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El sistema penitenciario argentino y las garantías constitucionales

Autora:
Galleguillo, Florencia Noelia

Cita: RC D 546/2023

Subtítulo:

¿Evolución legal o delusión normativa?

Encabezado:

El presente ensayo pasa revista a la situación del sistema penitenciario argentino en consonancia con las
garantías constitucionales del proceso penal, planteando la distancia existente entre la prescripción instituida en
la norma y la descripción fáctica emergente de la realidad presidiaria. Asimismo, estudia las condiciones y
posibilidades de construcción de un sistema que, afincado en el imperio de la ley, reconozca las pulsiones de la
realidad.

El sistema penitenciario argentino y las garantías constitucionales

Situación, análisis y caracterización

En la evolución histórica del derecho comparado las garantías del proceso penal despertaron ardientes y
luminosos debates que enriquecieron el campo disciplinar toda vez que fueron transitando un proceso evolutivo
en virtud del cual se fue dejando atrás la cultura inquisitiva arraigada en la sociedad y en los estamentos
judiciales que impedían avanzar con mayor premura hacia la concreción de los principios internacionales de las
garantías fundamentales.

En este marco, se fueron instituyendo nuevos paradigmas trazados por el respeto de la condición humana, la
libertad personal y la seguridad individual; se forjó la abolición de la esclavitud, los tratos inhumanos o
degradantes, y se abrió paso a una nueva era: el reconocimiento constitucional de la dignidad humana.

En el ámbito nacional, las garantías penales fueron transitando desde un sistema penal acusatorio e inquisitivo
hasta alcanzar el actual sistema adversarial -aún en transición- que vino, al menos en apariencia legal, a dejar
atrás los vestigios del sistema abyecto y vetusto de la inquisición.

Paralelamente, el sistema penitenciario como institución a cargo de la reclusión de personas condenadas a


penas privativas de libertad, en apariencia pretendió acompañar -aunque sin éxito- este proceso evolutivo
regulador de las garantías penales constitucionales a través del dictado y adopción de diversas normativas tales
como la Ley de ejecución de la pena privativa de libertad, las Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos
(las denominadas "Reglas Mandela"), las Reglas mínimas de las Naciones Unidas para la administración de
justicia ("Reglas Mallorca"), la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, el Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y otras
disposiciones legales que con carácter reglado (prescriptivo) instituyeron ciertamente un marco teórico de
amparo de los derechos y garantías fundamentales de las personas reclusas en los diversos establecimientos
penitenciarios del país, aunque muchas veces con deficiente aplicación en nuestra realidad.

La complejidad del tema en cuestión y sus implicancias prácticas ameritan un estudio cabal y pormenorizado de
las causales que han impedido a lo largo de la historia la conexión más estrecha entre el carácter prescriptivo y el
carácter descriptivo de la norma, entre lo reglado y lo empírico, o en palabras de Félix Ovejero: entre "las reglas y
las disposiciones" -las reglas, como parte del deber ser, y las disposiciones, como la mera potencialidad de poder
ser-, extremos que distan de manera abismal.

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En este marco, es conveniente traer a colación la garantía constitucional suprema instituida bajo el amparo del
artículo 18 in fine de nuestra Carta Magna, en relación a las condiciones que merecen los servicios penitenciarios
destinados a recluir a todas aquellas personas condenadas a una pena privativa de libertad. Al respecto, la
norma reza: "... Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos
detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que
aquélla exija, hará responsable al juez que la autorice".

Sobre la expresión de la norma citada, nos encontramos frente a una perspectiva dual: desde un enfoque
prescriptivo, la norma parece estar perfectamente redactada por cuanto describe un instituto penitenciario ideal,
donde figuradamente el reo se encuentra con un espacio garante de condiciones dignas de reclusión, seguridad
e integración, sumado al amparo para los reclusos que parece brindar desde la faz preventiva.

Sin embargo, desde un enfoque descriptivo, me atrevo a decir que la acción prescriptiva de la norma no deja de
comportar una suerte de utopía legal. En efecto, bastará preguntarnos si efectivamente contamos con cárceles
sanas y limpias, si se brindan garantías reales de seguridad a los reos, si se aplican políticas de rehabilitación y
no de castigo, si hay verdadera responsabilidad judicial, si hay un correcto y efectivo accionar policial, y en
importancia no menor, si hay compromiso y solidaridad social vinculada a la idea de lo moral: "el mínimo
indispensable, lo estrictamente necesario, el pan cotidiano sin el cual las sociedades no pueden vivir" (Durkheim,
2008: 133).

A lo largo de los años, hemos estado huyendo de una realidad que nos pesa pero que interpela constantemente:
nuestro sistema penal. En reiteradas ocasiones, falencias de diversa magnitud y gravedad se han constatado a la
hora de asegurar los derechos mínimos de los reclusos. Principios básicos como la dignidad humana, a menudo
han sido violados por nuestro sistema y evadidos por nuestra sociedad. Tratos viles, falta de insumos básicos,
apremios, malos tratos, vejaciones y violaciones, en reiteradas ocasiones parecen constituir el factor común de
las distintas unidades penitenciarias de nuestro país, donde cada interno se ve subordinado a los vestigios de un
sistema inquisitivo del que siguen siendo víctimas en pleno siglo XXI.

Claro está que también habrá que considerar diversos factores que atentan contra el normal y adecuado
funcionamiento del sistema penitenciario, no solo en lo que respecta a los aspectos estrictamente normativos,
sino también a las condiciones logísticas y materiales que condicionan la prestación del servicio. De igual modo,
no puede soslayarse el cambio de la fisonomía en la población carcelaria que en estos últimos años estuvo
signada por el crimen organizado proveniente de la droga y el narcotráfico.

Allende esas consideraciones que oportunamente habrá que atender, y haciendo la salvedad que nuestro
análisis está prioritariamente orientado a la situación carcelaria de los presos comunes, la gravedad de lo
planteado encuentra su cúspide en la falta de reconocimiento, de comprensión y de valoración de las condiciones
fácticas de los servicios penitenciarios, sin dejar de lado los aspectos netamente sociológicos vinculados a la
evasión de la responsabilidad social, la expiación de las acciones y/u omisiones colectivas.

Habitualmente escuchamos voces de la opinión pública sostener una concepción absoluta de la pena
persiguiendo una finalidad meramente represiva, una retribución o castigo que el imputado debe "pagar" por la
conducta desplegada. Pero, en el marco de un Estado de derecho, que es el sistema donde consensualmente
elegimos vivir y convivir, cabría profundizar y someter a crítica el concepto basal que sustenta el andamiaje
jurídico del sistema inquisitivo; esto es, la idea de que quien comete un hecho delictivo merece el peor de los
males.

Lo expuesto no significa bajo ningún concepto defender ni propiciar bajo ninguna forma la abolición punitiva, la
supresión represiva ni la elusión sancionatoria, sino por el contrario, abogar por el correcto funcionamiento de un
sistema penitenciario instituido sobre sólidas bases educativas, sociales, económicas, sociológicas, de
integración y resocialización, eminentemente humanas.

Como parte de un sistema que reclama justicia, tenemos la responsabilidad de estudiar en profundidad y efectuar
un análisis enraizado sobre el origen de los ilegalismos, sin caer en la tentación del prejuicio. Como bien resalta

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Charles Lucas, "La observación del delincuente debe remontarse no sólo a las circunstancias sino a las causas
de su delito; buscarlas en la historia de su vida, bajo el triple punto de vista de la organización, de la posición
social y de la educación para conocer y comprobar las peligrosas inclinaciones de la primera, las enojosas
predisposiciones de la segunda, y los malos antecedentes de la tercera. Esta investigación biográfica es una
parte esencial de la instrucción judicial para la clasificación de las penas antes de convertirse en una condición
del sistema penitenciario para la clasificación de las moralidades" (apud Foucault, 2018: 291).

Sin esta visión integral y comprehensiva del sistema es harto difícil conciliar, aunque sea mínimamente las
pretensiones de la norma y la realidad de los hechos, que se agrava en la medida que el sistema se automatiza y
se cosifica alejándose del mundo de la vida, para usar una expresión de Habermas.

También esta posición situada defiende el reputado autor francés cuando enfatiza: "el crimen no es una
virtualidad que el interés o las pasiones hayan inscrito en el corazón de todos los hombres, sino la obra casi
exclusiva de una determinada clase social [...]. Recorran los lugares donde se juzga, donde se encarcela, donde
se mata [...]. Un hecho nos impresiona en todos ellos; en todos vemos dos clases de hombres bien distintas, de
los cuales unos se encuentran siempre en los sillones de los acusados y de los jueces y los otros en los
banquillos de los acusados y de los reos, (lo cual se explica por el hecho de que estos últimos, por falta de
recursos y de educación, no saben) mantenerse dentro de los límites de la probidad legal", (Foucault, 2018:
320-321).

Distintos estudios empíricos realizados por sociólogos y profesionales en la materia nos han permitido dilucidar lo
que se vive realmente dentro de esos muros opresivos. Entre ellos, destacamos una entrevista realizada en
Cartago TV, en la Provincia de Buenos Aires, a Alcira Daroqui, Socióloga, directora del Grupo de Estudios sobre
Sistema Penal y Derechos Humanos del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), e investigadora del
Observatorio de Prisiones de la Procuración Penitenciaria Nacional (Daroqui, 2014a).

La socióloga relata sobre un allanamiento efectuado por la Fiscalía en la Provincia de Buenos Aires hace unos
años atrás en la cárcel de Devoto, donde se deja ver una gran realidad oculta detrás de este penal. La deficiente
infraestructura edilicia, la falta de insumos, el mal estado de los alimentos, la saturación y sobrepoblación
carcelaria, fueron unos de los tantos elementos e indicios que hicieron comprender las condiciones en que estas
personas estaban viviendo.

Alcira Daroqui (2014b) manifiesta que el Estado, al tener personas privadas de la libertad, tiene la obligación de
mantenerlas en las condiciones mínimas de dignidad que merecen y plantea que, con la importancia que
paulatinamente se fue adjudicando a la reivindicación de los derechos humanos, no podemos reproducir
situaciones de reducción de las personas a una condición "animal" dada en virtud de una producción deliberada
de escasez por parte del Estado, que importa un nivel de violencia desmesurada por la búsqueda de la
sobrevivencia, y que constituye ineludiblemente a un sujeto degradado en forma permanente.

Esta misma realidad doliente se desprende de un diálogo radiofónico llevado a cabo en el programa Código de
Barras (Radio Zónica), en el que Alan Schlenker, caracterizado por los medios periodísticos como el ex barra del
Club River Plate, condenado por el crimen de Gonzalo Acro, ex líder de los Borrachos del Tablón, describió
arduamente lo que estaba experimentando en la Unidad Penitenciaria N° 6 de Rawson, Chubut, donde fue
recluido. También relata que lo condenaron sin pruebas y sin elementos de cargo, violando su derecho a defensa
en juicio. Su testimonio evidencia claramente y sin lugar a dudas, el suplicio que se vive allí dentro. Al respecto
declaró: "Estoy en el pabellón 10, que le dicen La Villa, porque es en el que están los internos de mala conducta.
Diría que la cárcel es un campo de concentración. Estás lejos de tu familia e imposibilitado de todo. Yo estoy
ávido de noticias y no te dan acceso a la información" (Radio Zónica, 2019).

Asimismo, Scklenker relata que sólo pudo ver dos veces a su hijo de 5 años, y que le quitaron, a su vez, la
posibilidad de estudiar; y manifiesta: "Hay mucho frío y solamente dos calefactores, no hay módulo sanitario
como exige el código, no te sacan al patio, solamente una vez por mes vemos la luz del día porque estamos
encerrados en un pasillo. Más allá de que parece un campo de concentración pese a que estamos en 2019 y es
una locura que se permita esto, hay cantidad de muertos por violencia interna, gente que se prende fuego y otra
que no tolera el régimen. Es degradante e inhumano, nadie hace nada, no hay fondos; tampoco reinserción,

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están todos aislados, encerrados y empastillados. No se brinda ninguna rehabilitación, la sociedad pide demorar
a los presos más tiempo, pero no se da cuenta que eso va a traer peores males para nuestros hijos y nietos. La
gente sale más resentida y delincuente que cuando entró, por eso hay tanta reincidencia. Hace falta que se
invierta mucho más en algún tratamiento para resocializar a los internos, cosa que no ocurre".

Esta declaración, junto con todos los estudios, entrevistas y visitas que se realizan por distintos profesionales a
las diferentes unidades correccionales del país que no logran suficiente difusión, constituyen el fiel testimonio de
la problemática y la situación vivencial de cada recluso sometido en ellas. Tal como sostiene la socióloga Alcira
Daroqui: "no existe un reproche ni social, ni político, ni judicial a lo que es una violación sistemática de derechos
humanos" (Daroqui, 2014).

Entonces, cabe indagar: ¿quién vela por esos derechos? ¿Quién garantiza la verificación entre las reglas y las
disposiciones? O como bien plantea Giovanni Sartori: "Si por un lado la democracia requiere de una definición
prescriptiva, por el otro no se puede ignorar la definición descriptiva. Sin la verificación, la prescripción es irreal"
(Sartori, 2008: 18).

Cabe destacar que el derecho a un trato digno y humano reconocido a las personas privadas de su libertad no
sólo tienen soporte en nuestra Constitución Nacional en su artículo 18, sino también en la Declaración Americana
de los Derechos y Deberes del Hombre en su artículo 25, al establecer "todo individuo tiene también derecho a
un tratamiento humano durante la privación de su libertad"; así como en el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos en su artículo 10, que indica que "toda persona privada de la libertad será tratada
humanamente y con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano"; la Convención Americana sobre
Derechos Humanos en su artículo 5, regulando "toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física,
psíquica y moral, y nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Toda persona privada de libertad será tratada con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano. La
pena no puede trascender de la persona del delincuente"; y en las Reglas Mínimas de Tratamiento para los
Reclusos, que aporta nuevos estándares para el tratamiento de sujetos privados de su libertad.

No obstante estar regulados por cuantiosas normas prescriptivas, los servicios penitenciarios de todo el país se
ven afectados por las desmesuradas irregularidades jurídico-políticas que en la práctica golpean a los cautivos
hacinados en las diferentes unidades correccionales. Bajo estas circunstancias se visualiza una realidad que
obstaculiza e impide la viabilidad de la resocialización del interno, toda vez que en la práctica aquellas
condiciones humillantes de prisión, terminan produciendo un efecto adverso en donde se coarta o corrompe al
sujeto que, en definitiva, al momento de partir del sistema penitenciario, lo hace en condiciones peores a las que
ingresó.

De este modo, muchas veces el sistema contribuye a la marginalidad de los internos, considerándose que los
índices mayoritarios de delincuencia tienen lugar en aquellos perímetros más carenciados. Así, coincidimos con
David Garland, experto en criminología, al afirmar que la prisión en el pasado funcionaba como la última instancia
del sector correccional, y que actualmente, se la concibe mucho más explícitamente como un mecanismo de
exclusión y control (Garland, 2005: 291 y ss.).

Pero, además, desde la percepción del propio recluso, que desde ya lidia con las carencias propias de su
situación privativa de la libertad y de las condiciones de marginación a la que se ve expuesto se suma un
sentimiento corrosivo de injusticia, precisamente hacia las instituciones y personas que deben impartirla y
garantizarla.

En similar línea de pensamiento, Foucault hace suya la diáfana expresión de Charles Lucas: "El sentimiento de
injusticia que un preso experimenta es una de las causas que más pueden tornar indomable su carácter. Cuando
se ve así expuesto a sufrimientos que la ley no ha ordenado ni aun previsto, cae en un estado habitual de cólera
contra todo lo que lo rodea; no ve sino verdugos en todos los agentes de la autoridad; no cree ya haber sido
culpable: acusa a la propia justicia". (Foucalt, 2018:309).

La contundencia de lo planteado es tal que pone de manifiesto una realidad palpable de injusticia de la que se
desprende como consecuencia ineludible la desconfianza por parte de los reclusos hacia el sistema, la falta de

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rehabilitación, la incubación de un resentimiento social y la cristalización de una conducta réproba, que tiene
como resultado la reincidencia delictual y el regreso cuasi inexorable a los muros opresivos de la prisión.

Por otro lado, es dable rescatar una reflexión que ilumina la problemática en cuestión, formulada por el autor
español Félix Ovejero:

"La sociedad más solidaria necesita de marcos institucionales para enfrentarse a problemas que son resultado de
la acción de todos, aunque escapen a la voluntad de cada uno. Una visión realista ha de ocuparse de ambas
dimensiones, de las reglas y de las disposiciones. Las políticas e instituciones públicas se han de diseñar de tal
modo que se canalicen unas energías cívicas que parecen ser la condición necesaria de la realización de las
políticas públicas. En pocas palabras: se trata de atender al par que dota de identidad a la tradición republicana:
la ley y la virtud, porque al final, como dejó dicho uno de sus clásicos: 'Así como las buenas costumbres, para
conservarse, necesitan de las leyes, del mismo modo, las leyes, para ser observadas, necesitan de las buenas
costumbres". [Maquiavelo, 1987, pág. 85]' (Ovejero, 2002: 249).

De la somera enunciación de la normativa pertinente a la problemática real hay una distancia insondable que se
considera necesario acortar, y que, a pesar de las garantías legales y los marcos institucionales dados, el poder
represivo del Estado en el ámbito hermético y blindado de la prisión adquiere dimensiones colosales. Lo
carcelario legaliza el poder de disciplinar tanto como naturaliza el poder de castigar, de forma que la cuestión a
resolver no es otra que la del control institucional del poder; y he aquí el gran desafío jurídico, social, cultural,
político y educativo.

El panóptico, en el sentido propuesto por Foucault como modelo y lugar privilegiado desde el cual la sociedad
entera puede controlar el ejercicio del poder, puede constituir una de las bases sólidas para afrontar el desafío
que nos urge. De esta manera, este actúa como recurso que individualiza y visualiza el poder, y no como un
dispositivo para "ver sin ser visto" como lo imaginó Jeremy Bentham.

En términos de Foucault: "Dos imágenes, pues, de la disciplina. En un extremo la disciplina-bloqueo, la institución


cerrada, establecida en los márgenes, y completamente volcada hacia funciones negativas: detener el mal,
romper las comunicaciones, suspender el tiempo. En el otro extremo, con el panoptismo, tenemos la disciplina-
mecanismo: un dispositivo funcional que debe mejorar el ejercicio del poder volviéndolo más rápido, más ligero,
más eficaz, un diseño de las coerciones sutiles para una sociedad futura" (Foucault, 2018: 241-242).

Si de lo que se trata es de mejorar el sistema respetando la dignidad, los derechos y la igualdad ante la ley de
quienes están privados de la libertad pero que aún así forman parte integrante de nuestra sociedad, la afirmación
que nos brinda el sociólogo polaco-británico Zygmunt Bauman no deja de ser atendible al referir al sistema penal
como resultado funcional al paradigma de exclusión social que produce residuos humanos. "Son los muros y no
lo que sucede en el interior de los muros, los que ahora se ven como el elemento más importante y valioso de la
institución (…). Explícitamente, el propósito esencial y tal vez único de las cárceles no es tan solo cualquier clase
de eliminación de residuos humanos, sino la destrucción final y definitiva de los mismos. Una vez desechados,
desechados para siempre. Para el ex presidiario que goza de libertad condicional, el retorno a la sociedad es casi
imposible y el regreso a la cárcel, casi seguro" (Bauman, 2005).

Dentro de las alternativas propuestas por diversos académicos y juristas, seguramente, el panoptismo no sea la
panacea universal para la complejidad de una problemática que en mucho excede las posibilidades de un trabajo
acotado como este, pero sí un punto de partida, una base sólida, un cimiento sobre el que se pueda construir una
arquitectura jurídico-institucional que trascienda los fríos muros de la prisión.

Referencias bibliográficas

BAUMAN, Zygmunt (2005): Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Barcelona, Ed. Paidós.

DAROQUI, Alcira (2014a): El infierno de las cárceles en Argentina, Cartago TV, 23 de junio de 2014. Video
disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=AovVhjxd5AQ. (Consultado el 30/10/2023).

5/6
(2014b): Confinamiento penitenciario: un estudio sobre el confinamiento como castigo, Alcira Daroqui
(Compiladora), Motto, Carlos Ernesto, Andersen, María Jimena, Liguori, Mariana, Fiuza, Pilar (Autores), en
Cuadernos de la Procuración Penitenciaria de la Nación, Buenos Aires, Editorial Departamento de
investigaciones, Procuración Penitenciaria de la Nación.

FOUCAULT, Michel (2018): Vigilar y Castigar: Nacimiento de la prisión, 2a Ed., 9a Reimp., Buenos Aires, Siglo
Veintiuno Editores.

GARLAND, David (2005): La cultura del control, Barcelona, Ed. Gedisa.

OVEJERO, Félix (2002): La libertad inhóspita. Modelos humanos y democracia liberal, Madrid, Ed. Trotta.

SARTORI, Giovanni (2008): ¿Qué es la democracia?, Madrid, Ed. Taurus.

RADIO ZÓNICA (2019): Código de Barras, Alan Schlenker en privado a P. Carrozza, 09 de abril de 2019. Video
disponible en: https://ar.radiocut.fm/audiocut/alan-schlenker-en-privado-a-p-carrozza-codigo-barras-martes-23hs-
por-radio-zonica/# (Consultado el 30/10/2023).

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