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(Félix Lope de Vega y Carpio, Madrid, 1562 - id., 1635) Escritor español. Procedente de una
familia humilde, la vida de Lope de Vega fue sumamente agitada y repleta de lances amorosos.
Estudió en los jesuitas de Madrid (1574) y cursó estudios universitarios en Alcalá (1576),
aunque no consiguió el grado de bachiller.
Debido a la composición de unos libelos difamatorios contra la comedianta Elena Osorio (Filis)
y su familia, por desengaños amorosos, Lope de Vega fue desterrado de la corte (1588-1595).
No fue éste el único proceso en el que se vio envuelto: en 1596, después de haber sido
indultado en 1595 del destierro, fue procesado por amancebamiento con Antonia de Trillo.
Estuvo enrolado, al menos, en dos expediciones militares: una fue la que conquistó la isla
Terceira en las Azores (1583), al mando de don Álvaro de Bazán, y la otra, en la Armada
Invencible. Fue secretario de varios personajes importantes, como el marqués de Malpica o el
duque de Alba, y a partir de 1605 estuvo al servicio del duque de Sessa, relación sustentada en
una amistad mutua.
Lope se casó dos veces: con Isabel de Urbina (llamada Belisa en sus versos), con la que
contrajo matrimonio por poderes tras haberla raptado antes de salir desterrado de Madrid; y
con Juana de Guardo en 1598. Aparte de estos dos matrimonios, su vida amorosa fue muy
intensa, ya que mantuvo relaciones con numerosas mujeres, incluso después de haber sido
ordenado sacerdote. Entre sus amantes se puede citar a Marina de Aragón, a Micaela Luján
(Camila Lucinda), con la que tuvo dos hijos, Marcela y Lope Félix, y a Marta de Nevares
(Amarilis y Marcia Leonarda), además de las ya citadas anteriormente.
La obra y la biografía de Lope de Vega presentan una gran trabazón, y ambas fueron de una
exuberancia casi anormal. Como otros escritores de su tiempo, cultivó todos los géneros
literarios.
La primera novela que escribió, La Arcadia (1598), es una obra pastoril en la que incluyó
numerosos poemas. En Los pastores de Belén (1612), otra novela pastoril pero «a lo divino»,
incluyó, de nuevo, numerosos poemas sacros. Entre estas dos apareció la novela bizantina El
peregrino en su patria (1604), que incluye cuatro autos sacramentales. La Filomena y La Circe
contienen cuatro novelas cortas de tipo italianizante, dedicadas a Marta de Nevares. A la
tradición de La Celestina, la comedia humanística en lengua vulgar, se adscribe La Dorotea,
donde narra sus frustrados amores juveniles con Elena Osorio.
Su obra poética se sirvió de todas las formas posibles; le atrajo por igual la lírica popular y la
culterana de Luis de Góngora, aunque, en general, defendió el «verso claro». Por un lado están
los poemas extensos y unitarios, de tono narrativo y asunto a menudo épico o mitológico, como
por ejemplo La Dragontea (1598). La hermosura de Angélica (1602) se inspira en el Orlando de
Ariosto, mientras que Jerusalén conquistada (1609) se basa en la obra homónima de Torquato
Tasso; cabe incluir en este grupo La Andrómeda (1621) y La Circe (1624). De temática
religiosa es El Isidro (1599), y también los Soliloquios amorosos (1626). La Gatomaquia (1634)
es una parodia épica.
En cuanto a los poemas breves, su lírica usó de todos los metros y géneros. Se encuentra
recogida en las Rimas (1602), Rimas sacras (1614), Romancero espiritual (1619), Triunfos
divinos con otras rimas sacras (1625), Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de
Burguillos (1634) y La Vega del Parnaso (1637).
El teatro de Lope
Donde realmente vemos al Lope renovador es en el género dramático. Después de una larga
experiencia de muchos años escribiendo para la escena, Lope compuso, a petición de la
Academia de Madrid, el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (1609). En él expone
sus teorías dramáticas, que vienen a ser un contrapunto a las teorías horacianas, expuestas en
la Epístola a los Pisones.
De las tres unidades -acción, tiempo y lugar-, Lope sólo recomienda respetar la unidad de
acción para mantener la verosimilitud, y rechaza las otras dos, sobre todo en las obras
históricas, donde se comprende el absurdo de su observación; aconseja la mezcla de lo trágico
y lo cómico (en consonancia con el autor de La Celestina): de ahí la enorme importancia de la
figura del gracioso en su teatro y, en general, en todas las obras del Siglo de Oro; regulariza el
uso de las estrofas de acuerdo con las situaciones y acude al acervo tradicional español para
extraer de él sus argumentos (crónicas, romances, cancioncillas).
En general, las obras teatrales de Lope de Vega giran en torno a dos ejes temáticos, el amor y
el honor, y con su fórmula de la doble acción (una entre nobles y otra entre criados) logró atraer
por igual a todos los sectores de su público, desde el pueblo iletrado hasta la aristocracia culta
y refinada. De su extensísima obra, más de «mil quinientas» comedias según palabras del
propio autor, se conservan unas trescientas de atribución segura.
La temática es tan variada que resulta de difícil clasificación. El grupo más numeroso es el de
comedias de capa y espada, basadas en la intriga de acción amorosa: La dama boba, Los
melindres de Belisa, El castigo del discreto, El caballero del milagro, La desdichada Estefanía,
La discreta enamorada, El castigo sin venganza, Amar sin saber a quién y El acero de Madrid.
De tema caballeresco: La mocedad de Roldán y El marqués de Mantua. De tema bíblico y
vidas de santos: La creación del mundo y El robo de Dina. De historia clásica: Contra valor no
hay desdicha. De sucesos históricos españoles: El bastardo Mudarra y El duque de Viseo.
Sus obras más conocidas son las que tratan los problemas de abusos por parte de los nobles,
situaciones frecuentes en el caos político de la España del siglo XV; entre ellas se encuentran
La Estrella de Sevilla, Fuente Ovejuna, El mejor alcalde, el rey, Peribáñez y el comendador de
Ocaña y El caballero de Olmedo. De tema amoroso son La doncella Teodor, El perro del
hortelano, El castigo del discreto, La hermosa fea y La moza de cántaro.
PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA (DRAMA DE HONOR RURAL)
Resumen
Peribáñez se presenta con Casilda ante el rey y cuenta todo lo acontecido. “Enrique el
justiciero”, haciendo honor a su apelativo, comprende lo expuesto por Peribáñez y lo nombra
capitán.
Análisis
-El hecho de que se desarrollen dos acciones en paralelo, el cortejo fraudulento del
comendador y la guerra de Castilla conducida por el rey contra los reinos árabes, aportan
variedad y entretenimiento.
-Los elementos ideológicos son presentes y bien visibles: vivencia intensa de la religión
católica, aceptación de la guerra constante contra los árabes como algo ineludible, defensa de
la monarquía, en concreto exaltación de la figura del rey, como la forma natural de gobierno,
etc. Son los elementos más visibles.
-La polimetría es usada por Lope de Vega con gran destreza y acierto. En cualquier edición se
señalan en tabla todas las estrofas usadas y no es necesario insistir en ello, además de las
recetas del propio Lope sobre su uso en el Arte nuevo de hacer comedias.
-En esta pieza en elemento cómico apenas aparece; no existe la figura del donaire. A cambio,
media docena de campesinos imprimen naturalidad, frescura y algo de humor en sus diálogos.
-La honra, como no podía ser menos, juega un papel fundamental. Se revela como el factor
esencial de la vida pública y verdadera llave de la reputación de las personas. Y, más en
concreto, el comportamiento sexual de las mujeres era la piedra angular del edificio de la honra
para todos los que la rodeaban. Por mantenerla se toman decisiones descabelladas, incluido el
asesinato.
TIRSO DE MOLINA
Por el sótano y el torno es una de las mejores comedias urbanas del madrileño Tirso de Molina
(1584?-1648). La obra se desarrolla en el Madrid del siglo XVII. En sus plazas, en sus calles
viven los protagonistas, discurren, transitan, aman y engañan, y finalmente se deciden a ser
felices, aceptando sabiamente el dicho popular de "cada oveja con su pareja". En Por el sótano
y el torno, Tirso de Molina no sólo recrea los lugares famosos de su ciudad, sino también el
habla del Madrid de la época, con sus juegos de palabras y sus maliciosos y encantadores
sobreentendidos; en fin: Madrid, siempre Madrid.
Escena: En las inmediaciones de la venta de Viveros y en Madrid.
REPARTO
Da. Jusepa dama, hermana de Da. Bernarda, cásase con D. Duarte de Noroña
Mari-Ramírez huéspeda
P. anón.: caminantes (hablan dentro vv. 11-19; v. 26); un estudiante (habla v. 38); un barbero (habla v.
475).
I
Doña Bernarda, una viuda pobre, y su hermana Doña Jusepa están de camino de Guadalajara
a Madrid, donde Jusepa pronto se casará con Don Gómez, un hombre rico de setenta años del
Nuevo Mundo. Ella recibirá una gran cantidad de dinero de su nuevo esposo, y Bernarda
también recibirá una buena suma, que planea usar como dote para ella. Bernarda ha criado a
Jusepa, su madre murió cuando nació Jusepa y su padre también murió. Tienen un accidente
con su carruaje, en el que Bernarda resulta herida y queda inconsciente. En ese momento llega
Don Fernando y ayuda a rescatar a Bernarda, llevándola hasta la cercana Posada de Viveros.
Está bastante enamorado de ella. Aprende de Polonia, esclava de Bernarda, el motivo de su
viaje a Madrid.
En Madrid, Don Duarte se ha detenido en la posada de Mari-Ramírez, justo enfrente de la casa
donde Bernarda y Jusepa han sido instaladas por el futuro marido de Jusepa. Están
encerrados con una trampilla o un torno, como los que se usarían en un convento para pasar
cosas dentro o fuera, su único contacto con el mundo exterior. Nadie puede entrar y solo se les
permite salir para asistir a misa por las mañanas.
Mientras tanto, Fernando llega a la posada de Madrid y conoce a Duarte, un viejo amigo. Oye
la voz de Polonia y ve a Bernarda entrando en la casa de enfrente. Se entera de que ella
todavía se siente enferma como consecuencia del accidente y quiere que la desangran, por lo
que va disfrazado de barbero a verla. Don Luis, el sobrino de Don Gómez, que también ama a
Jusepa, está celoso y ha venido a intentar conquistarla antes de que se case con su tío. Ve
entrar a la casa a Fernando, que está vestido de barbero, ya Santillana, el escudero de su tío
que se ocupa de las hermanas. Luego conoce al verdadero barbero, quien dice que alguien
sobornó a su asistente para obtener sus instrumentos y se hace pasar por un barbero.
Fernando sale de la casa y logra escapar cuando Luis intenta detenerlo. Luego aparece
Bernarda para investigar el ruido y Luis le dice que él sabe que el barbero que entró a su casa
era un fraude y amenaza con decirle a su tío que Jusepa tiene un amante. Bernarda cuestiona
a Santillana, quien afirma que trajo al barbero de verdad, y le dice que vuelva a traer al barbero
a la mañana siguiente. En la posada, Fernando les cuenta a Duarte, Mari-Ramírez y Santarén
su amor por Bernarda, cómo un lacayo le contó la historia de las hermanas (aunque en realidad
fue Polonia quien le dio esta información) y cómo sobornó al lacayo para hágale saber dónde
estarían en Madrid. Sin embargo, por coincidencia se detuvo en la posada y los vio entrar en la
casa antes de que el lacayo pudiera cumplir su promesa. Todos los demás se ofrecen a
ayudarlo a conquistar a Bernarda. Él cuenta que le tocó el brazo desnudo cuando estaba
disfrazado de barbero, pero no pudo sangrarla y por eso le dijo que no tenía permiso para
sangrarla.
II
Bernarda y Jusepa han ido a la iglesia a primera hora de la mañana, seguidas de Duarte, que
quiere ver el amor de Fernando. Al regresar a casa, Jusepa tropezó y fue ayudada por Duarte,
quien vio su rostro cuando el viento le levantó el velo. Inmediatamente se sintieron atraídos el
uno por el otro. Bernarda le ordenó que se fuera y ahora, en casa, está reprendiendo a Jusepa
por prestarle atención. Santillana le confiesa a Bernarda que se ha enterado por el barbero de
verdad que el que traía era un impostor, por lo que Bernarda lo manda a buscar la dirección del
hombre que se hacía pasar por el barbero. Disfrazada de vendedora de tocados, llega Mari-
Ramírez y deja una nota para Bernarda de Bernardo, diciendo que es una factura. La puerta se
deja sin llave después de que Mari-Ramírez, y Santarén, vestido de comerciante de nociones,
deja una caja de joyas en la escotilla para la Jusepa. Duarte también le envía un soneto escrito
en portugués. Duarte le cuenta a Fernando la historia de su encuentro con Jusepa cuando
Santarén interrumpe para pedirle a Duarte que venga a la escotilla, donde esperan Jusepa y
Polonia. Duarte y Jusepa hablan, y Duarte llama a Fernando para responder por su honor y
nobleza. Antes de que llegue Fernando, sin embargo, Polonia y Jusepa se han retirado porque
viene Bernarda, pensando que Mari-Ramírez ha vuelto. Captando rápidamente la situación,
Bernarda finge ser Jusepa y habla con Fernando, quien elogia las buenas y nobles cualidades
de Duarte. Ella dice que Bernarda está a punto de casarse con Luis y luego ordena que se
abran las puertas, con lo cual Jusepa y Polonia entran por una puerta y los hombres por otra.
Enojada por ser engañada, Bernarda les dice que lo sabe todo e insiste en que Jusepa se
casará con Don Gómez, que llegará en uno o dos días.
III
Al contarle Bernarda que Luis ha ido a contarle a su tío sobre el falso barbero, Jusepa niega
que ella haya tenido algo que ver con eso. Mientras tanto, Bernarda se interesa por Fernando,
pero no quiere perder el dinero que le va a dar Don Gómez. Santillana pone celosa a Bernarda,
diciéndole que Fernando está hablando con otra mujer en la posada. Ella va a comprobar y
encuentra a Doña Melchora allí. Melchora está indignada porque Fernando no la ha buscado;
explica que perdió la carta con su nueva dirección. Melchora se va y Bernarda, que ha sido
velada, revela quién es. Ella les dice a Duarte y Fernando que no deben molestar más a ella y
a Jusepa, porque ella se va a casar con Luis y Jusepa se va a casar con Don Gómez. Sin
embargo, les dice que no se muden a otra posada, porque quiere vigilarlos. Tras su marcha,
Duarte le dice a Fernando que le gusta o no habría venido.
Santarén les trae la noticia de que cuando fue al sótano de la posada por un poco de agua
escuchó la voz de Polonia al otro lado del muro. Luego, él y Mari-Ramírez hicieron un agujero
en la pared para que pudieran entrar a la casa donde se hospedan Bernarda y Jusepa. Polonia
ya ha ido a buscar a Jusepa, para que ella y Duarte puedan encontrarse. Mientras tanto,
Bernarda está descontenta, deseando haberle dicho a Fernando que se preocupa por él.
Decide ir a la iglesia a hacer una novena y se lleva a Polonia con ella, dejando a Jusepa
encerrada. Polonia, sin embargo, le ha dicho a Jusepa que vaya a Duarte por medio del
agujero en la pared del sótano. Entonces Santarén viene a buscar a Jusepa y la convence de
que se vaya. Dice que Duarte quiere casarse con ella y que él (Duarte) tiene un vestido
portugués para su hermana que Jusepa puede usar como disfraz.
Alvarado, que ha seguido a Bernarda a la iglesia, regresa a la posada para informar a los que
están allí que Bernarda está, efectivamente, en la iglesia. Santarén regresa, anuncia la llegada
de Jusepa y se va para continuar la vigilia de Bernarda. Entra Jusepa, vestida con la túnica
portuguesa, acompañada de Duarte. Les dicen a los demás que están comprometidos. En este
punto aparece Bernarda, quien ha evadido a Santarén. Reconoce a Jusepa, pero esta última
se hace pasar por la Condesa de Ficallo, una "portuguesa". Polonia observa que la cara de la
"Condesa" tiene una forma diferente a la de Jusepa. Molesta, Bernarda se marcha pensando
que la han engañado o que está loca.
Jusepa, mientras tanto, se apresura a regresar a su casa, toma su bordado y da la impresión
de haber estado allí todo el tiempo cuando llegan Bernarda y Polonia. Bernarda todavía no
puede creer que Jusepa esté ahí. Santillana les informa que ha llegado don Gómez y los
pasará a visitar al día siguiente, a lo que Jusepa dice que su prometido está más cerca que la
posada donde está Don Gómez y que no puede casarse con este último porque ya está
casada.
Obra
Calderón escribe sobre todo comedias y autos sacramentales. Hacia 1623 estrena sus
primeras comedias y pronto, Felipe IV le convierte en dramaturgo oficial de la corte. Sin
embargo, su momento de mayor esplendor empieza a partir de 1642, cuando se retira del
ejército y entra al servicio del duque de Alba. En esta época goza de un período de tranquilidad
para dedicarse a la creación literaria. Para las fiestas de palacio compone numerosas obras.
En el estilo de sus comedias se pueden apreciar dos tendencias: una que sigue más de cerca
el teatro realista, nacional y costumbrista de Lope y su escuela, representada por las "comedias
de capa y espada"; y otra, diferenciada del estilo anterior, más personal. Esta tendencia incluye
las comedias más poéticas y simbólicas, con intensificación de los valores líricos y del
contenido ideológico. En esta segunda línea los personajes adquieren mayor esquematización
y dimensiones de símbolos universales.
Sus principales comedias se pueden clasificar en:
Comedias de historia y leyenda española: El Alcalde de Zalamea
Comedias de honor y de celos: El médico de su honra
Comedias de capa y espada: La dama duende
Comedias filosóficas: La vida es sueño
Comedias fantásticas y mitológicas: La hija del aire
Técnica y Personajes
Las aportaciones de Calderón lo diferencian, aún sin renunciar a ninguna de las innovaciones
de Lope, claramente frente a este último en todos los campos - contenido, técnica
arquitectónica, tratamiento de los personajes: En Calderón la novela adquiere un mayor rigor
constructivo y profundidad conceptual; mediante la estilización, la tendencia al simbolismo y la
jerarquización de los personajes, consigue creaciones de valor universal como Pedro Crespo o
Segismundo.
En todas las obras los elementos confluyen hacia un eje central, representado por un motivo
único y un personaje que destaca fuertemente sobre los demás. La obra se despoja de lo
secundario y, cuando aparece una plural intriga dramática, está jerarquizada de tal modo que
no rompe en nada la unidad que impone el eje central mencionado.
La profundidad conceptual se advierte especialmente por la preferencia de determinados temas
filosóficos y religiosos. En cuanto a los personajes también se advierten diferencias entre
Calderón y Lope. Mientras que Lope pone el acento sobre el asunto y la trama sin que haya un
héroe que prevalezca sobre los demás personajes, en Calderón ocurre lo contrario: la
jerarquización de la construcción arquitectónica hace que el énfasis se ponga en un héroe
predominante: el tipo universal del teatro de Calderón. En cualquier caso, el que dichos héroes
se conviertan en símbolos, no obsta a que en la obra tengan vida individualizada y caracteres
humanos.
En Calderón confluyen muchos estilos barrocos porque crea cuando todas las tendencias
barrocas han llegado a su pleno desarrollo. En él confluyen gongorismo y conceptismo y hace
uso de innumerables figuras: correlaciones y paralelismos, contrastes, cuantiosas hipérboles
en el lenguaje y en la conformación de los personajes, comparaciones, .
Sus personajes también muestran su barroquismo: dotados de ilimitada violencia, rasgos
desmesurados, trazos muy marcados y se contraponen entre ellos.
Fama de Calderón
Calderón fue un autor enormemente admirado por los grandes autores europeos: Goethe
consideraba a Calderón el gran genio del teatro. Schlegel llegó a afirmar que Calderón había
resuelto el enigma del universo en algunos de sus dramas. También algunos románticos
ingleses, como Shelley, vieron en Calderón al poeta dramático y lírico más grande.
Calderón es el dramaturgo por excelencia del barroco español. El sentido teológico y metafísico
de su tiempo informa todas sus obras, donde aúna la fe y la razón, y, sin embargo, su debate
entre deseos y terrores que el verbo intenta vanamente comprender remite al presente.
LA VIDA ES SUEÑO
La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), es una obra teatral escrita en el
año 1635, cuyo protagonista, el príncipe Segismundo, se cuestiona sobre el sentido de la vida
mientras se encuentra en cautiverio.
Es una obra barroca caracterizada por las ideas filosóficas sobre la vida, el uso de la
escenografía para contrastar ideas antagónicas y la importancia de la civilización sobre la
barbarie.
El drama gira en torno a la privación de la libertad de Segismundo por parte de su padre, el rey
Basilio de Polonia, quien lo encierra por miedo a que se cumplan las predicciones de un
oráculo consultado, según las cuales este lo vencería y humillaría.
La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, está escrita en verso dividida en tres
jornadas o actos. Las dos tramas principales son, por un lado, el encierro de Segismundo y, por
el otro lado, el compromiso entre Rosaura y Astolfo (sobrino del rey que heredaría el trono).
Personajes de La vida es sueño
La vida es sueño se compone de siete personajes que tienen diálogos:
Segismundo
Es el protagonista de la obra, príncipe e hijo del rey Basilio de Polonia. Su transformación a lo
largo de la obra va desde satisfacer sus deseos de venganza al principio hasta la manifestación
de su carácter más humano al final.
Rey Basilio de Polonia
Es el padre de Segismundo. Encierra a su hijo por miedo de la profecía en que se ve derrotado
y humillado por este.
Rosaura
Es la dama que descubre a Segismundo en su calabozo. Está comprometida con Astolfo,
sobrino del rey, pero descubre sus infidelidades. Después se entera de que es hija de Clotaldo,
el lacayo de Segismundo.
Clarín
Es un personaje secundario dentro de la obra. Es el escudero de Rosaura y atiende al prototipo
cómico dentro de la obra.
Clotaldo
Es el lacayo de Segismundo y verdadero padre de Rosaura. Al él se debe todo el conocimiento
de Segismundo, ya que se ha encargado de enseñarlo.
Astolfo
Es príncipe y sobrino del rey Basilio. Es el elegido por el rey para heredar el trono. Está
comprometido con Rosaura pero deshace su compromiso para casarse con la infanta Estrella.
Infanta Estrella
Es la futura esposa de Segismundo, es decir, futura reina de Polonia. Sin embargo, antes de
ser esposa del protagonista se compromete con Astolfo.
Primera jornada: Rosaura, acompañada por Clarín, llega a Polonia disfrazada de hombre para
demostrar su origen noble, ya que el príncipe Astolfo la ha despreciado por ser hija ilegítima.
Rosaura encuentra al prisionero Segismundo, pero este intenta matarla. Clotaldo, tutor de
Segismundo, la protege.
En la corte, el rey Basilio confiesa a sus sobrinos Estrella y Astolfo que el prisionero es su hijo,
a quien encerró por miedo a la profecía según la cual iba a derrotarlo y humillarlo frente al
pueblo. Para aliviar su conciencia, el rey libera a Segismundo por un día. De haber señales de
alarma, Segismundo sería encerrado nuevamente, y Estrella y Astolfo serían los herederos del
trono.
Segunda jornada: Antes de liberarlo, drogan a Segismundo, quien despierta en un salón en el
palacio como el príncipe. Entre tanto, Rosaura descubre que Clotaldo es su padre y que Astolfo
tiene un doble juego. En esta confusión, Segismundo se comporta como un tirano. Trata de
abusar de Rosaura y tira a un criado por la ventana. El rey vuelve a encerrar a Segismundo
conforme lo planeado. Para ello, lo vuelven a drogar y lo persuaden de que todo ha sido un
sueño. Allí pronuncia el monólogo Y los sueños, sueños son.
Tercera jornada: El pueblo se entera de la existencia de Segismundo, legítimo heredero, y se
organiza una revuelta para liberarlo. Las tropas del rey se enfrentan a las de Segismundo,
quien gana la batalla. Clarín muere en el enfrentamiento. Con el rey humillado se cumple parte
de la profecía, pero Segismundo se postra a los pies de su padre, reconociendo su autoridad.
Ante la humildad de su hijo, Basilio hereda voluntariamente el trono a Segismundo. El nuevo
rey se casa con Estrella, y Astolfo con Rosaura.
La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, trata sobre la oposición y la dualidad entre el
libre albedrío y la predestinación así como entre la realidad y el sueño.
El interés por estos temas se justifica, ya que La vida es sueño fue escrita en pleno contexto
barroco. En este tiempo, la concepción del universo cambió radicalmente desde el
geocentrismo (la tierra como centro), al heliocentrismo (el sol como centro), lo que supuso un
nuevo paradigma y, claramente, una conmoción espiritual.
Además, Pedro Calderón de la Barca escribe La vida es sueño en una época donde el tema de
la civilización versus la barbarie se encuentra presente, como consecuencia del descubrimiento
de América y el desarrollo de la colonización.
Monólogo (poema) de Segismundo “La vida es sueño” o “Y los sueños, sueños son”
Es verdad; pues reprimamos Sueña el rico en su riqueza
esta fiera condición, que más cuidados le ofrece;
esta furia, esta ambición sueña el pobre que padece
por si alguna vez soñamos. su miseria y su pobreza;
Y sí haremos, pues estamos sueña el que a medrar empieza,
en mundo tan singular, sueña el que afana y pretende,
que el vivir sólo es soñar; sueña el que agravia y ofende;
y la experiencia me enseña y en el mundo, en conclusión,
que el hombre que vive sueña todos sueñan lo que son,
lo que es hasta despertar. aunque ninguno lo entiende.
Sueña el rey que es rey, y vive Yo sueño que estoy aquí
con este engaño mandando, destas prisiones cargado,
disponiendo y gobernando; y soñé que en otro estado
y este aplauso que recibe más lisonjero me vi.
prestado, en el viento escribe, ¿Qué es la vida? Un frenesí.
y en cenizas le convierte ¿Qué es la vida? Una ilusión,
la muerte (¡desdicha fuerte!); una sombra, una ficción,
¡que hay quien intente reinar, y el mayor bien es pequeño;
viendo que ha de despertar que toda la vida es sueño,
en el sueño de la muerte! y los sueños, sueños son.
FRANCISCO DE QUEVEDO
Nació Quevedo en Madrid el 14 de septiembre de 1580, de familia hidalga montañesa, hijo del
secretario particular de la princesa María y más tarde secretario de la reina doña Ana, don
Pedro Gómez de Quevedo. Se formó en el Colegio Imperial de los jesuitas y en la Universidad
de Alcalá. Una estancia en Valladolid, mientras esta ciudad es sede de la corte, parece iniciar
la interminable enemistad con Góngora, probablemente atizada por celos profesionales entre
dos de las mentes más agudas (y atrabiliarias) de la época. En sus años de estudios mantiene
correspondencia con el famoso humanista belga Justo Lipsio, y desarrolla su interés por las
cuestiones filológicas y filosóficas, y su afición a Séneca y los estoicos. En diversos testimonios
del tiempo se hallan referencias a su ingenio, a su defecto visual y a su cojera. Poco hay, en
cambio, sobre su vida amorosa y más detalles de sus actividades al servicio del Duque de
Osuna, que empiezan en 1613, y que le llevarán a desempeñar delicadas misiones
diplomáticas, a menudo en la Corte española, de donde remite explícitas cartas a don Pedro
Téllez Girón, como la fechada el 16 de diciembre de 1615:
Yo recebí la letra de los treinta mil ducados [...] he hecho sabidores de la dicha letra a todos los
que entienden desta manera de escrebir. Andase tras mí media corte, y no hay hombre que no
me haga mil ofrecimientos en el servicio de V. E.; que aquí los más hombres se han vuelto
putas, que no las alcanza quien no da.
Estas actividades numerosas y agitadas terminan bruscamente con la caída de Osuna,
conseguida por sus enemigos de la Corte: Quevedo fue desterrado a la Torre de Juan Abad, y
luego encarcelado en Uclés, para ser reintegrado a la Torre, en donde hacía tiempo que
mantenía un pleito por sus derechos de señorío sobre la misma. Regresa después a la Corte y
se relaciona con los nuevos favoritos, especialmente con Olivares, con quien establece
complejas ligaduras. Durante todos estos movimientos nunca deja de amistarse o reñir con
variados personajes del momento: amistades con Carrillo y Sotomayor y Lope, enemistades
con Góngora, Pacheco de Narváez, Morovelli de la Puebla...; ni de escribir asiduamente en los
múltiples territorios literarios en que se mueve: festivos, morales, políticos. Un matrimonio poco
exitoso en 1634, probablemente debido a la presión de la Duquesa de Medinaceli, nuevos
pleitos, nuevos escritos... Y la prisión en 1639, por razones todavía no aclaradas del todo, que
le mantendrá en San Marcos de León hasta poco antes de su muerte. Puesto en libertad en
1643 muere el 8 de septiembre de 1645 en Villanueva de los Infantes.
Blecua es el primer quevedista que traza con rigor la trayectoria pública y literaria de Quevedo
a partir de las investigaciones realizadas hasta ese momento sobre aspectos particulares de su
actuación política y de su quehacer de escritor. Las contribuciones de James O. Crosby al
esclarecimiento del papel que representó Quevedo desde 1613 a 1619, en los años en que fue
secretario, confidente y embajador extraordinario del Duque de Osuna en Italia y en España,
permitieron rectificar las noticias mal documentadas que habían transmitido las biografías
anteriores. Por un lado, Crosby deshizo el mito de su participación en la conjuración de
Venecia de 1616. Por el otro, iluminó numerosos aspectos de la relación que unió a Quevedo
con el Duque de Osuna. Quevedo se encargó de conseguir, en la Corte, la aprobación de
varias de las empresas virreinales, sobre las que informó a Osuna periódicamente en cartas
escritas desde Madrid.
Los datos aportados por J. H. Elliott para determinar las causas de su prisión de 1639 a 1644
(fue detenido en Madrid el 7 de diciembre de 1639) también colaboraron a reevaluar su
posición en los vaivenes políticos que caracterizaron el reinado de Felipe IV durante el
valimiento del Conde Duque de Olivares. En un examen posterior de los acontecimientos que
marcaron la relación de Quevedo y Olivares de 1621 a 1639, Elliott reconstruye un proceso de
acercamiento al nuevo régimen, justificado en parte por una genuina comunidad ideológica
entre Quevedo y el valido: las ideas neoestoicas de Quevedo se ensamblaban muy bien con
las simpatías de Olivares por los escritos de Justo Lipsio. Este tal vez sincero intento de ver en
Olivares la salvación de España, por lo menos al comienzo de sus gestiones, aclararía la
creación de obras específicas: la comedia Cómo ha de ser el privado, o el romance «Fiesta de
toros literal y alegórica» (núm. 752), de 1629, o el opúsculo del mismo año en defensa de la
política monetaria de Olivares El chitón de las tarabillas.
Lo que Quevedo legó en sus obras, como lo que traducen los documentos de archivo, no es,
pues, uno, sino varios Quevedos: Empujo fe e ideas del patriota Quevedo, del político
Quevedo, del «religioso» Quevedo, del «humanista» Quevedo [...] Lipsio de España y Juvenal
español escribe Raimundo Lida en el prólogo de sus Prosas de Quevedo.
Tradición e innovación
Los lectores actuales suelen acercarse a la literatura del Siglo de Oro desde formas de
pensamiento y hábitos de expresión que corresponden a una mentalidad contemporánea. La
recepción de la poesía áurea experimenta así una fuerte limitación: se prestigian los
significados «atemporales» de los textos leídos, aquellos que apelan a cualquier individuo en
cualquier circunstancia histórica, pero se restringe la capacidad comunicativa del texto. La
poesía de Quevedo expresa unas preocupaciones y actitudes que, en cierta dimensión, son
universales, pero no deja tampoco de ser universal en otra medida la transmisión de una
experiencia cultural, la del poeta, que se comunica con sus lectores mediante la manipulación
de un lenguaje en el que se encuentra fijada la vida de una sociedad en un momento específico
de su historia. Quienes leían la poesía de Quevedo en el XVII compartían la misma lengua y
experiencias culturales. Percibían la realidad desde estas experiencias, ya que la realidad se
revela a la conciencia colectiva a través del lenguaje que pueda describirla.
Sin duda, como creadores, Quevedo, Góngora o Lope, innovaron los códigos y formas poéticas
que utilizaron, los modificaron y adaptaron. Pero no inventaron ex nihilo una lengua poética, ni
hubieran podido hacerlo, ya que sus opciones se enmarcan en la tradición artística de su
época. Por ello, para apreciar la innovación efectuada por Quevedo en su poesía, conviene
tener presente cuáles eran las convenciones actuantes. El prestigio de los modelos encauzaba
la creación: ciertos contenidos solo podían ser expresados con un lenguaje literario
determinado y dentro del ámbito de géneros específicos. Escoger un tema para su desarrollo
poético implicaba aceptar las reglas de un género, es decir, un estilo, una escritura que lo
conformara. Semejante estilo obligaba además a mantenerse dentro de los límites de ciertos
niveles de lengua predeterminados: la poesía amorosa evitaba formas de dialectos sociales
que correspondieran a estratos no cultos; la poesía satírica se afianzaba en la reproducción de
coloquialismos y vulgarismos, o en la utilización de un léxico que denotara objetos de una
realidad prosaica; la poesía moral se construía con palabras que pertenecían a los códigos de
la filosofía moral o del discurso religioso. El lector competente de la época registraba, con
seguridad, no solo los casos de adhesión total a las normas generalizadas por las poéticas,
sino también la ruptura de las convenciones, o, como se ha venido llamando, la
«desautomatización» del código o del género elegido.
La voz de Quevedo en el ciclo de poemas amorosos a Lisi difiere considerablemente de la voz
elaborada en los sonetos o romances satíricos, en los que vitupera o castiga a figuras
femeninas obviamente despreciables para quien enuncia el poema. El elogio hiperbólico de la
belleza de la amada, formulado en las convenciones del código petrarquista, se opone así al
retrato grotesco de la dueña, de la vieja o de la pidona, que veremos más adelante.
CLÍO. MUSA I
Clio. Musa I, editada por Liguori, forma parte de una serie que propone las obras más
representativas de la cultura hispánica: Barataria, el nombre de la isla prometida repetidamente
por Don Quijote a Sancho como recompensa por sus atentos servicios, un espejismo luego
perseguido y finalmente, aunque en la ficción, logrados.
Francisco De Quevedo había previsto la división del corpus de sus poemas en nueve libros,
cada uno con derecho a una de las nueve musas: una elección que pretendía reflejar la
amplitud de los registros del corpus mismo. Él no logró ver publicada la obra, que salió dos
veces, en 1648 y en 1670. Por diversas razones, las editoriales del siglo XX no respetaron la
voluntad del poeta, prefiriendo agrupar las composiciones en sectores con títulos más
genéricos y más inmediatamente intuitivos (poemas morales, religiosos, amorosos, etc.).
Deseando volver al criterio del autor, se decidió reeditar el primer libro, originalmente titulado
"Clio. Musa I. Canta poesías heroicas. Esto es elogios y memorias de príncipes y varones
ilustres”, agregando, por afinidad temática, una antología extraída de Musa III, Melpómene.
Dentro de esta antología encontramos elogios de epitafios fúnebres dedicados a reyes y
duques, incluido el último del corpus de sonetos dedicado al duque de Osuna:
Epitafio del sepulcro y con las armas del proprio - Habla el mármol
Como sugiere el epígrafe, es el mármol de la piedra sepulcral el que habla para dirigirse, como
suele suceder en esta Musa, a un hipotético pasajero que se detiene delante de la tumba y al
que se le muestran las armas del duque representadas en las paredes y levantadas como
símbolo de su valor, evocado al nombrar sus hazañas militares. El poema finaliza con el
contraste semántico entre la muerte y la vida, expresado a través del contraste cromático
blanco y negro.
Epitafio del sepulcro y con las armas del proprio
Habla el mármol
En Musa I, en cambio, encontramos una larga serie de elogios, dedicados a reyes y duques,
así como a lugares y objetos, todos ellos atribuibles a cuestiones histórico-políticas vinculadas
a España. Me llamó la atención un soneto en particular, titulado Es de sentencia alegórica todo
este soneto, una contraposición alegórica entre naciones, representada metafóricamente a
través del lenguaje iconográfico de la heráldica, bien conocido por los lectores de la época y
utilizado por Quevedo también en otros poemas. Si la figura del león evoca inmediatamente a
España y el águila al Imperio de los Habsburgo, el Lirio está ligado al escudo de Francia, que a
su vez también es recordado en el texto por las imágenes de las abejas y el Delfín. Este es
parte de un grupo de poemas que tienen en común una densa red de agudezas simbólicas
aplicadas a la censura política hacia los enemigos más peligrosos. En particular, el soneto
podría leerse como el punto de partida de un camino ascendente, que se abre con la valoración
negativa de Francia, para transformarse en composiciones posteriores, en un ataque cada vez
más explícito a los dos grandes protagonistas de la política francesa de la época: Luis XIII y el
cardenal Richelieu.
(Madrid, 1760-París, 1828). Hijo del también literato Nicolás Fernández de Moratín, tuvo una
formación autodidacta, aunque en contacto con los autores que, junto su padre, formaban la
élite intelectual y literaria del Madrid de Carlos III. Trabajó como empleado en un obrador de
joyería, actividad que compaginó con sus primeras obras literarias. En 1787, gracias a su
amistad con Jovellanos, viajó por Francia como secretario de Francisco Cabarrús -político y
economista de ideas avanzadas-. Tras regresar a España, sus constantes peticiones de ayuda
económica consiguieron del ministro Floridablanca un modesto beneficio y se ordenó de
primera tonsura. Más tarde, y gracias a la protección del «favorito» Manuel Godoy, obtuvo
otras rentas eclesiásticas. Todo ello sin una vinculación real con la Iglesia, y como resultado de
su insistente actividad como «suplicante». La protección de Godoy, que le permitió abandonar
su antiguo oficio, se completó con la licencia para representar El viejo y la niña (1790) -un año
antes había publicado su sátira en prosa La derrota de los pedantes- y una pensión para viajar
por Europa entre 1792 y 1796. Frutos de estos viajes son sus sugestivos cuadernos de viaje,
donde sus impresiones y comentario ponen de manifiesto unas grandes dotes de observación.
Su prolongada estancia en las cortes europeas le facilitó, asimismo, el contacto con la vida
teatral de Inglaterra, Francia e Italia, lo cual será fundamental para acabar de perfilar su
formación como dramaturgo, ya puesta de manifiesto en la citada obra y en La comedia nueva
(1792), feroz sátira del teatro mayoritario de su época y manifiesto del grupo de los reformistas.
En 1796 es nombrado Secretario de la Interpretación de Lenguas, lo que le permite iniciar una
etapa de prosperidad, simultánea con sus momentos de mayor creatividad teatral, que
culminarán en 1806 con el estreno de El sí de las niñas. En 1799 había sido nombrado director
de la Junta de Dirección y Reforma de los Teatros, constituida de acuerdo con las repetidas
solicitudes del propio Moratín y de otros autores neoclásicos. Esta oportunidad de realizar una
tarea reformista coherente con lo expresado en sus memoriales, cartas y, sobre todo, en La
comedia nueva o el café (1792), fracasó, y su participación fue efímera.
En 1803 estrenó El barón y, al año siguiente, La mojigata, que tuvieron una aceptable acogida.
Su gran éxito vendría en 1806 con El sí de las niñas, comedia que culmina su corta producción
dramática original. Anteriormente había traducido a Shakespeare -Hamlet (1798)- y adaptado a
la escena española La escuela de los maridos y El médico a palos, de Molière, con quien
tantas veces se le ha comparado y a quien él consideraba como maestro, junto a Goldoni. La
invasión napoleónica marca el inicio de una nueva etapa biográfica. Colaboró con las tropas
invasores y en 1812 huyó de Madrid, donde ocupaba el cargo de bibliotecario mayor de la
Biblioteca Real. Se trasladó a Valencia y de allí a Barcelona hasta finalizar la guerra. A pesar
de que no se le condenara, sus temores le impulsaron a abandonar España en 1817. Residió
después en Montpellier, París y Bolonia, junto a grupos de españoles exiliados. La restauración
de la Constitución en 1820 le permitió regresar a Barcelona, pero una epidemia le obligó a
marcharse a Bayona, y desde entonces ya no volvió a España. Los últimos años los pasó en
Burdeos y París. A pesar de sus problemas de salud, completó el manuscrito de Orígenes del
teatro español -publicado póstumamente (1883), y de imprescindible consulta para el
conocimiento de la historia del teatro en España-, y fue recogiendo y retocando los textos para
la edición parisiense de sus Obras dramáticas y líricas (1825). Esta última edición es el
testamento de Moratín, junto con un extenso epistolario que refleja la soledad y tristeza de los
últimos años de un individuo abatido por las circunstancias adversas. Siempre deseó una vida
acomodada, tranquila y ordenada para disfrutar, como soltero vocacional, de los placeres
domésticos y dedicarse a su única gran pasión, el teatro. Como asiduo espectador, crítico,
estudioso y autor, Moratín fue un hombre de teatro obligado a participar en unos ámbitos que le
desbordaban y a los que temía. Sólo cuando las circunstancias económicas y políticas le
fueron favorables, cuando dispuso de la ansiada tranquilidad y de la capacidad para llevar a la
práctica su concepción del teatro, Moratín creó una corta pero rica obra dramática donde se
reflejan bastantes de sus aspiraciones e ideas y, claro está, las de muchos otros autores
neoclásicos vinculados con la Ilustración.
Moratín también cultivó con acierto la poesía lírica y fue uno de los más lúcidos reformadores
del teatro, tarea que consideraba imprescindible para representar sus obras adecuadamente.
Su afán reformista está ligado a su tarea como creador. Contribuye, como otros autores
vinculados a la Ilustración, a crear un teatro capaz de servir de vehículo de expresión y
propaganda para la misma. Pero el impulso básico que le lleva a esa actitud crítica es la
necesidad que, como creador, tiene de transformar un panorama teatral cerrado a las
innovaciones y características del neoclasicismo cultivado por él. Así, pues, la faceta creativa y
la crítica se complementan en un autor que no sólo aportó un brillante modelo dramático -la
comedia neoclásica-, sino que también reflexionó sobre el hecho teatral en unos términos
vigentes durante bastantes décadas. La corta y coherente producción dramática de Moratín
culmina en El sí de las niñas, donde expone el tradicional motivo del casamiento entre el viejo y
la niña en unos términos ligados con las circunstancias sociales e ideológicas de su tiempo. La
obra entusiasmó a un público interesado por la problemática y polémica libertad de los hijos
para elegir cónyuge y que apreciaba la maestría de un autor capaz de llevar hasta el máximo
de sus posibilidades a la comedia neoclásica, que seguiría ejerciendo su influencia a lo largo
del siglo XIX. Su Diario y su Epistolario, de gran interés, fueron editados por R. Andioc en 1968
y 1973, respectivamente.
El viejo y la niña
Como dramaturgo, Leandro Fernández de Moratín escribió cinco comedias originales y algunas
adaptaciones. Se considera que la obra titulada El tutor, perdida, podría ser un esbozo de El sí
de las niñas. El viejo y la niña, escrita hacia 1786, pero no estrenada hasta 1790, plantea el
problema de los casamientos desiguales en edad, que luego reaparecerá en El sí de las niñas.
Está compuesta en verso (romance octosílabo). La comedia, que presenta una buena dosis de
sentimentalismo, contiene una fuerte carga crítica contra las imposiciones matrimoniales que
conducen casi necesariamente al fracaso vital. Destaca ya en esta pieza temprana el empleo
del habla castiza y popular.
Contexto histórico
La primera comedia escrita por don Leandro fue estrenada el 22 de mayo de 1790, pero su
génesis y redacción se remontan a varios años antes, quizás a 1783. El propósito del autor
(condenar una unión que no debía haberse efectuado, no solo por la desigualdad en la edad de
los cónyuges, sino sobre todo por el interés y el engaño con que fue concertada) queda bien
manifiesto desde el primer momento.
Resumen
Isabel es una joven casada con el anciano don Roque (mucho mayor que ella) por
imposiciones ajenas, sin amor y sin sentir ningún tipo de atracción hacia él. La muchacha
amaba al joven don Juan, pero su tutor la engañó. Cuando reaparece don Juan, no puede
corresponder a su amor porque se impone el deber conyugal, y fruto de ello resulta la
insatisfacción de la protagonista: aceptar su deber supone una frustración para ella, la entrada
de un elemento trágico en su vida. El final es melancólico: don Juan marcha a las Indias e
Isabel ingresa en un convento.
Personajes
El viejo y la niña, escrita hacia 1786, pero no estrenada hasta 1790, plantea el problema de los
casamientos desiguales en edad, que luego reaparecerá en El sí de las niñas. Está compuesta
en verso (romance octosílabo): Isabel es una joven casada con el anciano don Roque (mucho
mayor que ella) por imposiciones ajenas, sin amor y sin sentir ningún tipo de atracción hacia él.
La muchacha amaba al joven don Juan, pero su tutor la engañó. Cuando reaparece don Juan,
no puede corresponder a su amor porque se impone el deber conyugal, y fruto de ello resulta la
insatisfacción de la protagonista: aceptar su deber supone una frustración para ella, la entrada
de un elemento trágico en su vida. El final es melancólico: don Juan marcha a las Indias e
Isabel ingresa en un convento.
La comedia, que presenta una buena dosis de sentimentalismo, contiene una fuerte carga
crítica contra las imposiciones matrimoniales que conducen casi necesariamente al fracaso
vital. Destaca ya en esta pieza temprana el empleo del habla castiza y popular.
Comedia en tres actos leída por su autor en 1786 a la compañía de Manuel Martínez, siendo los
«galanes» de opinión «de que tal vez no se sufriría en el teatro por la sencilla disposición de su
fábula, tan poco semejante a la que entonces aplaudía la multitud; pero se determinaron a
estudiarla a pesar de este recelo, persuadidos de que ya era tiempo de justificarse a los ojos del
público, presentándole una obra original escrita con inteligencia del arte».
El que se determinaran a estudiarla no quiere decir que la obra se estrenara rápidamente, pues
empezaron a surgir enojosos retrasos: unos, porque el censor de entonces consideraba la farsa
«atrevida»; otros, porque la dama que debía hacer el papel de «característica» (usando nuestros
términos modernos) era demasiado joven, y la que se empeñaba en hacer de «dama joven» era
demasiado vieja. Entre unas y otras cosas, avanzó el tiempo, y hasta el día 7 de febrero de 1792
no pudo lograrse el estreno de la obra, en el Teatro del Príncipe de Madrid. El «viejo», don Roque,
que se casa con la infeliz y jovencísima doña Isabel, «la niña», enamorada del galán don Juan a
quien está prometida desde la infancia de ambos, trota y se afana, se pone en ridículo y se
atropella porque, sin saber que los jóvenes fueron novios (y ellos tampoco saben nada del
encuentro que el destino les prepara en casa de don Roque), poco tiempo después de casarse
con Isabel invita a permanecer en su casa a don Juan, con quien tiene que arreglar unos negocios
que llevaba con el tío del mismo, que era amigo o socio de don Roque.
Isabel y su antiguo novio sufren al verse en semejante situación: a ella la casó, con ardides y
engaños, su tutor, diciéndole que don Juan se había casado ya en otra ciudad a donde fue a
resolver asuntos de interés. Y como la mocita se creyera abandonada por su amado, sola,
desvalida, sin fortuna, se dejó casar con un viejo como don Roque. Pero doña Beatriz, hermana
de aquél, y mujer comedida y benévola, aconseja a la cuitada en su trance, inclinándola, como a
don Juan, a que se separen sin ofender al marido que, por viejo que sea, merece respeto y
sumisión. Así se hubiera hecho todo sin la ridícula y afanosa trapisonda de don Roque para
sorprender en culpa a su joven esposa y a su digno galán; esta actitud del viejo hace que la niña
se rebele y se retire a un convento.
José Echegaray
Biografía
Nació en Madrid el 19 de abril de 1832. Su padre, médico y profesor de instituto, era de Aragón
y su madre de Navarra. Pasó su infancia en Murcia, donde realizó los estudios
correspondientes a la enseñanza primaria. Fue allí, en el Instituto de Segunda Enseñanza de
Murcia, donde comenzó su afición por las matemáticas. «Obtenido el grado de bachiller»,3 se
trasladó a Madrid y tras conseguir el título en el Instituto San Isidro,4 ingresó en 1848 en la
primitiva Escuela de Caminos.5 Cumplidos los veinte, salió de la Escuela de Madrid con el título
de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, que había obtenido con el número uno de su
promoción, y se tuvo que desplazar a Almería y Granada para incorporarse a su primer trabajo.
En unión de Gabriel Rodríguez fundó El Economista, revista en la que escribió numerosos
artículos, iniciando de esta manera una actividad periodística que no abandonaría a lo largo de
toda su vida. Asimismo, participó en el establecimiento, en abril de 1850, de la Asociación para
la Reforma de los Aranceles.
En su juventud leía a Goethe, Homero y Balzac, lecturas que alternaba con las de matemáticos
como Gauss, Legendre y Lagrange.
José Echegaray mantuvo una gran actividad hasta su muerte, ocurrida el 14 de septiembre de
1916 en Madrid. Su extensa obra no dejó de crecer en la vejez: en la etapa final de su vida
escribió 25 o 30 tomos de Física matemática. Con 83 años comentaba:
No puedo morirme, porque si he de escribir mi Enciclopedia elemental de Física matemática,
necesito por lo menos 25 años.
Profesor y cientifico
Diez años más tarde, cuando contaba treinta y dos años de edad, fue elegido miembro de la
Real Academia de las Ciencias Exactas.7 El discurso de ingreso, titulado Historia de las
matemáticas puras en nuestra España,8 en el que hizo un balance, exageradamente negativo y
con determinadas lagunas, de la matemática española a través de la historia y en el que
defendía la «ciencia básica» frente a la «ciencia práctica», fue fuente de una gran polémica, tal
como indican los periodistas Luis Antón del Olmet y Arturo García Carraffa en su libro
Echegaray:
Y como el discurso resultara áspero, crudo y hasta agresivo, produjo, a pesar de las
felicitaciones y elogios de rúbrica, pésimo efecto en algunos centros y colectividades... Muchos
periódicos combatieron su discurso. Los revolucionarios atacaron sus tendencias liberales; los
liberales le acusaron de maltratar a la Ciencia Española y la polémica fue ruda porque D. José
contestó a todos en el mismo tono que había empleado en su discurso.
En la política
Tras la Revolución de 1868 y la entrada de Prim en Madrid, Ruiz Zorrilla, con el que había
participado activamente en la fundación del Partido Radical, nombró a Echegaray director
general de Obras Públicas, cargo que ocuparía hasta 1869, cuando fue nombrado ministro de
Fomento (187012 y 187213) y de Hacienda entre 187214 y 187415. En 1870 formó parte de la
comisión que recibió al rey Amadeo de Saboya en Cartagena. Como ministro de Fomento
realizó la Ley de Bases de Ferrocarriles.
En 1865, comenzó su actividad literaria con La hija natural, aunque no llegó a estrenarla en esa
época. Luego, en 1874, escribió El libro talonario, considerada el comienzo de su producción
como dramaturgo, con el pseudónimo anagramático de "Jorge Hayeseca". Estrenó 67 obras de
teatro, 34 de ellas en verso, con gran éxito entre el público de la época, aunque desprovistas
de valores literarios para la crítica posterior. En 1896 fue elegido miembro de la Real Academia
Española.19 En su primera época sus obras estaban inmersas en la melancolía romántica, muy
propia de la época, pero más adelante adquirió un tono más social con una evidente influencia
del noruego Henrik Ibsen.
En 1904, Echegaray compartió el Premio Nobel de Literatura con el poeta provenzal Frédéric
Mistral,20 convirtiéndose así en el primer español en recibir un premio Nobel. El premio le fue
entregado en Madrid, el 18 de marzo de 1905, por el rey y la comisión sueca organizadora. La
concesión del Nobel de Literatura escandalizó a las vanguardias literarias españolas y, en
particular, a los escritores de la generación del 98.5 En ese tiempo Echegaray no era
considerado un dramaturgo excepcional y su obra era criticada muy duramente por escritores
de tanto relieve como Clarín o Emilia Pardo Bazán, aunque de un modo no siempre
consecuente. En el propio Clarín pueden leerse críticas elogiosas. Él mismo mantuvo siempre
una actitud distante con sus obras, no obstante contaba con la admiración de autores como
Bernard Shaw o Pirandello. Pero Echegaray tenía un gran prestigio en la España de principios
del siglo XX, un prestigio que alcanzaba los campos de la literatura, la ciencia y la política y una
asentada fama en la Europa de su tiempo. Sus obras triunfaron en ciudades como Londres,
París, Berlín y Estocolmo.21
O locura o santidad
El problema que Echegaray debate en "O locura o santidad" y que en diversos grados recorre
gran parte de su producción es el de la laceración que provocan los múltiples aspectos de la
realidad y la visión en perspectiva que ésta determina. El protagonista del drama, Don Lorenzo
de Avedaño, después de haber descubierto que no es el hijo del que siempre había creído ser
su padre, se atormenta en el contraste entre la nueva y la vieja personalidad y en la búsqueda
desesperada de una diferente dimensión existencial: una búsqueda que los demás no
comprenden y no aceptan, considerándola la expresión de una folia irremediable.
Un fragmento
"LORENZO. «Las misericordias -respondió Don Quijote-, sobrina, son las que en este instante
ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya
libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me puso mi amarga y
continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus
embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja
tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma.
Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender
que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco; que puesto que lo he sido, no
querría confirmar esta verdad en mi muerte.» (Suspende la lectura y queda pensativo largo
rato.) ¡Locura, luchar sin tregua ni reposo por la justicia en esta revuelta batalla de la vida,
como luchaba en el mundo de sus imaginaciones el héroe inmortal del inmortal Cervantes!
¡Locura, amar con amor infinito, y sin alcanzarla jamás, la divina belleza, como él amaba a la
Dulcinea de sus apasionados deseos! ¡Locura, ir con el alma tras lo ideal por el áspero y
prosaico camino de las realidades humanas, que es tanto como correr tras una estrella del
cielo por entre peñascales y abrojos! Locura es, según afirman los doctores; mas tan
inofensiva, y, por lo visto, tan poco contagiosa, que para atajarla no hemos menester otro
Quijote.(Pausa. Después se levanta, viene al centro del escenario, y de nuevo se queda
pensativo.)
DON LORENZO, ÁNGELA y DON TOMÁS. Los dos últimos se detienen en la puerta de la
derecha, primer término, y desde allí, medio ocultos por el cortinaje, observan a DON
LORENZO. Este, en el centro y volviéndoles la espalda.
LORENZO. ¡Extraño libro, libro sublime! ¡Cuántos problemas puso Cervantes en ti, quizá sin
saberlo! ¡Loco tu héroe! Loco, sí; loco. (Pausa.) El que no oyera más que la voz del deber al
marchar por la vida; el que en cada instante, dominando sus pasiones, acallando sus afectos,
sin más norte que la justicia ni más norma que la verdad, a la verdad y a la justicia se acomodó
en todos sus actos, y con sacrílega ambición quisiera ser perfecto como el Dios de los cielos...,
ése, ¡qué ser tan extraño sería en toda la sociedad humana!, ¡qué nuevo Don Quijote entre
tanto y tanto Sancho! Y el tener que condenar en uno el interés, la vanidad en otro, la dicha de
aquél, los desordenados apetitos de éste, las flaquezas de todos, cómo su propia familia, a la
manera del ama y la sobrina del andante caballero, cómo sus propios amigos de igual suerte
que el cura y el barbero y Sansón Carrasco; cómo jayanes y doncellas, y duques y venteros, y
moros y cristianos, a una voz le declaran loco, y por loco él mismo se tuviera, o al morir fingía,
porque le dejasen al menos morir en calma. "
(Alcalá de Henares, España, 1547 - Madrid, 1616) Escritor español, autor de Don Quijote de la
Mancha (1605 y 1615), obra cumbre de la literatura universal. La inmensa fama de este libro
inmortal, que parte de la parodia del género caballeresco para trazar un maravilloso retrato de
los ideales y prosaísmos que cohabitan en el espíritu humano, ha hecho olvidar la existencia
siempre precaria y azarosa del autor, al que ni siquiera sacó de la estrechez el fulgurante éxito
del Quijote, compuesto en los últimos años de su vida.
Cuarto hijo de un modesto médico, Rodrigo de Cervantes, y de Leonor de Cortinas, vivió una
infancia marcada por los acuciantes problemas económicos de su familia, que en 1551 se
trasladó a Valladolid, a la sazón sede de la corte, en busca de mejor fortuna. Allí inició el joven
Miguel sus estudios, probablemente en un colegio de jesuitas.
Cuando en 1561 la corte regresó a Madrid, la familia Cervantes hizo lo propio, siempre a la
espera de un cargo lucrativo. La inestabilidad familiar y los vaivenes azarosos de su padre (que
en Valladolid fue encarcelado por deudas) determinaron que la formación intelectual de Miguel
de Cervantes, aunque extensa, fuera más bien improvisada. Aun así, parece probable que
frecuentara las universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, puesto que en sus textos
aparecen copiosas descripciones de la picaresca estudiantil de la época.
Cuando regresaba de vuelta a España tras varios años de vida de guarnición en Cerdeña,
Lombardía, Nápoles y Sicilia (donde había adquirido un gran conocimiento de la literatura
italiana), la nave en que viajaba fue abordada por piratas turcos (1575), que lo apresaron y
vendieron como esclavo, junto a su hermano Rodrigo, en Argel. Allí permaneció hasta que, en
1580, un emisario de su familia logró pagar el rescate exigido por sus captores.
Ya en España, tras once años de ausencia, encontró a su familia en una situación aún más
penosa, por lo que se dedicó a realizar encargos para la corte durante unos años. En 1584
casó con Catalina Salazar de Palacios, y al año siguiente se publicó su novela pastoril La
Galatea. En 1587 aceptó un puesto de comisario real de abastos que, si bien le acarreó más de
un problema con los campesinos, le permitió entrar en contacto con el abigarrado y pintoresco
mundo del campo que tan bien reflejaría en su obra maestra, el Quijote.
La primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha apareció en 1605; el éxito
de este libro fue inmediato y considerable, pero no le sirvió para salir de la miseria. Al año
siguiente la corte se trasladó de nuevo a Valladolid, y Cervantes con ella, para poder seguir
mendigando favores. Mientras los grandes poetas del Siglo de Oro, empezando por Francisco
de Quevedo o Luis de Góngora, gozaban de una sólida posición o de la protección de
aristócratas, y el mejor dramaturgo de la época, Lope de Vega, podía incluso vivir de su obra,
la justa fama que le había dado la difusión del Quijote sólo sirvió a Cervantes para publicar
otras obras que ya tenía escritas: los cuentos morales de las Novelas ejemplares, el Viaje del
Parnaso y las Comedias y entremeses.
En 1615, meses antes de su muerte, envió a la imprenta el segundo tomo del Quijote, con lo
que quedaba completa la obra que lo sitúa como uno de los más grandes escritores de la
historia y como el fundador de la novela en el sentido moderno de la palabra. A partir de una
sátira corrosiva de las novelas de caballerías, el libro construye un cuadro tragicómico de la
vida y explora las profundidades del alma a través de las andanzas de dos personajes
arquetípicos y contrapuestos, el iluminado don Quijote y su prosaico escudero Sancho Panza.
Las dos partes de Don Quijote de la Mancha ofrecen, en cuanto a técnica novelística, notables
diferencias. De ambas, la segunda (de la que se publicó en Tarragona una versión apócrifa,
conocida como el Quijote de Avellaneda, que Cervantes tuvo tiempo de rechazar y criticar por
escrito) es, por muchos motivos, más perfecta que la primera, publicada diez años antes. Su
estilo revela mayor cuidado, y el efecto cómico deja de buscarse en lo grotesco y se consigue
con recursos más depurados.
Los dos personajes principales adquieren también mayor complejidad, al emprender cada uno
de ellos caminos contradictorios, que conducen a don Quijote hacia la cordura y el desengaño,
mientras Sancho Panza siente nacer en sí nobles anhelos de generosidad y justicia. Pero la
grandeza del Quijote no debe ocultar el valor del resto de la producción literaria de Cervantes,
entre la que destaca la novela itinerante Los trabajos de Persiles y Sigismunda, su auténtico
testamento literario.
Resumen
Alonso Quijano es un hidalgo -es decir, un noble sin bienes y de escala social baja-, de unos
cincuenta años, que vive en algún lugar de La Mancha a comienzos del siglo XVII. Su afición
es leer libros de caballería donde se narran aventuras fantásticas de caballeros, princesas,
magos y castillos encantados. Se entrega a estos libros con tanta pasión que acaba perdiendo
el contacto con la realidad y creyendo que él también puede emular a sus héroes de ficción.
Con este fin, recupera una armadura de sus antepasados y saca del establo a su viejo y
desgarbado caballo, al que da el nombre de Rocinante. Como todo caballero, también necesita
una dama, por lo que transforma el recuerdo de una campesina de la que estuvo enamorado y
le da el nombre de Dulcinea del Toboso. Por último, se cambia el nombre por el de Don
Quijote, que rima con el del famoso caballero Lanzarote (Lancelot).
Don quijote sale en busca de aventura. Tiene un aspecto ridículo, pero está decidido a llevar a
cabo hazañas heroicas. Sin embargo, aquí comienzan a surgir las primeras diferencias con la
realidad: ve una posada y cree que es un castillo; exige al dueño que lo arme caballero en una
escena cómica; intenta rescatar a un joven pastor que está siendo azotado por su amo; y ataca
también a unos mercaderes que se burlan de él, pero es derribado y herido.
Vuelve a su casa y consigue convencer a un labrador, Sancho Panza, para que sea
su escudero. Sancho, al contrario que Don Quijote, es un hombre ignorante y práctico, pero
poco a poco quedará contagiado por los sueños de su señor.
Al poco de partir de nuevo, encuentran unos molinos de viento que Don Quijote ataca creyendo
que son gigantes. Además, viven otras muchas aventuras: el hidalgo ataca un rebaño de
ovejas creyendo que es un ejército; tiene un duelo a espada con un vizcaíno; libera a unos
reclusos que después le atacan; encuentra una palangana de barbero y está convencido de
que es un yelmo mágico; y vive situaciones cómicas en una posada. Incluso en una
ocasión, Rocinante persigue unas yeguas. Después de todo, Don Quijote decide irse a vivir a lo
alto de una montaña como penitencia para merecer el amor de su dama. Pero sus mejores
amigos - un cura y un barbero- lo logran engañar y lo llevan a su aldea dentro de una jaula.
En sus aventuras también encuentra diversos personajes que aportan tramas secundarias a la
novela: unos pastores enamorados, un prisionero de los piratas, etc.
En la segunda parte, Don Quijote sale de nuevo con Sancho. Aunque menos famosa, esta
parte es la preferida de muchos críticos. Don Quijote es ahora un personaje tratado con más
respeto por el autor: a veces logra tener éxito en sus aventuras y es más reflexivo y consciente
de sí mismo. Sancho, por el contrario, se ha vuelto un soñador. Por otro lado, los personajes
con los que se encuentran ya los conocen a ambos, así que intentan aprovecharse de la
situación. Unos duques los acogen en su palacio para reírse de ellos y hacer creer a Don
Quijote que Dulcinea y él están bajo un hechizo de Merlín. Además, convierten a
Sancho “gobernador” para cumplir una promesa que le había hecho su señor. Para su
sorpresa, Sancho resulta ser un sabio governante.
Don Quijote y Sancho llegan a Barcelona, en cuya playa Don Quijote es derrotado por
el Caballero de la Blanca Luna -en realidad uno de sus amigos disfrazados. El hidalgo y
desengañado caballero vuelve a su aldea a pesar de que Sancho le pide salir a vivir nuevas
aventuras. Llega ya muy enfermo y, justo antes de morir, recupera la razón y pide perdón a
todos por sus locuras.