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ANTONIO JOSÉ RIVAS ( antología mínima)

POEMAS DE ANTONIO JOSÉ RIVAS


(Selección de Jorge Luis Oviedo)

Pájaro Absorto
Yo, pájaro sucesivo
Rió de aguas habladas
Si es querer estar triste,
Quiero solo un instante
Escaparme del eco de mis cinco sentidos
Volar sobre lo muros
(Volar para las aves,
Rió y vuelo en un barco,
Ya es morirse dos veces).
Quedar, sin saber cuando
Ni donde ni en qué forma,
Despojado de todo.
De todo despojado,
Mirando el gran poema
Desde un pájaro absorto
Como un ojo absoluto…

Lugar de la palabra
Palabra: rásgame el velo
Que me aparta de las cosas.
Amaras como de nuevo
El mundo nace a tu costa.

Descubre tu maravilla.
Rompe tu carne y tu veste.
Y en el rumor de la brisa
Prende la luz de tu frente.

Ni el alma tan oscura


Peregrina del misterio,
Ni el agua por tan desnuda,
Han de golpearte el silencio.

Desde tu sangre escondida


Abre tu vida y tu muerte.
Y bébete la campesina
Sed irremediablemente;

Que es sed de cántaro roto


Y de dolor agrupado,
De arena al sol –sol de plomo–
Y de viaje desmayado.

Si tu amor es pequeño
Como alondra dividida,
La mitad de mi silencio
Es la razón de mis rimas
Y dime por qué te sabe
La fuente si no te estudia.
Y por qué los alzacuanes
Convierte el agua en lluvia.

Por qué, di, en tus malabares


Le llamas hombre a la arcilla,
Si cuando zarpó una nave
No llego una golondrina.

El pez lucha y es su espada


Sombra del cuerpo del río.
Eso es verdad y es batalla.
¡Y tú lo llamas destino!

La alondra canta y si vuela


Es la pestaña del canto.
Y tú dices que es estrella
Que nació por el ocaso.

En cambio callas que arrullas


El corazón del suspiro,
Cuando dices que la espuma
Es la sombra del sonido.

Cierto que tiene sus dioses


El árbol bajo la tierra
(El azul y el horizonte
Son el color de otra pena).

Que si al nivel de tu espejo


Te sueñas ya imaginada,
Serás el primer destello
Nacido al revés del alba.

Que si en el césped hay sangre


De besos recién cortados
Es porque tiembla en tu talle
La llama azul de los astros…

Palabra: siembra el cuerpo


En el alma de las cosas,
Y verás altas en tu huerto
Ya la rosa de la rosa.

Siémbrame un árbol y un nido


–No me preguntes en dónde–
Por los ojos de los niños
Cruzan pájaros sin nombre.

Acerca, acércame el vuelo


De tu abeja rumorosa;
Y me sueñas en tus sueños
Y al mundo haciéndose a solas…
Pues aun sin serte el gerundio
Ni el ¡ay! De no saber cómo
En tu hoguera me consumo,
Me sigo llamando Antonio.

Sueño de agua
Por los cauces del agua
–dulce Venecia de árboles–
Discurre la canción de las arenas.

El agua es como el sueño de la sangre:


Cree que avanza.

Por las torres del cielo


–aire y gaviota náufragos–
Se miran de reojo las estrellas.

Las estrellas es todo el sueño azul del agua:


Cree que mira.

¿y el amor…?

Gota de tiempo o gota de suspiro;


Y el tiempo, si es que vive,
Es lo que muere,
Y el suspiro no es tal si no se escapa.

El hombre es como el sueño de la muerte


cree que vive.

Y Dios mismo es el sueño mar del hombre


Cree que…

…sueño mar…
Ya los barcos se van sin despedida.

Comayagua
Como siempre: plegaria florecida,
Viento lunar en alto campanario;
En la calle jumento rutinario
Y el Medioevo en la casa envejecida.

Para la soledad empedernida


De la noche sangrada del calvario,
Hay un fantasma plenipotenciario
Y un alma en pena. Misa requerida.

Fijo trajín de ritos clericales


Bajo la piedra de las catedrales,
El mismo viejo amor que no asiste.

Llega la tarde con olor a rosas


Hasta el último azul. Y entre otras cosas
Sabe la gente que este pueblo es triste.

Estatua-Morazán
Frente al vano reposo yo transijo.
Tu figura: península del viento.
Curso del mar. Sustancia. Padre, hijo
Y espíritu santo terrestre del sustento.

Luz del perfil. El germen que prolijo


Levantaste a la altura del tormento,
Tiene que ser un sol, pero no fijo,
Porque la luz se mueve en tu momento.

Como no se qué hacer para envolverte


Con la cintura de la patria y verte
De tu amor la estatura y su concierto;

Desde mi tiempo-Antonio te venero.


Y tu vida y tu muerte recupero.
Y estás en la mañana. Y no estás muerto.

Réquiem del pez.


Postal de viento. Ruta peregrina
De tiempo azul y corazón diluido
Sollozo de la arena. Pie derruido.
Revés del aire y de la golondrina.

Hoja de espanto. Curva de alarido


Que ni esconde la luz ni la adivina.
Rumbo, centella, longitud marina.
Monograma de pájaro invertido.

Frágil destello. Resbalada idea


Que obediente al relámpago aletea.
Paloma oscurecida. Última bruma.

Aguja de las horas escapada.


Aunque nada en el sueño de la nada
Le sonríen los astros en la espuma.

Ser
( a Heráclito)

Ojo moliendo su retina helada


Y estercolada frente de quimera.
Roca sin fe. Sofisma de la espera.
Espesor de la bruma y la emboscada.
De muro, niebla y sal domesticada
La reticencia oral de la madera
Hizo un sonido de calor y cera
Para acercarnos más la dentellada.

Mar naufragado. Soledad nativa


Del labio muerto en la definitiva
Estatura llorada del escombro.

Monosilábico rubor amargo


Que me lleva en el cósmico letargo
¡como a una cruz herida en el asombro!

Ojos de tiempo azul


(A los dos años de Liliana)

Ojos de tiempo azul y en la sonrisa


Toda la claridad de la mañana.
Por la más alta estrella, soberana
Luz entre luz, y por la más sumisa.

Por la más dulce y por la más temprana


Rosa en el alba y música en la brisa,
Más allá de su luz uno divisa
El mar, no más que el mar…¡y la mañana!

Y en el azul azul, azul marino


–Mar en el verde azul de sus pupilas–
Sueñan el marinero y el camino.

Y en el azul total: las ilusiones,


Y al paso de sus dalias y sus lilas
Todas las aves y las estaciones.

II

Ojos de tiempo azul y en la mirada


Más que lo azul el mar suspira…espera…
Y más que el mar y por la verdadera
Alba en el mar, el alma inmaculada.

Ojos de tiempo azul. Luz prisionera


Entre el ave, la rosa y la enramada,
Desde que la ilusión de la llamada
Tembló en los dedos de la primavera.

Su voz llega en la infancia del sonido


Y es la evidencia del zorzal perdido
En el piadoso aroma de los huertos.

Pero lo triste en todo marca su hora,


Y ha de saber que hambriento nos devora
El mundo de los vivos y los muertos.

III
Dejo este sueño a mi manera
De regreso de un campo de ceniza
Que le corta la flor a la sonrisa
Y le niega la luz a la pradera.

Dejo este sueño a un lado de la brisa


Que le deba peinar la cabellera,
Y en reloj de minuciosa espera
donde mi corazón se pulveriza.

Cuando sepa del tierno silabario


Como se escribe tórtola y calvario,
Ya irá por los senderos decisivos.

Y aprenderá los puntos cardinales


Deletreando los bienes y los males
Que nos causan los muertos y los vivos.

Mi patria
Mi patria es una rosa memorable
Sorprendida en el pecho.

Siempre que la pronuncio se descubre


Que le beso la frente,

Morazán la eterniza leve y alta,


Pero en el mar me pesa.

Mi patria es una niña que aún se busca


Detrás de los espejos;

Y en la baba de un pez desamorado


Se resbala su nombre.

No hay manera más honda de mirarla


Que pérdida en mis ojos:

Le digo su lento mundo de ceniza


Y paz deshabitada;

Un alto rió irremediablemente


Le moja la tristeza;

La sangre se le quiebra en la cintura:


Mitad de la esperanza,

Y en su cuerpo una alondra sollozada


Aunque nadie lo diga.

Mi patria es una lágrima desnuda


Que se esconde en los ojos.

Se diría que todas las cascadas


Le han bebido la risa.
Yo ni siquiera puedo suspirarla
Porque me duele el aire.

La guardo con amor en estas letras:


¡Quiero vivir un poco!
ÓSCAR ACOSTA (antología mínima)
POEMAS DE ÓSCAR ACOSTA
(selección de Jorge Luis Oviedo)

EL LIBRO DE POEMAS

Estas páginas llevan el mismo rumbo.


Todas ellas forman una alameda de norte
A sur; árboles solos en la noche.
No hay descanso para ellas. Las interroga
El hombre cuando necesita un espejo,
Cuando la lágrima busca un ojo redondo,
Cuando una caricia requiere constructor;
Se buscan, hacen falta, se abren solas
Como una enorme y misteriosa flor de plumas.
Leamos, en voz baja, el libro de poemas.

EL NOMBRE DE LA PATRIA

Mi patria es altísima.
No puedo escribir una letra sin oír
El viento que viene de su nombre.
Su forma irregular la hace más bella
Porque dan deseos de formarla, de hacerla
Como a un niño a quien se enseña a hablar,
A decir palabras tiernas y verdaderas,
A quien se le muestran los peligros del mundo.

Mi patria es altísima.
Por eso digo que su nombre se descompone
En millones de cosas para recordármela.
Lo he oído sonar en los caracoles incesantes.
Venía en los caballos y en los fuegos
Que mis ojos han visto y admirado.
La traían las muchachas hermosas en la voz
Y en una guitarra.

Mi patria es altísima.
No puedo imaginármela bajo el mar
O escondiéndose bajo su propia sombra.

Por eso digo que más allá del hombre,


Del amor que nos dan en cucharadas,
De la presencia viva del cadáver,
Está ardiendo el nombre de la patria.

LA PRESENCIA EN LAS COSAS

Tienen algo de ti los vestidos que llevas, los botones


Que protegen tu pecho de las miradas ávidas del mundo
O los zapatos que te conducen sobre la nieve y el sueño.
Algo de ti me llega al observar un color, aspirar un aroma
Que deja alguien, una mujer o una niña, al pasar
Por el viento y continuar su travesía entre las calles que conozco.
En los sucesos triviales, en los objetos humildísimos,
Lo he repetido tantas veces, aquí o en otra parte,
Me acerco a ti, a tu pequeño corazón, a las cosas que guardas
Y no podría, aunque algún día lo intentara, escapar
De esta atracción que gira y que me invade.

SOL DE MUCHACHA

El sol cae en los patios como fruta


Mientras amo tu cuerpo de muchacha.
Entre tú y el sol que nos alumbra
Hay un pacto secreto.

Tu brillas –quemas- eres brasa.


El sol muestra su árbol, la ventana
Sirve para mirarlo, a ti te miro
También como platea.

Eres cálida, mujer tibia


Como la leche de la cabra,
Como agua puesta al fuego.

Con mis dedos recorro tu sonrisa,


Tu pelo azul de mar, tus piernas
Y vientre de delgada muchacha.

MUCHACHA O NARANJA

Naranja dije un día que eras.


Lo repito ahora que en mis manos
Permanece tu olor de primavera
O un zumo dulce que lo llena todo.

En tu pecho fragante distribuyes


La naranja en dos partes iguales
Y acaricio con deseos nocturnos
Formas curvadas en redondo océano.

Niña de huerta, fruta que los jugos


Suelta al morderla suavemente
Endulzando los labios masculinos.

Con mi cuchillo corto los racimos,


Las frutas femeninas, la naranja
Que temblorosa muestra su secreto.

MI PAÍS

Mi país está hecho de niños


Ciegos,
De mujeres olorosas a ropa,
De sujetos violentos,
De ancianos
De bruces sobre el olvido.

Escribo sobre la piel de la patria


Arrugada como un lienzo
O como una túnica endurecida.

Y quiero que lo que diga


No sea sólo amor acumulado,
Verdes ramos sobre los hombros
De marmóreos héroes,
Música de tambores
De hojalata.

Un hombre de pie
Puede tocar sin miedo
A los astutos reptiles.

LECTURA DE JUAN RAMÓN MOLINA

I
Desterrado del llanto
Ahora vives en el país del fuego,
Sintiendo crecer los altos pinos,
Estudiando los mapas de la poesía,
Cuidando la exactitud de tus relojes,
Iluminando las rosas y las aguas
Y viendo tu purísimo rostro
En el espejo del rocío.

II

Llegar a ti, entonces, es buscar


La voz de un niño entre la multitud,
Recoger el miedo interminable
Que origina un viento nocturno,
Ilumina el amor con una lámpara
De primitivo y dulce aceite,
Tocar con los dedos un pájaro de azúcar
Que besa el cuello de las mujeres,
Limitar la invasión de la nieve
Que llega con sus armaduras de frío
Y verte tranquilo y reposado
Quemando el intacto silencio.

III

Estrechar tu mano de hombre sólo


Hace que la dulzura abandone sus sábanas,
Que tus libros celestiales sonrían
Abriendo sus ardientes páginas,
Que a la patricia tinta con que escribes
Acudan a beber las golondrinas,
Que a tu fúlgida mesa llegue el gallo
Del día, campana con dos alas,
Puliendo los tesoros de la aurora,
Resucitando abatidos luceros,
Tomando posesión de nuevos mares
Con su lenguaje transparente,
Mientras tu rostro altivo
Hace que los helados mármoles
Se incorporen a la santa inocencia.

IV

En tu caballo enérgico
De cuerpo poderoso
Recorres la dormida ciudad,
Velas el sueño de la noche,
Atraviesas la plaza mayor
Con uniforme resplandeciente,
Tomas licor solícito
Y, purificando en el desierto,
Vuelves al alba.

Te asomas a la destrucción interior


Que el hombre aguarda,
Con tu labio saliente
De pura pertinaces angustias
Y repudias al pez sin esplendor
De blanco y ciego fósforo
Que se mueve confiado
En las seguras bóvedas del agua.

VI

Tú vienes al jardín, recoges


La enmudecida espuma, hablas
Con hermosísimo y rumoroso acento,
Besas el oprimido cuerpo del amor,
Extasiado con templas las tierras buenas,
Los mares dulces y los cielos gozosos,
Mientras por ti la primavera,
A toda luz, instala en el día
Sus alegres andamios.

VII

Tú presides la dicha,
El invencible aroma de las horas,
El reino armonioso de las llamas,
El viento que a todas partes llega
Abriendo secretas ventanas,
El círculo familiar de los astros,
Con sus ordenamientos idénticos,
El bosque y sus criaturas
Portadoras de gracia
Y el paraíso que construyes
Con instrumentos de ternura.

VIII
Atrás queda el temor, el odio
Golpeando los muros de la noche,
La congoja temblando, el olvido
Con sus muletas de inválido,
Los tambores ahuyentados los pájaros,
Mientras con tu presencia sonreímos
Llenos de nueva vida en tu escritura.

IX
Afuera de la casa el aire de tu nombre
Golpea las colmadas estatuas.

EL FUEGO

Frotó el indio la yesca,


El pedernal, el pino
Con otro pino viejo,
La madera, las hojas
De roble, la corteza
De los ceibos caídos,
El cuero del animal
Salvaje, el carbón
Mineral endurecido.

El mundo cambio entonces,


Otro espejo movible
Que no era el del agua
Alzó su brazo rojo
En la espesa maleza,
En el ámbito crudo
De miles de años
A la sombra, iluminados
Solamente por el rayo
O por el centelleo
De los lúcidos ojos
De las fieras.

Tú te callaste entonces
Viendo crecer la lengua
Clarísima, la llama
Que levantó su lanza,
Su corona de espinas
Y que lamió la noche
Como animal salvaje.
Ante tu limpio rostro
De indígena doncella
Nacía otro milagro;
El milagro del fuego.

FORMAS DEL AMOR


“Niña invicta,
Te he visto ya en las onzas
Españolas”
MEDARDO MEJÍA.

Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel,


Tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan,
Tu cabellera suave,
Tu corazón pequeño.

Oye la campana del día


Apagando el luto de la noche,
Mira la luz que silenciosamente nos cubre,
Mira el cielo:
Ese jardín sobre tu pecho;
Respira el aire quieto
Que el ruiseñor anuncia con su lanza,
Conduce tu desamor
A un lago sepultado
Y háblame con tus labios excelsos.

Llegué a sentir sobre las manos


El agua efímera,
El varano derribando sus torres,
El abismo cerrando sus ventanas,
El fruto abandonado,
El mar abriéndose las venas,
El fuego hundido,
Hasta que tú, niña mía,
Perfecta virgen repetida,
Me entregaste tu rostro.

Veo que cerca la copa


Confusa de las aguas,
Busco tu claro nombre entre las rosas,
Tú dulzura en la esencia de los árboles,
Tu vigilia en el beso,
Tu olor en los duraznos,
Tu luz en el rocío
Y me doy cuenta sorprendido
Que todo me lo traes, niña, mía,
Con tu mano sagrada.

Todo el silencia prodigioso


Que rodea tu sueño,
El muro cotidiano
Que protege tu incienso,
El invicto vacío
Que antecede a tu espejo,
El vino alegre
Que otorgas al invierno
Y el aromado pan distribuido
Que esperan tus alondras con denuedo,
Dejando a tu pequeño paso,
Niña mía,
Un cántico perfecto.

Todo fluye de ti:


La pasión y la gracia
Con tus armas doradas,
El amor familiar que traes y cuidas
En un virginal recipiente,
Tu tierno acento que alegra
Mi corazón de hombre,
El perfume secreto
Que decorosamente te inunda;
Venciéndome siempre,
Niña, mía,
Tu cuerpo blanco y dulce.

Por todo eso


Te bendigo en lo hermoso
De una reposada alegría,
Sobre las ruinas altas
De las insomnes catedrales,
Entre las velas mansas
Del tibio mar del sur,
Sumergido en las bóvedas
De nuestros placenteros recuerdos,
Golpeando los ilesos muros
De la casa iluminada en que reposas
Y en todo aquello transparente
Que los días reclaman para sí
Y que te pertenece,
Niña mía,
Desde su nacimiento.

La vida nueva, la flor diaria


Llega a tu aposento,
Tú estás familiar y solícita
Sonriendo entre blancuras limpias,
Todo se mueve alrededor
De tu renovada luz,
De tu esplendor creciente,
Todo lo ordena tu rostro necesario
Y tú esparcido amanecer;
Niña mía,
Tu nombre es una lámpara.

Los dioses de la alegría


Acuden al llamado de las horas,
Sobre la tierra los hombres
Destruyen los intactos geranios
Y en las frías cámaras el asombro
Transforma con su vapor
Los climas y las ardientes aguas,
Mientras tú eres,
Niña mía,
En este escenario circular
El mejor exponente de la dicha.

En la escritura apareces:
Diríase que tu reino
Llega a amover siempre en mi mano,
Que marcas con tu fuego benévolo
La extendida piel de la primavera,
Que tu olor viene en vasijas
De cedro armonioso y alto
Y que tu nombre se escribe
Acumulando, niña mía,
Todo el rocío del mundo.

Congregadas esencias
Forman tus ojos oscuros,
Tu cabello dorado por las olas
Y los ceñidos aceites,
Tu sonrisa de niña sorprendida
Partiendo una manzana roja,
Brazos desbordados tienes,
Manos de alondra tibia,
Salabas inaugurando la alegría;
Eres un hermoso descubrimiento
Que llena el día de gozo.

Niña mía, atesorada especie


Que amo. Si fracaso
En ti encuentro ternura,
Si olvido, tú recuerdas la dicha,
Si blasfemo, cierras mis labios
Con tus dedos católicos.
Cegadas sabanas confusas
Estrechan amorosamente tu sangre
Contra mi ardiente pecho
Y el abandono se Débora a si mismo
Como un animal violento e insaciable,
Mientras tu evidente dominio
Colma de paz a las criaturas.

Podría desterrarte
A submarinas estaciones,
Perpetuos líquenes
Confundirían tu cabellera,
Peces cuya inocencia
No concibe la muerte,
Olores sumergidos
Bañaría tus incesantes manos
Y ungirían tu dermis,
Árboles de sepultadas hojas
Te abrazarían fraternos,
Liquidas densidades
Guardarían el eco
De increíbles sucesos,
Placas de delgado rocío
Captarían tu verdadera imagen,
Hierbas de finísimas venas
Grabarían un himno a tu dulzura,
Mientras la superficie te recibe
Complacida, después que tú abandonas,
Niña mía,
Un acuático reino.

En la tierra tendría,
Que devolver tu rostro
A una estación perfecta,
Enviar tus ojos profundos
A una jaula de golondrinas,
Remitir tu voz intima
A una cámara de néctares,
Con la seguridad que todo
Regresaría intacto.

Desde tus labios,


Niña mía,
Me habla la primavera.

Desde tus ojos,


Niña mía,
Me llegan los perfumes.

Desde tus dedos,


Niña mía,
Me toca la caricia.

Desde tu cuerpo claro,


Niña mía,
Me vigila la nieve.

Desde tu lecho,
Niña mía,
Me llega el agua.

Las alondras ciegas, la humedad,


Los ríos abandonados
Y todo aquello que no tiene calor
Entre tus manos recobre vida
Pues constituyen un alimento nuevo,
Un cereal ignorado,
Un vino alentador,
Una bebida láctea,
Un completo reposo;
Cúmulo de aventuras
Contra la posesión de la tristeza.

Los vegetales, los arácnidos,


Las aéreas parásitas,
La raíz de la hierba,
El fulgor de las uvas
Silvestres, el imán
Que desprende el gorrión,
Todo lo natural
Erige su alba cúpula
Para poner tu nombre
En una tienda simple
Y al ver allí, el azúcar
De envidia pierde su dulzura.

Te saluda el roedor
Con su marimba liquida,
La brevísima abeja
Entusiasmada y repentina
Saca a la calle su cristalería
Y el sapo del jardín
Como vívido fruto
Toca su redondo teléfono.

Entre los escombros y el fuego


Sale tu corazón completo,
Insensible al olvido,
Refractario a la sombra,
Sorda a las estridencias
Y vengador de los geranios.

Anunciadora de la vida
Te amo hasta donde el amor
Puede nadar en masculina sangre
Y en la creencia amplia
De que sólo tú existes.

Junto al tibio café,


La hogaza de pan último,
El olor a naranjas,
El aceite del tiempo acumulado
En los andamios caseros,
En medio de las losas
Recién lavadas con jabón,
Allí donde la escoba
Y las viejas revistas
Hacen siempre su agosto,
No importa que el aire
Abra surco por voraces
En el cartón del día;
Niña mía,
Tu corazón domestico
Deja a los ángeles, absortos.

En un país del sur


Hecho de arena y algas
Entre ríos anónimos
De divididas aguas,
Habitado por gente respetuosa
Que se saluda aun con el sombrero,
Entre jardines y museos,
Cálidas horas y árboles,
Uní tu dulce nombre
A la verdad terrestre,
Para que combatiésemos
Ya juntos,
El largo brazo del invierno.

Hasta ahora, no conozco nada


Más fúlgido que tu sonrisa,
Nada más tierno que el reloj
Que golpea tu corazón a cada instante.

Eres pequeña y blanca


Como una casa nueva
En que se vive en un grato reposo
Y a su interior solo llegan recuerdos
De sucesos amables
Creciendo entre los árboles.

Tú presencia dulcísima
Sigue mis largos pasos
A un recogido universo
Bajo caseros astros
Y tus dos manos son verdaderas
Porque nacieron de mi sueño.

A tu verde corazón acuden


Las hambrientas palomas
Comp. A los campanarios
De tranquilas iglesias
Donde se encuentra la bondad
En canciones y aromas.

A veces cuando viajas


Con tu falda de algodón
Y un bolso bajo el brazo,
Por el costado izquierdo
Me entran ganas de llorar,
Porque ya no te veo,
Porque no vuelves rápido
Y temo perder como un niño tonto
La dicha de tu rostro.

De tus palabras, al hablar,


Caen en la noche un dulce son
De nórdicos contornos
Que iluminan el silencio nocturno
Y lo arrojan como un caballo muerto
En el cementerio del mar.

La soledad está exangüe


Ante la hierba de tus plantas
Y en ellas reciben sustento
Los insistentes sueños
Que celebran tu hallazgo;
Tú descubres un continente nuevo,
Inesperado y melodioso,
Invicto a los escombros y al olvido;
Niña mía.

Tú no traes el júbilo,
En los libros, en las frutas y besos;
En lo que verdaderamente amamos.

No podría seguir rodeando tu nombre


De escritura. Aquí junto a su sueño
Quedamos juntos. Esto es todo.
Las formas del amor
Me permiten decir en voz alta:
Niña mía,
Descubierta tu dulzura total
Tenía que decir estas palabras.

QUE NO DESCANSE

´´ Descanse en paz ´´
Les dicen a los muertos,
Pero yo no deseo
Que mi padre descanse
Para siempre.
Quiero que viva,
Que se levante
Y ande.

Que no descanse,
Que no ponga camisa
Y pantalón,
Sombrero ancho,
Que respire,
Que lea.

Que no descanse,
Que no pudo sacar
Aunque lo quiso
A los fariseos
Del templo.

Mi padre fue hombre


Honrado y pobre
Y por tener
Las manos limpias
En esta tierra sucia
Casi lo fusilan.

Que no descanse,
Yo quiero verlo aquí
Lleno de sangre
Y carne,
Resucitado,
Diciendo su palabra.

Que con su lengua


Trate mal a la vida,
Que camine en la luz,
Que golpee
Su puño diario.

Que levante las manos


Y toque con sus dedos
La mañana.

´´ Descanse en paz ´´
Les dicen a los muertos
Para que se refugien
En su lápida.
Pero no quiero
Que mi padre descanse
En sorda tierra.

Que no descanse.
Que su nombre tiemble.
Guerra a la muerte.
CLEMENTINA SUÁREZ, (antología mínima)

POEMAS DE
CLEMENTINA CLEMENTINA SUÁREZ*
(Selección de Jorge Luis Oviedo)

Yo

Canción de pena,
lema que nadie descifrar pudiera,
ensueño obscuro,
mente entristecida,
en un proceloso mar vivo la vida
bogando sin oriente,
con las alas abiertas
siempre para el poniente.

Explicaciones

Animal sidéreo,
bello amado mío,
hunde tus esplines
entre mis jardines.
¡Escúchame, escúchame!
Como otras, yo no ansío
ser hombre ni un momento.
El mundo es los Mil y un Misterios
etéreos,
sutiles,
divinos,
que requieren ojos femeninos.
Yo soy Scherezada,
Que lo sabe todo,
Tú el Rey tremendo
Que no sabe nada.
Mi espíritu es llave
que abre todas las puertas,
que abre todas las cajas
milagrosas que guardan
el perfume de las estrellas
y las gemas de los soles,
todas las cosas bellas.
Abre el corazón,
abre el alma
y ese estuche de topacios;
la canción
que lanza hálitos de nardos
a todos los espacios
en lumínica vibración.
Mi sabiduría
es la fragancia
de la rosa de mi ignorancia.
Mi ciencia
es la ciencia del lirio;
vivir,
perfumar,
lucir
amar
las piedras, las aves
el cielo azul
nido magnífico
de las pálidas constelaciones miríficas.
El arte mío
tiene sus raíces
en la undívaga inquietud
de mi débil ser
y florece versos
con el rojo de mis besos,
pompas cristalinas,
fuentes de vida.
Todo lo tuyo se mueve
porque tus elencos
y ordenamientos
no siguen el curso sidéreo
Del Gran Plan Divino.
Tu sabiduría
es melancolía,
tu ciencia un completo
esqueleto,
tu arte es un lago
que copia el temblor de las estrellas,
el nevado lirio,
el hada;
pero no es la estrella,
pero no es el lirio,
pero no es el hada.
Bello amado mío,
soy Scherezada,
hunde tus esplines
entre mis jazmines.
Acércate, acércate,
recuerda que eres
animal sidéreo.
Yo quiero explicarte esta noche
los Mil y un Misterios;
yo quiero mostrarte
el tesoro fúlgido
que existe en el Beso,
del cual tú conoces solamente un décimo
y yo los diez décimos.
Yo quiero decirte
de qué sol del cielo
es el fuego que arde
en mi aliento fébrido;
como vivir siglos
en la cárcel de oro
de un leve segundo.
Sabio de lo inútil
entierra tus ansias
en mis suavidades.
Pégate a mi cuerpo,
sé leño aromado
aumentando el fuego,
llama de topacios
de mi ser de lirios.
Yo tengo el sentido
del Todo en mi alma.
Soy el grito lírico
que entusiasma al Mundo.
Soy Scherezada
que lo sabe todo,
tú el Rey tremendo
que no sabe nada.

Animal sidéreo,
bello amado mío,
hunde tus esplines
entre mis jardines.

Hombre Montaña

Su cuerpo moreno y duro, está por el sol bruñido,


para domar atletas parece haber nacido.
Como el árabe indómito en su veloz corcel
capturar las amadas es su mejor laurel.
El, que es todo rudeza, sabe amar con ternura;
la carne femenina le ofrece su dulzura.
En la pasión es fuego; en el ardor triunfal;
y del placer conoce la delicia inmortal.
Para siempre su voz en mi alma resuena,
hay vida en su palabra tan vibrante y serena,
que en su alma todo es gracia, ritmo, luz y color,
resúmenes eternos del absoluto amor.
Es el Hombre Montaña, con su mirar risueño,
y es el hombre que amo, mi señor y mi dueño.

Compréndeme

Al rededor de mi cuerpo
Las Substancias Primeras
son boas estelares
regando sus caricias
terriblemente eléctricas.
Me besa el fuego,
me besa el agua;
me besa el viento;
me besa la tierra.
Y el beso luminoso;
o el beso tembloroso;
o el beso impreciso;
o el beso angustiado;
enciende mi carne;
enciende mis nervios;
enciende mis huesos;
enciende mi alma.
Por eso soy inquieta como una pira;
por eso soy vibrante como una lira.
Comprende, comprende,
pobre hombre que juzgas
conforme a tus leyes humanas.
El Arcano ha querido
que glorifique al Mundo,
riente como rosa
en la cruz del beso.
Lo frívolo mío
es el ardor mirífico
de los cuatro Puntos,
es el gemido lírico
del fuego, del agua,
del viento y la tierra,
boas estelares
que me vuelven mítica.
¡Vaya! No me juzgues
conforme a tus leyes humanas.
Yo soy la llave de oro
con que abrirás las puertas
sublimes de la vida
verdadera y eterna,
sin la carroña sucia
de las poses sociales creadas por tu mente.
Sabe que existe un mundo
sin leyes ni preceptos,
donde todo se irisa
con los vapores tenues
del ritmo sideral.
Compréndeme ahora,
por qué el fuego y el agua
por qué el viento y la tierra
me llena de besos terribles y astrales:
la carne,
los nervios,
los huesos,
el alma.
Mírame: soy de pétalos.
Óyeme, soy de ritmos.
Mi carne es tu deseo
donde mi fuerza y tu miseria veo.
Mi pentagrama es la brisa
donde asciende y desciende mi risa
Más allá, más allá, más allá,
mucho más del etéreo cristal
de mi alma se halla la causa
de mi vanidad.
Habla, grita, protesta, lamenta,
llora, ruge, blasfema, maldice,
si pretendes saber las razones;
si ambicionas saber el arcano
y estupendo organismo del Todo,
sube al antro en que el astro divino,
bella araña entreteje su maya,
bajo el fondo tremendo y obscuro,
o anda luego, ignorante, sin miedo
por el hilo muy fino y muy níveo
del suspiro que tiembla en mis labios
y regresa y explica la altura,
el asiento pedestre del antro,
y di a gritos si aquello es más grave,
y más fuerte, y más hondo, y más sacro
que la causa de mi vanidad,
copo de humo intangible que se halla
más allá del cristal de mi alma,
mucho más, más allá, más allá...
Ahora compréndeme,
pobre hombre que juzgas conforme
a tus leyes, blancos esqueletos.
Lo frívolo mío es el ardor mirífico
de los cuatro Puntos.
Al rededor de mi cuerpo
las Substancias Primeras
son boas estelares
regando sus caricias
terriblemente eléctricas.

Yo fui Leda
Yo sé del beso olímpico de Zeus;
su pico sonrosado lo he sentido
idealmente subiendo por mis muslos,
por mi vientre de alburas cuyo ombligo
parece un ojo ciego, por mis senos
en demasía túrgidos y blancos,
por mi cuello delgado, por mi boca...
¡Que bello es Zeus cuando se hace cisne!
He sentido sus alas envolviéndome
y suaves y tibias poluciones
germinar en mi entraña hecha de fuego.
Después... he visto al mundo tan amable,
sintiéndome dichosa como nunca
con la sonrisa triste de la enferma
que vuelve a ver la vida, por saberme
fecundada del padre de los Dioses.
¡Que bello es ser la hembra de un Olímpico!
Mi útero gestó dos huevos blancos,
carne de él, carne mía, de mi arcano
salieron a la luz dulce y gloriosa
a reventar como si fueran rosas
de blancura impoluta y refulgente.
Fui madre de unos hijos tan excelsos
que llenaron al mundo como un canto.
¡Que bello es tener hijos de inmortales!
Grande es hoy la nostalgia de mi carne
porque maldita degeneró en humana;
como ansío sentir el suave pico
sonrosado subiendo por mi cuerpo
de alburas de cortezas del gran bosque.
Cómo ansío sentir su ala de nieve
sobre mis senos túrgidos temblando
por el goce sidéreo, junto al roble.
¡Sólo pienso en las nieves del Olímpico!
Y crees mi desgracia una ironía
para ti que deseas estrecharme
entre tus largos brazos como boas
y arderme con tu boca muy humana.
Respeta mi viudez, hazme el favor,
vete lejos y dile a tu pobre alma
que su amada, una ninfa en otros tiempos,
sueña con el abrazo de dos alas.

Sexo

Sexo,
encarnada rosa,
flor de lujuria
por donde salta mi juventud.
Ánfora llena
de sensaciones
y vibraciones,
arpa que vibra,
que llora y gime
voluptuosidades.
Lirio encendido
en el altar de fuego
de roja estancia...
Desgarrado fuiste
por su loca furia
en aquella tarde.
En que la divina flor
de vida y amor,
en ofrenda a su amor yo di.
Pero yo te bendigo
gruta maravillosa
porque la vida me diste
y porque en esa flor estropeada
una nueva vida
yo también di...
EL GRITO

Enfilada y firme,
espero la hora
que desamarre todos los obstáculos
y me aviente a los mares de la lucha
con la alegre capacidad
del que desafiando la muerte
vence a la vida.
Yo era
una desesperada mariposa
aprisionada en las paredes
de las horas inútiles.
Pero el nuevo grito
llegó por fin a mis oídos
y yo le he abierto los brazos
como a un horizonte de luz
que me señalara
el único puerto de esperanza.
¡Alegría! De los gritos apiñados.
¡Alegría! Del dolor que florece.
¡Alegría! De mis brazos tendidos
al nuevo grito del mundo.
ROBERTO SOSA (antología mínima)

POEMAS DE ROBERTO SOSA


(selección de Jorge Luis Oviedo)

DE NIÑO A HOMBRE
Es fácil dejar a un niño
A merced de los pájaros.

Mirarle sin asombro


Los ojos de luces indefensas.

Dejarle dando voces


Entre una multitud.

No entender el idioma
Claro de su media lengua.

O decirle a alguien:
Es suyo para siempre.
Es fácil
Facilísimo.

Lo difícil
Es darle la dimensión
De un hombre verdadero.

LA IGUALDAD
He estado repetidas veces en los cementerios.
He tocado los Ángeles
que vigilan a los poetas caídos.

He leído
las inscripciones grabadas en placas de oro inútil.

He observado largamente
las complicadas capillas
de las familias chinas.

Me he detenido junto a las tumbas anónimas


pobladas de insectos y yerbas
que hacen recordar las cosas naturales y sencillas.

Quizá –me he dicho—


las lápidas de los soberbios
no poseen la gracia del tallo de un flor.

Los cementerios se abren como el mar


y nos reciben.

Definitivamente
los vivos no podrían destruir
la perfecta igualdad de los muertos.

LA CASA DE LA JUSTICIA
Entre
En la Casa de justicia
De mi país
Y comprobé
Que es un templo
De encantadores de serpientes.

Dentro
Se está
Como en espera
De alguien
Que no existe.

Temibles
Abogados
Perfeccionan el día y su azul dentellada.

Jueces sombríos:
Hablan de pureza
Con palabras
Que han adquirido
El brillo
De un arma blanca.
Las victimas-en contenido espacio-miden el terror de un solo golpe.
Y todo se consuma bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.
MI PADRE
I
De allá de Cuscatlán de sur anclado
Vino mi padre
Con despeñados lagos en los dedos.

El conoció lo dulce del límite que llama.


Amaba los inviernos,
La mañana,
Las olas.

Trabajó sin palabras


Por darnos pan y libros
Y así jugó a los naipes vacilantes del hambre.

No sé cómo en su pecho
Se sostenía un astro
Ni como lo cuidó de las pedradas.

Solo sé que esta tierra


Constructora de pinos
Le humilló simplemente.

Por eso se alejaba


(de música orillado)
Hacia donde se astillan crepúsculo y velero.

Miradle, si, miradle


Que trae para el hijo
Gaviota
Y redes de aire.

Mi puerta toca y dice: buenos días.


Miradle, si, miradle
Que viene ensangrentado.

Después
Los hospitales
Y médicos inmensos vigilando la escarcha.
Su traje y desamparo combatiendo el espanto.
Sus pulmones azules,
La poesía
Y mi nada.
Un día sin principio cayó en absurda yerba.

Su brazo campesino
Borro espejos
Y rostros
Y chozas
Y comarcas;
Y los trenes del tiempo
En humo inalcanzable se llevaron su nombre.

Nueve le dimos tierra.


Aún algo nos pasó
De asfalto,
Ruina y viento.
Las campanas huyendo
Y el golpe de la caja que derribó el ocaso.

Yo no hubiera querido regresarme


Y dejarle inmensamente solo.

Frente al agua del agua.


Padre mío.
¿Qué límites te llaman?

Mi niño bueno, dime.


¿Qué mano puede hacerlo?

Dejadle.
Así dejadle: que nadie ya le toque.

II

Quien creó la existencia


Calculó la medida del sepulcro.
Quien hizo la fortuna hizo la ruina.
Quien anudó los lazos del amor
Dispuso las espinas.

El astro no descubre su destello.


Ignora el pez el círculo del astro.
Se halla solo el viajero
En su deseo
De llegar a la cruz del horizonte.
Es lenta la partida y el sendero lento
La luz
Se borra en la extensión
Y el universo en lo que no se sabe.

Caen las rotas hojas de los árboles.


El hombre –maniatado en sus orígenes –
Se encamina
Hacia un claustro sin llave ni salida.

Mi padre
Tenía la delgadez en sombra
Del cristal en el pecho;
Cuando hablan, a la hora de la espesura,
Se volvían sus labios inmortales.

Sin su decidida bondad


No existiría
Para mí esa calma y su ojo de pájaro en reposo.
La pobreza sería una divinidad indigna.

Alegrare lo triste de los días.


Seré un grano de arena o una yerba.
Saludaré
Como antes
Las arenas de luces que cuelgan de la esfera
Todo ello
Para sacar sus hombros
Porque,
¿Qué hubiera sido de mí, niño como era,
De no haber recibido
La rosa diaria
que él tejía con su hilo más tierno?

Vienen a mi memoria
Sin que pueda evitarlo
Las ciudadelas que recorríamos juntos;
El griterío de la gente
Ante la pólvora y sus golpes en el aire;
Los iconos custodiados de cerca
Por la astucia de los frailes de pueblo.
O los sucesos de aquel puerto:
el mar, me acuerdo,
Vestido de negro, abandonó la orilla.
Al fondo
Se erguía la presentación del hielo,
martillo en alto;
En ese entonces,
padre padeciste en tu carne
El dolor del planeta.

El agua
Ha dispuesto
Sus muebles de lujo en el césped.
Los frutos están bajos para todas las bocas.
El estaría ahora tratando de alcanzarlos
Reflejados en el río. O vendrían a buscarme
Y me diría -no me dejes. Soy un viejo ya.
Tienes que volver a mi lado. Ayer
Escribí una carta a tu madre. Sabes,
Cuando oiga los gritos
De los pájaros del lugar,
Ciento que algo
Me une más a ella-.

Caminaba
-doy mi testimonio- del brazo de fantasmas
Que lo llevaron a ninguna parte.

Caía
Abandonado abajo, cada vez más abajo,
Más abajo.
Con ayes sin sonido,
Repitiendo ruidos no aprendidos,
Buscando continuamente
El encuentro con los arrullos dentro de la apariencia.

Queda el eco en el mundo.


Subsisten
Los aullidos del ultrajado.
La sangre del cordero
Ni la limpia el curso de la fuente:
Se adhiere en la piel de los verdugos,
Y cuando ellos abren sus roperos,
Surge su mano nunca concluida.

No.
Para ellos no abra quietud posible.
El humo de las hogueras apagadas
Eleva sus copas acusadoras.

En sus refugios hallarán un tiempo de duda:


En sus lechos
Estará esperándoles
La rapidez del áspid.
No.
Para ustedes
No habrá tregua
Ni perdón.

En este mismo sitio me habló de la ventisca


Que azota sin descanso los asilos,
De su amor a los árboles en medio del silencio.

Hoy
Que no vamos juntos
Me siento entre desconocidos
Que esquivan la mirada.

Hoy
Que no está en mi mesa
Compartiendo mí turbio vaso de agua
Debe estar más solo de lo que imagino.

La lluvia en el cementerio
Se convierte
En una catedral extraída de la plata.
Dentro, en los altares,
Viudas de blanco
Rezan cabizbajas.

Lejos
Se oyen
Las voces
De un coro que no existe.

Me llevas de la mano
Como lo hacías antes.
Encontramos la única casa
Que ha quedado en pie
Después de la destrucción del día.
Cruzamos avenidas
Que conducen a un mundo derrumbado.
Creemos escuchar una canción.
Volvemos: tu alto y yo pequeño,
Pequeñito, para no hacerte daño.

Señalas la distancia.
Te quitas el pan de la boca
Para salvarme un poco.
Padre,
Ya pienso que vives todavía.

De aquí partió y reposa bajo tierra.


Hoy me duele el esfuerzo último de sus brazos.

LOS INDIOS
Los indios
Bajan
Por continuos laberintos
Con su vacío a cuestas.

En el pasado
Fueron guerreros sobre todas las cosas.
Levantaron columnas al fuego
Y a las lluvias de puños negros
Que someten los frutos a la tierra.

En los teatros de sus ciudades de colores


Lucieron vestiduras
Y diademas
Y máscaras doradas
Traídas de lejanos imperios enemigos.

Calcularon el tiempo
Con precisión numérica.
Dieron de beber oro líquido
A sus conquistadores.
Y entendieron el cielo
Como una flor pequeña.
En nuestros días
Aran y siembran el suelo
Lo mismo que en las edades primitivas.
Sus mujeres modelan las piedras del campo
Y el barro, o tejen
Mientras el viento
Desordena sus duras cabelleras de diosas.

Los he visto sin zapatos y casi desnudos,


En grupos,
Al cuidado de voces tendidas como látigo,
O borrachos balanceándose con los charcos del ocaso
O de regreso a sus cabañas
Situadas en el fin de los olvidos.

Les he hablado en sus refugios


Allá en los montes protegidos por ídolos
Donde ellos son alegres como siervos
Pero quietos y hondos
Como los prisioneros.

He sentido sus rostros


Golpearme los ojos hasta la última luz,
Y he descubierto así
Que mi poder no tiene
Ni validez ni fuerza.

Junto a sus pies


Destruidos por todos los caminos,
Dejo mi sangre
Escrita en un oscuro ramo.

LÍMITE
Estoy enfermo. Mi yo
No es sino un bulto
Abandonado
En un lugar con flores de doble filo.

Me arrastro como puedo


Entre hombres y mujeres de sonrisa perfecta
Condicionada
Al cambio de las monedas falsas.
Me sobrevuelan círculos concéntricos
De sombras
Con brillo
De navajas
Que me escarban el fondo,
Y nada digo.

Estoy enfermo, claro, muy enfermo.


Todos
Están enfermos en la ciudad que habito.
Anda drogado y sucio el odio por las calles y sufre
Oscuramente de frío en la cabeza.

Lejos está el amor. Muy lejos de estos crueles edificios.

ARTE ESPECIAL
Llevo con migo un abatido búho.
En los escombros levanté mi casa.
Dije
Mi pensamiento a hombres de imágenes impúdicas.

En la extensión me inclino hecho paisaje, y ciento,


Vuelta música, la sombra de una amante sepultada.

Dentro de mí se abre el espacio


De un mundo para todos divididos.

Estos versos devuelven lo que ya he recibido:


Un mar de fondo,
Las curvas del anzuelo,
El coletazo de un pez ahogado en sangre,
Los feroces silbidos enterrados, la forma
Que adoptó la cuchillada, el terror congelado entre mis dedos.

Comprendo que la rosa no cabe en la escritura.

En una cuerda baila hasta el amanecer


Temiendo- cada instante- la breve melodía de un tropiezo.

DIBUJO A PULSO
A como dé lugar pudren al hombre en vida.
Le dibujan a pulso
Las amplias palideces de los asesinados
Y lo encierran en el infinito.

Por eso
He decidido- dulcemente- moralmente-
Construir
Con todas mis canciones
Un puente interminable hacia la dignidad, para que pasen.
Uno por uno,
Los hombres humillados de la Tierra.

LOS ELEGIDOS DE LA VIOLENCIA


No es fácil reconocer la alegría
Después de contener el llanto mucho tiempo

El sonido de los balazos


Puede encontrar de súbito
El sitio de la intimidad. El cielo aterroriza
Con sus cuencas vacías. Los pájaros pueden alojar la delgadez
De la violencia entre patas y pico. La guerra fría tiende su mano azul y mata.

La niñez, aquella de los cuidados cabellos de vidrio,


No la hemos conocido. Nosotros nunca hemos sido niños.

El horror
Asumió su papel de padre frío. Conocemos su fuerza
Con lentitud de asfixia. Conocemos su rostro
Línea por línea,
Gesto por gesto,
Cólera por cólera.
Y aunque desde las colinas admiramos el mar
Tendido en la maleza, adolescente el blanco oleaje,
Nuestra niñez se destrozó en la trampa
Que prepararon nuestros mayores.

Hace ya muchos años


La alegría
Se quebró el pie derecho y un hombro,
Y posible ya no se levante,
La pobre.
Miradla,
Miradla cuidadosamente.

MALIGNOS BAILARINES SIN CABEZA


Aquellos de nosotros
Que siendo hijos y nietos
De honestísimos hombres del campo.
Cien veces
Negaron sus orígenes
Antes y después
Del canto de los gallos.
Aquellos de nosotros
Que aprendieron de los lobos
Las vueltas Sombrías
Del aullido y el acecho
Y que a las crueldades adquiridas
Agregaron
Los refinamientos de la perversidad
Extraídos
De las cavidades de los lamentos.
Y aquellos de nosotros
Que compartieron (y comparten)
La mesa y el lecho
Con heladas bestias velludas destructoras
De la imagen de la patria, y que mintieron o callaron
A la hora de la verdad, vosotros,
-solamente vosotros , malignos bailarines sin cabeza-
Un día valdréis menos que una botella quebrada
Arrojada
Al fondo de un cráter de la luna.

LAS SALES ENIGMÁTICAS


Los generales compran, interpretan y reparten
La palabra y el silencio.

Son rígidos y firmes


Como las negras alturas pavorosas. Sus mansiones ocupan
Dos terceras partes de sangre y una soledad,
Y desde allí, sin hacer movimientos, gobiernan
Los hilos
Anudados a sensibilísimos mastines
Con dentaduras de oro y humana apariencia y combinan,
Nadie lo ignora, las sales enigmáticas
De la orden superior mientras se hinchan
Sus inaudibles anillos poderosos.

Los generales son dueños y señores


De códigos, vidas y haciendas, y miembros respetados
De la santa iglesia católica, apostólica y romana.

EL VÉRTICE MÁS ALTO


No enseñaremos a las nuevas generaciones
Que la luna
Es una dama
De boca casi adolescente.

No edificamos nuestra casa en la arena, porque las lluvias


Y el ímpetu del viento, explican los textos antiguos,
La desplomarán; de igual manera
Desconfiaremos
De las palabras de los falsificadores del sentir popular
Porque sus cantos de sirena
Nos conducirán
A un dominio pleno de incesantes mortales.
No fabricaremos placer con el terror que sufre el payaso
A causa
De las dificultades que para él representa
Subir
Al vértice más alto del circo,
Porque la palidez que mal oculta el maquillaje de su cara,
Quizá signifique
El precio
De la sonrisa de su hijo menor.

En público y en privado
Repudiaremos la amistad de los demonios
Y la delicadeza de sus emisarios y cabestros.

No nos bañaremos jamás en las aguas de la injusticia,


Ni cambiaremos la libertad
Por todos los disfraces luminosos y la superficie sin fin de la calma
Que el oro promete.
Seremos impenetrablemente claros como los ídolos de la venganza.
Por todo ello
Heredaremos el traje de un mendigo,
Cuyo valor
Ninguno podrá pagar
Transcurridos muchísimos años.

LOS POBRES
Los pobres son muchos
Y por eso
Es imposible olvidarlos.

Seguramente
Ven
En los amaneceres
Múltiples edificios
Donde ellos
Quisieran habitar con sus hijos.

Pueden llevar en hombros


El féretro de una estrella.
Pueden
Destruir el aire como aves furiosas.
Nublar el sol.

Pero desconociendo sus tesoros


entran y salen por espejos de sangre;
caminan y mueren despacio.

Por eso
es imposible olvidarlos.

CRUZ DE ALBA
Ciertamente que hubo algo muy valioso
Aquí donde la aurora
Quema su lanza inútilmente bella.

Aquí donde el oprobio


se enrosca en el olvido
hubo seres y cosas transparentes
allá detrás del tiempo:
la indiada soñadora,
la lluvia desgarrándose en las peñas.

¿Quién te amarró los pies con cintas negras?


¿Quién cortó tus cabellos con filos de miseria?
¿Quién desgarró tu traje y tu hermosura
y te dio de beber vinagre y muerte?

Patria mía --cabaña o cuartería--


aunque escriban tu nombre en dulzura
o sumerjan el canto en tus lagunas
o alaben tus entrañas
a ti nadie te ama. Todos te niegan,
todos.

Nunca se movió boca


diciendo que tu héroes
son el polvo barrido
de ensordecidos pianos.
Ni dijeron que eres solamente una cifra
en misteriosas jaulas sin ventanas.

Todo te duele:
el niño oscurecido.
La acera retorciéndose de angustia
cuando mira al anciano
con la mano extendida.
Labrador y montaña
(imágenes luchando con redes fotográficas)
pasto y sed de curiosos sonoros y distantes.

Jamás has sonreído.


Tus hospitales gritan.
La fábrica se borra al dibujarse.
Huye el río, cadáver,
inútilmente en su actitud de curvas.
Mira cómo te ahogan los papeles.
Papeles de marchitas
golondrinas de imprenta.
Papeles descompuestos
en paredes,
en autos,
en la esquina del aire,
sobre las grandes aves
que custodian el cielo.

Actores siglo a siglo


te engañaron con desmedidos gestos.
Dijeron que eres alta,
bella y sabia.
Te musitaron cuentos
de porcelana china
hasta agotar el tema.
Y ellos, los mismos, te golpearon con palos,
doblaron tus rodillas
y echaron suerte sobre tus harapos.

Lo siniestro, filo de escombro, crece.


Que la historia lo grave y lo publique
cuando se vuelva hacia la cruz del alba.
NELSON MERREN, antología mínima
POEMAS DE NELSON MERREN*
(selección de Jorge Luis Oviedo)

SABOR A SOMBRA
He tomado parte en sesudas discusiones
sobre si la poesía política
tiene derecho a llamarse poesía
y comido ancas de rana y horrorosos percebes
y panes con miel y tortas ácimas
y visto salir el sol y recordar en ese instante
que los poetas lo han llamado el ojo del día
y dorado emperador
y leído deliciosas y cretinas novelas pornográficas
y dramas en que la virtud es recompensada
y me he aburrido de tanto día soleado
y añorado los días de lluvia
y tenidos diez días seguidos de lluvia
y añorado los soleados
y hecho cosas indecentes en ciertos parques
y visto caer la noche y tratando de crear una frase nueva
y viajando en auto y ferrocarril
y comido duraznos y humildes bananos
y dicho: en cuanto lea todo lo del socialismo
podré morirme en paz
y olvidado de todo con unos vasos de vino
y bañado desnudo en los ríos como un polinesio
y dicho: en cuanto vea todas las películas
de esa famosa actriz podré morirse en paz
y viajado en distinto tipo de aviones
y dicho: ¡La inventiva del Hombre Blanco!
y he quebrados espejos adrede
y tratado de olvidarme de los días amargos
y dicho: en cuanto pruebe todos los cócteles
podré morirse en paz
y sostenido sin creerlo que los hombre fuertes
tienen poco seso
y lavado mi cuerpo con jabón perfumado
y pisado inmundicias en callejones oscuros
y comprobado que en china el blanco es color de luto
y echado de mi cabeza a escobazos los días amargos
y extasiado con los nombres de las estrellas
Alicir Vega Sirio Benatsnasch Zubeneschamali
y dicho: ¡que vida tan rica la mía!
y sonreído a los niños descalzos y de vientre hinchado
que se llaman César Augusto
y visto que soy prácticamente igual a los chinos
y a los negros
y he escrito con plumas de ganso
solo por curiosidad
y examinando mi espalda y aún más abajo
en un gran espejo
y examinando mis ojos en un espejo
y visto algo en ellos infinitamente doloroso
y recordado toda mi vida
y visto que no hay nada como el éxtasis negro
de la muerte
y sentado en parques, bajo viento helado
esperando que llegue
y deseando siempre, con cada latido de mi corazón
la paz que no termina.

PAISAJE CON UN TRONCO PODRIDO


Flojo el mar, con pereza
zarandea constante al viejo tronco.
cada vez que respira
el mar, lo mueve un poco,
lo tira más allá, luego lo atrae,
y lleva horas en esto.
En esta pobre costa
con bloques de cemento carcomido
y carnaval de letras y papeles
el mar sigue jugando
sin ganas con el tronco.
Ni el mar se anima un poco,
y el tronco es un pelele
resignado a su suerte
y yo sé que los tres estamos aburridos.

ESPERANDO
El círculo, o lo informe,
o lo que no tiene volumen, pero
que me ofusca quietud.
Lo imponderable,
lo que tiene dimensiones
pero que no deje filtrar ningún recuerdo.
Lo luminoso, o plúmbeo,
sin que pueda saberlo,
pero que adormezca para siempre
cualquier ansia.
Allí disolveré mi título de hombre
que me hizo candidato para todos los infortunios.
Allí no me agitaré con fútiles alegrías
ni con sinceros dolores.
allí me olvidaré de amar conceptos
y de ser engañado.
Allí mis pasiones se habrán esfumado
y dejarán de zarandearme.
Allí olvidaré que el hombre es admirable y perverso
y olvidaré mi latitud y el tiempo.

BIOGRAFIAS
No logramos nada de conversar con los pescadores
que pasan largas horas atentos,
ni de admirar el estoicismo quieto
de los carteros diligentes.
No logramos nada de beber los filtros deletéreos
de la filosofía.
Ay de los que dieron su paz
a cambio de un plato amargo de verdad.
Bienaventurados los que aman la verdad
porque de ellos será el reino estepario.
No logramos nada con entender de causas
y el panteísmo tampoco es una panacea.
Bienaventurados los que saben que lo ignoran todo
porque de ellos será un reino estepario.
no ganamos nada con saber de trascendencia
pues el sufrimiento es algo real.
Felices los que saben que están solos
porque de ellos será una alegría sin llama.

CIUDAD NATIVA
Y me dijo mi madre:
“Fue una mañana invernal
cuando a mis brazos llegaste.
Yo te besé muchas veces
y lloré no sé por qué”
Esa mañana de Diciembre se hizo camino
y lo mismo las lágrimas.
Hoy regreso
de un país donde el paisaje
es solo aire y horizonte.
Regreso a tus montañas
a tu intacta verdura,
a tus tejados calientes.
Y me siento en los parques
donde la sombra es móvil,
y voy hasta la playa
donde
la luz, de blanca, tiene
fogonazos azules.
Arena traída y llevada,
¿serás la misma?
En otro tiempo fui, joven grumete,
por los barrios portuarios
viendo
hombres de óptica confusa salir de las cantinas
y la constancia de las vigas
y demás de las escarolas del humo
descifré la ortografía de los navíos,
y vi la arquitectura del polvo
subir a las ventanas.
(¡Allí están, no lo sigas,
no cruces corredores
de tinteros antiguos!)
Mi soledad anduvo de rodillas
por el sol y tus barrios,
y una piedra insultada
me crecía por dentro.
Recuerdo para siempre
cuando quise ser duro
y resueltamente
maté mi primer pájaro.
Y el ruido me llevó
por valles y volcanes,
penínsulas de cuarzo y playas álgidas.
Y anduve insomne, errante,
conociendo y viviendo,
y en las manos abiertas y desnudas
un ronroneo negro de preguntas.
Hoy regreso a tus casas
afanadas y buenas,
toco cercas con polvo
y recorro tus calles
con confeti de baches.
Camino hasta el crepúsculo
de la quieta bahía,
y el zumbar de preguntas
en el aire simétrico
no sé qué color tiene.
(Al regreso de Texas, 1965)

ODA COMO TESTAMENTO


Semilla frágil, canastillo alado
dormido a la intemperie
mi amor te levanto, y hoy eres
alto mástil de flores.
Beso en los ojos, dulce
catapulta florida.
Maquilishuat amado, testamento
de mi pecho destruido,
que atesoró la fúlgida caricia
de la belleza.
Libro mío de sombra.
Piedra de llanto. Torre de agonía.
Reloj maldito y maldiciente, eriza
tus pestañas de escarnio,
recuerda lo que vives:
un viento oscuro y una luz horrible,
un brazo centimano florecido
con valijas de tedio,
ojos de horror y párpados de insania,
El silencio
abre bóvedas altas e infinitas.
Hay que llenar los huecos con el odio,
erigir obeliscos de blasfemia
y aborrecer el aire.
Libro, mi único hijo.
Todo otro fue negado,
anulado, proscrito.
Yo no traeré hijos
a las puertas violentas.
No quiero ver sus ojos derrotados
en el silencio solapado.
No formaré esas células de angustia
para fruición de Dios.
Esta agonía ardida
será privada. Sola
bajará en el mutismo de mis huesos
al confuso inventario
solo quiero dejar unas palabras
unos débiles símbolos
de un infinito de odio,
su rígida pureza
insomne bajo el cielo.

HABLA EL TRANSEUNTE
Dolor, ¿Cómo estás cansado?
Todos te vieron siempre
corriendo como un poseso
derribando peatones
tanteando y empujando puertas.
Pero a veces te sientas en los callejones sin salida
y al que llega le das cualquier dirección descabellada
o sacas un mendrugo asqueroso de tu alforja
y lo obligas a aceptarlo: “¿Ve con Dios, hijo mío…?”
En las clínicas pirámides y en las casas,
en las gargantas derrumbadas
hay órdenes de no dejarte entrar
y ciertos sobrevivientes quisieran
llevar la advertencia en la solapa.
Nadie quiere tus insolentes subsidios.
Dolor, tómate unas vacaciones,
vete a venerar por ochocientos siglos
a una isla habitada sólo por cucarachas,
y si te aburres
enséñales a exterminarse con sus brillantes élitros
color de avellana.
Puede ser que también encuentras allí
cavernas con extrañas estalactitas
y polvosos huecos de hombre que una vez conociste.

PAIS NOCTURNO
La noche encerró las casas en una gaveta
pero todavía hay lugar para moverse,
salir sin cuidarse mucho de la ropa
y llegar a los acantilados al final de las calles.
Ahí el silencio es como una respiración polvorienta
bajo el aire que tira golpes de sombra.
Todos se quedan en sus casas
y para alumbrarse usan un huevo frito
que a veces los ayuda a llegar hasta la puerta.
Yo salgo a la calle entre esas ventanas mortecinas
y huelo las flores que solo se abren de noche,
blancas y terribles con pétalos como gritos
y ojos celosos que me azotan las manos y la cara.
Puertas adentro, todos hacen gárgaras de harina
pues creen que eso tonifica
y una porción divina que requiere cuidados
y que tiene un sublime contorno de artefacto volante.
Nadie quiere ver los majestuosos acantilados
a los extremos de los calles.
Me dejan la noche para mi solo
¡y esas flores que esperan extrañamente
extendiendo sus flagelos!
EQUINOCCIO
La noche avanza desde la bahía
desvaneciendo plumas y bronces
la noche viene como un animal marino
y se hunde bajo la quilla de las goletas
veloz con altos muros de calma
la noche que tiene ajedreces azules.
El agua viaja hasta las rocas acorazadas
el cielo no va a ningún lado.
Pienso siempre estoy aquí
formando arriba polígonos a mí enojo
pues no he venido a teñir campañas
ni a apagar la lámpara en la mesa del miedo.
Amé sí a veces la fuerza el misterio
de un rostro barbudo
un perfil de muchacha
todo eso es una pequeña moneda.
Seguiré en esta noche de cáscaras doradas
hasta el último signo
hasta las llaves calientes.
Así también la vieron los grandes espinazos.
Tiempo, atroz piedra fija sin memoria de tiempo
y el agua negra quieta ignorada lo inmenso.
Solo una arista de ruido queda sobre las aguas.

CONVERSACION
Estás mejor así, créeme, muchacha.
Tal como otras, supones
que mí afectada indiferencia solo
es un reto a tus prominentes encantos, pero
que estos, al fin, triunfaran.
Pero otra vez te ruego, escúchame:
abandona la caza. Solo conseguirías
un incomodo tirano que le grita a los niños,
que odia la hipocresía y aun la idea
de traer hijos al mundo.
Además, por supuesto, has de creer en Dios,
que recompensa y es muy amoroso
y lleva la contabilidad de los pecados
de todos las colegialas y las secretarias
aunque unas vivan en Brasil
y otras en Australia y otras cosa así.
Está mejor así, dulce muchacha.
Deja que otro galán te engañe con palabras
más viejas que la arena.
Yo no miento, lo he dicho
siempre: yo soy un lobo
estepario, un lobo solitario
perdido entre las gentes.

PASANDO
Bajos altos edificios
en las aceras
en la algarabía de tomates y repollos
de los mercados
en los elevadores y traNvías
cruzando puentes
contestando a gritos
discutiendo a gritos
llorando a gritos
sintiendo en la garganta y en los sesos
el aguardiente de una cólera terrible,
leyendo diarios y revistas
en consultorios pintados de blanco,
por todos lados, a donde vaya
aquí, allá, siempre he tenido,
tengo en los ojos ante mí
ese color de cuernos negros,
tengo en la boca, siempre,
ese color a exilio.
Nelson Merren nació en la Ceiba en 1931 y murió en Nueva York en
2007.

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