—Le expliqué la regla sobre que sólo está permitido convertir a una persona en
toda la vida y que por lo general ésta era un compañero o compañera de vida —confesó.
—¿Le explicaste el sacrificio que Etienne hizo por ella y aún así ella se marchó
sin decirle una palabra? —preguntó Lissianna con incredulidad—. Sabiendo eso, ¿no
pudo ni siquiera tomarse el tiempo para decir adiós? ¿O al menos dar las gracias?
Etienne oyó las palabras de Lissianna, pero en verdad no podía comprenderlas.
Más tarde lo haría. Mientras tanto, se quedó allí plantado sintiéndose perdido y
abandonado. Ella había hecho exactamente lo que él había temido. Rachel le había
dejado.
Su madre le estaba hablando ahora, pero Etienne no escuchaba. Se sentía como
si tuviese algodón en los oídos. En realidad se sentía como si su cerebro entero
estuviese relleno de algodón. Asentía distraídamente de vez en cuando mientras salían
de la comisaría. Etienne dudaba de que estuviese engañando a nadie; probablemente
todos ellos le estaban leyendo la mente, aunque él pareciese no ser capaz de leer sus
propios pensamientos. Pero debió asentir en los momentos oportunos ya que nadie le
llamó la atención por ello. Todos se limitaron a conversar mientras caminaban hacia la
furgoneta de Bastien y se subían en ella para volver a casa.
Alguien sugirió entrar con él cuando llegaron a su casa, pero Etienne murmuró
algo sobre el trabajo y saltó rápidamente de la furgoneta, cerrando de un golpe la
puerta tras de sí. En ese momento no deseaba compañia. No quería hablar o siquiera
pensar. Solamente quería arrastrarse dentro de un agujero y escapar de su vida,
aunque fuese por poco tiempo. Para él eso equivalía a su trabajo.
Etienne entró en su casa, consciente de pronto de lo grande y vacía que era.
Demasiado grande para una sola persona, para ser concreto. Debería venderla y
conseguir un apartamento. No necesitaba mucho espacio; un despacho, un dormitorio,
una nevera… No era que él recibiese muchas visitas.
Hizo una mueca cuando los recuerdos de Rachel inundaron su mente: jugando en
el ordenador, leyendo juntos tranquilamente junto a la chimenea en la biblioteca,
riendo con los intentos de ella de consumir la sangre de desecho que le daba para
alimentarse, su picnic a la luz de la luna… Cerró la puerta a esos recuerdos mientras la
pérdida y el miedo se acumulaban tras ella. Pero no logró hacer lo mismo antes de que
algunas las preguntas le asaltaran. ¿La había perdido para siempre? ¿Ella había sentido
algo por él por poco que fuese? ¿O todo había sido solamente un modo divertido de
pasar el tiempo?
Sin molestarse en cerrar la puerta con llave tras él, Etienne caminó por el
pasillo, atravesó la cocina y trotó escaleras abajo hacia su despacho. El desastre que
habían creado mientras intentaban sacarle de allí le recibió en cuanto alcanzó el fondo
de la escalera. Lo ignoró, pasando entre los restos del suelo y con un salto entró en el
despacho. Con el tiempo tendría que hacer que reemplazasen la puerta. Había una
fecha límite para terminar Lujuria de Sangre 2 y quería cumplirla. Últimamente la vida
había sido tan caótica que entre el problema con Pudge y la entrada de Rachel en su
vida, Etienne llevaba retraso en la finalización del proyecto. Ahora se concentraría en
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—No.
—¿Cómo he podido criar a unos hijos tan estúpidos? —preguntó Marguerite con
disgusto.
—Podíamos leer la mente del otro cuando… intimábamos. Ella sabía que me
importaba y que deseaba una relación con ella.
—¿Qué? —La expresión en la cara de ella sugería que él era un idiota, captó
Etienne, sintiendose incómodo—. ¿Cómo podía ella leer tus pensamientos? No era
ninguna experta. Dios querido, la pobre muchacha ni siquiera pudo controlar sus
dientes hasta casi el último día que estuvo aquí. La lectura de pensamientos es una
habilidad avanzada que requiere muchos años de aprendizaje —Ella frunció el ceño
mientras le miraba—. ¿Tú leíste sus pensamientos mientras estabais “intimando” y ella
tenía su mente abierta a ti?
—No. Desde luego que no. No quise entrometerme.
—Pero sí crees que de algún modo ella era capaz y estaba dispuesta a meterse
en los tuyos —soltó ella, resoplando debido a la ridiculez de la idea—. Por supuesto que
no lo hizo. Vas a tener que reunir el valor y decírselo, hijo.
Etienne permaneció en silencio, pero Marguerite podía leer el miedo en su mente
y en su corazón. Él deseaba ir en busca de Rachel, pero temía su rechazo. Ella conocía
a su hijo y estaba segura de que antes o después iría a por la muchacha. Marguerite
solamente temía que fuese demasiado tarde cuando se decidiese a hacerlo. Estaba
convencida de que si no quería ver a su hijo perdiendo la oportunidad de ser feliz,
tendría que echar mano de un poco de intromisión maternal.
¡Por Dios!, pensó con exasperación. El chico tenía más de trescientos años. El
trabajo de una madre no termina nunca.
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Capítulo 18
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su tiempo con Etienne, el cual fue maravilloso y triste a la vez. Lo echaba de menos.
Un puñetazo en la puerta salvó a Rachel de quedarse pensando en Etienne, con lo
cual se habría hundido en la tristeza y la depresión otra vez. Dibujando una sonrisa en
el rostro, salió de la cocina y bajó por el pasillo para contestar, preguntándose cuál de
sus vecinos llamaría a esta hora. Era bien pasada la medianoche, pero como nadie había
llamado abajo para que le dejasen entrar en el edificio, estaba segura de que debía ser
un vecino.
Rachel no se molestó en comprobarlo por la mirilla antes de abrir la puerta. Su
fuerza y velocidad habían continuado aumentando con el paso de las semanas desde
que la habían convertido, y ya no tenía miedo de nadie, nunca más. Era una forma nueva
y poderosa de vivir. Abrió la puerta y miró hacia fuera, entonces se quedó parada un
instante antes de dar un paso hacia delante para examinar un lado y otro del vestíbulo
con desconcierto. Estaba segura de haber oído un golpe, pero no había nadie en la
puerta. Y no había nadie en el pasillo.
—Debo estar perdiendo la cabeza —refunfuñó dando un paso hacia atrás y
cerrando la puerta con llave. Apenas se había girado y avanzado unos pasos
apartándose de la puerta cuando el golpe sonó otra vez. Dejó de andar, pero no volvió a
la puerta del apartamento. El sonido no había venido de allí. Provenía del pasillo cerca
de la sala de estar. Con más curiosidad y confusión que otra cosa, avanzó por el pasillo
y entró en la habitación, sus ojos estaban deslizándose sobre sus muebles cuando otro
golpe atrajo su mirada hacia la ventana del balcón.
Rachel se quedó con la boca abierta ante el hombre que estaba de pie del otro
lado de las puertas corredizas de cristal, luego se precipitó hacia adelante cuando él le
sonrió abiertamente y la saludó con la mano.
—¡Thomas! —le saludó mientras abría la puerta y le permitía entrar—. ¿Cómo
llegaste hasta aquí?
—Trepando, claro —dijo él encogiendo los hombros.
Rachel le miró fijamente, luego dio un paso al balcón y echó un vistazo por
encima del borde por la fachada del edificio y los seis balcones que tenía debajo. Se
volvió hacia él para preguntar con incredulidad:
—¿Trepaste por ahí?
—Por supuesto —se encogió de hombros divertido—. Me gusta escalar.
Rachel volvió a bajar la mirada por la fachada. No sería imposible de escalar,
supuso, si eras fuerte y ágil, y no tuvieses miedo de caer hacia tu muerte. Todo lo cual
era sin duda cierto para un vampiro de doscientos años. Demonios, que le diesen un par
de cientos de años y ella misma podría estar haciendo cosas así.
Una suave risa subió por su garganta, y después se volvió y guió el camino de
vuelta al interior.
—¿Por qué no llamaste al timbre sin más? Te habría dejado entrar, sabes.
Thomas se encogió de hombros otra vez mientras ella cerraba la puerta del
balcón tras ellos.
—Quería sorprenderte.
—Bueno, pues tuviste éxito —ella dijo secamente, y después sonrió—. ¿A que se
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hecho, parecía bastante irritado, decidió ella mientras le veía cubrir los dos últimos
metros hasta la mesa y detenerse allí para quedarse mirándola fijamente. Ella estaba
justamente confirmando que él ya había comprendido lo que había perdido y realmente
la odiaba, cuando de repente él sacó la mano de detrás de su espalda y le ofreció un
ramo de flores marchitas. Rachel se quedó mirando sin expresión el triste ramo antes
de extender insegura la mano para cogerlas. Su vacilación había sido evidentemente
demasiado larga porque al instante Etienne comenzó a pedir perdón por su estado.
—Quería traerte flores, pero ninguna de las floristerías está abierta a esta
hora. Comprobé seis tiendas que abren toda la noche y no encontré nada, y esto fue lo
mejor que…
—Son encantadoras —le interrumpió Rachel mientras tomaba las flores.
Marchitas y tristes como eran, para Rachel eran realmente encantadoras.
Representaban esperanza, y ella las aceptó con mucho gusto, ofreciendo una tímida
sonrisa mientras las levantaba hasta su rostro y olía el delicado ramo de…—. ¿Salami?
—Estaban guardadas en el refrigerador del delicatessen —refunfuñó él,
pareciendo avergonzado.
Rachel se mordió el labio para no reír, después le dedicó una amplia sonrisa.
—¿Cómo te ha ido?
—Miserablemente —contestó él simplemente—. ¿Y a ti?
—Lo mismo —compartieron una sonrisa y ambos se relajaron.
—Bien, parece que mi trabajo aquí está hecho —anunció Thomas y se puso en pie
antes de explicarle a Rachel—. Ha sido divertido, pero yo soy tan solo el chico de los
recados, Dudette. La tía Marguerite me pidió que jugase a Cupido y a mí me gustas, así
que estuve de acuerdo.
—Cupido, ¿eh? —preguntó Etienne divertido.
—Sí, puedes reírte —dijo Thomas con cordialidad—. Disfruta de ello mientras
puedas. Pero no lo fastidies con Dudette esta vez. Una vez cada cien años es mi límite
para hacer de Cupido. Acercándose a Rachel, se agachó para abrazarla y murmuró—:
Bienvenida a la familia.
Rachel quiso preguntar lo que eso significaba, pero Thomas se alejó demasiado
rápidamente para que tuviese la oportunidad. Ella le vio desaparecer entre la gente y
después se giró para mirar a Etienne mientras éste ocupaba el asiento que su primo
acababa de dejar.
—Te eché de menos —anunció él en el momento que sus miradas se encontraron.
Las cejas de Rachel se elevaron ante esa afirmación. El pensamiento «Podrías
estar engañándome» pasaron por su mente, y Etienne sonrió con ironía.
—Lo he oído —le dijo divertido.
—Creía que no podías leer mi mente —dijo Rachel con desconfianza.
—Y no puedo —le aseguró—. Bueno, excepto cuando intimamos. Entonces tu
mente se abre a mí.
—¿Entonces cómo lo hiciste…?
—En realidad proyectas el pensamiento hacia mí.
—¿En serio? —preguntó ella.
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—Sí. Probablemente fue accidental, pero con práctica serás capaz de hacerlo a
voluntad.
—¿De verdad? ¿Puedes enseñarme cómo?
Él permaneció en silencio durante un minuto y después dijo:
—Tengo una idea mejor. Te proyectaré un pensamiento y tú intenta leerlo.
—Bien —asintió ella y después inclinó la cabeza—. ¿Cómo lo hago?
—Tan solo ábreme tu mente y yo haré el resto —le dijo él, después se quedó en
silencio, sus ojos se estrecharon al concentrarse. Pasó un momento antes de que
Rachel pudiese escuchar sus pensamientos tan claramente como si hablara en su oído.
Te extraño. Suspiro por ti. Algo falta en la vida cuando tú no estás allí. Te
quiero de regreso en mi vida, en mi casa, y en mi cama. Quiero despertar cada noche a
tu lado. Te amo, Rachel.
Rachel lo miró fijamente, apenas capaz de creer que había oído correctamente.
—¿Entonces por qué no me has llamado? Si Thomas no me hubiese traído aquí
esta noche…
—Yo habría encontrado otro lugar y otra forma de acercarme a ti —le aseguró
solemne—. Sólo quería quitarme de encima la fecha límite del trabajo, así podría
concentrarme únicamente en ti.
Rachel pensó que eso parecía bastante patético. ¿Él había querido terminar su
trabajo antes? ¿Ella venía después del trabajo, después de su videojuego? Bueno, eso
era muy halagador.
—Debes estar realmente enfadada —le dijo con ironía—. Estás enviando tus
pensamientos tan claros como una campana.
Como ella no sonreía o reaccionaba de algún modo que le ayudase a salir del
apuro, él suspiró y dijo:
—Tal vez deberíamos ir a algún sitio más tranquilo.
Rachel asintió solemne, apuró lo que quedaba de su bebida y se puso en pie.
Ambos permanecieron en silencio mientras salían del Night Club y se dirigían hacia el
coche. Ella no vaciló cuando él abrió la puerta del copiloto para dejarla entrar y no
preguntó hacia donde iban. Tampoco se sorprendió cuando se detuvieron delante de su
casa. Era donde la mayor parte de su relación había transcurrido. Parecía el lugar más
lógico para resolverlo.
Rachel le siguió al interior y hacia la biblioteca. Ella sintió que la calma la
abandonaba al entrar en la habitación. Habían pasado varias tardes tranquilas en ese
cuarto, simplemente leyendo juntos.
—Ok —dijo Etienne mientras tomaban asiento en el diván y pasaba su brazo
alrededor de ella, acercándola contra su pecho—. No fue el trabajo. Eso era una
excusa —Ella no sintió demasiada sorpresa ante esa admisión, pero permaneció
silenciosa y fue recompensada cuando él agregó—: Tenía miedo.
Eso sí que la sorprendió. Rachel se enderezó y se giró para mirarle
detenidamente.
—¿Miedo de qué?
—De ser herido, Rachel —contestó suavemente—. Nunca me he creído un
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cobarde, pero esta era una experiencia completamente nueva para mí. Nunca he
encontrado a una mujer por la que me sintiera atraído y cuyos pensamientos no pudiese
leer. Era una experiencia nueva y bastante incómoda para mí. Me sentí vulnerable
desde el principio. Y confuso también, supongo. Deberías recordar que he logrado vivir
trescientos años sin enamorarme. Los sentimientos que provocabas en mí me
sorprendieron.
—A mí también me tomó por sorpresa —admitió Rachel con suavidad
recostándose en su abrazo—. Y asustada de ser herida. Exactamente, tenía miedo de
que comprendieses lo que habías perdido por salvarme y que eso hiciese que me
odiases, lo cual era…
—Nunca —la interrumpió con firmeza, dándole un apretón—. Yo sabía lo que
hacía desde el principio. Me sentí atraído por ti desde el principio, incluso cuando
estabas enferma y pálida y parecías a punto de desmayarte —Cuando ella levantó los
ojos hacia él, se sonrió para suavizar la descripción. Después la tomó de la barbilla y
dijo—: Rachel, no puedo imaginar pasar mi vida con alguien que no seas tú. No puedo
imaginarme una vida sin ti. Tienes mi corazón, y comprendo que puedo estar
presionándote y que podrías desear más tiempo para considerarlo, pero…
—No necesito más tiempo, Etienne —le interrumpió con suavidad—. Sé que todo
esto va muy rápido, pero tú eres el hombre que he deseado toda mi vida. Si me hubiese
tomado el tiempo de imaginar como debería ser el hombre que me gustara y las
cualidades que tendría, tú habrías sido quien soñase. Te amo —dijo simplemente, y
sonrió cuando él soltó un largo suspiro.
—Entonces cásate conmigo —espetó.
—Sí —contestó Rachel de inmediato, pero él sacudió la cabeza.
—Tienes que pensarlo bien, Rachel. No son unos insignificantes veinticinco o
cincuenta lo que te estoy pidiendo. El matrimonio entre mi gente, al menos la gente de
mi familia, es de por vida. Y la vida para nosotros puede significar un tiempo muy largo.
—Espero que sea una eternidad —le dijo ella con seriedad—. Te amo, Etienne.
Pasaría la eternidad contigo. También posees mi corazón.
Una lenta sonrisa se extendió ampliamente por el rostro de él.
—Gracias. Protegeré tu corazón todos los días de mi vida —Las palabras fueron
apenas un susurro antes de que él se inclinase hacia delante y reclamase los labios de
ella con un beso.
Rachel suspiró en su boca mientras abría los labios. Sentía su beso como un
regreso al hogar del que había estado lejos demasiado tiempo. Recibiendo su invasora
lengua con la propia, ella se retorció en su asiento y deslizó las manos por el pecho de
él. Dejó que una mano continuase su camino hacia su cuello subiendo hasta coger su
cabello para acercarlo más a ella. Con los dedos de la otra mano aferró la pechera de
la camisa para tirar también de él. Su cuerpo se arqueó en armonía con el torrente de
deseo que lo atravesaba, haciéndola hambrienta y atrevida. Rachel le deseaba bajo
ella, encima de ella y dentro de ella, todo a la vez. Quería unirse a él y sentir que su
cuerpo la llenaba. Deseaba abrazarle y ser abrazada de esta forma para siempre.
Y puedes. Las palabras susurraron en su cerebro, un mensaje de él para ella que
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provocó una risita desde el fondo de la garganta de Rachel. Pero su feliz diversión
terminó con un gruñido cuando la mano de él encontró su pecho a través de la tela de
la blusa. Las cosas se estaban poniendo bastante serias.
Rachel se echó hacia atrás sobre el diván, tirando con más insistencia de la
camisa de él para obligarle a seguirla. Etienne cambió de posición y se inclinó sobre
ella, sus labios y manos se hicieron más exigentes. En un momento, la blusa blanca de
Rachel estaba abierta y los ganchos que sujetaban el frente de su sostén estaban
desenganchados. Ella tembló con la expectativa, y se arqueó mientras él apartaba el
sedoso material de su sujetador, desnudando sus senos. Cuando bajó la cabeza para
capturar un pezón ya erguido, ella aferró su cabeza con ambas manos y lo mantuvo
cerca, entonces de pronto le soltó y le apartó.
La expresión de asombro de él mientras se apartaba de ella no tenía precio, pero
Rachel estaba demasiado ocupada con los botones de su camisa para notarlo. Los
desabotonó con rapidez hasta que la camisa quedó abierta, después extendió las manos
sobre la amplia extensión de piel desnuda. A Rachel le gustaba su pecho, su dureza, su
fuerza. Se detuvo cuando sus palmas pasaron sobre los pezones de él y los tomó entre
sus pulgares e índices para acariciarlos con interés.
Etienne soltó un ronco gruñido provocado por la caricia y después descendió
sobre ella para reclamar sus labios una vez más. La pasión explotó entre ellos, caliente
e imparable, y el tiempo de exploración había terminado. Parecía que hubiesen estado
separados durante una eternidad y la necesidad que existía entre ellos no podía ser
negada. Era como un incendio en un bosque, ardiendo brillante y furiosamente. Sus
besos se hicieron casi rudos. Ella subió por su espalda arañándole con las uñas al
tiempo que las manos de él vagaban por su cuerpo, después las clavó en la parte
superior de sus brazos y se arqueó hacia él, cuando éste deslizó una mano entre sus
piernas apretándola contra el cuero de su falda.
—Te necesito —jadeó ella. Era una orden, no una súplica, y Rachel la reforzó
introduciendo una mano entre ellos para apretarle el miembro a través de sus
vaqueros.
La reacción de Etienne fue inmediata. Se levantó lo suficiente para arrodillarse
entre sus piernas sobre el diván, empujó la falda hacia arriba los pocos centímetros
necesarios, aferró sus medias y, en lugar de deslizarlas hacia abajo, simplemente
rasgó los lados de la ligera seda de modo que desapareció como los restos de un
naufragio. Se desabrochó los vaqueros y se echó sobre ella, deslizó una mano bajo su
trasero alzándola ligeramente, y se deslizó en su interior mientras ella abrazaba sus
caderas con las piernas.
Rachel soltó un gemido de alivio cuando entró en ella, su cuerpo le dio la
bienvenida apretándole con fuerza mientras él gemía en su oído. Entonces él comenzó a
moverse, y ambos se vieron arrastrados por el momento. Esforzándose, casi luchando
por la liberación que ambos necesitaban. Etienne se aseguró de que Rachel tuviese la
suya antes, pero en el instante en que ella gritó y él sintió las contracciones de su
vagina al llegar al clímax, dijo a través de sus dientes apretados:
—Gracias, Dios —y se permitió alcanzar su propia liberación. Entonces se
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Etienne fue el primero en reaccionar. Soltando una carcajada irónica, casi sin
aliento, se movió sobre el diván hasta quedar de espaldas de modo tirando de ella para
que quedase recostada sobre él, floja como una muñeca de trapo.
—Bueno, eso fue… —Su voz era ronca y permitió que las palabras se apagasen.
—Hmmm… —murmuró Rachel, después levantó la cabeza para sonreírle
traviesa—. ¿Quieres hacerlo otra vez?
Riendo entre dientes, él pasó sus brazos alrededor de ella y la abrazó
fuertemente.
—Me encantaría. ¿Estás bien para seguir?
—Por supuesto, yo… —se detuvo bruscamente y levantó la cabeza otra vez, con
los ojos abiertos de par en par.
—¿Qué? —preguntó él con preocupación.
—No me desmayé —dijo ella con asombro—. Es la primera vez que no me
desmayo.
—Entonces definitivamente no lo hice bien —decidió Etienne y se sentó
haciéndola a enderezarse también.
—Oh, pero yo… er… disfruté de ello tanto como siempre —dijo Rachel,
consciente de que se estaba ruborizando, pero incapaz de evitarlo—. Tal vez incluso
más. Fue bastante intenso.
—Lo fue, ¿verdad? —Él sonreía ampliamente con cierto aire de suficiencia
mientras la levantaba en brazos y se encaminaba fuera de la biblioteca.
Rachel sacudió la cabeza ante el ego masculino y la apoyó contra su pecho
mientras la llevaba por el pasillo. Se encontraban en la escalera a medio camino del
segundo piso cuando Etienne preguntó de pronto:
—¿Que estabas bebiendo en el club?
—Un Por Siempre algo —murmuró Rachel, jugando con el pelo de la base de su
cuello.
—Ah —asintió Etienne con la cabeza.
—¿Ah qué? —preguntó Rachel apartando la cabeza de su hombro para mirarle a
la cara con curiosidad.
—Esta noche no te desmayarás —le informó divertido.
—¿Oh?
—Hmm —Él rió entre dientes—. De hecho, Thomas lo ha arreglado de modo que
ahora estoy a punto de experimentar una verdadera sesión de entrenamiento.
—¿De verdad? —preguntó ella con interés mientras él la llevaba al dormitorio—.
Creo que me gusta tu primo.
—Ahora mismo, a mí también —dijo él con una carcajada. Le dio una patada a la
puerta del dormitorio para cerrarla tras ellos.
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Epílogo
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solo fuese por averiguar el motivo por el cual su madre estaba viendo a un terapeuta y
cuanto de sus vidas, por no mencionar lo que ellos eran, había revelado a ese tal Dr.
Bobby.
—Bueno, entonces te dejo que continúes con tu trabajo —dijo Marguerite con
una sonrisa y comenzando a dirigirse hacia la puerta.
Bastien comenzó a relajarse, para ponerse de nuevo en tensión cuando ella soltó:
—No te preocupes, hijo. Ahí fuera también hay una mujer para ti. Y tengo toda
la intención de ayudarte a encontrarla.
Él abrió la boca con horror mientras la puerta se cerraba tras la espalda de su
madre. Aquellas palabras habían sonado sospechosamente como una amenaza.
FIN
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