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Desarrollo Personal y ciudadano; profesor Oliver Anaya Valverde

MARIATEGUI, HAYA Y LA NUEVA IZQUIERDA

Fuente: Klarén, P. (2004) Nación y sociedad en la historia del Perú. Lima: IEP

Con el exilio del activista Haya en 1923, el liderazgo de la izquierda peruana y su centro de
gravedad intelectual pasaron a la figura de José Carlos Mariátegui, quien acababa de regresar de
un exilio de cuatro años en Europa. En 1919 había aceptado un estipendio del gobierno para
viajar al extranjero, una medida tomada por Leguía ostensiblemente para retirar a uno de los
críticos más prominentes de su nuevo gobierno. París fue la primera parada de Mariátegui, donde
quedó embriagado con su contacto inicial con la cultura y la política europeas de ese entonces.

De París viajó a Italia, donde habría de permanecer durante la mayor parte de su exilio, en parte
porque su clima benigno era bueno para su delicada salud. En Roma conoció y contrajo
matrimonio con Anna Chiappe y se convirtió en un agudo observador de la política italiana, como
lo reflejan sus «Cartas de Italia», que relatan el ascenso del fascismo, la desintegración de la
izquierda italiana y la fundación del Partido Comunista italiano. Al mismo tiempo leía, entre otros,
a Benedetto Croce, Karl Marx y Georges Sorel. Reunido en Génova con otros tres peruanos en
1922, Mariátegui y sus compatriotas decidieron formar la primera célula comunista peruana.

EI periodista brillante, joven y autodidacta emprendió así la misión fundamental de su vida:


desarrollar el movimiento obrero en el Perú y formar un partido marxista, pues fue en Europa
donde Mariátegui intensificó su compromiso político con el socialismo y el marxismo
revolucionario. Es más, toda su experiencia europea sirvió para ampliar su visión del mundo,
poniéndole en contacto con las principales corrientes políticas e intelectuales de la época. AI
mismo tiempo, Europa le dio al joven marxista una perspectiva singular desde la cual ver los
problemas del Perú y de América Latina. Como dijera, «descubrimos, al final, nuestra propia
tragedia, la del Perú. Para nosotros el itinerario europeo ha sido el mejor, el más tremendo
descubrimiento de América». Por último y como señalase Basadre, gracias a su estadía en
Europa, Mariátegui dio el paso de periodista a teórico y pensador.

De regreso en Perú en noviembre de 1923, la casa de Mariátegui en la Calle Washington -


conocida como el “rincón rojo”-, en el centro de Lima, pasó de inmediato a ser una colmena
discursiva de los universitarios, activistas obreros, políticos e intelectuales más prominentes del
país. Aquí surgió su inclinación por iniciar el dialogo comunal y el debate polémico, algo que
posteriormente caracterizaría a su notable revista Amauta, fundada en 1926. Además de llevar
esta efervescencia intelectual a sus clases en las UPGP, Mariátegui se lanzó nuevamente al
periodismo.

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Sin embargo, aproximadamente a un año de su regreso al Perú volvió a enfermar,
experimentando al parecer una recurrencia de la forma de tuberculosis que sufría desde la
infancia, lo que hizo necesario amputarle la pierna derecha. Ahora confinado permanentemente a
una silla de ruedas, Mariátegui salió de una depresión temporal para dedicarse apasionadamente
a la escritura, la lectura y la investigación. Su primer libro, titulado La escena contemporánea, se
publicó en 1925 y recibió reseñas sumamente favorables, y un año más tarde emprendió una
empresa editorial que le brindaría una fama duradera como editor de Amauta, que en quechua
quiere decir sabio o profesor inca.

Amauta fue una revista de comentarios políticos y literarios que contenía una amplia gama de
temas, todos ellos orientados a la perspectiva socialista del editor. Entre los contribuyentes se
contaban no solamente las estrellas progresistas de la generación de 1919, sino también figuras
mundiales como Henri Barbusse, Miguel de Unamuno y Diego Rivera. La fama de Amauta
alcanzó dimensión continental e incluso llegó al otro lado del Atlántico, a Europa. En palabras de
Mariátegui, la revista habría de ser «la voz de un movimiento y de una generación» (citado en
Walker 1986: 84).

Walker identifica tres grandes temas en las páginas de Amauta y en los restantes escritos de
Mariátegui, reunidos y publicados en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana
(1928). Ellos son el indigenismo, el marxismo y el nacionalismo. EI indigenismo incorporaba un
contenido diverso y heterogéneo que iba desde la defensa de la cultura y la sociedad indias -tanto
del pasado como del presente- a la integración de los indígenas a la nación y las causas
subyacentes de su explotación y discriminación. Si bien este movimiento había florecido en las
provincias (Cuzco, Puno, Trujillo y Arequipa), así como en Lima, su impacto en la capital quedó
reforzado por el gran influjo de inmigrantes llegados del interior durante el Oncenio.

Como mostrase el historiador de la literatura Antonio Cornejo Polar, la parte más importante de la
producción literaria y artística indigenista de Lima fue efectuada por integrantes de la clase media
baja provinciana residentes en la capital, muchos de los cuales contaban con vínculos familiares
en el interior. En esta perspectiva, el indigenismo constituía una seria crítica de la sociedad
peruana formulada por jóvenes intelectuales provincianos, quienes denunciaron a la arrogante y
explotadora clase gamonal que dominaba sus pueblos y regiones natales. Estos intelectuales
provincianos no solamente llevaron a la capital una nueva perspectiva simpatizante con los indios,
sino que su radicalismo se intensificó con la recepción hostil y discriminadora que sufrieron por
parte de la tradicional elite europeizada de la ciudad.

Mariátegui propuso una versión andina del socialismo como receta para los problemas peruanos:

EI socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Perú las
masas -la clase obrera- son indias en sus cuatro quintas partes. Por lo tanto, nuestro socialismo no será
peruano o será siquiera socialismo si no se solidariza principalmente con las reivindicaciones indígenas
(Mariátegui, citado en Walker 1986: 83).

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Para Mariátegui, el Perú era un país subdesarrollado, principalmente agrario, integrado por una
población cuya mayoría estaba ubicada en el interior rural andino y con un sector industrial y una
clase obrera pequeños y relativamente débiles. De este modo, en las páginas de Amauta
Mariátegui incluyó una amplia gama de temas indigenistas: el pasado incaico, la condición india y
su lucha actual. Según Flores-Galindo, “sin la expresión de los poetas y ensayistas indigenistas, y
sin los levantamientos campesinos del sur, el marxismo de Mariátegui habría carecido de una
característica esencial: su desafío al progreso, esto es su rechazo de una visión lineal y euro
céntrica de la historia”.

El último tema de la obra de Mariátegui -la preocupación que definía a la generación de 1919- era
el análisis acerca de la forma en que el Perú, un país geográficamente fragmentado, étnicamente
diverso y dividido en clases, podía consolidarse a sí mismo como nación. En este debate sobre la
“cuestión nacional”, desarrollado en la década de 1920, que puede seguirse sin dificultad en las
páginas de Amauta, participó pronto la derecha en la persona de Víctor Andrés Belaunde (1883-
1966), quien cuestionó varias de las afirmaciones hechas por Mariátegui en los Siete ensayos.

Nacido en Arequipa, en el seno de una familia de clase media a fines de la Guerra del Pacífico,
Belaunde estuvo sumamente influido por el ethos socialmente más fluido, democrático y
regionalista de la Ciudad Blanca, que contrastaba marcadamente con la oligarquía de la costa
norte o la sierra sur señorial. Asimismo, fue un católico devoto al haber quedado embebido con
las tradiciones católicas de su familia y su ciudad y su educación de bases religiosas. Luego de
graduarse en la Universidad de San Marcos en 1901, donde fue influido por el positivismo,
Belaunde tuvo una distinguida carrera en la enseñanza y la diplomacia. En 1914 fue aclamado por
una conferencia pública que diera en San Marcos, titulada “La crisis presente”. En esta
conferencia y en sus escritos exponía su idea de que la regeneración del país estaba en manos
de la clase media, criticaba la explotación de los indios y pedía su protección por parte del Estado.
Fue exiliado en 1921 por ser un abierto crítico de Leguía.

La réplica de Belaunde a Mariátegui apareció en La realidad nacional, publicada en 1930 como un


contrapunto cristiano a la exégesis marxista de los Siete ensayos. Belaunde coincidía con el
análisis de Mariátegui en una serie de puntos, tales como la influencia perniciosa de Lima y de la
oligarquía norteña en el desarrollo del país, la necesidad de una descentralización política y
económica, y la importancia de la religión en la vida peruana. Por otro lado, criticaba al autor de
los Siete ensayos el hecho de haber polarizado los legados hispano e indio del país, alabando lo
indígena sobre lo mestizo y reduciendo el problema del indio exclusivamente a la tierra y a su
solución vía la colectivización. Los problemas peruanos, sostenía, no se fundaban únicamente
sobre las clases, sino también sobre la cultura y lo racial, y las prácticas religiosas católicas entre
los nativos no eran únicamente superficiales, contraproducentes y superfluas, sino una fe
profundamente enraizada espiritualmente.

En cambio, Belaunde defendió enérgicamente a la Iglesia y su proyecto histórico de convertir y


proteger a los indios, así como al legado católico e hispano del país. AI mismo tiempo, desde su
perspectiva, la síntesis producida por la fusión de ambas razas conformaba la base a partir de la
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que unificar al Perú, en especial en términos psicológicos y espirituales. Es más, el problema
indígena podía resolverse a través de la educación, una reforma agraria limitada (la expropiación
de las haciendas improductivas) y, tal vez, la creación de cooperativas, que estaban más cerca de
las tradiciones comunales andinas. En líneas generales, el Perú necesitaba alcanzar una fusión
de lo mejor de la cultura y la política occidentales con su contraparte en las tradiciones católicas
medievales y corporativas. En suma, Belaunde proponía para el Perú una suerte de
socialdemocracia y corporativismo, no un colectivismo soviético o un capitalismo oligárquico.

Entretanto, Leguía proseguía con su versión de la construcción nacional centralizando el poder


del Estado; ampliando su alcance mediante un ambicioso programa de construcción vial; y
estimulando el flujo del comercio, el capital, la pericia y la cultura extranjeras, la norteamericana
en particular. Por ejemplo, entre 1924 y 1928 el Perú recibió más de $130 millones en préstamos,
diez veces más que en el lustro anterior.

Aunque ya antes el gobierno de Leguía había luchado para persuadir a los prestamistas
internacionales de que abrieran sus bolsillos al Perú, ahora los bancos de Nueva York, rebosantes
con el capital de los Dorados Años Veinte, comenzaron a competir furiosamente para colocar
préstamos en toda América Latina. Prestaron fondos para financiar la construcción de nuevos
ferrocarriles, obras de irrigación, sanidad y, más controvertidamente, para la cuestionable práctica
de cancelar la deuda interna (reemplazándola por otra externa) cuyo pago por sí solo requería
considerables cantidades de divisas extranjeras, creando así problemas para el futuro. Dos de los
bancos más grandes de los EEUU, J. y W. Seligman y el National City Bank, acicateados por las
evaluaciones favorables referentes a la estabilidad económica peruana y estimulados por el
Departamento de Estado, colaboraron en la colocación de $100 millones en préstamos al Perú
entre 1927 y 1928. Los bancos dejaron de lado toda prudencia e ignoraron las advertencias del
presidente del Banco de Reserva del Perú, entre otros, generando una autentica «danza de
millones».

Este torrente de préstamos extranjeros coincidió con el ingreso de importaciones extranjeras y el


incremento en el consumo de las emergentes y cada vez más prósperas clases medias urbanas,
las cuales asimismo adoptaron los valores y la cultura extranjera. En Lima, por ejemplo,
proliferaron los cafés exóticos, las carreras y apuestas de caballos y el deporte exclusivo del golf,
al igual que numerosos colegios secundarios bilingües como el anglo-peruano, donde los hijos de
los acomodados y los nuevos ricos aprendían el inglés y los valores estadounidenses o británicos.
EI resultado de esta orgía de consumo extranjero fue una reacción inevitablemente nacionalista, a
menudo anti-estadounidense, que ganaba fuerza a medida que transcurría la década.

Por último, los decididos esfuerzos de Leguía para resolver una serie de duraderas y sensibles
disputas fronterizas contribuyeron a una creciente crítica nacionalista de su régimen. Por ejemplo,
el Tratado Salomón-Lozano de 1922, que fijo el río Putumayo como la frontera norte con
Colombia, parecía favorecer a dicho país y fue extremadamente impopular en el Perú. Igualmente
contenciosa era la enconada disputa por la disposición final de las provincias de Tacna y Arica,
que Chile había tomado del Perú durante la Guerra del Pacífico. Cuando en 1925 se anunció un
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acuerdo entre ambas naciones para celebrar un plebiscito en las provincias disputadas que
decidiera su destino, la reacción nacionalista fue tal que se desató una huelga general, un motín
de los universitarios y el ataque de una turba a la embajada de los EE.UU., en protesta por la
mediación norteamericana en la disputa. Aunque el plebiscito jamás se llevó a cabo, una reunión
casual de diplomáticos de ambos países a bordo de una nave camino a una conferencia
interamericana, tuvo como resultado la reanudación de las negociaciones y un inesperado
acuerdo final. Según el Tratado de Lima de 1929, las provincias en disputa se dividieron entre los
dos países, Tacna para Perú y Arica para Chile, conjuntamente con $6 millones e instalaciones
portuarias para el Perú en la bahía de Arica. La solución de compromiso del régimen de Leguía
irritó nuevamente a los nacionalistas, entre ellos a Mariátegui, quien manifestó su indignación en
las páginas de Amauta

Mientras Mariátegui infundía a las páginas de su revista los progresistas temas nacionalistas,
indigenistas y marxistas de la época, también la usaba como un foro a partir del cual organizar a
la clase obrera. Tal vez por este motivo, o por haber publicado un número de Amauta dedicado al
tema del imperialismo, la revista fue cerrada y Mariátegui arrestado en junio de 1927 por las
autoridades, acusándosele fraudulentamente de conspirar en un supuesto complot para derrocar
al gobierno. Sin embargo, la protesta internacional de prominentes intelectuales logró su libertad
luego de seis meses, y a comienzos de 1928 se permitió reiniciar la publicación de Amauta.

Ese mismo año marcó una importante ruptura entre Mariátegui y Haya de la Torre, cada uno de
los cuales buscaba adaptar y moldear el marxismo a la realidad peruana en su propio estilo. Haya
había sido exiliado después de encabezar la lucha contra el intento de Leguía de consagrar el
Perú (y en consecuencia a su régimen) al Sagrado Corazón de Jesús en 1923. Luego de
detenerse brevemente en Panamá y Cuba, donde hizo fuertes declaraciones antileguiístas y anti
imperialistas, Haya llegó a México, donde vivió durante un tiempo gracias a un estipendio del
Ministerio de Educación, dirigido por el solidario José Vasconcelos.

AI año siguiente, Haya proclamó la formación de la Alianza Popular Revolucionaria Americana


(APRA), un movimiento continental de jóvenes dirigido contra la expansión del imperialismo
norteamericano. EI 7 de mayo de 1924, ante una asamblea de la Federación Nacional de
Estudiantes de Ciudad de México, el joven Haya, de veintinueve años de edad, desenrolló la
bandera roja del APRA, estampada con el mapa dorado de América Latina o Indoamérica, como
le gustaba llamarla. Esto último expresaba su fuerte sentir indigenista, moldeado por su infancia
cerca de las encantadas ruinas precolombinas de Chan-Chan, y un viaje al Cuzco en 1917 que le
abrió los ojos, y esto en un país en el cual el indigenismo, bajo la égida de Vasconcelos, se había
convertido en la política rectora oficial después de la revolución de 1910. AI anunciar la formación
del APRA en México, Haya también identificaba implícitamente a su incipiente movimiento con los
ideales de la revolución mexicana.

Dos años después de formar el APRA en México, Haya presentó el programa oficial del
movimiento en un artículo publicado en el Labour Monthly (1926), titulado «Que es el APRA?». En
él esbozó los posteriormente célebres cinco puntos del aprismo: la acción contra el imperialismo
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yanqui, la unidad política de América Latina, la nacionalización de tierras e industrias, la
internacionalización del canal de Panamá y la solidaridad con todos los pueblos y clases
oprimidas del mundo.

Entretanto, el joven peruano viajó a Inglaterra, en donde se dirigió a los alumnos de la Universidad
de Oxford y luego a la Unión Soviética, donde asistió al Congreso Mundial de la Juventud
Comunista, que se llevaba a cabo conjuntamente con el Quinto Congreso Mundial de la Tercera
Internacional. Sus viajes en este momento, al igual que durante todo su exilio, fueron respaldados
financieramente por una benefactora estadounidense llamada Ana Melina Graves, con quien trabó
amistad mientras trabajaba como profesor en el Colegio Anglo-Peruano de Lima. En Rusia, Haya
aprendió bastantes cosas que le serían útiles para desarrollar sus ideas y tácticas políticas.
Quedó impresionado por la imponente figura de León Trotski, no solo como intelectual sino como
hombre de acción, así como por el fervor con el cual la juventud rusa abrazaba al comunismo,
casi como una fe religiosa con fuertes resonancias místicas y morales. Haya posteriormente
intentaría uncir del mismo modo las energías religiosas de los peruanos, expresadas a través de
la Iglesia y en ciertas formas religiosas populares, a sus propios fines políticos y los de su Partido
Aprista.

AI final, aunque tomó prestados liberalmente algunos elementos del marxismo-leninismo, Haya
decidió permanecer independiente del comunismo internacional y controlar su propio movimiento
indoamericano. La ruptura con la Tercera Internacional llegó en 1927, en el Congreso
Antiimperialista de Bruselas. Allí rehusó firmar una declaración que condenaba todo imperialismo,
en base a su creencia de que este era la primera y no la última etapa del capitalismo. Según
Haya, esta inversión de la doctrina marxista-Ieninista era necesaria porque los países
subdesarrollados necesitaban adquirir las inversiones, capacidades y tecnologías que les
permitirían avanzar a la siguiente etapa del capitalismo, que entonces abriría el camino para la
gran transformación socialista. Semejante herejía ideológica resultó ser un anatema para Moscú y
provocó al año siguiente la ruptura con Mariátegui a causa de sus diferentes concepciones acerca
de cuál era la línea revolucionaria «correcta» para el Perú.

La ruptura se precipitó con el anuncio hecho por Haya camino a casa en enero de 1928, desde
México, de su candidatura a la presidencia del Perú como jefe de un nuevo partido llamado el
Partido Nacionalista Libertador, que supuestamente ya operaba en el Perú. Adoptando el viejo
slogan anarquista de «tierra y libertad», la nueva agrupación pedía la unión de todos los pueblos
trabajadores, esto es una alianza transclasista de trabajadores, campesinos, intelectuales y clases
medias. También asumió un programa radical y anti oligárquico que incluía la propiedad de la
tierra para quien la trabajara, la abolición de las leyes que favorecían al gamonalismo (el gobierno
por parte de jefes y oligarcas locales), el antiimperialismo y la independencia económica.

Al llegar a Lima las noticias sobre el nuevo partido, este fue rotundamente condenado por
Mariátegui, quien lo vio como una jugada oportunista de un puñado de intelectuales, sin ninguna
raíz o arraigo en las masas, para promover las ambiciones políticas de Haya. De hecho,
Mariátegui lo asemejaba a la vieja política criolla conspiradora, asociada con el antiguo régimen
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que él y la izquierda condenaban y esperaban eliminar. Pero las críticas de Mariátegui a las
tácticas de Haya no se detenían aquí, sino que pasaban a mostrar profundas discrepancias
ideológicas.

La concepción que Haya tenía del Perú se plasmó en una compilación titulada Por la
emancipación de América Latina: artículos, mensajes, discursos, 1923-1927, publicada en Buenos
Aires en 1927. Haya veía al Perú como un país esencialmente feudal, dominado por la clase
terrateniente de los gamonales y con una débil base industrial, de modo tal que ni una burguesía
nacional, ni tampoco el proletariado, se habían desarrollado lo suficiente. EI capitalismo no se
estaba desplegando internamente, sino que era más bien llevado al Perú por la expansión
mundial del imperialismo. En consecuencia, el problema fundamental del país era «nacional»
antes que de naturaleza clasista. Esto es, el imperialismo extranjero oprimía una amplia gama de
clases, en particular a las capas medias que justamente ahora comenzaban a redefinir la nación.
De este modo, la variable crucial en toda futura transformación revolucionaria era, para Haya, el
nacionalismo y no la lucha de clases, tal como el creía que había sido el caso en la Revolución
Mexicana y en la formación del Kuomintang de Chiang-Kai-Shek, en China.

Para Haya, el socialismo no era posible inmediatamente en el Perú. Más bien debía estimularse el
imperialismo, la primera etapa del capitalismo, que llevaba el capital y las inversiones necesarias,
pero su impacto opresivo y negativo podía suavizarse con lo que Haya llamaba el estado
antiimperialista. Un estado tal sería capaz de negociar los términos de la expansión capitalista en
el Perú, de modo que los factores productivos necesarios progresaran, pero no a expensas de las
clases populares. A partir de su experiencia en Trujillo, Haya vio que a diferencia de la clase
obrera en las industrias azucarera, minera y petrolera, que en general tenía los mejores salarios
de todo el Perú, las clases medias eran particularmente vulnerables a las distorsiones y al impacto
absorbente producido por las corporaciones extranjeras.

Junto a un sector estatal fuerte, Haya proponía la cooperativización de las agroindustrias, como el
azúcar, y un sector privado dirigido por una industria y un comercio nacionales. La base política
del estado antiimperialista de Haya sería un frente popular, o una alianza pluriclasista de
campesinos, trabajadores, intelectuales y la clase media. Haya pensaba que el liderazgo de dicha
alianza provendría de esta última, no solo porque era más numerosa y estaba mejor educada,
sino porque la clase obrera seguía siendo minúscula y era culturalmente retrograda.

Mariátegui, de otro lado, veía el Perú en una forma esencialmente distinta.

El creía que el capitalismo se había desarrollado lentamente en el Perú desde la era del guano. EI
imperialismo en su etapa monopólica no solamente contribuía a este avance, sino que además
era la causa fundamental de lo que él llamaba la condición semicolonial del Perú. La única forma
de derrotar el colonialismo y el imperialismo era, no mediante la construcción de algún estado
antiimperialista, como pensaba Haya, sino adoptando el socialismo.

Otra discrepancia resultaba aun más importante: Mariátegui rechazaba la idea de que la
transformación del Perú pudiese ser liderada por la pequeña burguesía, un papel que él creía que
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únicamente la clase obrera podía asumir. Según Meseguer, se basaba para ello en su experiencia
europea, donde pudo apreciar como la postura revolucionaria de la clase media degeneraba en la
base política del surgimiento del fascismo. En cuanto a los sectores medios expandidos en el
Perú durante el Oncenio, Mariátegui los percibía fundamentalmente como ávidos consumidores
del imperialismo, tanto material como culturalmente, a duras penas la base con la cual construir o
liderar un movimiento de liberación nacional. Por último, el creía que eran demasiado
heterogéneos como para desarrollar la solidaridad de clase necesaria para llevar a cabo una
revolución verdaderamente socialista. Únicamente la clase trabajadora, definida en forma amplia
como los obreros y campesinos, auténticamente enraizados en la cultura nacional y organizados
en su propio partido socialista podrían, según él, desarrollar la unidad y la conciencia requeridas
para llevar a cabo tan grandiosa transformación. En el Perú, los vagos contornos de semejante
vanguardia obrero-campesina se encontraban ya en el sector minero, cuyos salarios atraían a los
emigrantes campesinos para trabajar en las minas, y donde muchos de ellos eran eventualmente
proletarizados en una fuerza laboral permanente.

Haya y otros apristas que intentaban fijar una posición auténticamente nacionalista en la izquierda
peruana, atacaron las ideas de Mariátegui como excesivamente «teóricas» y «europeizadas». Sin
embargo, como señalan Burga y Flores-Galindo (1978: 192), el no era dogmático en absoluto en
su adopción del marxismo y el comunismo. Consideraba, más bien, que la tarea era casar el
marxismo con las condiciones históricas singulares de los Andes, integrando las ideas del
indigenismo y basándose en la experiencia colectivista implícita en el pasado incaico peruano (el
ayllu, por ejemplo), así como en la lucha por la jornada de las ocho horas y los levantamientos
campesinos e indígenas de Atusparia y Rumi Maqui. Esta fusión creativa de la experiencia andina
y el marxismo hizo que Mariátegui entrara en conflicto con la estricta ortodoxia comunista de la
Tercera Internacional.

La ruptura final entre Haya y Mariátegui llegó en 1928. La precipitó un editorial del número de
septiembre de Amauta, en el cual Mariátegui esbozó sus diferencias con Haya y aprovechó la
oportunidad para redefinir abiertamente los objetivos y fines de la revista como clasistas y como
un órgano socialista. Este desplazamiento coincidió con la fundación, en 1928, del nuevo Partido
Socialista del Perú, que se adhirió a la Tercera Internacional (habiéndose suavizado sus conflictos
previos con ella) y buscó solidificar sus vínculos con el movimiento obrero. Bajo la dirección de
Mariátegui, el nuevo partido inició la unificación de los trabajadores en un sindicato
auténticamente nacional, la Confederación General de Trabajadores del Perú. Sin embargo, el
creciente activismo de Mariátegui presionó aun más su precaria salud, que comenzó a
deteriorarse rápidamente a medida que la década de 1920 llegaba a su fin. Falleció el16 de abril
de 1930, a los treinta y cinco años de edad, al parecer por una infección con estafilococo mientras
se le trataba en el hospital.

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