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UN DÍA DE PARO UNIVERSITARIO

Desde que abrí los ojos esta mañana, supe que algo no andaba
bien pues ya nos estaban advirtiendo hace unos días sobre la
pérdida de clases. Me levanté y revisé mi teléfono para descubrir
un mensaje que confirmaba mis sospechas: la universidad estaba
en paro pero aun así un profesor comunicó que haría clases
normales entonces me alisté como todos los días y tomé desayuno
rápidamente.

Salí de mi apartamento con la mochila al hombro, como siempre,


pero esta vez, el trayecto hasta la universidad era diferente, con
solo ingresar la atmósfera estaba cargada de un aire tenso,
normalmente hay bulla, esta vez estaba extrañamente silencioso, a
lo lejos sonaba un tambor que no le di importancia en su momento.

Mientras caminaba, me encontré a mis compañeros que juntos nos


preguntamos si algo nos podría pasar, mientras que algunos
profesores no decidieron hacer clases, otros sí y podría afectarnos
en algo.

Llegué al salón de clases, solo eramos unos 10 exagerando,


mientras que otros iban llegando, el profesor explicaba su clase y
nosotros atentos, sin preocupación pensando que nada iba a pasar
por esa facultad, incluso una de mis compañeras pidió permiso
para ir a los servicios, pasaron unos minutos hasta que de pronto
escuchamos tambores y gritos de protestas.

En ese momento todos nos quedamos mudos, y el profesor


empezó a alistar sus cosas y desde ahí todo el salón se alteró, con
el miedo que nos puedan encontrar.
El profesor antes de salir nos advirtió que no saliéramos para nada,
unos grabando, otros llamando a sus padres, mientras que otros
preocupados por nuestra compañera que fue a los servicios
higiénicos.

Los tambores y gritos se acercaban rápidamente, y el profesor nos


instó a mantener la calma. Todos estábamos inquietos, mirándonos
unos a otros con expresiones de incertidumbre. Algunos
compañeros se asomaron tímidamente por la ventana.

La ansiedad en el salón era palpable. Las redes sociales se


llenaron de mensajes de otros estudiantes que informaban sobre la
magnitud de la protesta. Algunos profesores también cancelaban
sus clases, mientras que otros se veían envueltos en la
incertidumbre de cómo proceder. Mi compañera regresó del baño
con la mirada nerviosa, y todos nos preguntábamos si debíamos
quedarnos en el salón o abandonar la universidad en medio del
paro.

La situación se volvía cada vez más tensa, y los minutos se sentían


como horas. El sonido de los tambores resonaba en nuestros
oídos, y el profesor decidió cerrar la puerta con llave, como si eso
pudiera protegernos de lo que ocurría afuera. Mientras tanto, las
redes sociales se llenaban de videos y fotos de la manifestación, y
la incertidumbre se apoderaba de nuestro pequeño espacio.

Finalmente, el profesor tomó la palabra y nos informó sobre la


situación. La protesta estaba relacionada con el reclamo de un
mayor presupuesto para las universidades públicas. La indecisión
flotaba en el aire, ya que algunos estudiantes se sentían divididos
entre el deseo de unirse a la protesta y la advertencia del profesor
de quedarnos en el salón.
Pasaron unos minutos que parecieron eternos, el profesor
consideró que era seguro salir, pero por un camino alternativo que
nos alejaría de la manifestación. Caminamos por el lugar menos
transitado, rodeando la facultad donde la manifestación aún
resonaba.

A medida que nos alejábamos, la tensión disminuía, pero la


preocupación persistía en nuestras mentes. ¿Cómo afectaría esto
a nuestras clases y a la dinámica académica en los próximos días?

Las redes sociales continuaban inundadas de información, pero la


realidad de lo que realmente sucedía en la universidad era aún
más compleja de entender. Nos dirigimos a nuestras casas con el
peso de la jornada sobre nuestros hombros, sin saber qué nos
depararía

Al final del día, mientras reflexionaba sobre los eventos, comprendí


que aunque el paro había revelado las grietas en el sistema
educativo, también mostró la complejidad de las decisiones que los
estudiantes y profesores debían tomar en medio de la lucha por
una educación digna. El desafío ahora residía en encontrar formas
constructivas de abordar las demandas legítimas mientras
manteníamos la integridad de nuestra comunidad educativa.

En los días siguientes, la universidad se sumió en un estado de


espera. Las clases estaban suspendidas, y la tensión persistía en
el ambiente.

Mientras los estudiantes se organizaban, los profesores también


tomaban medidas para no perder clases. Las redes sociales se
convirtieron en plataformas de comunicación, donde profesores y
estudiantes compartían actualizaciones.
Con el tiempo, las conversaciones entre estudiantes, profesores y
autoridades finalmente dieron sus frutos. Las clases, suspendidas
durante días, finalmente se reanudaron, devolviendo un sentido de
normalidad a la universidad.

Este capítulo turbulento en la historia de la universidad no solo dejó


cicatrices, sino también lecciones valiosas. La importancia de la
unidad estudiantil y docente se hizo evidente, recordándonos que
el cambio significativo solo es posible cuando trabajamos juntos
hacia un objetivo común.

A medida que volvíamos a nuestras aulas, lo hicimos con una


nueva perspectiva y un sentido renovado de responsabilidad. La
lucha por una educación digna no había concluido, pero ahora,
armados con la experiencia de la movilización, estábamos mejor
preparados para abordar los desafíos que se presentarían en el
futuro.

El paro universitario no solo fue un obstáculo, sino también una


oportunidad para la reflexión y la acción colectiva. En el regreso a
la normalidad, llevamos con nosotros el espíritu de solidaridad que
se forjó en esos días tumultuosos, recordándonos que, como
comunidad educativa, teníamos el poder de dar forma a nuestro
propio destino.

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