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El pasado 4 de junio se cumplió el 94º aniversario del nacimiento de Jorge Alberto Sabato,
Jorjón, el físico y tecnólogo argentino más destacado de la Argentina. Junto a Amilcar Herrera y
Oscar Varsavsky fueron los referentes locales del hoy llamado Pensamiento Latinoamericano
de Ciencia, Tecnología y desarrollo (PLACTED). Su libro de Física para estudiantes secundarios,
su paso por CNEA y Segba, sus libritos sobre política en ciencia y tecnología, sus artículos en la
Revista Humor, y sus últimas contribuciones para una política de ciencia, tecnología y desarrollo
para la triunfante Unión Civica Radical en el retorno de la democracia en 1983, son obras y
tareas notables. Pero quizá su aporte más disruptivo, y aún influyente, es su breve artículo
equívocamente llamado “Triángulo de Sabato”.
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“De tal forma que todo ese acervo que es parte de nuestro patrimonio político y cultural, hoy es
retomado para constituirse en una plataforma desde la cual, aprovechando el proceso político
que se está dando en Latinoamérica, seguir avanzando por un camino que atienda a nuestro
contexto; en el marco de una realidad que nos resulta propicia, a pesar de ser particularmente
severa ya no sólo en el plano político sino también en cuanto a las condiciones de contorno, y en
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un mundo que se tambalea acosado por la desigualdad, la crisis ambiental y el protagonismo de
los que hasta hace muy poco eran testigos sin voz y hoy la levantan convertida en un arma
poderosa para expresar sus demandas –muchas veces de un valor, originalidad y vigencia que
nos sorprende y moviliza–“.
En 1961 el gobierno de Estados Unidos, lanza una serie de préstamos para los países de la
región, para la creación de infraestructura e industrialización, con la manifestación de lograr
reducir las asimetrías señalas más arriba. Esta iniciativa fue conocida como la Alianza para el
Progreso y conllevó en pocos años un proceso de inversión extranjera con penetración de
tecnologías desconocidas en la región que empezó a desequilibrar al capital local. Esto fue
advertido por los economistas de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL) y en un determinante artículo escrito en 1963 señalan la necesidad de que los
gobiernos locales intervengan en apoyo a la investigación tecnológica. Luego los cepalinos
aportarán, en aquellos años encabezados por el argentino Raúl Prebisch, ideas sobre el
tratamiento de la transferencia tecnológica y la protección del conocimiento, dado que se
empezó señalar a la tecnología como un valor transable, es decir introducir al conocimiento
aplicado en un ámbito económico.
Son tres experiencias diversas y apasionantes donde el recuerdo de Amílcar Herrera nos trae el
concepto que “la tecnología es cultura”, y que si la compramos sin tomarlo en cuenta, lleva
adjunto el modelo de sociedad para la que se produjo. O la fuerza aún hoy vigente y dicha con su
vozarrón tan personal Oscar Varsavsky de que estamos obligados a desarrollar otro “estilo
tecnológico” si la aspiración es apuntar a una sociedad diferente, es decir, una sociedad
socialista, porque Varsavsky observa que solo un cambio de sistema puede dar a la ciencia y la
tecnología un lugar legítimo en Latinoamérica.
Pero, de todas maneras, como en todas las otras tecnologías en que nos metemos, el objetivo
siempre es llegar a tener capacidad de decisión. Llegar un día a conocer la tecnología con
claridad suficiente como para poder decir: bueno, nos metemos o no, qué riesgo corremos y
cuánto vale ese riesgo, etcétera, etcétera. Y yo creo que es esto lo que estratégicamente
interesa para un organismo como la Comisión, o de cualquier tipo del sector público: que pueda
decidir per se dónde están los riesgos y dónde están las ventajas, para que no le vendan
buzones, que es lo que uno termina finalmente haciendo: comprando buzones, porque no sabe
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lo que pasa. Ahora, la decisión está tomada, es decir: los elementos combustibles se van a hacer
en la Argentina. Esa decisión está abonada en varias cosas. Para empezar que, por suerte, desde
el año 1957, en los reactores de investigación —la Comisión ya ha hecho cuatro reactores de
investigación— (la Comisión nunca compró un reactor), siempre los elementos combustibles se
hicieron acá. De manera que fuimos adquiriendo una cierta experiencia y, por lo menos, y sobre
todo, una cierta confianza. Sabemos que es una tarea difícil; son espantosos los controles que
hay que hacer, etcétera, pero como lo hemos hecho en el pasado, tenemos ya alguna
experiencia. Estamos tratando de fijar una política nacional al respecto. No solamente
queremos hacer los elementos combustibles para Atucha, quisiéramos que esa fuera la piedra
fundamental de una política en materia de uranio.
Jorge Sabato hará otros dos aportes conceptuales trascendentes más, que a juicio de este autor
son valiosísimos a la luz de entender las claves de generar y construir prácticas concretas de
ciencia, tecnología y desarrollo autónomo. Serán en primer la idea de “paquete tecnológico” y en
segundo lugar, su afamado “triángulo”.
Para Sabato el conocimiento técnico – científico es una mercancía; por lo tanto se produce, se
distribuye, se vende, se compra, se exporta, se importa, se intercambia y “hasta se roba”. Por esa
afirma:
Cuando Sabato participa del proceso de negociación y desarrollo de la CNEA en 1964 para la
Central Nuclear de Atucha, logrando la apertura del paquete tecnológico total, no comprarlos
cerrados, sino desagregar de antemano los componentes que se podrían producir localmente a
través entonces de una “desagregación tecnológica”. Esto permite clasificar a las tecnologías
subyacentes en el paquete tecnológico global en tecnologías medulares y periféricas. A partir
de esto se puede planificar el aumento paulatino de la participación nacional en cada proyecto.
Con este modelo la CNEA logró pasar de un 42% de participación de tecnología nacional en su
primer Central de Atucha, a un 55% para su Central de Embalse.
Y estará el tercer aporte notable de Jorge Sabato, que como bien él mismo señala tiene
antecedentes, y luego reaparecerá en el modelo de la “Triple Helix”, aunque endulcorado sin las
implicancias políticas que anidaba por su concepción antidependentista.
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El Triángulo de Sabato.
En el año 1968 Jorge Sabato y Natalio Botana elaboraron, en un artículo que denominaron “La
ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina”. El breve trabajo, solo unas 10
páginas, plasman un modelo que fue elaborado con el objetivo de proponer una estrategia que
permitiera hacer realidad la participación del país en los escenarios de prospectiva que se
daban para el desarrollo científico – tecnológica para el año 2000. No detenerse en los
obstáculos que se daban como obvios en el informe, sino proponer una alternativa de
intervención concreta, es decir, un “como hacerlo”. Entones se trataba de analizar como lograr
una capacidad técnico – científica de decisión propia a través de la inserción de la Ciencia y la
técnica en la trama misma del proceso de desarrollo; por lo tanto el aporte no fue producto de
desarrollos teóricos ni pretendió destacarse en esa condición. Tampoco los autores reclamaron
un lugar de originalidad, pues citan a un par de autores norteamericanos que ya habían
resaltado el sistema de relaciones público privado que habían impulsado los procesos de
innovación de aquel país.
El meollo del modelo propuesto es a sintetizar, a partir de la figura de un triángulo donde los
vértices y los lados representan a los actores y relaciones que intervienen en las actividades que
imbrican ciencia, tecnología y desarrollo en la sociedad moderna; que fueron analizas tomando
casos concretos de desarrollos tecnológicos y de proyectos nacionales de éxito.
El trabajo de Sabato y Botana, hace una advertencia sobre las relaciones complejas entre
ciencia y empresa. Dirán allí:
“Las inter-relaciones de tipo horizontal son las más complejas de establecer, salvo el caso ya
señalado donde la infraestructura científico – tecnológica está adscripta a la estructura
productiva, dependiendo directamente de las empresas. Cuando se trata de actividades
diferenciadas no solo de acuerdo a su función sino también de acuerdo a su posición
institucional (por ejemplo una empresa que no realiza actividades de investigación frente a una
institución consagrada exclusivamente a tareas científicas) uno de los métodos más adecuados
para desbrozar el camino por donde circulan las demandas recíprocas, parece ser el de la
movilidad ocupacional, o transferencia recíproca del personal humano de uno a otro vértice”.
A medida que las dictaduras iban avanzando en Latinoamérica, los protagonistas del
Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo fueron perdiendo
protagonismo y muchos debieron exiliarse de sus respectivos países. Sus enfoques
emparentados al estructuralismo económico desarrollista y las teorías de la dependencia
quedaron señalados como factores de retraso y caos por el neoliberalismo de la Escuela de
Chicago.