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Nacimiento de Amaya Nerea

No creo que las palabras alcancen para describir


semejante experiencia, pero voy a hacer el intento.

Desde el momento en que me entere que estaba


embarazada y que tenia la increíble misión de traer un
nuevo ser al mundo, supe que quería dar lo mejor de mí
para que su gestación y nacimiento sean lo mas
armoniosos y amorosos posible.
Con Lu decidimos en seguida que queríamos tener un
parto en casa, y como nerds que somos nos leímos todo al
respecto, fui a todos los encuentros de embarazadas,
yoga, pile, preparto, etc. A la hora de elegir a las parteras
que nos iban a acompañar, nos decidimos por María ya
que ella nos ofrecía además del acompañamiento, un
proceso de sanación interna, para poder ser la mejor
versión de nosotros mismos para nuestra hija. Fueron
intensos meses de introspección y autoanálisis para poder
desarmar muchas de nuestras estructuras, las mascaras y
personalidades que fuimos construyendo a lo largo de
nuestras vidas, esas “personalidades” que a veces lo único
que hacen es alejarnos de nuestro verdadero ser,
cumpliendo la función de escudos protectores de los
miedos, heridas internas, que hoy se abren para dejarse
sanar. También hicimos un recorrido por nuestros linajes
materno y paterno, para cortar con cualquier patrón o
condicionamiento que nos este influenciando.
Muchas veces fue incomodo, difícil y agotador el trabajo
de revisarnos constantemente, principalmente porque
ambos somos muy autocríticos, pero era muy gratificante
saber que el fruto de este crecimiento no solo nos
ayudaría a nosotros mismos, sino a la crianza de nuestra
hija y la familia que estamos formando.
A medida que se acercaba el parto me preguntaba a mi
misma si le tenía miedo al dolor, y la verdad es que me
costaba imaginarme cuan doloroso podría ser, ya que
nunca había experimentado un dolor insoportable como
para tener alguna referencia. Simplemente sabía que iba a
doler, pero estaba dispuesta a entregarme a eso con tal de
vivir la experiencia de dar a luz. En algún libro leí que el
dolor que experimentan las mujeres al parir, es el dolor
interno que escondemos dentro, y con todo el trabajo que
estábamos haciendo, me sentía preparada para
enfrentarme a todas mis sombras.
A partir de la semana 38 empezó la cuenta regresiva, ya
me sentía lista, y teníamos todo preparado. Nos
dispusimos a esperar juntos en casa, disfrutar de los días
sin tiempo, estando lo mas tranquilos y relajados posibles
porque sentíamos que cualquier día podía empezar el
trabajo de parto. Estábamos tan enamorados de la vida
que hacíamos el amor casi todos los días, en parte para
ayudar a inducir el parto con oxcitocina natural y en otra
gran parte por el profundo amor que sentíamos a la vida y
a nosotros mismos. Así pasaron los días, semanas, y se
nos empezó a hacer largo. Pasamos la semana 40 con la
fecha que nos habían dado y pensábamos, bueno ya es, en
estos días... Pero no, pasó otra semana más y ya en la 41
yo no podía mas de las ganas de tenerla afuera, cada vez
se me hacía mas irreal parir, como si no fuera a pasar
más. Además de la presión que sentía del afuera, con
cada uno de los mensajitos que llegaban diariamente
preguntando cuando iba a nacer, pregunta de la que ni yo
sabía respuesta. Sé que venían con todo el amor y las
mismas ganas de que suceda que yo, pero las personas
que no lo están viviendo no se imaginan el momento
intimo que es, así que empecé a poner algunos limites o a
veces a ni responder. Con la Partera y la Doula
empezamos a revisar si había algo que estuviera trabando,
algo que no hubiera soltado y empezaron a salir varias
cosas esos días. Como cortar con mis lazos de
dependencia emocional hacia mis padres, poder des-
identificarme como hija para poder ser madre.
Analizamos mucho mi concepto de la sexualidad, ya que
un parto es el acto que culmina el proceso sexual
(concepción/gestación/nacimiento) y para poder
entregarme a este tenía que poder aceptar mi sexualidad
por completo, sin pudor ni vergüenza. Así que decidí
ponerme a escribir y recorrí toda mi experiencia sexual
desde la niñez, adolescencia y adultez para asegurarme de
ver cada recuerdo como parte de mí. Aquellos que me
avergonzaban poder sacarlos a la luz, aceptarlos por lo
que son y saber que me llevaron a lo que hoy soy como
mujer. Lo compartí con Lu y me liberó muchísimo.
Después de ese día empecé a tener contracciones mas
seguidas, sabía que el momento se acercaba y empecé a
mentalizarme. Pero ese fue el error, la “mente”, cuando
idealizamos algo tanto es como si nos metiéramos en una
jaula, donde las posibilidades son solo las que
imaginamos. Las contracciones paraban y volvía a sentir
que algo estaba haciendo mal y que era mi
responsabilidad que el trabajo de parto empezara, empecé
a tener miedo de llegar a la semana 42 y que me tuvieran
que inducir el parto. No quería saber nada con el hospital,
ni mucho menos pensar en una cesárea. Pero nos dimos
cuenta que justamente ese miedo, ese ideal, era lo que no
dejaba fluir, hasta que no aceptara que Amaya iba a nacer
como fuera, más allá de lo que yo había planeado, me
estaba autolimitando. Cuando me di cuenta de eso, pensé
en lo egoísta que estaba siendo, porque creía que quería
parir en casa por ella, para que su experiencia de nacer
fuera maravillosa, pero también una gran parte lo
anhelaba para satisfacer mi ego, mi ideal. A partir de ese
momento decidí que no importaba, que iba a hacer lo
posible por traer a esta niña al mundo, incluso coordiné
con una acupunturista para trabajar unos puntos con
agujas para inducir el parto. Ya tenia turno para el sábado
a la mañana, pero ese viernes empezaron las
contracciones un poco más seguidas e intensas.
Esa noche dormí muy poco, las contracciones me
despertaban, y tenía un dolor fuerte en los riñones en la
zona baja de la espalda que no me dejaba relajarme. A la
mañana le escribí a la acupunturista para cancelar el
turno, ya que al haber empezado el trabajo de parto no
sentía necesario ir. Lu fue igual a su turno porque le dolía
mucho la espalda y era necesario que el también este
relajado, quizá estaba somatizando mis propios dolores
por necesidad de ayudarme.
Durante el día traté de descansar lo más que pude,
relajarme, vocalizar con cada contracción, pasaba de la
pelota a la hamaca, y de cuclillas a cuatro patas. A todo
esto estábamos en contacto con las parteras y ellas
estaban listas para venir en cuanto les digamos, yo no
quería hacerlas venir en vano así que espere hasta la
noche que realmente me dolían las contracciones para
llamarlas. El dolor bajo de la espalda me preocupaba un
poco, había leído algo sobre los “partos de riñón”, cuando
el bebe está mirando hacia delante en vez de hacia atrás y
eso produce mas dolores atrás ya que hace presión sobre
el recto y la zona lumbar, y los partos suelen ser más
largos y difíciles. A veces la información está de más,
traté de olvidarme confiando de que no era mi caso. Esa
noche de nuevo no dormimos con Lu, el dolor era
intenso. Las parteras pasaron la noche en casa de guardia.
Decidimos que tal vez la acupuntura me haría bien así
que programamos otro turno para el día siguiente. Antes
de ir salimos a caminar porque las contracciones habían
calmado, hacía diez pasos y venía una, me agachaba en
cuclillas mientras Lu me sostenía de las manos y
pasábamos la contracción juntos vocalizándola. Volvimos
de la caminata ya con un buen ritmo y antes de salir para
Bolsón a la sesión de agujas, a María se le ocurre
hacerme un tacto por las dudas, y me dice que tengo
dilatación casi completa y que siente a un dedo de
distancia la cabeza de Amaya. No lo podía creer, me
alivió muchísimo y al fin sentí que todo el dolor que
venia sintiendo estaba ayudando realmente. Me dijo que
no me preocupe que igual faltaba que se retraiga el cuello
del útero, que había tiempo para que vayamos a Bolsón y
volvamos.
Iba en la parte trasera del auto mirando hacia atrás de
rodillas sobre el asiento para poder pasar mejor las olas.
Mientras íbamos por el centro de Bolsón sentía que
estaba en otra ciudad, pero era yo la que estaba en otro
plano. Llegamos a la casa de la acupunturista, una
contracción fuerte antes de bajar del auto, apenas
entramos la saludé y me subí a un sillón en la entrada, de
cara hacia el respaldo porque venia otra contracción. Julia
se puso a trabajar en mi zona lumbar y después empezó a
pincharme por todos lados, pero no sentía dolor alguno,
entré en trance de relax, casi me dormía y despertaba con
cada contracción. Salí de ahí mucho menos dolorida, en
el camino me comí un alfajor, lo disfrute al máximo.
Cuando llegamos a casa las chicas ya habían llenado la
pileta, me puse feliz y enseguida me metí, el agua
suavizaba mucho el dolor y me sentía mucho mas libre,
fue puro éxtasis ese momento. El problema fue que
después de la sesión de acupuntura sumado a la pile
calentita me relaje tanto que la dinámica de trabajo de
parto se ralentizó, al punto que me iba al plano de los
sueños entre medio de las contracciones. María me dijo
que descansara un poco que después iba a tener que salir
para activar porque necesitábamos más dinámica. Salí de
pile y me puse a caminar por toda la casa, subía y bajaba
las escaleras en cuatro patas, no me importaba lo cansado
que estaba mi cuerpo, necesitábamos activar. Cuando
volvimos a tomar los latidos de la beba se habían
acelerado un poco porque me había sobre exigido mucho,
así que me puse de costado y con una pierna arriba
flexionada exhalaba en cada contracción relajando para
ayudar a retraer el cuello del útero, que era lo que faltaba
para que pudiera seguir bajando la cabecita de Amaya. Lu
me acompañaba y acariciaba ayudándome a relajar, en
esa posición dolían mucho más las contracciones pero era
necesario. Comenzamos a tomar los latidos más seguido
y saltaban a picos muy altos, hasta en un momento
llegaron a 190 (lo normal son entre 140 y 150) y ahí fue
cuando María nos dijo que estaba preocupada, que si
seguían así preferiría no correr el riesgo y que teníamos
que considerar ir al hospital.
En ese momento sentí adentro un profundo NO, no quería
darme por vencida, estábamos ahí nomás, ya la veía a
Amaya naciendo en el agua cual sirenita... Pero Lu
respondió que él tampoco correría ningún riesgo y que si
teníamos que ir, íbamos a ir. Fue ahí cuando de nuevo me
dí cuenta que no estaba pensando en ella, que tal vez la
estaba pasando mal a causa del estrés, del cansancio de
tener la cabecita ahí a punto tanto tiempo, o del mismo
dolor que yo sentía en esa posición y que no ir al hospital
sería un capricho mío por sostener el parto que había
imaginado.
Nila (la doula) sugirió un rato más de pile y que veamos
como reaccionaban los latidos, mientras Lu iba
preparando el bolso por si había que ir al hospi. Volvimos
a tomar los latidos y seguían altos, bajaban y subían. Era
todo tan incierto, no sabíamos si podía estar pasando algo
más, decidimos respetar la opinión de nuestra partera ya
que por algo habíamos buscado una persona
experimentada que nos pudiera alertar en caso de que
algo no fluyera del todo bien. Y este era el caso,
llamamos al hospital de Puelo donde nos hicimos todos
nuestros controles para que pudieran avisar a Bolsón que
íbamos para allá.
Una vez arriba del auto las contracciones empezaron más
fuertes que nunca, no podía diferenciar la duración ni el
tiempo de pausa, era un dolor muy intenso y solo podía
rezar y mandarle todo mi amor y confianza a este ser,
diciéndole que faltaba poco, que no nos íbamos a rendir
ahora. El camino de Golondrinas a Bolsón se me hizo
eterno, Nila iba al lado mío, Lu manejando y María nos
seguía atrás en su auto. Nadie hablaba, sentía el estrés de
Lu al volante solo, como si nos persiguiera algo, era el
miedo. Yo largaba unas profundas “O” con cada ola de
dolor, no quería dejar entrar la duda en mí ni por un
segundo, cada vez que se me venía un pensamiento
negativo pensaba en toda la fuerza de la naturaleza que
había gestado a ese ser en mí y que por ende me daba la
capacidad de darlo a luz. Llegamos a Bolsón, las chicas
nos esperaron en el estacionamiento mandando luz,
nosotros entramos a la guardia y empezaron a hacernos
preguntas, yo no podía responder nada, sentía que las
contracciones venían cada menos de 1 minuto, no se si
era real, pero la adrenalina no me dejaba relajarme, no
podía quedarme quieta. Me sentaron en una camilla para
tomarme la presión y escuchar los latidos, que esta vez no
habían subido de 150. Lu preocupado le pidió al doctor
que los midiera de nuevo, que en casa los habíamos
tomado y estaban altos y de nuevo dieron 150. El doctor,
un chico muy joven, que de seguro estaba haciendo la
residencia, nos calmo diciendo que estaban super bien, es
normal que suban con las contracciones que no nos
preocupáramos. Los dos seguíamos a la defensiva por el
hecho de estar en el hospital, sentíamos que estábamos a
punto de perder la libertad. Cuando llegó la partera (otra
chica igual de joven), Lu no paraba de decirles nuestras
peticiones; que no corten el cordón rápido, que traíamos
tupper para la placenta, que cuando nazca la pongan
directo al pecho, etc. Tanto el doctor como la partera nos
decían que si, que tenían en cuenta esas cosas que nos
relajemos. Fue ahí que empecé a sentirme contenida por
estos “profesionales” que desde mi expectativa tanto
había juzgado, y abrace la existencia del hospital por
recibirnos y brindarnos esa seguridad de que todo iba a
estar bien. Entre las pocas palabras que podía formular le
dije a la partera que me haga un tacto que la cabeza
estaba ahí nomás, porque seguían tomándose todo con
calma y yo ya necesitaba parir. Al hacerme el tacto
corroboró que ya estábamos, me felicitó por venir con
tanta dilatación. El doctor, que había mirado mi carpeta
de exámenes le dice que me faltaba un nuevo
estreptococo, que el último había sido hace un mes. Ella
le responde que no había tiempo que íbamos ya para la
sala de partos. Me pusieron una bata, me sentaron en una
silla de ruedas y allá íbamos.
Mientras me llevaban por los pasillos me sentía en una
peli, nunca me hubiera imaginado terminar ahí, pero ahí
estábamos, confiando en la vida y sus vueltas de
aprendizaje. Al ver de lejos el quirófano me estremecí un
poco, una silla en el medio con agarraderas, tipo sala de
torturas, muchas maquinas, mesas de metal e
instrumentos filosos. Respire y volví a aceptar, una vez
más. Me subí a la silla, en seguida ya estaba todo el
equipo, Lu, la partera, el doctor, dos enfermeras y un par
de minitas más que como las escuche decir, estaban ahí
para “chusmear el parto” jaja. Decidí que no podía irme a
ningún lado, todavía me sentía a la defensiva y necesitaba
estar alerta, presente por cualquier cosa. La partera me
indicó que cuando sintiera la necesidad pujara, pero yo
estaba tan alterada por los dolores que pujaba en
cualquier momento o no esperaba el pico alto de la
contracción. Pusieron una enfermera al lado que me
tocaba la panza y me avisaba cuando pujar, yo la miraba
y cuando sentía que venía la contracción me aguantaba
hasta que ella me decía y pujaba con todas mis fuerzas.
Hacia mucho calor, a mi no me afectaba ya que estaba en
otra, pero a Lu que es caluroso lo asfixiaba, se tuvo que ir
de la habitación por que no le daban agua, a mi apenas
me dieron una gasa mojada para que chupe. En el pasillo,
me contó después, que casi se desmaya, se tuvo que
sentar en el piso, yo lo vi entrar re pálido cuando volvió
pero no dijo nada. Yo para ese entonces ya iba sintiendo
la cabeza de Amaya cada vez más ahí y eso me dejaba sin
aire por momentos, respiraba lo mas profundo que podía
en el medio. En un momento la partera agarra unas tijeras
o algo así y yo asustadísima le digo “¡no me cortes!”. Y
me responde “no te preocupes, no hace falta por ahora,
solo voy a romper la bolsa para acelerar la dinámica.”
Después de un par de pujos más me dice que ya se veía la
cabeza, que lo dé todo en la siguiente contracción. Me
imaginé a Amaya ya casi ahí con nosotros, no podía creer
que esté pasando, era un rato mas de dolor y terminaba
todo. Sentía que coronaba y le preguntaba la partera y me
decía que todavía no pero ya casi, que asomaba pero se
volvía esconder un poco cuando terminaba de pujar. En
un momento ya me ardía de tal manera que me costaba
hasta respirar después de la contracción. Lu me abrazaba
por detrás y me dice “le vemos los pelitos”. La partera me
dice, “un pujo más con todas tus fuerzas y nace”, lo di
todo, pero de nuevo no era suficiente. Fueron dos más así,
hasta que en el ultimo pujé, en el medio tomé más aire y
seguí pujando, y de nuevo, hasta que salió entera. Wow
que placer fue sentir salir todo su cuerpito, doloroso pero
victorioso. Me la pusieron en el pecho y no podía creer el
ser cósmico que tenía en brazos, era enorme y super real
al fin! La voz de Lu parecía casi llorar diciéndome lo
hermosa que era, yo todavía no podía creer que había
salido de mí. Supuestamente esperaron a deje de latir el
cordón y lo cortaron, para mi fue todo muy rápido.
Apareció una enfermera diciendo que había que vestirla,
que hacia frío... Cuando hacían más de 30 grados jaja. Se
la llevó pero Lu fue con ella. Mientras a mi me
inyectaban oxcitocina para que bajara la placenta, yo les
dije que no, que quería que bajara sola, pero la partera me
respondió que ya me habían concedido todo lo que había
pedido, que en ésta los dejara hacer los suyo. Ya no tenia
energía para discutirle nada así que simplemente cedí. Un
pujo más para largar la placenta, la recibe el doctor
mientras la partera le pregunta como se llama esa
maniobra, parecía una clase mi parto, los demás tomaban
nota mental. Después me empezó a tocar la partera para
ver si había desgarro, yo no quería saber nada, ya no
quería sentir más dolor. Me dice que había un pequeño
desgarro en un costado que iba a tratar de que se uniera
solo pero no pudo así que me dijo que con un punto iba a
ser suficiente así cerraba bien. Mientras me limpiaban,
me vuelven a traer a Amaya ya vestidita hasta con
sweter! Me la pongo en el pecho y enseguida se prende al
pezón, no succionaba todavía pero se veía ese instinto (Y
el hambre! Las dos no habíamos comido bien en dos
días). Me empezaron a cocer y no podía aguantar el
dolor, le pedí a Lu que la sostuviera él que no quería
trasmitirle mi estrés. Terminó rápido por suerte, me
felicitaron por el buen trabajo, me pusieron un pañal y de
nuevo a la silla de ruedas para ir a la sala de
maternidad. Una vez solos en la habitación no podíamos
creer la maravilla de ser que teníamos con nosotros, era
demasiado hermosa y tranquila. Ya había pasado todo el
dolor, esos dos días larguísimos de incertidumbre habían
dado su fruto. Agradecí los médicos que me tocaron que
dentro de sus posibilidades los sentí super amorosos. Me
agradecí a mi misma por haber confiado en el hospital y
sanar ese rencor de malas experiencias ajenas que venía
acarreando. Y que más allá de que no había nacido en
casa, había sido perfecto, y ella era una beba regordeta,
sana y bella. Agradecí las pruebas, los desafíos, los
miedos y todo lo que me llevo a tenerla en ese momento
ahí conmigo. Había nacido Amaya Nerea, este nuevo ser
que tengo en este momento en mi pecho, sostenida por el
fular que la envuelve mientras duerme plácidamente.
Ahora empieza otra etapa, todo lo pasado valió la pena y
la alegría. Vamos a obviar toda la burocracia del hospital
que vino después y como pudimos escaparnos antes del
medio día siguiente con certificado de nacimiento y todo.
Hoy lunes 31 de Julio se cumple una semana del
nacimiento de Amaya Nerea, estamos felices, disfrutando
de toda su ternura, cachetes rechonchos y rosados,
miradas intensas, sonrisitas, tetazos, eructos, caquitas y
pichies! Pocas horas de sueño, pero muchos minutos de
amor profundo.
Alegria y Dicha Familia! porque este ser nos viene a
cambiar un poco la vida a todos, a cada tío/a, abuelo/a,
bisabuelo/a, que cambian una vez más de rol en este
mandala/árbol de vida que nos vincula a
todos. Enamorada de la vida como nunca antes.
Elendil Amancay Muñoz Mamá de Amaya Nerea
Cabello Muñoz

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