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Malena Botto1
Mariano Dubin2
4 Si bien la pedagogía crítica en sus inicios termina reproduciendo el mismo reproductivismo que critica (al no
encontrar en las aulas sino la asimilación total de los valores sociales hegemónicos), límite que algunos de sus
mismos representantes estudiaron (Giroux y McLaren, 1998), es posible reformular algunos de sus problemas a
partir de nuestros intereses. Si Henry Giroux se pregunta como necesario el examen de “las fuerzas ideológicas
y materiales que han contribuido a lo que podríamos llamar la proletarización del trabajo del profesor, es decir,
la tendencia a reducir a los profesores a la categoría de técnicos especializados dentro de la burocracia escolar,
con la consiguiente función de gestionar y cumplimentar programas curriculares en lugar de desarrollar o
asimilar críticamente los currículos para ajustarse a preocupaciones pedagógicas específicas” (Giroux, 1990:
172), en el marco de nuestra investigación afirmamos que estas “fuerzas ideológicas y materiales” son, muchas
veces, los discursos pedagógicos y didácticos (muchos de ellos constituidos retóricamente por ideas
progresistas) los que fortalecen o producen esta división entre especialistas y docentes.
para la reflexión teórica imbricada con lo que ocurre en las escuelas, y a partir de los mismos
maestros como sujetos de investigación que no necesariamente deben responder a los
tradicionalmente prestigiados por los circuitos académicos (Rockwell y Mercado, 1988).
Lejos de entender las prácticas docentes con un criterio aplicacionista o tecnicista, las
entendemos como acciones sociales de articulación en las que la reflexión vuelta sobre el
hacer en la enseñanza es susceptible de integrar, a la vez que de ampliar, el horizonte teórico
de que se sirve. El trabajo realizado desde la Universidad Pedagógica con maestros en
ejercicio que se forman como investigadores en el marco de una carrera universitaria ha dado
como resultado experiencias significativas para pensar y sostener esta articulación que, a su
vez, nos hace reflexionar sobre qué entendemos por investigación educativa y, en particular,
por la que se ocupa de la alfabetización, la lengua y la literatura.
Tal investigación, sustentada en las premisas epistemológicas y metodológicas antes
referidas, nos permite trabajar junto con los estudiantes en la visibilización y recorte de
problemas sobre la alfabetización, sobre la lectura y la escritura, sobre la lengua y la
literatura. También nos enfocamos en la especificidad que adquieren en la educación
primaria, fundados o justificados en el devenir de las instituciones educativas, en aquello que
proponen debería ser indagado en relación a su sentido y valor en cuanto aporte al trabajo
docente. Es decir, se trata de opciones por marcos teóricos y metodologías cualitativas -en su
concepción más amplia-, que habilitan la posibilidad de alojar y volver objeto de indagación
pertinente para sus abordajes disciplinarios las preguntas tanto sobre el lugar de la gramática
en la alfabetización inicial, o el conocimiento lingüístico en general, las implicancias
metodológicas de la alfabetización en contextos bilingües (en particular, con las lenguas
indígenas), los consumos culturales de los niños, las tensiones entre los saberes docentes y los
saberes pedagógicos, la reutilización de las tradiciones de enseñanza negativizadas en la
década de los `90, o la escritura en general.
5 Silvia Sigal (2002) realiza su análisis sobre la relación entre intelectuales y poder en la década del ’60 en
Argentina y reseña los debates al interior de las instituciones universitarias durante el frondizismo y los años
No es el propósito de este trabajo historizar la conformación del campo de estudios sobre el
currículum en Argentina, o los debates sobre investigación educativa suscitados al interior de
la institución universitaria. Traemos esta breve reseña porque nos interesa señalar que es a
partir de ese momento, también, cuando la formación de profesionales universitarios en
educación y la formación de maestros comienzan a bifurcarse progresivamente y a adquirir
sus lógicas específicas (los Institutos de Formación Docente que dejan definitivamente atrás
el modelo del normalismo surgen en este período, a partir de 1969, si bien recién en 1986 se
crea una dirección de gestión estatal que los contenga).
Silvina Feeney (2014) advierte acerca de la escasa producción teórica en el ámbito
universitario argentino que retome los debates en torno al campo del currículum, a la par que
señala que los primeros trabajos producidos sistemáticamente en el marco de la adopción de
la visión eficientista y tecnicista heredera del modelo de Tyler se destinan precisamente a los
estudiantes del Profesorado del Nivel Primario 6. En un contexto signado por el avance del
autoritarismo y la disciplina que alcanzarán su máxima expresión luego del golpe militar de
1976, se van legitimando “nuevas divisiones del trabajo pedagógico”: “los expertos deben
ocuparse de la fundamentación científica y la concepción estructural, mientras que los
docentes deben operativizar los objetivos subordinados -‘didácticos’, ‘de aula’- del
currículum” (Feeney, 2014: 20).
Aun cuando la postdictadura suponga una revisión y una puesta al día que opere un
descongelamiento de los debates educativos obturados durante la década anterior, y se
introduzcan o reintroduzcan desde los estudios universitarios los aportes de la teoría y la
pedagogía críticas, aun cuando –inclusive– estas perspectivas ingresen como contenidos en la
formación pedagógica de maestros y profesores en el nivel terciario, cabe señalar dos
cuestiones. Por un lado, queda pendiente un estudio que historice –más allá de ciertos casos
particulares– el impacto y alcance de esta nueva división del trabajo pedagógico para el caso
de la formación docente no universitaria. Por otro lado –lo que más nos interesa aquí–, la
conjunción de modernización pedagógica y la participación de organismos de crédito
internacionales e importación de una producción teórica de corte técnico-instrumental han
contribuido a la consolidación de un perfil docente que lo concibe como sujeto ejecutor y no
como actor de las políticas educativas.
En el contexto de las últimas décadas, en el que la mercantilización de la educación en sus
distintos niveles se conjuga con la exigencia de mayor inclusión y democratización de los
procesos educativos -incluyendo los de gestión- Díaz Barriga e Inclán Espinosa (2001)
advierten que para analizar cabalmente el papel de los docentes en las reformas educativas es
necesario comprender cómo se gestan estas reformas a nivel regional y la situación gerencial
en que son concebidas. Más allá de la pauperización en términos económicos, la labor
docente se ve afectada por un desplazamiento que en términos simbólicos lo desliza cada vez
posteriores, discusiones que retoman las suscitadas luego de la Reforma de 1918 y que se reactualizan en la
fórmula “laica o libre”, en un clima intelectual y político que coincide, además, con la reinterpretación del
peronismo y la emergencia de la “nueva izquierda”. La autora focaliza en particular el caso de la carrera de
Sociología, en la que los debates en torno a la participación de capitales y organismos internacionales asociados
a la “modernización” disciplinar fueron particularmente intensos. Sin embargo, la discusión excede a las
disciplinas y a la Universidad misma para extenderse a través de otros órganos de difusión, en publicaciones
políticas y culturales, en tanto se trata de redefinir el rol del intelectual y las formas del compromiso social y
político.
6 Un reciente trabajo permite una primera revisión detallada de las concepciones de lengua instrumentalizadas
en los Profesorados en Educación Primaria en los los Institutos Superiores de Formación Docente (Oviedo,
2021).
más desde el lugar de trabajador intelectual a uno de empleado estatal, rol cada vez más fácil
de internalizar en tanto las relaciones entre tarea docente y proyectos del Estado se hallan
fuertemente ritualizadas y burocratizadas.
Más aún, agregamos nosotros, cuando para responder a demandas reales y concretas surgidas
de diversas situaciones socioeducativas en las que el maestro se halla inserto, las exigencias
del sistema acaban por obstaculizar las posibilidades de discernir entre ambos
posicionamientos. Así, la mentada “profesionalización” constituye una exigencia pero, a la
vez, conlleva la promesa -que muchos docentes recogen con entusiasmo- de ofrecer una
preparación que recoloque al colectivo docente en un lugar distinto del de mero instrumento
del currículum. Sin embargo, y en tanto en la mayoría de los casos estas capacitaciones son
consecuencia y requerimiento de la misma visión gerencial, acaban reforzando el perfil
tecnicista.
En suma, lo anterior refiere a otra de las aristas complejas que se deben considerar a la hora
de idear una propuesta de formación para maestros en ejercicio, si se parte de la decisión
político-pedagógica de brindar una formación en investigación que legitime su análisis en las
propias prácticas docentes, con apoyatura en la investigación educativa de corte social,
cultural e histórico. Como señalan Elsie Rockwell y Ruth Mercado (1988) en uno de sus
primeros trabajos etnográficos respecto de las relaciones entre investigación y formación
docente:
A modo de conclusión
¿En qué sentidos estas concepciones y categorías del enfoque etnográfico se presentan como
aportes para la formación en investigación de los docentes estudiantes? Al contrario de
algunas versiones superficiales de corte aplicacionista, no pretendemos que los estudiantes
“hagan etnografía”, ni la consideramos el enfoque privilegiado para el análisis de las
prácticas de enseñanza del universo disciplinar que para la educación primaria abarca la
alfabetización, la lectura y la escritura, la lengua y la literatura. De hecho, coincidimos con
Carolina Cuesta (2010) cuando afirma que la etnografía no constituye un método, y menos -
de acuerdo con la propia Rockwell (2009)- una alternativa pedagógica.
Estas alternativas, en todo caso, no se establecen con recambios de perspectivas teóricas -la
continua proliferación de “nuevos entramados bibliográficos” para la formación de recursos
humanos- sino con proyectos educativos nacionales centrados en el sujeto que hace posible la
escuela día a día, es decir, los docentes. En síntesis, no estamos hablando de otra cosa de un
proyecto de nación moderna asediado por la creciente fragmentación y atomización de las
instituciones como, en términos conceptuales-económicos, por concepciones liberales y/o
posmodernas que niegan al sistema educativo en su carácter nacional.
Sin embargo, mucho antes de poder discutir la constitución política de la institución escolar -
y alejándonos, sobre todo, de los presupuestos pedagógicos que afirman que los cambios de
enfoques suponen reacomodaciones inmediatas de todo el sistema tal como si los docentes,
de pronto, afirmaran “he hecho todo mal hasta el día de hoy, ahora deberé readecuarme a la
última disposición ministerial”- afirmamos una premisa más inmediata. No hay modo de
tematizar el sistema escolar, el trabajo docente, los problemas de enseñanza disciplinar, etc.,
sin conocer las escuelas concretas.
En Brasil, José Sergio Fonseca de Carvalho ha caracterizado estos discursos pedagógicos
como “abstracciones” y “especulaciones” que a partir de supuestas verdades científicas -por
ejemplo, “el desarrollo cognitivo” del niño-, y un adoctrinamiento de los docentes en este
campo, supondría automáticamente transformaciones en la escuela desconociendo la
complejidad de la institución. Por tanto, las prácticas escolares serían una “consecuencia” de
los conceptos de niñez, inteligencia, desarrollo, etc., de modo que la renovación de esos
conceptos en la representación de los profesores resultaría en la renovación de sus prácticas
(Fonseca de Carvalho, 2020: 106).
Pero este acercamiento abstracto y especulativo de la escuela no es privativo del
constructivismo. Otras matrices teórico-conceptuales, tales como la “pedagogía de las
competencias” -con una evidente mayor carga de retóricas liberales y meritocráticas- no ha
representado una ruptura significativa en relación a los presupuestos y elementos
estructurales dominantes ya que ambas presentan una “retórica prescriptiva” que está “forjada
en la abstracción de la cultura escolar” (Fonseca de Carvalho, 2020: 97). De hecho, la matriz
de las actualmente perspectivas dominantes es la ajenidad con el cotidiano escolar.
Precisamos, por el contrario, una teoría educativa que parta de las realidades concretas
educativas, que releve y sea parte de la voz de los docentes, que recupere la dimensión
política de los proyectos educativos sin perder su rigurosidad científica. Pero, sobre todo, y
en primer lugar, se precisa una investigación educativa que conozca las realidades escolares.
Reorientar los esfuerzos críticos, como afirma Fonseca de Carvalho, a conocer el “mundo
escolar” para “superar la mera transposición mecánica de conceptos” y no repetir, una vez
más, “una retórica abstracta, incapaz de aumentar nuestros conocimientos sobre las
instituciones escolares o de renovación de sus fundamentos y prácticas”. Citemos in extenso
esta propuesta de investigación educativa formulada por Fonseca de Carvalho:
“Lo que se espera de un discurso que anhele modificar un conjunto de prácticas sociales
históricamente consolidadas como las escolares es que, al menos, se conozcan en sus
manifestaciones más típicas o frecuentes, en sus condiciones y resultados y, a partir de ese
conocimiento se orienten alternativas y se justifiquen teniendo en cuenta los valores y
condicionamientos históricos a ellas asociadas […] Por otro lado, si el constructivismo -o
cualquier otra línea de investigación en psicología- pretende contribuir a las prácticas y a los
discursos pedagógicos es preciso que el foco de sus investigaciones se oriente directamente
hacia ese fenómeno particular y concreto que es el “mundo escolar”, superando la mera
transposición mecánica de conceptos. En caso contrario, como tantas otras corrientes
educacionales que se alternan en los modismos pedagógicos, el constructivismo nunca pasará
de una retórica abstracta, incapaz de aumentar nuestros conocimientos sobre las instituciones
escolares o de renovación de sus fundamentos y prácticas, simplemente porque no las
considera en sus características históricas e institucionales y en sus compromisos éticos y
políticos” (Fonseca de Carvalho, 2020: 106).
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