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Un lugar desconocido
Desperté de un largo descanso.

¿Qué había pasado ese día? Todo pareció muy normal hasta que no recuerdo lo que
sucedió . Solo había visto oscuridad, mi mente rotá ndose en varios momentos que me
habían dejado muy insegura de mí misma. El baile, todo, ni siquiera sabía en dó nde estaba.

El abrigo que tenía puesto me daba calor; la nieve estaba cayendo mientras que yo estaba
en una carpa que me daba lo suficientemente bien, hasta que lo recuerdo: su voz no tan
definida; sus largos brazos que me cargaban fuertemente para llevarme a un lugar
desconocido. ¿Quién era? Es todo un misterio.

Salí, el frío se centró en mi cuerpo poniendo las manos en mi pecho. Mi vista observaba
una montañ a blanca, llena de nieve. La nieve caía lento pero no se miraba tan bien. Los
á rboles yacían hojas blancas y su rama igual, algo que me había llamado la atenció n, era
una camisa que estaba en un tronco. La sostuve, olfateando su olor que era perfecto.

—¿Qué haces oliendo mi camisa? —Esa voz conocida se adentró en mi oído. Di un


respingo, ahí estaba él, con un abrigo que le daba calor y con un gorro grueso.

—¿Tú me has traído hasta aquí? —le pregunté, desviando la pregunta que me había hecho
hacía un momento.

—Te he hecho una pregunta —murmuró .

—Y yo a ti también —mascullé de mala gana, de perfil hacia él.

—No tengo porque darte respuestas. —Sus ojos verdes brillaban, las pecas debajo de sus
ojos le daban el toque de cualquier chico apuesto, fue lo má s que me llamó la atenció n.

Ignoré su respuesta, entonces desvié el tema.

—Pero algo me dice que tú eres de acá —murmuré, con el semblante frío.

—Vivo acá —me corrigió .


¿Enserio? ¿Vive aquí? ¿Quién querría vivir en este pantano tan asqueroso? É l.

—¿Dó nde estamos? —no pude evitar preguntar, él se miraba de mala espina y eso me
preocupó .

—No te preocupes, está s a salvo —murmuró tranquilamente.

Fruncí el ceñ o, sentí que lo decía por sarcasmo, pero su rostro mostraba seriedad, así que
intervine.

—¿Có mo que a salvo? —confundida mascullé—. Estoy hablando con un desconocido y no


tengo idea de quién es ni en donde estoy.

—Me llamo Evan, ya no soy un desconocido para ti. —Me ofreció su mano de signo de
saludo, pero no se la acepté.

É l alejó su mano de mí y sacó su gorro de su cabello desordenado algo que me había


sorprendido. Su cabello era rubio con un tono de color amarillo oscuro. Observé sus ojos
verdes que me veían con suficiencia.

—Vamos a visitar la gran montañ a —él me indicó , con una severa frialdad en su voz.

—¿A la gran montañ a? ¿Con un chico desconocido? No, gracias —puse los ojos en blanco
porque él se creería que lo acompañ aré al má s allá .

Silencio.

El silencio reinó entre nosotros y Evan no había respondido a mi pregunta, así que me
agarró mi mano y me llevó a la fuerza.

—¡Ey! ¿Qué haces? ¡Suéltame! —intenté liberar mi agarre, pero era imposible.

—Tenemos que ir o nos matará n. —É l no me había soltado mi muñ eca que sentía el leve
dolor.

—¿Quién nos matará ? —pregunto, jadeando con el dolor estremeciéndose en mi mano—.


¡Suéltame! —chillé como niñ a pequeñ a—, está bien, iré, pero suéltame.
Finalmente soltó mi muñ eca; la empecé a agarrar con mi otra mano para sobar la parte
que me dolía.

—La pró xima vez que me hagas esto las pagará s —le advertí de mala gana.

—¿Quién te manda a desobedecer? —protestó con incredulidad.

—Es que no tienes derecho a llevarme a la fuerza —me quejé.

Estuvimos caminando hacia abajo por donde estaba nuestra carpa, lo seguí a él para no
estar perdida en el camino. No habíamos hablado casi nada y lo agradecí porque estuve
demasiado incó moda.

La nieve dejó de caer. Sentí calor por mi abrigo y me lo quité porque estaba muy caliente.
Agradecí de que no estaba tan frío o sino estaría muerta de hipotermia.

Sentí un olor desagradable, observé una docena de moscas alrededor de algo, no dudamos
en ir porque el olor era insoportable. Nos acercamos, poniendo mi mano en mi nariz para
no sentir el olfato fá cilmente.

Estaba alrededor de unos arbustos nevosos que había dejado la nieve hacía un momento.
La nieve cayó al piso cuando abrimos los arbustos y ahí estaba algo que me dejó pasmada:
un cuerpo de una persona.

—Mierda —maldecí paralizada.

Sangre salía de su pecho, un cuchillo sangriento y afilado sumergía la sangre de ahí. No


dudé en acercarme, y era un chico como de treinta añ os má s o menos que tenía sus ojos
abiertos. ¿Qué ha pasado? ¿Qué es todo esto? Saqué mi teléfono del bolsillo, porque la
desesperació n había fluido en mis venas.

—¿Qué haces? —preguntó Evan al lado mío.

—Llamando a la policía, esto es extrañ o —mascullé, marcando al 911.

É l quitó mi teléfono de mis manos y me quejé ante lo sucedido.

—No lo llames —me sugirió un poco preocupado.


—Pero, ¿qué dices? ¿Vamos a dejarlo como si no fuera algo importante para reportar? —
pregunté pasmada.

—Los policías nos interrogará n y nos meterá n en prisió n, aunque no hemos sido los
culpables —me comentó , seguro de lo que estaba hablando.

—¿Por qué?

—Porque los policías son unos idiotas.

Eso sí, ellos ni siquiera eran dignos de hacer una dicha investigació n cuando alguien
muere asesinado. Evan desenterró el cuchillo que habitaba el pecho del chico muerto e
hice una mueca de miedo que hasta cerré los ojos con cautela.

Cuando él se acercó con el cuchillo, empezó a quemarlo en una fogata que estaba cerca de
nosotros. Sé que era una estupidez, pero Evan no me hizo caso.

—Esto no funcionará —aseguré, insegura de mí misma.

—¿Piensas que es la primera vez que lo he hecho? Pues no. —É l me mostró una cara de
incredulidad y yo me alejé del fuego porque empezaba a sumergirse chispas.

Evan no se alejó y no pude evitar advertirle.

—¿Pero qué coñ o haces?

—Es satisfactorio ver como los cuchillos se queman.

—Está s enfermo —le dije con sarcasmo.

É l no respondió , era como si le diera igual todo lo que había dicho. Pero al fin y al cabo era
su propia vida y no me quisiera entrometer ni en broma, él era lo suficientemente loco
como para protegerme de cualquier circunstancia, así que pongo los ojos en blanco.

—¿Te da igual si te quemas? —pregunté de brazos cruzados.

El fuego se hacía má s elevado y la sangre apestaba con las llamas, hice una mueca de asco
porque nunca había visto algo así.
—Siempre me he quemado y no es algo que me sorprende —me comentó con una sonrisa
torcida.

É l subió las mangas de su sudadera negra, mostrá ndome las quemaduras de sus venas y
sus brazos, me quedé un poco pasmada porque las cicatrices se notaban mucho; Evan ni
siquiera protestaba de dolor, pero yo, si lo sentía de verdad con solo verlo.

—Sí eres loco —aclaré la garganta.

É l se dio la vuelta para volver al fuego, que había disminuido. Me acerqué y el cuchillo
estaba hecho pedazos, menos la punta que estaba separado con su otra parte.

—Dijiste que no iba a funcionar —me recordó , con una sonrisa que enmarcó sus labios.

—Y sí, funciono —suspiré sorprendida.

Evan se acercó a mí y nos fuimos de allí, pero antes, escondimos el cuerpo.

—Mierda, huele muy apestoso —hice demasiadas muecas en mi rostro.

Llevamos arrastrado el cuerpo que habíamos encontrado hacía un momento. Se notaba que
estaba desde hacía bastante tiempo porque estaba descompuesto, algo que me había dado
muchas probabilidades de no mentir.

Mi maestra de biología nos había dejado un trabajo sobre investigar sobre los días que han
pasado los muertos y, lo que pasó ese día —que me llevaron a un lugar desconocido—,
incluso me dio suerte porque yo no tenía ni idea sobre esa mierda, ni me interesaba en
absoluto.

Llevamos el cuerpo a un lugar que parecía basura alrededor de un callejón. Estaba repleto,
todo el callejón estaba lleno de bolsas negras con muchas cosas asquerosas dentro; había
una bolsa rota y me dio asco porque había comida tirada.

Evan tiró el cuerpo hacia la basura y lo metió en una bolsa que tenía él en su bolsillo.

—¿Desde cuando tenías eso escondido y no me dijiste? —pregunté confusa.


—Desde siempre —me confesó—. Siempre he encontrado cuerpos en los pantanos y tengo
muchas bolsas de repuesto.

Joder.

—Ósea que, ¿nunca te has asustado por un cuerpo que hayas encontrado en cualquier lugar?

—No. No es nada comparado a lo que yo he vivido.

—¿Y qué has vivido? —pregunté curiosa.

—Vámonos —desvió el tema y yo no volví a preguntar sobre eso.

—Ellie —él dijo mi nombre volviendo a la realidad.

—Lo siento, estaba en otro mundo —le dije, caminando sobre la nieve.

—Se nota. Eres muy distraída —opinó , pero no me ofendí fá cilmente.

—He vivido de todo un poco hoy —murmuré. La nieve comenzó a caer nuevamente, pero
no era lento ni rá pido, era una nevada normal.

—Yo siempre he vivido de todo un poco —confesó de una forma breve.

No respondí, seguimos caminando. No sabía dó nde íbamos a ir, Evan no me dio detalles en
absoluto, entonces él me dirigirá el camino.

Las hojas enlazaban el suelo, mis pies quebraba su color café del otoñ o que se acaba de
culminar del día de ayer, —el día de la tragedia—, no he sabido nada de mi madre desde
que vine; la señ al de internet no ha estado funcionando. Necesitaba hablar, ni sé en que
lugar estamos y siento que no estoy a salvo.

Saqué mi teléfono del bolsillo, observé las barras de señ al y tenía tres rayitas así que
marqué el nú mero de mi madre.

El tono de llamaba se adentraba en mi oído, ejerciendo mis pies contra el piso que
quebraba las hojas de los á rboles y esperando a que me respondiera.
—Hija, ¿dó nde está s? —Mi madre respondió al tercer tono. Ella se escuchaba preocupada
y devastada; no ha sabido nada de mí desde la noche anterior y he tratado de hablar con
ella lo antes posible.

—Estoy en un lugar desconocido que no sé dó nde es —murmuré, de forma angustiadora.

—Dime que está s bien. —Su voz sonaba quebrantada, por lo cual yo le respondí lo má s
comú n.

—Sí, madre.

—¿Está s segura? —preguntó agobiada.

Dudé un segundo en responder, pero no quería preocupar a mi madre, ni siquiera le


quiero mencionar lo del cuerpo que encontramos hacía unos minutos, así que pasó un
largo rato cuando ella me preguntó lo anterior.

—Sí, te he dicho que sí. Estoy bien y a salvo, pero… ¿qué ha pasado? —pregunté incrédula.

—Un asesino peligroso se metió al instituto. Quería matarte, hija, por eso quise que
estuvieras a salvo —Mi madre siempre había exagerado con ese tipo de cosas, pero no le
siento tanta mentira a su comentario—. Así que tienes que protegerte, hija.

Sus palabras me confundieron, pero era lo correcto.

La señ al había cortado la llamada y colgué. No podía creer lo que había pasado la noche
anterior, sino me hubieran salvado, estuviera en los arbustos apestando a pescado muerto.

El silencio procuró entre nosotros, mostrando incomodidad absoluta. Caminamos hasta


llegar a un lugar que no se me hacía reconocido. Era como un edificio alto, y muy moderno.
En una parte se mostraba una decoració n de ballet.

Pensaba que iríamos ahí, pero él desvió el camino y nos fuimos derecho hasta debajo de
ese edificio.

Ya caminando hacia abajo, nos sentamos en una roca gigante y escuchamos una catarata
adentrá ndose en nuestro oído.
Fuimos, lo que vimos fue una corriente de agua cristalina. El agua estaba cayendo al lago y
Evan se sacó la camisa y me fijé en sus mú sculos. ¡Por Dios! —enfó cate, Ellie— bueno, mis
ojos observaron sus tatuajes. Había un á guila en su brazo izquierdo y un leó n pequeñ o en
su muslo. Tenía má s, pero no podía verlos porque corría hasta dar un salto al lago. El agua
cayó por mi lado e hice una mueca de frío ya que el agua estaba muy fría.

É l salió hacia la superficie y su cabello estaba demasiado mojado.

—¡Ellie, ven! —Oí su voz llamá ndome, dando signos de irme hacia donde él.

—Ni loca —exclamé incrédula.

—Vamos, no seas aburrida —me animó pero no tenía las ansias para ir.

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