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El documento describe el nacimiento de Amaya Nerea a través de un parto en casa. La madre realizó un intenso trabajo de introspección y sanación emocional durante el embarazo para prepararse para el parto. Después de varios días de contracciones, la madre experimentó dolores intensos pero logró relajarse con acupuntura. Más tarde, las parteras detectaron que la dilatación estaba casi completa y la cabeza del bebé estaba visible. Aunque el parto fue largo y doloroso, finalmente la madre dio a luz a su hija
El documento describe el nacimiento de Amaya Nerea a través de un parto en casa. La madre realizó un intenso trabajo de introspección y sanación emocional durante el embarazo para prepararse para el parto. Después de varios días de contracciones, la madre experimentó dolores intensos pero logró relajarse con acupuntura. Más tarde, las parteras detectaron que la dilatación estaba casi completa y la cabeza del bebé estaba visible. Aunque el parto fue largo y doloroso, finalmente la madre dio a luz a su hija
El documento describe el nacimiento de Amaya Nerea a través de un parto en casa. La madre realizó un intenso trabajo de introspección y sanación emocional durante el embarazo para prepararse para el parto. Después de varios días de contracciones, la madre experimentó dolores intensos pero logró relajarse con acupuntura. Más tarde, las parteras detectaron que la dilatación estaba casi completa y la cabeza del bebé estaba visible. Aunque el parto fue largo y doloroso, finalmente la madre dio a luz a su hija
semejante experiencia, pero voy a hacer el intento.
Desde el momento en que me entere que estaba
embarazada y que tenia la increíble misión de traer un nuevo ser al mundo, supe que quería dar lo mejor de mí para que su gestación y nacimiento sean lo mas armoniosos y amorosos posible. Con Lu decidimos en seguida que queríamos tener un parto en casa, y como nerds que somos nos leímos todo al respecto, fui a todos los encuentros de embarazadas, yoga, pile, preparto, etc. A la hora de elegir a las parteras que nos iban a acompañar, nos decidimos por María ya que ella nos ofrecía además del acompañamiento, un proceso de sanación interna, para poder ser la mejor versión de nosotros mismos para nuestra hija. Fueron intensos meses de introspección y autoanálisis para poder desarmar muchas de nuestras estructuras, las mascaras y personalidades que fuimos construyendo a lo largo de nuestras vidas, esas “personalidades” que a veces lo único que hacen es alejarnos de nuestro verdadero ser, cumpliendo la función de escudos protectores de los miedos, heridas internas, que hoy se abren para dejarse sanar. También hicimos un recorrido por nuestros linajes materno y paterno, para cortar con cualquier patrón o condicionamiento que nos este influenciando. Muchas veces fue incomodo, difícil y agotador el trabajo de revisarnos constantemente, principalmente porque ambos somos muy autocríticos, pero era muy gratificante saber que el fruto de este crecimiento no solo nos ayudaría a nosotros mismos, sino a la crianza de nuestra hija y la familia que estamos formando. A medida que se acercaba el parto me preguntaba a mi misma si le tenía miedo al dolor, y la verdad es que me costaba imaginarme cuan doloroso podría ser, ya que nunca había experimentado un dolor insoportable como para tener alguna referencia. Simplemente sabía que iba a doler, pero estaba dispuesta a entregarme a eso con tal de vivir la experiencia de dar a luz. En algún libro leí que el dolor que experimentan las mujeres al parir, es el dolor interno que escondemos dentro, y con todo el trabajo que estábamos haciendo, me sentía preparada para enfrentarme a todas mis sombras. A partir de la semana 38 empezó la cuenta regresiva, ya me sentía lista, y teníamos todo preparado. Nos dispusimos a esperar juntos en casa, disfrutar de los días sin tiempo, estando lo mas tranquilos y relajados posibles porque sentíamos que cualquier día podía empezar el trabajo de parto. Estábamos tan enamorados de la vida que hacíamos el amor casi todos los días, en parte para ayudar a inducir el parto con oxcitocina natural y en otra gran parte por el profundo amor que sentíamos a la vida y a nosotros mismos. Así pasaron los días, semanas, y se nos empezó a hacer largo. Pasamos la semana 40 con la fecha que nos habían dado y pensábamos, bueno ya es, en estos días... Pero no, pasó otra semana más y ya en la 41 yo no podía mas de las ganas de tenerla afuera, cada vez se me hacía mas irreal parir, como si no fuera a pasar más. Además de la presión que sentía del afuera, con cada uno de los mensajitos que llegaban diariamente preguntando cuando iba a nacer, pregunta de la que ni yo sabía respuesta. Sé que venían con todo el amor y las mismas ganas de que suceda que yo, pero las personas que no lo están viviendo no se imaginan el momento intimo que es, así que empecé a poner algunos limites o a veces a ni responder. Con la Partera y la Doula empezamos a revisar si había algo que estuviera trabando, algo que no hubiera soltado y empezaron a salir varias cosas esos días. Como cortar con mis lazos de dependencia emocional hacia mis padres, poder des- identificarme como hija para poder ser madre. Analizamos mucho mi concepto de la sexualidad, ya que un parto es el acto que culmina el proceso sexual (concepción/gestación/nacimiento) y para poder entregarme a este tenía que poder aceptar mi sexualidad por completo, sin pudor ni vergüenza. Así que decidí ponerme a escribir y recorrí toda mi experiencia sexual desde la niñez, adolescencia y adultez para asegurarme de ver cada recuerdo como parte de mí. Aquellos que me avergonzaban poder sacarlos a la luz, aceptarlos por lo que son y saber que me llevaron a lo que hoy soy como mujer. Lo compartí con Lu y me liberó muchísimo. Después de ese día empecé a tener contracciones mas seguidas, sabía que el momento se acercaba y empecé a mentalizarme. Pero ese fue el error, la “mente”, cuando idealizamos algo tanto es como si nos metiéramos en una jaula, donde las posibilidades son solo las que imaginamos. Las contracciones paraban y volvía a sentir que algo estaba haciendo mal y que era mi responsabilidad que el trabajo de parto empezara, empecé a tener miedo de llegar a la semana 42 y que me tuvieran que inducir el parto. No quería saber nada con el hospital, ni mucho menos pensar en una cesárea. Pero nos dimos cuenta que justamente ese miedo, ese ideal, era lo que no dejaba fluir, hasta que no aceptara que Amaya iba a nacer como fuera, más allá de lo que yo había planeado, me estaba autolimitando. Cuando me di cuenta de eso, pensé en lo egoísta que estaba siendo, porque creía que quería parir en casa por ella, para que su experiencia de nacer fuera maravillosa, pero también una gran parte lo anhelaba para satisfacer mi ego, mi ideal. A partir de ese momento decidí que no importaba, que iba a hacer lo posible por traer a esta niña al mundo, incluso coordiné con una acupunturista para trabajar unos puntos con agujas para inducir el parto. Ya tenia turno para el sábado a la mañana, pero ese viernes empezaron las contracciones un poco más seguidas e intensas. Esa noche dormí muy poco, las contracciones me despertaban, y tenía un dolor fuerte en los riñones en la zona baja de la espalda que no me dejaba relajarme. A la mañana le escribí a la acupunturista para cancelar el turno, ya que al haber empezado el trabajo de parto no sentía necesario ir. Lu fue igual a su turno porque le dolía mucho la espalda y era necesario que el también este relajado, quizá estaba somatizando mis propios dolores por necesidad de ayudarme. Durante el día traté de descansar lo más que pude, relajarme, vocalizar con cada contracción, pasaba de la pelota a la hamaca, y de cuclillas a cuatro patas. A todo esto estábamos en contacto con las parteras y ellas estaban listas para venir en cuanto les digamos, yo no quería hacerlas venir en vano así que espere hasta la noche que realmente me dolían las contracciones para llamarlas. El dolor bajo de la espalda me preocupaba un poco, había leído algo sobre los “partos de riñón”, cuando el bebe está mirando hacia delante en vez de hacia atrás y eso produce mas dolores atrás ya que hace presión sobre el recto y la zona lumbar, y los partos suelen ser más largos y difíciles. A veces la información está de más, traté de olvidarme confiando de que no era mi caso. Esa noche de nuevo no dormimos con Lu, el dolor era intenso. Las parteras pasaron la noche en casa de guardia. Decidimos que tal vez la acupuntura me haría bien así que programamos otro turno para el día siguiente. Antes de ir salimos a caminar porque las contracciones habían calmado, hacía diez pasos y venía una, me agachaba en cuclillas mientras Lu me sostenía de las manos y pasábamos la contracción juntos vocalizándola. Volvimos de la caminata ya con un buen ritmo y antes de salir para Bolsón a la sesión de agujas, a María se le ocurre hacerme un tacto por las dudas, y me dice que tengo dilatación casi completa y que siente a un dedo de distancia la cabeza de Amaya. No lo podía creer, me alivió muchísimo y al fin sentí que todo el dolor que venia sintiendo estaba ayudando realmente. Me dijo que no me preocupe que igual faltaba que se retraiga el cuello del útero, que había tiempo para que vayamos a Bolsón y volvamos. Iba en la parte trasera del auto mirando hacia atrás de rodillas sobre el asiento para poder pasar mejor las olas. Mientras íbamos por el centro de Bolsón sentía que estaba en otra ciudad, pero era yo la que estaba en otro plano. Llegamos a la casa de la acupunturista, una contracción fuerte antes de bajar del auto, apenas entramos la saludé y me subí a un sillón en la entrada, de cara hacia el respaldo porque venia otra contracción. Julia se puso a trabajar en mi zona lumbar y después empezó a pincharme por todos lados, pero no sentía dolor alguno, entré en trance de relax, casi me dormía y despertaba con cada contracción. Salí de ahí mucho menos dolorida, en el camino me comí un alfajor, lo disfrute al máximo. Cuando llegamos a casa las chicas ya habían llenado la pileta, me puse feliz y enseguida me metí, el agua suavizaba mucho el dolor y me sentía mucho mas libre, fue puro éxtasis ese momento. El problema fue que después de la sesión de acupuntura sumado a la pile calentita me relaje tanto que la dinámica de trabajo de parto se ralentizó, al punto que me iba al plano de los sueños entre medio de las contracciones. María me dijo que descansara un poco que después iba a tener que salir para activar porque necesitábamos más dinámica. Salí de pile y me puse a caminar por toda la casa, subía y bajaba las escaleras en cuatro patas, no me importaba lo cansado que estaba mi cuerpo, necesitábamos activar. Cuando volvimos a tomar los latidos de la beba se habían acelerado un poco porque me había sobre exigido mucho, así que me puse de costado y con una pierna arriba flexionada exhalaba en cada contracción relajando para ayudar a retraer el cuello del útero, que era lo que faltaba para que pudiera seguir bajando la cabecita de Amaya. Lu me acompañaba y acariciaba ayudándome a relajar, en esa posición dolían mucho más las contracciones pero era necesario. Comenzamos a tomar los latidos más seguido y saltaban a picos muy altos, hasta en un momento llegaron a 190 (lo normal son entre 140 y 150) y ahí fue cuando María nos dijo que estaba preocupada, que si seguían así preferiría no correr el riesgo y que teníamos que considerar ir al hospital. En ese momento sentí adentro un profundo NO, no quería darme por vencida, estábamos ahí nomás, ya la veía a Amaya naciendo en el agua cual sirenita... Pero Lu respondió que él tampoco correría ningún riesgo y que si teníamos que ir, íbamos a ir. Fue ahí cuando de nuevo me dí cuenta que no estaba pensando en ella, que tal vez la estaba pasando mal a causa del estrés, del cansancio de tener la cabecita ahí a punto tanto tiempo, o del mismo dolor que yo sentía en esa posición y que no ir al hospital sería un capricho mío por sostener el parto que había imaginado. Nila (la doula) sugirió un rato más de pile y que veamos como reaccionaban los latidos, mientras Lu iba preparando el bolso por si había que ir al hospi. Volvimos a tomar los latidos y seguían altos, bajaban y subían. Era todo tan incierto, no sabíamos si podía estar pasando algo más, decidimos respetar la opinión de nuestra partera ya que por algo habíamos buscado una persona experimentada que nos pudiera alertar en caso de que algo no fluyera del todo bien. Y este era el caso, llamamos al hospital de Puelo donde nos hicimos todos nuestros controles para que pudieran avisar a Bolsón que íbamos para allá. Una vez arriba del auto las contracciones empezaron más fuertes que nunca, no podía diferenciar la duración ni el tiempo de pausa, era un dolor muy intenso y solo podía rezar y mandarle todo mi amor y confianza a este ser, diciéndole que faltaba poco, que no nos íbamos a rendir ahora. El camino de Golondrinas a Bolsón se me hizo eterno, Nila iba al lado mío, Lu manejando y María nos seguía atrás en su auto. Nadie hablaba, sentía el estrés de Lu al volante solo, como si nos persiguiera algo, era el miedo. Yo largaba unas profundas “O” con cada ola de dolor, no quería dejar entrar la duda en mí ni por un segundo, cada vez que se me venía un pensamiento negativo pensaba en toda la fuerza de la naturaleza que había gestado a ese ser en mí y que por ende me daba la capacidad de darlo a luz. Llegamos a Bolsón, las chicas nos esperaron en el estacionamiento mandando luz, nosotros entramos a la guardia y empezaron a hacernos preguntas, yo no podía responder nada, sentía que las contracciones venían cada menos de 1 minuto, no se si era real, pero la adrenalina no me dejaba relajarme, no podía quedarme quieta. Me sentaron en una camilla para tomarme la presión y escuchar los latidos, que esta vez no habían subido de 150. Lu preocupado le pidió al doctor que los midiera de nuevo, que en casa los habíamos tomado y estaban altos y de nuevo dieron 150. El doctor, un chico muy joven, que de seguro estaba haciendo la residencia, nos calmo diciendo que estaban super bien, es normal que suban con las contracciones que no nos preocupáramos. Los dos seguíamos a la defensiva por el hecho de estar en el hospital, sentíamos que estábamos a punto de perder la libertad. Cuando llegó la partera (otra chica igual de joven), Lu no paraba de decirles nuestras peticiones; que no corten el cordón rápido, que traíamos tupper para la placenta, que cuando nazca la pongan directo al pecho, etc. Tanto el doctor como la partera nos decían que si, que tenían en cuenta esas cosas que nos relajemos. Fue ahí que empecé a sentirme contenida por estos “profesionales” que desde mi expectativa tanto había juzgado, y abrace la existencia del hospital por recibirnos y brindarnos esa seguridad de que todo iba a estar bien. Entre las pocas palabras que podía formular le dije a la partera que me haga un tacto que la cabeza estaba ahí nomás, porque seguían tomándose todo con calma y yo ya necesitaba parir. Al hacerme el tacto corroboró que ya estábamos, me felicitó por venir con tanta dilatación. El doctor, que había mirado mi carpeta de exámenes le dice que me faltaba un nuevo estreptococo, que el último había sido hace un mes. Ella le responde que no había tiempo que íbamos ya para la sala de partos. Me pusieron una bata, me sentaron en una silla de ruedas y allá íbamos. Mientras me llevaban por los pasillos me sentía en una peli, nunca me hubiera imaginado terminar ahí, pero ahí estábamos, confiando en la vida y sus vueltas de aprendizaje. Al ver de lejos el quirófano me estremecí un poco, una silla en el medio con agarraderas, tipo sala de torturas, muchas maquinas, mesas de metal e instrumentos filosos. Respire y volví a aceptar, una vez más. Me subí a la silla, en seguida ya estaba todo el equipo, Lu, la partera, el doctor, dos enfermeras y un par de minitas más que como las escuche decir, estaban ahí para “chusmear el parto” jaja. Decidí que no podía irme a ningún lado, todavía me sentía a la defensiva y necesitaba estar alerta, presente por cualquier cosa. La partera me indicó que cuando sintiera la necesidad pujara, pero yo estaba tan alterada por los dolores que pujaba en cualquier momento o no esperaba el pico alto de la contracción. Pusieron una enfermera al lado que me tocaba la panza y me avisaba cuando pujar, yo la miraba y cuando sentía que venía la contracción me aguantaba hasta que ella me decía y pujaba con todas mis fuerzas. Hacia mucho calor, a mi no me afectaba ya que estaba en otra, pero a Lu que es caluroso lo asfixiaba, se tuvo que ir de la habitación por que no le daban agua, a mi apenas me dieron una gasa mojada para que chupe. En el pasillo, me contó después, que casi se desmaya, se tuvo que sentar en el piso, yo lo vi entrar re pálido cuando volvió pero no dijo nada. Yo para ese entonces ya iba sintiendo la cabeza de Amaya cada vez más ahí y eso me dejaba sin aire por momentos, respiraba lo mas profundo que podía en el medio. En un momento la partera agarra unas tijeras o algo así y yo asustadísima le digo “¡no me cortes!”. Y me responde “no te preocupes, no hace falta por ahora, solo voy a romper la bolsa para acelerar la dinámica.” Después de un par de pujos más me dice que ya se veía la cabeza, que lo dé todo en la siguiente contracción. Me imaginé a Amaya ya casi ahí con nosotros, no podía creer que esté pasando, era un rato mas de dolor y terminaba todo. Sentía que coronaba y le preguntaba la partera y me decía que todavía no pero ya casi, que asomaba pero se volvía esconder un poco cuando terminaba de pujar. En un momento ya me ardía de tal manera que me costaba hasta respirar después de la contracción. Lu me abrazaba por detrás y me dice “le vemos los pelitos”. La partera me dice, “un pujo más con todas tus fuerzas y nace”, lo di todo, pero de nuevo no era suficiente. Fueron dos más así, hasta que en el ultimo pujé, en el medio tomé más aire y seguí pujando, y de nuevo, hasta que salió entera. Wow que placer fue sentir salir todo su cuerpito, doloroso pero victorioso. Me la pusieron en el pecho y no podía creer el ser cósmico que tenía en brazos, era enorme y super real al fin! La voz de Lu parecía casi llorar diciéndome lo hermosa que era, yo todavía no podía creer que había salido de mí. Supuestamente esperaron a deje de latir el cordón y lo cortaron, para mi fue todo muy rápido. Apareció una enfermera diciendo que había que vestirla, que hacia frío... Cuando hacían más de 30 grados jaja. Se la llevó pero Lu fue con ella. Mientras a mi me inyectaban oxcitocina para que bajara la placenta, yo les dije que no, que quería que bajara sola, pero la partera me respondió que ya me habían concedido todo lo que había pedido, que en ésta los dejara hacer los suyo. Ya no tenia energía para discutirle nada así que simplemente cedí. Un pujo más para largar la placenta, la recibe el doctor mientras la partera le pregunta como se llama esa maniobra, parecía una clase mi parto, los demás tomaban nota mental. Después me empezó a tocar la partera para ver si había desgarro, yo no quería saber nada, ya no quería sentir más dolor. Me dice que había un pequeño desgarro en un costado que iba a tratar de que se uniera solo pero no pudo así que me dijo que con un punto iba a ser suficiente así cerraba bien. Mientras me limpiaban, me vuelven a traer a Amaya ya vestidita hasta con sweter! Me la pongo en el pecho y enseguida se prende al pezón, no succionaba todavía pero se veía ese instinto (Y el hambre! Las dos no habíamos comido bien en dos días). Me empezaron a cocer y no podía aguantar el dolor, le pedí a Lu que la sostuviera él que no quería trasmitirle mi estrés. Terminó rápido por suerte, me felicitaron por el buen trabajo, me pusieron un pañal y de nuevo a la silla de ruedas para ir a la sala de maternidad. Una vez solos en la habitación no podíamos creer la maravilla de ser que teníamos con nosotros, era demasiado hermosa y tranquila. Ya había pasado todo el dolor, esos dos días larguísimos de incertidumbre habían dado su fruto. Agradecí los médicos que me tocaron que dentro de sus posibilidades los sentí super amorosos. Me agradecí a mi misma por haber confiado en el hospital y sanar ese rencor de malas experiencias ajenas que venía acarreando. Y que más allá de que no había nacido en casa, había sido perfecto, y ella era una beba regordeta, sana y bella. Agradecí las pruebas, los desafíos, los miedos y todo lo que me llevo a tenerla en ese momento ahí conmigo. Había nacido Amaya Nerea, este nuevo ser que tengo en este momento en mi pecho, sostenida por el fular que la envuelve mientras duerme plácidamente. Ahora empieza otra etapa, todo lo pasado valió la pena y la alegría. Vamos a obviar toda la burocracia del hospital que vino después y como pudimos escaparnos antes del medio día siguiente con certificado de nacimiento y todo. Hoy lunes 31 de Julio se cumple una semana del nacimiento de Amaya Nerea, estamos felices, disfrutando de toda su ternura, cachetes rechonchos y rosados, miradas intensas, sonrisitas, tetazos, eructos, caquitas y pichies! Pocas horas de sueño, pero muchos minutos de amor profundo. Alegria y Dicha Familia! porque este ser nos viene a cambiar un poco la vida a todos, a cada tío/a, abuelo/a, bisabuelo/a, que cambian una vez más de rol en este mandala/árbol de vida que nos vincula a todos. Enamorada de la vida como nunca antes. Elendil Amancay Muñoz Mamá de Amaya Nerea Cabello Muñoz