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Descubrimiento de Neptuno
Alrededor de 1972 se propuso la existencia de un planeta que sería el número 10 del sistema solar
por su distancia del sol. Se llegó a la conclusión de que ese planeta debía existir para explicar las
desviaciones de la órbita del cometa Halley y de dos de los planetas exteriores de Neptuno y
Plutón. Se calculó que, para alterar estas órbitas del modo en que parecía hacerlo, su masa debía
ser, aproximadamente, tres veces mayor que la de Saturno, y su período de revolución alrededor
del Sol, de 500 años. Cálculos adicionales daban la posición en que tenía que encontrarse el
planeta por las fechas en que se propuso su existencia. Debería encontrarse entonces en la
dirección de la constelación de Casiopea. Pocos meses después, otros astrónomos distintos a los
que habían formado la hipótesis y hecho la predicción, mostraron que si la densidad del supuesto
planeta y a luz que había de reflejar estaban dentro de lo normal, el planeta en cuestión debía ser
visible utilizando las técnicas astronómicas usuales. Sin embargo, la observación cuidadosa de los
registros fotográficos no mostró ningún indicio de la presencia del supuesto planeta.
Ánimo y alimentación
Científicos de la Universidad de Penn State intentaron mostrar que las personas con preocupación
excesiva por su peso tienen peor ánimo luego de comer. Para eso, les fueron entregadas
computadoras a 130 personas con preocupación excesiva por su peso. Durante el día, las
computadoras pedían a los participantes que contestaran preguntas sobre su estado de ánimo.
Los autores del experimento debieron asumir adicionalmente que las preguntas hechas por la
computadora miden adecuadamente el estado de ánimo de las personas. Resultó que, luego de
comer, la mayoría de las personas evaluadas experimentaban un gran empeoramiento de su
estado de ánimo.
En 1972, Walter Mischel quiso determinar si la gratificación diferida en un niño indica el éxito
futuro. Para ello realizó un experimento en el que analizó niños de cuatro a seis años. A cada niño
lo encerró en una habitación con un caramelo en frente. Les dijo que si no lo comían en quince
minutos, les daría otro caramelo. Naturalmente, los investigadores debieron presuponer que los
niños desean comer caramelos, y que prefieren dos caramelos a uno. Solo un tercio de los niños
pudieron diferir la gratificación (es decir, esperar quince minutos sin comer, para obtener otro
caramelo). En un seguimiento posterior, 10 años más tarde Mischel pudo determinar que aquellos
que pudieron diferir la gratificación en el experimento lograron resultados significativamente
mejores en los exámenes de ingreso a la universidad.