En sociedades que valoran en demasía el bienestar material, la felicidad suele restringirse a tener más: más dinero, más posesiones. Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.), el filósofo griego, ya en su época sostenía que esto era un serio problema para la “salud” de cualquier sociedad. Para él, por encima de todo cálculo de costo-beneficio, y de todo interés o deseo privado, está la sociedad o comunidad a la que se pertenece. Una comunidad de valores y fines que le otorga sentido a la vida de quienes la conforman. La libertad de la persona no tiene que ver con su capacidad de elegir individualmente, sino con reconocer que el objetivo de su vida es el bien de su sociedad, y que los valores supremos de su comunidad son también los suyos. Así pues, para Aristóteles la felicidad la consigue quien durante su vida actúa según esos valores supremos; entre otros, la solidaridad, la amistad, la generosidad, la justicia y la valentía. Una persona feliz es un ejemplo de vida virtuosa, alguien a quien la juventud puede emular, de quien se puede (y se debe) aprender. La felicidad no es obtener un logro o un beneficio (ni personal ni para un grupo); es una forma de vivir que se guía por esos valores supremos y que, por tal razón, se considera una excelente forma de vivir. Por ello la filosofía de Aristóteles considera la felicidad como el supremo bien y el fin último del hombre. Es la máxima aspiración humana y resulta del todo posible lograrla conjugando los bienes externos, del cuerpo y del alma. ¿Qué pasa cuando hemos orientado nuestra vida al margen de los valores de la comunidad? ¿Cómo ir más allá de nuestro interés personal? Desde una ética de la realización, debemos esforzarnos para construir fuertes lazos con la comunidad. No se trata de esfuerzos aislados, sino de una convivencia práctica constante Volvamos a Rodrigo. Imaginemos que ha seguido esta lectura. De acuerdo con la ética de la realización, él podría elegir la carrera que más se adapte a sus habilidades para el debate y la argumentación. Asimismo, no se conformaría con culminar la carrera y graduarse, sino que buscaría destacar y ser un ejemplo para las niñas, los niños y adolescentes de su localidad. Al trazar su proyecto de vida consideraría ocupar un puesto o cargo que le permita fortalecer los valores y principios de su comunidad. 3.- La ética de la integridad o de la fundamentación racional de mis actos: Rodrigo tenía la intuición de que no siempre sería el mismo. Los deseos de hoy no serán siempre los mismos, pensaba… incluso si decidiera estudiar para ser misionero y vivir en la selva peruana. ¿Cómo será de aquí a diez años? ¿Será que su vocación es ser profesor y todavía no lo sabe? ¿Qué le garantiza que siga manteniendo las mismas valoraciones y gustos? ¿Qué quedaría de él mismo? Sentía que algunas creencias o ideas podrían cambiar, pero también que tenía convicciones muy firmes. Immanuel Kant, filósofo alemán nacido en el siglo XVIII, plantea que las acciones y decisiones más importantes deben estar guiadas por la razón, porque es lo único que tiene valor universal: permanece siempre en las personas de buena voluntad. Es más: sugiere desconfiar de los deseos y sentimientos. Para él, la capacidad de razonar nos hace libres. Esto, porque la libertad expresa nuestra humanidad, al ser capaces de dejar de lado nuestras diferencias (culturales, religiosas, económicas u otras) en favor de una convivencia pacífica. Para Kant, el ensimismamiento cultural o religioso es tan peligroso como el egoísmo: puede generar intolerancia, conflictos y hasta guerras. Esta idea de Kant es importante. Pone énfasis en la condición universal de lo humano, que no puede reducirse ni ser exclusiva de una comunidad o sociedad. Nos exige pensar en valores y criterios para convivir en una comunidad universal, de seres humanos. Para Kant, la felicidad de la que habla Aristóteles es importante, pero afirma que no nos permite la autonomía. Nos ata, dice, a normas y valores que no sabemos si se pueden aplicar a todas las personas. Ser libre y verdaderamente auténtico, para Kant, tampoco es actuar de acuerdo con cálculos de costo-beneficio ni según los valores de la comunidad donde nacimos. Es determinar, mediante nuestra razón, principios que pongan a los seres humanos como fin de todas nuestras acciones. Solo nos daremos cuenta de que estamos frente a un principio ético si es transversal a toda cultura. El respeto por la persona, el diálogo, la búsqueda de la igualdad, son principios éticos. Como vemos, esta ética no le da prioridad ni a las consecuencias ni a las formas de ser, sino a las razones o fundamentos de nuestras acciones. Partiendo de las ideas de Kant, Rodrigo podría determinar que para decidir no tiene que adecuarse necesariamente a las expectativas ajenas. Lo que le dicen su mamá, amigos o docentes puede no ser malo, pero él tiene capacidad para evaluar crítica y creativamente qué es mejor en términos racionales. Quizá sea algo de lo que han dicho, pero solo si lo confirma luego de su análisis personal: “¿se justifica racionalmente mi elección?”. Lo primero, desde este punto de vista, es no aceptar “porque sí” lo que le digan en la familia, la escuela o la comunidad, solo porque proviene de una posición de afecto o autoridad. Él necesita no dejarse llevar por sus emociones, sino integrarlas a su reflexión