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Mi madre pasa su brazo por encima de mi hombro para abrazarme de lado,

ambas estamos sentadas en el sofá. Estamos en la casa de su amiga más


cercana, Helena, quien tiene una familia numerosa. Siempre pasamos la
víspera de Año Nuevo aquí. Supongo que a mi madre nunca le ha gustado la
idea de que lo pasemos solas y a mí tampoco.
Mi madre acaricia mi brazo, descansando su mentón sobre mi cabeza.
—Otro año, nena.
—Otro año más, mami.
Helena aparece frente a nosotros, con su nieto de tres años en los brazos.
—Vamos, de pie, es hora del conteo.
Hay alrededor de quince personas en esta pequeña sala, la presentadora en
la pantalla del televisor comienza a contar hacia atrás.
10
La risa de Dani...
9
Las locuras de Carlos...
8
Los argumentos nerd de Yoshi...
7
La inocencia de Apolo...
6
La bofetada de mi madre...
5
Las palabras hirientes de Ares...
4
Las palabras dulces de Ares...
3
Su hermosa sonrisa al despertar...
2
El profundo azul de sus ojos...
1
Te amo, bruja.
—¡Feliz Año Nuevo!
Todo el mundo grita, se abrazan, celebran, y no puedo evitar sonreír,
aunque gruesas lágrimas estén bajando por mis mejillas. El inestable me ha
pegado sus hábitos.
Lo extraño mucho. Después de Halloween, nos hemos visto casi todos los
días, pero hace dos semanas me dijo que su familia siempre pasaba Navidad
y Año Nuevo en una exótica playa en Grecia, porque al parecer tienen familia
allá, y no pude evitar molestarlo con lo de los dioses griegos yendo a Grecia.
Ares me preguntó una y otra vez que si quería que se quedara. ¿Cómo podía
permitirme quitarle ese tiempo con su familia? No soy tan egoísta.
Mi madre me abraza, devolviéndome a la realidad.
—¡Feliz Año Nuevo, hermosa! Te quiero mucho.
Yo le devuelvo el abrazo. Nuestra relación aún está un poco quebrantada,
pero estamos trabajando en eso. Claro, aún no le he dicho que Ares y yo
estábamos saliendo, un paso a la vez. Ares me llamó hace horas para
desearme feliz año, la diferencia horaria afectando.
Después de unos cuantos abrazos, me quedo sentada en el mueble. No
tengo nada que hacer... La realidad de eso me toma por sorpresa. Después de
recibir el año, Joshua siempre venía por mí y salíamos a desear feliz año por
todas las calles, con todo el mundo despierto y celebrando.
Me duele...
No puedo negarlo, Joshua siempre ha estado a mi lado, y este último mes
ha sido difícil sin él, porque tenemos tantas costumbres juntos. Solíamos salir
a jugar con la nieve en la primera nevada del año, recibir a los niños con
disfraces de miedo en Halloween, hacer maratones de nuestras series
favoritas, comprar libros diferentes para cuando termináramos de leerlos
intercambiarlos, teníamos noches de juegos de mesa, historias de terror y
fogatas al lado de mi casa, incluso una vez incendiamos el patio y mamá casi
nos mata. Sonrío ante el recuerdo.
¿Qué estoy haciendo?
Tal vez no pueda confiar en él tan fácilmente, pero sí puedo perdonarlo; no
hay lugar para el rencor en mi corazón.
Sin pensarlo mucho, agarro mi abrigo y sigo a mi corazón. Salgo corriendo
de la casa de Helena, el frío del recién llegado invierno me golpea, pero corro
por la acera, saludando y deseando feliz año a todos los que me encuentro en
el camino. Las luces de navidad decoran la calle, los árboles de los jardines
frente a las casas, hay niños jugando con sus estrellitas de navidad, otros
haciendo bolas de nieve para lanzarlas. La vista es hermosa, y me doy cuenta
de que a veces estamos tan enfocados en nuestros problemas que no vemos la
belleza de las simples cosas.
Abrazándome, comienzo a caminar más rápido, no puedo correr por la
nieve, no quiero resbalar y quebrarme algo, eso sí sería patético. Mi pie se
entierra en una pila de nieve y lo sacudo para seguir, pero cuando levanto la
mirada me congelo.
Joshua.
Con su abrigo negro largo, un gorro negro y sus lentes ligeramente
empañados por el frío. No digo nada y solo corro hacia él, olvidando la nieve,
los problemas, las cicatrices emocionales, solo quiero abrazarlo.
Y lo hago, pasando mis manos alrededor de su cuello, y apretándolo contra
mí. Siento el olor de esa colonia suave que él siempre usa, y me llena y me
tranquiliza.
—Feliz Año Nuevo, idiota —gruño contra su cuello.
Él se ríe.
—Feliz Año Nuevo, Rochi.
—Te extraño tanto —murmuro.
Él me aprieta contra su pecho.
—Yo también te extraño, no tienes ni idea.
No.
Eso no fue lo que pasó.
Sin importar cuánto deseara que eso hubiera pasado, no cambiaría la
realidad.
La realidad soy yo corriendo a través de la nieve con lágrimas en mis
mejillas, sin abrigo, y apretando tanto mi celular en mi mano que podría
quebrarse. Mis pulmones arden por el frío aire, pero no me importa. Mi
madre corre detrás de mí, gritándome que me calme, que pare, que me ponga
el abrigo, pero no me importa.
No puedo respirar.
Aún recuerdo lo rápido que se desvaneció mi sonrisa cuando recibí la
llamada, la madre de Joshua sonaba inconsolable.
—Joshua... intentó... suicidarse.
No sabían si iba a sobrevivir, su pulso estaba muy débil.
No, no, no.
Joshua, no.
Todo comienza a pasar frente a mis ojos. ¿Qué hice mal? ¿En qué fallé?
¿Por qué, Joshua? La culpabilidad fue el primer sentimiento en llenar mi
corazón. Nunca, nunca se me había cruzado por la mente que él pudiera hacer
algo así. Él no se veía deprimido, él no... Yo...
Llegando a su casa, la ambulancia me pasó por un lado a toda velocidad, y
caigo de rodillas sobre la nieve. Los vecinos de Joshua se acercan y ponen un
abrigo sobre mí. Yo me agarro el pecho, respirando agitadamente.
Mi madre me abraza desde atrás.
—Ya, mi niña, ya, él va a estar bien.
—Mami, yo... Es mi culpa... Yo le dejé de hablar... Él... —No puedo
respirar, no puedo dejar de llorar.
El camino al hospital en un taxi fue silencioso, solo mis sollozos resonando
por todo el lugar. Con la cabeza sobre el regazo de mi madre, rezo, ruego
porque él sobreviva; esto no se supone que debe haber pasado, esto es una
pesadilla. Mi mejor amigo no puede haber hecho eso, mi Yoshi...
Al llegar a emergencias, corro hacia donde están los padres de Yoshi,
parecen destrozados, sus ojos hinchados, el dolor claro en sus rostros. Apenas
me ven, rompen a llorar, yo me uno a ellos, abrazándolos.
Limpiando mis lágrimas, me separo.
—¿Qué pasó?
Su madre menea la cabeza.
—Después de recibir el Año Nuevo, él se fue a su habitación, al rato lo
llamamos muchas veces, pensé que se había dormido y fui a ver. —Su voz se
rompe, el dolor claro en su rostro—. Se tomó tantas pastillas, estaba tan
pálido. Mi bebé... —Su esposo la abraza de lado—. Mi bebé se veía muerto.
La agonía, el dolor reflejado en sus rostros es tan difícil de ver, puedo
sentir la desesperación, la culpa ahí, colgando. ¿En qué fallamos? ¿Qué no
vimos? Tal vez en todo, o tal vez en nada. Joshua tal vez nos dio señales o no
nos dio nada, igual esta sensación de culpa, de fallarle nos carcome.
Suicidio...
Una palabra casi tabú, que nadie menciona, de la que a nadie le gusta
hablar, no es agradable ni mucho menos cómodo, pero la realidad es que sí
pasa, sí hay personas que deciden terminar con su vida. Particularmente,
nunca ha cruzado mi mente, siempre pensé que eso le pasaba a otras
personas, que nunca le pasaría a alguien cercano a mí.
Nunca me esperé que Joshua hiciera algo así.
Por favor, Joshua, no te mueras. Suplico, cerrando mis ojos, sentándome
en la sala de espera. Yo estoy aquí, nunca me iré, te lo prometo, por favor, no
te vayas, Yoshi.
Pasan minutos, horas, pierdo la noción del tiempo. El doctor sale, con una
cara que hace que mi corazón se apriete en mi pecho.
Por favor...
El doctor suspira.
—El chico tuvo mucha suerte, le hicimos un lavado estomacal, está muy
débil pero estable.
Estable...
El alivio invade mi cuerpo, me siento emocionalmente devastada, y si no
es por mi madre que me sostiene, habría caído al suelo de nuevo. El doctor
habla sobre remitirlo a psiquiatría y un montón de cosas, pero yo solo quiero
verlo, asegurarme de que está bien, de que no se va a ir a ningún lado, de
hablarle, de convencerlo de que nunca vuelva a hacer algo así, de pedirle
perdón por haberlo apartado, por no haber intentado arreglar las cosas entre
nosotros.
Tal vez si yo hubiera estado..., él no lo habría hecho...
Tal vez.
El doctor nos dice que Joshua estará inconsciente por el resto de la noche,
que podemos ir a descansar y volver en la mañana, pero ninguno de nosotros
se mueve de ahí. Mi madre nos consigue una habitación libre para descansar,
ya que este es su hospital y todo el mundo la conoce y la respeta, es una de
las enfermeras más antiguas del lugar.
Mi madre acaricia mi pelo mientras descanso mi cabeza sobre su regazo.
—Te dije que él estaría bien, nena. Todo va a estar bien.
—Me siento tan culpable.
—No fue tu culpa, Raquel. Culparte no va a servir de nada, ahora solo
tienes que estar ahí para él, ayudarlo a salir adelante.
—Si yo no lo hubiera apartado, tal vez...
Mi madre me interrumpe.
—Raquel, los pacientes con depresión clínica no siempre muestran lo que
sienten, se les puede ver felices aunque no estén bien. Es muy difícil
ayudarlos si no piden ayuda, y para ellos a veces pedir ayuda no tiene sentido
porque la vida ha perdido sentido.
No digo nada, solo me quedo mirando a lo lejos una ventana, veo copos de
nieve cayendo de nuevo. Mi madre acaricia mi mejilla.
—Duerme un poco, descansa, ha sido una noche difícil.
Mis ojos arden de tanto llorar, los cierro para intentar dormir un poco,
olvidar, perdonarme.
—¡Te vas a caer! —Un pequeño Joshua me grita desde abajo. Estoy en un
árbol, escalándolo.
Le saco la lengua.
—Solo estás molesto porque no puedes atraparme.
Joshua cruza los brazos.
—Claro que no; además, dijimos que los árboles no valían, tramposa.
—¿Tramposa? —Le lanzo una rama.
Él la esquiva.
—¡Oye! —Me da una mirada asesina—. Bien, tregua, baja y seguimos el
juego luego.
Con cuidado, bajo el árbol, pero, cuando estoy frente a él, Joshua me toca
y sale corriendo.
—¡Uuuuu! Te toca a ti atraparme.
—¡Ey! Eso es trampa.
Él me ignora y sigue corriendo, y no me queda más que perseguirlo.
Un apretón de hombros me despierta, rompiendo ese sueño tan agradable,
lleno de juegos e inocencia. Mi madre me sonríe con un café en su mano.
—Caramel Macchiato.
Mi favorito.
Me recuerda a Ares y esa noche, nuestra primera cita en el hospital. No me
he atrevido a llamarlo, a decirle nada, porque sé que vendrá corriendo y no
quiero arruinarle su Año Nuevo. Sé que eso es lo de menos en estos
momentos, pero no quiero involucrar a nadie más en esta dolorosa situación.
—Él ya despertó, sus padres acaban de salir de verlo. ¿Quieres entrar?
Mi corazón se aprieta, mi pecho arde.
—Sí.
Tú puedes hacerlo, Raquel.
Mi mano tiembla sobre la manilla de la puerta, pero la giro, abriendo la
puerta y entrando. Mis ojos en el suelo mientras la cierro detrás de mí.
Cuando levanto la mirada, me cubro la boca para ahogar los sollozos que
salen de mi cuerpo.
Joshua está acostado sobre sábanas blancas, una intravenosa conectada a su
brazo derecho, luce tan pálido y frágil que parece que pudiera romperse en
cualquier momento. Sus ojos de miel encuentran los míos y se llenan de
lágrimas de inmediato.
Con grandes pasos, me acerco a él y lo abrazo.
—¡Idiota! Te quiero mucho mucho. —Entierro mi cara en su cuello—. Lo
siento mucho, perdóname, por favor.
Cuando nos separamos, Joshua aparta la mirada, limpiándose las lágrimas.
—No tengo nada que perdonarte.
—Joshua, yo...
—No quiero tu lástima. —Sus palabras me sorprenden—. No quiero que te
sientas obligada a estar a mi lado solo porque pasó esto.
—¿De qué es...?
—Fue mi decisión, no tiene nada que ver contigo o nadie más.
Doy un paso atrás, observándolo, pero él no me mira.
—No, no vas a hacer esto.
—¿Hacer qué?
—Alejarme de ti —declaro—. No estoy aquí por obligación, estoy aquí
porque te quiero muchísimo, y sí, lamento no haberte hablado antes para
tratar de arreglar las cosas, pero antes de que pasara esto ya había decidido
buscarte, lo juro.
—No te estoy reclamando nada.
—Pero yo quiero explicarte, quiero que sepas lo mucho que te he
extrañado, lo mucho que me importas.
—¿Para que así no vuelva a intentar suicidarme?
¿De dónde había salido esa amargura en su voz? ¿Ese descaro y desinterés
por la vida? ¿Siempre había estado ahí?
Recordé las palabras de mi madre: la vida pierde sentido para las personas
con depresión clínica, nada importa. A él ya nada le importa.
Me acerco a él.
—Yoshi. —Noto cómo se tensa ante la mención de su sobrenombre—.
Mírame.
Él sacude la cabeza, y yo tomo su rostro entre mis manos.
—¡Mírame! —Sus ojos encuentran los míos y las emociones que veo en
ellos me parten el corazón: desesperación, dolor, soledad, tristeza, miedo,
mucho miedo...
Las lágrimas vuelven a mis ojos.
—Sé que ahora todo parece sin sentido, pero no estás solo, hay mucha
gente que te quiere y que estamos aquí para respirar por ti cuando lo
necesites. —Las lágrimas ruedan por mis mejillas cayendo desde mi mentón
—. Por favor, déjanos ayudarte, te prometo que esto pasará y que volverás a
disfrutar la vida como ese niño tramposo con el que jugaba cuando era
pequeña.
El labio inferior de Joshua tiembla, hay lágrimas escapando de sus ojos.
—Tenía tanto miedo, Raquel.
Él me abraza, enterrando su cara en mi pecho mientras llora como un niño,
y yo solo puedo llorar con él.
Él va a estar bien, no tengo ni idea de cómo hacer que vuelva a enamorarse
de la vida, pero respiraré por él tantas veces como sea necesario

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