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TEOLOGÍA FUNDAMENTAL – APUNTE 2 (22/09)

QUÉ ES LA REVELACIÓN

Pero entonces: ¿Qué es la sagrada revelación incluida en todas las ramas de la teología? ¿Cómo se
muestra la revelación a sí misma? ¿Cómo se entiende a sí misma? ¿Cómo se hace presente, cómo se
transmite?

El Concilio Vaticano I, celebrado a fines del s. XIX, nos da la respuesta “Deus seipsum revelavit et
aeterna voluntatis suae decreta” (= Dios se reveló a sí mismo, y [reveló] los eternos decretos de su
voluntad”. Entendamos entonces que la revelación de la que estamos hablando es, por un lado, Dios
que se revela a sí mismo, que se da a conocer a sí mismo, porque así lo quiso en sus eternos
designios; por otro lado, que revela un Plan de Salvación, su voluntad (una economía salvífica).

El hombre reflexiona sobre un hecho histórico dado: Dios que se revela y que muestra su voluntad.
Este es un hecho al que se llega no por la reflexión de la sola inteligencia, sino que es un hecho
divino que está allí y que es el fundamento de todos los aspectos de la teología entera; a partir de esta
revelación de Dios y de su voluntad, Dios mismo se “despliega” ante los ojos asombrados del
hombre ante realidades que no hubiera osado jamás imaginar.

¿Qué es la revelación? ¿Es posible que se haya dado? Estas son las cuestiones que estudia la teología
fundamental. ¿Ocurrió la revelación de Dios, así como la entendemos hasta ahora, o como el mismo
Dios revelador la entiende? Se trata, pues de la facticidad de la revelación. ¿Hay pruebas, razones,
testimonios a favor de la revelación? ¿Estos testimonios se pueden analizar, examinar de tal manera
que el estudioso de la revelación le dé crédito, le afirme en la racionabilidad de la naturaleza [de lo
que es la revelación] para que el hombre encuentre razones para creer en ella, y que él esté seguro de
poder dar testimonio de la misma con seguridad?

¿Con qué signos cuenta el estudioso de la TF; con qué criterios de credibilidad? Dar respuesta a
estas preguntas es de trascendental importancia para poder avanzar en el estudio de toda la teología
en sus diversas ramas, ya que éstas tienen una raíz común, un fundamento común que es la
revelación. Si no fuera así ¿qué teología se podría desarrollar, estudiar e investigar?

La revelación de Dios y su misterio, aparte de que se pueda estudiar, está exigiendo la fe, un acto
racional humano que no depende de sólo el hombre, ya que se trata de aceptar como cierto un hecho
que proviene de Dios en el que el hombre juega toda su existencia, su realización. Por eso esta fe
exige entendimiento: “fides quaerens intellectum” = la fe, buscando el entendimiento, la
racionabilidad del hecho, en el fondo, la humanización del hecho ya que lo contrario estaría en contra
de la naturaleza humana del hombre.

El tema pasa por lo siguiente: como dice el Concilio Vaticano I, Dios se reveló al hombre y le reveló
su Plan de Salvación, sus decretos eternos. ¿Por qué comunicó al hombre? ¿Para qué? Con su
revelación Dios afecta al hombre, lo vincula a Sí en un aspecto por demás trascendental como es su
propia salvación eterna; porque de esta salvación se trata en esa revelación que hace Dios de sí
mismo y de su Plan de Salvación. Esta vinculación entre Dios que se revela para salvar al hombre
por los caminos que Él mismo ha mostrado, tiene que tener un punto de encuentro con el hombre;
esta revelación debe ser conocida por el hombre, debe dar testimonio de sí misma, hablar al hombre,
afectarlo.

Posibilidad de la revelación

Así, pues, la revelación contiene la posibilidad de encontrarse con el hombre, porque se ha dado en
el mundo, en la historia, y, por lo tanto, el hombre la puede acoger de una manera realmente digna de
él, especialmente porque se acredita, es digna de crédito ante el hombre y así el hombre, entonces, le
da crédito; esto también incluye que el mismo hombre puede rechazar ciertos puntos de la
revelación, los pueda objetar o tener dudas sobre los mismos.

La revelación es posible, vista desde su misma fuente que es Dios, ya que Él puede revelarse, y, en
sus eternos designios hizo al hombre a su imagen y semejanza, consiguientemente capaz de conocer
a Dios, más aún con una profunda sed de Dios: “Un Abismo, llama a otro abismo” dice el Salmo.
No se puede pensar en el hombre, sin la posibilidad de buscar y encontrarse con Dios en la
Revelación que, si bien parte como iniciativa del mismo Dios, sin embargo, responde sin afectar la
libertad de Dios, a la naturaleza humana; es una necesidad de la naturaleza del hombre conocer a
Dios para llegar a alcanzar la plenitud de ser humano.

El “lenguaje” de la revelación

La revelación de Dios se ha dado mediante un lenguaje; Dios se expresó en idioma comprensible al


hombre de muchas maneras y en diversas etapas siguiendo una pedagogía propia; en el N.T. se
presentó en forma de predicación y fue puesta por escrito en este estilo. Toda la Escritura Santa da
testimonio de lo que Dios dijo e hizo: Jn 21, 24-25; Heb 1,1-2; 1 Cor 11, 23. Estos textos nos hablan
de lo que Jesús, en quien se revela el Padre, dijo e hizo. Esta realidad divina de la que son testigos los
apóstoles, ha sido transmitida de boca en boca y puesto por escrito en el N.T.

Manifiesta su misterio en su Palabra en plenitud en el N.T. y exige al hombre una respuesta de fe


por que la revelación, además de contener una lógica divina en sí misma que la hace razonable y
creíble, ha sido dada porque existe el hombre y éste es racional y puede conocerla y encontrar en ella
la última respuesta plena a su propia realización personal y comunitaria. Aquí es necesario adelantar
que la revelación divina se dirige a cada hombre que viene a este mundo, pero ha sido confiada a la
Iglesia para transmitirla, para darla a conocer, para desplegarla en su contenido de manera cada vez
más perfecta.

En estos testimonios de Dios que habla, y que se transmiten por los autores sagrados en el A.T. y por
los apóstoles en el N.T., se funda la necesidad y la razón de la TF que los explicita cada vez más y
mejor y pone al alcance de la razón de los hombres en cada tiempo, en cada espacio, en cada cultura.

La TF nos pone ante:

- Dios que se revela ante el hombre.

- El hombre ante el Dios que se revela.

- El hombre ante la revelación.

- La Iglesia como mediadora y portadora de la revelación y el sujeto de la fe

Las afirmaciones de las SS.EE. y las manifestaciones de la Iglesia han de ser tratados como fuentes y
documentos que investiga el pensamiento filosófico e histórico-crítico en cuanto pueden esclarecer
para este pensamiento la:

- Naturaleza: ¿qué es, en qué consiste la revelación?


- Facticidad: ¿Es posible la revelación?, ¿es posible racionalmente que Dios se revele?
- Credibilidad de la revelación: ¿Se puede creer en la revelación?, ¿qué razones hay para creer en
ella?
El paso siguiente de nuestra reflexión será hacer una introducción al método y desarrollo de la
Revelación. ¿Cuáles son las preguntas que podemos hacernos al comenzar este análisis? Podrían ser
las siguientes: ¿cómo debe “producirse” la revelación que no es de este mundo para penetrar como
revelación en este mundo?; ¿cómo siendo algo que está más allá del tiempo y del espacio penetra en
el tiempo y en espacio?; ¿cómo la revelación que no es “producto del razonamiento del hombre, que
no es creación del hombre –por eso es revelación– puede hacerse palabra y acontecimiento para el
hombre, para su espíritu, para la historia en que vive y es protagonista el hombre, para el mundo que
le ha sido confiado como una responsabilidad al hombre? Estas preguntas tienen como fin plantear a
la TF esta cuestión: la revelación entendida como una manifestación de Dios, ¿es posible en el
mundo actual, para el hombre de hoy, y de todo tiempo?; ¿el hombre en su constitución humana,
como hombre, en sus “componentes” humanos más nobles (inteligencia, voluntad, memoria) ha sido
creado para acoger este conocimiento que no procede de sí mismo y que no hubiera osado imaginar?
La revelación de Dios trasciende la posibilidad natural-racional, el modo natural de conocer del
hombre. Esto, por un lado.

Por otro lado, ¿será posible que la revelación que hace el Señor mediante su palabra, permanezca
como sobrenatural, como palabra revelada al hombre, sin caer en una especie de “revelación
natural” que se da a través del mundo y la capacidad de trascendentalidad del hombre? O sea, ¿no se
corre el peligro que se haga de la palabra revelada, un dato más de los descubrimientos intelectuales
del hombre y que se transforme en una propuesta más, en un discurso más que se le ofrece al hombre
entre tantas propuestas y discursos, y lo pongan ante la posibilidad de asumirla o rechazarla, como
una propuesta más, en el “mercado” de propuestas?

Dada la revelación, se presupone que el hombre está abierto por naturaleza para recibirla; esto no
significa que Dios esté obligado a revelarse, ni revelar el contenido de su manifestación. ¿Será capaz
el hombre de oír la palabra con fe? La revelación hecha al hombre sólo puede ser acogida en él como
oída y creída para ser palabra revelada y no sólo como propuesta. Implica, además, que si la escucha
con fe, lo compromete en su salvación, en la plenitud de su existencia, o de lo contrario, en el fracaso
total de su existencia.

Esto marca una vez más la necesidad de la existencia de la TF. La revelación se da en el mundo, en
el espacio y en el tiempo y se da en el mismo hombre en sus circunstancias determinantes. De allí
que la TF se hace necesaria para poder dar respuesta a los interrogantes planteados, que no son
artificiales, sino interrogantes que de una manera u otra se dan en el hombre, especialmente en el que
desea dar razones de su esperanza ante un mundo que también le presenta serios interrogantes
cuando el creyente se dispone a dar testimonio de la revelación.

Testimonio y defensa de la Revelación

Para la teología actual, la teología de la revelación se dirige al hombre previamente a la fe y fuera de


la fe. También se puede decir que la teología de la revelación es la “ciencia del encuentro entre
revelación y el hombre, lo busca a éste en situación y existencia concreta y trata de ponerlo en
contacto con la revelación”. (Sacramentum Mundi 595).

Esto lo hace llamándole la atención sobre lo que es, sobre su “constitución, su capacidad de ser
interpelado y buscado, en su receptividad, apertura, disposición y dependencia respecto de lo que es
trascendente para él, respecto de la palabra que no procede de él mismo, sino que le ha sido dirigida
por Dios que se revela, y respecto de la obra y del acontecimiento salvíficos que se le ofrecen en esa
palabra” (ib.).

La TF se acerca al hombre con respeto, lo acepta así como lo encuentra, lleno de interrogantes, de
dificultades frente a Dios, la revelación de su plan y los medios por los que llega esta noticia; más
aún, ella misma le ayuda sistematizar sus preguntas, a formularlas con mayor precisión e
integralidad, planteando nuevas preguntas con toda honestidad, para descubrir al hombre la realidad
tal cual es, sin ánimo de confundirlo o encantarlo para conquistarlo; también le ayuda a superar sus
límites, y barreras que el mismo hombre prevenido ha montado y procura explicar la palabra de Dios
que se ofrece al hombre como salvación que no mira sólo a la etapa después de la muerte, sino a la
realización en plenitud en su estado de itinerante en la tierra.

La teología de la revelación encuentra a un hombre en búsqueda, aquel hombre del que dice san
Agustín que “nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”.
Ante este hombre, ontológicamente en inquieta búsqueda, la TF se acerca con pudor y firmeza
expresándose con las palabras de san Pablo a los hombres del Areópago de Atenas: “Lo que veneráis
sin conocerlo eso es lo que os anuncio yo” (Hch 17,23). En este hombre encontramos a Dios
inquietándolo, motivándolo para encontrarse con la verdad que lo hará libre y plenamente humano.

La pastoral y la teología no son dos etapas separadas como compartimentos estancos: “la teología
fundamental como misionera se puede decir que es teología en forma de pastoral y que es pastoral en
forma de reflexión” (Sacr. Mundi 596). La misma revelación de Dios expresa todo esto en 1 Ped. 3,
15-16: “Estén en todo tiempo dispuestos a responder a cualquiera que les pida razón de su esperanza,
pero con mansedumbre y respeto teniendo buena conciencia”.

Hoy los medios masivos de comunicación inquietan la fe de los creyentes y mueven la conciencia o
la “curiosidad” de los no creyentes; muchas veces de forma irrespetuosa por dos motivos: uno por
que inquietan para conquistar al hombre de manera sectaria, de manera proselitista; no por amor a la
verdad, ni por amor a la plenitud del hombre. Especialmente buscan al hombre en situaciones de
desesperanza y lo “cazan” ofreciéndole “soluciones” como quien propone analgésicos; en segundo
lugar, ofrecen al hombre verdades de “mercado”, no con la “calidad” de la verdad objetiva y plena.

La TF conoce a Dios, conoce la revelación en su contenido, conoce al hombre y hace esfuerzos para
conocerlo cada vez mejor, para crecer con él y ayudarle a crecer en la verdad y en la plenitud. Para la
TF el hombre en búsqueda, inquieto, dudoso y hasta a veces agresivo ante la revelación porque ve en
ella una limitación y no un horizonte infinito de plenitud que se le abre, que se le ofrece, este hombre
–decimos– no es una “oportunidad” de conquista, no es una tierra para la conquista o un barco para
el abordaje; simplemente es el hombre en toda su dignidad de ser humano, con una vocación de
infinito y de verdad infinita; no es una oportunidad, es una obligación de servicio en la verdad y en la
reflexión de aquello que tiene de más profundo y trascendental: la verdad revelada. De esta verdad se
nutre la TF, sino no, no sería teología, ni sería fundamento de la teología, ni servidora de la
revelación de Dios.

Por estos motivos también la TF sigue al pie de la letra la revelación que le dice por boca de san
Pablo en 2 Cor 10, 3-6: “Pues, aunque vivimos en la carne no combatimos según la carne. ¡No! Las
armas de nuestro combate no son carnales, antes bien para la causa de Dios, son capaces de arrasar
fortalezas. Deshacemos sofismas, y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y
reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo. Y estamos dispuestos a
castigar toda desobediencia cuando vuestra obediencia sea perfecta”. La TF se ha de ocupar de
defender la revelación de todos los ataques, las falsas propuestas al hombre en búsqueda tal como
Dios lo ha creado poniéndole en la recta dirección de la búsqueda que lo llevará libremente, con la
ayuda del mismo Dios, al encuentro de la verdad.

En síntesis, ¿qué defiende la TF en su faz apologética? Defiende “…la revelación, su naturaleza, su


facticidad, su posibilidad, sus exigencias, sus legitimaciones frente a objeciones dudas, dificultades y
ataques que se dirigen contra ella […] “La nueva teología fundamental quiere mostrar la credibilidad
interna de los contenidos de la revelación y examinar las condiciones de posibilidad para que el
hombre de cada momento presente se apropie existencialmente de estos contenidos. No trata de
desarrollar los contenidos de la revelación en su multiplicidad diferenciada sino centrarlos en el
mismo Cristo”. (Sacr. Mundi 598).

Revelación, fe y teología

“A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado” (Jn
1,18). “El único que posee Inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto
ningún ser humano ni lo puede ver. A Él honor y poder por siempre. Amén.” (1 Tim 6, 16).

Lo primero que debe quedar claramente expresado es que la revelación consiste en: 1) la iniciativa de
Dios, de manifestar su intimidad que san Pablo llama mysterion que luego pasará al latín con el
nombre de sacramentum; 2) esta intimidad de la Santísima Trinidad mostrada a los hombres, siempre
será Dios, o sea superará la plenitud del conocimiento del hombre. Dios es Dios, infinito; el hombre,
aunque abierto a la infinitud, será siempre limitado, no podrá jamás abarcar, contener ni en esta vida,
ni en la vida futura, el misterio revelado; 3) El Señor se revela y el hombre recibe esta revelación
auxiliado con la gracia del Espíritu Santo, como una realidad racional –no como fruto de su
razonamiento– posible, dignificante de la naturaleza humana, libre y liberadora, humanizadora y
sobrenaturalizante; 4) que lleva al hombre a ser lo que el Señor quiere que sea en plenitud y en acto:
su imagen viva, su semejanza; 5) Incluso las mismas SS.EE. no son todavía la Palabra única de Dios,
su Verbo eterno aunque por y en estas palabras Dios de-velan su misterio pero no lo agotan, ni lo
agotarán. Pero queda en firme que el Señor manifiesta todo su ser que es Amor al hombre para que
alcance su plena humanización llegando a ser realmente imagen y semejanza de su Creador y Señor.

Dios se revela, pero sigue siendo un misterio

Ante todo hay que dejar en claro que el misterio que Dios nos revela, aunque nos haya sido mostrado
de muchas maneras y en distintas etapas en el A.T. –y de modos que sólo Dios conoce, a los
hombres paganos, ya que Dios se mostró a todos los hombres según sus situaciones y culturas– y que
en el N.T. lo hizo plenamente en la persona de Cristo, su Hijo, sin embargo el hombre nunca podrá
conocer de manera exhaustiva el misterio, nunca podrá abarcarlo en su totalidad por el mismo hecho
de ser criatura, y consiguientemente, limitado, aunque abierto a la infinitud de la verdad. Pero
también hay que notar que esta limitación en el conocimiento del misterio no sólo proviene de su
creaturidad, sino que también se agregan las limitaciones que impuso el pecado original en todos los
hombres, y las que aumentan los pecados personales. Dios siempre seguirá siendo el totalmente
Otro.

Esto no disminuye en nada la capacidad con el hombre ha sido creado para conocer a Dios con la
fuerza de la propia inteligencia, y la capacidad de recibir la revelación del misterio que realiza el
propio Dios; no afecta para nada la factibilidad de la revelación de parte de Dios y del hombre; en
nada afecta tampoco a su credibilidad por el testimonio que el mismo Dios ha dado de la veracidad
de lo que ha revelado acreditando con hechos la palabra de los Profetas, y con los signos que el
mismo Señor Jesús hizo para mostrar el misterio en plenitud, y para mostrar por los hechos que el
misterio que reveló con sus palabras y su testimonio, eran veraces.

Dios y el hombre, el hombre y los hombres, el hombre y el cosmos. Posibilidad de la Revelación.

Los medievales hablaban del deseo natural de ver a Dios. Esto es válido para todo hombre que viene
a este mundo; por eso decimos que el hombre es esencialmente religioso en el sentido que
experimenta en su ser una tendencia a re-ligarse con algo superior. Señor de la creación: Gn 1,28:
este señorío está expresado en las SS.EE. por el hecho de que el hombre “…puso nombres a todos...”
(Gn 2, 20). Pero en este estrato el hombre se “sintió solo” “No es bueno que el hombre esté solo”
(Gn 2, 18). Dios lo hizo inteligente, volitivo, libre, y consecuentemente, comunicable y comunicador
porque es imagen y semejanza suya, por lo que es esencialmente sociable, ya que Dios es Trinidad,
es decir, comunidad de amor. Para que haya comunidad, debe haber comunión y esto sólo se da en
seres inteligentes, volitivos y libres como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta comunión
y esta comunidad exige reciprocidad: conocer y ser conocido, amar y ser amado, ser libre y crecer
constantemente en libertad. Esta reciprocidad el hombre no la encontró en el primer estrato de la
creación, que, por otro lado, contiene cierta presencia de Dios Personal como creador; pero una
cosa es llevar el sello de Dios como causa ejemplar y eficiente y la presencia “concursante” de Dios
que mantiene a todos los seres en su ser y en su existencia, pero no son comunicantes ni
comunicadores, no están en comunión ni pueden hacer la comunidad. Por eso el hombre se siente
solo; la amable creación de la cual es amo y señor a semejanza de Dios, no le corresponde con amor.
Estamos hablando siempre de la creación en cuanto cosmos, no de la criatura humana. Ya en el
estadio de humanidad el hombre encuentra reciprocidad, correspondencia: “Esta vez sí que es hueso
de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque ha sido tomada del varón” (Gn
2,23) Ellos se conocen, se aman, el uno es para el otro un ser libre y liberador; Dios los hace
comunión como conyugues, y comunidad como familia; y así ocurre con toda la descendencia del
hombre que es, de esta manera, descripto en la aurora de la humanidad. Hay que agregar además que
es propio del ser libre, inteligente y volitivo, no ser agotado por el otro, de alguna manera también
cada hombre es y será siempre un misterio inagotable para otro hombre; ni el mismo individuo llega
del todo a agotar su misterio como imagen y semejanza de Dios; en lo que lleva de “divino” es un
misterio. Pero aun así en este estrato de humanidad, el hombre no descansa, no se siente plenificado
con las solas relaciones de comunión y comunidad, porque experimenta de una manera que ni él sabe
explicarse totalmente, la necesidad de otra Comunión y de otra Comunidad: Dios. En la humanidad
de los otros, el hombre encuentra correspondencia, sólo en Dios encuentra saciedad, plena relación
con Dios y con los hombres.

El hombre pensado así, explica la posibilidad de la revelación. Hecho a imagen y semejanza de Dios,
sólo podrá descansar en Dios, encontrar correspondencia, comunión y comunidad con sus semejantes
y compañía y contención material, señorío, contemplación, belleza y responsabilidad en el cosmos.
Pero la última palabra de su humanización, de su identidad total será la comunión y la comunidad
con Dios. Necesita la Revelación que Dios libremente se la ofrece.

Palabra y palabras

Cuando se habla de que Dios se revela, inmediatamente se piensa en las SS.EE. Y esto está bien,
pero no es todo lo que tenemos que saber sobre un Dios que habla. El hombre se puede comunicar a
través de una carta, pero lo que intenta es comunicarse a sí mismo. Más que hablar de la Palabra de
Dios, habría que hablar de Dios que habla. No es un error hablar de la Palabra de Dios, pero es
necesario prestar mayor atención al Dios de la Palabra por la que se revela. Por otra parte, se tiende a
entender como Palabra de Dios sólo los signos elocutivos, las letras escritas en el Libro Santo a las
que se accede sólo con una preparación para descifrar su sentido, hasta es posible sólo quedarse con
el sentido gramatical: ¿Qué quiere decir tal palabra? ¿Cómo interpretarla? Pero los hontanares del
Misterio que se comunica nos están pidiendo más bien prepararnos para la escucha de quién nos
habla para poder valorar lo que nos dice. Es por la gracia del Espíritu que se accede verdaderamente
a la revelación de la Palabra por mediaciones que no sólo son palabras, sino testimonios personales,
gestos etc.

En las SS.EE. encontramos repetidas veces expresiones de los Profetas que a la luz del N.T. sabemos
que no son interpretaciones subjetivas de la verdad, ya que esta palabra ha sido recibida “movidos
por el Espíritu Santo” como dice san Pedro (2 Ped 1, 19), razón por la que sabemos que hablaron
como hombres de Dios. Tenemos dos testimonios en el N.T. “Dios habló... por medio de los
Profetas” (Heb 1,1,) y “Dios habló por boca de los santos profetas” (Hech 3,21). De esta manera se
da esa correlación entre el hecho trascendente divino y una mediación humana –el profeta– que
traduce en términos humanos el fondo de la revelación que el Señor le comunica.
Pero como ejemplo también podemos recurrir al profeta Ezequiel en numerosísimos textos para
descubrir que el profeta tiene conciencia de que lo que dice en nombre de Dios no proviene de su
imaginación ni es construcción humana, sino un hecho objetivo trascendente venido de “fuera”: Él
escucha una voz que le dice “Hijo de hombre...” (2,1) y de allí vamos a 11,1: “El Espíritu me elevó y
me condujo al pórtico oriental...” y a la serie de párrafos que comienzan con la expresión “Me fue
dirigida la palabra de Yahveh en estos términos”: 12, 1. 13,1; 14,9; 15,1; 16,1; 17, 1.11; 18,1; 20,2;
21, 1.23; 22,1. 17. 23; 23,1; 24,15; 25, 1; 26,1; 27,1; 28, 1. 11. 30; 29,1; 30, 1. 20; 31, 1; 32,1;
33,1.23; 34,1; 35,1; 36, 16; 37,15; 38, 1. Otra expresión paralela dice “Así dice el Señor Yahaveh”:
13, 8. 20. Y también se da una expresión exhortativa: “Y tú, hijo de hombre profetiza y di…”: 21,33.

Dios se comunica no tanto en palabras. Se muestra a sí mismo: su Palabra, su Voluntad, su Amor.

La revelación que hace Dios es de sí mismo y sus eternos decretos, como ya lo vimos más arriba,
según expresiones utilizadas por el Concilio Vaticano I. Estos eternos decretos consisten en la
economía de la salvación. Se manifiesta, y manifiesta lo que quiere de nosotros. Eso que es
manifestación de lo que quiere de nosotros lo conocemos como la voluntad de Dios, su palabra y su
amor.

Pero avancemos un poco más: no pensemos que la revelación divina se reduce solamente a preceptos
e indicaciones que nos da para poder llegar al Él en la vida eterna, después de la muerte. Hemos
insistido hasta el cansancio que la revelación es el hecho por el que Dios mismo se muestra y al
mostrarse, al develarse, al descubrirse ante nosotros, al desplegar las cortinas de la deidad manifiesta
el misterio que consiste en mostrarnos su vida íntima como Trinidad, y sus eternos designios desde
la creación hasta la redención obrada en Jesucristo, su Hijo, verdadero Dios y hombre, redención que
se continúa por la Iglesia hasta el fin de los tiempos, por obra y gracia del Espíritu Santo, con la
admirable asociación de María Santísima.

De esta manera la expresión más cabal para sintetizar este tema de la interrelación entre Dios que
habla y la mediación del hombre la podemos expresar en los siguientes términos textuales: “La
revelación, a la que en el hombre corresponde la fe (la fe en el hombre es la respuesta a lo que Dios
revela) es la palabra autorizada del Dios que enseña”. El teólogo Garrigou Lagrange tiene una
expresión más rica todavía cuando dice: “Sólo la revelación nos puede hacer conocer la vida íntima
de la Deidad [...] Sólo la revelación nos puede llevar a conocer positivamente aquello que constituye
propiamente la deidad” (Dieu. París 1950).

La revelación no aflora desde lo más profundo del hombre, en donde estaba latente desde su
concepción, como si fuera un sentimiento religioso. Si bien Dios, al crear al hombre, lo hizo capaz de
conocerlo, más aún lo predestinó desde toda la eternidad para conocerlo, porque Dios al hacer al
hombre determinó mostrarse en su intimidad a él, y que este hecho no es algo irracional sino racional
pero que lo trasciende al hombre, sin embargo no es un fenómeno puramente racional que depende
del hombre para que salga a luz; la revelación divina es un hecho divino, la iniciativa de revelarse
parte de Dios, no es el hombre que, con sus propias fuerzas lo descubre, sino que se abre con la
ayuda de la gracia divina al Dios tres veces Santo que se muestra en su intimidad al hombre, y
mostrándose como Trinidad, manifiesta igualmente su voluntad.

Por otra parte lo que Dios revela no es algo aparte o fuera de si mismo. Aquí podemos decir que se
expresa como una “definición” de revelación: la revelación de Dios es el acto por el que se
manifiesta a sí mismo como Palabra viva y como Amor trascendente e infinito, manifestando
igualmente su voluntad que sólo podrá ser recibida por el hombre a través de mediaciones objetivas y
de actitudes humanas que Dios mismo elige y prepara. La revelación manifiesta la Salvación y el
Amor de Dios que no son sino el mismo Dios.
Al hacer un análisis de esta “definición” queremos hacer un llamado de atención: la Revelación es
locución que da su testimonio, lo que nos lleva a poner el acento en la locución; por esta locución
Dios da testimonio autorizado de sí mismo. Él nos habla diciendo que no dudemos que nos habla sin
lugar a equivocarse ni a equivocarnos. El acento hemos de poner no tanto en que Dios habla, sino en
Dios que se manifiesta hablando. Decimos esto, porque Dios habla mediante palabras y verdades
humanas, ya que se dirige al hombre; así encontramos dos realidades Dios y el lenguaje; el lenguaje
no nos debe hacer perder de vista a Dios. Primero Dios, luego las locuciones, las proposiciones con
las que suelen comunicarse los hombres.

Tratemos de tomar conciencia en la importancia de la fe: el nexo entre la Palabra y las palabras, entre
el Verbo que es la Palabra y las Escrituras, siempre será misterioso. Estas palabras manifiestan a un
Dios que se revela en la historia, a través de hechos, de acontecimientos que se contienen como
formulaciones en las Escrituras que aparecen como algo salido del Logos Divino que Él mismo sella,
rubrica y autentica con su presencia.

Las palabras de las Sagradas Escrituras son mediación testimonial entre la Palabra y nuestros
corazones iluminados con la fe por el Espíritu Santo. Creemos que estos hechos y palabras que
manifiestan al Verbo revelado, son palabras de un Dios que se comunica, que comunica su intimidad.
Este creer como acción del Espíritu es esencial para reconocer en las palabras, la Palabra. Estas
mismas palabras en un estudioso sin fe, son simplemente palabras expresivas de una de las religiones
existentes en el mundo.

El Dios de la Revelación: personal, inteligente, libre y amante.

Cuando decimos que el Dios de la Revelación es Personal, excluimos que sea a-personal o sub-
personal, como si se estuviera identificando con la naturaleza, como decía Spinoza: Deus, sive
natura = Dios, o sea la naturaleza, cayendo de esta manera en el panteísmo. Pero también hablar de
un Dios personal es acentuar la esencia de Dios que es uno en tres Personas; que no es algo des-
personalizado; precisamente no es “algo”, es “alguien”. La noción de persona tiene su raíz en per-se-
una = por sí misma una; es pensante y volente, consiguientemente libre. Porque piensa se ubica en la
verdad y porque quiere se ubica en el bien y en amor; pero ese pensamiento y ese amor, no es un
proceso, no es un acto que procede de una potencia. En Dios la inteligencia y la voluntad no son
facultades que pasan de la potencia al acto; Dios es la verdad y su propio bien. El bien que hay en
Dios no es de naturaleza distinta a sí mismo como puede ocurrir con la persona humana; no está
compuesto de inteligencia y voluntad, es sumamente simple como se estudia en filosofía, pero su
inteligencia es fuente de verdad y su voluntad fuente de bien, y de esta verdad y este bien sumo
“procede” la libertad de Dios. No está obligado = ligado por creatura alguna a revelarse, no está
condicionado ni siquiera por su propia naturaleza a revelarse al haber hecho al hombre inteligente,
volitivo y capaz de recibir la revelación. Estos atributos de la naturaleza humana no actúan en Dios
obligándolo o condicionándolo a realizar necesariamente lo que ella misma exige. Toda la revelación
es puro don de su infinita inteligencia y de su infinita bondad con total y absoluta (no relativa)
voluntad.

Porque es inteligente entiende y ama y se comunica con Palabra de Verdad y con aliento de Amor.
Pero ¿cuál es el ámbito de esa comunicación que es revelación de la intimidad de Dios, del misterio
de Dios escondido desde todos los siglos? “…revelación de un Misterio mantenido en secreto
durante siglos eternos, pero manifestado al presente, por las escrituras que lo predicen, por
disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe” (Rom 16,
25-26; cfr. Ef 3,10; 1 Cor 2, 7; Col 2, 2-3).
Dios se manifiesta en el ámbito de creación y de la historia

“De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por
medio de los Profetas”. (Heb 1,1-2). “En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra la
impiedad y la injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia; pues lo que Dios se
puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó. Porque lo invisible de Dios, desde la
creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras[...]” Rom 1, 18-20. “Pues al
pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba
grabada esta inscripción: al DIOS DESCONOCIDO. Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os
vengo yo a anunciar. El Dios que hizo el mundo [...] el que a todos da la vida, el aliento y todas las
cosas. Él creó de un solo principio, todo el linaje humano para que habitase sobre la faz de la tierra y
determinó con exactitud el tiempo y el lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen a
Dios, para ver si a tientas lo buscaban y lo hallaban” Hech 17. “Los cielos son los cielos de Yahveh,
la tierra, se la ha dado a los hijos de Adán” (Ps 115, 16). “Ha revelado a su pueblo el poder de sus
obras, dándole la heredad de las naciones” (Ps 111, 6). “Bendice alma mía a Yahveh ¡Yahveh, Dios
mío, qué grande eres! Tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda...” (Ps 104, 1 y 2-35).

Multiplicidad de textos bíblicos nos dan testimonio de que el espacio y el tiempo, o sea la creación y
la historia, son el ámbito en que Dios se revela. La creación tomada como el cosmos y la historia en
cuanto acontecer humano en el que el hombre es el sujeto de la acción son como un libro abierto en
donde Dios se manifiesta, y manifiesta su misterio, aunque la plenitud de la manifestación se realiza
sólo en Cristo como san Pablo lo entiende en Col 1, 15-16; revelación en Cristo, que, por otra parte,
se la llega a comprender a través de su Pascua, y de manera particular de su resurrección.

En cuanto a la referencia que hacemos de la historia, debemos decir que Dios se revela como Señor y
Salvador teniendo al hombre no como un objeto pasivo, sino como sujeto de la revelación. Con esto
queremos decir que el hombre no es una “tabulla rasa”, como una pizarra sobre la que Dios escribe
su historia, su intimidad. Dios se manifiesta en su intimidad al hombre que lo puede conocer y
acoger, al hombre que lo busca con plenitud de su libertad.

Desde el primer momento del mundo, la creación es casa y templo para los humanos. Casa
construida por Dios para la fraternidad de sus hijos, y templo donde el hombre puede encontrar a
Dios revelado, des-velado, manifestado.

Espacio y tiempo, creación e historia son el “lugar” de la presencia de Dios que se da y se comunica
a su imagen creada que es la persona humana.

Es importante rescatar el sentido de las cosas de este mundo como testimonios escondidos de la
presencia de Dios. “Algo” hay en ellas que remiten al hombre hacia Dios. Nuevamente aquí
podemos aplicar la frase de san Agustín “Bene curres, sed extra viam” = “corres bien, pero fuera del
camino”. Ponemos el acento en el “bene curres”; es decir, el hombre – al decir de Mons. Octavio
Nicolás Derisi – apunta bien, pero yerra en cuanto al blanco. Ese “algo” que hay en las cosas
despiertan en el hombre la necesidad de buscar y encontrarse con Dios, porque las cosas creadas
hablan de su Señor: “Todo el mundo canta la gloria de Dios” dice el Salmo. “Fue Él quien me
concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la estructura del
mundo y las propiedades de los elementos, el principio, el medio y el fin de los tiempos, los cambios
de los solsticios y la sucesión de las estaciones, los ciclos del año y la posición de los astros, la
naturaleza de los animales y los instintos de las fieras, el poder de los espíritus y los pensamientos de
los hombres... Cuanto está oculto y cuanto se ve todo lo conocí, porque la que todo lo hizo, la
Sabiduría, me lo enseñó” (Sap 7, 15-21).

Antes de concluir este punto es necesario aclarar que si bien el espacio y el tiempo, la creación y la
historia son como “voces” de un Dios que nos habla, aún no nos estamos refiriendo a la revelación
propiamente tal que se da por medio de los profetas y por Cristo que es la plenitud de la revelación
Trinitaria. Pero, sin embargo, podemos adelantar la presencia de Dios ya no en algo que es la
historia, el tiempo, el espacio, la creación, sino en una realidad íntima del Señor, que es su amor.

El Amor como la base del por qué se revela Dios. Fundamento de la posibilidad de la revelación

Pero entre las obras de la creación de Dios, lo que resalta es la creación del hombre, inteligente y
volente, a imagen y semejanza de Dios, a quien ha destinado para revelarse, en el sentido de haberlo
creado para la comunión que exige conocimiento personal y amor personal. Aún cuando Dios no
llegue al hombre en su plena revelación sino embargo se hace notar, no en el sentido del
ontologismo, como una percepción clara y distinta, sino en el contraste con el mundo imperfecto y
contingente que de alguna manera pone de relieve que Dios es Dios. Se hace notar “in speculo
mentis et in speculo mundi” = “en el espejo de la mente y en el espejo del mundo”. Allí se coloca Él
mismo como reflejado, pero no deja de ser sólo un reflejo, y tanto el hombre como Dios mismo,
exigen más que un verse “reflejados”. El hombre se siente en soledad ante la misma creación: Gn 2,
20-25, por eso no siendo bueno que el hombre esté sólo, Dios creó a la mujer. Pero tampoco los dos
que fueron hechos para la comunión conyugal y para la comunidad familiar, se sienten plenamente
satisfecho en cuanto a sus ansias y anhelos de comunión si les falta la presencia y comunión con
Dios, ya que, al ser creados a imagen y semejanza de Dios, los hizo para la comunión con Él, porque
Él es comunión interpersonal trinitaria. Esta es la base de la posibilidad de la revelación: la
capacidad o apertura humana a lo divino porque Dios creador del hombre así lo estableció en el acto
creador del hombre. La criatura intelectual está abierta a Dios y es capaz de conocer y amar a Dios,
Dios quiere que desde el primer momento de su existencia esté recibiendo una cierta presencia de
Dios, o, mejor dicho, Dios lo está inquietando para abrirse a su revelación, quiere entrar en comunión
con el hombre y así integrarlo a la comunidad Trinitaria como base y fundamento de la comunión
humana y de la comunidad humana.

Esto ocurre como un hecho previo al razonamiento y a la creencia. Es un llamado que resuena en la
mente del hombre y es un llamado que se deja escuchar también en la mediación de las criaturas, al
menos para que el hombre llegue a una cierta y oscura percepción de Dios: “Pues bien, lo que
adoráis –dice san Pablo a los Atenienses– sin conocer –pero que de alguna manera lo perciben– eso
os vengo yo a anunciar” (Hech 17, 23). Este es el “desiderium naturale videndi Deum = deseo
natural de ver a Dios” del que habla santo Tomás de Aquino. Esto queda confirmado por los
Concilios Vaticano I y II cuando hablan del conocimiento natural de Dios a través de las huellas que
el Señor deja en la creación, pero especialmente –y lo decimos por enésima vez– porque Dios lo hizo
al hombre a su imagen y semejanza: inteligente, volitivo y libre, como tal abierto a la verdad y al
bien infinitos; de allí que el hombre, todo hombre, creyente o incrédulo, experimente “eso” que él no
llega a percibir razonando pero que lo inquieta y lo “punza” hasta que se encuentra con su Dios y
Señor. El hombre viene al mundo ya “listo” para abrirse a Dios: “Por cuanto nos ha elegido en Él
antes de la creación del mundo [...]

eligiéndonos de antemano [...] dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo


designio que Él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo
tenga a Cristo por Cabeza lo que está en los Cielos y lo que está en la tierra [...] elegidos de
antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para
ser nosotros alabanza de su gloria los que ya antes esperábamos en Cristo” (Ef 1, 3ss.). Si esto no nos
habla claramente del sello que trae el hombre desde antes de la creación de su propio ser, no sabemos
qué más podemos encontrar más claro sobre esa “marca” que trae el hombre al ser concebido en el
vientre de su madre. Y aquí hablamos de todo hombre. Dios es más grande en su llamado a abrirse a
Él que todas las mediaciones de cualquier área confesional. Esto no quiere decir que caigamos en el
subjetivismo que vulgarmente se suele expresar con aquella frase “lo importante es creer en Dios,
total Dios está en todas las religiones, sin importar cuál sea la naturaleza de ese Dios”. Dios se ha
abierto totalmente a la única plena mediación que es Cristo, nada ni nadie puede manifestar más
plenamente a Dios que el mismo Señor Jesús: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único que está
en el seno del Padre Él lo ha contado” (Jn 1, 18). De allí que debe quedar en claro que Jesús es la
mediación verdadera de Dios, prerrogativa que comunica permanentemente a su Iglesia; y que Dios
quiere plenamente del hombre sólo lo podemos encontrar en la revelación que nos hace Cristo y cuya
revelación ha depositado en su Iglesia.

¿Y las Religiones monoteístas?

Al hablar de las religiones monoteístas, comencemos por hablar del Antiguo y del Nuevo
Testamento que de alguna manera reflejan su luz en el Islam. Las religiones monoteístas se presentan
como áreas de revelación; o sea como “lugares” en que Dios se ha revelado. Por este motivo, al
decir de Erich Fromm, podemos hablar del factor X y que religiosamente llamamos Dios que está
más adentro y más por encima de todos los fenómenos humanos.

El Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium, 16, habla del Islam como aquella
religión “a la que llega los destellos del Antiguo y del Nuevo Testamento, para los pueblos árabes
por una dispensación divina, desde la condescendencia (sinkatábasis) divina. Se presentan las “tres
religiones del libro”: judaísmo, cristianismo e islamismo. Esta última se tiene así como religión
revelada, y tiene a cristianos y judíos como adoradores de un Dios que se revela; los considera
integrantes de la “gente del libro” a quienes se podría tolerar su culto.

Vamos a profundizar esto motivados por la importancia que tiene ya que esto lo manifiesta el mismo
Espíritu en el Conc. Vat. II, pero también porque a causa de sucesos dolorosos ocurridos en nuestro
tiempo ha abierto cierto interés por conocer un poco más de cerca la religión islámica.

En cuanto a esos destellos del A.T. y del N.T en la religión islámica, los podemos encontrar ya en
tiempos alejados como son aquellos en que “se tradujeron, de parte de los teólogos árabes
(cristianos) a Platón, Aristóteles y Porfirio para defender frente a los escritores coránicos la
legitimidad racional de la Trinidad. Tanto la filosofía de Avicena como la situación de estos teólogos
arábigo-cristianos muestra la permeabilidad de estas tres magnitudes: Escritura, filosofía griega,
Coram”. (Intr. A la Teología. Robira Belloso.) Nuestra postura no se pone a la defensiva, en contra
de esta permeabilidad que, de hecho y providencialmente se da, sino a favor de buscar la verdad y el
ámbito que abarca esta verdad (No olvidemos la expresión popular: “Lo importante es creer en Dios,
que se presenta en cualquier religión”). El monoteísmo que presenta a Dios como vivo y dotado de
palabra, tal como una persona es un ser vivo dotado de inteligencia, y de amor, y, por tanto, de
palabra. Esto es claro para el mundo bíblico. También el Al-Coram se presenta como un proceso de
revelación a lo largo de un período de 23 años que comienza el 610 d.C.; dice así el texto: “El Santo
Corán, tal como lo encontramos hoy, es exactamente el mismo que fue entregado por el santo Profeta
Mahoma, la paz sea con él, a sus compañeros, como revelación de Dios” (El Sagrado Corán. Islam
International Publications 1988).

Dice el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium 16: “el designio de salvación abarca también a
aquellos pueblos que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes,
que, confesando profesar la fe de Abraham, adoran con nosotros a un solo Dios, misericordioso, que
ha de juzgar a los hombres en el último día”. Esto es lo que ya dijimos anteriormente refiriéndonos a
la salvación de los hombres en relación con lo que tendrían que creer para alcanzar la salvación
revelada en Cristo: Ut Deus sit, et remunerator sit = que Dios existe y es remunerador. Este principio
se podría aplicar –dicho sea de paso– a nuestros antepasados pre-colombinos que no formaban parte
de las religiones del libro, pero que sí fueron creados, como todos los hombres a imagen y semejanza
de Dios, y ya estaban redimidos por Cristo que murió y resucitó por su salvación, en la medida que
acepten un solo Dios remunerador.
Pero habría que señalar por reverencia a la verdad revelada por Dios algunas cosas que diferencian el
Antiguo y Nuevo Testamento del Islam: 1°) Con relación a las Escrituras: El Islam considera a El
Corán como la misma revelación objetiva de Dios, allí donde la tradición judeo-cristiana considera la
Escritura (¡atentos a esto!) expresión o testimonio de la revelación de Dios a su mediador-profeta
que, para nosotros, es ante todo y sobre todo el Logos divino, el Hijo, el Verbo que revela al Padre,
la Palabra que muestra al Padre, como ya lo expresamos con san Juan: “A Dios nadie lo ha visto
jamás: El Hijo Único que está en seno del Padre, Él lo ha contado” (Jn 1,18); 2°) Lo otro se refiere a
la importancia de la acción que el Islam otorga al dinamismo dentro de Dios. No nos referimos a la
acción de Dios hacia fuera de Él, como es el caso de la creación o su actuación en la historia, sino
dentro de Él. ¿Qué acción hay dentro de Dios? La acción Trinitaria. El Padre que engendra al Hijo, el
Hijo que conoce al Padre, el Padre y el Hijo que expiran en el amor al Espíritu Santo. El Padre es
Dios que engendra, el Hijo es el Engendrado (Genitus), el Espíritu es el Expirado (Spiritus). Dios se
conoce (esta es una acción del Padre) y engendra al Hijo; el Hijo conoce al Padre y lo ama, y es por
Él amado, y esta acción de amor es el Espíritu Santo. En lenguaje de san Agustín podemos expresar
esto así: “Hablando de la acción, quizá sólo de Dios pueda decirse que es acción, pues sólo hace sin
ser hecho, ni aun se concibe en Él potencia pasiva en cuanto es sustancia, en virtud de la cual es
Dios”. (De Trinitate). Ya lo dijimos, en cuanto que en Dios su esencia es ser puro acto, siendo su
esencia sólo Ser y existir, sin pasar de la potencia al acto, sus acciones son él mismo: su ser es Padre,
su pensamiento es Palabra, Verbo, su voluntad es Amor, es Espíritu, sin ánimo de caer en el
voluntarismo en Dios, ya que el Espíritu procede del amor del Hijo y del Padre (qui ex Patre filioque
procedit = que procede del Padre y del Hijo). Es por eso que, para nosotros, dentro de Dios, el Hijo y
el Espíritu aparecen como supremas mediaciones del Padre, o sea que lo que Dios es como Trinidad
se manifiesta al hombre, ante todo y sobre todo por la Palabra, por el Verbo, por el Hijo eterno, en el
Espíritu Santo. En el Islam el hombre tiende a encontrarse sin mediaciones, ya no le da mayor
importancia al hecho de que Dios sea Origen fontal,

Palabra viva y Espíritu vivificante. Frente a estas Supremas Mediaciones de Dios, el hombre se abre
y responde con la aceptación en la FE que es obediencia. Pero en el Islam el hombre está frente a
Dios sin mediaciones que lo llevan a someterse absolutamente a Dios con la “ilusión” o el
“espejismo” de ser alguien que quiera someter a los demás, siendo hombre, porque ha recibido, sin
mediación infalible alguna, la revelación de Dios y quiera así caer en la tentación de someter al
hombre.

Dios dice la Palabra, el hombre escucha y se convierte

Dios habla al hombre por su Palabra, por su Verbo, en el Espíritu Santo, y el hombre escucha esa
Palabra divina que revela quien es el que le habla y lo que quiere del hombre, y con la fuerza y la luz
del Espíritu se convierte, o sea acepta la revelación de Dios y de sus designios eternos. El hombre,
con el auxilio de Dios, convierte su inteligencia a la Verdad y su corazón al Amor que se revelan.
Esta revelación se hace mediante lenguaje y signos siempre pobres e insuficientes para expresar la
inmensidad del misterio.

Dios se manifiesta tan próximo al hombre al revelarse como el Dios único y uno; único porque no
hay otro Dios, y uno por que son tres Personas distintas; este Dios que se manifiesta así,
misteriosamente al alcance del entendimiento del hombre –al menos para decir que esa revelación es
posible, que no es irracional, que no anula su libertad, que es comprensible– se muestra al mismo
tiempo como un misterio trascendente, inalcanzable en su plenitud: quien se revela es Dios infinito,
quien recibe la revelación y acepta es hombre finito. Pero este hombre finito recibe la revelación, en
el Espíritu Santo, que es hijo y heredero del Dios que se revela. Vale la pena releer en clave de
meditación profunda, serena, sin apuro, lo que dice la Palabra a Pablo en Ef 1, 3-14. El obstáculo
para la revelación que hace del hombre hijo y heredero de Dios, que lo lleva a la comunión con Él y
a la comunidad con sus hermanos, es el misterio de iniquidad, el pecado que introduce la duda en la
inteligencia del hombre, no como un incentivo para la búsqueda de la verdad en total apertura hacia
ella, sino la duda encadenante que ata su libertad ante el desafío del llamado de Dios, ante la
inquietud de la búsqueda. Por eso, al hombre, ante quien Dios se muestra se le presentan los dos
caminos: Dt 30 el camino de la vida o de la muerte que frustra la vida de la verdad, del bien y de la
libertad; ver también la primera carta de Juan, y Jn 3, 16-21.35.

De la creación a la Trinidad

No deja de crear cierta incertidumbre sobre la manera como Dios se manifiesta a través de la
creación, y mucho más si decimos que la Santísima Trinidad se revela a través de la misma. La
creación es la base y como el umbral de la revelación, especialmente cuando se trata del hombre
inteligente, volitivo, libre, capaz de abrirse al otro y al totalmente Otro y entrar en comunión y
construir la comunidad. Pero si es así, ¿no queda un poco empalidecida la figura de Cristo? Pero si
nosotros miramos al revés: Precisamente es Cristo por quien el Padre ha creado todas las cosas y al
hombre a su imagen y semejanza, y es por eso que la creación puede llegar a ser una mediación
válida para revelación de Dios Camino, Verdad y Vida. Es esta una concepción sagrada o pre-
revelatoria del mundo-en-Dios que nos hace capaces de contemplar una cierta presencia de una Dios
personal, que conoce y ama, ya que la creación lleva las "huellas" de Dios y las “señales” de Cristo,
incluso de Cristo resucitado a partir de su pascua. Esta manifestación la quiso libre y gratuitamente
Dios; podría no haber sido así; pero de hecho así ocurrió. Esta afirmación: “podría no haber sido así”
pone de manifiesto la libertad de Dios frente a la creatura. En ningún momento se nos ocurra pensar
que el Creador está necesariamente obligado a revelarse a la creatura, pero de hecho hizo a la
creatura a su imagen y semejanza: Comunión y comunidad; comunidad y comunicación,
interrelación personal. Preguntarnos si podría no haber sido así es una invitación a profundizar el
tema de la libertad de Dios, que se analiza ampliamente en la Teodicea. Pero en el ámbito de estos
umbrales de la revelación queda tan soberanamente libre Dios para revelarse, como el hombre para
aceptar la revelación. Todo esto no hace más que afirmar que “en la creación ya hay una primera
manifestación de Dios que nos habla como en una parábola, del gran amor de Dios”; “Todo el
mundo canta la gloria de Dios” dice el salmo.

Hombre nuevo, creación nueva: Escatología comenzada

El presente de Dios es el futuro del hombre. Por eso el hombre se pregunta “¿Por qué Dios se revela?
¿Qué manifiesta, cuál es su voluntad con relación a los hombres a los que vincula a esta revelación?
“Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha
de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los
hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel
la sometió en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto” (Rom. 8, 18-22).

La finalidad de la revelación es transformar el mundo y el hombre para que lleguen a ser Hombres
nuevos y Creación nueva; así como el hombre no será aniquilado, sino que después de su muerte
resucitará glorioso, tampoco la creación será aniquilada sino transformada para los hombres nuevos.
Esta transformación ya ocurrió en Cristo que vivió la vida de un hombre terrenal, en todo semejante
a nosotros, menos en el pecado, que murió y resucitó. Él es icono, imagen del Hombre Nuevo en
quien se hacen nuevas todas las cosas, incluso materiales, como ocurrió con su cuerpo material que
fue formado de la tierra, de esta tierra como Adán y Eva, fue cargado con los pecados de todos los
hombres, desde el primero hasta el último que nacerá en la tierra, fue crucificado, muerto y
sepultado, y resucitó glorioso: es la nueva creación también material, gloriosa. Claro que se trata de
la resurrección de la creación material como componente de un ser racional, pero es lo que ocurrirá
con la creación también no humana, en la forma que sólo Dios conoce. Cristo es el Esjaton (= fin,
como el objetivo hacia el cual tiende todo, no como lo que se acaba, se termina y desparece). Lo que
se dio en Cristo se dará en los hombres que se abrieron a la revelación Trinitaria, y por los hombres
nuevos se transformará la creación entera.

Dios se hizo hombre en Cristo, no como una degradación de Dios, sino como una kénosis
(=humillación, despojo del esplendor de su gloria) que lo lleva a ser sarx (carne, es decir, ser
humano). Ser “humano” no significa degradarse en el sentido peyorativo de la palabra, como si
hacerse hombre hubiese significado para Dios una indignidad ya que Él mismo hizo al hombre
digno, a imagen y semejanza suya. Hacerse carne, hacerse hombre quiere decir haber cargado con
todo aquello (el pecado) que atentaba, precisamente contra la dignidad del hombre, en tal grado que
esto se ve dramática y plásticamente retratado en el drama de la cruz, del calvario “Parecía un
gusano, no un hombre, tan desfigurado estaba” dice el Profeta.

Se hace hombre para que el hombre retome el camino de su dignidad de hijo de Dios y heredero, lo
que ya ocurrió en Cristo, ya comenzó en Cristo; este comenzar es lo que se entiende por ésjaton, lo
que ocurrió en el Hombre Jesús es lo que ocurrirá en todos los hombres que acepten el camino que
ha señalado el Logos, el Verbo, el Hijo, de Dios hecho Hombre, así con mayúscula. Esto que ya
ocurrió en Cristo, ocurrirá al fin de los tiempos. Lo que ocurrirá, entonces no es sólo un deseo, una
promesa, es que ya ocurrió en el Hombre Cristo, cabeza y principio (arjé) de toda la humanidad.
Pero estamos insistiendo demasiado en un tiempo verbal pretérito perfecto, acabado: “ya ocurrió”; y
en un futuro “ocurrirá”; lo cierto es que todo esto ya se va dando, aunque todavía no de manera
plena, sino mediante las mediaciones de la caridad y la Iglesia, especialmente en los sacramentos.
Los sacramentos obran hoy lo que fue “ayer” y será “mañana”. Pero también vemos cómo la materia
(agua, pan, signos) de los sacramentos, son mediación y realización de lo que fue y lo que vendrá,
como es el caso patente de la santa Eucaristía: pan que es Dios, que es Cristo Cabeza de la Iglesia su
Cuerpo Místico, misterio, comunión y misión.

Así comprobamos que la revelación del misterio se está dando desde Dios, se está realizando por las
mediaciones, y camina a su plenitud en la manifestación gloriosa. La teología es así la “ciencia que
estudia en las Escrituras y en la Tradición la promesa de Dios, su cumplimiento en la historia de
Cristo y en el horizonte escatológico, y su cumplimiento hoy en la caridad y en los sacramentos”.

El Concilio Vaticano II en la Constitución “Dei Verbum” sobre la Revelación en el N° 2 presenta


entrelazados acontecimiento y palabra. Dios, hemos dicho, se manifiesta escondido en la creación y
la historia, que es el escenario en donde puso al hombre. El hecho de que se manifieste escondido, no
quiere decir que permanezca mudo, sino lleno de sentido expresado en palabras, aserciones y
confesiones de fe como bien podemos ver especialmente en el A.T. Los acontecimientos se
esclarecen con las palabras, pero la palabra no suele darse sino en el marco de los acontecimientos,
hasta que, llegados a la plenitud de los tiempos, la Palabra se hace acontecimiento histórico al
hacerse carne.

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